martes, junio 24, 2025
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El arte del gol

ESCULTURA

CARLOS BENAVIDEZ

“El fútbol apunta a una partecita muy íntima de nuestro corazón. Y Diego tiene un plus”

ILUSTRACIÓN

AUGUSTO COSTHANZO

“Me gusta ver videos de Diego porque es muy lindo estéticamente”

MÚSICA

VALERIA LYNCH

“Diego es un deportista único, tocado por la varita mágica”

PINTURA

MÓNICA ALBISU

Su silueta resalta la mano en alta con dirección a la gloria, la historia del fútbol.

CINE

CHRISTIAN RÉMOLI

“Todos se acuerdan qué estaban haciendo en el momento del gol”

TEATRO

RUBÉN DE LA TORRE

“Ese ritmo que aplicó Maradona, es el mismo se utiliza en las obras, desde la actuación misma hasta en la conformación de los guiones”

FOTOGRAFÍA

MARCELO FIGUERAS

“En cada parte de la secuencia, Diego parece tener una idea nueva”

LITERATURA

BETO SUEIRO

“Fue una obra de arte milagrosa e incomparable a cualquier otra”

ARQUITECTURA

“La arquitectura es el arte de resolver espacios y Maradona no hizo otra cosa que esto a lo largo de su carrera”

La tarea fina de elegir qué hacer

Por Santiago Ballatore

Establecer prioridades es una de las cosas más difíciles de hacer. Cada vez que elegimos hacer algo, dejamos de lado otra cosa. Estamos evaluando nuestras opciones y definiendo qué es lo que preferimos. El costo de oportunidad es el costo de la alternativa a la que renunciamos cuando tomamos una determinada decisión, incluyendo los beneficios que podríamos haber obtenido de haber escogido la opción alternativa. Sí, es un concepto simple de economía, pero también algo básico de la vida.

Ese proceso de priorización es el que tuvo que hacer Santiago López, el futbolista uruguayo que puso una cláusula en el contrato con su club, Villa Española, que manifiesta que en caso de que hubiera un recital del Indio Solari, el jugador podría dejar de lado las actividades con el club y viajar a presenciarlo.

Cuando hay festividades religiosas, las personas están autorizadas a no asistir a sus trabajos. No hay discusión sobre eso. Entonces, sería ilógico criticar este pedido del futbolista. Los Redondos son (en presente, porque lo siguen siendo a pesar de no tocar más juntos) un culto, y sus fanáticos, sus fieles. Fieles que, de ser necesario, coparían la luna con tal de estar con su familia ricotera en las fiestas. Carlos Alberto Solari es la representación en la Tierra de esa religión, por lo que se entiende que nadie que crea en él, quiera perderse sus pocos recitales. Lo único que hizo López fue dejar asentado en un papel algo que debería estar implícito, ya que debería ser incuestionable que alguien pueda faltar a trabajar por sus creencias.

La religión siempre está ligada, en paralelo, al oficio de quienes la practican; y por lo tanto, a los deportistas. Sin ir muy lejos, en la previa del Mundial de Rusia 2018 se vivió un caso particular, ya que el Ramadán, mes en el que los musulmanes practican el ayuno desde el alba hasta que cae el sol, coincidió con el último mes de preparación a la competencia. Seleccionados como los de Egipto y Arabia Saudita, que eran dirigidos por los argentinos Héctor Cúper y Juan Antonio Pizzi, se vieron afectados por esta coincidencia; sin embargo, todos los jugadores practicantes de la religión cumplieron con el ayuno.

Y bien, teniendo en cuenta que el Indio es el representante de este culto, cada recital suyo vendría a ser como una misa. Pero como esta misa se da cada varios años, y nunca se sabe cuándo será la última, la asistencia es casi obligatoria para los fieles. Es por esto que López puso esta cláusula en su contrato. “Un recital del Indio es como un pase a otra dimensión. Es entrar en un submundo donde todo es energía, alegría, felicidad. Es difícil hacerle entender a otro lo que le pasa a uno en ese momento”, dice.

