martes, junio 24, 2025
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“Hasta los hinchas de Newell’s lo respetaban”

Por Adrián Olszewski

“Al principio el conocimiento que tenía de él era muy circunstancial ya que, solamente iba a la redacción que el diario tenía en Rosario y llevaba los dibujos para que los manden por avión a Buenos Aires”, dice Héctor Cardozo, compañero de Roberto Fontanarrosa en la redacción del diario Clarín e íntimo amigo. “En ese momento, las historietas que el Negro realizaba no eran para el periódico, sino que salían publicadas en diversas revistas, como Risario en nuestra provincia u Hortensia en Córdoba”.

Fontanarrosa comenzó a trabajar con mayor frecuencia en el diario siguiendo todos los partidos de la Selección. Sin implicar el grado de importancia del encuentro, el Negro estaba presente en los amistosos, eliminatorias y en los mundiales que Argentina disputaba. “Nuestra relación se hizo más estrecha cuando íbamos a comer después de los partidos de la Selección junto a Horacio Pagani.”

-¿Cómo era el Negro en la redacción?

-Su paso por la redacción era muy fugaz, pero era una persona muy querida y reconocida por todos. Era muy franco y laburador. Le dedicaba muchas horas a su profesión.

-¿Cuál de sus libros te gusta más?

-Los libros son todos buenos, no hay uno que sea malo. Leí un millón de veces La observación de los pájaros por lo que transmite. Tenía mucha calidad para escribir, era muy gracioso. Es muy difícil sacarle una sonrisa a la gente escribiendo.

-¿Qué situación que hayas vivido con él recordás hasta el día de hoy?

-Cuando estábamos en Estados Unidos cubriendo el Mundial de 1994, recuerdo que estacionó en un lugar que no se podía. Los policías nos cagaron a pedos y hasta nos hicieron la multa. Nos asustamos todos porque allá no te dan explicaciones, te gritan por los parlantes del patrullero que bajes del auto con las manos arriba. Cuando lo recordábamos nos reíamos, pero en su momento no la habíamos pasado muy bien.

-¿Cuál fue el momento más duro que viviste junto a él?

-Cuando le declararon la enfermedad. Sufrimos mucho. Su decadencia se empezó a notar rápidamente. Lo único que la enfermedad no podía cortarle era la cabeza. Tenía una mente brillante.

-¿Seguía dibujando luego de que le detectaron la enfermedad?

-Sí, dibujó hasta cuando pudo. Le hicieron un lápiz especial porque tenía la mano medio cerrada y no podía moverla normalmente. Realizaba los trazos de los dibujos mucho más grandes y después se los achicaban en la computadora.

-¿Qué significó para los hinchas de Central?

-Para los que lo quisimos, siempre estará presente, es imborrable y para los hinchas de Rosario Central es un símbolo. A la semana de su muerte jugaron en La Bombonera Boca frente a Central, y había muchas banderas de los hinchas de Boca homenajeando al Negro. Era reconocido más allá de la camiseta. Yo creo que hasta los hinchas de Newell’s lo respetaban. El Negro era un genio.

-¿Qué dejó Fontanarrosa?

-Nos dejó enseñanzas. El mensaje de él es de alguien con mucho talento que incorporó a la literatura algo que no le va a cambiar la vida a nadie, como lo es el fútbol. Salir campeón del mundo no te hace mejor país ni mejor persona.

El Cairo, que lo parió

Por Rodrigo Brusco y Matías Chiacchio

En medio del bar El Cairo, ubicado en Sarmiento y Santa Fe, esquina céntrica de Rosario, hay una mesa de madera pintada de cuatro colores: amarillo, azul, rojo y negro, por los tres clubes de fútbol más importantes de la ciudad (Rosario Central, Central Córdoba y Newell´s Old Boys). Las patas están talladas como piernas de mujer con tacos altos. Debajo del vidrio que cubre la tabla se ven fotos en blanco y negro. En una está el Negro sentado junto a Joan Manuel Serrat y otras 20 personas, entre las que se encontraban los galanes, como Ricardo Centurión, José Vázquez, Rubén Fernández, Rogelio Molina y Carlos Martorell.

“Acá hay más de 30 años de historias para contar, así que todos los que vienen se llevan algunas”, dice Centurión, uno de los galanes más antiguos. Vázquez cuenta que la mesa fue fabricada por Rodolfo Perazzi después de la muerte de Fontanarrosa. “Antes era una mesa común, como las que se ven en el bar, todas de madera”, dice Molina.

Detrás de la mesa, varias lamparitas forman el apellido Fontanarrosa junto a Mendieta, el perro de Inodoro Pereyra. En las otras paredes hay caricaturas del Che Guevara, Messi, Luciana Aymar y el Negro, y una biblioteca en la que están sus libros, no muy lejos de la estatua suya que hay en el ingreso a los baños, apoyado en un buzón rojo con unos jeans claros y un buzo azul.

El Cairo era como estar en casa con un ventanal a la calle, así podíamos mirar a las minas que pasaban por la vereda”, dice Martorel, quien a pesar de ser Leproso no se perdía de ir a la cancha con Fontanarrosa y disfrutar el tercer tiempo. “Es que eso era lo único que hacían, mirar minas por la ventana hasta que llegué yo”, fanfarronea Fernández, uno de los últimos en incorporarse a La Mesa de los Galanes luego de vivir en Barcelona. Él cuenta que de a poco se fue integrando hasta lograr la aceptación definitiva en el grupo.

Nos juntábamos de lunes a viernes a la tardecita, y los sábados al mediodía”, recuerda Molina. En El Cairo siempre había algún galán sentado en una mesa, por eso nunca tuvieron que reservar un lugar. A partir de las 19 se reunían todos, aunque también aparecían otros que nadie conocía y arrimaban una silla para escuchar lo que hablaban. “Cuando venía gente de afuera, no podía joder de cierta manera, porque algunos no iban a entender”, dice Fernández.

Pero El Cairo, más que un bar, era la oficina personal de Fontanarrosa. Cuando alguien quería verlo, él lo invitaba a la mesa donde charlaba con sus amigos, casi siempre de fútbol o anécdotas relacionadas. “A veces estábamos charlando, el Negro levantaba la mano y de repente se sentaban Les Luthiers, Eduardo Galeano, Joan Manuel Serrat, el mejor violinista de Argentina”, dice Molina. “Hay momentos que te preguntás: ‘¿Qué hicimos para ligar esto?’. También con el tema de los cuentos. Ahora somos personajes de la literatura”.

Bares y fondas

Para mantener la intimidad del grupo, los galanes cenaban una vez al mes en el restaurante Sunderland, en avenida Belgrano 2010, frente al puerto de la ciudad, y charlaban hasta altas horas de la noche. En el Sunderland hay una pared con fotos que rememoran aquellas cenas. También hay en un menú un dibujo de Inodoro Pereyra con una copa en la mano y un globo de diálogo que dice “Para el Sunderland”, que el Negro hizo con un fibrón el 6 de diciembre de 1991.

Los galanes también visitaban otros bares además de El Cairo. Durante dos años, entre 2002 y 2004, fueron al Bar La Sede, en Mitre 599, luego de una recorrida por muchos bares que duró seis meses porque El Cairo había perdido popularidad y, decían, “no había mujeres para ver”. Tras la partida de los galanes, El Cairo fue cerrado para su remodelación. Cuando reabrió a fines de 2004, luego de un incendio, el 3 de mayo de aquel año, que imposibilitó que la reapertura fuera antes, el Negro y sus amigos volvieron al lugar que los homenajea.

