Por Guido Fradkin
“Vamos a Japón por el mejor camino”, tituló la revista El Gráfico en la edición del seis de febrero de 1979, hace poco más de cuarenta años y a una semana de finalizado el Sudamericano Sub-20 en el que Argentina terminó subcampeona, sólo por detrás del local, Uruguay. “Este Juvenil argentino es el que tiene mayor futuro entre todos los que participaron”, escribió su director técnico César Luis Menotti en una de sus columnas para la revista -por entonces- de Editorial Atlántida.
Medio año después de esa publicación, la llegada al Lejano Oriente para disputar el segundo Mundial de la categoría. Antes, la larga preparación, que culminó con el triunfo 2-1 sobre México en Los Ángeles, según recuerda Marcelo Bachino, lateral de aquel equipo, que aún conserva el telegrama a través del cual lo citaron a su primera práctica con el plantel.
El primer rival del Grupo B fue Indonesia, que había reemplazado a Irak. “Le hicimos cinco en el primer tiempo y en el segundo (0-0) regulamos por lo que se venía”, sintetiza Osvaldo Rinaldi, mediocampista central que estuvo desde el arranque en los seis partidos. La única preocupación fue la salida del cuatro titular, Abelardo Carabelli. “Parecía que tenía una molestia en el isquiotibial, pero gracias a Dios me revisó el médico y me dijo ‘no, esto es el nervio ciático’. Me dieron un calmante y pude jugar todo el torneo”, rememora.
La siguiente parada fue Yugoslavia. Sergio García, quien en ese tiempo era arquero de Flandria, recuerda el intervalo: “Menotti estaba bastante ofuscado, enojado; nos preguntaba si habíamos ido a pasear o a jugar un campeonato”. Carabelli relata el único tanto del encuentro: “El Pichi (Escudero) frotó la lámpara y, en una pelota que le puso el Beto Barbas entre líneas, llegó, anticipó al arquero, se la tocó antes y le definió por abajo”. Y aporta una curiosidad: “Ya estaba el cartel del cambio, y dice ‘yo me la juego’. Fue y metió el gol”.
Contra Polonia, ya clasificados a cuartos de final, Menotti prescindió -por única vez en el torneo- de algunos titulares. De cuatro, como los goles: Maradona, Gabriel Calderón en dos oportunidades y Juan Simón obraron el 4-1 contra los europeos, que descontaron mediante Andrzej Palasz, lo que significó el fin de la valla invicta de García. “Fue un cabezazo que vino combado, la pelota pegó en la base de arriba del travesaño, volvió en comba por aire y justo había uno de ellos ahí”, explica el guardameta.
Para acercarse al podio había que superar a la sorpresa. Rinaldi lo simplifica en dos oraciones: “Todos hablaban de Argelia como un cuco, que había eliminado a España… Le ganamos 5 a 0, los pasamos por arriba jugando un fútbol bárbaro”. Aquella noche, ya en Tokio, Ramón Díaz convirtió su segundo hat trick en el torneo (el otro, frente a Indonesia). “Casi ni tocaron la pelota, y cuando nos acordamos ya les habíamos metido tres goles”, suma Carabelli.
La semifinal fue ante Uruguay, el partido con más pica. Bachino no se olvida: “Estábamos en el Hotel Takanawa Prince con todas las delegaciones y teníamos muy buena relación con varios de ellos. Éramos muy parejos, pero esa noche Argentina brilló: Ramón Díaz hace el primero y le pone el centro a Diego en el segundo. Me acuerdo que la cancha estaba muy blanda”. Rinaldi completa: “En Uruguay dieron feriado porque sabían que nos iban a ganar y qué se yo. Curiosamente, ahí soy amonestado por una patada que le pego a Rubén Paz, nuestra única amarilla en todo el campeonato”.
El duelo por la copa, contra el defensor del título: Unión Soviética. De los 15000 espectadores del debut se había pasado a 55000. Tras la paridad en el primer tiempo, Argentina estuvo perdiendo por primera vez en toda la competencia, pero, a poco más de veinte minutos para el final, el árbitro brasilero José Roberto Wright señaló el punto penal. ¿El encargado de ejecutarlo? Hugo Alves. ¿El motivo? Según Bachino, que el entonces jugador de Boca había ganado, en la previa del Sudamericano y en el Sindicato de Seguros de Moreno, un torneo de penales. Carabelli agrega que Maradona se lo pidió, pero que Alves replicó con un “no, lo pateo yo” y convirtió. Desde ahí, una ráfaga: en diez minutos estaba 3-1 gracias a los golazos del Pelado Díaz primero, con una gran corrida desde mitad de cancha, y del Pelusa después, de tiro libre.
Post partido y premiación, el festejo: “El mismo viernes la FIFA hizo la fiesta en el hotel, el sábado otra el embajador argentino en Japón y recién pegamos la vuelta el domingo”, recuerda Bachino. García define al retorno como “caótico”: Brasil, Aeroparque, helicóptero a la cancha de Atlanta, micro por la calle Corrientes y, por último, la Casa Rosada, con el dictador Jorge Rafael Videla como anfitrión. “Nos llevaron a saludar al presidente. Estábamos con la cabeza en que queríamos ver a la familia; mi vieja cumplía años y deseaba llevarle la medalla, hacía más de un mes que no los veíamos. Estábamos mirando, pero realmente no me acuerdo qué dijo”, asegura Carabelli.
Ahora sí, la portada de El Gráfico era exclusiva de la Selección. “Argentina campeón mundial”, rezaba la contratapa, que continuaba la imagen de la tapa y reemplazaba el habitual espacio publicitario. 108 páginas y póster gigante. Además de Menotti, otro que tuvo su lugar para expresarse fue Diego Armando Maradona. “Fue la alegría más grande de mi vida”, el título de la nota del jugador que, siete años más tarde, volvería a estar en la cima del fútbol mundial.