Por Nicolás Renedo
A metros de la General Paz, en Tecnópolis, entre luces de neón y pantallas que transmitían partidas de Valorant, un rugido distinto se imponía sobre el murmullo electrónico. No era un bajo ni un sample: eran motores.

La Fórmula Streamers corría su segunda fecha en la Argentina Game Show (AGS), una de las convenciones más grandes del país, ese encuentro que cada año junta gaming, esports, música y streaming en un mismo predio. En 2024 se congregaron más de 100 mil personas y este año, desde la organización, aseguran que van a superar esa cifra. El campeonato, organizado por el streamer Momo, enfrenta a creadores de contenido y figuras de internet en una pista de karting diseñada a imagen y semejanza de la Fórmula 1, aunque con el humor, el caos y la improvisación que sólo el mundo streamer puede ofrecer. Todo comenzó como “una diversión para creadores de contenido y nunca esperamos en que ESPN y Disney + confiaran en nuestro proyecto”, cuenta Momo su charla inicial con Juan Manuel “Cochito” López —expiloto de automovilismo argentino— en el GP de Miami de 2024: “Ahí nació toda esta locura”. Como resultado, terminó convirtiéndose en una competencia con escuderías, ingenieros, banderilleros, comisarios deportivos y hasta transmisión de ESPN. La primera fecha se había disputado en el Kartódromo de Buenos Aires, junto al histórico Autódromo Óscar y Juan Gálvez, y ahí Facundo Dudulec —piloto de la escudería 9Z— se había llevado el triunfo con autoridad. Pero para esta segunda cita, la historia venía con cambios. Tanto Dudulec como Dino Di Palma, piloto de BRG Team e hijo del expiloto Marcos Di Palma, fueron bajados de sus asientos por “afectar el espíritu de la competencia”. Ambos se dedican al contenido de autos y al videojuego-simulador iRacing, y aunque insistieron en que jamás habían corrido en karting, la organización quiso mantener la categoría lejos de cualquier atisbo de profesionalismo. Un capítulo polémico que sirvió de prólogo para un nuevo comienzo.
Era el segundo año consecutivo que Tecnópolis —ubicado en Vicente López, Provincia de Buenos Aires— hospedaba a la AGS, ese predio descomunal de más de 50 hectáreas donde el ruido del público y las luces de los escenarios se mezclan con el olor a pochoclo y a goma quemada. Bastaba caminar unos metros para entender el espíritu del encuentro: streamers y viewers compartían la misma fila para una hamburguesa, selfies cruzadas, abrazos que nacían en la pantalla y se concretaban en el llano. No hay distancia entre ídolo y fan; todo sucede al mismo nivel. El gran atractivo del sábado era, sin duda, la Fórmula Streamers. Desde temprano, grupos enteros de adolescentes y familias con remeras de 9Z, KRU Motorsport y Red Bull copaban el estacionamiento de Tecnópolis, donde la organización había trazado, completamente a mano, un circuito callejero con curvas cerradas, chicanas y una recta principal flanqueada por tribunas. El sol pegaba fuerte y el aire vibraba con la mezcla de música, motores y gritos. Como en otros formatos que cruzan el deporte con la farándula digital, el público encontraba encanto en ver a sus ídolos bajados del pedestal: figuras que en Kick manejan cámaras y micrófonos, ahora peleando con un volante real entre las manos. “Lo lindo es verlos sufrir un poco”, decía entre risas un grupo de fanáticos de 9Z, mientras los pilotos se ajustaban los cascos en los boxes. No pasó ni una hora hasta que el espectáculo dejó de parecer amateur. Entre carpas y cintas de seguridad se veían trajes antiflama personalizados, mecánicos revisando presiones, coaches enseñando ejercicios de reflejos y team managers repartiendo instrucciones. Había seguros médicos, un tribunal de disciplina y la transmisión oficial a cargo de Ayrton Ruiz y Juan Fossarolli, dos voces con años de Fórmula 1 encima. Esto ya tenía estructura que imponía respeto: no era salir a dar una vuelta.

Gerónimo “Momo” Benavides, en la previa de la competencia.