El último cambio de bar se debió a la Esclerosis Lateral Amiotrófica que sufría Fontanarrosa. Como no podía movilizarse mucho, los otros galanes eligieron la confitería que está a una cuadra de su última casa, en la avenida Wheelwrithe y Paraguay. “Cuando el Negro estaba muy enfermo, nos empezamos a juntar en el bar que estaba debajo de su casa”, recuerda Centurión y Pitu Fernández agrega: “Además, en el último tiempo nos juntábamos, una vez por semana, en su casa”.

América, te hablo de Ernesto

El 29 de junio de 1952 ha quedado grabado a fuego en la memoria del fútbol colombiano. En aquella jornada El Ballet Azul, el memorable equipo de Millonarios de los argentinos Alfredo Di Stéfano, Adolfo Pedernera y Néstor Rossi, humilló en el clásico de Bogotá a Independiente Santa Fe. Los azules se regodearon en el Campín con el histórico 6-0, la victoria más abultada del derbi bogotano. Sin embargo, esa misma tarde y a más de mil kilómetros de la capital, en un pueblo a la vera del Río Amazonas, limítrofe con Brasil y Perú, dos argentinos también se anotaron en los anales del fútbol cafetero. “Alberto estaba inspirado; con su figura parecida en cierto modo a Pedernera y sus pases milimétricos, se ganó el apodo de Pedernerita, precisamente, y yo me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia”. Alberto es Alberto Granado. Y él Ernesto Guevara de la Serna. El Che.

Para un argentino resulta imposible hablar de Cuba y no mencionar al compatriota más famoso de la historia, incluso cuando no es de política de lo que se está charlando. Es que mucho antes de la lucha en la Sierra Maestra, el Che había tenido una vida bien argentina en las sierras cordobesas de Alta Gracia y más tarde en Buenos Aires. Nacido en Rosario, dicen que le tiraban los colores azul y amarillo de Rosario Central. Aunque en sus años de exposición haya sido mejor conocido como un excelente ajedrecista y promotor del deporte-ciencia en la isla, el fútbol ocupó un lugar de gran importancia en su mapa deportivo y que vale la pena repasar.

No hace falta recurrir a la lucha armada para descubrir en el Che una vocación guerrera, de lucha permanente. Su primera batalla la libró contra una neumonía contraída cuando llevaba apenas dos semanas en este mundo. La enfermedad dejó secuelas permanentes, una propensión a las afecciones pulmonares que estalló a los dos años cuando sufrió su primer ataque de asma. El pequeño Ernesto había tenido la suerte de haber nacido en una familia de buena posición económica, lo que facilitó la mudanza de los Guevara a la ciudad cordobesa de Alta Gracia, donde el aire contenido por valles y sierras es un bálsamo para las enfermedades respiratorias.

El Che niño era un deportista implacable al que no le importaba que la vida se le fuese en ello. Los padres intentaban cuidarlo, pero era irreverente. Ni siquiera se atemorizó cuando luego de caer desvanecido durante un partido de rugby el médico le dijera que había estado a punto del infarto. “Sólo dejaré de practicar deportes cuando me muera”, les comunicó a sus padres, sin dejarles alternativas.

A decir verdad, el rugby fue el deporte que practicó con mayor seriedad durante su adolescencia. Era un medio scrum inteligente pero con tackle voraz, la más poderosa de sus armas. Siempre conseguía que algún compañero de equipo corriera por fuera de la línea de la cancha con el inhalador en mano, por si necesitaba controlar su asma. En Córdoba jugó en el Club Estudiante y en Buenos Aires lo hizo primero en el San Isidro Club, del cual su padre había sido fundador y su tío era el presidente. Luego, a pedido de su padre, el tío (a través del entrenador) lo dejó fuera del equipo y él se unió al Atalaya. En el partido final del torneo de ese año jugaron contra el SIC, anotó el try de la victoria y casi lo trompea al entrenador de su ex equipo, Mario Dolan.

Por aquellos días en Buenos Aires, Fuser, el Pelado o Chancho, como lo llamaban ya en sus tiempos de estudiante de medicina y vacunador en la municipalidad, era redactor de la única revista de rugby que se editaba en el país: Tackle. De ella se publicaron 11 números y en seis aparecen artículos firmados por un tal Chang-Cho. Ésta, su primera intervención como cronista deportivo, serviría para que años más tarde cubriera algo más grande: los Juegos Panamericanos de México 1955. Lo hizo como fotógrafo –su verdadera profesión desde que estaba en México– y redactor deportivo para la Agencia Latina, dirigida por otro médico argentino, Alfonso Pérez Vizcaíno. Fueron dos semanas en las que durmió un promedio de 4 horas; por día escribía varios artículos, tomaba y revelaba las fotos. Cuando los Juegos finalizaron, la Agencia fundió y la plata no apareció hasta después de seis meses.

A lo largo de su vida practicó también la natación, el golf, el ciclismo, el alpinismo y otros tantos deportes. Pero el fútbol nos aúna. Y el fútbol del Che no es para despreciar. Fue en su infancia y adolescencia uno de sus pasatiempos preferidos. La práctica del fútbol lo halló casi siempre parado debajo de los tres palos debido a las dificultades de su enfermedad. Ya de grande el fútbol fue para el Che, por sobre todas las cosas, su gran compañero de viaje latinoamericano. La primera travesía por el continente la realizó junto a Granado a bordo de La Poderosa II, una moto modelo 1939 de 500cm3 de cilindrada. En verdad, la moto sólo logró llevarlos hasta Chile, ya que sus tantas averías, producto de mil caídas en ruta, la terminaron por convertir en chatarra.

Y fue ahí mismo en Chile cuando el fútbol aparece por primera vez en la historia de este viaje. Cerca de la Salitrera de Toco, bien al norte del país, un grupo de obreros de construcción de carreteras se hallaba jugando un picado. Los dos viajantes se sumaron al partido y fueron contratados por los trabajadores para disputar un torneo al domingo siguiente; consiguieron sueldo, casa, comida y transporte hasta Iquique. Dos días después perdieron, pero Alberto deleitó a los chilenos con unos chivos asados. Luego viajaron a Arica y entraron a Perú por el puesto aduanero de Chacalluta.

En Perú participaron de partidos en llanos próximos a Machu Picchu, de los cuales también formaron parte el gerente y empleados de un hotel de la zona turística que luego le facilitaron el alojamiento y la comida. El 1 de mayo de 1952 llegaron a Lima y trabajaron en un leprosario, donde no sólo se ganaron el cariño de los pacientes por el trato de igual a igual que practicaron, sino que también jugaron al fútbol con ellos. Más tarde abandonaron la capital y por el Río Amazonas se dirigieron a San Pablo, donde otro leprosario peruano recibió tanto más de sus manos galenas y de su fútbol argentino.

El 23 de junio desembarcaron en tierras colombianas, en el poblado de Leticia, del cual se desprende la anécdota del inicio. Sin embargo restan detalles de aquello. Allí fueron contratados como entrenadores de un equipo de fútbol de la liga local, donde el deporte se practicaba con una velocidad de antaño y una técnica poco depurada. El domingo 29 jugaron un partido del lado brasileño del Amazonas y a la tarde participaron del torneo en el que, al ver el nivel que sus dirigidos demostraban, decidieron alinearse.

