Jugó en todas las categorías del ascenso argentino, pasó por Chile y Ecuador, ahora se encuentra en Bélgica, en el primer mundo, y forma parte del KAS Eupen, de la Jupiler Pro League. Se trata de Flavio Ciampichetti, delantero de 32 años, quien se cruzó de continente y se alejó de sus seres queridos para seguir persiguiendo su sueño, jugar al fútbol.
La adaptación a un nuevo país, con otra cultura y otra lengua, no siempre es fácil. Así le pasó a Ciampichetti, que aseguró que al principio le costó por el idioma y las distintas nacionalidades, pero que actualmente se siente cómodo y le gusta estar ahí.
“La liga es muy competitiva, hay equipos muy grandes y bien preparados, además el juego es rápido, eso me sorprendió”, expresó el nacido en Pergamino, que además agregó que los partidos son un espectáculo y la gente los vive como tal.
Por otro lado, el ex Quilmes dijo: “Me gusta Bélgica, me gusta la cultura y el respeto que hay, son un país para tomar como ejemplo”. También sumo que le gustaría quedarse más tiempo allá, aunque su contrato vence en junio y todavía su futuro es una incógnita.
La pelota dejó de rodar, por ahora
Hoy, como en casi todo el mundo, la competición se encuentra suspendida. A esta altura no hace falta explicar que el motivo es una pandemia causada por un virus, pero a falta de una fecha de finalizar la temporada, es probable que se decida terminar el torneo en esta instancia y que le den el título de campeón al Brujas, que matemáticamente ya se había coronado. Ciampichetti opina que sería correcto entregar el trofeo, pero falta por definir un descenso y no sabe cómo van a resolver eso.
En Bélgica, cuenta el delantero, tienen permiso para salir a hacer deporte individualmente, aparte de las emergencias o necesidades básicas. Además, la policía recorre las calles para asegurarse de que nadie esté afuera indebidamente. En su caso en particular, vive con su esposa y sus dos hijos e intentan salir lo menos posible, solo lo hacen para ir a comprar.
Estar alejado de su familia es difícil, pero en los tiempos que corren, con el coronavirus esparciéndose por el mundo, las ganas de estar cerca de ellos y la preocupación, crecen. “Me gustaron las medidas que se tomaron en Argentina, creo que fueron correctas y las aplicaron rápido”, dijo el ex jugador de defensores de Belgrano.
Esta es otra historia que confirma que, la pasión es más fuerte que cualquier otra cosa y que los sueños no saben de distancia o lejanía. Por eso es que, para Flavio Ciampichetti como para muchos otros, un mar de por medio no significa nada si del otro lado hay una cancha y una pelota.
En tiempos de Coronavirus nos vemos obligados a adaptarnos a lo que solo creíamos posible en un corto período de verano: vivir sin fútbol. Pero esta situación también nos deja, entre otras cosas, conocer nuevas historias sobre jugadores argentinos que se desempeñan en el exterior, y saber de qué manera están viviendo este parate en sus respectivos países. Uno de ellos es Augusto Colaneri, joven volante surgido de Villa Dálmine que actualmente representa al Cooma Tigers de la segunda división de Australia, quién a pesar de sus 22 años, ya ha pasado por varios clubes en distintas partes del mundo.
“Soy un jugador con mucha dinámica, buen trato de balón y en los últimos años le agregué sacrificio”, se describe Augusto al hablar de su estilo. Colaneri hizo inferiores en River Plate, pero debutó en la primera de Dálmine en 2016, club de su ciudad natal y del cual es hincha. Dos años después le surgió la oportunidad de jugar en el Storm Football Club de la segunda categoría de Estados Unidos, pero por algunos inconvenientes con su documentación finalmente arribó al Miami FC de la National Premier Soccer League, de la cuarta división de ese país. Cuatro meses después retornó a Argentina por problemas personales, y hasta fines de aquel año dejó el fútbol para dar una mano en su casa. En diciembre de 2018 arregló con el Policoro Calcio de Italia y allí jugó hasta fin de temporada: “Me la jugué en el mercado invernal de Europa y salió bien”. Una vez que finalizó el campeonato, se contactaron desde el Luzern de Suiza para realizar algunas pruebas y además recibió algunas ofertas de la segunda y tercera, pero las rechazó debido a que “el costo de vida allá era muy caro”. Tras un mes de entrenamiento en España, lo llamaron del Sabaudia Calcio y optó por volver a Italia, dónde añadió la parte de sacrificio a su estilo. Al Cooma Tigers australiano llegó mediante un contacto: “El equipo se comunicó con Mariano Canavesio, un jugador argentino que estaba conmigo en Sabaudia y le dijeron que estaban buscando un volante, les dio mi nombre, me llamaron y por suerte pudimos arreglar”. Canavesio y Colaneri no solo juegan juntos, sino que también ahora viven en la misma casa.
Augusto llegó a Australia a principios de marzo cuando el coronavirus todavía no se había expandido de gran manera en Oceanía. Durante las primeras dos semanas hizo vida normal, la que consistía en hacer gimnasio a la mañana y después viajar una hora desde Cooma hasta Canberra donde se entrenaba con su equipo. Pero el 18 de aquel mes llegó la inevitable noticia: el fútbol fue suspendido, por lo menos, hasta mediados de abril. Sobre este tema, Colaneri comentó: “Fue una pena porque tres días después jugábamos la final de la Supercopa de la segunda división de Canberra contra el Tuggerah United, en lo que iba a ser mi primer partido oficial, y si ganábamos podíamos jugar ante un equipo de primera”. En ese momento el club también canceló los entrenamientos en sus instalaciones, pero mandó a sus jugadores un plan que consiste en mantener la fuerza y el estado físico: “Donde vivo tengo mucho verde, y además acá no hay cuarentena obligatoria así que, siempre y cuando no estés con más de una persona, podes salir a espacios públicos. Esto ayuda a que mi rutina no cambie mucho, porque puedo seguir con el gimnasio en las mañanas y durante las tardes hago pasadas, intermitentes y trabajos con pelota junto con Mariano”. El pasado tres de abril se confirmó que el fútbol de segunda división no iba a retornar hasta al menos junio, lo que implica una gran complicación debido a que la temporada allá comienza en febrero y termina en diciembre.
Sobre su vida en Australia cuenta que se encontró un país hermoso, con una gran calidad de vida y muy buena gente. “La cultura es un poco extraña, las personas son bastante cerradas, viven su vida sin importarle la opinión de los demás y se alimentan bastante mal, algo parecido a lo que sucede en Estados Unidos”, agregó Colaneri. En relación a lo futbolístico, comentó que le sorprendió la infraestructura y el nivel de la liga, pero ahora no siente tanta presión porque allí no es el deporte principal, situación similar a lo que vivió en Norteamérica: “Es diferente, no es como en Argentina o Italia, que si ganás sos Maradona y si perdés sos lo peor del mundo”.
Colaneri sostuvo que la pasión con la que se vive el fútbol, el día a día y los mates en el vestuario son las cosas que más extraña del país. “Me encantaría jugar en la primera de Argentina y volver a Dálmine, soy hincha, es el club de mi ciudad y quiero que mi familia me vea jugando ahí”, concluyó Augusto.
-Lo estamos llevando bien junto a mi familia y tenemos todos los cuidados. Antes de que sucediera todo esto nos abastecimos bien y solo salimos si es sumamente necesario, si no nos quedamos en casa, siempre respetando las medidas de seguridad, hiegienizándonos, lavándonos bien las manos y cumpliendo con la cuarentena.
-¿Tenés otro trabajo además de jugar en Cañuelas? ¿Lo estás realizando?
-Sí, además de ser futbolista soy peluquero. Cuando terminan los entrenamientos por la tarde me dedico a cortar el pelo. Con este tema se me complicó bastante y no lo estoy haciendo por medidas de seguridad, ya que lo hago en mi casa y elijo proteger a mi familia y mi propia salud. Tomé la decisión de suspender la actividad porque el virus es sumamente contagioso y tratamos de prevenir.
-¿Escuchaste las declaraciones de Carlos Tevez sobre que cualquier futbolista puede vivir seis meses o un año sin cobrar? ¿Cuál es tu opinión?
-Sí, estuve al tanto de las declaraciones, pero el jugador del ascenso vive el día a día. Así como estoy yo, también hay muchos compañeros y jugadores que tienen otros trabajos además de ser futbolistas y no es la misma realidad para todos.
-Con esta situación atípica, ¿cómo es tu día a día?
-Estoy disfrutando mucho a mi familia y aprovechando el tiempo con ellos. Todas las mañanas entreno y después ayudo a mis hijos con los deberes. También estoy haciendo muchas actividades en mi casa, que siempre hay cosas para hacer, y en mis ratos libres miro películas y series. Espero que esto pase pronto y así poder volver a la rutina de todos los días, siempre y cuando sea seguro y nadie corra riesgo.
-¿Cómo te estás entrenando?
-La primera semana nos dieron una rutina para realizarla nosotros mismos y la segunda semana nos descargamos una aplicación llamada “Zoom”, a través de la cual nos conectamos como en una reunión. Ahí nos dirige el preparador físico y entrenamos todos los días una hora con mucha intensidad. Por suerte surgió esa aplicación que es audiovisual y el profe nos va indicando y “controlando”.
-Antes de que sucediera la pandemia, ¿estaban al día los jugadores con los sueldos?
-Sí, gracias a Dios estamos al día con los sueldos. Sabemos que contamos todos los meses con el pago, que para el jugador del ascenso eso es fundamental porque si no no se llega a fin de mes y eso nos complica a todos. Tenemos constantemente comunicación con la dirigencia por ese tema y ellos saben que necesitamos cobrar porque vivimos el día a día.
