lunes, diciembre 23, 2024
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Sara Gama, la líder de la camada que hace historia

Por Nicolás Resnizky

28 de mayo de 2018. En Sankt Gallen, Suiza, Roberto Mancini hace su debut como director técnico de la selección masculina de Italia. En el plantel ya no están Gianluigi Buffon ni Daniele De Rossi, estandartes del equipo campeón mundial en 2006. Ante la falta de un líder histórico, Mancini evalúa la posibilidad de darle la cinta de capitán a Mario Balotelli. Super Mario, nacido en Palermo e hijo de ghaneses, lleva ya ocho años representando a la azzurri. A los 20 minutos del primer tiempo, con un derechazo de afuera del área, Balotelli abre el marcador contra Arabia Saudita. Pero a algunos hinchas italianos parece no importarles demasiado. En la platea que enfoca la televisión, se despliega una bandera: “Mi capitán tiene que tener sangre italiana”.

Nos transportamos al Stade de la Mosson en Montpellier, el 25 de junio de 2019. Italia y China se cruzan en octavos de final del Mundial de fútbol femenino. Sara Gama, capitana de las azzurre, intercambia banderines con Wu Haiyan.

Gama nació en Trieste, en el norte de Italia, su madre es italiana y su padre congoleño. Al igual que Balotelli, es víctima del racismo de algunos italianos, que se potencia en las redes sociales: “Pudo haber nacido en Italia y hablar el idioma. Pero Sara Gama no es italiana, no tiene las características ni los cromosomas de un italiano”, la llaman  la “jugadora africana de la selección italiana”. A pesar del maltrato, la capitana tiene claras sus convicciones: “Pertenecemos a una sociedad globalizada. Todos somos una mezcla de culturas y esta diversidad nos hace mejorar”.

La árbitra marca el comienzo del partido e Italia sale a presionar a China. Con la pelota bajo la suela y la cabeza levantada, Gama construye el juego del equipo desde la defensa. A los 15 minutos Valentina Giacinti pone en ventaja a las europeas y empieza a sellar su pase a cuartos de final. Casi al final del primer tiempo, la capitana corta un avance de Wang Shuang y las chinas piden penal. Gama habla con la árbitra y se defiende con diplomacia, esa que aprendió representando a la Asociación Italiana de Futbolistas (AIC) en la Federación Italiana de Fútbol (FIGC). También preside la comisión por el desarrollo del fútbol femenino en Italia, que consiguió que en un deporte amateur se pague una subvención a las deportistas para la crianza de su primer hijo. El VAR analiza la jugada, saque de arco para Italia.

Empieza el segundo tiempo y rápidamente se esfuma la ilusión de las orientales. Aurora Galli, que había reemplazado en la primera mitad a Cristiana Girelli, mete con un derechazo rasante el 2-0. Sin pasar sobresaltos las dirigidas por Milena Bertolini aguantan el marcador, gracias a la solidez defensiva que solo recibió dos goles en lo que va del torneo.

Edna Alves Batista marca el final del partido. Italia se vuelve a meter en cuartos de final de un Mundial, proeza que no conseguía desde China 1991. Las jugadoras se juntan en el centro del campo y hacen una ronda. La capitana lidera la arenga. Están convencidas que van por el buen camino. Antes de ir al vestuario, Gama se queda hablando con algunos de los franceses que acudieron al estadio. La charla es en francés, por su puesto, porque además de ser futbolista, la capitana italiana es graduada en Lenguas y Literatura extranjera en la Universidad de Udine y por eso habla cuatro idiomas. Una defensora de toda la cancha.

Diego, episodio final

Por Facundo Scapparone

“Cuando me llamaron al doping tuve una incertidumbre de 20 minutos porque estaba lesionado y me venían infiltrando para poder jugar”.

Sergio Fabián Vázquez nació el 23 de noviembre de 1965 en la Provincia de Buenos Aires. Inició su carrera profesional a los 20 años en el Ferro de Timoteo Griguol. También vistió la camiseta de Racing, Rosario Central y Banfield, entre otros. En la década del 90 vivió el auge de su trayectoria deportiva: formó parte del seleccionado argentino bicampeón de la Copa América y disputó el Mundial de Estados Unidos. Tres años más tarde, en 1997, colgó los botines en el exótico Avispa Fukuoka de Japón. En la actualidad es el entrenador de las divisiones inferiores del club que lo vio dar sus primeros pasos como futbolista, pero hace exactamente 25 años no fue quien todos querían que sea: el responsable de la muestra FIFA 220 analizada por el Laboratorio Olímpico Analítico “Paul Zibbern” que daba positivo de efedrina y dejaba a Diego Maradona fuera de la Copa del Mundo.

