miércoles, diciembre 25, 2024
Home Blog Page 226

Argentina, entre la pasión, la razón y las oportunidades

Joaquín Arias

El corazón siempre intenta imponerse cuando hay una pelota y una camiseta celeste y blanca de por medio y más aún si se trata del certamen más codiciado del deporte más popular. Y más aún si Marcos Rojo se convierte en héroe en una San Petersburgo argenta como nunca antes. Y más aún si lo hace faltando cuatro minutos cuando las posibilidades parecían esfumarse entre tanto hombre verde.

Por eso, la sensación inicial es unánime, visceral y dominante: una alegría inmensa propia de estar entre los 16 mejores de Rusia 2018 luego de un partido de eliminación directa adelantado. En un país en el que no es asunto sencillo proyectar a futuro, una caricia al alma semejante aquí y ahora cotiza en bolsa.

La felicidad y el desahogo invaden a todo aquel y toda aquella que se encuentra en estado mundialista. Sepa en qué club juega Marcos Rojo o no. Entienda el peso de lo anímico en el equipo de Sampaoli o no. Sin embargo, aquellos y aquellas que fueron siguiendo los procesos y comprenden la sucesión de desaciertos que encaminaron a la Selección Nacional hacia la cima del precipicio –se evitó una vez más, en el epílogo, una caída abrupta-, se ven atravesados algún miligramo de racionalidad entre tanta pasión.

Detrás de esos latidos eufóricos, afloran bien tímidas, como pidiendo permiso, algunas preguntas que entienden de sensatez: ¿qué factores se conjugaron para llegar una vez más a una situación límite con Lionel Messi todavía vigente?, si el desorden institucional reina y así y todo la jerarquía individual nos salva, ¿qué ocurriría si el entorno conspirase positivamente?

Al argentino le encanta el heroísmo. Se encandila cuando alguien se disfraza de superhéroe. Casi siempre en el último tiempo fue Lionel Messi. Hoy le tocó a Rojo. Pero esa heroicidad no debe eclipsar una vez más esos desatinos que se fueron encadenando en los últimos años y que provocaron que se necesitara irremediablemente de ese cirujano que esconda con un gol ese kilométrico hilo de despropósitos. Un gol a los 86 minutos debe cambiar el humor pero no un profundo diagnóstico.

El pasaporte agónico a octavos de final presenta diversas oportunidades. La más deseada, que a esta camada de jugadores con Lionel Messi a la cabeza se le avecina un nuevo desafío de poder avanzar hacia instancias decisivas. “Vamos que podemos”, aclama eufórico en el centro del campo Cristian Ansaldi, uno de los nuevos.

Lleguen lejos o no, dejarán la vara alta. Otra chance latente es que este enorme alivio que significó el triunfo ante Nigeria sea utilizado como estímulo para renovar la energía positiva y creer que con proyectos definidos y una línea de trabajo coherente y seria es muy probable que los resultados sean mucho más positivos. Habrá tiempo para capitalizar estas posibilidades. Mientras tanto aprovechemos que la llama de la pasión está más viva que nunca.

Fotos: @SelecciónArgentina

Argentina, noticias de ayer

Julián Rozencwaig

Prohibido olvidar las atrocidades que fueron comentadas en las redes sociales sobre Wilfredo Caballero, arquero de la Selección Argentina pero por sobre todas las cosas, un ser humano. Hay quienes desearon la muerte a su esposa y su hija.

Prohibido olvidar el hinchismo argentino plasmado con agresiones a simpatizantes croatas durante el partido de la segunda jornada que culminó en derrota, sustantivo inaceptable para la gran mayoría argentina (sería una generalización errónea poner a todos en la misma bolsa). Ante Rebic, delantero del conjunto europeo, admitió que “los argentinos no saben perder” como motivo de su arrepentimiento de pedir la camiseta de Lionel Messi para un amigo. Philipp Lahm, exfutbolista alemán, manifestó idénticamente la frase en la previa al encuentro de cuartos de final del Mundial de Sudáfrica 2010 entre Alemania y Argentina, anunciando en conferencia de prensa que esperaba ver cómo reaccionaban sus rivales de turno cuando perdieran, mezclando provocación y realidad en la víspera al duelo mundialista.

