Por Lucila Ferreyra
Las estadísticas e historia predecían un resultado para la final de la Copa Mundial femenina de fútbol. Parecía obvio que una de las históricas potencias no iban a tener problemas para conseguir el triunfo y que las cosas no cambiarían. Estados Unidos, campeona de tres Mundiales le ganaría a Holanda, que llegó a la final del torneo por primera vez y en su segunda participación.
Y es que esta no era la primera vez que se enfrentaban, lo hicieron ocho veces y las norteamericanas se adueñaron de seis de aquellos encuentros, la mayoría amistosos y por goleadas. Además, destacaron en su recorrido a la final venciendo en todos sus partidos y con un promedio de 24 goles a favor y 3 en contra.
En esta ocasión aunque las holandesas demostraron que no estaban allí por casualidad y salieron a conquistar el partido más importante, no bastó ante el poderío de un Seleccionado estadounidense superior, confiado y con grandes jugadoras que lograron imponerse con un 2 a 0.
Cuando entraron los equipos a la cancha y sonaron los himnos, primero el de Estados Unidos, allí estaba Megan Rapinoe, gran duda hasta minutos antes del partido por una contractura en su isquiotibial, luego se escuchó el holandés y enfocaron a Lieke Martens también con molestias en un dedo del pié . Ninguna quiso perderse la final de la Copa Mundial Femenina de Fútbol, al igual que el rey holandés y Emannuel Macrón, presidente de Francia, también estuvieron presentes.
A apenas unos minutos del comienzo del primer tiempo las norteamericanas ya mostraban sus intenciones. Salir a presionar alto, recuperando rápido y en campo rival para golear como estaban acostumbradas. Así conseguían dominar el encuentro pero con pocas situaciones, todas atajadas por la arquera Sari Van Veenedendaal,que les permitiera anotar.
Finalmente, a los 61 minutos del segundo tiempo luego de una pierna arriba de Stefanie van der Gragt, la árbitra Stéphanie Frappart revisó la jugada con el VAR y cobró el penal que Rapinoe convirtió sin problemas. A partir de allí, los espacios se empezaron a abrir y llegó el segundo: un golazo a los 69 de Rose Lavelle por el medio de la cancha y entre las defensoras van der Gragt y Anouk Dekker.
La estadounidense que abrió el marcador terminó ganando la bota de oro y siendo fundamental para su equipo. Dejando atrás problemas dirigenciales, o desacuerdos con presidentes y lesiones. Porque sin ella el Seleccionado de Estados Unidos no podría haberse convertido en la segunda Selección bicampeona de forma consecutiva, en la que más mundiales ganó y la que más goles metió.
El potencial de las americanas finalmente no cambió. Sin embargo, hay cosas que sí se alteraron. Esta edición de la Copa dejó en claro que los tiempos sí están cambiando, no solo para dos países finalistas, ni tampoco para otras tantas que participaron. Porque el fútbol femenino está en auge, el público crece a grandes escalas en estadios y transmisiones.
El mundo está entendiendo a las futbolistas que gritan igualdad, ya no pasarán desapercibidas y seguirán luchando por aquellas niñas y mujeres que sufrieron discriminación por amar a un deporte. Ellas salieron a la cancha contra todo y todos, juntas por un objetivo que ya no parece ser una simple medalla de oro.