jueves, septiembre 11, 2025
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Vamo’ a pegarle de zurda

Fue como aquella vez. El conjunto dirigido por Alejandro Sabella, frente a Bosnia,obtuvo el mismo resultado que la selección de César Luis Menotti en su debut ante Hungría (2-1) en 1978, año en el que se consagró por primera vez. Argentina sufrió al igual que en los últimos cuatro encuentros inaugurales en los que también derrotó a los rivales por la mínima diferencia(1-0 frente a Japón en Francia 1998, mismo resultado contra Nigeria en Corea-Japón 2002, 2-1 a Costa de Marfil en Alemania 2006 y 1-0 frente a Nigeria en Sudáfrica).

El encuentro se abrió de manera prematura en el tercer minuto de juego tras un centro de Lionel Messi, que desvió el defensor del FC Schalke 04, Sead Kolasinac, en contra de su propio arco. Luego, el rosarino volvió a tener protagonismo, aunque ahora con su característica corrida de derecha a izquierda y una excelente definición al primer palo. La pulga gritó con mucha euforia el golazo digno del mejor jugador del mundo. Sobre el final del partido descontó Vedad Ibiševic para sentenciar el 2-1.

El transcurso del partido no fue favorable para la albiceleste que por momentos sufrió frente a los altos jugadores bosnios. El primer tiempo tuvo un flojo rendimiento, que mejoró en la segunda parte con el cambio de esquema. Sabella puso a Gonzalo Higuaín y a Fernando Gago en reemplazo de Maximiliano Rodríguez y Hugo Campagnaro y cambió el polémico 5-3-2 por el aceitado 4-3-3.

Al estadiode Río de Janeiro asistieron 74.378 personas que alentaron al ritmo de Messi y compañía con el clásico ‘‘volveremos a ser campeones como en el ‘86’’. Cuando los brasileños coreaban el nombre de Neymar, el diez los silenció con un golazo. Luego, las tribunas explotaron: ‘‘Que de la mano, de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar’’. El camino comenzó en el Maracaná y el objetivo es terminarlo en este mismo estadio el próximo 13 de julio

El genio del fútbol mundial

Sin ideas que determinaron una preocupante falta de juego, Argentina le ganó por 1 a 0 a Irán y ya se encuentra en octavos de final de Brasil. Todo, por la aparición del mejor jugador del mundo. Todo, gracias a Lionel Messi, quien se despachó con un golazo sobre el final del partido al abrir su pie izquierdo para vencer la resistencia de Haghighi. Los de Sabella volvieron a jugar mal, incluso hasta peor que con Bosnia, y les costó un horror crear opciones de gol ante un conjunto iraní que se replegó bien atrás y que, con algunos contraataques que paralizaron el corazón de más de uno, terminó haciendo de Sergio Romero una de las figuras del partido.

No fue nada sencilla esta misión para Argentina. Desde el comienzo se mostró falto de ideas ante una férrea y amontonada defensa iraní. En el primer tiempo, a la albiceleste le costó crear juego asociado y tuvo un Messi desconectado, bien similar al de la Copa América que se disputó en nuestro país. Pese a todo, llegó en varias oportunidades al área defendida por Haghighi, artífice de dos grandes atajadas a Higuaín y Agüero.

En el complemento, Irán fue el que propuso en el arranque con contras rápidas y certeras de parte de Reza y Dejagah, que hicieron lucirse a Sergio Romero. El arquero argentino volvió a callar las críticas en torno a su titularidad con dos magníficas atajadas que salvaron a Argentina. Más tarde, los ingresos de Palacio y Lavezzi por Higuaín y Agüero, respectivamente, poco cambiaron al seleccionado que siguió denotando una falta de carácter.

Sin embargo, Argentina tenía para jugar una carta más. Y solamente porque el capitán es un tal Messi, sino era imposible intentar quedarse con la victoria. En la última apareció él con su típica jugadita de derecha a izquierda. Con un simple quiebre de cadera desparramó a su marca y luego fue todo magia. E incertidumbre. Porque parecía que la pelota no llegaba nunca al arco. Además, el gran partido de Haghighi hacía creer que hoy no le íbamos a hacer un gol ni por casualidad. Pero él siempre puede. Por algo es el mejor del mundo. Otra vez, lo gritó con todo. Otra vez, el pie izquierdo de Messi nos hizo festejar, después de padecer.

Llama, el sobreviviente del Catania argentino

Ignacio Maida

El Catania Calcio, equipo de la Serie C de Italia, tuvo un periodo en el que se hizo públicamente conocido por la cantidad de argentinos que se desempeñaban allí -llegaron a ser trece en el plantel y diez en la cancha- y entre ellos estaba Cristian Llama, ex jugador de Arsenal de Sarandí, Colón de Santa Fe, Fiorentina, entre otros,  que es el único que prevalece en el equipo hoy en día.

Llamita está transitando su tercera etapa en el club (2007/2008-2012/2018-actualidad). “Antes éramos todos extranjeros, había cinco italianos como máximo. Eso se dio porque Jorge Cyterszpiler nos acercaba al club y además los argentinos rendíamos bien, lo quehacía que apostaran en nosotros sin importar si jugábamos para un club grande o chico de nuestro país”, afirmó el ex Gimnasia y Esgrima de Mendoza.

Pero tras una mala temporada el club siciliano descendió en 2014. En la campaña siguiente, el conjunto del sur de Italia logró finalizar en la decimoquinta posición de la Serie B pero, tras varias investigaciones, se logró comprobar que gran parte de la cúpula dirigencial del club había arreglado cinco encuentros: Varese-Catania, Catania-Trapani, Latina-Catania, Ternana-Catania y Livorno-Catania.

Ya en la parte final del juicio, el por entonces presidente del club, Antonio Pulvirenti, admitió haber comprado esos cinco partidos por 100mil euros cada uno. Las sanciones no tardaron en recaer sobre los Rossazzurri, ya que fueron multados con 150mil euros, el descenso a la Serie C y una quita de doce puntos para la campaña 2015/2016.

En cuanto a los dirigentes vinculados en el caso denominado como «I treni del gol» (Los trenes del gol), tanto el presidente Pulvirenti, como el vicepresidente y empresario argentino Pablo Consentino, el exdirector deportivo Daniele Delli Carr, dos procuradores deportivos y dos gestores de apuestas on line fueron arrestados bajo los cargos fraude en competición deportiva y estafa. Además, fueron eximidos de tener participación alguna en un club deportivo por un periodo que va de tres a cinco años.

“Financieramente el club es un caos. El presidente arruinó todo, le chupó un huevo todo y todos. Se le pagaba fortuna a algunos jugadores y esa no era la política del equipo”, sentenció Llama.