Días más tarde y ya en la capital colombiana asistieron al amistoso entre el club Millonarios y Real Madrid. En esas jornadas visitaron al argentino Alfredo Di Stéfano, entonces en Millonarios –luego en Real Madrid, claro–, que se interesó por el viaje de ambos y además les regaló un par de entradas para el otro amistoso que Millonarios también le iba a ganar a los españoles.

El 14 de julio ya habían llegado a Caracas, donde volvieron a ser espectadores de un nuevo choque entre los mismos equipos, que habían sido invitados para inaugurar el Estado de la Ciudad Universitaria de Caracas. En esta ocasión, el Che prepoteó a un español y Alberto y el amigo que les había pagado las entradas, García Butillo –embajador de Venezuela en Cuba en 1965–, tuvieron que separarlo ante la evidente inferioridad física de Ernesto.

El periplo junto a Alberto Granado, que había conseguido trabajo en un leprosario y decidido quedarse allí, culminó en Bogotá. El 26 de julio el Che tomó el avión de regreso que hizo escala en Estados Unidos, donde permaneció un mes por desperfectos técnicos.

Cuando culmina su primera experiencia como trotamundos, también empieza a terminar la etapa del fútbol en su vida. Aquel viaje de ocho meses que llegó a su fin en agosto de 1952 lo cambió. En 1953 se recibió de médico y para el 9 de julio de ese mismo año ya había armado las valijas del viaje, esta vez con Carlos Ferrer, del que nunca volvería.

El peregrinaje comenzó vía ferrocarril en Retiro y tuvo como primer destino a Bolivia. Luego continuaron por Perú, por pasos ya andados, para seguir por Panamá y Guatemala, donde conoció a exiliados cubanos que habían participado del Asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de ese año, que comandado por Fidel Castro había tenido por objetivo derrocar al dictador Fulgencio Batista.

Ya en 1954 se instaló en México, donde se ganó el pan como fotógrafo y luego como redactor deportivo, como ya ha sido relatado.

Por estos años no existen registros del Che vinculados con el fútbol. El alpinismo pasó a ocupar sus ratos de ocio. En 1955 conoció a Fidel Castro, que exiliado en México preparaba a la guerrilla del Movimiento 26 de Julio para un nuevo intento de que la Revolución triunfe. Guevara comenzó el entrenamiento militar y la práctica de tiro.

Luego del desembarco del Granma y del comienzo de la lucha en la Sierra Maestra, el Che conoció al Comandante Camilo Cienfuegos, un fanático del deporte nacional de Cuba: el béisbol. A partir de ese momento creció su vínculo con este deporte. En tanto nunca abandonó la práctica del ajedrez, quizás por la comodidad que llevarlo a cabo implica. Un tablero, un par de metros cuadrados en cualquier lugar del mundo y alguien dispuesto a medir sus fuerzas con el guerrillero que ya había alcanzado el rango de Comandante.

Cuando la Revolución triunfó, el argentino tomó el cargo de Ministro de Industria y se involucró fuertemente en el deporte de la isla. Según contó el entonces director de la Dirección Nacional de Deportes, Felipe Guerras Matos, el Che realizaba llamadas constantes para preguntarle por el progreso del fútbol. Además, en 1961 creó el INDER, el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y la Recreación, que todavía hoy regula a todos los deportes de Cuba.

Durante sus años cubanos y de últimas guerras dedicó casi por completo su tiempo al ajedrez, del cual fue un gran impulsor creando el famoso torneo Capablanca In Memoriam, en homenaje al Gran Maestro José Raúl Capablanca, campeón del mundo entre 1921 y 1927, que también había sido su primer contacto con Cuba en el año 1939, cuando en ocasión de las Olimpíadas de Ajedrez Capablanca viajó a Buenos Aires y ganó una medalla de oro. Cabe destacar la calidad de ajedrecista que era el Che, que largamente superaba las de un aficionado común y corriente. Entre sus actuaciones más destacadas pueden mencionarse dos tablas con el Gran Maestro argentino Miguel Najdorf, que en su visita a la primera edición del Capablanca In Memoriam evocó su enfrentamiento con el Che en unas simultáneas:“Recuerdo que el entonces joven Guevara fue uno de los pocos que lograron hacerme tablas en Mar del Plata en el año 1949, ¿se acuerda usted comandante?”. Además de Najdorf, el Che logró tablas contra el GM checo Miroslav Filip, otras contra el GM estadounidense Larry Evans, tablas también contra GM soviético y campeón del mundo Mijaíl Tal y frente al GM yugoslavo Petar Trifunovic. Además perdió contra el GM soviético Víctor Korchnoi y cosechó algunas victorias frente a Maestros Internacionales, como con el inglés Robert Wade. El amor por el deporte-ciencia fue tal que hasta para su última batalla en Bolivia ordenó la compra de algunos tableros para jugar cuando el tiempo se lo permitía.

Con Najdorf luego de las simultáneas en La Habana.

A pesar de su casi exclusiva atención al ajedrez, todavía restan vínculos entre el comandante y el fútbol, al que relegó de sus principales actividades pero que nunca olvidó. En mayo de 1963 el club Madureira de la Primera División del fútbol brasileño visitó Cuba. Allí jugó contra el campeón nacional, el equipo habanero Industriales, y ganó 5-2. Luego se midió con el Combinado Habana y el Che fue espectador del encuentro y partícipe de un saludo de cortesía dentro del campo de juego antes del comienzo del mismo. Por eso días también presenció el choque entre la selección de Cuba y el Dínamo de Kiev ucraniano, entonces soviético.

Un año antes había participado de un partido de fútbol en Santiago de Cuba ante un equipo de la Universidad Oriental, del que Granado, que residía en Cuba desde 1961 por pedido del Che, relató que Fuser realizó una atajada de manera profesional y que su equipo ganó 1-0. Durante el primer tiempo había ocupado posiciones de ataque, teniendo que recurrir en más de una ocasión al inhalador.

Mucho tiempo después, luego de fracasar en su expedición revolucionaria por el Congo, partió hacia Praga. Durante una excursión por un bosque de las afueras de la capital checa se topó con un grupo de muchachos que practicaban fútbol y se les unió. De aquella estancia en Praga, José Luis Ojalbo, funcionario del Departamento América y encargado de tramitar la llegada del revolucionario a Europa, dijo: “Lo recuerdo pegado a la radio con mucho interés escuchando los juegos de la Copa del Mundo de fútbol de 1966”. Esta declaración deja sentenciado el apego del Che por el fútbol aun en sus últimos años de vida, aun lejos de su patria futbolera, de los nombres de todos los equipos de Primera División que podía cantar de memoria, de su marca hombre a hombre en Bower (un pueblito cordobés entre Alta Gracia y Córdona), de sus atajadas por todos los rincones de Sudamérica. No resulta difícil imaginarlo en aquellas tardes de 1966, cuando seguramente puteó en criollo con el gol de Geoff Hurst para el 1-0 definitivo de Inglaterra, y apretó con Antonio Rattín el banderín inglés de camino al vestuario, luego de caer con nada decencia en Wembley.

Del Che y el fútbol cubano queda la sensación de que no logró transmitirles a los dirigentes la pasión por este deporte que terminaron relegando con el pasar de los años y de su muerte. Con él, quizás hubiese sido otro el futuro del fútbol en la isla.