-¿Cómo se van manejar los dirigentes con los futbolistas con respecto a los sueldos?
-La idea de los dirigentes es cumplir. Obviamente tienen que hacer doble trabajo, ya que con la suspensión del fútbol el club no está generando ingresos, pero su deseo es cumplir con los contratos. Estas no son vacaciones y nosotros seguimos trabajando con los profes y con el técnico. Sabemos que va a ser difícil por que está todo parado, pero hay mucha predisposición de ambos lados y estamos en comunicación constante.
“Nadie sabe quién es, todas son suposiciones”, afirma Ariel Garcé refiriéndose al artista callejero Banksy y sin querer definiéndose a sí mismo ante la prensa. Garcé es una más, otra de las tantas víctimas de la manufacturación del consenso. Cuenta en ésta entrevista publicada en el Newsletter de El Equiposu manera de ver y relacionarse con los medios de comunicación a lo largo de su carrera como futbolista y cómo estos influyeron en su vida.
“Luego de lo que sucedió con la virgen en Colón y todo el revuelo mediático en Santa Fe, me hice una remera de una obra de Banksy en la que un niño está vomitando diarios. Me sentí identificado, sentí que podía aplicar para la situación que estaba viviendo”.
¿Sos reacio a la exposición? ¿Identificás desde cuándo o por qué?
-Fui reacio a la exposición, el porqué lo entendí de grande. Leía mis notas recién publicadas -que fueron pocas- y me daba dolor de panza, me sentía mal. Así durante dos días hasta que la repercusión de lo que había dicho pasaba. Siempre estuve en contra de esa amistad por beneficios entre los periodistas y los jugadores y directores técnicos.
-¿Crees que eso repercutió en cómo la prensa después se manejó con vos?
-Sí, creo que sí. Es la parte que me toca entender. Yo hacía lo que sentía. No los atendía, tampoco iba a los programas y los tipos se enojaban, me ‘mataban’. ¿Me desfavoreció? Sí, porque cree una imagen basada en supuestos, idealizaciones o creencias que se desprendían de mí. No sabían debido a que no me podían encontrar. Hay un juego fuerte entre la prensa y los protagonistas del deporte que no me gustó nunca. Entiendo a quienes lo jugaron. Tengo amigos que lo hicieron y les fue bien, pero ellos se sentían cómodos haciéndolo, yo no. Me sentía mal cuando me llamaba un tipo que consideraba un interesado y tenía que decirle todo que sí. No estaba cómodo.
-¿Tuvo incidencia la prensa en tu decisión de irte de River?
-Sí, varios periodistas me criticaban intentando hacerle creer a la gente que no estaba a la altura. ¿Por qué? Porque no tenía relación con ellos o porque no sabían de mí. Y la verdad es que yo también estaba renegado, me estaba creando esa realidad. Fuimos criticados varios jugadores del plantel porque salíamos, lo cual era verdad, pero nada fuera de lo que puede hacer un deportista. Una vez salimos en una revista bajo el título de “fútbol, droga y rock and roll”, ¿entendés? Empezaron a crear una imagen de salidores, de nocheros, ¡que estábamos metidos con drogas! Una locura. Que nos escapábamos de la concentración, cuando era imposible y además no teníamos intención de hacerlo. Teníamos un grupo homogéneo, en su mayoría jóvenes, y estábamos bien. Pero se creó un todo del cual me cansé. El cansancio producido por la crítica desmedida de una prensa poco informada tuvo incidencia. Estaba agotado.
-Antes del doping positivo en Olimpo ya existía una máscara y un disfraz proveniente del taller de costura de los medios: ¿Cómo se comportaron luego? ¿Se ensañaron en la manufacturación de un nuevo personaje o siguieron golpeando al que ya habían creado?
-Siguieron golpeando a ese que no podían descubrir. Lo cierto es que yo tenía una imagen creada porque me mostraba rebelde ante un montón de cosas, entre ellas la prensa, y en ese momento se sumó mi look, tenía rastas. Entonces cuando me da el doping positivo, que fue rarísimo para mí, se agarraron a ese mismo personaje del que no tenían mucha información y siguieron destruyéndolo. Por ejemplo, poniendo las peores fotos que podían encontrar. Como no hablaba, porque estaba sorprendido, dejé pasar el tiempo sin querer y se fueron creando más y más supuestos. Cuando volví a jugar, en las canchas se cantaba lo que a las hinchadas los medios de comunicación les habían vendido.
-¿Algún periodista se acercó a vos luego del doping positivo para conocer tu verdad?
-No, pero tampoco lo permití. Quizá algunos de los tantos que me llamaron quería ayudarme, pero yo no lo vi nunca así. Estaba enojado, sin poder entender qué había pasado.
-¿Qué pasó luego de que se diera a conocer la lista de 30 convocados para el Mundial de Sudáfrica 2010?
-Cuando salió la lista de 30 recuerdo que hablé solo con un periodista por un compromiso que tenía con mi representante. Pasado un par de días la prensa empezó a sacarme de la lista de 23. Primero haciendo uso de la crítica, luego abusando de ella. Y la gente compró eso. El ejemplo más claro es la atención mediática que se le dio a la bandera de “Garcé traé alfajores”. Los pibes que hicieron esa bandera consumieron el producto que la prensa les vendió y después la prensa consumió la bandera de los pibes. Se retroalimentaron. Una vez creado todo ese mundo de descalificaciones, Diego salió a defenderme. Comenzó a valorarme quizás más de lo que me valoraba antes, a reconocer muchas facetas de mí. Yo había jugado, seis meses atrás con Colón, todos los partidos en un gran nivel. Y Maradona empezó a decir eso: “El que critica a Garcé es porque no lo vio jugar”. Y como es Diego, con sus maneras, formas y su modo de ver la vida, me bancó y se puso a mi favor. Viéndolo desde este lado, todo ese mal de la prensa terminó ayudándome.
-Todo el empeño puesto para descalificarte te ayudó, quizás, a que Maradona te dedicara más atención de la que te hubiera dedicado si los medios no hubieran actuado como actuaron.
-Creó que colaboraron, sí. Igualmente, fue un momento raro. No imaginaba que se pudieran enojar tanto porque iba a ir a un Mundial, al punto de descalificarme como lo hicieron.
-Entiendo. ¿Por qué tanta dedicación en descalificarte cuando se trataba, simplemente, de la elección de un jugador que junto a otros 22 semejantes iban a ir a jugar un juego?
-Tal cual. Una de las pocas selecciones que, no en mi caso, se retira enfrentada con la prensa y consecuentemente con el público después de llegar a tres finales seguidas. Los jugadores decidieron no hablar con los periodistas y se fueron cuestionados.
Por Rodrigo Cabrera, Ezequiel Aranguiz, Marcos Cressi y Gianfranco Zanier
Luego de varias polémicas y una decisión tardía, el Comité Olímpico Internacional, al mando de Thomas Bach, decidió suspender los Juegos Olímpicos que iban a disputarse entre el 24 de julio y 9 de agosto. La expansión del COVID-19 (coronavirus) por todo el mundo, que está poniendo en riesgo la salud de todas las personas, hizo imposible que el evento deportivo más importante se pueda desarrollar este año. La resolución tardó en llegar, pero a pesar de las pérdidas económicas, primó la cordura para proteger no solo a los atletas, sino que a todo el mundo.
Suspensión de Juegos 2020
La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró como pandemia al COVID-19 el pasado 11 de marzo. A partir de ese día, varios países comenzaron a pedir la postergación de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, aunque, al principio, el Comité Olímpico Internacional (COI) se negaba. Luego del pedido del gobierno japonés, se decidió aplazar los Juegos hasta el verano del próximo año. Por primera vez después de 76 años, no se disputarán en la fecha establecida.
El COI eligió a Tokio como sede de los Juegos Olímpicos 2020 el 7 de septiembre de 2013 en Buenos Aires, luego de que la ciudad nipona superará a Estambul y Madrid en la elección. La capital japonesa volvería a organizarlos después de 56 años.
A partir de la pandemia del nuevo coronavirus, por segunda vez en su historia el país asiático no podrá organizar el evento en la fecha elegida. En 1938, Japón debió renunciar a la organización de la competición de 1940 debido al inicio de la Segunda Guerra Sino-Japonesa, conflicto bélico que enfrento al Imperio encabezado por el Emperador Hirohito con la República China.
La primera suspensión: Berlín 1916
En la decimocuarta Sesión del Comité Olímpico llevada a cabo en Estocolmo, Suecia, en 1912 se seleccionó a la capital alemana como sede de los Juegos Olímpicos a disputarse cuatro años más tarde. Iba a ser la sexta vez que la histórica competencia se desarrolle fuera de Grecia, país que la vio nacer.
Pero con Europa devastada a causa de la Primera Guerra Mundial, el COI decidió cancelar el evento. En 1914, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en el atentado de Sarajevo, detonó un conflicto que llevaba años gestándose. La Primera Guerra Mundial se convirtió en el centro de atención y preocupación de toda Europa.
El conflicto bélico entre la Triple Alianza, encabezada por Alemania, y la Triple Entente, conducida por Estados Unidos y Rusia, sacudió al viejo continente. El país germano fue uno de los más castigados por los bombardeos de la Triple Entente.
Por eso, el Comité Olímpico tomó una importante decisión: suspender los Juegos de Berlín 1916. Por primera vez en 14 siglos de historia, y tras 291 ediciones en la antigua Grecia y 5 en la Era Moderna, la cita más importante del deporte mundial no se celebró.