Además, el futbolista que alguna vez integró el Catania argentino afirmó que dicha institución sale adelante con el predio que tiene y sus múltiples disciplinas, que es lo que solventa al club – ya que la Serie C no es una liga redituable-. A eso se le suma el apoyo de sus hinchas, que son muy devotos al Elefanti, como sucede en nuestro país.

El ex Arsenal de Sarandí eligió retornar al equipo siciliano tras una charla con el director deportivo, Pietro lo Monaco, y este último le manifestó las intenciones de volver a contar con él para que integre el plantel en búsqueda del ascenso a la Serie B, a lo que el argentino decidió aceptar por un tema del “estilo de vida” europeo.

“Yo prioricé el futuro de mis hijos y de mi familia. Argentina está complicada tanto económica como socialmente hablando y prefiero quedarme acá por más que me llamen clubes de la Superliga, cosa que ya pasó. Mi mujer consiguió trabajo y yo estoy cómodo en el club, aunque ya no tenga compañeros de mate y que los tanos me miren mal cuando pongo cumbia en el vestuario”, aseveró el mediocampista de 32 años.

Goyo, el hombre que vivió a la sombra de Maradona

Sube el último escalón y ya se disculpa por un retraso insustancial. Lleva una guitarra. Además de director de cine, es músico. Toma un poco de café, hablamos, y esboza ampulosas sonrisas que serán imagen habitual de la charla. Se lo ve contento. Y como para no estarlo. El 24 de abril vio la luz su ópera prima, el documental “El otro Maradona”, que retrata la vida del Gregorio “Goyo” Carrizo. En este encuentro, Ezequiel Luka nos acercará un poco más a la leyenda.

El Goyo

Nació y se crió en los mismos pasillos de Villa Fiorito. Se llenó los pies de tierra y fútbol en el mismo potrero, pateando la misma pelota, ensayando los movimientos y gambetas que luego cautivarían a un mundo entero. Juntos fueron artífices del implacable Cebollitas, el de la Categoría 60, que consiguió un invicto de 136 partidos. Luego llegaron a Argentinos Juniors. Él lo recomendó: “En el barrio hay un pibe que la rompe”. No pudo jugar en Primera, pero dicen que era mejor que el mejor. Y hoy sigue caminando por las mismas calles, llenándose los pies de barro, las manos de cemento, el rostro de pliegues, el pecho de orgullo, y la boca de melancolía. “En Fiorito se ve que lo respetan. Lo conoce todo el mundo. Pero él tiene una actitud medio aislada, con la familia. Salen lo indispensable. Siempre habla de las drogas, de los tranzas y no le gusta que los hijos anden por ahí. Pero tiene una cosa de quedarse más en el rancho. Es raro, pero se ve que no vive tanto en la calle”, señala Ezequiel.

Era más hábil. Tenía más técnica. Dicen. Quién puede detener a un mito que se volvió película. Gregorio “Goyo” Carrizo es ahora, y por siempre, mejor que el Diego. Al menos en el imaginario popular. En esa quimera alimentada por la necesidad constante de escribir un capítulo más en la vida de Maradona, vive aquella lesión de ligamentos cruzados que a los 20 años le cortó las piernas –mucho antes del 94– al Goyo. “El Goyo la dejó pasar –dice Luka–. Estuvo en el preseleccionado en la Selección del 79, en una de las primeras convocatorias, pero el chabón entrenaba en Argentinos y en la semana jugaba en Fiorito por guita, y no me acuerdo si es que no iba a entrenar a la Selección o que se lastimó ahí y se enteraron, y le dijeron: ‘No nene, tomátelas’”. ¿Y si hubiese completado la recuperación? Lo cierto es que asistió dos semanas a la terapia y que nunca volvió a ser aquel jugador de fábula que dicen que fue. Luego se desempeñó sin ningún éxito rutilante en Dock Sud, All Boys, Independiente Rivadavia, Talleres de Mendoza y Barracas Central, mientras su amigo de la infancia alzaba una copa del mundo.

Pasó momentos difíciles, y tuvo que enfrentarse a la depresión, a esa sombra acusadora que lo atormentaba por lo que pudo ser. “No lo va a superar nunca, en el sentido de que sólo sea una anécdota de su vida. Eso se lo lleva para siempre. Sí me parece que tuvo una caída muy grosa y que se levantó. Él tiene su pequeña fama por todo esto. Es un tipo muy contradictorio. La película en eso tiene muchas sutilezas. Por un lado agradece haber vivido esa historia, y por otro lado se quiso matar por eso. Así que que ya esté vivo es un logro”, apunta. La película fue una suerte de diván para él, a tal punto que terminó por doctorar a los directores como psicólogos: “Con la cámara prendida se ponía un poco careta. Entonces empezamos a grabarlo sólo en audio; íbamos a un bar, prendíamos un micrófono, tomábamos un mate, charlábamos tranquilos, y ahí se ponía a hablar. Todas las veces que está en off en la película son de esos encuentros. Nos contó cosas de las que no hablaba nunca. En un momento de la película él se quiebra, y no estaba pautado. Nada más queríamos filmar un plano de él en silencio para ponerle una voz en off de cuando él cuenta que se lesiona, que de hecho ese mismo plano está. Era el último día de rodaje. En un momento se puso hablar, a hablar, y ¡Pa! Golazo”.

Sus seis hijos fueron su motor, sus ganas de vivir. Y ellos tampoco se salvaron de la sombra del diez: el más pequeño se llama Diego Armando. “El pibe nace en el 2000, creo que fue, el 31 de diciembre. El Diego estaba en Punta del Este y hay una historia en la que casi se muere. Estaba pasadísimo, y dicen que Guillermo (Cóppola) lo llevaba en la ruta a 160km a una guardia para que no se muera. La versión del Goyo es que el hijo nace la misma noche y que se lo pone por eso. Además, una de las hijas se llama Gianina”, cuenta el director.

Hoy se dedica alegremente a buscar talentos, faceta que el documental recoge en detalle, recorriendo aquellos “lugares en los que ya había estado y ya había traído jugadores: Santiago del Estero, Mendoza y San Juan. De hecho, en un momento de la película está leyendo el diario, habla de un jugador y dice: ‘Uy qué bueno hizo un gol’, y es un pibe que había descubierto él hace cinco años en Mendoza”. El pibe en cuestión es Gustavo Blanco Leschuk, un delantero que debutó en el año 2010 en Arsenal de Sarandí, luego pasó por Deportivo Merlo y, el año pasado, fue transferido al Anzhi de Rusia.

El Goyo camina el país intentando repetir aquel vaticinio que le valió a uno ser el mejor, a él la eterna y fatigosa mochila de ser el otro Maradona, y a miles fanáticos del fútbol la felicidad más plena: “En el barrio hay un pibe que la rompe”, dijo, y cambió la historia.