Prohibido olvidar que un periodista, con un número de audiencia importante sin tener en cuenta la reproducción de sus dichos en las redes sociales (es decir, más audiencia aún), le rogó a un jugador que ganó 34 títulos colectivos y 9 individuales –dentro de esta última categoría fue calificado en 5 ocasiones como el mejor jugador del mundo- que piense en renunciar a la Selección Argentina. También está prohibido, pero prohibidísimo olvidar las sugerencias e incitaciones a “cagarse a trompadas” de un periodista hacia los jugadores y el entrenador, comunicando, además, que ante Nigeria “jueguen los que queden vivos”.

Prohibido olvidar los zócalos televisivos con frases de hinchas y panelistas en alusión a la derrota como fracaso, título aún posible a falta de la fase final de la Copa del Mundo y un futuro incierto para el combinado nacional. Prohibido olvidar porque, olvidando, difícil es aprender y en consecuencia, cambiar. Saber perder es más importante que saber jugar. De nada servirá continuar jugando y ganando si no se conoce cómo afrontar la derrota.

Foto: @Argentina

Está Messi, la ilusión no muere

Daniela Simón @DanielaaSimon

Y si es que la magia existe, debe ser como verlo jugar a Lionel Messi. Impredecible y alucinante, y que hace brillar todo lo que toca. Y hoy cada pelota que tocó Messi, fue oro. Fue el niñito que siempre soñó con ser jugador y jugar un Mundial; el niñito con la valentía y el coraje de los grandes, con la actitud de un hombre experimentado que sufrió y jugó partidos pesados y ásperos. Envuelto en hambre de ganar, gritó fuerte:“Acá estoy, muchachos”.

Messi tuvo a Ever Bánega y a Enzo Pérez como sus productores, y del resto, se encargó él. Porque si la pelota llega al 10, de forma clara y limpia, lo demás puede transformarse en cuento de hadas.

Un pelotazo largo que bajó en el aire con la calidad de los dioses, para que toque el suelo y saque un derechazo perfecto que tuvo la fuerza de un país. Un pueblo que lo abrazó y le dijo “Así pibe, así”. Las gargantas se rompieron en el consuelo y así se resquebrajaron, de una vez por todas, los miedos: Messi estaba inspirado. Su último gol en una Copa del Mundo había sido, justamente, ante Nigeria en 2014. Cosechaba una sequía angustiante en Rusia. Sin emabrgo, con el tanto de hoy, se convirtió en el tercer argentino en hacer goles en tres Mundiales distintos. Pero son solo números que se van con el viento, cuando verlo jugar llena el alma.

Messi estuvo iluminado, contagió ideas, juego y buen toque. Contaminó de fuerza a un equipo. Qué más da, hacer posible lo imposible, llegar hasta la más inalcanzable, poblar de goles sobre la maleza. Con guapeza y atrevimiento, e inteligencia a la hora de ejecutar. Rodeado de rivales, la descansó bajo su suela y bailó.

Hoy Messi fue aquel niñito que creció en Rosario, se infiltró hormonas y vivió a miles de kilómetros de su hogar por amor al fútbol. Fue ese que deslumbra con la camiseta del Barcelona y nos llena de preguntas:¿Qué hay que hacer para que juegue así con la de Argentina?”. Y quizás es que no se le puede pedir que juegue, que haga goles, que marque, que ataje, y que cargue con el peso de nuestras miserias.

La Selección estuvo en el abismo y se levantó. Lio mostró rebeldía en la tierra de la revolución y justificó por qué la confianza es indemne para los argentinos, es que está Messi.