El sábado 25 de junio de 1994, Argentina venció por 2-1 a Nigeria en la ciudad de Boston con goles de Claudio Paul Caniggia y quedó como único líder del Grupo D. Sin embargo, la noticia de ese día no pasaría por lo deportivo, aunque sí por un hecho que tuvo lugar dentro del campo de juego. Una vez finalizado el encuentro, Sue Carpenter, una de las auxiliares designadas por la FIFA para el control antidoping, llevó de la mano a Maradona a realizarse la prueba mientras era captada por todas las cámaras. Sergio Vázquez fue el otro integrante del plantel argentino que salió sorteado para someterse al examen. Lo que no sabían los casi 55.000 espectadores presentes en el Foxboro Stadium es que habían sido testigos del último partido de Diego con la albiceleste.

El 29 de junio la delegación argentina partió en un vuelo chárter rumbo a Dallas, donde el día siguiente se mediría con Bulgaria. El Boeing 737 de American Airlines hizo una escala en Baltimore, Maryland, para cargar combustible. Fue ahí donde un dirigente de la AFA que viajó con el equipo le comunicó al entrenador, Alfio Basile, que había un doping. El “Coco” no necesitó hacer preguntas para saber de quién se trataba. Una vez en el avión, se lo comunicó a Reinaldo Merlo, director técnico de las selecciones juveniles, y a Rubén Díaz, el ayudante de campo. Maradona y su círculo más íntimo ya estaban al tanto de la noticia.

A más de 8.000 kilómetros de distancia, en Buenos Aires, comenzaba a expandirse el rumor de un doping dentro del plantel argentino. No obstante, los corresponsales en Estados Unidos no tenían ninguna información al respecto. La redacción de Clarín ya había recibidos dos llamados con la intención de corroborar el dato. La incógnita que se planteaba era si pertenecía a Sergio Vázquez, quien había sido infiltrado y se encontraba tomando pastillas por una lesión en la rodilla, o a Diego Maradona, quien ya había dado positivo en 1991 jugando para el Napoli.

“Ver a una persona llorar desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana es muy duro”, relató Sergio Vázquez. El doping era del Diez. La sustancia prohibida era efedrina. ¿El causante? Un energizante de venta libre. “Yo no me drogué, me cortaron las piernas”, declaró Maradona luego de la conferencia de prensa del secretario general de la FIFA, Joseph Blatter, que le prohibía realizar toda actividad futbolística y anunciaba su separación de la lista por parte de la AFA.

El deseo colectivo de que la desgracia no cayera en el ídolo popular también significó un inconsciente anhelo que castigaba a Sergio Vázquez por el simple hecho de no ser Maradona. Deseos que trascendieron al propio jugador y que, por más genuinos que eran, implicaban una notoria falta de empatía. “Justo me había enterado hace muy poco tiempo que mi papá tenía cáncer, entonces quería darle la tranquilidad de que yo estaba bien y que no había sido un problema mío”, contó el Turco varios años después. Sin embargo, cuando fue consultado sobre qué le generaba esta situación, afirmó que “es entendible porque estamos hablando del mejor futbolista del mundo”.

El 30 de junio Argentina perdió 2-0 con Bulgaria y se clasificó a los octavos de final como uno de los mejores terceros. El 3 de julio el seleccionado volvió a ser derrotado, esta vez 3-2 frente Rumania, y se despidió prematuramente de un Mundial al que llegó como favorito.

“Lo malo fue que nos caímos todos anímicamente. Vimos a un amigo sufrir y eso nos perjudicó. No estuvimos a la altura y no hay excusas: nosotros fuimos culpables de la eliminación”, aseguró un autocrítico Sergio Vázquez 25 años después de uno de los sucesos más tristes del deporte nacional. A diferencia de varios de sus compañeros, el marcador central pudo dar vuelta la página.

DeMar DeRozan: un jugador que no se rinde

Por Pedro Masi

Al referirse a las grandes estrellas del deporte que compiten en las ligas más importantes del mundo, una vasta parte de la sociedad suele crear una idea generalizada de que todos ellos viven abastecidos del éxito, fama y dinero, en la que se encuentran más allá del día a día cotidiano y que muchos creen que no atraviesan problemas debido a sus estilos de vida. Los altos rendimientos en cada partido, las apariciones en publicidades de marcas internacionales y la cantidad de fanáticos que tiene un jugador de tanta trascendencia, aportan en la elaboración de dicho concepto, donde en diversas ocasiones casi se lo termina llevando a un extremo hasta endiosarlo. Pero detrás de estas apreciaciones, finalmente hay una persona, un ser humano.

DeMar DeRozan es un basquetbolista estadounidense que actualmente es parte de la plantilla de San Antonio Spurs. Ganó el Campeonato Mundial 2014 en España y la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río 2016 con su Selección y estuvo cuatro veces convocado para el Juego de las Estrellas de la NBA. Pero primero: es una persona. A pesar de su gran carrera, el escolta del equipo dirigido por Gregg Popovich combate todos los días contra la depresión y ayuda a su madre, diagnosticada con lupus desde que él era un niño, y a todos aquellos que padecen esta misma enfermedad, por medio de su asociación con Lupus Canada, una organización sin fines de lucro dedicada a mejorar las vidas de quienes experimentan dicha condición mediante donaciones, educación y promoción para respaldar su investigación y tratamiento, a la que se unió cuando todavía era jugador de Toronto Raptors. La historia de DeRozan desmiente aquel prejuicio instalado históricamente en una comunidad, basado en la idea de que las estrellas viven sin preocupaciones.