La jornada comenzó oficialmente con una charla convocada por los organizadores para cerrar las heridas de la primera fecha. En el aire se notaba cierta tensión; algunos pilotos miraban al piso, otros se cruzaban de brazos. Momo fue directo al punto: “El reglamento que se les envió previo al evento no permitía ni profesionales, ni semiprofesionales, ni gente que esté corriendo otra categoría. En el caso de Dino y Dudu, uno corría Turismo Pista y otro Copa Abarth”, recordó, con tono firme. Luego, aclaró que el campeonato recibe denuncias anónimas de las escuderías o los pilotos, que pasan al tribunal sin intervención suya: “Puteenme todo lo que quieran, no tengo problema. Yo doy la cara, pero no pasa por mí”. Al adentrarse en el circuito callejero, se implementó la regla del strike: si un piloto ocasiona una colisión que obligue a detener la sesión, acumula un strike; ante una acumulación de cuatro de ellos —dos en las series de clasificación y dos en la carrera— dejará de correr. Antes de la primera práctica, Walter Costabel, CEO de AGS y una de las cabezas del proyecto, tomó el mando para dar una noticia inesperada para el público: “Para esta carrera hay dos pilotos menos. Dos escuderías no trajeron al piloto en nómina y, lamentablemente, no se puede reemplazar el día de la carrera”. Se trataba de las ausencias de Milagros Mansilla (9Z) y del tiktoker Gero Laiker (Clan Mazza). El lugar de Dino Di Palma fue ocupado por Diego Cabral, otro creador de contenido de iRacing, mientras que el propio Di Palma pasó a ser coach del BRG Team. Momo intentó bajarle el tono al desorden ante la prensa: “Estoy seguro de que, con el correr de las fechas, se va a respetar mucho más a la organización y vamos a tener el campeonato que queremos”.
Los motores empezaron a rugir. El aire olía a caucho y a ansiedad, a mezcla de combustible y nerviosismo. Algunos pilotos se reían entre sí para distender, otros apenas hablaban. Ese zumbido grave, constante, traía recuerdos de veranos en Villa Gesell o Mar de Ajó, donde varios de los competidores tuvieron sus primeras experiencias arriba de un karting alquilado. El calor apretaba: 23 grados y 68% de humedad. Los puestos de hidratación desbordaban, y la gente administraba el agua con la paciencia de quien sabe que el espectáculo recién comienza. La práctica libre, en teoría una sesión tranquila para acostumbrarse al circuito, duró poco en ese modo. Entre risas, gritos y banderas amarillas, los pilotos se probaron entre sí con pequeños toques y maniobras apretadas. Lo que debía ser un tanteo se convirtió en una competencia interna para ver quién se mostraba más rápido ante las cámaras. En el paddock, mientras tanto, reinaba la camaradería: saludos entre escuderías, abrazos, bromas cruzadas. Todos parecen amigos, aunque todos saben que esa buena onda tiene fecha de vencimiento: cuando larga la carrera, no hay amistad que valga.
El formato clasificatorio no deja margen para el descanso: tres grupos de seis kartings cada uno, treinta minutos de pista libre para marcar la mejor vuelta posible. Suena simple en el papel, pero en el trazado improvisado del estacionamiento de Tecnópolis, cada curva se convertía en una ruleta. Bastaron un par de giros para que llegaran los primeros golpes al muro. Facu Navajas, con el número 14, parecía decidido a borrar cualquier rastro de profesionalismo que quedaba en el aire. Entraba pasado en cada curva, frenaba tarde —o directamente no frenaba— y provocaba que el público pasara del aplauso a la exclamación en cuestión de segundos. Las tribunas eran un termómetro emocional: se levantaban, gritaban, y volvían a sentarse como si estuvieran viendo una transmisión de Kick, pero en carne viva. Los asistentes de producción corrían de un lado a otro para recolocar los bloques plásticos que delimitaban la pista. A uno de ellos casi lo roza el kart de Luca Figurelli, de La 32 Racing Team, que terminó cruzado en una curva tras un derrape tan feo como inevitable. El sol caía a plomo sobre el asfalto improvisado, y el calor ya empezaba a pasar factura: pilotos con el mono abierto hasta el pecho, cascos en alto buscando aire, y en las tribunas algunos espectadores se abanicaban con lo que tenían y otros directamente en cuero. Momo, que observaba desde los boxes con los brazos cruzados, interrumpió la sesión unos minutos para reunir a los pilotos que iban a entrar a pista. Con tono de padre más que de organizador, les pidió calma y cabeza: que pensaran en sus estrategias, que no se desgastaran corriendo cada vuelta como si fuera la última. “No es una maratón, es una clasificación. Piensen en sus tiempos, no en su orgullo”.
La sorpresa de la clasificación fue Oscu —piloto del BRG Team—, que clavó un tiempo récord de 40.620. El circuito improvisado en el estacionamiento de Tecnópolis parecía un laberinto de plástico, y cada décima contaba como si fuera una eternidad. Cuando Oscu consiguió su vuelta rápida, todavía no había salido a pista Mati Cunial, representante de 9Z y otro creador de contenido con pasado en el iRacing, así que el ambiente era una mezcla de calma y nerviosismo. Oscu caminaba entre los boxes con una sonrisa nerviosa, mirando cada tanto la pantalla de cronometraje como si temiera que el tiempo se corrigiera solo. Cuando el reloj se detuvo, la diferencia fue de una milésima. Una milésima. El tipo no lo podía creer: se sacó el casco, respiró profundo y se rió, como si recién ahí entendiera lo que había hecho. “Muy pero muy contento, porque las qualys en circuitos como estos son importantes. Cuesta mucho adelantar. Corrí en moto de los seis hasta los doce, y eso me sacó el miedo a la velocidad y a los golpes. También estuve escuchando mucho a Dino”, explicó. Ese detalle no era menor: Dino Di Palma, más allá del conflicto que lo había dejado fuera de la parrilla, seguía orbitando como una especie de mentor invisible para varios. Lo escuchaban, lo imitaban, lo tomaban como referencia. Y Oscu lo sabía: su pole no era casualidad, era parte de un aprendizaje silencioso.