Fue una luz entre tanta oscuridad que circundó a la Selección por estos días, apareció en el medio de los reproches. Se enojó y gritó el gol más fuerte que cualquier hincha. Infló el pecho y salió al campo de batalla con su traje de guerra, la diez en la espalda, y un repertorio letal: alma, corazón y gambeta.

Foto: @Argentina

Atajala, Messi

Joaquín Grasso

Luego de 12 años, la Selección Argentina vuelve a cambiar a su arquero en pleno Mundial –en Alemania 2006 había sido Leonardo Franco por Roberto Abbondanzieri-. La desacertada decisión de Wilfredo Caballero que ocasionó el primer gol de Croacia y las dudas que expuso en sus dos partidos del torneo suscitó que el entrenador Jorge Sampaoli ubique en su lugar a Franco Armani. Con el correr de los días, las críticas hacia el jugador del Chelsea fueron disipándose y se centraron en un jugador puntual: “¿Qué le pasa a Messi?”, se preguntan todos.

Está en evidencia que el nivel futbolístico exhibido por el astro rosarino no está a la altura de las expectativas de un país ilusionado con lograr el título en Rusia. Ante el bajo rendimiento individual y los resultados desfavorables, los cañones apuntan al 10. Lo acusan de armar el equipo, de no rendir como en el Barcelona –sí, como en los viejos tiempos-, de su falta de liderazgo, de estar poco participativo, le inventan peleas con su mujer e incluso aseguran que está deprimido. “Lionel sufre la necesidad de rendir examen con una frecuencia inmerecida”, afirmó Marcelo Bielsa.

El tercer grito croata retrata el accionar del capitán en la cancha: Argentina perdió la posesión y los balcánicos rápidamente contraatacaron. Modric, con la pelota en su poder, enfiló para el arco albiceleste mientras Messi, a toda velocidad, perseguía a Kovacic hasta el borde del área para tapar la opción de pase. Finalmente fue gol. La televisión demoró unos segundos en enfocar el delirio europeo en primer plano. Ese tiempo bastó para ver al 10, desanimado.Se llevó la mano a la cara y agachó la cabeza –gesto idéntico al que hizo en el momento del himno-, y volvió, a paso lento, hacia el centro de la cancha. “¿Por qué no marcó?” es la demanda popular. Pero, ¿es esa su función?

“La selección juega como si Messi no existiera”. La frase de Jorge Valdano explica a la perfección el circuito de juego argentino en ambos duelos, sin importar la táctica empleada: saca Caballero. Recibe la pelota Otamendi. Se la pasa a Salvio, que se la devuelve al primer toque. Mascherano se acerca y entra en contacto. La abre para Tagliafico, que se apoya con Meza sobre la izquierda. Nuevamente para el número 3 que, acechado por la marca, le regresa la pelota al arquero. De esta manera, con un toqueteo sin profundidad en el propio campo y sin la presencia de alguien que rompa líneas con un pase, Messi se ve obligado a retroceder 15 metros para intervenir en la creación, eludir a los rivales que su habilidad le permita y así generar espacios en ataque. El diario y el hincha dirán que la estrella nacional no apareció, que se escondió.

El 10 sigue sin encontrar un socio en este equipo, alguien que le entregue la pelota al pie. El funcionamiento colectivo depende exclusivamente de su zurda y si está marcado o no incide en la jugada, la Selección se hunde en la previsibilidad. Con este panorama desfavorable, Messi ataja las críticas y se carga sobre sus hombros la presión de todo un país que vuelve a entregarle el tan pesado mote de “salvador”, previo al duelo crucial ante Nigeria. “Es increíble pero no puede hacerlo todo solo”, expresó Modri? después del 3-0. Lo entienden todos, menos los argentinos.