La película, el cine y Ezequiel Luka

Si tuviésemos que trazar una línea de tiempo en la cual señalar el comienzo de esta historia, habría que remontarse al 2006, al rodaje de otra película: “La mano de Dios”. Allí, los hoy directores de “El otro Maradona” Ezequiel Luka y Gabriel Amiel, hicieron el casting del film italiano; su misión: encontrar un nene que hiciera de Maradona, que se pareciera, que jugara bien y que sea zurdo. Por otro lado, en el guión aparecía el Goyo. Primero lo contrataron para asesorar al director sobre las jugadas que hacían de chicos él y Maradona, pero luego tomó un papel más importante, a tal punto que terminaron instalando un set de filmación en su casa en Fiorito. Y fue en esas calles de tierra en las que se cruzaron por primera vez. “Ahí se nos ocurrió que estaba bueno hacer un documental sobre la vida de él, porque tenía una historia muy singular. empezamos a hablar con él, a filmar algunas entrevistas en plan de investigación sobre todo, y empezamos a armar un proyecto, un guión, y fue creciendo de a poquito. Llevó mucho tiempo hasta que se pudo producir, pero finalmente se pudo”, detalla Luka.

El rodaje del documental comenzó entonces en el 2011, y fue durante ese año en el que se filmó la mayoría del material. En 2012 la editaron, y al año siguiente no había salas para estrenar: 150 películas argentinas se estrenaron en 2013. El resultado final no fue cosa sencilla, sino más bien un “premio a la perseverancia”, dice Ezequiel, “porque pasamos por muchos momentos en que se caía. El cine es complicado. Antes de laburar con la productora que finalmente lo hizo, pasamos por dos productoras anteriores; firmé contrato con una y casi firmo con otra. Una fue por un productor muy chanta, y la otra una productora de Galicia que se interesó, contrataron acá a Cuatro Cabezas –cuando existía- y empezamos a producir con ellos. Pero al final se cayó, y después apareció Habitación 1520 que es la productora final”. Un poco para abaratar costos y otro poco “por un capricho”, los directores, músicos ellos, compusieron la banda sonora de la película: “Esa fue la parte divertida”, recordó con una sonrisa.

-¿Cuáles son las facilidades y las dificultades de hacer cine en Argentina?

– Facilidades ninguna. Dificultades muchas, aunque hoy en día es bastante más fácil filmar. Por un lado porque la tecnología lo permite; no es tanto que haya más guita, sino que es más barato hacer una película. También, siempre que vas al cine te cobran un 10% de la entrada, que es un impuesto, y eso va al fondo de fomento del INCAA. Con esa plata se hacen todas las películas argentinas, un montón de series. Se ha ido recaudando más, y por eso se ha ido filmando más, pero también ahora lo que está pasando es que, el año pasado por ejemplo, se estrenaron 150 películas argentinas y no hay lugar para todas. Después entrás también en una lógica que es la estatal, que va liberando la guita a cuenta gotas, entonces financieramente estás en un montón de quilombos. En los tres años que te lleva todo el proceso de producir la inflación te comió la mitad de la plata, entonces es complicado. Pero dentro de todo, Argentina tiene una ley sólida que se cumple y por eso es donde más se filma, en promedio, en Latinoamérica.

-¿Pero se gana plata?

-Sí. La industria es importante. La gente que labura en las películas gana su sueldo, los que producimos y dirigimos, que ponemos un poco más, obviamente si hacés la cuenta ganás poco, pero ganás plata. No es que no se gana.

El título original, que era simplemente “El otro”, debió ser modificado porque cuando empezaron con el proyecto se estrenó una película bajo ese mismo nombre. Aunque hoy admite que le parece un buen título, al principio fue una cuestión central: había que hablar del Goyo, y no de Maradona. “Hubiese sido más fácil hacer foco en Maradona, hubiésemos ganado mucha más plata, la hubiésemos filmado hace cinco años. De hecho todos los productores querían un poco más de eso. En eso fuimos totalmente intransigentes”, explica orgulloso del producto final, que no apuesta al golpe bajo ni al amarillismo que podría hallarse quizá en un documental de un programa de Chiche Gelblung. “La película plantea que uno está acá y el otro allá, pero que la cosa pudo haber sido tranquilamente al revés. De Maradona no es, de fútbol tampoco, de la historia de un futbolista que le fue mal, parcialmente; del destino, bastante”, concluye.

Vamos, vamos, los pibes

Por Martín Dal Lago

La gran vitrina de trofeos de la Selección Argentina se amplió este año con el Sudamericano Sub 17 obtenido por los dirigidos por Pablo Aimar. Fue el cuarto título del seleccionado juvenil en esa categoría desde que comenzó a disputarse el torneo en 1985. El título número 30 en la historia de las juveniles, que tanto han nutrido con jugadores a la selección mayor. Pero también muchos de esos proyectos no pudieron sostenerse en el tiempo y terminaron tan sólo en un buen recuerdo de lo que podrían haber sido.

En 1986 Argentina se consagró campeón del mundo de la mano de Diego Armando Maradona. Un año antes ese apellido ya resonaba en el ambiente futbolístico, pero en este caso el de su hermano menor, Hugo. Tal vez fue una premonición de lo que pasó en México. En el Sudamericano de 1985, el ‘Turquito’ era el diez del equipo y en el último encuentro marcó dos goles para salir campeón. Ese fue el primer sudamericano de esta categoría, que se jugó con jugadores sub 16 (hasta 1987) y se disputó en Capital Federal y La Plata. No fue casualidad la continuidad de los éxitos tanto en la selección juvenil como en la mayor debido a un trabajo integral. Carlos Pachamé, integrante del cuerpo técnico de Carlos Salvador Bilardo en la mayor, era el entrenador de aquél equipo que arrasó de principio a fin en el torneo. Ocho victorias a lo largo de ocho partidos, con 32 goles a favor y tan sólo cinco en contra, fue la arrolladora estadística que cosecharon los juveniles. El partido final fue el que definió el título y nada más ni nada menos que ante Brasil. Argentina ganó 3 a 2 en el estadio José Amalfitani y dio la vuelta.

Como es habitual en los seleccionados juveniles muchos de los nombre que se destacan continúan sus carreras de forma exitosa en la élite del fútbol, pero muchos otros se diluyen, y el de Hugo Maradona fue uno de esos casos.

Sin embargo en ese equipo también jugaban Fernando Redondo, de extensa carrera en Europa, y Fernando Cáceres, ex Independiente, River, Boca y campeón de dos Copas América con la Selección Argentina, quienes sin dudas fueron los que se desarrollaron de forma más exitosa en el fútbol.