Ya convertido en mito, el Che ha logrado conquistar el interés de los habitantes de todo el mundo, que han tomado su vida como ejemplo de lucha. Los homenajes con su rostro y en particular con la famosísima foto que Alberto Korda le tomó en 1960, se repiten en cada ciudad del globo. Pero en la actualidad hay dos equipos de fútbol que decidieron llevar el retrato a su camiseta: el Madureira, aquellos cariocas que visitaron Cuba en 1963, y el Club Social Atlético y Deportivo Ernesto Che Guevara, de la ciudad de Jesús María, Córdoba.

Del homenaje del Madureira se puede decir que fue en motivo del 50 aniversario de aquel partido disputado en el Estado Universitario de La Habana, y que fue el equipo de fútbol sala el que vistió la camiseta con su rostro y la leyenda: “Hasta la victoria siempre”.

Por su parte, al Club Social Atlético y Deportivo Ernesto Che Guevara lo fundaron en 2006 Mónica Nielsen –primera y única presidenta–, Claudio Ibarra y María Luna. Las particularidades que distinguen a este club de otras instituciones tradicionales son las estrictas políticas deportivas y económicas. Por ejemplo, la camiseta que lleva la cara del Che en su frente está limpia de publicidades; los jugadores no pueden ser transferidos a otros clubes: simplemente el Che les dejará el pase en su poder a aquellos que decidan seguir sus carreras en otro lugar. Tampoco existen los socios en este club que rompe con los moldes, y en su lugar se promueve la realización de rifas, ventas de comidas y, principalmente, que su gente se involucre para crear un núcleo de pertenencia, según explicó Mónica a El Gráfico. Para cuando hace las veces de local en la Liga Regional Colón, el club Deportivo Colón le cede su estadio gratuitamente, aunque ya resten pocos de estos días: la Sociedad Rural de Jesús María le donó un terreno en Colonia Caroya para que construyan su propia casa, que ya está tomando forma gracias al trabajo de toda su gente.

“Sólo dejaré de practicar deportes cuando me muera”

Por Irina Lavallena @iirinistica y Magalí Robles

El joven Ernesto ocupaba la posición de medio scrum y su equipo iba ganando, sin mucha diferencia, cuando el clima cambió rotundamente y comenzó a llover, Los colores azul y celeste de su camiseta número 5 se escondieron bajo el barro. Al ser un partido de rugby, el encuentro se debió seguir jugando, lo que produjo una anomalía característica en su cuerpo,que trajo consigo las secuelas del asma que le diagnosticaron apenas a los dos años. Llegó a patear el último balón cuando cayó desmayado en el campo, luego de que la falta de aire llegara al extremo. Ernesto Guevara, quien entonces no era el Che sino Fúser, es, sino el deportista más utópico que existió alguna vez, una alegoría del músico sordo, del escritor ciego: un deportista que sufre asma.

Mira, Ernesto, el doctor se acaba de ir y nos dijo que estuviste a punto del infarto, y que no sólo no puedes seguir jugando el rugby, sino que tienes que dejar de hacer deportes”, había manifestado Ernesto Guevara Lynch, su padre. “Sólo dejaré de practicar deportes cuando me muera, porque si no lo hago, me voy a morir de verdad”, fue su respuesta. Así eran su valentía, su constancia y su fuerza de voluntad.

Ernesto sintió la necesidad de vincularse al deporte y lo hizo por convicción, pese a la desventaja que significó el asma que lo acompañó desde sus dos años de vida hasta su asesinato, hace 50 años.

De esa manera, Ernesto desafió un obstáculo en diferentes ámbitos deportivos. “Lo combatió, al principio, con la natación y la gimnasia. Además, practicó esgrima, patinaje, equitación, boxeo, pelota a mano y con paleta, tenis, fútbol, rugby y alpinismo”, tal como había manifestado su padre en su libro Mi hijo el Che.

Nadie hubiese imaginado que el niño Ernesto iba a devenir en deportista. Fue por intermedio de la pasión por la natación de su madre, Celia, que practicó su primer deporte. Lo llevó a nadar junto a ella al Club Náutico de San Isidro, en el Río de la Plata.

Este acontecimiento es conocido por una carta, dirigida a su tía Beatriz: “Querida Beatriz la sorpresa es que lla se nadar justo el día de tu cumple años aprendí a nadar recibe besos Ernestito”, así, con las faltas de ortografía de un niño de cuatro años. Y el deporte continuó, ya que a los 12 tomó clases con el campeón argentino de estilo mariposa, Carlos Espejo. Contra el consejo de sus médicos, Ernesto continuó nadando.

Ya con domicilio en Alta Gracia, debido a la indicación de su médico de que éste era el lugar adecuado para combatir su asma, Ernesto fue un excelente jugador de golf. Además, los cerros de esa zona hicieron de aliados para que el joven practicara montañismo, que le serviría de ayuda para su futuro como guerrillero.

Y el fútbol, el deporte más popular en el país del Che, no podría haber quedado afuera de su vida. Hugo Gambini, en su libro El Che Guevara, explayó sus conocimientos sobre el vínculo entre el Che y el fútbol: “Leía crónicas deportivas para informarse sobre los campeonatos profesionales de fútbol”, además reconoció que era hincha de Rosario Central. Su padre también brindó otras anécdotas futboleras: “Cada vez que se sentía mejor del asma buscaba la ocasión de practicar algunos de sus deportes favoritos y uno de ellos era el fútbol”.

El asma le jugó en contra, pero no lo limitó en materia deportiva, por lo que el Che se vinculó con el arco, un puesto que no le exigía tanta movilidad y donde tenía a su alcance el inhalador. En un campeonato en Alta Gracia, Ernesto fue capitán de su equipo y le puso de nombre Aquí te paramos el carro. Según su hermano Roberto, el nombre los definía dentro del campo de juego: “Definitivamente, eran los más aguerridos”. Volcó sus convicciones tanto en su vida como deportista como en su vida de guerrillero años después.

El año 1939 lo marcaría para siempre y definiría el destino de su vida: a los once años, Ernesto conoció el ajedrez, su gran pasión. Y también supo de Cuba.

Durante su adolescencia, participó de cuanto deporte estuvo a su alcance, y un ejemplo es que en 1948, a sus 20 años, en su etapa como estudiante de medicina, participó de los Juegos Universitarios y llegó a los 2,80 metros en su salto con garrocha, y lo hizo “porque no había nadie anotado”.

También en ese mismo año, viajó a dedo desde Córdoba a Buenos Aires para asistir a una carrera en la que participó Juan Manuel Fangio, cuando todavía no había salido campeón.

El año 1951 fue en el que decidió, junto a su amigo Alberto Granado, recorrer varias provincias del sur y norte del país en su ya conocida motocicleta, La Poderosa II, y ese viaje estuvo plagado de deportes.

En la capital chilena fue contratado, junto con Granado, como futbolista. Hasta en su recorrido por Sudamérica, el fútbol fue protagonista. Es que mientras en un terreno de la Salitrera de Toco, obreros de una construcción de carreteras jugaban un partido, los viajeros de inmediato se incorporaron a patear la pelota. Fue 17 de marzo de 1952 y, según Ernesto: “El resultado fue espectacular: (fuimos) contratados para el partido del domingo siguiente; sueldo, casa, comida y transporte”.

En ese mismo viaje, trabajaron en un leprosario en San Pablo, Perú. Allí, los viajeros ganaron el afecto de los enfermos y en gran parte fue gracias al deporte. Con los leprosos jugaron al fútbol cerca del hospital y lo hicieron cada vez que les fue posible. A veces de arquero, a veces de defensor, el Che se hizo presente. También lo practicaron en Machu Picchu.

