viernes, marzo 29, 2024

Estados Unidos se llevó el duelo de las viejas conocidas

Por Iván Lorenz

En las tribunas del Stade Océane en Le Havre, hay un grupo de viejas amigas futboleras que se juntó a ver el partido entre Estados Unidos y Suecia. No es la primera vez que van a la cancha juntas, tampoco la última. En los 4 años de parate que hay entre Mundial y Mundial, arman planes y destruyen otros, ahorran, gastan, se mensajean por whatsapp, se comparten videitos por Instagram, se ríen en Twitter y charlan acerca de notas y lo que van estudiando sobre las Copas del Mundo por Skype. Claro, eso hoy, porque en un principio se manejaban con cartas que viajaban de Estados Unidos a Suecia y viceversa, o bien se alojaban mutuamente en vacaciones.

Sus vidas como amigas pasan por los Mundiales, porque fue allí donde se conocieron. El 17 de noviembre de 1991, se cruzaron sin saber quiénes eran unas y otras en Panyu, China. Fue en el Estadio Ying Dong, 4 con camiseta amarilla sueca y otras 6 con la casaca blanca estadounidense. Las entradas que habían comprado las ubicaron pegaditas entre las 14 mil personas que fueron ese día y las encontraron charlando durante todo el encuentro. Aquella vez, Estados Unidos derrotó 3-2 a Suecia. Los dos grupos se fusionaron esa noche: las suecas felicitaron a las norteamericanas por los dos goles de Carin Jennings y el de Mia Hamm. Y ellas les devolvieron el gesto, maravilladas con los tantos de Lena Videkull e Ingrid Johansson, que no alcanzaron para ganar el encuentro, pero fueron el comienzo de una relación intercontinental.

El orígen de la amistad coincidió con el comienzo de los enfrentamientos entre Suecia y Estados Unidos, que casualmente era el primer partido en Mundiales de cada una de las Selecciones. Las 10 hinchas tomaron aquel dato como una señal divina y ni bien terminó el partido en el Estadio Ying Dong, se fueron a tomar algo para conocerse un poco más. Firmaron en una servilleta un acuerdo en el que se comprometían, a sus 23 años, a cruzarse en cada Mundial que se jugase.

En Suecia 1995 y Estados Unidos 1999, las Selecciones no se enfrentaron en ningún partido, pero las amigas aprovecharon la localía para ser las mejores anfitrionas. Lloraron juntas la eliminación de las amarillas en el ‘95 y la tocada de puerta a la final de las, por entonces, vigentes campeonas. Volvieron a llorar en 1999, pero de emoción con el segundo campeonato de Estados Unidos.

En 2003, lloraron de alegría cuando el sorteo las puso en el mismo grupo. Fueron las estadounidenses quienes las llamaron porque volverían a ser anfitrionas y les contaron que se encargarían de sacar las entradas para estar juntas en las tribunas del Estadio RFK de Washington. Las locales se impusieron 3-1 y las amigas gritaron los 4 goles junto a las 34 mil personas que asistieron.

Las despedidas no eran tristes, porque sabían que se volverían a ver como mucho en 4 años. Y volvieron a llorar en el sorteo que anunció que Estados Unidos y Suecia compartirían grupo. Las amigas mundiales viajaron dos semanas antes de que comience el torneo porque en 2007 tocó China, en donde todo comenzó. También eligieron llegar varias horas antes al Complejo Deportivo Chengdu, para disfrutar por completo el show. Otra vez fue victoria norteamericana con 2 goles de la histórica Abbey Wambach. Ese día, las amigas suecas les prometieron que la próxima vez no tendrían tanta suerte.

Y tuvieron razón. Volvieron a cruzarse en fase de grupos en Alemania 2011. La tecnología avanzaba, tenían mayores facilidades para comunicarse y mantener firme la relación. Volvieron a sacar las entradas cosa de estar juntas en las tribunas del Arena Im Allerpark de Wolfsburgo. Junto a otras 23 mil personas, disfrutaron del 2-1, la primera victoria de Suecia frente a Estados Unidos en un Mundial. Se quedaron unos días más y se despidieron como de costumbre hasta la próxima vez.