Los Juegos Olímpicos se volvieron a disputar en 1920, con el mundo nuevamente en paz. Y no fue hasta 1936, en la XI edición, que la capital alemana logró recibir la llama olímpica.
Las suspensiones de 1940 y 1944
Además de la edición de los Juegos de 1916 que debían disputarse en Berlín, hay dos más que fueron canceladas, también por un conflicto bélico, en este caso por la Segunda Guerra Mundial: la de 1940, que inicialmente se iba a realizar en Tokio –al igual que este año- pero luego se trasladó a Helsinki, Finlandia, y la de 1944, que iba a tener lugar en Londres, Reino Unido.
Durante los Juegos de 1936 que tuvieron lugar en Berlín, capital de la Alemania Nazi dominada por Adolf Hitler, en una de las más grandes muestras de que política y deporte si están relacionados, se eligió a Tokio como sede de la próxima cita olímpica. Pero el desencadenamiento de la Segunda Guerra Sino-Japonesa en 1937 echó por tierra esta decisión. Rápidamente se eligió a Helsinki como nueva sede. Y rápidamente otro conflicto armado impidió que se lleven a cabo: en este caso fue la Segunda Guerra Mundial y particularmente la Guerra de Invierno entre la Unión Soviética y Finlandia.
Cuatro años más tarde Londres iba a recibir a los deportistas de todo el mundo para la siguiente tirada olímpica. Pero la guerra ya se había expandido por todos los continentes y volvió a impedir que el mayor evento deportivo se pueda disputar.
La guerra finalizó un año más tarde, en 1945, y el Comité Olímpico Internacional (COI) en su primera reunión luego del enfrentamiento mundial mantuvo a Londres como sede de los próximos Juegos que se disputarían en 1948. Pero Helsinki y Tokio pudieron tener la oportunidad que se les había negado de ser los anfitriones olímpicos: en 1952 el certamen tuvo lugar en la capital finlandesa y para 1964 se pudieron desarrollar en la capital nipona.
Historia de los boicots
Se dispara la pistola olímpica y parten los corredores en la final de los 100 metros llanos de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Ya llegaron. La cámara se centra en el velocista norteamericano Justin Gatlin, que con su marca de 9,75 segundos se convierte en el nuevo campeón olímpico, pero alrededor del mundo, los millones de espectadores sienten que esa medalla de oro no vale nada porque el verdadero hombre más rápido del mundo es Usain Bolt, que no ha participado por el boicot que dictó su país contra los Juegos Olímpicos.
Este relato, que sin dudas no es real, fue algo muy común durante el siglo XX. Los Juegos Olímpicos, el evento deportivo más grande del mundo, fueron utilizados como herramienta política en repetidas ocasiones, por muchos países y siempre poniendo a los atletas en el último nivel de prioridad a la hora de tomar decisiones.
Sin embargo, este año y a raíz de la pandemia del coronavirus, Canadá y Australia (uno de los tres países que habían participado en todas las ediciones desde 1896) amenazaron con boicotear los Juegos de Tokio si estos no eran aplazados. En este caso primó la razón y la protección a los atletas, pero ¿cómo fueron los antecedentes?
El primer caso fue en Berlín 1936, cuando el Comité Olímpico de Irlanda decidió no presentarse debido a que las autoridades instaron a Irlanda y a Irlanda del Norte a competir juntos como una sola nación. Con el tiempo los boicots fueron cada vez más comunes y más grandes.
Veinte años más tarde se dio el primer boicot masivo con 29 países que decidieron no presentarse a los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 tras ser rechazado el pedido de suspender a Nueva Zelanda por haber enviado a su equipo de Rugby a jugar con Sudáfrica que en ese entonces estaba suspendido por el régimen segregacionista del Apartheid.
Las siguientes dos ediciones marcaron la historia de los Juegos Olímpicos. Durante la Guerra Fría, el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética, ambos países fueron anfitriones en ediciones consecutivas: Moscú 1980 y Los Ángeles 1984. En el primero 65 países acompañaron la decisión de Estados Unidos de no enviar atletas en protesta a la invasión militar soviética en Afganistán y otros 16 países acompañaron la decisión liberando a los atletas a competir con la bandera olímpica, convirtiéndose en el más grande sabotaje de la historia de los Juegos Olímpicos con la mayor cantidad de países invitados que no participaron y la menor cantidad de países participantes desde 1956.
A raíz de esto, la URSS decidió contraatacar en la siguiente edición y alegó que no podían garantizar la seguridad de los atletas por el “sentimiento chauvinista y la histeria anti-soviética” de los Estados Unidos. A esta decisión se sumaron otras 15 naciones con regímenes socialistas. De todos modos, el evento en Los Ángeles fue un completo éxito y marcó el récord de países participantes hasta el momento con 140 naciones.
La pelota, todos los días, nos cuenta historias inimaginables a partir de los actores que le dan movimiento en el campo de juego. Por un tiempito, tendremos que acostumbrarnos a tenerla ahí, guardadita, en el rincón de la pieza en la que, cuando éramos chicos, empezábamos a soñar con una carrera que culminaría con la alegría eterna de hacer aquello que viene por defecto en la idiosincrasia del argentino y del futbolero. El coronavirus no nos dejará ver a los pibes juntarse en la placita para armar un picado u observar atónitos cómo nuestra escuadra favorita convierte un gol que define un ascenso, un campeonato, y que nos funde con el otro en ese abrazo que, hoy, tampoco nos podemos dar. Pero los sueños, sueños son.
Ignacio Giampaoli, de 28 años, también quería jugar a la pelota. Tucumano de nacimiento, mediocampista de alma, arrancó en San Martín una carrera que lo llevaría a lugares recónditos y exóticos del planeta Tierra, a conocer culturas, y a demostrarse a sí mismo que si se quiere, se puede. Atrapado en Finlandia tras la imposición de la cuarentena en medio de las negociaciones por su pase a un equipo de la segunda división del país escandinavo, pasó por casi todos los continentes y hasta ganó un concurso que entre los jurados tenía al periodista Juan Pablo Varsky y a los exjugadores Diego Placente y Víctor Marchesini, para probar suerte en los Estados Unidos. Así lo cuenta un apasionado trotamundos que se animó a recibirse a distancia de ingeniero, mientras desarrollaba su amor por el fútbol.
-¿Cómo fue tu camino para convertirte en futbolista profesional?
-Yo, como cualquier otro chico en Argentina, lo único que tiene para divertirse y para entretenerse es una pelota de fútbol. Siempre quise ser futbolista, siempre quise ser profesional, pero imagínate que si ahora es difícil encontrar el camino para lograrlo, más aún era hace diez o quince años. No existía nada de lo que existe hoy, como internet, como los medios de comunicación, los videos, que filman todos los partidos. Prácticamente no tenía idea, por eso es que mi carrera empieza un poco tarde. Si bien yo hice inferiores en San Martín de Tucumán, iba y dejaba de jugar, más que nada por el colegio, yo estudiaba a la mañana y algunos días a la tarde; era muy difícil entrenar. La verdad es que no era constante, pero debo haber empezado a los doce años, estuve ahí y también en un club muy conocido de allá que se llama CEF 18, que es un centro de alto rendimiento, pero está inscrito en la liga de fútbol tucumana.
De muy chico tuve una experiencia de fútbol en Inglaterra, me llevaron del Bournemouth por unos meses a entrenar, aunque no llegué a jugar. Los jugadores eran de un nivel increíble, la verdad, fue muy bueno pero muy corto. A los 18 años vi que no se me daba, no pasaba nada, y cuando terminé el colegio tenía que decidir si estudiar o jugar al fútbol. Es una edad en la que uno está pensando en otra cosa, más que en sacrificarse, uno nunca quiere dejar todo lo que es la adolescencia de lado para jugar cuando no hay ninguna garantía. Yo decidí estudiar, empecé ingeniería en informática, y además prácticamente no entrenaba, estaba en otra, quería salir de fiesta y disfrutar con mis amigos, y esa era mi única mentalidad. Hubo tres años en los que prácticamente no toqué una pelota, y eso que es la edad clave para un futbolista; haber perdido toda esa etapa simplemente por estudiar. Mi familia siempre me ha apoyado con el fútbol, pero querían que estudiara. De todas formas fue una decisión mía.
-¿Y cuándo fue que te picó el bichito del fútbol otra vez?
A los 21 años me vuelve a agarrar la obsesión por jugar, las ganas, el deseo. Siempre había estado trabajando mientras estudiaba, juntaba un poco de plata. Y me dije: me tengo que ir a Buenos Aires, porque acá solo tenés San Martín y Atlético. Las posibilidades estaban agotadas. Al haber más cantidad de clubes, quizás había más chances. Pero lo mismo, hay muchísimos jugadores, yo ni sabía dónde iba a vivir, no sabía a qué club iba a ir. Eso sí, formaba parte de un grupo de jugadores libres que entrenaban ahí, hay un grupo de entrenadores que lo hacen todos los días, como si estuvieses en un club, y hay amistosos los fines de semana. Mientras hacía eso, esperaba alguna prueba. Me mandé y empecé a conseguir, uno llamaba a los clubes, me iba caminando a pedirles que por favor me probaran. Era imposible, no existís.
En Argentina el ambiente es muy difícil, la gente que maneja el fútbol menosprecia a los jugadores, si no debutaste como profesional prácticamente ni te miran. Realmente sentía que no había oportunidades. Fui a Villa Dálmine, a Atlanta, a Liniers, a Muñiz, pero te veían diez minutos y te decían que no. Siempre sentí que me fui de Buenos Aires sin tener la oportunidad de haber tenido una prueba real, donde me evalúen realmente.