En Colombia ocurrió algo inesperado. La noche del 25 de junio de 1952, en Leticia, fueron contratados como entrenadores del equipo de fútbol de Independiente Sporting. Ernesto arbitró y su compañero de viaje dirigió el plantel. Salieron sin victoria, por lo que ambos decidieron formar parte del equipo.

En su diario, Granado escribió: “Ganamos los dos partidos de eliminación, el primero, 2 a 1. La hinchada en general aplaudió mucho. Me decían Pedernerita, lo cual no deja de halagarme, pero yo considero que el verdadero héroe de la tarde fue Fúser, tanto por la forma como atajó, como por la forma en que dirigió a los defensores”. Como el partido terminó 0 a 0, fueron a penales: “De los tres que nos patearon, el primero fue un cañonazo que se convirtió en gol. El segundo salió afuera y, el tercero, el Pelao lo atajó brillantemente. Fue un shot al ángulo superior derecho y Fúser, en una estirada formidable, sacó el balón sobre el travesaño, Los penales nuestros los ejecutó el centro delantero y tiró los tres afuera”.

En el diario del Che, se puede leer lo siguiente: “Al principio pensábamos entrenar para no hacer papelones, pero como eran muy malos nos decidimos también a jugar, con el brillante resultado de que el equipo considerado más débil llegó al campeonato relámpago organizado, fue finalista y perdió el desempate con penales. Alberto estaba inspirado; con su figura parecida en cierto modo a Pedernera y sus pases milimétricos, se ganó el apodo de Pedernerita, precisamente, y yo me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia”.

Su encuentro con Alfredo Di Stéfano, uno de los mejores futbolistas argentinos, tampoco puede quedar fuera en esta historia de anécdotas deportivas. En Bogotá, obtuvieron entradas para un partido de fútbol entre el Club Millonarios –en el que jugaban futbolistas argentinos, entre ellos Adolfo Pedernera- que resultó ser el ganador, y el Real Madrid. Di Stéfano, quien en ese entonces era parte del equipo colombiano, los alentó en el cumplimiento de la meta de recorrer Sudamérica y les regaló entradas para su próximo partido, el cual volvería a ganar Millonarios.

Cuando el viaje llegó a su fin, Ernesto volvió a Buenos Aires a recibirse de médico y luego, en julio de ese mismo año, volvió a viajar, esta vez con Carlos Ferrer. En 1955, conoció a Fidel Castro y su vida cambió para siempre.

Durante la lucha en La Sierra Maestra, el Comandante Camilo Cienfuegos lo introdujo en un nuevo deporte: el béisbol. Disputó encuentros con Fidel, además de partidos de golf. Una vez culminada la Revolución, le confesó a su madre mediante una carta: “Al rugby y al fútbol aquí no juega nadie y el béisbol no me gusta. Salvo alguna que otra partidita de ajedrez (cada tanto porque insume demasiado tiempo) o ir a pescar, no tengo evasiones”.

Luego de la Revolución, además del béisbol, el ajedrez y la pesca, practicó fútbol, golf, natación, tiro y softball. Sin embargo, ya siendo Comandante y habiendo triunfado la Revolución, la disciplina deportiva que más ejerció en Cuba fue el ajedrez. Luego se iría a Bolivia, a combatir por la Revolución, en un viaje que lo inmortalizó para siempre. En los reposos de batalla, no dejó de practicar el deporte, con tableros pequeños, que llevó justamente para tal fin.

En Alta Gracia, en leprosarios, en Machu Picchu, en cualquier rincón de Latinoamérica, desafiando los límites de lo lógicamente posible. Así, y para siempre: aún ya convertido en Comandante. Entre el niño Ernesto y el Che Revolucionario existe un nexo que los unirá eternamente: el deporte.

“La camiseta del Che no se mancha”

Por Irina Lavallena @iirinistica y Magalí Robles

Era 12 mayo de 1963 y el Club Madureira, perteneciente a la Primera División de fútbol en Brasil, había visitado Cuba en una de sus giras por el mundo. El encuentro del 19 del mismo mes, frente al Combinado Habana en el Estadio Universitario, fue presenciado por el Che, quien bajó a saludar a los cariocas.

Como una honra hacia el líder revolucionario y hacia el fútbol mismo, en 2013, el club brasileño decidió estampar el emblema alrededor del mundo en su camiseta. La idea surgió con el motivo de recordar el 50º aniversario que se cumplía desde esa gira en 1967. Con la leyenda: “Hasta la victoria siempre” en la espalda, el equipo unió fútbol, ideas y revolución.

En el barrio Sierras y Parques de Jesús María, a casi 100 kilómetros de la ciudad de Alta Gracia donde Ernesto vivió gran parte de su adolescencia, chicos y chicas de a partir de los 12 años juegan al fútbol desde la pasión del deporte hacia el pensamiento revolucionario. El Club Social y Deportivo Ernesto Che Guevara existe desde 2006 sin cobrar cuota a los socios y sin publicidad en la camiseta, junto con la cara del Che.

“La camiseta del Che no se mancha”, sentenció la presidenta y fundadora del club, Mónica Nielsen, cuando algunos comerciantes pretendían comprar la indumentaria con el fin de usarla para publicitar sus negocios. El único sponsor que aceptan es al Comandante, la conocida imagen de su rostro va al frente mientras que en su parte posterior se puede leer su declaración “Hasta la victoria siempre”. Frase que grita cada categoría al momento de salir a la cancha.

El Che -así llaman al club- sobrevive sin cobrar cuota gracias al esfuerzo de los padres de los jóvenes deportistas, además de vender rifas, locro, empanadas: todo es bueno para seguir sustentando. “Los socios son para que se involucren. Los clubes son espacios de pertenencia que los noventa destruyeron, y contra eso también luchamos. El deporte es un derecho”, defendió la fundadora en una nota para la El Gráfico.

El 16 de diciembre el club cumple 11 años de existencia y de deambular por las canchas que alquila para hacer de local, ya que no tienen terreno propio. Sin embargo, ha logrado varias victorias deportivas e institucionales. La primera, en el ámbito del fútbol, fue el año pasado cuando el club se consagró campeón por primera vez en las categorías 2001/2002 y 2003/2004. Otro logro a nivel institucional fue el reconocimiento de la Sociedad Rural de Jesús María, por el trabajo hecho en los barrios más desamparados, que desde hace dos años presta el predio para los entrenamientos.

El rostro del Che incluso llegó a formar parte de una camiseta de Alta Gracia Rugby Club. El rugby, su gran pasión, y Alta Gracia, su pueblo de la infancia, también se unieron para homenajearlo. En 2013, el club utilizó la imagen emblemática de Ernesto como campaña de promoción de la institución.

La revolución de la palabra

Por Magalí Robles

Además del deporte, la fotografía era una de las pasiones de Ernesto Guevara de la Serna. Y, en medio de su vida, surgió algo inimaginable: sus dos pasiones se unieron cuando cubrió como cronista de la Agencia Latina los Juegos Panamericanos de 1955, disputados en México.

Pero, mucho antes de eso, El Che fundó, junto con diez compañeros, la primera revista dedicada al rugby en Argentina. En Tackle, que solamente perduró por ocho ediciones desde el 5 de mayo de 1951, no solamente escribió crónicas sobre los encuentros de los campeonatos amateur que se disputaban en las distintas divisiones de rugby, sino que además, escribió un artículo, en el número del 12 de mayo, sobre la ayuda que requiere el rugby en el interior del país.