Pasaron 18 años para que la Argentina vuelva a coronarse en un Sudamericano Sub 17. En ese lapso hasta 2003 pasaron cuatro subcampeonatos en los que Brasil levantó la copa. Ya con José Pékerman a cargo de la coordinación general de selecciones, y con Hugo Tocalli al mando del equipo, los juveniles volvieron a consagrarse de forma invicta, con cuatro victorias y tres empates. En esta oportunidad, el último partido también fue ante Brasil tras empatar 1 a 1, resultado que alcanzó para ganar el campeonato y dejar a la ‘Verdeamarelha’ en el segundo puesto.

En esa camada hubo varios jugadores que más tarde pudieron destacarse y que aún se encuentran al más alto nivel, como Lucas Biglia y Ezequiel Garay, subcampeones del mundo en 2014, Oscar Ustari, arquero en el Mundial 2006 y Neri Cardozo, flamante campeón de la Superliga con Racing, entre otros.

Uno de los nombres importantes en ese Sudamericano, pero que luego no pudo tomar vuelo en Primera División, fue el de Hernán Peirone, goleador del seleccionado y del torneo con cinco tantos (cuatro de ellos en la victoria ante Bolivia). Tras el torneo debutó con la camiseta de San Lorenzo y tuvo distinguidas actuaciones. La más preponderante en Clausura 2005 contra Boca, en el Nuevo Gasómetro, cuando anotó un hat trick. A pesar de eso, no logró asentarse y continuó su carrera por distintos equipos de Sudamérica y el ascenso argentino hasta estar en la actualidad en el club Villa Mitre de Rosario, de la Liga Independiente de Fútbol.

El tercer título llegó diez años más tarde y nuevamente en Argentina, más precisamente en Mendoza y San Juan. Humberto Grondona, hijo de Julio, ex presidente de la Asociación de Fútbol Argentino, era el director técnico. Tras un turbulento inicio del torneo, con dos derrotas, la Selección pudo acomodarse y clasificó al hexagonal final. Allí mostró su mejor versión y se consagró campeón por tener la mejor diferencia de gol tras un triple empate en la punta con Venezuela y Brasil.

Algunos futbolistas de ese plantel ya se encuentran asentados en primera división y hasta en Europa. Sebastián Driussi, Emmanuel Mammana y Axel Werner, ya en el viejo continente, y Fabricio Bustos, titular Independiente, son algunos de esos.

Pero también, como siempre en las selecciones juveniles, muchos de los jugadores no logran demostrar todo el potencial que proyectaban de juveniles, como Mauricio Del Castillo, hermano de Sergio Agüero, que actualmente disputa la B Nacional con Defensores de Belgrano, o Fernando Benvenutti, arquero suplente de Dock Sud, el escolta de la Primera C.

Por último, en este 2019 los juveniles volvieron a gritar campeones. Un estilo futbolístico marcado y buena conducta con los rivales, fueron las bases de este campeonato, y ahora los chicos irán por uno de los pocos títulos que le falta a la Selección Argentina, el Mundial Sub 17, que tendrá lugar en Brasil, del 2 al 24 de noviembre.

La reconstrucción alemana

El primer título mundial de Alemania en 1954, fue celebrado con gran euforia por todo el país, especialmente en Múnich. Los campeones fueron recibidos el 6 de julio en la plaza principal de la capital bávara, donde se decretó asueto general en las fábricas, bancos y oficinas gubernamentales. No hubo clases en escuelas ni colegios y más de medio millón de personas recibió al equipo, que circuló por las calles en quince automóviles. Las autoridades locales afirmaron que “el entusiasmo que reina hoy, sobrepasa al de las concentraciones de la época de Hitler, cuando Múnich era la capital del partido nazi”.

Fue el Mundial en el que comenzó a forjarse una leyenda. Hasta ese entonces, el conjunto germano -cuyo pedido de participación en Brasil 1950 (junto al de Japón) fue rechazado por la FIFA en base a los acontecimientos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial- era de segundo nivel dentro de Europa. Para la quinta edición de la Copa, ni siquiera fue considerada para ser cabeza de serie en el sorteo de grupos y tuvo la entereza de vencer a Hungría en la final, luego de haber caído por 8 a 3 en la fase de grupos y estar 2 a 0 abajo en el encuentro decisivo de Berna ante el cuadro de Ferenc Puskas y Sándor Kocsis.

De Suiza 1954 en adelante, Alemania siempre quedó entre los ocho mejores. Veinte años más adelante demostró que la hazaña no es casualidad y que el mejor del campeonato no es necesariamente el campeón. En 1974, Holanda, sorprendió al mundo por el juego virtuoso y efectivo que desplegaba y Alemania sorprendió a Holanda en la final y se coronó por segunda vez.

Después de haber jugado tres finales consecutivas, en 1982, 1986 y 1990, los teutones no pasaron los cuartos de final en 1994 y 1998, motivo que alertó a los dirigentes germanos a empezar con un proceso de modernización, infraestructura, inversión y formación. Planificación que dio resultados del corto al largo plazo. Alemania estuvo en el podio en los próximos cuatro Mundiales: Segundo en 2002, tercero en 2006 y 2010, y campeón en 2014.

Con su cuarta estrella, por primera vez una selección europea se corona en suelo americano. Además, con dos Mundiales menos, superó a Brasil en partidos jugados y goles en la historia de la Copa: 106 a 104 y 224 a 221, respectivamente. Alcanzó su octava final y tiene cinco partidos por el tercer puesto. Finalmente, y no es para menos, recuperó el lugar del goleador histórico de la Copa, que por más de 20 años (1974-2006) ostentó Gerd Müller y que hoy vuelve a Alemania con Miroslav Klose.

MoringStar, el otro equipo de Evita

Fernando Mariano Bajo

Corría el año 1951 cuando Racing y Banfield disputaron una final para determinar el campeón del torneo argentino de Primera División. En el primer encuentro igualaron 0-0, y en el segundo, el conjunto de Avellaneda venció al equipo sensación del torneo por 1-0, con gol de Mario Boyé y coronó el tricampeonato.

Aquella historia, entre otras cosas, es recordada por la influencia de los políticos. Ramón Cereijo, ministro de hacienda del gobierno de Juan Domingo Perón entre 1946 y 1955 e hincha de Racing, apoyó públicamente a la Academia. Del otro lado, Eva Duarte, la esposa del general, ya muy enferma reconoció su interés en que Banfield se corone, lo que significaría el triunfo de un equipo chico ante un grande, acompañado del pleno desarrollo de la clase trabajadora en Argentina.

Esa no sería la última influencia de la primera dama en el fútbol. Un año más tarde, en 1952, se disputaron los Juegos Nacionales Evita. En aquel certamen salió campeón MorningStar que fue, quizás, el mejor equipo que participó de aquel campeonato ya que ganó 19 partidos consecutivos y marcó 74 goles. Además, varios futbolistas de aquella camada -como José Yudica, Juan Cerchiara, Roberto Puppo, Rubén Farugia y Antonio Ramírez, entre otros- llegaron a Primera División años después. Al igual que Banfield, en 1951 perdieron una final, pero a diferencia del Taladro, los rosarinos cayeron ante Formosa por 1-0.