-Pronto te llegó la oportunidad de arribar a los Estados Unidos gracias a un concurso. ¿Cómo te enteraste de que se iba a realizar?
-Con el equipo de jugadores libres jugábamos un campeonato y aparece un agente de Gatorade, que hacía un evento (entre los jurados estaban Juan Pablo Varksy, el árbitro Horacio Elizondo y los exfutbolistas Diego Placente y Víctor Marchesini) y donde seleccionaba jugadores de todo Buenos Aires, amateurs y de las ligas menores. Iban a ser los treinta mejores. Te llevaban a Casa Amarilla y en el complejo, de los treinta, se quedaban con tres. Nos iban a mandar a Estados Unidos a entrenar como profesionales en un club. Me fue muy bien, quedé. Ya el nivel era buenísimo, y fuimos allá con todo pago a un club de cuarta división, semiprofesional. El club se llama IMG Academy, pero tiene un predio similar al de Ezeiza, una cosa increíble. Dormís ahí, comés ahí, vivís ahí. Hay dos gimnasios, diez canchas de fútbol. Tiene varios deportes más. Allá se manejan así, todo de primer nivel. El concurso estaba arreglado para un mes, y era fuera de temporada. No sirvió de mucho como para jugar en una competencia, pero sí por la experiencia, porque ya tenía un poco más de carrera y de renombre. No era tan descartable.
Consigo, también, a partir de unas pruebas abiertas en Los Ángeles Galaxy, que me inviten a la pretemporada con el primer equipo de la reserva, que juega en la segunda división. Ahí entrenábamos incluso con el equipo de la MLS; en ese momento estaban Ashley Cole y el mexicano que había jugado en el Barcelona, Jonathan dos Santos. Lamentablemente no había sido suficiente para lo que buscaban ellos y no me ofrecieron contrato para la temporada, tuve que volverme a Argentina.
-¿Cuánto juega la cabeza a la hora de tomar la decisión de continuar intentando?
-Es muy difícil, porque cada oportunidad se iba presentando de una manera distinta y rarísima. Uno, cuando lo está buscando, surge. Cuando uno lo piensa demasiado, no aparecen las chances. Miles me dijeron que no a hacer una prueba. La de Los Angeles la encuentro por Internet; salvando las distancias, para mí era como si viniera Boca, la cantidad de jugadores que había era inmensa. Yo dije: vamos a ver qué pasa. De los 2500 que debe haber habido, quedamos yo y un par más. Nos pasaban a buscar con una Traffic en un hotel pagado por ellos y nos llevaban al complejo.
-¿Cómo viviste la etapa en la cual tuviste que estudiar para la carrera de ingeniería informática y ser jugador al mismo tiempo?
-Uno de los desafíos más grandes de mi carrera como futbolista fue recibirme de ingeniero. Yo no quería, pero por momentos no tenía otra opción. Mi único consuelo de no encontrar club y de volver frustrado era decir: voy a estudiar. Mientras no jugué al fútbol avancé muchísimo, los primeros tres años. Cuando estuve seis meses en Buenos Aires no sabía qué hacer. Volvía a Tucumán, estudiaba lo que restaba del año, aprobaba un par de materias, pero la pasión volvía a tirar. Yo quería jugar. Sentía que estudiar era estar en el lugar incorrecto. Pero si no surgía nada yo lo necesitaba, así como trabajar, si aparecía alguna prueba tener algo de plata para poder moverme. Además de todo eso tuve muchísima ayuda de mis padres, fue muy importante.
Me iba de vuelta, volvía y estudiaba dos o tres meses más. Yo cargaba con eso. Cuando estaba en Australia yo quería quedarme, pero arreglé irme desde agosto hasta diciembre para avanzar la facultad y volver para el comienzo de la temporada en febrero. El tema es que cuando tenía todos los pasajes comprados para retornar a Oceanía, el club me dijo que ya no tenían más lugar para mí por el cupo de extranjeros. Fue una de las experiencias que perdí por avanzar en la carrera.
-El periplo te llevó a Oceanía, ¿costó llegar allá? ¿Cómo es el nivel de la liga de Nueva Zelanda, la última en la que participaste?
-En 2017 juego en Australia, en un club que se llama Weston Workers. En 2018 vuelvo a Estados Unidos, a un club de cuarta división, pero el año pasado es cuando voy de nuevo a Australia y marco realmente la diferencia en segunda división. Ahí sí logro armarme un video, como para poder mandarlo a distintos lugares, y me contestaron un par de Nueva Zelanda. A través mío, sin ningún representante, así es como llegué. Después de uno o dos entrenamientos llego a prueba por dos semanas, pero al segundo día ya me ofrecieron contrato. Estuve en la primera división, que es profesional.
El nivel es muy bueno en cuanto a los extranjeros, más que nada, se puede tener cinco por equipo. El neozelandés en sí, no es tan bueno, le falta mejorar un poco en la toma de decisiones, pero físicamente es potente. Son fuertes, altos, rápidos, pero no tienen la creatividad ni la picardía del sudamericano; son más mecánicos que inteligentes. Contratan mucho de Inglaterra, hay chilenos, cinco argentinos. Los que vienen de afuera son los que hacen la diferencia. Hay dos equipos que son superlativos, que sacan diferencia: Auckland City y Team Wellington. Tienen mayor poder y mejor economía. Es difícil para los clubes menores como el mío –Hamilton Wanderers- llevar futbolistas de jerarquía. Pero se juega de igual a igual. Tenía compañeros que han jugado el Mundial de Clubes, rivales, porque acá clasificás a la Champions de Oceanía y el campeón la juega. Estar rodeado de esas personas te hace ver que sí, que se puede. Si él estuvo, uno también podría tras una larga carrera y un largo recorrido, siempre se tienen las ambiciones de seguir creciendo.
-¿Cómo es el público allá? ¿El fútbol es masivo?
-No hay hinchas, hay simpatizantes, porque los clubes son casi todos de ciudad y de comunidades. Hay familias que apoyan, los hijos juegan, clubes de barrio con estatus de profesionales. Un partido en donde va mucha gente hay 500 personas, en uno normal pueden ir entre 50 y 200. Es muy menor el fútbol, pero el rugby es muchísimo más grande. Hacen mucho deporte, de todas formas. Tampoco los clubes tienen tanta plata y generan tanto. Se conocen todos con todos, termina el partido y nos juntamos con la comunidad para conversar en el club, comiendo.
-¿Cómo los sorprendió el coronavirus? ¿Qué pasó con la liga? En el medio, estabas a punto de firmar contrato con un club finlandés.
-Nosotros estábamos entrenando y quedaban dos fechas para terminar la liga. Lo que quedaba, decidieron suspenderlo apenas se agravó la situación y al equipo que iba puntero se lo declaró campeón. Se paró antes para evitar cualquier tipo de problemas. En el medio yo tenía una oferta para jugar en Finlandia, y viajé. El tema no había explotado tanto y llegué allá sin ningún tipo de problemas hace tres semanas. A los dos días también cancelaron el fútbol y ahora estoy atrapado en Finlandia. La gente allá no sale y hay que hacer cuarentena obligatoria, los súper están complicados porque la gente se amontona en la puerta y compran mucho de higiene personal. No se puede salir. El campeonato que se juega en Nueva Zelanda de abril a septiembre no se iba a jugar.
-¿Qué diferencias y similitudes encontrás con el fútbol argentino en tu estadía en Oceanía?
-La liga neozelandesa está en desarrollo y va a crecer bastante, pero cada equipo trabaja distinto. Nuestro club tenía sub-20 y sub-15, y eso es muy corto. 30 jugadores por categoría. En Argentina tenés muchísimo más, de todas las edades. Allá no hay abundancia. Los clubes son muy trabajadores, el sistema está bien preparado, bien organizado. No son orgullosos los neozelandeses, son humildes. Ves lo que es Argentina, creen todos que son los mejores, la Superliga no va a existir más, los jugadores son cada vez mejores pero el sistema es peor. Ya no sé si es AFA o cómo funciona, pero lo gerencial es un desastre.
Hay cosas que pasan y que son imposibles de esquivar. No se sabe cómo ni por qué, simplemente pasan. Hablar de cáncer infantil es poco común entre los niños y la mayoría no tiene idea de lo que es. Por eso cuando un chico padece esta enfermedad, los adultos, a menudo, no saben cómo tratar el tema.
Hace ocho años, la vida de la familia Hersztenkraut cambió. Fue cuando se enteraron de que Nicolás, el hijo menor, padecía esta patología. “A mi mamá le surgió la idea al ver que la enfermedad fue avanzando y Nico debió cambiarse de escuela porque el colegio al que iba no pudo adaptarse y él no pudo estar contenido ahí”, cuenta Diego, uno de sus hermanos.
“Ella se dio cuenta de que no había ningún material, ningún libro, no había forma de que los chicos supieran qué es el cáncer infantil y cómo ayudar al niño que está enfermo. Tampoco en los hospitales hay forma de ayudar. La familia no sabe cómo hacer”, añade Diego.
La familia Hersztenkraut no sabía cómo reaccionar ante la situación ni cómo les iban a contar a los compañeros de colegio, de solo ocho años, que Nico tenía cáncer. Entonces Karina Escandarani, la madre, decidió junto a Vanesa Fridman, maestra de enseñanza primaria y licenciada en psicopedagogía, y Marisa Ludmer, licenciada en psicología, escribir el libro: Ache, abrazo compartido.