Cuatro años más tarde, su suerte volvió a decir que debían comprar entradas para disfrutar juntas en las tribunas del estadio de Winnipeg un partido entre Suecia y Estados Unidos. Pero esta vez se irían algo ofendidas porque el encuentro terminó 0-0 y no pudieron gritar ningún gol. Las estadounidenses sonreían disimuladamente porque el empate implicaba que ellas siguiesen 3-1 arriba en el historial.

El gran crecimiento tecnológico y el boom de las redes sociales les permitió organizar una gesta histórica para el Mundial de Francia. El grupo de Whatsapp que llamaron “Estados Unidos de Suecia” reventó de información y contenidos en inglés. Eligieron esa lengua para comunicarse porque las estadounidenses argumentaron que, como iban arriba en el historial, les correspondía a las suecas aprender su idioma.

En una encuesta que realizaron por mensajitos, coincidieron en que el Mundial de Francia fue el más esperado de todos. Las amigas creen ser afortunadas, porque sus Seleccionados jugaron todas las Copas del Mundo y encima se habían enfrentado más veces que todo el resto de los países. Como la historia es pícara y habilidosa, las hizo llorar nuevamente de la emoción en el sorteo de la octava edición del campeonato FIFA más importante: transmitieron en conjunto y por Instagram la función en vivo. Sus seguidores las vieron llorar cuando las bolillas coincidieron por sexta vez. Su amistad estaba destinada a perdurar.

Llegaron a Le Havre y se dieron un abrazo con gusto a viejas conocidas. Pero esta edición era distinta. Era especial. Luego del reencuentro, cada átomo del grupo se separó para recibir a las nuevas integrantes: sus hijas, con casacas amarillas sueco y blancas estadounidense. Era su primera vez fuera del país y su primer Mundial de fútbol. Las viejitas, ya pasando los 50, habían decidido prolongar la relación que les dio el fútbol, porque se dieron cuenta de que ya habían vivido más de lo que iban a vivir.

El sol brillaba alto y las amigas gritaron bien fuerte la cuenta regresiva. Ni siquiera se habían sentado que Lindsey Horan hizo el gol más rápido en lo que va de Francia 2019. Una de las viejitas, al ver cómo lloraban las de amarillo, las consoló y les contó a todas las pequeñas que 3 minutos era demasiado tiempo y que Lena Videkull había hecho un tanto en 30 segundos en 1991.

Las nenas se miraron, sonrieron y siguieron mirando el partido con las orejas paradas por si a las viejas se les escapaba otro dato de sus vidas. Corrían los minutos y las pequeñas se hacían chistes, se abrazaban, gritaban con cada jugada de peligro y aprendían palabras en ambos idiomas. Durante el entretiempo no pararon de contarse y preguntarse cosas desde en dónde jugaban al fútbol hasta qué querían ser de grandes. Una de las de amarillo no llegó a terminar de decir que su sueño era ser futbolista porque a los 49 minutos Tobin Heath puso el partido 2-0 y tuvo que taparse los oídos después del grito de gol de las viejas y pequeñas estadounidenses.

Cuando la rusa Anastasia Pustovoytova pitó el final del partido que significaba la victoria de Estados Unidos, viejas y pequeñas se quedaron hasta que las 22 mil personas se fuesen. Las más grandes empezaron a llorar y las más chiquitas, sin entender el motivo de las lágrimas, se les rieron e hicieron la pregunta que terminó de quebrar a sus madres: “¿Por qué no vamos a comer algo algo? Tenemos hambre”.

Las viejas conocidas se miraron, cerraron los ojos y se imaginaron en China, en el Estadio Ying Dong de Panyu. Inhalaron todo el aire con sabor a cambio que pudieron y salieron disparadas a buscar un lugar para cenar. Una vez instaladas, miraron a las pequeñas y les dijeron que iban a hacer dos cosas. La primera sería asistir a los cruces de octavos de final entre Estados Unidos y España y Suecia contra Canadá. Y la segunda, y más importante, consistía en firmar un acuerdo en una servilleta en donde se comprometían a cruzarse en cada Mundial que se jugase para que, de esa manera, la pelota nunca, pero nunca, dejase de rodar.

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