Desde que comenzaron los Juegos Evita, en 1949, MorningStar fue protagonista de todas las ediciones, incluso muchos sostenían que Eva Perón y su esposo eran simpatizantes del club. A pesar de esas especulaciones, hay algo que los relaciona. En las temporadas 1950/1951 y 1951/1952, el conjunto rosarino se coronó campeón en la ciudad, en la provincia de Santa Fe, y fue subcampeón a nivel nacional. Por pedido del intendente de Rosario, Celio Spindarell, el club cambió su nombre a Evita MorningStar y luego del título de 1952 se castellanizo y pasó a llamarse Evita Estrella de la Mañana, por pedido expreso de Eva.

Perón les dio trabajo en el ferrocarril a muchos de los jugadores campeones del torneo nacional. Sin embargo, no todo fue gloria para el equipo santafesino. En 1955 cuando la Revolución Libertadora realizó un golpe de Estado y proscribió el peronismo, el club volvió a cambiar su nombre a Estrella de la Mañana. Luego se fusionó con Sportivo Argentino Boca Club, que transitaba problemas económicos y se formó el Deportivo Club Rosario MorningStar –ese nombre perdura hasta hoy-.

Padeció la dictadura, los terrenos para construir el estadio que le había prometido Eva Perón no le fueron otorgados. Su cercanía al peronismo fue un problema, la provincia estuvo a punto de cederle unas tierras, pero debido a su afinidad política no las obtuvieron. Durante muchos años deambuló por distintas canchas para disputar sus encuentros hasta que acordó utilizar el campo de deportes del Club Alba Edison.

Actualmente juega en la Primera A de la Liga Rosarina de Fútbol. Varias cosas, entre ellas su nombre, cambiaron en MorningStar desde sus inicios, pero hay dos cosas que no: la historia lo marcará como el club de Evita y los títulos señalarán que fue el Primer Campeón Argentino del Fútbol Rosarino, como se vanagloria con su lema.

Del amor al odio y del odio al amor

Por Santiago Carrodeguas

Diego Maradona sintió, quizás por primera vez, lo que era ser insultado por un estadio entero. La hinchada de River, enterada de que prefería ir a Boca, dirigió su odio hacia la madre del traidor. Aquel 7 de febrero de 1981, en un partido por la Copa de Oro en el estadio Minella de Mar del Plata, la relación entre los Millonarios y Maradona se fracturó completamente.

Nunca quedó claro por qué rechazó a River. En su autobiografía, Yo soy el Diego de la gente, aseguró que el pedido de su padre para que fuera a Boca y el destrato antes mencionado hicieron que tomara esa decisión. No obstante, en una entrevista que había dado cuando su destino era una incógnita, se contradecía: “Aragón Cabrera (presidente de River) me ofreció ganar lo mismo que (Ubaldo) Fillol y (Daniel) Passarella. No tendría problema con lo que cobren ellos si me dan lo que pido. Tenía la ilusión de ir a River, vino Aragón Cabrera y me la derrumbó”.

El hostigamiento, como era de esperarse, continuó en todos los clásicos en el Monumental. En el segundo, no se estaba destacando en el primer tiempo y una canción se impuso sobre los habituales “Dale Boca” y “Soy de River”: “Y ya lo ve, y ya lo ve, es Maradona que lo mira por tv”. En la jugada siguiente, se filtró entre tres rivales que lo derribaron, y de tiro libre, ajustició a Fillol con un zurdazo alto al palo derecho. Nunca fue aconsejable provocarlo, como bien sabía su compañero Hugo Gatti, que lo había llamado “Gordito” antes de un Argentinos- Boca por el campeonato Nacional de 1980 y recibió cuatro goles como respuesta. En 1982 se marchó al Barcelona tras haberle marcado cinco goles en cuatro partidos al eterno rival y con el Metropolitano 1981 bajo el brazo.

En la década que permaneció en el extranjero, la imagen de Maradona en el fútbol argentino pasó por muchas etapas. De la crítica despiadada por su desempeño en el Mundial de España 1982 a la deificación luego de ganar la Copa del Mundo en México 1986. En su última participación, Estados Unidos 1994, un doping por efedrina impidió que se tomara revancha por la final perdida en Italia 1990, a la que había llegado con infiltraciones en su tobillo izquierdo. “Me cortaron las piernas. Creo que me sacaron del fútbol definitivamente. Tengo el alma destrozada”, le contaba al borde de las lágrimas a Adrián Paenza, al mismo tiempo que el seleccionado argentino cantaba el himno ante Bulgaria por el último partido de la fase de grupos.

Como Lázaro, se levantó cuando lo daban por muerto. La vuelta a Boca, en 1995, lo hizo un ídolo más cercano y terrenal para el club de la Ribera. También reavivó las diferencias con River, inevitables después de que decidiera teñirse una franja rubia en su pelo negro. Los agravios más comunes eran los de drogadicto o gordo, aunque también estaban los que se metían con su mujer e hijas.

Dos años después, Maradona se retiró en el Monumental. Un joven de San Fernando, Juan Román Riquelme, lo reemplazó en el entretiempo. Eso no le impidió burlarse tras la victoria por 2 a 1 con una frase que es recordada hasta la actualidad: “River fue River. Jugó un gran primer tiempo y en el segundo tiempo se le cayó la bombacha”.

Al mismo tiempo, un niño crecía en Nápoles. Le gustaba el River de Ramón Díaz y se haría hincha del club en su adolescencia. Era Diego Maradona Jr, en ese entonces todavía no reconocido por El Diez, que viajó a la Argentina en 2008 para probarse en el equipo de sus amores: “De verdad que me gustaría jugar en este club, es un sueño”, le confesaba a Clarín el 7 de octubre. Aunque no quedó, abrió el camino para la reconciliación de los Maradona con River.

Hernán López Muñoz, sobrino nieto del Pelusa, debutó bajo las órdenes de Gallardo 11 años después del intento de Diego Jr. Zurdo, como su tío, convirtió en su estreno luego de una mala salida del arquero de Tigre. “Mi carrera la quiero hacer yo, y que sea Hernán López, no el sobrino de Maradona”, aclaró en una nota para ESPN. Aunque recién está empezando su carrera en el fútbol profesional, López Muñoz ya logró algo que solo ocurría cuando jugaba Argentina: ver a la hinchada Millonaria gritando un gol de Maradona.