En el último tiempo, se ha instalado que el fútbol debe ser lo más importante para un jugador. No, ni siquiera. Tiene que ser lo único con importancia en su vida. En octubre de 2015, Ezequiel Garay se fue de la concentración de la Selección Argentina, con autorización del cuerpo técnico, porque era inminente el nacimiento de su hija y él debía viajar a Estados Unidos para el mismo. No solo recibió críticas de hinchas y periodistas, sino que desde entonces no fue incluido en otra convocatoria. Nunca se dijo oficialmente que fuera por eso, pero son muchas las coincidencias.

Sería imposible que hoy en día un futbolista se perdiera un partido de la Copa del Mundo para poder rendir un examen, como pasó con Manuel Ferreira en 1930, que no jugó un partido ante México para poder dar un parcial en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, donde estudiaba. Luego volvería a la competición y conseguiría ser subcampeón junto a sus compañeros argentinos.

Los deportistas, antes que nada, son personas comunes y corrientes. Y aunque deban dejarlo por escrito; realizar, como dijo el futbolista de Villa Española en el programa Big Bang de FM La Patriada, “una cláusula para tener un momento feliz”, tienen derecho a poder establecer sus prioridades. Esta cláusula es eso. Un pequeño acto de rebeldía dentro de un ambiente tan cuadrado.

El alumno premiado por Deportea escribe desde Colombia

Iván Lorenz @ivanlorenz

Me incliné por el vino rosado la última noche, en un bar italiano a la vuelta del hotel. Fue una copita poderosa. Desando mi camino para volver al cuarto. La lluvia me mojaba pero no molestaba. Sentí la perfecta combinación de nostalgia y alegría. Pero no bastó. Haber aspirado periodismo del puranga por tres días reclamaba más dispersión. Hice una parada técnica en la barra antes de subir. Shot de aguardiente, típico de Colombia. Tiene gusto a caramelo Media Hora. El tiempo exacto que transcurrió hasta pedir el Cubalibre. Ahora sí, borracho pero en orden, puedo proceder a whatsappear con amigos.

Me ayudan a no olvidarme nada en el hotel. Pasajes de vuelta, pasaporte, ropa cómoda, regalos. Qué problema los regalos. No conseguí café en Colombia ¡No conseguí café! Es poco serio, aposté al aeropuerto. No me cree ni mi vieja. No puede ser que no haya comprado café. Le expliqué que no recorrí Medellín. Mi camino fue del hotel al Jardín Botánico y del Jardín al Parque Explora. Allí se realizaron la mayoría de las actividades del Premio y Festival Gabriel García Márquez de Periodismo. Gabo para los amigos.

Dicen que pasan años hasta que te dejan escribir en primera persona. Me atreví a tomarme esa licencia. El periodismo es una actividad para los atrevidos. Hay que ser valientes. No podemos ser servidores públicos si no nos comprometemos a cumplir con nuestro trabajo. Vamos a tener trabas, nos van a bajar línea, vamos a vivir cosas que nos van a empujar a dejar de escribir o reportear. Pero el periodismo tiene que pararse firme ante la adversidad.

Me fui con la cabeza reventada. Entre escuchas y apuntes confirmé una hipótesis: el periodismo es de los juegos más serios que existe. ¿Un juego? ¿No es un empleo? Sí. Pero contamos historias. Los datos son nuestras piezas y es nuestro intelecto el que permite armar el rompecabezas. No somos intelectuales, intelectual es el producto de nuestro trabajo.

Del 3 al 5 de octubre tomé la línea A del metro. Los colombianos le dicen metro al tren. No recorrí Medellín cual turista promedio. Sin embargo, cuando me subía a la estación Industriales sabía que bajaba en Universidad y me sumergía en una ficción periodística. Está bien, no vi café pero volé por todo América: las Pandillas de El Salvador, la crisis de Venezuela, el narcotráfico en México o el avance del fascismo en Brasil.

¿Qué me olvidé? El Giratiempos de Hermione Granger para participar de las más de 75 actividades. Talleres, charlas, proyecciones documentales, muestras fotográficas. Desde las 9 hasta las 19 me senté y escuché. No podía salir del Orquideorama del Botánico. Una estructura enorme y abierta, equipada con sillas y un escenario que dolía ver vacío. Cuando los invitados se acomodaban y contaban sus experiencias, cumplían con una regla fundamental del buen periodismo: generar más preguntas que respuestas.