En febrero de 2018, mientras aún pertenecía al conjunto canadiense, el basquetbolista sorprendió a una multitud cuando compartió en Twitter una frase inesperada: “Esta depresión saca lo mejor de mí”. Sus admiradores, ante el impacto provocado por el mensaje, no tardaron en expresar su apoyo hacia el jugador y, unos días más tarde, él mismo se haría cargo de explicar su situación en una entrevista con el diario canadiense Toronto Star. Con respecto a ello, manifestó lo siguiente: “No importa cuán indestructibles parezca que somos, todos somos humanos al final del día y todos tenemos sentimientos. A veces, saca lo mejor de ti en tiempos en donde todo en el mundo recae sobre uno”. De igual modo, agregó que siempre ha sido así desde muy joven y eso explica su comportamiento.

Pero además de esto, otra vivencia que tuvo que atravesar DeRozan en su camino fue acompañar y cuidar a su madre desde su niñez, debido a que padece de lupus, una enfermedad inflamatoria ocasionada cuando el sistema inmunológico ataca a sus propios tejidos. Apenas tras firmar su primer contrato profesional luego de ser drafteado en 2009 por los Raptors, compró dos sillas de ruedas e instaló una bañera de hidromasaje en su casa para combatir la enfermedad de su mamá. A causa de su exitosa trayectoria, el estadounidense permitió hacerse un lugar entre los jugadores más destacados de la NBA y, al vincularse a Lupus Canada, colaboró a promover su concientización pública. “Al ser un atleta reconocido, es importante que me haya involucrado con la causa”, aseguró el deportista en una charla mano a mano con dicha organización en mayo de 2016 y sentenció: “Hay que crear conciencia sobre el lupus a nivel mundial y, ya sea que ayude a una persona o a miles, me gustaría inspirar a las familias para que superen sus desafíos y entiendan mejor a qué se enfrentan”.

DeMar DeRozan persiste dando pelea y su figura concibe un ejemplo para todos aquellos quienes luchan internamente y con su entorno para seguir mirando hacia adelante y continuar construyendo sus historias.

Paredes, el cinco argentino

Copa America Brasil 2019 Porto Alegre Argentina vs Qatar en el estadio Arena Do Gremio Foto Juano Tesone / enviado especial Paredes

Por Joaquín Méndez

Un metro ochenta de altura. Ojos azules, mismo color de botines. Pelo corto, rapados los costados. Viste la camiseta albiceleste número 5. Su madre, Myriam Benitez, lo describe como un joven alegre y bromista. Tiene 24 años y es el volante central argentino de la Copa América: Leandro Paredes.

Nació el 29 de junio de 1994 en San Justo e incursionó en el fútbol cuando completó tres vueltas al sol, en el club La Justina. De pequeño, Paredes demostró talento innato en el juego, lúdico y ocurrente, se las ingeniaba para competir con niños más grandes que él. “Tenemos que medirnos con los mejores”, decía en una entrevista previa al Mundial de Rusia de 2018 y él ya había cumplido esa obligación. Sus referentes son Zinedine Zidane, Andrés Iniesta y Juan Román Riquelme, con quien compartió plantel en Boca y del cual pudo apreciar el arte de esconder la pelota bajo la suela del botín, características que vio también por televisión en el francés y el español.

No sólo el futbolista evolucionó su juego al entrenarse a la par de Riquelme, sino que su tío, Luis Paredes, le contó sus experiencias junto al oriundo de Don Torcuato, en las inferiores de Argentinos Juniors. Paredes sugiere estilo y elegancia, como si su progreso hubiera sido premeditado,  con su andar cansino y trote, que alterna con pequeños saltos sobre el césped, en la élite del juego. ¿Qué es la élite del juego? Podría considerarse como élite a ciertas resoluciones en posesión de la pelota (o a problemas si no tenés la suerte de jugar en su mismo equipo), que sólo son posibles con velocidad mental a la hora de practicarlo. Digo velocidad mental porque se consigue dinámica con el balón en períodos cortos de tiempo, ya sea para sacarse de encima a un rival o para sorprenderlo con la habilitación a un compañero, que poco tiene que ver con la velocidad física del jugador.

Claro, el mediocampista del Paris Saint Germain no es rápido en su despliegue, no tiende a la agresividad en la marca, no suele ocupar posiciones de relevo para auxiliar compañeros. Por eso no se lo considera un cinco clásico, de recuperación y pase corto, como el español Sergio Busquets en el Barcelona o el brasileño Casemiro en el Real Madrid. “Paredes no va a ser lo que N’Golo Kanté en el Chelsea”, dijo el exjugador del PSG, Edouard Cissé. Si no va a ser, lo que Kanté en el Chelsea, Paredes, ¿no puede ser Paredes en la selección argentina?