Sampaoli y la bola de cristal

Joaquín Arias

Su mamá Odila y su papá Rodalgo decidieron que se llamaría Jorge Luis, igual que Borges y que Burruchaga. Lejos está de ser uno de los máximos exponentes literarios de la historia argentina y también de haber sido el autor del gol que transformó a su país en bicampeón mundial, pero sí supo escribir y conoce qué es protagonizar una Copa del Mundo. Desde la tarde-noche del 1 de junio de 2017, cuando se enfundó en el buzo de entrenador albiceleste por primera vez, Jorge Luis Sampaoli comprendió que se hablaría y escribiría más de sus declaraciones, sus ideas y sus resultados que de las revulsivas obras de sus tocayos.

Su desvinculación del Sevilla y posterior arribo a la Selección Argentina tuvo carácter de novela, ese subgénero en el que Borges nunca incursionó. Tanto que terminó firmando el contrato con la A.F.A. algunos suspiros previos a su presentación oficial. La razón que impulsó su llegada fue inapelable: “Cada ser humano tiene un sueño, el mío desde que tengo uso de razón era jugar o entrenar a mi país. No pude jugar porque mis piernas me lo impidieron. Siento que tengo que ir ante la necesidad de mi país, tengo que estar”, había comentado desde Andalucía antes de despegar con destino a Ezeiza.

El escepticismo del público argentino generado por el hecho de que nunca dirigió a un equipo local de Primera División era tan grande como la ilusión que despertaba su triunfal antecedente en el seleccionado chileno. Se lo catalogó de bielsista, cambiante y ofensivo. Él se encargó de pegarse las tres etiquetas: ratificó su admiración hacia Marcelo Bielsadestacando “sus convicciones”, afirmó que contemplaría cuatro sistemas tácticos y explicó que el conjunto argentino se veía obligado a adoptar un “protagonismo desmedido”.

Sus recurrentes cambios de esquema condujeron a 13 alineaciones iniciales diferentes en 13 partidos, mientras que su ambición ofensiva alcanzó su auge en la segunda mitad en el empate 1 a 1 ante Venezuela y en la posterior igualdad sin tantos ante Perú en La Bombonera. En los dos primeros compromisos mundialistas no logró plasmar ese sello voraz y los resultados le dieron la espalda. El entorno (prensa e hinchas) aprovechó esos tropiezos iniciales para enfatizar con una connotación negativa su nutrido cuerpo de trabajo, la cantidad de viajes a Europa con el fin de evaluar actuaciones y los sucesivos diálogos con jugadores que finalmente no fueron convocados. “El mismo argumento que se utiliza para amplificar comportamientos en la victoria es el mismo que se utiliza para condenarlo en la derrota”, supo explicar Bielsa.

Transcurrió un año y algunos días desde su asunción –6 encuentros oficiales– y ya se multiplican las voces que anuncian un inminente fin de ciclo post Mundial. En una selección en la que los contratos se rompen con la misma facilidad que una identidad, el casildense parecería no ser la excepción. Mientras tanto se juega una Copa del Mundo. “Estoy convencido de que mañana se escribirá una nueva historia”, avisó. Jorge Luis Sampaoli lo desea. El pueblo argentino anhela que tenga la bola de cristal.

Ser niños, la última carta

Tomás Grasso @tomassgrasso

Luego de la dura derrota que sufrió la Selección frente a Croacia por 3 a 0 en Nizhni Nóvgorod, los jugadores sufrieron incontables críticas destructivas. Una de las acusaciones que más se reprodujo entre los fanáticos y periodistas es que los jugadores perdieron el fuego sagrado.

Recuperar esa llama eterna que llevó a esta generación de futbolistas al lugar donde están, jugar en las mejores ligas del mundo y sobresalir en ese nivel. Ese fuego que sirvió como guía para mantenerse durante más de una década a un nivel superlativo, es quizás, lo único que mantiene viva la esperanza.

“Que Messi siga así se explica desde el amor que le tiene a esta profesión, desde la pasión, desde ese fuego sagrado que tiene dentro, ese fuego sagrado que el competidor tiene que tener para mantenerse en un lugar de privilegio”, declaró Jorge Burruchaga, hoy mánager de la Selección Nacional, en referencia a la edad del capitán, en los meses previos a la Copa del Mundo. Pero cómo hace una persona para abstraerse de todo lo que sucede a su alrededor. La tensión se respira y los protagonistas sienten que deben complacer a más de 40 millones de argentinos que desde el 14 de junio se convirtieron en directores técnicos.