Mentira, sí salía de ahí. No solo para ir al Parque Explora y aspirar más periodismo. Tenía que comer. Como el festival, los platos eran de todos los colores. En vez de ética, sátira, documental, fotografía y el género que se les ocurra, tenía arroz, sopa, jugos variopintos, carnes, legumbres, papas multiformes, frutas. Ambas cartas eran amplias. Una te reventaba la cabeza, la otra el estómago. Pero era necesario cargar el tanque porque sino no aguantaba ¿A quién se le ocurre en tres días hacer tres talleres de cuatro horas y participar de otras tantas horas de actividades?

Qué me importa, si me voy con la cabeza astillada, mejor. En los talleres, que son el corazón del festival, descubrí que siempre me puedo romper el marote un poco más. Para realizarse, eran necesarios un maestro y bancos con escritorios dispuestos en forma de U. Pero el profe dejaba algo siempre en claro: “Ustedes vienen a aprender de mí y yo de ustedes”. Si educar es combatir, educar es también retroalimentarse.

Y a veces olvidamos escuchar. El periodismo no es protagonista, es mediador. Lo importante son las personas y lo que decidimos contar. Demanda ser empáticos, autoconocernos, creer en lo que contamos, medirnos, ser eficaces con las palabras, ser curiosos, estrategas, forzar límites, estar donde la historia está, ser fuertes, romper con la actitud de rebaño, respetar, no automatizar, informar, educar, entretener, provocar, incomodar.

En Medellín encontré un comportamiento antinómico del periodista. Suelen decirnos que el camino lo construimos nosotros solos, que el periodismo nos exige ser independientes. Cada uno estructura lo propio, nadie te ayuda, es una trayectoria solitaria. Pero este oficio requiere del otro. Tenemos que ser solidarios. No ganarse la confianza de la fuente es óbice para narrar una buena historia. No sé si somos independientes pero tampoco sé si somos dependientes. Lo que sí tengo claro: tenemos que cuidar los vínculos que formamos.

El tiempo nos obliga a adaptarnos a los cambios. Desaprender lo aprendido. Evolucionar en tiempos mutantes. Prepararnos para recibir y generar impacto. Ojos abiertos, teclado sensible, pluma afilada, libreta en blanco, cabeza amplia. Entre tanta palabra me olvidé del ron. Me divierto mientras tomo, pienso y escupo. ¿No dije que era un juego? Y sí. Como toda actividad lúdica, entretiene. Si bien me tomé la licencia del “yo”, nunca me voy a tomar la licencia de perder el humor. El periodismo no puede dejarlo y menos que menos no pensarlo como un arma de lucha y militancia.

Educarse y formarse son dos tareas que no empiezan y terminan en el aula. El periodismo no se queda en las paredes de la sala de redacción. En el tren, en el avión, en otro país, en un bar, en mi casa, en sus casas, en Netflix, Spotify, Instagram. Desde que lo elegí me comprometí a estudiar todo el tiempo y para siempre. Soy una esponja, no solo por tomar vino, aguardiente y Cubalibre. Absorbo cosas nuevas todos los días, me entreno para estar atento. Viajar a Medellín para participar del Festival Gabo me enseñó que mi aula es el mundo. Pero, lo más importante: el periodismo es una actitud ante la vida.

*Iván Lorenz es alumno de segundo año de Deportea. Con su crónica “El Campo es nuestro” obtuvo el primer premio del Concurso anual de periodismo deportivo que desde 1993 organiza la escuela del que participaron alumnos de segundo y tercer año

El amor más canalla de todos

Por Rodrigo Brusco

“Rosario Central es como mi madre, en cambio la Selección es como una tía”, respondía Fontanarrosa cada vez que le preguntaban lo que sentía por ambos equipos. Fiel a ese fanatismo, el Negro era capaz de decirle “no” a grandes propuestas con tal de no perderse un partido del Canalla. Él fue al Gigante de Arroyito por primera vez a los 10 años y con su padre (Roberto Fontanarrosa Voelklein), el 1 de agosto de 1954, cuando Central derrotó 9 a 2 al Club Atlético Tigre, por la última fecha del campeonato de aquel año. Su fanatismo no paró desde ese momento, por eso el último dibujo que hizo fue un hincha con un brazo estirado y un gorro que dice: “Soy canaya”.