Algunas hipótesis sobre el funcionamiento o las bases del fútbol actual sugieren un volante central clásico, que tenga un buen desplazamiento hacia los espacios vacíos para equilibrar la defensa y otorgue el primer pase para que otro inicie el ataque. El doble-cinco parece perder terreno, aunque poco importa si el sistema es 4-3-3, 4-2-3-1, ya que al sonar el pitido inicial del partido, los jugadores adoptan posiciones según la circunstancia en la que se encuentren, que modifican el esquema principal. Pese a comenzar su carrera como enganche, Paredes puede desempeñarse en la zona media donde se gesta el desarrollo del ataque o la defensa, con otras aptitudes.

El entrenador de la Selección argentina, Lionel Scaloni, aseguró que no necesita un volante de marca en su alineación para recuperar la pelota y lo argumentó con las posiciones que toman sus jugadores en el campo propio para defender, lo que genera una absorción del ataque rival. Si bien el desarrollo de la idea no fue del todo eficiente, en el último partido frente a Catar con el ingreso de Acuña, se observó más estabilidad en el equipo, que se paraba 4-3-2-1, con Messi como única referencia para el contragolpe y con Sergio Agüero más retrasado junto a Lautaro Martínez ejerciendo presión sobre los cataríes.

Con esta nueva alternativa podría llegar el fin de la incertidumbre sobre el funcionamiento del mediocampo argentino. Pese a esto, en Francia no tomaron nota de lo acontecido y según el medio francés Le Parisien, PSG busca vender a Paredes, porque no cumplió con las expectativas que generó. Lo que llama la atención es que es el mismo problema que tenía en la Selección para desplegar su potencial. Su manera de jugar se parece más a la del italiano Verratti, que al cinco clásico que mencionamos anteriormente. ¿Acaso hay una única manera de jugar en esta posición?

Donde mejor desplegó su fútbol hasta el momento fue en el Zenit de Rusia. Convirtió 10 goles y concretó 15 asistencias en 61 partidos disputados. Con Argentina sólo lleva tres en competencia como titular y todos, en esta Copa América de Brasil 2019. La necesidad del resultado no deja ver lo que jugadores como Paredes pueden aportar. Buen pase largo para el cambio de banda en la lateralización hacia adelante para que el extremo quede mano a mano con el defensor, la capacidad de toque corto y rápido en la salida, la seguridad de no perder la pelota y buen remate de media/ larga distancia. Además, baila junto a ella.

Paredes transmite tranquilidad cuando tiene la pelota bajo la suela de su botín derecho, en su mirada pareciera que sus pupilas habitaran en un río calmo, sin marea, hasta que en un instante, sus cejas se levantan, encontró el pase. Ya le entregó la pelota mansita a otro botín. Son segundos que desafían a la eternidad, es ese tiempo que contuvo la redonda y la hizo feliz, porque la mimó. Y eso que no tiró una rabona ¡Le encantan! Acción cotidiana en las inferiores xeneizes y que alguna vez utilizó en el Zenit.

¿Qué curioso no? Un joven que ama el fútbol y que lo lleva en la piel, en forma de agradecimiento, que no pueda hacer algo que lo fascine, como la rabona. Esa rabona y tantas otras destrezas llamaron la atención de Rubén Maddoni, que lo llevó al club Parque y a Boca. El pequeño Leandro solo quería jugar en esos tiempos, hoy también habita ese niño en su interior. ¿Y si tiene la oportunidad de ser él y solamente él, dentro del campo de juego? ¿Y si se la dan la pelota a él para que comience a gestar el juego, con los brazos de Román para cubrirla, con la pisada de Zidane para burlar a los rivales y con la mente de Iniesta para tomar la mejor decisión?

Recibe el balón de espalda. Un rival lo presiona a su derecha y él lo embiste con su hombro para cubrir lo que es suyo. Nada ni nadie se lo va a quitar. Por el otro costado, se acerca el segundo rival, que quiere arrebatarle lo más preciado que tiene. La pisa con su pie derecho, eleva el izquierdo y gira alrededor de ella. Con su mano zurda aleja al atrevido que insinuó quitársela. Ya no hay presión, la mira otro instante y le da la última caricia. Se la entrega hacia atrás a Pezzella, casi sin ganas, como si no quisiera dejarla ir nunca con un pase que recorre el verde césped suavemente. Aplausos, ovación en el Arena Do Gremio de Brasil. Es Leandro Paredes, el cinco de la Selección argentina.

Más miedo a perder que deseos de ganar

Por Maximiliano Das

En Valentín Alsina, un pibe de unos 17 años más o menos, está yendo a jugar al fútbol con sus amigos. El equipo que pierda deberá invitarle un asado al ganador. Por lo menos eso arreglaron las dos partes el día anterior al partido. Y este pibe, aunque no tenga un mango partido al medio, por más que apenas le alcance para poner su parte del alquiler de la cancha, va a jugar.