Pedirle a un jugador que se abstraiga y se sienta ajeno a todo lo que sucede en torno a la Selección, es pedirle que vuelva a su infancia, que vuelva a los potreros donde el futbolista se abría a su máxima expresión. Retomar esos sentimientos de jugar a la pelota por el simple hecho de amar la naturaleza del juego. Retroceder en el tiempo y situarse las canchas de barrio donde no se especificaban posiciones y ganar pasaba a un segundo o tercer plano.

La sociedad exitista en la que vivimos, aquella que no supo valorar tres subcampeonatos simplemente por el hecho de no ser primeros, intoxicó a esta generación. En vez de disfrutar la posibilidad de cumplir ese sueño de defender los colores celeste y blanco que tuvieron ellos y tienen millones de chicos que día a día corren detrás de la pelota, la padecen.

En 90 minutos esta camada luchará en dos batallas. La primera la que tienen con ellos mismos, volver a demostrar que la pueden dejar chiquita como lo hicieron en su infancia y durante su carrera profesional. Y la segunda frente a Nigeria, por la clasificación a los octavos de final. Tienen en su poder una llama que sigue encendida dentro de cada uno de los integrantes del plantel y una carta, la última, que también supieron utilizar frente Ecuador en la última fecha de las Eliminatorias.

Óscar Duarte, el defensor de doble bandera

Manuel Antuña

Óscar Esaú Duarte Gaitán es uno de los defensores titulares que tiene Costa Rica. A base de esfuerzo logró ganarse su lugar en el conjunto “Tico” para el Mundial de Brasil 2014, en el que con su gol dio vuelta el primer partido contra Uruguay, aunque terminó su participación en octavos de final al recibir la segunda amarilla contra Grecia, partido que finalizó con una victoria para su equipo por penales. Sin embargo, el zaguero del Espanyol de Barcelona es el único jugador de la selección que no nació en Costa Rica.

Es oriundo de Catarina, una ciudad que queda a 47 minutos de viaje en auto de Managua, la capital de Nicaragua. Nació el 3 de junio de 1989 y se crió junto a su tía Marlen y su abuela Vilma. Su mamá, Walkiria, había emigrado al país centroamericano con la idea de poder conseguir un mejor futuro para su familia. Cuando el joven tenía cinco años y su madre ya se había establecido plenamente, decidieron que el chico se mudara con ella. Sin saberlo, había dado un paso importante hacia la conformación de su carrera futbolística.

Nicaragua históricamente es una nación con más preferencia hacia el béisbol que al fútbol, la mayor parte de sus grandes logros deportivos provienen de aquel deporte. Ganó seis veces el oro en los Juegos Centroamericanos, en dos ocasiones fue plata en los Panamericanos y en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 finalizó en el 4to puesto, pero este deporte no es el que le revolvía la pasión al zaguero.

En Costa Rica, Duarte logró potenciarse en las inferiores del Deportivo Saprissa, club en el cual debutó en Primera en 2009. Un año más tarde, en 2010, fue a préstamo al Puntarenas F.C, aunque volvió ese mismo año y se convirtió en un baluarte para los morados. Por su gran rendimiento, dio el salto al Brujas de Bélgica a principios de 2013 y, en 2016, se convirtió en el pase más caro de un futbolista nacido en Nicaragua cuando arribó al Espanyol de Barcelona por 1.5 millones de euros.

El defensor no deja de lado sus raíces y constantemente viaja a su pueblo natal, donde es un ídolo, donde ha logrado instaurar al fútbol como el deporte predilecto en vez del béisbol y donde, cada vez que juega Costa Rica, la ciudad se tiñe de azul y rojo. En una entrevista con La Prensa, diario nicaragüense, confesó que siente que representa a ambas naciones, no sólo a Costa Rica, y que la gente de Nicaragua le devuelve el afecto que les demuestra.