“El 28 de abril de 1999 venía a Rosario Pérez Reverte a realizar la presentación de su último libro, en aquel momento era el escritor de habla hispana que más libros vendía en el mundo, y quería que lo anunciara el Negro”, cuenta Rubén el Pitufo Fernández. “Le habían pedido con tres meses de anticipación su participación. Pero unos días antes de ese encuentro, reprogramaron la fecha en AFA y pusieron a Central contra Argentinos Juniors para el mismo día. A principios de esa semana, llegué a El Cairo y lo vi con cara de preocupado. Le pregunté qué le pasaba y me dijo: ‘¿Vos podés creer, la puta que los parió, que el miércoles tengo que presentar a Pérez Reverte?’. A lo que yo le dije que no era gran cosa, que por una vez que no fuera a la cancha no iba a ser tan grave”. Fernández creía que así lo calmaría, pero no. El Negro estaba tramando un plan del que Fernández sería su cómplice.

“Me acuerdo que me dijo: ‘No, Pitufo, hagamos una cosa. Yo lo presento y ahí te asomás vos por el túnel chico del Parque España’. Así fue, estaban sentados los tres para hablar de literatura, el Negro, Reynaldo Sietecase y Pérez Reverte. Cuando me vio ahí parado hizo el anuncio de que lamentablemente se tenía que retirar porque había llegado el Pitufo y se tenía que ir con él a la cancha. Además, imaginate que con mi altura era fácil reconocerme después de que me nombrara por mi apodo. Pérez Reverte se levantó, lo aplaudió como quien entiende la situación. Lo aplaudía todo el mundo, era increíble, les estaba diciendo que se iba porque tenía que ir a ver a Central y la gente aclamaba. Después el partido fue una mierda, terminó 0 a 0, pero tenía esas cosas que solo a él le salían bien”, recuerda el Pitufo.

Una canallada a la política

No sólo le ha dado la espalda a la literatura por su pasión “Canaya”, sino también a la política. A principios de la década del ’90, Héctor Caballero, primer intendente socialista de Rosario, le ofreció ser Secretario de Cultura de la ciudad. El Negro estaba entusiasmado con la propuesta, hasta que evaluó la situación y le dijo a Caballero: “Mirá, yo te aclaro una cosa: si es el Día de la Bandera y juegan Central contra River, yo me voy al Gigante. Si está la inauguración de la Fiesta Nacional de la Colectividad y jugamos de local, me van a encontrar en la platea. Esas son mis condiciones”, recuerda sus palabras Rogelio Molina. Con esas palabras rechazó la propuesta.

“Así como le dijo que no a estas cosas que mencionamos en la mesa, para él no había nada que se interpusiera con la posibilidad de ir a ver a Central”, dice Fernández. “El Negro fue uno de los pocos tipos identificados con los colores de Central que también se ganó el respeto de los hinchas de Newell’s. Porque Fontanarrosa era así, un genio reconocido por todos”.

Dady Brieva: “Me pareció un tipo espectacular, inteligente”

Por Stefanía Vera

Mi relato es el de un tipo al que le pasó algo en un club del pueblo y terminó en tragedia. Lo cuenta en un juzgado, durante 16 minutos”, cuenta Dady Brieva sobre su interpretación del cuento No sé si he sido claro, uno de los seis que se narran en la flamante película Fontanarrosa, lo que se dice de un ídolo, dirigida por seis cineastas rosarinos: Juan Pablo Bucarini, Pablo Rodríguez Jáuregui, Hugo Grosso, Gustavo Postiglione, Héctor Molina y Néstor Zapata.

-¿Conociste personalmente a Fontanarrosa?

-Muy bien. Lo conocí y me pareció un tipo espectacular, inteligente. Una persona muy cerrada, como son todos los humoristas gráficos. Siempre me decía que yo tenía suerte porque escuchaba la risa de la gente, él no podía. Le hubiese encantado estar el domingo cuando un tipo abría el Clarín y veía a Inodoro Pereyra.

-¿Participaste de La Mesa de los Galanes?

-No, pero los conozco a todos, al Colorado, al Negro Centurión. Conocí la mesa pero nunca participé, porque siempre respeté esos guetos que se forman, esas logias donde no entra cualquiera.

-¿Qué características valorás de la escritura del Negro?