“Se trata de un proyecto que intenta acompañar a través de la lectura a los chicos enfermos y su entorno para llegar a lugares profundos del alma, generando preguntas, pensamientos y reflexiones. Es la historia de un niño y sus amigos, teniendo que atravesar la noticia de una enfermedad que nunca imaginaron que iba a pasar”, explican las autoras en la página oficial de Conta con Ache.
El libro está dirigido a niños y niñas de entre 7 y 12 años, y debe ser utilizado en compañía de los adultos que los sostienen y orientan. Se entrega en forma gratuita a familias, amigos y profesionales que estén acompañando a un niño enfermo. Pueden solicitarlo a través del sitio web de Ache, a través del cual también se pueden comprar ejemplares. La idea es que también llegue a escuelas, hospitales, bibliotecas y a todos los lugares en que pueda ser útil.
Antes de que el libro fuera publicado, Diego tuvo la posibilidad de leerlo. “Para mí, fue algo shockeante. Me acuerdo que la primera vez no sabía si me había gustado o no porque sentí que era muy fuerte. Pero después de varias leídas me di cuenta de que era una enseñanza que nos dejó mi hermano y seguramente a muchas familias les sirva para acompañar el proceso”.
El proyecto se sostiene a través de donaciones y eventos. A medida que se va obteniendo el dinero, se van imprimiendo los ejemplares. El libro, además, se tradujo al inglés y al hebreo debido a que fue pedido desde Israel, España y Estados Unidos. También es posible donar un libro y entregarlo en algún lugar.
Diego se encarga de organizar eventos y de buscar organizaciones sociales que ayuden a que Ache, abrazo compartido pueda llegar a más personas. “La difusión es lo más difícil. Trato de buscar gente popular para que suba fotos a sus redes sociales y así las personas se enteren de que existe el libro”, explica.
Para eso, el fútbol, una de las pasiones de Nico, le dio una gran mano. Después de disputar un partido contra Deportivo Riestra por el torneo de la Primera Nacional el 5 de noviembre de 2019, el equipo de Tigre desplegó una bandera con la leyenda “Ache, abrazo compartido”. No fue la única institución que se sumó a la campaña: en un partido que Atlanta, el club del que es hincha toda la familia Hersztenkraut, disputó el año pasado, varios chicos que padecían cáncer salieron a la cancha con los jugadores. “También desde Vélez nos invitaron a un proyecto para que pusieramos los libros. Muchos niños y adultos se acercaban a verlo y lo leían”, contó Diego.
Con tan solo diez años, Nico dejó una huella muy grande en todos sus seres queridos. Todos los que lo conocieron saben que él estaría orgulloso del libro y se sentiría feliz de ver todo lo aprendieron de él.
Nico era un fanático del fútbol y de Atlanta, una pasión que le había sido inculcada por su padre, Edgardo. Su hermano Diego asegura: “La historias conmovedoras que tenemos con el club son algo increíble. El fútbol saca adelante a muchos chicos, es una realidad”. Para graficarlo, recuerda un hecho que ocurrió el 7 de abril de 2012, cuando el Bohemio le ganó 1 a 0 a River por el torneo de la Primera B Nacional.
“A mi hermano le habían diagnosticado que estaba muy mal y hacía más de tres meses que estaba acostado en una cama de internación, por lo que era muy difícil que se recuperara del coma en que estaba”, cuenta. Pero cuando el mediocampista Fernando Lorefice marcó el gol del triunfo, Nico se levantó. “Fue algo increíble, nosotros no lo podíamos creer”, expresa. Ese día los médicos determinaron que Nico entendía lo que estaba pasando a su alrededor.
Diego recuerda que muchos jugadores de Atlanta iban a visitar a su hermano y eso era muy lindo para él. El arquero suplente de ese momento, Rodrigo Llinás, fue uno de ellos y le dejó una remera del club, que estuvo colgada en la sala mientras estaba internado. Más allá del regalo, tuvieron un diálogo muy especial: “Nuestro próximo encuentro va a ser dentro de una cancha y vos vas a venir a buscarme”, le dijo Llinás.
Después de un tiempo, el arquero perdió contacto con la familia y no sabía cómo había resultado la operación. Hasta que el 23 de febrero de 2013, en el partido que Atlanta le ganó 1 a 0 a Colegiales por el torneo de la B Metropolitana, se reencontraron.
“Se había cumplido lo que habíamos soñado los dos, Nicolás había vuelto a la cancha”, contó ese día Llinás sobre ese encuentro lleno de sensaciones para ambos. Nico sonreía y se mostraba contento por pisar el campo de juego de su club y el arquero no pudo contener sus lágrimas por la felicidad que tenía de volver a ver al chico.
“El deporte ayuda mucho en estas situaciones, por eso está muy involucrado en el libro”, asegura Diego.
“La pelota de duelo”; “¿Por qué?”; “Se suicidó el jugador de San Lorenzo Mirko Saric”.
Distintos diarios, de disímiles líneas editoriales, le daban espacio en su portada a la misma fúnebre noticia que consternó al ambiente del fútbol. Más poético, más reflexivo, más informativo. Todo refería a lo mismo, pero nada podía restituir la vida de Mirko Saric, mediocampista central de San Lorenzo que un día como hoy, pero hace 20 años, decidió quitarse la vida en la habitación de su casa, ubicada en el barrio porteño de Flores.
“Jugaba, había firmado contrato, fachero, familia de bien, todo perfecto. Se me sienta, me mira y me dice ‘te quiero decir que no le encuentro sentido a la vida’”. Cuando el joven de 21 años y metro noventa ingresó a la habitación de Oscar Ruggeri, director técnico del Ciclón, éste pensó que le iba a comentar sobre algunas inquietudes tácticas… pero no fue así.
La leyenda cuenta que el fundador del budismo, Buda Gautama, afirmaba que “ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos”, así como que uno puede optar por el camino del sufrimiento o no, porque el dolor es insoslayable. El chico de ascendencia croata estaba vacío, lo había anticipado. En su corta carrera ya había experimentado un esguince de tobillo y una rotura en el ligamento cruzado anterior de su rodilla derecha, que en el momento de la trágica noticia aún surtía efectos, pues le quedaban tres meses de inactividad. Por si fuera poco, hace un año se había enterado que su hijo de dos meses no era suyo por una prueba de ADN que dio negativa.
Tantos flashes para una persona tan frágil. Mima, una de sus dos hermanas, aseguró que el pozo depresivo de Mirko estaba ligado en gran medida a todas las presiones que conllevaba ser un futbolista profesional. “No aguantaba la presión de jugar al fútbol en Primera y le molestaba hasta lo que le gritaban de la tribuna”. También reveló que no tomaba lo recetado por su psiquiatra por temor a dar positivo en un control antidoping. Los dirigentes lo cotizaron en diez millones de dólares, los medios y los hinchas lo comparaban con Fernando Redondo por su manera de jugar. Jugar. “Sólo quiero estar tranquilo y jugar al fútbol”, comentó una vez el “5” al pasar.
“A Mirko le molestaba mucho lo que decían de él, lo que se mentía. Tenía los ideales muy marcados. No podía entender la maldad de la gente. Se ponía muy mal cuando la gente lo insultaba en la cancha. Lo afectaba mucho la crueldad, la mentira, los inventos, sufría mucho por todo eso. Una vez chocó con el auto y el tipo (con el que chocó) le quiso hacer lío, y todo eso lo afectaba hasta lo más mínimo. Se hacía demasiado problema por todo”. Así definió un rasgo marcado de su personalidad Martín, su hermano, en ese entonces jugador de Sportivo Luqueño. Lo esperaba el jueves en Paraguay (San Lorenzo jugaba contra Cerro Porteño, aunque finalmente Mirko no fue citado), pero el martes el plan se irrumpió.
En una entrevista publicada ayer en Infobae, Ivana, su madre, reveló los lúgubres augurios que tenía respecto a la vida de su hijo: “La noche anterior no podía dormir. Lo desperté a mi marido y le dije: ’Llamemos al doctor porque a Mirko no lo veo bien’. Yo sabía que no estaba tomando la medicación, pero esa noche antes de irme a acostar le dije: ‘Mirko, todo tiene solución en la vida menos la muerte’. ¿Sabés que me contestó?: ‘¿Acaso sos bruja que me leés la mente?’”.
En la cancha fue un fiel defensor del fútbol vistoso. “No me gusta tirarme a los pies, lo mío es el toque”. Nadie es inmune a sus propios sentimientos. Y Saric no pudo aplacar todos los que hubiese querido. “San Lorenzo perdió a un hijo”, rezaba el comunicado oficial de su club, emitido el 4 de abril del 2000. Lo perdió el fútbol, hace 20 años.
* En el país existe el Centro de Asistencia al Suicida Buenos Aires. Cualquier persona en crisis puede llamar confidencialmente marcando 135 (línea gratuita) o al (011) 5275-1135 las 24 horas del día. Está también el Centro de Atención al Familiar del suicida (CAFS): Tel. (011) 4758-2554 (cafs_ar@yahoo.com.ar – www.familiardesuicida.com.ar).