 

Ayrton Senna como experiencia religiosa

Por Franco Sommantico

Se lo ve entusiasmado pero a la vez nervioso. Le acaban de decir que la próxima temporada dejará la Fórmula 3 y se subirá por primera vez a un Fórmula 1. Hay poca gente alrededor, casi nadie. Trae a upa a un bebé, que bien podría ser su sobrino, y mira hacia ambos lados mientras su padre Milton le cuenta al único periodista que fue a conversar esa tarde al aeropuerto que lo del karting había tomado una dimensión mayor y que estaban un poco preocupados. El periodista le pasa el micrófono a Neyde, su madre, y le pide que le diga unas palabras a su hijo. Ayrton levanta entonces la mirada y la clava sobre los ojos de su madre. En su cara empieza a dibujarse una pequeña sonrisa que se desvanece cuando Neyde se larga a hablar. “Que dios lo proteja siempre de los peligros que pueda enfrentar, ese es mi mayor miedo”, dice, y los ojos de Ayrton ya no apuntan a los de su madre sino que se pierden en algún lugar del piso. Permanece así con la mirada perdida, como tildado, los cinco segundos que necesita su madre para terminar la oración. Después reacciona y se limpia un par de lágrimas que le acaban de caer. Esos cinco segundos que permaneció tildado no fueron simplemente eso. Hay en esos cinco segundos en los que su madre evocó a dios, algo más, una suerte de conexión, una señal. La primera de tantas.

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Es domingo 14 de mayo de 1988. Se está corriendo sobre las calles de Montecarlo el Gran Premio de Mónaco, un circuito particularmente complejo debido a su configuración con curvas cerradas y rectas cortas. No queda un solo asiento en las gradas. La mayoría de los pilotos regula la velocidad para no seguir de largo. Hay uno solo que parece estar ajeno a la dificultad del circuito, que maneja como si fuera en línea recta y atraviesa las curvas a velocidades que nunca antes se han visto. Su auto no se desplaza, flota. La gente se levanta cada vez que pasa y grita, aplaude o intenta sacar una foto sin que salga movida, pero nadie lo consigue, ni siquiera los fotógrafos profesionales con sus cámaras de última generación. Ayrton Senna viene primero y su compañero de equipo Alain Prost segundo. En la vuelta sesenta y siete de setenta y ocho hay entre ellos una diferencia casi irrecuperable de 55,114 segundos.

Senna recibe por la radio un mensaje de su equipo pidiéndole que baje la velocidad porque está muy lejos del resto, pero él no hace caso. Un par de vueltas después su auto sigue de largo en una curva y se detiene contra los guardarrailes. El comentarista de la televisión internacional grita con voz de pito en inglés “Ayrton Senna has hit the wall, Ayrton Senna is out of his car and out of his race”. Y después se suma otro que dice “Ayrton Senna goes out of the lead of the Monaco Grand Prix, absolutely incredible”. La gente en las gradas se toma la cabeza y se tapa la boca. Los fotógrafos corren para fotografiar el auto chocado de Senna, en lo que tal vez será la primera foto que saquen no movida, y después de que la consiguen bajan sus cámaras y se retiran.

Algunos años después Senna dirá sobre esa carrera: “Ese día me di cuenta de que ya no conducía conscientemente y que estaba en una dimensión diferente. El circuito para mí era un túnel y solo me desplazaba por el. Y sé que estaba más allá del entendimiento consciente. Aquello no fue sólo un error de pilotaje. Era el resultado de una lucha interna que me paralizaba y me convertía en invulnerable. Tenía un camino hacia dios y otro hacia el diablo. El accidente sólo fue una señal de que dios estaba allí esperándome para darme la mano”.

Y también recordará lo que sintió aquel sábado durante las pruebas clasificatorias, cuando sufrió una alteración espacio-temporal y experimentó una especie de trance místico: “Corría más y más rápidamente en cada vuelta. Ya había conseguido la pole por unas décimas de segundo, y luego por medio segundo, y después por casi un segundo, y después por más de un segundo. Y más y más. Llegó un momento en que yo era dos segundos más rápido que cualquier otro, incluyendo  mi compañero de equipo, que conducía un coche igual. Entonces me di cuenta que estaba pasando los límites de la consciencia. En ese momento me sentí vulnerable. Había establecido mis propios límites y los del coche, límites que jamás había alcanzado. Aún mantenía el control, pero no estaba seguro de lo que estaba sucediendo exactamente. Yo corría…, y corría… Fue una experiencia espantosa. De repente caí en la cuenta de que aquello era demasiado. Fui despacio hacia los boxes y me dije a mí mismo que aquel día no regresaría a la pista.”

Dos años después, en el mismo Gran Premio, sucederá algo parecido. Durante los entrenamientos del sábado Senna sentirá que su auto está desequilibrado y sin posibilidad de ganar. Gerhard Berger, quien entonces será su compañero de equipo, sentirá lo mismo. Senna cree que ganar en Montecarlo será muy importante y se lo explicará a dios. Al día siguiente, minutos antes de la carrera, en los boxes, tendrá una sensación y una visión: “Conseguí verme fuera del coche. Alrededor de la máquina y de mi cuerpo había una línea blanca, una especie de aureola, que me proporcionaba fuerza y protección. Entré en otra dimensión. Tuve una paz increíble, y la certeza de que estaba equilibrado, en cuerpo y alma. Generalmente, antes de salir me concentro muy serio. Esta vez incluso sonreí. Salí del box con el mismo coche que un día antes había presentado problemas, y los defectos habían desaparecido. Estaban allí, pero no los sentía, no me molestaban.” Senna ganará la carrera con facilidad y Berger se acercará a hablarle para decirle que su auto siguió desequilibrado. Senna sonreirá pero no entrará en detalles. En su auto no ocurrió nada.

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La ciudad de Suzuka, Japón, está paralizada. Las gradas parecen un hormiguero. Hay gente agitando banderas de muchos países, pero las que más se ven son sin duda las de Japón y Brasil. Esta tarde se define el campeonato de Fórmula 1 de 1988. El cielo está nublado de a sectores, algunos de los cuales amenazan con traer la lluvia, y no son muchos los espectadores que trajeron paraguas.

A miles de kilómetros de distancia, en Brasil, todos los televisores y las radios están encendidos siguiendo la transmisión. Hay altas chances de que Ayrton Senna, que larga en primera posición, gane esta carrera y consiga su primer título.

Los autos se acomodan detrás de sus respectivas líneas y esperan impacientes a que el semáforo de largada anuncie que por fin pueden correr. Solo se escucha el ruido de los motores probando su potencia, regulando, rugiendo. De las gradas, silencio absoluto. Rojo. El relator de la televisión internacional dice “now, less than seven seconds”. El amarillo casi ni se ve y pasa directamente al verde. El ruido ahora es ensordecedor. Veinticinco de los veintiséis pilotos pisan a fondo el acelerador y sus autos salen disparados. Hay uno solo que se queda estático, quieto, durante tres o cuatro segundos. Es el McLaren de Ayrton Senna, que cuando logra avanzar está decimosexto. La ilusión de Brasil está consumada. Pocos son los que creen que podrá ganar esta carrera. Los relatores dicen “Senna has really  got himself a problem now”. Sin embargo, a medida que transcurre la carrera, Senna empieza a pasar a sus rivales como si estuvieran manejando un domingo por una calle de barrio. De a poco el público se vuelve a entusiasmar. En Brasil la gente se acerca cada vez más a las pantallas de los televisores. Décimo. Noveno. Octavo. Todavía queda la mitad de la carrera cuando aparece, como si él mismo lo hubiera pedido, el primer trueno, y con él, las primeras gotas.