-Yo escribí un libro, hice monólogos. Tengo un relato bastante parecido al de él. Me gusta ese formato, mezclar el humor y la tragedia, el cuasi drama-humor me gusta, me apasiona. Me gusta hablar de los pueblos, de los personajes, me parece que teníamos esas cosas en común. También me devoré a Osvaldo Soriano, Isidoro Blaisten, Juan Sasturain.

-¿Qué episodio de su vida recordas?

-Si me tengo que quedar con un pasaje en la vida de él, sin dudas me quedo con el discurso que hizo en el Congreso de la Lengua, en el que pide una amnistía para las malas palabras. Yo, como soy integrante de Midachi, soy medio boca sucia. Hizo una descripción muy inteligente de lo que es la palabra pelotudo, donde se acentúa, porque tiene fuerza y porque no puede tener un sinónimo. Y dice de la palaba mierda que la fuerza está en la letra ere porque si fuera en Puerto Rico sería mielda y ya pierde fuerza. Me pareció muy inteligente, muy popular, de una observación muy profunda.

Las historias detrás de los cuentos

Por Rodrigo Brusco

Cuando Fontanarrosa llegaba a El Cairo no sólo se encontraba con sus amigos, sino también con un sinfín de posibilidades para escribir sus cuentos. En La Mesa de los Galanes ocurrían cosas comunes, graciosas, como las que pueden sucederle a cualquiera en una reunión con los suyos. Pero el Negro era capaz de identificar en sucesos cotidianos las tramas de sus historias.

“Cuando el Negro empezaba a escribir un cuento, le llevaba un tiempo, no lo hacía completo en una noche”, dice Reynaldo Molina. Y agregua: “Algunos quedaban por la mitad y comenzaba con otro por distintas situaciones, por las cosas que iba viviendo en el bar, en la cancha, en muchos de sus viajes al exterior o a Buenos Aires. Se nutría de momentos para terminar o empezar esas historias. Quizás algunas de ellas eran una mezcla de tres sucesos que le sucedieron en diversos lugares. Cuando volvía nos contaba, la resumía y ponía en boca nuestra todo lo que había vivido”.

A José “El Colorado” Vázquez se lo ve un tipo tranquilo, reflexivo y simpático. En primera instancia, uno duda en que se parezca en algo al Colorado fanático y cabulero que planea el secuestro del viejo Casale en el cuento 19 de Diciembre de 1971 junto a sus secuaces, capaz de hacer cualquier cosa por ver ganar a Central. Identificado como uno de los personajes principales, Vázquez dice que es un “eterno agradecido” a Fontanarrosa porque en la década del 80 atravesaba un momento económico muy malo: “El Negro llegó un día y me regaló y dedicó especialmente esa historia, en la que yo era uno de los personajes más importantes”. Ese relato se enmarca en la semifinal del torneo de aquel año en la que se disputó el clásico rosarino en el estadio de River Plate con la figura saliente de Aldo Pedro Poy y su palomita que les dio el triunfo y el pase a la final del torneo con el viejo Casale, muerto es su butaca. Pero como dice Fontanarrosa en su cuento: “¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa”.

Desde la muerte de un viejo cardíaco por haber ido a la cancha por última vez hasta un hincha que, ganado por el nerviosismo, no quiere saber nada acerca del clásico que se está disputando, todo podía suceder en sus historias. El cuento La observación de los pájaros tiene una realidad diferente a la que se relata. El momento que dio paso al hilo conductor lejos está de un partido entre Canallas y Leprosos. Todo lo contrario, Rubén Fernández dice: “En 1988, Newell’s jugaba la final de la Copa Libertadores por primera vez, dirigidos por José Yudica. Para aquel momento, el Negro estaba de viaje por Colombia y no tenía manera de saber cómo iba el partido, estaba en un hotel que no tenía nada y antes las comunicaciones no eran como ahora, no había Internet, nada, de modo que se fue a dormir. A su regreso, nos contó que a la mañana siguiente, bien temprano, caminaba por los senderos externos del lugar donde se hospedaba y, de la nada, apareció un guacamayo que frente a él desplegó sus alas de color azul y amarillo. Supo en ese instante que no sólo fue un acto de la naturaleza, sino una señal Canalla de que el clásico rival había sido derrotado por Nacional de Montevideo”. Vázquez considera a este cuento como la “perfecta descripción” de cualquier persona que no quiere saber lo que pasa con su rival.