Con los botines usados de su hermano mayor, de tapones gastados y puntas rotas, se presenta en el humilde club del barrio. La canchita es de un césped sintético deteriorado. Ya sabe de antemano que se resbalará más de una vez en las zonas donde más arena hay y menos alfombra sobresale. Protesta con una pequeña mueca, pero en silencio.

Sobre las gradas de madera verde despintada ve a sus amigos y amigas, su equipo, calzándose los botines y alentándose mutuamente. Él se acerca, saluda, dice un par de palabras de motivación, se pone la camiseta roja y se para en la cancha. Nunca fue de muchas palabras.

No sin antes saludar a sus adversarios -que antes que rivales, también son amigos-, el partido comienza. El pibe se para atrás. De 2 o de 6. Es medio torpe pero es alto. Su metro noventa le valió el apodo de Lungo. No se cansan, sus compañeros y contrincantes, de decir que es impasable. Salvo que le toque defender algún 10 rápido y bajito, claro. Ahí necesita la ayuda de la 5, que es mucho más ágil y rápida.

El juego transcurre; el tiempo se agota. En la esquina ya está el encargado esperando que alguien meta un gol para dar por terminado el turno. Y el partido está empatado. Mete gol gana. Ganar o volver a casa. Y quien resulte vencedor, eventualmente, retornará a su hogar también, pero lo hará con el sabor de la victoria (y saboreando el asado que el próximo lunes comerá).

Una jugada aislada deriva en un córner para los de rojo. Lungo va, claro. Debe (o cree deber) aprovechar su ventaja física. El arquero, la cinco y una de las delanteras le dicen que no vaya, pero hace oídos sordos. Sus compañeros insisten un poco para que vuelva a su posición, pero se resignan cuando notan el total desinterés de Lungo por lo que dicen.

Finalmente, envían el centro. Lungo cabecea sin siquiera saltar. Mueve junto a toda su cabeza una larga melena lacia. Cuando sus pelos le destapan los ojos, ve que la pelota está yendo al arco. Ve, también, que el arquero rival está quieto, vencido. Nada puede hacer. El cabezazo fue exquisito y nadie puede quitarle el gol. Atónitos miran adversarios y compañeros. Algunos ya alzan las manos en señal de victoria.

Pero el balón no entra. Pega en el travesaño. Y, encima, el rebote le cae al ocho que no tiene que hacer más que eludir al tres que de marca poco entiende y definir simple ante la salida del arquero.

Los rojos perdieron en el momento que la pelota tocó la red y el encargado gritó “¡HORA!”.

 

Es lunes y toca pagar. Lungo no salió el fin de semana para poder invitar a los vencedores el asado acordado. Arreglan juntarse cerca de las siete para así ver Chile-Uruguay, por la Copa América, mientras cocinan y comen.

Una de las adversarias -que ya dejó de ser adversaria- sugiere ver el otro partido del grupo, Ecuador-Japón. “El que gana, clasifica. Va a ser lindo partido. Tienen que atacar porque si empatan, quedan los dos afuera”, asegura. Ingenuos o no, los demás aceptan la propuesta.

Efectivamente, el partido es atractivo. Ecuador domina brevemente al principio, luego Japón y después Ecuador de nuevo. Ambos aprovechan sus momentos y se van al descanso 1 a 1 por los tantos de Ángel Mena para los americanos y Shoya Nakajima para los asiáticos.

El complemento se presume por demás prometedor, pero, al momento de iniciarlo, algo evidentemente los invade. “Miedo”, piensa Lungo. Miedo. Miedo a encajar un gol. Miedo a no poder darlo vuelta. Miedo a quedar eliminado. Miedo a perder. Más miedo a perder que deseos de ganar.

Ese miedo se contagia entre los mismos compañeros, entre los mismos adversarios, desde las tribunas semivacías al banco de suplentes y del banco al campo. Nadie quiere perder.

Y nadie pierde. Japón casi que no pierde ni empata, pero el tanto fue bien anulado por posición adelantada. Entonces, nadie pierde. Empatan. Pero al final pierden ambos.

Uno que es paraguayo lo festeja porque, con ese resultado, el conjunto guaraní se clasifica a cuartos de final, aunque mucho no le importa cómo le vaya a la Selección que supuestamente lo representa. A él le gusta jugar.

A Lungo también. Y Lungo se acuerda que no tuvo miedo de perder. Que, definitivamente, es más ganador que los ecuatorianos o los japoneses. Porque él jugó. Tenía más deseos de ganar, de festejar el gol. No le salió, pero al menos está comiendo asado con sus amigos sin nada que reprocharse a sí mismo.

Un cabezazo que vale oro

Por Valentín Irisarri

Un 24 de junio pero de 2015, hace exactamente cuatro años atrás, Chile y Uruguay protagonizaban uno de los partidos más calientes del último tiempo en el fútbol sudamericano. La Roja –local- y los Charrúas se enfrentaban por los cuartos de final de la Copa América, que coronaría finalmente –y por primera vez- al país trasandino. 