Sergio “Maravilla” Martínez es un detallista en su totalidad. Pero es aún más perfeccionista. Recuerda las fechas de todas sus peleas. Afirma que son importantes y que es imposible no retenerlas en la memoria. Recomienda que, para cumplir los sueños, hay que fijarse objetivos y, sobre todo, tener actitud. Siempre quiere ganar y alguna vez se definió como esclavo de la obsesión por ser el mejor de todos e, incluso, más obsesivo que Marcelo “El Loco” Bielsa. ¿Por qué peleaba con la guardia baja? Él lo explica y asegura que es simple, aunque no fácil: “La guardia no son las manos, sino que está en la mente y en el manejo de piernas. La idea mía estaba basada en lograr robarle al rival tiempo y distancia. Yo te quito tiempo y distancia y te peleo con las manos en los bolsillos”. Simple. Lo dice enérgico y rebosante de la experiencia que sus 45 años le han dotado.
El argentino hace movimientos con los brazos, chasquea los dedos, golpea un puño de una mano con la palma de la otra como si le pegara con una masa al tieso cemento. Se mete en la interpretación, habla con emoción, fiel a su papel a la hora de dar charlas motivacionales. “Lo menos importante en el boxeo son los golpes —continúa Maravilla mientras hace analogías con el fútbol, como si fuese Pep Guardiola, y con el básquet, a lo Gregg Popovich, para definir que lo más importante es la defensa—. Bajo las manos porque estoy haciendo otro trabajo. Cuando tenía la guardia baja estaba a dos metros cincuenta de mi rival porque soy zurdo y de Quilmes, pero no boludo. Y cuando estaba a medio metro era el tipo con la guardia más cerrada del mundo”, define.
“El riesgo real del boxeo no es cuando a uno lo atacan, sino que viene cuando uno quiere atacar. Ese es el momento más delicado”, revela en su clase deluxe. Esto, confiesa, le facilitaba el plan, la táctica y la estrategia porque tenía que basarse en la defensa y en la exposición del rival. “Cada vez que queremos golpear, sufrimos un microsegundo de estrés. Entonces voy a darle todo el trabajo del mundo (al contrincante) para que se estrese, para que le pese el doble. Y después, en el quinto o sexto asalto, comienzo a trabajar yo”, cierra el campeón mundial, el hombre que nunca dejará de ser boxeador.
Inicios
Maravilla no tenía la plata que suelen poseer los boxeadores. Con solo 10 pesos, en el 2000 se tenía que arreglar para ir y volver a la Federación a entrenarse, sin importar que ya era campeón argentino y latino de welter (64 a 67 kg). “No me alcanzaba para comprar ni una botella de agua”, reprocha acerca de esas épocas y en febrero del 2002 (en plena crisis económica en el país) se fue a Madrid con un pasaje solo de ida -pagado con plata prestada- y en busca de un anhelo: triunfar en su deporte.
La decisión de irse a España radicó en un simple y contundente argumento: el idioma. Igualmente, el argentino no se privó de conocer otros países como Francia e Italia. Cuando llegó a la capital se dio cuenta de que había perdido todas sus pertenencias (entre ellas una agenda con muchos números telefónicos) en el vuelo desde Roma hasta allí. Se las habían robado. Tras pasar unos días sin saber qué hacer en el hotel Las Vegas, el quilmeño encontró en un bolsillo de su pantalón el contacto de Pablo Sarmiento, excampeón argentino, que estaba radicado por esos pagos hacía un tiempo ya. Lo llamó y consiguió que lo invitaran a un gimnasio en donde el hermano, Gabriel, lo estaba entrenando. Él fue quien le consiguió a Martínez un departamento en Guadalajara, ciudad a 50 minutos en auto de Madrid, y un puesto de trabajo como seguridad en la puerta de un bar.
“No tenía papeles”, es la frase que marca cómo vivía el púgil previo al salto al ring y por la cual alguna vez estuvo detenido en el extranjero. Tuvo cinco empleos porque solo así podía comer. Fue patovica, pero también lavó copas y baños vomitados de bares nocturnos madrileños. Por si fuera poco, dio clases en tres gimnasios distintos. “Había domingos que iba a Cáritas y pedía alimento con los mendigos”, recordó el excampeón del mundo.
Una dura noche en Manchester
Suena el teléfono del gimnasio.
—¿Señor Martínez?
—Él habla
—Tenemos un combate mundialista para ofrecer y usted cumple con los requisitos
—Acepto
—Pero no le he dicho el día, ni contra quién ni en dónde
—No importa
La llamada fue un jueves a las tres de la tarde. El 12 de junio de 2003. Sergio estaba en la provincia de Guadalajara haciendo malabares para pagar el alquiler de la pensión en la que estaba. Esperaba la oportunidad y no dudó. Debería pelear nueve días más tarde en el Reino Unido: Mánchester lo esperaba.
Venía de un mes sin hacer boxeo por una lesión en su mano izquierda. Pero eso no lo paró. Comenzó a anotar los días que le quedaban para entrenar y estableció los horarios: cinco de la tarde, nueve de la noche y una de la madrugada. Estaba sin plata y no comía bien. Su estado físico no era el mejor y le pidió a un conocido un suplemento para llegar con aire a pelear.
Viajó primero a Londres, un domingo, con el padre de su entrenador Pablo Sarmiento. Estuvo un día en la capital de Inglaterra para realizarse las revisaciones médicas correspondientes y luego se dirigió al hotel en Manchester. Nadie lo esperaba. Debía rebuscárselas para conseguir comida en iglesias. Ni siquiera tenía dónde entrenar. Pero se repetía en su cabeza como un mantra que la vida se trata de hacer extraordinarias las pequeñas cosas del día a día.
—Ustedes me van a dar un gimnasio porque es su obligación—, les exigió Sergio (algo poco habitual en él) a los organizadores de la pelea.
Pidió indicaciones para llegar al simple gimnasio con pesas y máquinas, no uno de boxeo. De camino, encontró un cable enrollado en el suelo. Se lo guardó y pensó que le podía servir. Acertó: ató un extremo a una columna y el otro lo sostenía su improvisado entrenador. Llevó adelante 12 rounds de cintura. No tenía bolsa, ring ni guantes. Pero estaba ahí.
Llegó la conferencia de prensa y en ese momento conoció a su rival. El grandote de tez morena Richard Williams era más grande que él. Lo miró con furia. Quería destrozarlo. No era nada personal y Sergio no solía tener esos pensamientos. Saltó de su silla para golpearlo y las autoridades lo pararon. Lo insultó en castellano e inglés. Dejó de imaginar y volvió a la realidad.
Sábado 21 de junio. Día del combate por el título de la Organización Internacional de Boxeo (IBO, por su siglas en inglés). Pero antes, a las tres y media de la tarde, el padre de Sergio llegó a Manchester. Hacía un año, dos meses y veintiún días que no lo veía. Lo abrazó, lloró y moqueó un rato. No sabía de qué manera había llegado. Hugo, un trabajador de Claypole, hizo magia para estar presente. Eso precisaba su hijo para tener la fortaleza necesaria para no desprenderse del título.
Manchester Arena lleno. Ningún visitante gana en ese ring. Faltaban cinco minutos para las nueve de la noche. Williams tenía pantalón rojo con destellos blancos en los bordes inferiores y dos líneas del mismo color a los costados y botas negras. Sergio, en cambio, estaba usando uno azul con una inscripción en el centro a la altura de la cintura: “Maravilla”.
En los primeros tres rounds, Williams le rompió la nariz en mil pedazos, la zona izquierda de la mandíbula y los dientes de arriba, que parecían un piano roto. Los pulgares y el meñique de la mano zurda del argentino se salvaron. Las demás falanges, rotas. Un bucal barato que compró en una farmacia le estaba cortando las encías. Luego se enteraría que esas lastimaduras precisarían 200 puntos.
En el tercer asalto tiró una combinación de izquierda y derecha poco fructífera. Quedó desprotegido y una mano derecha impactó de lleno en su cara. Cayó sobre una esquina. Se levantó, apoyó los brazos sobre las cuerdas, tomó aire, esperó una eternidad de dos segundos mirando al suelo pero sin observarlo, alargando lo máximo posible su siguiente acción. Miró a la izquierda. Estaba su padre. Jamás en la vida había sentido tanta vergüenza. Pero estaba en pie, y Williams lo sentía.
Acomodó el plan y comenzó a boxear a su distancia. Guardia baja y danzando en el ring de lado a lado, ligero como el aire. Provocaba y ganaba el duelo psicológico. Metió un derechazo por un espacio minúsculo. Golpeaba bien. No así el inglés.
—¡Oh, look at the jabs landed!—, se impresionaron los relatores.
Se referían a los jabs de cada uno al finalizar el quinto asalto: cinco de Williams contra cuarenta y uno de Martínez.
En el inicio de cada round, el argentino salía primero y a toda velocidad. Llegó el séptimo. Faltaban 23 segundos para finalizarlo cuando el británico tiró un gancho de izquierda y le rompió las costillas del lado derecho a Sergio. Se escuchó el crujido. El árbitro paró la pelea. Maravilla tomó aire y se recuperó. No podía tirar la toalla.
En el onceavo lo rozó un zurdazo y cayó de nuevo, pero fue por un resbalón al pisar mal. Se levantó riendo y continuó la batalla.
Último asalto. Williams recibió por cualquier sitio. Se tambaleó por el cuadrilátero tirando piñas a cualquier lugar con la cabeza hacia abajo como si hubiese tomado una botella entera de whisky. Su único soporte eran las cuerdas. Cayó al suelo. Se levantó. Sergio lo golpeó como a un muñeco porque sabía que su vida dependía de eso. Derecha, izquierda, gancho, directos, lo persiguió por todos lados y sonó la campana.
El argentino volvió su esquina enérgico. El inglés casi pidiendo ayuda. Llegó el fallo de los jueces mientras los pugilistas aguardaban a ambos lados del árbitro: 115 a 110, 115 a 112 y 116 a 110. Unánime. Sergio Gabriel Martínez, campeón.