Al Negro, jugar con esos paralelismos entre la realidad y la ficción lo divertía. Y qué mejor que sus amigos como personajes de sus cuentos para hacerlos aún más coloridos. Ricardo Centurión, también fue parte de esas historias aunque se define como un “mal lector” de su amigo, a pesar de que cada vez que publicaba un libro le regalaba un ejemplar a cada uno de los galanes. Según Centurión, sólo el talento de Fontanarrosa podía transformar “las boludeces que sucedían en cuentos”, tal como el que dio origen a la historia La Mesa de los Galanes cuya trama está basada en la desesperación de uno de los personajes, el Francés, por encontrar al fotógrafo que lo retrató en pleno affaire con la mujer de un sindicalista.“Cuando empiezan a aparecer las revistas de televisión por cable, salían a sacar fotos para ponerlas junto a la programación”, continúa Centurión. “En una de esas, nos fotografían y el Negro dice ‘si, nos enfocaron a nosotros, pero también salieron los que están ahí adelante. Con esto vamos todos en cana’. Al tiempo, cuando leímos el cuento, ¿de quién era la culpa del quilombo que tenía el francés? Del fotógrafo. Esto que cuento fue un instante, terminó ahí para nosotros. Después nos enterábamos qué había sido de ese momento”.

Asistencia perfecta

Por Tomás Sánchez de Bustamante

Sobre uno de los lados del Gigante de Arroyito se encuentra el Club de Regatas de Rosario. Dentro de su sede, cada día que El Canalla jugaba en su cancha, Roberto Fontanarrosa comía junto a grandes amigos, como José Vázquez, Rubén Fernández y Chiquito Martorell, y luego iban a ver el partido de la Reserva. Desde su butaca del sector K, Fontanarrosa vivía los partidos “sentado y muy tranquilo”, según Vázquez, con quien compartía casi todos los encuentros desde la tribuna. En ese momento ellos veían, después de almorzar, a las otras categorías e iban marcando a algunos chicos que tenían algún nivel de proyección.

Martorell, hincha de Newell’s, era socio de Regatas y junto a un grupo que iba a almorzar también en la previa de los partidos se colaban a la platea. “Yo llevaba la radio para cantar los goles en otros estadios y en especial los de La Lepra. El Negro sabía que cuando yo me movía mucho o hacía un gesto fuera de lo normal era porque Newell’s había hecho un gol”, recuerda Martorell una época en la que en la cancha había menos peligros y él podía ser el informante de lo que ocurría en los demás partidos.

El Negro vivía sin sobresaltos el desarrollo del partido. “En la platea gritaba el gol y punto”, dice Rubén Fernández. “No se lo veía sacado, era de los típicos personajes que la procesión les iba por dentro”, agrega Vázquez,

Es mentira que el fútbol es una diversión, si es un sufrimiento continuo”, dice Vázquez citando una de las frases que compartía el Negro con ellos en la mesa: “Si tuviéramos la pasión del cine o el teatro, antes del estreno o la presentación estaríamos deleitándonos. En la previa de un partido del cagazo que tenés no podes comer, cagar, ni estar tranquilo y, depende del resultado, podes salir de la cancha siendo un tipo muy feliz o muy amargado”.

En el campo de juego el Negro adoraba ver a Omar Palma y a Emanuel Villa. “Con el equipo del último semestre, habría estado feliz con Teo Gutiérrez, era el tipo de jugador que lo calzaba justo”, se imagina José Vázquez por cómo se desempeña el colombiano en la cancha, un goleador con buen pie y muy aguerrido. Análisis como esos eran los que circulaban en la mesa del Regatas a la que se sentaban a tomar café después de cada partido.

Poy: “El Negro entendía a la perfección el fútbol”

Por Adrián Olszewskiç

Que alguno me diga si, de puta casualidad, lo vio al viejo Casale como lo vi yo cuando el referí dio por terminado el partido y la cancha era un infierno que no se puede describir en palabras. Te digo que me gustaría que alguien me diga si alguien lo vio como lo vi yo”.