Corrían los 60 minutos de juego cuando Gonzalo Jara, en una jugada malintencionada, le tocó la cola al uruguayo Edinson Cavani. El jugador del PSG no tuvo otra reacción más que golpear en la cara al chileno y el árbitro Sandro Ricci lo expulsó. El partido finalizó 1 a 0 a favor de Chile con gol de Mauricio Isla sobre el final. Luego del encuentro caliente, Cavani declaró que Gonzalo Jara le recordaba en el campo de juego el accidente que había tenido su padre. “Queda todo dentro de la cancha, pero hay temas delicados con los que no se jode”, agregó el uruguayo.

Todo parecía haberse calmado. Uruguay y Chile se enfrentaron nuevamente en una Copa América pero esta vez en Brasil, en el mismísimo Maracaná donde los charrúas hicieron historia hace 60 años. Ambas selecciones ya estaban clasificadas a cuartos de final y solamente disputaban quién se enfrentarían a Paraguay y quién a Colombia. Por primera vez, salvo en los partidos de Brasil y de Argentina, el público se hizo presente en todo el estadio. Tanto uruguayos como chilenos coparon Río de Janeiro y esta vez mezclados en las tribunas, generando un hermoso clima.

El partido transcurrió al estilo sudamericano. Durante el primer tiempo no hubo más que roces, protestas y sólo una situación de peligro por parte de Luis Suárez, pero nada más.

El segundo tiempo fue un calco de los primeros 45 minutos. Chile parecía tomar la iniciativa de la mano de Alexis Sánchez. Incluso un remate de lejos y una salvada en la línea acorralaban a Uruguay contra su propio arco, cuando a los 72 minutos de juego pasó lo de siempre: un hincha se metió dentro del campo de juego a interrumpir el partido. 

Duró unos 10 segundos en la transmisión. El simpatizante ingresó por el medio de la cancha, corrió hacia el arco que defendía Gabriel Arias y nada parecía detenerlo. O sí. De repente, varios policías que corrían detrás se tiraron encima “del personaje”. Había caído, o mejor dicho, había sido derrumbado. Lucho Suárez corrió rápidamente hacia el árbitro Raphael Claus para protestarle una expulsión sin sentido. ¿Qué había pasado? Otra vez Jara. El chileno revoleó una patada que incrustó en la espalda del intruso y lo derrumbó.

Gonzalo Jara intenta detener al hincha que había ingresado al campo de juego mediante una patada.

De todas maneras no tuvo sentido la protesta de los jugadores uruguayos y el partido continuó. Pero quienes se beneficiaron fueron los charrúas, que aprovecharon el parate para enfriar el partido. Tan solo 10 minutos más tarde, ya con el clima un poco caldeado –pero sin pasar a mayores-, un centro perfecto desde la izquierda hacia la cabeza de Edison Cavani hizo que la pelota se metiera al lado del palo de Arias, poniendo el 1-0 final.

Uruguay consiguió la victoria para evitar a Colombia, al menos, hasta las semifinales y enfrentará a Perú el sábado 29 a las 16. Mientras tanto, Chile jugará ante la selección Cafetera el viernes 28 a las 20 horas.

Cuando el hielo se derrite y el disco no patina

Por Maximiliano Das

En Suecia y Canadá los inviernos son más fríos. Y más duraderos. Durante esta estación, las noches son más largas. Tan largas que en los puntos más nórdicos no amanece. Mientras el Sol se debate si mostrarse o no, las jóvenes pasan su tiempo de ocio golpeando con un palo de madera un disco patinando sobre el hielo.

Son tantas quienes lo hacen y tan largas las noches que, de esos deportes, Suecia y Canadá están entre los mejores. Pero en el verano el Sol sale, los lagos donde se deslizaba el disco vuelven a un estado líquido y las jóvenes no tienen dónde jugar.

Muy lejos de esos bloques de hielo, de esas temperaturas y de esos inviernos, el deporte citó a suecas y canadienses, pero no fue para golpear el puck, sino para patear una pelota. Más específicamente en París, por los octavos de final de la Copa del Mundo.

El partido se preveía, a priori, parejo. Porque ambas selecciones son potencia porque, claro, cuando no se desliza ningún disco en los lagos, las jóvenes juegan al fútbol.

El primer tiempo fue monótono, pero el complemento comenzó con un ida y vuelta que concluyó en la apertura del marcador mediante la delantera sueca Stina Blackstenius a los diez minutos de juego.

Entonces, las Canucks fueron, más por inercia que con ideas, en busca del empate. Quince minutos después de haberse encontrado en desventaja, la árbitra australiana Kate Jacewicz sancionó, con la asistencia del VAR, un penal para las canadienses, el cual Janine Beckie pateó y la arquera Hedvig Lindahl atajó.