Luego del éxito de los “Ticos” en Brasil, Duarte decidió regresar al lugar donde nació para ver a sus familiares y relajarse. Cuando llegó quedó sorprendido al ver que en el aeropuerto internacional Augusto Sandino se habían congregado cientos de jóvenes al canto de “Viva Nicaragua, viva Costa Rica” y un incesante “Óscar, Óscar”. Aunque los gestos hacia el número 6 de Costa Rica no se detuvieron allí. El presidente Daniel Ortega lo recibió para felicitarlo y el jugador a cambio le obsequió una de las camisetas que había usado en el Mundial firmada por todos sus compañeros.

Incluso cuando se encontraba concentrando con Costa Rica para afrontar el Mundial de Rusia 2018, no se olvidaba ni ignoraba que en su territorio natal los ciudadanos afrontaban una crisis que dejó un saldo de, al menos, 200 muertos, miles de heridos y cientos de detenidos. “Sé la situación difícil que están pasando (en Nicaragua) y quiero mandar toda mi fuerza y cariño a un país que tanto me ha dado”, escribió en su cuenta de Twitter.

Duarte pasará a la historia del fútbol costarricense por haber formado parte del plantel que alcanzó los cuartos de final en Brasil 2014, pero su legado será más grande en su otra casa, ya que se convirtió en el primer nicaragüense en participar de un Mundial y en marcar en dicha competencia.

Cuando México rescató al Barcelona

Alejandro Rodríguez Tobar

El fútbol y los partidos políticos, algunas veces, han sido mezclados con intereses de por medio a lo largo de los años, sin importar las consecuencias. Así pasó hacia el año 1936, en España, donde había estallado la Guerra Civil entre Republicanos y Sublevados. Corría sangre por todos lados, se daban batallas por ideologías religiosas, políticas y hasta nacionalistas. Cataluña se convirtió en un bastión para los del bando comunista (Republicanos) y su club de fútbol era el símbolo de pertenencia de la comunidad, el Fútbol Club Barcelona.

Por aquel entonces, Josep Sunyol era el presidente de la institución y simpatizante de la causa republicana, afición que al final le costaría la vida. En agosto de 1936 fue capturado y asesinado por el bando franquista, acusado de “marxista y separatista”. Este hecho le generó una gran crisis económica al club, en el que la escasez de recursos y el revuelo político le jugaban en contra a los Culés.

Parecía ser el fin de los Blaugranas, pero por suerte para ellos, el salvavidas llegó desde América. México, con Lázaro Cárdenas como presidente, quien declaró abiertamente su apoyo al bando republicano, rechazando en su totalidad el accionar franquista y defendiendo la democracia en el país europeo. Incluso, el país azteca recibió a muchos refugiados españoles que huían del conflicto bélico que se desarrollaba en el viejo continente. La comunidad catalana en México se unió y, gestionado por el presidente Cárdenas, en 1937 el Barcelona fue a una gira de partidos por el continente americano, buscando recursos para zafar de la crisis económica.

El club fue recibido en el puerto de Veracruz como un símbolo de la democracia y la libertad, aunque en sus jugadores se notaban los estragos de la guerra, ya que no tenían ni para comprar cigarrillos.

Ubicados en territorio norteamericano, el Barcelona fue una sensación. Con una gira que estaba pactada para ocho partidos y que terminó siendo de 14, diez en México y cuatro en Estados Unidos, la recaudación de fondos también aumentó de 12.000 dólares a 15.000.

Al final, esa sería la salvación del club catalán, que logró sobreponerse a la crisis y a la represión franquista durante años, para convertirse hoy en un grande de Europa, pero que estuvo cerca de desaparecer y de esta forma la historia del fútbol mundial hubiera sido otra.