Con sus palabras: “No interesa en esta nota dar una síntesis del desarrollo de tal o cual torneo, organizado por alguna Unión del interior, sino un panorama general de las necesidades del rugby en las provincias”. Además de dominar el deporte y ser muy detallista en el desarrollo del juego, Guevara, quien firmaba las notas con el seudónimo de Chang-Cho, supo transmitir a los lectores un panorama más extenso que el que concierne solamente al desarrollo de los encuentros, y fue más allá: supo volcar sus valores y sus pensamientos de igualdad social también en una revista dedicada al rugby.

Por lo que expone la página 15 de la revista Tackle del 5 de mayo de 1951, Ernesto participó en el campeonato del Seven, formando parte del San Isidro Club (SIC), equipo que resultó campeón. “Guevara fue muy efectivo, aprovechando su velocidad”. Según su hermano, Roberto, la revista dejó de salir por falta de fondos.

El comité de redacción de la revista lo conformaba un grupo de diez amigos que se reunían todas las semanas para discutir los artículos, en el despacho del padre de los Guevara, en Paraguay 2034.

Con la publicación de sus notas, Ernesto se inició como cronista deportivo, demostrando un gran conocimiento del deporte.

Su segunda etapa como tal tuvo lugar en 1955. El Che nunca abandonó la escritura, y con la experiencia de seis publicaciones en Tackle en su haber, trabajó como redactor para la Agencia Latina, mientras en México se disputaban los II Juegos Panamericanos. Su credencial le fue entregada el 31 de enero de 1955.

Todo comenzó cuando en diciembre del año anterior Ernesto coincidió en un viaje con Alfonso Pérez Vizcaino, director de la Agencia. La consecuencia de ese encuentro fue la propuesta para el Che de trabajar como redactor, con jornadas de tres horas al día y con un sueldo de 700 pesos mexicanos. Y con la promesa de cubrir como reportero los II Juegos Panamericanos.

Así, como fotógrafo y como redactor, cubrió las delegaciones argentinas en México.

Entrevistó al cubano Ángel García, quien manifestó para el libro Che Deportista: “Como buen periodista creó un clima favorable, relajado, para hacer su trabajo. Incluso hasta bromeó con nosotros. Nos dijo que le gustaría visitar Cuba”. El destino.

Lo que sucedió durante y después de esos Juegos, lo relató el mismo Che en sus cartas. A su tía Beatriz le comentó: “Cayó sobre mí el huracán de los II Juegos Deportivos Panamericanos y me entregué a la benemérita tarea de informar detalladamente al público latinoamericano sobre el desarrollo de los eventos, además de proporcionarles bellas fotografías en las que (se) aunaban la oportunidad y la belleza”.

Otro acontecimiento que vincula a Guevara con el periodismo y el deporte es su aparición en El Gráfico.

Fue en su primer viaje por el interior de Argentina. En la edición del 19 de mayo de 1950, en el “año del libertador General San Martín”, Guevara, quien todavía no era el Che, apareció en la página 49 de la revista deportiva más importante del país.

Por intermedio de la revista, intercambió la reparación del motor de su bici-moto por una publicidad para los “motores micrón”.

El número incluye la transcripción de una carta suya y la misma se fecha el 28 de febrero del mismo año. En ella se puede leer: “Les envío para su revisación el motor Micrón que uds. representan y con el que realicé una gira de 4.000 kms. a través de 12 provincias argentinas. El funcionamiento del mismo, durante mi extensa gira, ha sido perfecto”.Firmado: Ernesto Guevara Serna. Sin su firma, los lectores de la revista jamás se hubiesen imaginado el valor que tendría simplemente la aparición de un joven promocionando una marca.

Solo Galeano le dijo traidor y vivió para contarlo

Por Magalí Robles

Allí, desde el interior del despacho de Ernesto Guevara, estalla una acusación. “Traidor”. Esa es la palabra que eligió uno de esos tres uruguayos empoderados que fueron autorizados a acceder por una entrevista con el Che por 15 minutos. Lo hizo con un diario en su mano izquierda, increpando al líder revolucionario.

Un Artigas rioplatense, correcto patriota, prócer uruguayo; un Guevara argentino, correcto patriota, luchador por Cuba, sufriendo para África, considerándose un patriota directo del mismo mundo; todo ello es motivo suficiente de sacudones prejuiciosos en mentes imprevistas. Éste, ya comprendiendo el marco que sostiene la fotografía en cuestión del ejemplar del diario cubano Granma, estalla en una risa prolongada de sorpresa poética que no puede vencer (sin ser éste un simple hombre que no está acostumbrado a no vencer).

Al lograr callarse, se abalanza sobre quien rotula su dignidad de “traidor” (siendo que él es el máximo patriota de todas partes, de todos los continentes, de todas las instituciones, de todas las tribunas). Abrazándolo comprensivamente y con una sonrisa le demuestra que lo entiende y así se lo expresa. Ya con la atmósfera diluida entre amistosas sonrisas, Ernesto el Che Guevara lo mira y lo premia, al incorruptible amante del fútbol como buen rioplatense, Eduardo Galeano, transmitiéndole que es él el primer hombre que lo ha injuriado directamente a su grado de excelencia y que sigue vivo.

Y vivió más que nunca una compañía por tres horas, con quien se intercambiaron chistes. Allí donde se siente la gloria de poder charlar de fútbol y de cualquier otro tema libremente, sin sentir que es aquel hombre amante del deporte, siendo asmático, quien cargaba sobre su espalda todo el peso de la revolución mundial.

A ese chico que estaba cambiando la historia le dijo traidor una sola persona y vivió para contarlo.

La prolongada relación con el ajedrez

Por Irina Lavallena @iirinistica

1938 en Alta Gracia, el joven Ernesto Guevara atraviesa sus 10 años de prolongados momentos de encierro bajo la orden paterna a causa del diagnóstico de asma y la prohibición de realizar deporte. Es cuando el padre le enseña al niño a jugar ajedrez para lograr desviar su deseo de salir a jugar, disciplina que practicó hasta en sus últimos días en Bolivia.

El primer acercamiento que tuvo Guevara con un Gran Maestro fue al año siguiente, en Buenos Aires, donde se realizaron las 8º Olimpíadas de Ajedrez. En el torneo conoció al cubano José Raúl Capablanca -campeón del mundo entre 1921 y 1927- y pudo apreciar su última participación en la cual ganó el premio a mejor jugador, siendo el primer tablero de su equipo. Conoció a Capablanca. Conoció a Cuba.

Ernesto participó de la primera Olimpíada Universitaria en 1948, representando a la Facultad de Medicina, donde intervino en ajedrez y atletismo. Sin embargo, los registros de las partidas del joven Guevara en el ajedrez aparecieron en las olimpíadas del año siguiente. Fue séptimo tablero del equipo y ganó dos partidas que organizó el Club Argentino. En su primera victoria ganó, con piezas blancas, frente a un rival llamado Arola, de la facultad de Farmacia; así ayudó a su facultad a ganar por 6 a 1. Su segundo triunfo fue con negra contra Blázquez, aunque Medicina perdió ese match ante Ingeniería por 5 a 2.