Así recuerda Roberto Fontanarrosa, en el cuento 19 de diciembre de 1971, el histórico gol de palomita de Aldo Pedro Poy con el que Rosario Central venció por 1 a 0 a su rival de toda la vida, Newell´s Old Boys, en el estadio Monumental por la semifinal del Torneo Nacional de AFA de ese año. Tres días después, el 22 de diciembre, el equipo dirigido por Ángel Labruna consiguió el primer título en la historia del club, al superar en la final por 2 a 1 a San Lorenzo.

Muchas personas en la calle me preguntan si el cuento del Viejo Casale fue real. Está tan bien contado que la gente cree que fue verdad”, dice Poy, en el espacio que lleva su nombre en el bar Central Oroño, en Rosario. A pesar de sus 71 años su bigote negro sigue intacto como aquel miércoles de diciembre que pasó a la historia del equipo Canalla. Está sentado en una de las butacas amarillas que estaba en la vieja cancha de Central, antes de su remodelación para el Mundial ’78.

De la pared de ladrillos detrás de Poy cuelgan diplomas con los logros que consiguió con el conjunto de Arroyito, un póster con una imagen suya de cuando vestía los colores azul y amarillo, y diarios de la época que recuerdan sus actuaciones más destacadas. A su izquierda, la gigantografía hecha de cartón del actual emblema e ídolo Canalla Marco Ruben, con la cinta de capitán, y un banderín del club del cual son hinchas y referentes Poy y Fontanarrosa.

En y desde Rosario

Fontanarrosa y Poy se conocieron en el barrio, ya que sus casas de la infancia estaban ubicadas a menos de diez cuadras, sobre la calle Agrelo. A pesar de esto, la relación de amistad entre ambos comenzó en la adultez, cuando Poy ya era goleador del equipo Académico, y Fontanarrosa dibujaba a Inodoro Pereyra en la contratapa del Clarín.

Para nosotros, los rosarinos, era muy difícil ser reconocidos a nivel mundial, creíamos que el éxito estaba en Buenos Aires”, dice Poy. Fontanarrosa logró eso, e incluso sus obras fueron exitosas en otros países además de la Argentina, como Boogie, el aceitoso en Colombia y México. “El Negro hacía todas sus cosas en su provincia. Era una persona que amaba Rosario”, dice Poy quien compartió largas charlas futboleras con el dibujante.

Fontanarrosa, según Poy, “entendía a la perfección el fútbol”“le gustaba mucho jugar”, pero “no tenía pasta para ser director técnico”“No sólo amaba a su equipo. Cuando terminaban los partidos, íbamos a comer al club Regatas, que está a metros del estadio de Central, y analizaba con mucha coherencia lo que había visto en la cancha”.

No puede faltar la cábala

Por Tomás Sánchez de Bustamante

Fonatarrosa “era muy cabulero”, dice José Vázquez. En todos los partidos que El Negro miraba por televisión, siempre un amuleto lo acompañaba a él y sus amigos. En la tribuna, pese a que siempre comía antes del partido y tomaba un café después en el mismo lugar por divertimento y no como ritual, no tenía ninguna cábala. Sin embargo, prestaba atención a qué situaciones del partido eran señales de que la fortuna estaba con Central.

Cuando murió una de sus tías, Vázquez contó en El Cairo que la mujer había pedido que tiraran sus cenizas en el Gigante de Arroyito. Los familiares hinchas de Newell’s las arrojaron afuera del campo de juego y los canallas dentro. Al rato todavía quedaba más para desparramar. “Eran tantas las cenizas que en un momento viene un sobrino y me dice: ‘me queda todo esto’, y yo le dije en una fanfarronada: ‘anda a tirarla al corner así buscamos un gol olímpico’, y las tiró en la esquina de Avellaneda y Génova”, recuerda Vázquez.

Al domingo siguiente, Rosario Central perdía 1 a 0 contra River jugando como local y en el minuto 44 del segundo tiempo hubo un tiro de esquina para el equipo rosarino. Desesperadamente, el Negro le preguntó a Vázquez: “¿Esa era la esquina de tu tía?”. No hubo gol y el partido terminó con la victoria del equipo de Nuñez y una mueca de disgusto de Fontanarrosa, que miró al suelo de la platea y se lamentó por la jugada malgastada de su equipo que tenía a la tía buscando el empate desde arriba.