El impacto anímico sobre las norteamericanas se notó: Suecia se apoderó del balón y durmió el partido. Incluso generaron cierto peligro sobre el área de Stephanie Labbé, pero el tiempo se consumió sin que las Canucks lograran empatar el encuentro y las nórdicas obtuvieron su pase a los cuartos de final, instancia en la que enfrentarán a Alemania.

Para las canadienses queda esperar. Esperar que el hielo se congele. Y se vuelva a descongelar.

Salto, la ciudad del gol Charrúa

Por Fabrizio Ramos

En marzo de 2015, el gobierno de China convirtió al fútbol en una de las materias obligatorias en todas las escuelas primarias y secundarias del país, con el fin de darle prioridad al desarrollo de las futuras generaciones de futbolistas, ya que no tienen jugadores de clase mundial en sus filas. La República Oriental, que cuenta con 1.400 millones de habitantes, nunca podrá entender cómo fue que, en las calles de una ciudad con alrededor de 115.000 residentes del otro lado del planeta, crecieron dos de los mejores delanteros del mundo.

En Salto, departamento ubicado al Noroeste uruguayo y separado por el Río Uruguay de la ciudad entrerriana de Concordia, pasaron sus primeros días con una pelota de fútbol Luis Suárez y Edinson Cavani. Nacieron con 21 días de diferencia el verano de 1987 y sólo seis manzanas separaron a sus hogares.

A pesar de contar con decenas de canchas de fútbol a lo largo y a lo ancho de toda la ciudad, es toda una incógnita para la gente del lugar que ambos hayan compartido un partido, ya sea como compañeros o enfrentados, en algún momento de su infancia. Lo que sí está confirmado es que los dos delanteros pasaron por el gimnasio de Nacional de Salto y la institución los presume, con la camiseta del club, en carteles que dan a la esquina de Barbieri y Julio Delgado. Allí, durante la década de los 90, cada mes de febrero se organizaba un torneo para niños de cinco a seis años. Nacional, donde Cavani hizo sus primeros goles, y Artigas, donde Suárez fue dirigido por su tío, competían.

Venimos de la misma ciudad, pero hemos tenido caminos diferentes. Él se fue cuando era muy pequeño. Yo pasé toda mi infancia en Salto. Luego en Montevideo jugamos en equipos diferentes y nos juntamos en la selección. Recién ahí empieza nuestra amistad”, contó Edinson Cavani.

El Salta, como lo llamaban en el barrio a Luís Suárez, se mudó a Montevideo a los siete años porque su familia, que contaba con grandes problemas económicos, recibió una oferta de trabajo que hizo inevitable hacer los más de 500 kilómetros para comenzar una nueva vida en la capital del país.

Dos años después se probó en Nacional de Montevideo y comenzó sus primeros pasos como jugador profesional. “Siempre vivió el fútbol con la misma pasión. Al igual que hoy, se enojaba cuando erraba un gol o se equivocaba en un pase. Le daba mucha bronca cuando le tocaba quedar afuera, pero lo llamabas faltando diez minutos y venía corriendo, entraba con todas las ganas y se llevaba a todos puestos”, recordó Daniel Enríquez, quien era Coordinador de Juveniles de Nacional, en el diario Ovación de Uruguay.

Edinson Cavani creció en una casa humilde que no contaba con agua caliente y tenía el baño afuera, en un cobertizo. Durante toda su infancia se la pasó descalzo en la calle pateando una pelota. Y aunque también le dedicó tiempo a la caza y a la pesca, vivió por y para el fútbol con una gran responsabilidad de su padre Luis Cavani, figura reconocida de Salto, primero como jugador y luego como entrenador.

El Pelado, como era apodado por su familia, se trasladó a Montevideo a los 16 años para comenzar su carrera como futbolista. Allí fichó por Danubio, pero no le fue fácil adaptarse ya que extrañaba a sus amigos y andar por los campos de su tierra. “En Salto están mis lugares, los que recorrí durante toda mi infancia. Siempre que regreso voy al campo para pasar tiempo con mi gente. Sin dudas es mi cable a tierra”, contó el delantero del Paris Saint Germain en Canal 8 de su ciudad.

El primer partido que se enfrentaron los oriundos del Noroeste de Uruguay, o al menos el primero que está documentado, ocurrió en junio de 2006 en el Parque Central de Montevideo. En aquel encuentro, el Danubio de Cavani, quién convirtió el primer tanto, venció 2 a 1 al Nacional de Suárez.

Lo que nadie suponía durante aquellos años es que, esos dos chiquilines, no solo se iban a convertir en los dos máximos goleadores en la historia de la Selección Uruguaya, sino que serían grandes figuras en los mejores equipos de Europa. Y en la otra punta del planeta, China no puede entender cómo ocurrió que salieran dos de los mejores delanteros del mundo desde un lugar tan pequeño que ni siquiera tiene equipo de fútbol profesional.

Estados Unidos avanza de la mano de Rapinoe

Instagram: FIFA Women's World Cup

Por Santiago Carrodeguas

Durante toda la fase de grupos, Estados Unidos había exhibido sus virtudes ante equipos asustadizos que solo apostaban al empate. No quiere decir que España no lo haya hecho en algunos tramos, pero la fiereza con la que se plantó La Roja fue totalmente diferente a la que demostraron Tailandia, Chile o Suecia.