También en 1949, pero en Mar del Plata, enfrentó al Gran Maestro polaco nacionalizado argentino, Miguel Najdorf. Con 21 años, Ernesto fue uno de los pocos que logró hacerle tabla -empatar- al gran ajedrecista de la memoria prodigiosa. “He venido a ganar o perder”, le respondió el joven Guevara a Najdorf, cuando ambos se volvieron a enfrentar en un torneo simultáneo en La Habana en 1962, cuando éste le propuso tabla en la jugada 12. La partida finalizó en la jugada 17 cuando nuevamente el Gran Maestro le sugirió empatar el juego a Ernesto, quien comprobó el equilibrio de las piezas y aceptó la división de la unidad. “Tan amante del ajedrez como de la libertad”, manifestó Najdorf años después de disputar tal torneo.

Además, ese mismo año, Ernesto, quien ya era conocido como el Che, fue uno de los máximos impulsores de la fundación del Torneo Capablanca in Memórian, todavía vigente en la actualidad. En la inauguración de la segunda edición, al año siguiente, el Che dijo: “En este momento de confrontaciones mundiales que se deben a sistemas ideológicos muy distintos, el ajedrez puede y es capaz de unir a personas de países con sistemas diferentes”.

También en 1962, mientras se producía la Crisis de Octubre, el Che Guevara en Pinar del Río le pidió a uno de sus oficiales que vaya hasta La Habana y traiga seis juegos de ajedrez de madera, ya que no sabían cuánto iba a durar la guerra contra Estados Unidos.

La contribución del Comandante en el impulso del ajedrez en la Cuba Revolucionaria fue reconocida en el 2000, a 33 años de la muerte de Ernesto Guevara. En el cierre de edición 35º del Capablanca in Memórian, el Gran Maestro cubano Silvino García anunció que a Ernesto se le había concedido el título de Caballero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE).

El Comandante Canalla

Por Alvaro Nanton

“¡Qué hijos de puta!, ¿se pueden dejar de joder con el Che?”, gritó Roberto Fontanarrosa a sus amigos, luego de cortar el teléfono de El Cairo. La intensidad del tono con el que lo dijo generó que lo escuchara todo el bar, pero el mensaje fue directo para Ricardo Centurión, su amigo e integrante de la Mesa de los Galanes.

Desde todo el mundo, hinchas de Newell´s comenzaron a llamar al café pidiendo la confirmación de lo que había salido en Página 12, porque “era una gran desilusión” para los leprosos saber esa información.

Desde Cuba, en el Museo de la Revolución nació la historia y empezó a correrse la bola, que llegó a generar disturbios dentro de La Habana. La rivalidad por la pertenencia del Che seguía marcando que el clásico más latente de la República Argentina iba por todo, y esta vez ganó Rosario Central.

Ricardo Centurión estaba en Cuba y suspicazmente –casi bromeando- arrojó: “A este museo le hace falta esta remera, que es del equipo de fútbol que era el Che”, mostrando la camiseta de Rosario Central que tenía puesta mientras recorría el Museo de la Revolución. La guía, con cara seria, le pregunta si tiene alguna forma de probarlo sin entender mucho lo que significaba.

La respuesta rápida de Centurión se resume en un: “Lo leí en la biografía que escribe Gambini sobre el Comandante”, con miedo a tener que dar declaraciones ante un tribunal de ética.

Al volver a Rosario, le comenta sucedido a un periodista de Rosario 12, quien lo publica en el diario de la ciudad y al día siguiente Página 12 lo levanta, generando una repercusión mundial, ya que muchas agencias internacionales lo mandaron por sus cableras.

Con la discusión puesta en la mesa, Rosario Central se encargó de armar una logística para seguir confirmando de qué equipo era hincha el Che, hasta que lo logra.

Primero generan una serie de eventos entre Rosario y La Habana que realiza una puesta en la agenda de esta discusión, que los cubanos no entendían mucho, pero aceptaban. Llevaron textos de la historia del canalla e imágenes y se colgó una camiseta de Central en el Museo de la Revolución en 1995, como Centurión había comentado dos años antes.

Pero la rivalidad de Newell´s y la disputa por conservar al líder revolucionario generó que el clásico se siguiera jugando, con el argumento de que “el Che era del pueblo”. Los cubanos, para no seguir teniendo problemas entre los hinchas rosarinos que iban, decidió en primera instancia dejar las dos camisetas en el Museo de la Revolución, generando una extrañeza para las personas que iban, pero años después sacaría ambas, eliminando el “problema del fútbol”.

Ante la falta de confirmación y el adelantamiento de Rosario Central, a partir de la nota que salió en Página 12, ambos conjuntos comenzaron a buscar testimonios que afirmaran de qué equipo era el Che. Pero un conjunto ganó por amplia diferencia.

Uno de los primeros testimonios en confirmarlo, según relata Rubén Fernández, ex vicepresidente de Central, es Alberto Granados que sin dudar afirma que su compañero de viajes era hincha del Canalla: “A los 12 años comienza su simpatía, en primera instancia por la conformación social con la que se crea el club y luego por los gustos de uno de los futbolistas del plantel: el Chueco García”. Cuando este jugador es vendido a Racing Club, Granados, quien era hincha de la Acadé le dice: “Bueno ahora te tenes que hacer hincha de mi club, porque el Chueco juega para nosotros”, a lo que Ernesto le respondió: “No, yo soy hincha de Rosario Central”.

Pero no fue el único. Otro amigo, que conoció al Che desde los 4 años, y fue compañero del segundo viaje que realiza por Latinoamerica, Calica Ferrer, afirmó que “Ernesto desde siempre reivindicó su Rosario natal y él era hincha de Central, cuando vivía lejos y venía al país preguntaba cómo le había ido a su club”.

Por su parte, Juan Martín Guevara le confesó a Rubén Fernández: “Cómo me jodía mi hermano con Rosario Central”, al enterarse el cargo dirigencial que tenía, en una reunión que tuvieron en un bar de la ciudad rosarina. Por si no lo quedó claro, el hermano más chico del Che le confirmó: “No solo era hincha, sino que cuando él podía me llevaba a la cancha”.

Osvaldo Bayer entrevistó a una de las hermanas del Che, Celia Guevara, en la que pactaron que no se preguntaría sobre la vida de Ernesto para enfocarse sobre la vida personal de la arquitecta. Pero luego de realizar la nota y cumplir con lo que le había prometido, el historiador y escritor argentino se pidió una licencia: “¿De qué cuadro era hincha el Che?”, a lo que Cecilia le responde sin titubear ni pensar demasiado: “Era de Central”.

En lo que sería el último viaje del Che con su verdadera identidad en la Argentina, antes de que lo asesinaran, llegó como invitado por el Presidente Arturo Fondizi el 18 de agosto de 1961 a la Quinta de Olivos. Ernesto estaba en Uruguay y llegó de forma secreta por Don Torcuato. En el viaje a Olivos, el Comandante mantuvo una charla con quien manejaba el vehículo. En esa conversación afirman que le preguntó sobre la actualidad del rugby, pero por sobre todo por su “Rosario Central querido”.

Por otra parte, la Lepra no tiene registro de que el Comandante haya elegido sus colores, es más, desde muy chico ya defendía el azul y oro. Él quería que su hermano más chico, Juan Martín Guevara, se hiciera de Rosario Central y generó un conflicto familiar, porque Roberto –el hermano más grande- era hincha de Boca y quería lo mismo. Si bien, ambos compartían los mismos colores, cada uno quería que Juan Martín fuera de su club.