Entonces todos saben que Senna, pese a que todavía tiene que pasar a siete autos, es nuevamente favorito, porque su hermana Viviane contó alguna vez en una entrevista que cuando era chico y todavía manejaba karting, después de que perdió una carrera bajo la lluvia, se comprometió a entrenar bajo el agua cada vez que podía; porque lo demostró cuando Alain Prost pidió en el Gran Premio de Mónaco en el 84’ que suspendieran la carrera debido a las condiciones climáticas para que Senna, que ya había pasado a trece autos, no lo pasara a él también. Porque a Senna, abajo de la lluvia, es imposible ganarle. Quinto. Cuarto. Tercero. La gente en las gradas está como loca, no puede creer lo que están viendo. Poco les importa la lluvia que ahora cae con mayor intensidad y los moja de pies a cabeza. Para la última vuelta Senna viene primero con una diferencia de 11 segundos sobre Alain Prost. En Brasil la gente ya siente el título como si fuera suyo. Se abrazan, se besan, y la cerveza vuela por los aires. Galvao Bueno, la voz de O Globo para el automovilismo, grita “¡Ayrton Senna se acerca… va a por todas… va a por todas… Senna está en cabeza… Ayrton Senna, de Brasil, campeón del mundo!”. El relator internacional: “Ayrton Senna crosses the line, and you can see his exaltation, he knows he is the new world champion.” Él, cuando se acercan para entrevistarlo: “Le agradezco a dios, sentí la presencia del señor. Lo visualice, lo vi, fue un momento especial en mi vida. Tuve señales que me indicaron sus deseos y su poder para controlar lo que fuera, todo. Algunas personas nunca vivirán la experiencia que yo viví, y no creerán lo que digo, pero yo me limito a relatar la experiencia que viví como un hecho. Rezaba agradeciendo a dios que iba a ser campeón mundial. Cuando concentrado al máximo abordaba una curva de 180 grados, vi su imagen, grande, allí, suspendida, elevándose hacia el cielo. Todo al mismo tiempo en que me concentraba, conduciendo el coche. Este contacto con dios fue una experiencia maravillosa”.

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Hay arbolitos de navidad con luces de todos colores. Hay montones de nenes y nenas disfrazados de Papá Noel sacudiendo porras rojas y blancas. Hay un hombre disfrazado de una especie de abeja verde con una boina. Un piano más bien triste suena de fondo entre los gritos de los nenes y la voz de Xuxa, que ahora presenta al invitado de esta noche “una gran persona, Ayrton Senna”. Todos los que están en el escenario se dan vuelta. Los gritos de los nenes suenan con más intensidad y emoción. La melodía del piano también alza su volumen. Ayrton Senna desciende por una escalera de color verde, amarillo y rojo esquivando las ramas de los arbolitos de navidad que amenazan con clavarse en su ojo. Es raro sin la ropa con la que compite. Trae una camisa lisa, pantalón beige y zapatos marrones. Se acerca al medio del escenario y se detiene al lado de Xuxa, quien habla hasta que en un momento dado le pregunta qué quiere para navidad. Senna le contesta que no puede decirlo ahora, que está censurado. Entre ellos hay una complicidad que hace que ambos sonrían cada vez que se miran a los ojos. Se nota que esconden algo. Xuxa le pide que le cuente su deseo al oído, entonces Senna se acerca y susurra algo que solo ella escucha. Los dos se ríen, y después de unos breves segundos en los que se quedan mirando, Xuxa se acerca a su mejilla derecha, lo besa y le desea una feliz navidad. Después continúa por la mejilla izquierda, feliz 90. La frente, feliz 91. Mejilla izquierda de vuelta, feliz 92. Sien derecha, feliz 93. Y ahí se detiene.

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Durante la clasificación para el Gran Premio de San Marino, el débil e inseguro Simtek S94-Ford del piloto austríaco Roland Ratzenberger sufre la ruptura de su alerón delantero y el vehículo pierde una sustancial adherencia que hace que siga de largo en la curva Villeneuve a trescientos kilómetros por hora. Los pedazos de auto cuando impacta contra los rieles de contención vuelan por todos lados. El Simtek se desplaza un par de metros más, completamente destruido, hasta que se detiene sobre la pista. Los hombres de chaleco naranja, encargados de la seguridad, salen desesperados a socorrerlo. Algunos se paran sobre la pista agitando la bandera roja para que los demás autos frenen y no lo vuelvan a impactar. Dos doctores vestidos de blanco bajan de una camioneta médica para intentar reanimar al piloto. Lo sacan y lo acuestan sobre una camilla para trasladarlo a algún hospital lo más rápido posible. Ayrton Senna mira todo desde su cabina, se lo ve conmocionado y sin ganas de correr. Se acerca al doctor y amigo Sid Watkins y se larga a llorar sobre su hombro. Watkins lo abraza y le dice “Sabemos que sos el piloto más rápido y valiente. No necesitás probarle nada al mundo. Si vos no corres la carrera de mañana, yo también la abandonó y nos vamos a pescar.” Ayrton Senna agacha la cabeza y se queda en silencio unos segundos, después dice: “Sid, hay cosas sobre las cuales no tenemos posibilidad de elegir. Yo tengo que ir para adelante”.  Horas más tarde llega el parte médico. Ratzenberger murió en el acto. La causa del deceso fue una fractura en la base del cráneo. “No tengo buenos presentimientos, si pudiera no correría”, le dirá Ayrton Senna a su novia esa misma noche.

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Mañana se correrá el Gran Premio. Ayrton Senna se despertará temprano el domingo y le pedirá a dios que le hable. Abrirá la biblia en un pasaje que dirá “Dios te dará el mayor de los regalos, que es dios mismo”. El ambiente estará muy pesado. La gente llegará de todos lados para ver la carrera, poco le importará la muerte del piloto austríaco la tarde anterior. Los pilotos estarán más afectados, pero igual correrán. Quince minutos antes de largar Ayrton Senna será enfocado dentro de su Williams por una cámara de televisión. Se lo verá nervioso, con el ceño fruncido, pensando. Los ojos no apuntarán a ningún lado, su mirada se perderá en algún punto del cielo. Apretará los labios y negará con la cabeza. No estará convencido. Cerrará los ojos unos segundos, y su dios le hablará, en lo que será la última señal.