“Esa es la pelea en la que me recuerdo como boxeador”, afirma.
El bullying
De chico se burlaban de sus orejas grandes y de su nombre. Le decían “el mudo” o “el raro” del barrio. Siempre fue “lo más cobarde que hay” y por eso le solían pegar en las esquinas. Sufrió bullying, pero hoy dice que esa problemática tiene algo fantástico: “Crea guerreros”.
“El bullying —afirma Maravilla— en realidad es un tema que nace en los grandes, no en los chicos. Hay que ver qué pasa en la casa”. Pone como ejemplo a personas que cambiaron su entorno luego de padecerlo: Cristiano Ronaldo, Robert De Niro, Al Pacino, Madonna, Lady Gaga, Michael Jackson. “Algunos se quedan en el camino, pero los que lo soportan van a querer luchar para cambiar el mundo en el que viven, porque hoy el mundo es hostil. Me pasó a mí: quería cambiar el mundo porque me cagaban a palos en todos lados”.
“¿Qué es lo que pasa —se pregunta— con la gente que lo ejerce? A los malotes del barrio los veo ahora y entre 15 y 20 pibes no juntan seis dientes con suerte. Están hechos mierda, destruidos”. Lo relata sentida y tranquilamente, sin rencor, como si quisiera ayudar a entender qué es lo que pasa. “Esa gente no quiso cambiar porque vivían en un mundo en el que ellos dominaban y controlaban todo. Hasta que la vida se te va, se te acaba”.
En el boxeo encontró seguridad y confianza. Buscó en algún recoveco de su interior a su personalidad, a la que mejor se asentara en la sociedad. Pero todo tiene un por qué. En la infancia de Maravilla ocurrió un hecho que lo marcó: a sus nueve años, su padre, Hugo, pidió ayuda en su hogar para mover una mesa pero con la condición de que quién le diera una mano fuera “un chico fuerte”. Cuando Sergio fue a colaborar, su papá lo inhabilitó porque no cumplía con esa característica y en su lugar fue su hermano, de mismo nombre que el progenitor, quien solucionó la cuestión. Ese fue el momento en el que el futuro campeón del mundo “nació”.
Maravilla buscó y encontró una personalidad que pudiese dejar algo y que le sirviese a alguien. Y así fue como en el 2011 le sirvió a Alycia Mc Clain, una estadounidense de 13 años que sufría lo mismo que su ídolo. Fue víctima de un grupo de bullies -personas que dañan al prójimo- que le provocaron daños psicológicos y causaron que quisiera suicidarse. En su depresión descubrió al boxeador argentino, quien le reservó un par de entradas en primera fila para que viera el combate en el que el quilmeño venció al ucraniano Sergiy Dzinziruk en el octavo asalto por nocaut técnico, luego de que Monique, la madre de la niña, le hiciera saber del caso. Fue el 12 de marzo de ese año en el Resort Casino de Mashantucket (Connecticut). Esa vez, Maravilla afirmó: “Si la popularidad no sirve para ayudar a los demás, realmente no sirve de nada”.
La pelea de su vida
El 2012 empezó de maravilla para Martínez porque en marzo ya había vencido por nocaut técnico al irlandés Matthew Macklin, previo a que empezara el 12° round, en el Madison Square Garden, Nueva York. Sin embargo, él buscaba más. Quería recuperar el título que había perdido, por escritorio, contra el mexicano Julio César Chávez Junior. Hubo mucha pica previo a la gran confrontación. “Dijeron que él firmó, pero a mi nunca me llegó la copia del contrato”, denunciaba el Mudo y sembraba dudas sobre la transparencia que el Consejo Mundial de Boxeo (CMB) manejaba (sin olvidar que fue el mismo organismo que le quitó el título y luego se lo otorgó al hijo de Julio César Chávez).
En el 2012 Maravilla Martínez venció a Julio César Chávez Jr y se quedó con el título mundial de peso mediano.
El 15 de septiembre, el Thomas & Mack Center de Las Vegas se llenó de argentinos y mexicanos (19.000 entradas vendidas) que vivieron el auge de la carrera de Sergio Martínez. A los 37 años, hizo una pelea excelsa durante los once rounds, a manos bajas y midiendo la distancia con las piernas, como de costumbre. Sin embargo, los últimos 3 minutos serán recordados como la escena más dramática de la película. “Lo fui a buscar porque ya le había ganado en técnica y estrategia, quería demostrar que tenía agallas”, admitió Sergio años después. El relator de boxeo, Walter Nelson, inmortalizó una frase, cuando faltaba un minuto y dos segundos, que perdurará en las generaciones: “¡Salí de ahí, Maravilla!”, en un grito desgarrador, como si le estuvieran pegando a un ser querido y fuese el mismo Nelson el que buscase lo mejor para su compatriota. Dos veces cayó sobre la lona Martínez -una de esas por una resbalada- y por ende no le descontaron puntos al quilmeño. Fue capaz de levantarse y seguir fiel a su estilo, con guapeza para terminar el combate.
Los jueces Adelaide Byrd y Dave Moretti le dieron los primeros 11 rounds al argentino y un 10-8 en el último a favor del mexicano, dando la suma de 118-109 para Maravilla. Por su parte, el sudafricano Stanley Christodoulou marcó que Chávez Jr. había ganado el sexto round también. Esto último no pesó para privarle a Sergio Martínez consagrarse campeón de pesos mediano del Consejo Mundial de Boxeo.
Argentina estuvo paralizada como si fuera un partido clave de la Selección de fútbol. La pelea tuvo 41.6 puntos de rating si se suman los números de la TV Pública (27.6) y de Tyc Sports (14). Más de 4.200.000 televisores estuvieron encendidos a la hora del combate. Las actividades en los clubes de boxeo locales aumentaron un 50%, tanto las masculinas como femeninas, y se abrieron gimnasios en el país para cumplir con la demanda de los jóvenes.
No fue gratis, a nivel físico, para el campeón el encuentro. Sufrió, entre el cuarto y sexto asalto, fracturas en su mano izquierda y, en su caída en el último round, se rompió los ligamentos de la rodilla derecha.
El actor
A Maravilla cada día le disgusta más lo que rodea al boxeo. Le hierve la sangre. Él no espera que los promotores resuelvan todos los problemas, solo pide por un poco de justicia. “No puede ser que un hombre de traje gane más que quien deja la vida en el ring”, se queja. Tampoco se banca a los paparazzi, aunque sabe que están haciendo su trabajo. Afirma que hay un poco de mala leche por parte de la gente que maneja los medios. “Entonces, lo que no se puede conseguir, se destruye: te bajan”, afirma Martínez. Hasta sufrió tres ataques de pánico —dos en Argentina— por la vorágine que crea la “fama”.
Habla también de los “amigos del campeón” y cuenta que cuando le ganó a Julio César Chávez Jr. tenía 1060 mensajes y llamadas. Prendió el celular y caían de a uno. Cuando perdió con Miguel Ángel Cotto tenía solo cuatro llamados: tres eran de su madre.
Pero se asqueó de ese ambiente y alrededor de 2011 ó 2012 descubrió su faceta artística en España con el stand up. Le gusta hacer de payaso para hacer reír a la gente. Y a eso le sumó el rodaje de una película en abril de 2017, “Pistoleros”, en la que actuó acompañado por Juan Palomino (director junto a Nicolás Galvano), María Abadi y Diego Cremonesi.
Desde el 2011 el quilmeño se empezó a subir a escenarios a hacer stand up e, incluso, rodó una película en el 2017.
Subió 15 kilos y se dejó la barba para interpretar al personaje. “Descubrí un mundo maravilloso del que no quiero salir”, admite.
En sus tiempos libres escribe y lee mucho. Trata de incluirle poesía al stand up para transmitir algo más que humor y hay una frase con la que le gustaría ser recordado: “¡Mirá qué buen actor es! Pensar que en una época de su vida también fue campeón mundial”.
¿Volver?
Sergio Maravilla Martínez iba a volver al boxeo a los 45 años —luego de haber estado seis inactivo— en España, pero debió cancelarlo porque allí hay más de 104 mil infectados y casi 9.400 muertos (al día de edición) por coronavirus.
Así como el estadounidense George Foreman fue campeón mundial en peso pesado con 45 años en 1994 ante Michael Moore, el argentino tenía pactada su pelea para el 6 de junio. Sin embargo, la pandemia provocada por la COVID-19 truncó, temporalmente, su objetivo. “En Madrid se está viviendo con mucho dolor. Se subestimó el virus y se hicieron las cosas a medias”, contó el boxeador. A lo que agregó: “Se estima que millones de personas se van a infectar. Mucha gente va a morir”.
Martínez se preparó durante dos años para el combate. “Para la pelea no había un rival en claro -admitió- pero manejábamos entre cinco o seis nombres”. “Buscamos un boxeador con 20 peleas ganadas, pocas perdidas y que no tuviera gran cantidad de nocauts”, confesó. Y agregó: “Tengo que tener en cuenta que estoy regresando después de seis años. La cara, la piel, el cuerpo y los tejidos se hacen frágiles si no recibe golpes”.
“¿Cómo es posible ganar esa cantidad? Muy simple, no me conformo con solo uno, siempre quiero uno más”, define Sergio Maravilla Martínez en su cuenta de Instagram.