Por último, sacando absolutamente del plano a Newell´s y dejándolo fuera de discusión, se juega un partido en el Estadio Municipal de La Habana, entre la familia Guevara y Rosario Central. La familia del Chedisputaba un amistoso frente a un combinado de hinchas canallas que estaban allá. Si bien, el partido finalizó 3 a 1 en favor a los locales, todo terminó en una gran comida, siendo un broche canalla para terminar goleando en la disputa contra los leprosos y “apropiándose” del Comandante.

A 50 años de su muerte, su entorno sigue confirmando que el Comandante era de Central, y las gargantas que dan testimonio mantienen vivo su corazón canalla, ganando por goleada este clásico rosarino.

*Nota construida a partir de los testimonios de Ricardo Centurión, Rubén Fernández y Miguel Ángel Ferrari.

 

Tardes de magia, literatura y escobas

Federico Bajo

Harry Potter existe. Su magia también. La historia del mago, que nació en la ficción creada por la escritora Joanne Rowling, trascendió los libros y vive en un montón de personas alrededor del mundo. Fanáticos de todas partes se apropiaron de ese relato que hoy atraviesa sus vidas. Tal es así, que el quidditch, el deporte que surge en la saga literaria, fue adaptado a la vida real y varias personas lo juegan tanto en Argentina como en el resto del mundo.

Es domingo por la tarde y la plaza Irlanda, ubicada en el límite entre Caballito y Flores, en plena Capital Federal, está repleta de gente. Son las 17.10 y un joven, parado sobre el césped, del lado que da a la avenida Donato Álvarez, mira el celular constantemente. De a ratos gira para observar a su alrededor. Viste una térmica negra ajustada, un jogging gris y zapatillas deportivas. En su mano izquierda sostiene una remera azul, cuyo color se va degradando hacia abajo hasta transformarse en un verde mezclado con celeste. Se llama Martín, tiene 30 años, es abogado, trabaja en un estudio jurídico, y todos los domingos se transforma en jugador y preparador físico de los Quantum Nébula, uno de los dos equipos de quidditch –el otro es Black Birds- de la Ciudad de Buenos Aires. “Comencé en este deporte el año pasado cuando una chica que conocí en el Círculo de Lectores de Harry Potter me insistió para que arranque”, cuenta Martín.

Cuando termina de presentarse, un grupo de chicas y chicos se acercan a él. Son el resto del equipo que viene a entrenar. Dos se encargan de armar la cancha y los demás aprovechan para cambiarse mientras conversan sobre videojuegos y elaboran hipótesis para justificar la ausencia o llegada tarde de algunos de sus compañeros.

Una vez listos arrancan la entrada en calor jugando un medio. Uno de ellos, que va a ir cambiando hasta que pasen todos, se para en el centro del círculo con la quaffle, una pelota similar a la de vóley, en una mano. Todos sostienen un palo de escoba entre las piernas, al igual que los personajes que juegan quidditch en la historia de Rowling, solo que acá no pueden volar. Los que conforman la ronda se pasan una pelota de goma, que se llama bludger, y es la que durante el juego usan los golpeadores para “quemar” a los rivales que están atacando. El del medio se defiende con la quaffle, evitando que la bludger le toque alguna parte del cuerpo.

En el momento que los jugadores comienzan a activar sus músculos, el mundo continúa su rumbo. Desde el otro lado de la plaza llega un sonido que invita a bailar moviendo todas las articulaciones posibles: es una comparsa que está ensayando desde temprano. El día soleado juntó, en aquel espacio verde, a familias, amigos, parejas y conocidos que, sentados en el pasto o en sus reposeras, disfrutan de la tarde. Los más chicos, por su parte, se entretienen andando en triciclos a batería que pueden alquilarse ahí mismo. De repente, por al lado de los aros, por donde más tarde los tres cazadores y el guardián –el defensor y armador del equipo- intentarán pasar la quaffle, cruza corriendo un nene. Viste botines negros y el conjunto de la selección de fútbol de Croacia. En su espalda lleva, por supuesto, el número “10” de Modric, evidencia de que todavía le dura la fiebre mundialista.

A las 18.17 Martín da la orden y comienza la parte más dura del entrenamiento. Durante 25 minutos los diez jóvenes que hoy están entrenando realizarán flexiones, abdominales y sentadillas. Se están preparando para viajar el próximo domingo a Rosario a jugar un torneo con los dos equipos locales: Wild Wolves y Deathly Dragons, éste último actual bicampeón de América. Para hacerlo deberán poner plata de sus bolsillos. El quidditch es un deporte amateur que recién está dando sus primeros pasos y, si bien existe la Asociación de Quiddtich Argentina (AQArg), ésta solo tiene alrededor de 100 asociados, en su mayoría los jugadores de los cinco clubes afiliados –el quinto equipo es Qymeras, de Mar del Plata-, que pagan una cuota mensual de 200 pesos. Pero esos ingresos se van en el alquiler de canchas de rugby para organizar torneos cada mes por medio.

Entre los jugadores del equipo está Iván, de 23 años, el más alto y corpulento del grupo, que trabaja en una empresa que organiza viajes de egresados y planea hacer la carrera de visitador médico y a su lado, con el pelo teñido de rojo, se encuentra Ara, su novia, de 19. Ambos conocieron el quidditch en una FantastiCon, una convención que tiene como objetivo brindar un espacio de encuentro y entretenimiento a los fanáticos de los libros y sagas de ciencia ficción. Pero no fue casualidad. La AQArg realiza actividades de difusión a lo largo del país para dar a conocer este deporte y fomentar el interés. En 2019 ya organizó un entrenamiento abierto en Córdoba y tiene programado otro en La Plata para el 12 de mayo.

Son las 18.45 y empiezan a prenderse las luces de la plaza, indicio de que se acerca la noche. Los Quantum Nébula harán el último ejercicio en el que trabajarán ataque y defensa. Iván y Álex se paran en fila delante de los aros, en posición de guardianes. Los demás irán de a uno encarándolos, quaffle en mano, con el objetivo de anotar un tanto. Cada vez que la pelota entre por uno de los tres aros son 10 puntos para ese equipo. Nicolás, alias Patata, de 20 años, estudiante de ingeniería, será uno de los primeros en pasar. Es ahí cuando comienzan los choques y manotazos, ya que una de las formas válidas para frenar a los atacantes es realizar un tackle. El quidditch se transforma en una especie de rugby sobre escobas.

-¿Elías al final de va a quedar con nosotros?, –pregunta Fiamma, mientras observa desde un costado. Es la novia de Martín, que también integra el plantel, aunque hoy no entrenó.

-Sí, ya se inscribió. Es una buena incorporación.-responde Matías, el capitán del equipo. Moreno, de baja estatura y una barba espesa, viste una camiseta de Boca. Parado con sus brazos en jarra, y compartiendo mate con Fiamma, controla todo y da indicaciones.

Tres nenas y dos señoras se detienen a mirar cómo juegan estos jóvenes. Con los ojos parecen buscar una respuesta a una pregunta que se hacen varios de los que pasan por allí: ¿qué es este deporte? Una respuesta podría ser que lo que juegan los Quantum Nébula es el quidditch de los muggles, como se denomina en la saga de Rowling a las personas que no son magos. En cambio, los más osados argumentarían que lo que sucede los domingos a la tarde en plaza Irlanda es magia. La de la literatura que a través de las palabras te transporta a otros mundos o la de cuentos infantiles con varitas que hacen posible lo imposible. Da igual cuál de las dos sea, más vale ir y comprobarlo uno mismo.