Chucho desaparece

El Negro tenía una cábala particular cuando miraba junto a sus amigos los partidos de Central de visitante por la televisión. Ubicaba frente al televisor un títere que había comprado en Brasil al que todos habían bautizado Chucho y consideraban amuleto. “Era un pequeño peluche celeste, amorfo, parecido a nada, con algún ribete blanco y algo deshilachado de no más de 30 centímetros de largo”, describe Pitu Fernández, sobre el muñeco que, según Vázquez, “ha dado muchas satisfacciones”.

Pero un día, César Mansilla, amigo de Rubén Fernández y entonces gerente del Club Atlético Fénix, les pidió prestado a Chucho porque su equipo estaba por jugar la final de vuelta para ascender a la Primera C. En el partido de ida, igualaron 1 a 1 y lo querían tener para el encuentro decisivo en cancha de San Miguel. El 14 de mayo de 2005, Fénix ganó 4 a 3 por penales, luego del empate en 0 y ascendió de categoría, pero Chucho desapareció. “Lo llevamos a Pilar y el equipo ganó, pero en los festejos y el alcohol se perdió. No apareció nunca más. Según me contaron, se extravió en el río Lujan”, dice Fernández.

Chucho seguía sin aparecer cuando, el 29 de mayo de 2001, Rosario Central visitó a América de Cali por el partido de vuelta para clasificar a las semifinales de la Copa Libertadores. En la ida, el equipo Canalla ganó 1 a 0 pero como en esa época el gol de visitante valía igual que de local, sus hinchas estaban preocupados por el segundo encuentro. Antes del inicio del partido, Fontanarrosa salió de la casa de Fernández, donde estaban reunidos. Corrió a su auto y agarró una virgencita como talismán. En el estadio Pascual Guerrero, el equipo colombiano dominó el partido durante 89 minutos. A los 23 del segundo tiempo, América convirtió el 3 a 0 parcial que parecía dejar a los rosarinos fuera de la copa. Pero, a los 44 y a los 46, Juan Antonio Pizzi marcó dos goles que obligaron a la definición por penales. Laureano Tombolini atajó cuatro, tres de ellos de forma consecutiva, y Diego Erroz pateó el último que consumó la hazaña de Central.

“El Negro ese día estalló de alegría y de festejo”, recuerda Fernández. “En mi casa se transformó en un hincha. Cuando terminó el partido, subimos a su Citroën y fuimos tocando bocina hasta el Monumento a la Bandera para festejar.”

El Negro + 10

Por Matías Chiacchio

Cada mañana de sábado durante unos meses, luego de largas noches de bares y peñas, Fontanarrosa y otros diez galanes, alentados por amigas que hacían de porristas, entraban trotando a la cancha que está al lado del Canal 3 de Rosario, a las afueras de la ciudad. Todos llevaban la remera que los identificaba como equipo, blanca con los trazos del Negroen el pecho: el dibujo de un camello pisando una pelota y el nombre del bar El Cairo.

En un partido, cuenta Ricardo Centurión, Rodolfo Perazzi, ex arquero del equipo, “llegó medio borracho”“se había acostado a las siete de la mañana”. En la defensa, como siempre, estaban Rogelio Molina, Carlos Galli, Guillermo Jaraj y Ricardo Centurión; en el mediocampo, con garra leprosa, Carlos Martorell con la 10; a sus lados, Fontanarrosa, Manolo, Willy Ryan y Rubén Fernández, que todavía recuerda como lo integraron a La Mesa: “Me invitaron a un partido y entré por el Chelo. La camiseta me llegaba a las rodilla y me costaba correr, pero, cuando faltaban 10 minutos, hice el gol del empate”. Aquel partido finalizó 1 a 1, con una gran actuación del Negro, según recuerdan en la mesa.

El Negro jugaba bien al fútbol y, a pesar de que estaba rengo, no se perdía ningún partido porque le encantaba. Él se ubicaba de inside derecho”, dice Martorell. Fontanarrosa había tenido una lesión en la rodilla mientras jugaba para el Club Universitario de Rosario, pero no hizo la rehabilitación correspondiente luego de la primera operación. “Esta renguera, con la vida que hacía, le empezó a joder la cadera”, dice Martorell. “Un día no pudo más y debió operarse, pero para ese momento jugaba muy poquito”, agrega.