Apenas en la primera jugada, las dirigidas por Jorge Vilda se lanzaron al ataque para conseguir la ventaja. Fueron minutos de asedio que acabaron con el penal que Mapi León le cometió a Tobin Heath y Megan Rapinoe convirtió. Era un gol que le devolvía la tranquilidad a Estados Unidos y que parecía terminar con el dominio español. Nada más alejado de la realidad.

Alyssa Naeher, la arquera del Chicago Red Stars, casi no había intervenido en este Mundial. Nadie se había atrevido a hacerle un gol, por lo que le dio el pase a Becky Sauerbrunn con mucha tranquilidad. No llegó a darse cuenta de su error hasta que Lucía García presionó a la central y el balón le cayó a Jennifer Hermoso, la falsa delantera e ilusionista española, que se limitó a darle al balón un toque suave que superó a Naeher y se convirtió en el empate.

A partir del 1 a 1, España pasó a dominar el partido. La jugada empezaba desde el fondo con Mapi León, imperial con la pelota en los pies, continuaba con Nahikari García y finalizaba con un pique de la incansable Lucía García, perfecta tanto en el ataque como replegándose. Eso no quita que hubo fallos de la defensa. Marta Corredera y Leila, las laterales ibéricas, no pudieron nunca con Rapinoe y Heath, quienes complicaron mucho desde las bandas.

El descanso reactivó al gigante dormido y las campeonas mundiales demostraron durante el complemento su superioridad. España se limitó a replegarse y esperar al contragolpe que les diera una victoria histórica. La resistencia acabó cuando Torrecilla cometió el segundo penal del partido, esta vez a Rose Lavelle. Rapinoe volvió a demostrar su frialdad y ejecutó de manera perfecta el penal, esquinado al palo izquierdo e inalcanzable para Sandra Paños.

A pesar de que contó con diez minutos para volver a igualar el marcador, España no tuvo claridad para atacar y sucumbió a la presión de ser quien eliminara a una selección que nunca terminó fuera del top 4 en una Copa del Mundo. A pesar del llanto, se quedaron con la sensación de haberle plantado cara las vigentes campeonas, por momentos invencibles desde el despliegue físico y el juego por las bandas.

Venezuela, el próximo rival de Argentina

Por Daniel Melluso

Tanto la victoria de Colombia ante Paraguay por la mínima como el triunfo de Argentina frente a Catar por 2 a 0 determinaron que la albiceleste quedó segunda en el Grupo B con cuatro unidades, dos más que el conjunto guaraní. El sorteo realizado el 24 de enero pasado en el complejo cultural Ciudad de las Artes de Río de Janeiro estableció que el equipo que culminara en esa posición disputaría el encuentro de cuartos de final ante el ubicado en la misma colocación, pero del Grupo A.

Ese mismo es Venezuela, que tras derrotar a Bolivia por 3 a 1 le quitó el lugar en la zona a Perú. El conjunto dirigido por Rafael Dudamel se encuentra en un período de  recambio generacional, con buenas camadas de juveniles, sobre todo aquella que logró el subcampeonato Mundial sub-20 en 2017. Varios futbolistas que integraron ese equipo forman parte de la actual plantilla, que liderados por Salomón  Rondón (máximo artillero de la selección mayor con 24 goles), buscarán llegar lo más lejos posible en la competencia, incluso igualar el cuarto puesto obtenido justamente en la copa realizada en Argentina en el 2011.

Con el equipo de Lionel Scaloni, La Vinotinto tiene un antecedente reciente: le ganó por 3 a 1 el 22 de marzo pasado, en un amistoso disputado en el Wanda Metropolitano de Madrid. Ese día hubo una pésima actuación del seleccionado nacional y, a la vez, fue el regreso de Lionel Messi, quien se había tomado una licencia tras el Mundial Rusia 2018.

En el historial, se enfrentaron en 24 ocasiones: 20 victorias albicelestes, 2 triunfos venezolanos y un par de empates. Por la Copa América jugaron 4 veces, todas favorables para el combinado argentino.

En la competencia continental de 1975 disputaron dos encuentros, ambos en agosto: en Caracas, fue 5 a 1; en Rosario, fue 11 a 0. En Chile 1991, edición en la que la albiceleste se coronó, fue 3 a 0. Mientras que en Estados Unidos 2016, en cuartos de final, fue un contundente 4 a 1.

Esta vez, si se la compara con las anteriores, es otra historia. Argentina llega golpeada por los continuos malos manejos en la dirigencia, que se ven reflejados en el campo de juego. Venezuela, más allá de la crisis económica y social que sufre en su país, está en un gran momento futbolístico, con todo para ganar y nada para perder.

El viernes 28 de junio a las 16, en el Estadio Maracaná, se verán las caras por quinta vez en una Copa América. El prestigio está en juego.