De los 23 jugadores que fueron a la gira, 12 se radicaron en el país norteamericano, destacando a Martí Vantolrá, que fue goleador del Atlante, e incluso, uno de sus hijos jugó en la Selección Mexicana, participando en el Mundial 1970. Gracias a México y a Lázaro Cárdenas, el Barcelona logró sobrevivir. El resto es historia.

Ricardo Gareca, de villano a héroe

Santiago Janavel @santi_jana

Muchas veces al ver una película de superhéroes se especula sobre quién será el villano que azotará a la ciudad y que pondrá en peligro a todos los ciudadanos, o bien sobre cuándo aparecerá el héroe mítico con poderes especiales y valores únicos que salvará al mundo. Otras veces la trama se vuelve un poco más complicada y el supuesto salvador al final se vuelve villano o, más raro y desconcertante para el público, el malo de la película termina revirtiendo su postura inicial. ¿Pero qué tendrá que ver esto con el fútbol y con la selección peruana? El fútbol, uno de los deportes más hermosos del mundo, por suerte no es lineal, no tiene factores establecidos, ni siempre es predecible. Raro como pocos, suele sorprender a todos con historias y anécdotas como esta.

El 30 de junio de 1985 la Selección Argentina, liderada por Diego Armando Maradona, se jugaba la clasificación al Mundial de México 1986 en el último partido de las Eliminatorias como local en El Monumental ante el duro conjunto peruano del recordado mediocampista Luis Reyna. La derrota en Lima por 1-0 siete días atrás, donde Maradona fue completamente anulado por el ya mencionado volante inca, obligaba a la Selección Argentina, que compartía el grupo A junto a Perú, Colombia y Venezuela, a obtener un empate. El encuentro comenzó acorde a lo que el público local esperaba, ya que a los 12 minutos tras un centro de Maradona, Pedro Pasculli luego de una gran media vuelta marcaba el 1-0. Perú descontó a los 23 minutos con un tanto de José Velázquez y pasó a comandar las riendas del partido a los 39 luego de que convirtiese Gerónimo Barbadillo, demostrando que aquel seleccionado peruano era uno de las mejores de la historia. Faltanto 10 minutos para el final parecía que Argentina se vería obligado a buscar la clasificación en el repechaje. Sin embargo, apareció Daniel Pasarella por derecha, remató al arco y luego de un desvío en el arquero Eusebio Acasuzo y en el palo, la pelota quedó en la línea para que el héroe de la noche, Ricardo Gareca, convirtiera un gol histórico. Justamente 364 días después, asombrosamente sin Gareca entre los convocados, Argentina se consagraría campeón en tierra azteca y el Diego inmortalizaría el mejor gol de la historia de los mundiales. Difícil habrá sido para los peruanos, luego de caer por un global de 5-1 frente a Paraguay en el repechaje, olvidarse de aquel tipo de pelo largo que a falta de unos pocos minutos le arrebató la idea de jugar el mundial. Pero el fútbol siempre te da y te quita.

En 2018, 33 años después de aquella eliminación y 36 del último mundial disputado por Perú, la película tendría al mismo actor pero otro final. La selección andina vencería en el repechaje a Nueva Zelanda y ocuparía el último cupo perteneciente a Sudamérica, con las figuras de Jefferson Farfán, Paolo Guerrero y de Ricardo Gareca, el gran entrenador argentino que, a pesar de quedar eliminado en la fase de grupos, se transformó en un héroe nacional.

La última danza de Diego

Franco Mazzitelli

Se juntaron, abarrotados adelante del televisor, para cumplir una vez más con la tradición: cuando Maradona entraba a la cancha, se decretaba paro general en el cielo, se suspendían todas las actividades previstas, y Dios le daba el día libre a la Divina Organización de ángeles y santos, para que no se perdieran ni un solo segundo del partido de turno. Una cantidad incalculable de cuerpos se agolparon en el living de esa casa, la que estaba en la nube más alta, para maravillarse con otra función del ídolo. Y los había de todas las clases: había ángeles jóvenes y viejos, y todos los santos y vírgenes. Entre los grandes misterios religiosos, nadie ha podido descifrar cómo tantos cuerpos entraron en una misma habitación. Había fiesta. Faltaba nomás el de abajo, “El rojo”, como le decían, pues nadie se atrevía a decir su nombre: todos recordaban que la última vez que anduvo por el cielo fue cuando Argentina perdió la final de Italia ’90 contra Alemania, y, envueltos en cólera, empezaron a llamarlo “Yetanás”, y no volvieron a invitarlo.