“Volver a caminar con normalidad” es lo que motivó a Maravilla a planificar su pelea. “Tuve tres operaciones en la rodilla, la segunda fue una catástrofe: se infectó y estuve a pocas horas de morirme”. El púgil se refiere a cuando el 2 de enero de 2013 —tres meses y medio después de haberle ganado a Julio César Chávez Jr. y luego de la operación— una bacteria provocó que los médicos le dijeran: “En 24 horas te podés morir si no te amputamos la pierna”. Pero se resistió y, por haber estudiado más de un año para ser masajista, drenó el líquido sinovial y celebró que tuvo un “Dios aparte”. “No me operé de cabeza dura. Conocí unas aguas termales en Argentina (Fiambalá, Catamarca) y éstas mataron dos bacterias que tenía en la rodilla”, contó.
“Empecé bromeando con la idea de mi vuelta al boxeo y terminó siendo un hecho al cabo de una semana”, reveló el campeón mundial mediano (OMB y CMB) y superwelter (CMB). Su última pelea fue el 7 de junio de 2014 ante Miguel Cotto, en la que perdió por nocaut técnico en el décimo round en el Madison Square Garden de Nueva York. Ahora deberá esperar, como todo el mundo, a que los infectados por la pandemia se reduzcan para empezar a liberar actividades y poder volver.
Hace no mucho tiempo, hace apenas once años, el mundo sufrió el embate de una pandemia con características muy similares al Covid-19, enfermedad que tiene en vilo a la humanidad. El nuevo coronavirus cuenta en miles a los infectados y a sus víctimas mortales todos los días, y tiene a la gran mayoría de la población global confinada en sus hogares, en lo que, por el momento, parece la única solución para mitigar este flagelo. La gripe porcina es el antecedente más próximo.
En prácticamente todos los países, incluidos aquellos que se vanaglorian de tener las mejores ligas del mundo, la actividad futbolística se frenó en el primer trimestre de 2020, dejando a la deriva la definición de los torneos más trascendentes. La salud pública viene primero. En 2009, cuando la gripe H1N1 se presentaba en Veracruz para establecerse en varios confines de la tierra, las medidas tomadas por las organizaciones internacionales fueron bien distintas.
El primer caso importado en Argentina llegó en abril de aquel año, pero se detectó dos semanas después debido a que el portador ingresó asintomático al país desde la Ciudad de México. La bola de contagios se extendió a partir de junio, épocas en las que acechaba un frío intenso y las condiciones climáticas eran propicias para el esparcimiento del virus.
En julio, el Gobierno, bajo la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, decidió suspender las clases y extender las vacaciones de invierno un mes más. En medio de una circunstancia inédita, cuando 1.600 personas se encontraban infectadas en las 24 provincias y ya habían fallecido otras 30, debía disputarse la última fecha del Torneo Clausura 2009. Los ribetes del destino eligieron aquel momento para que, al mismo tiempo, los dos candidatos al título se enfrentasen: Huracán, con 37 puntos; y Vélez, que acumulaba 36 unidades, jugaban el partido más trascendente del campeonato.
Se barajó postergar el encuentro para más adelante, cuando las autoridades nacionales lo analizaran conveniente; otra de las alternativas había sido definir al campeón a puertas cerradas. Sergio Massa, actual Presidente de la Cámara de Diputados –partidario del aislamiento obligatorio en épocas de coronavirus- y jefe de Gabinete en aquel entonces, había dictaminado la posición del Gobierno: “Respetamos la actualidad individual de cada cual de concurrir a los estadios, aún cuando se desaconseja”.
Tras una reunión del Comité Ejecutivo de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), en la que el Fortín postuló el pedido de jugar el encuentro con público (de lo contrario, hubiera sufrido una pérdida de recaudación cercana a los $600.000), se determinó que el evento deportivo se realizara normalmente. Julio Grondona, presidente en ese momento de la entidad con sede en Viamonte, había dado su parecer: “El criterio es respetar lo que digan las autoridades médicas, pero en lo personal no estoy de acuerdo en suspender la fecha”.
La opción de postergar el cotejo no convenció a nadie; los vencimientos de contratos complicaban esa idea, tal como la continuación de la actual Copa de la Superliga, de la cual apenas se jugó una jornada. Poco les importó a los responsables de los clubes la aparición de los síntomas de la gripe A en Alejandro Martinuccio, exjugador de Chicago, apenas una tarde después de aquel mitín. El nivel de delirio subió hasta en los fanáticos que se prestaban a comprar las entradas. La hinchada visitante podía colmar las tribunas, y las 40.000 butacas disponibles para ambas parcialidades estarían repletas de barbijos, alcoholes en gel, pero también una inconciencia colectiva. “Si me enfermo, sólo le pido a Dios que me permita llegar al domingo con vida para ver a Huracán campeón”, asumía orgulloso un fan Quemero en la previa del juego, que acabaría con una polémica victoria de Vélez por 1-0 en el Amalfitani, gracias a aquel gol de Maxi Moralez, tras una falta de Joaquín Larrivey al arquero Gastón Monzón.
Otra contienda definitoria debía jugarse en territorio bonaerense: Estudiantes y Cruzeiro buscaban la gloria eterna y consagrarse en la Copa Libertadores. La final, que se disputó en el formato de ida y vuelta, esperaba el recibimiento de los Mineros por parte de los Pincharratas en el primer duelo en el Único de La Plata. La dirigencia de la “Bestia Negra” intentó evitar la normal realización del encuentro, asegurando que la toma de decisiones por parte del fútbol argentino “dejó a todos muy preocupados”. Los brasileños no pudieron postergar la cita, que acabó 0-0 un 8 de julio. Los dirigidos por Alejandro Sabella serían campeones en el Mineirao una semana después.
El epicentro del virus fue el más perjudicado en términos futbolísticos, pero no tomó medidas drásticas tal y como ocurrió con la pandemia del COVID-19. Durante la disputa del Clausura 2009 en México, apenas se jugaron tres partidos de la fecha 15 y de la 17 sin público, y sólo la jornada 16 en su totalidad no contó con las parcialidades en las tribunas. Para los periodistas y fotógrafos era obligatorio el uso de barbijos y también debieron mantener cierta distancia con los jugadores. Las fuertes repercusiones se generaron en torno a la competición que, a la postre, tendría a Estudiantes como ganador.
Los duelos de octavos de final del torneo continental tenían en su menú a las Chivas de Guadalajara enfrentando a San Pablo y a San Luis cara a cara con Nacional de Uruguay. En un principio, los cotejos que tenían que jugarse en el país azteca se aplazaron una semana. Luego, y ante la negativa de brasileños y uruguayos de trasladarse a México, la propuesta de la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) fue que las contiendas se produjeran a partido único, con los norteamericanos en condición de visitante. El acuerdo final constó en la clasificación directa de San Pablo y Nacional a los cuartos de final, la retirada de San Luis y Chivas del campeonato y su participación en la edición 2010 desde la ronda de 16 equipos.
Anteriormente, en el enfrentamiento entre el equipo de Guadalajara y Everton de Viña en Chile, se había dado un polémico cruce entre Héctor Reynoso, defensor del conjunto visitante, y Sebastián Penco, delantero de los locales: sabiendo del miedo general por el H1N1, el mexicano le tosió en la cara al argentino. “Me dio la pauta también ver que se espantó el rival cuando hice eso, que retrocedió; vi la cara de espantado y lo insistí más”, había exclamado en aquel momento el central. En México , finalmente, el virus provocó más de 70.000 casos y cerca de 11.000 fallecidos.
Europa, que también padeció las consecuencias de la enfermedad con 4.000 muertos, continuó con las competiciones de forma normal, pese a que en diversos países varios futbolistas fueron contagiados. Previo al comienzo de la edición 2009/10 de la Bundesliga, una médica alemana pidió a los fanáticos “no darse la mano, besarse y abrazarse” durante la celebración de un gol. En Francia, un Mónaco alicaído y peleando el ascenso a la Primera División de la Ligue 1 contó con cuatro futbolistas infectados, pese a que no se viralizaron los nombres. Sí debió aplazarse, en octubre, un duelo entre el Olympique de Marsella y el PSG, que entre sus filas acarreó tres casos: Jeremy Clement, Mamadou Sakhó y Ludovic Giuly.
El gran Barcelona de Pep Guardiola, que conquistó todos los títulos posibles en su primera temporada, tuvo a Eric Abidal y Yaya Touré entre los contagiados. Pero sin dudas, el caso más bizarro se produjo en Inglaterra. Más de un equipo, entre ellos el Manchester City, acumuló portadores del virus, pero tres futbolistas del Blackburn Rovers contrajeron la enfermedad pocos días antes de disputar un duelo de Premier League ante el Chelsea. Carlo Ancelotti, entrenador de los Blues, había minimizado los casos: “No estoy preocupado, la gripe no sólo está en el campo sino que está en todos lados. Queremos pensar en jugar, eso es todo. Sé muy bien qué tengo que hacer si contraigo el virus; es una prescripción de mi abuela, leche caliente, alcohol y vino tinto”.
Hoy, en pleno brote del coronavirus, que suma cada día más casos en todas partes del mundo, se toman otros recaudos. Gran parte de las naciones tomaron la determinación de establecer una cuarentena obligatoria y la pelota, al menos por un tiempo, se frenó. Las recomendaciones, en 2009 y ahora, son las mismas: constante y correcto lavado de manos, toser y estornudar en el pliegue del codo, desinfectar objetos de uso cotidiano y airear los ambientes. Para la gripe A hay vacuna. Para el COVID-19 no. La gran diferencia es que ahora, hay que quedarse en casa. Para que la cotidianeidad y el fútbol vuelvan a ser moneda corriente.