Al momento de largada el piloto J.J Lehto detendrá su Benetton en la parrilla. Pedro Lamy, que arrancará desde más atrás, no verá al Benetton por estar tapado y chocará. Ruedas y pedazos de carrocería saltarán por los aires, lo que hará que la carrera se detenga y entre el safety car. Los pilotos mantendrán sus posiciones y deberán seguir al safety car durante dos vueltas, hasta que retiren los restos de auto que quedarán sobre la pista, lo que hará que los neumáticos pierdan temperatura. Cuando se informe que la pista está limpia empezarán a correr. Ayrton Senna saldrá primero. Completará la primera vuelta a la velocidad de siempre y sin ninguna dificultad. Durante la segunda vuelta, cuando intente doblar en la curva tamburello el Williams no responderá y seguirá de largo. Una nube de polvo se levantará junto con las partes del auto y las dos ruedas derechas. Michael Schumacher deberá esquivar el alerón trasero que saldrá volando y caerá en medio de la pista.  El Williams de Senna se desplazará unos metros, amagará con entrar a la pista pero no lo hará. Montones de tipos de pantalón naranja y chaleco amarillo correrán a socorrerlo mientras agitan las banderas para que se detenga la carrera. Ayrton Senna no se moverá. Bajarán de la ambulancia tres doctores vestidos de blanco, uno de ellos será su amigo Sid Watkins. El relator de la televisión internacional dirá “we saw movement from his head, so that’s a very positive indication.” Lo sacarán del auto y lo recostarán sobre el piso donde intentarán reanimarlo. Un helicóptero aterrizará a un costado de la pista y trasladarán a Senna a un hospital donde, horas más tarde, confirmarán su muerte. El parte médico dirá, mucho tiempo después, que la causa de muerte habrá sido el daño que sufrió en la base del cráneo por causa de un brazo de suspensión, una barra de metal larga y delgada que, todavía unida a la rueda, atravesó el casco justo en el punto de cruce de la visera y se incrustó en la cabeza del piloto. Sid Watkins dirá que al momento de atenderlo Ayrton Senna suspirará y su cuerpo se relajará. Él, que no es religioso, creerá que su espíritu se habrá ido para siempre. En una entrevista para la televisión le consultarán a Sid Watkins si sabía que Senna se iba a morir en un accidente. El doctor contestará: “Si, lo había sentido, tanto como esa extraña sensación que tuve cuando supe que partía el alma de Senna, la acompañe en silencio. Sin tratar de comprender. Simplemente despidiéndola, como se despide a un amigo.”

Clarin, la lucha continua

Buenos Aires 24 de Abril 2019 No a Los Despidos En Clarin Festival de Musica Ivan Noble Ella es Tan Cargosa Femigangsta La Delio Valdez Los Super Ratones Bruno Arias Daniel Maza tacuari 1840 Sipreba Trabajadores AGEA Comision Interna Revelver foto Rolando Andrade Stracuzzi ley 11723

Facundo Catalini

Miércoles 17 de abril. El edificio del Grupo Clarín amaneció completamente vallado. En uno de sus extremos se encontraba un agente seguridad. Mientras trabajadores y trabajadoras iban llegando a la redacción del diario tenían que ir presentándose ante el guardia quien tenía una lista en su poder. Nombre y apellido, como en el secundario. Si estabas en ese listado, pasabas, como un día cualquiera de trabajo. El problema estuvo cuando el primero que se presentó no pasó.

Para ese y para los 64 restantes nunca salió el Sol esa mañana. Si tenías nombre, me lo olvidé.

El Grupo Clarín, el mayor conglomerado de comunicaciones del país, se cargó a 65 personas de un día para otro. Así, de la nada. Sin previo aviso. Sin dar la cara. Sin importar que 65 familias se quedaran sin nada. Así, de repente.

Tres paros (el último de 48 horas) y un fin de semana de pascuas de por medio, separaron el miércoles fatídico de este miércoles 24 de abril.

En conjunto y en colaboración con las y los damnificados, se “celebró” (entre comillas porque no había mucho porque celebrar) en las puertas, en realidad de las vallas para afuera, del edificio del diario un festival de música, para tratar de sanar el alma. Para tratar de abrazar bien fuerte a aquellos que se quedaron sin su laburo.

El día casi que no acompaña. El clima reflejaba lo que en la calle Tacuarí se disimulaba. El cielo nublado no transó con la tristeza y se hizo notar, en el asfalto tampoco transaron con ese sentimiento, pero lo resistieron y sonreían. Reían para no llorar, pero al fin y al cabo, dibujaban una sonrisa en sus caras.

Iban pasando las horas y la calle se iba copando. El camión con el escenario en una esquina, el patrullero desviando el tránsito en la otra, el gazebo del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA) se preparaba con la parrilla, el carbón, las gaseosas, las bebidas espirituosas para calentar el alma, las hamburguesas, los choris y el humo para atraer a los colaboradores para el fondo de lucha. También se acercaron de afuera. Más choris, más hamburguesas, más birra. Más color con las chicas que vendían tubitos con luces colorinches y se paseaban por toda la cuadra. Malabares y ula ula. Bijouterie reciclada. Además estaban las banderas del sindicato y la de otros medios que se acercaron decoraban el mural que está en frente del edificio. Feria y lucha.

Y falta lo más importante. La música. Ella es tan cargosa, Gabo Ferro, Bruno Arias, Daniel Maza, Los Súper Ratones, Femigansta, Iván Noble y La Delio Valdez, fueron los encargados de ponerle melodía y movimiento a la tarde gris.

“Uno nunca sabe para qué sirve la música, pero a lo mejor, en estos momentos, de algo sirve que uno venga a acompañar un ratito con canciones”, dijo Iván Noble entre tema y tema. Y en una de esas, de algo sirve. Dicen, los que saben, que la música, si es adecuada, lleva al ser humano a una rearmonización de los sentimientos y del estado de ánimo. Por ahí, la música era lo adecuado para ese momento. Era lo adecuado para sanar un poco ese dolor.

“No queremos más despidos, ni la yuta en el portón. Para nuestros compañeros, la reincorporación”, este fue el hit entre todos los trabajadores de prensa y si que se hicieron escuchar dentro de una redacción vacía de laburantes y llena de jefes sin cara. Esta lucha, ese día ganó una pequeña batalla, ya que, 4 trabajadoras y trabajadores podrán volver a las actividades periodísticas dentro del diario.

“Arriba morocha, que nadie está muerto, vamos a punguearle a esta vida amarreta un ramo de sueños. Avanti morocha, no nos llueve tanto. No tires la toalla que hasta los más mancos la siguen remando”

Remen compañeros y compañeras de Clarín.