En Rio Grande, el ritual se repite: Tito y Néstor ya habían destapado la primera botella de cerveza, porque estaban hartos de esperar a Germán, que también había llegado tarde cuando se juntaron para ver el debut con Grecia. “Otra vez tarde este boludo”, rezongó Tito, pero Néstor lo calmó: “Contra los griegos también y les metimos cuatro. Capaz es cábala”. En silencio, el instinto bilardista de Tito le dio la razón a Néstor, que luego agregó: “¿Viste cómo están Bati y Cani? ¡Y el Diego ni hablar! ¡Mamita! Éste Mundial no se nos escapa ni locos”. Argentina venía de ganarle 4-0 a Grecia, y quería clasificarse ante Nigeria. Arrancó el partido y al poco tiempo sonó el timbre: “¡Pasá, está abierto!”, bramó Hugo, y se besó el tatuaje de Maradona que tenía en el brazo izquierdo: “Vamos Diegote, vamos eh”, susurró. Era Germán: “Perdón muchachos, me quedé dormido“, y ni tiempo de acomodarse tuvo cuando Samson Siasia marcó el 1-0 para los africanos. “¡Te das cuenta que tu casa tiene algo, Tito, no puede ser! ¡La final del ‘90 también la vimos acá y cagamos fuego! ¡Es mufa!”. El silencio duró un rato, hasta que Caniggia hizo el gol del empate y el que dio vuelta el partido, cuando Hugo justo había ido a la cocina para abrir la tercera cerveza.

“¡Cómo corre Maradona, papi, no lo pueden parar!”, grita la pequeña Laura frente a la tele del bar ‘El Quijote’ en Anchorena y Arenales, mientras abraza a su padre, que le da un beso en la mejilla y le responde: “Es inigualable, hija, un genio. Sabés que no te puse ‘Diego’ de nombre porque a tu madre le parecía una locura, porque sos mujer, pero este tipo se merece todo”, mientras el mozo le sirve el tostado y el cortado que pidió.

En el Foxborum Stadium de Boston, por la Copa Mundial de Fútbol, la Argentina de Alfio Basile es un ballet: al equipo le sobra clase, y es Diego Armando Maradona su más hábil bailarín. A él van todas las patadas de los nigerianos, pero ningún africano se explica cómo no logran quitarle la pelota. Todos anhelan otra gesta magnifica de Diego, pero nadie se imagina que están ante su última danza.

Casi sobre la línea del córner, a los 48 minutos del segundo tiempo, recibió la pelota desde un lateral. Se la entregó Alejandro Mancusso, y el 10 encaró, se sacó dos hombres de encima y luego fue derribado por un defensor. Parece la más trivial de las ocasiones, pero con el tiempo sería la última vez que Diego Maradona tocara una pelota vestido de celeste y blanco.

Y se despidió, sin saberlo, de la misma forma que se había presentado: gambeteando con astucia y descaro. Fue, la tarde del 25 de junio de 1994, cuando Diego jugó su último partido con la selección argentina. Luego, la enfermera, la pena y la lluvia: en Rio Grande, en Boston, en Recoleta y en el mismísimo cielo hubo silencio, seguido de un llanto desolador. Lloró Tito, lloraron Germán y Hugo abrazados, lloraron los ángeles y santos en el regazo de San Pedro, lloró el Diablo y también lloró Gardel aquel melancólico 25 de junio, cuando Diego, sin saberlo ni quererlo, fue por última vez el Diego de todos.