El procedimiento, a partir de ese momento, era un poco confuso para quienes no estaban familiarizados con el automovilismo en la tribuna. Se trata de tres series, no como en el famoso Turismo Carretera, donde los pilotos dan siete vueltas conforme quedaron en la clasificación y son eliminados los últimos 5 en cada serie. Al llegar a la última, los 10 mejores pilotos lucharán por su posición de salida para la gran carrera.

La primera serie comenzó con una intensidad que desbordó cualquier manual. Choques, toques, frenadas tardías y algunos roces que, más que incidentes, parecían mensajes entre escuderías. Desde las gradas, el público pasaba de la ovación al fastidio. Era difícil apreciar la técnica cuando todo se volvía un festival de adelantamientos forzados. En medio de ese desorden, Yeyo de Gregorio —actor y piloto de KRU Motorsport— emergió como uno de los protagonistas involuntarios. Lo habían tocado más de una vez y se lo notaba molesto, gesticulando incluso dentro del casco. Cuando bajó, habló sin filtro: “Yo ahora empecé a correr como corrieron todos la semana pasada. En la fecha anterior se hizo una charla previa con reglamento, en donde dijeron que no se podía tocar ningún auto porque había multa. Yo corrí sin tocar a nadie y me tocaron de todos lados. Entonces hoy dije: ‘Vamos a correr como corren todos’”. Su declaración sintetizaba lo que muchos murmuraban en voz baja: que la categoría, entre la pasión y el entretenimiento, todavía buscaba su propio equilibrio. El espíritu amateur chocaba con la competencia real, y ese roce generaba chispas.
La segunda serie largó bajo una tensión palpable. En la grilla, los cascos se movían poco, los motores rugían con un nerviosismo eléctrico. Y en la pista, otra vez, Yeyo era protagonista. En la cuarta vuelta, su karting se cruzó con el de Agustín Bernasconi —cantante, actor y piloto de Radio Disney— en la curva número uno. Bernasconi venía por dentro, buscando la cuerda, y por un instante pareció que la maniobra sería limpia. Pero el roce fue inevitable: el karting de Yeyo se desestabilizó y terminó en la banquina. Desde la tribuna se escucharon los gritos, mezcla de sorpresa y bronca. El 16 de KRU volvió a boxes repleto de furia. Se sacó el casco de un manotazo, caminó hacia los comisarios y empezó un monólogo en voz alta: “¡Todas las carreras lo mismo, amigo, basta! ¡No me pasaron bien una vez! Yo tendría que estar segundo y ahora estoy cuarto”. Los banderilleros intentaban calmarlo, pero su enojo era más grande que el circuito. El público lo observaba en silencio; ya nadie se reía. Lo que había empezado como un espectáculo lúdico, se volvía por momentos una competencia con sangre real. Bernasconi, mientras tanto, era todo lo contrario. Al bajarse, lo consultaron por la maniobra y respondió entre risas: “¿Lo pasé bien, no? Lo pasé por la cuerda, no sé si lo choqué”. Una sonrisa pícara, casi infantil, que encendió todavía más la polémica. Minutos después, los comisarios comunicaron que no habría sanción. Nadie lo podía creer. Yeyo, que seguía de pie junto a su karting, escuchó la noticia con el casco ya en la mano. Se lo calzó otra vez, dio media vuelta y lanzó una frase que retumbó entre los boxes: “Bueno, ahora no digan nada entonces. No digan nada. Voy a chocar a todos”. El público estalló entre risas, aplausos y murmullos. Había nacido el primer “villano” oficial de la Fórmula Streamers.

La serie 3 arrancó con ese clima denso, cargado de electricidad. Las pulsaciones estaban en el techo, los equipos gritaban desde los boxes, los mecánicos miraban con una mezcla de orgullo y miedo. Y, como era de esperarse, volvió el drama. Esta vez el foco se posó sobre Peto Colombo, también de KRU Motorsport, que venía teniendo una buena actuación hasta que Facu Navajas —piloto de Clan Mazza— lo empujó en una maniobra demasiado agresiva. El impacto lo mandó directo contra el muro. El golpe sonó seco, la bandera amarilla apareció de inmediato. Peto salió del karting revoleando los brazos, furioso, ignorando la orden de no moverse hasta que llegaran los comisarios. Caminó hacia boxes mientras el público lo seguía con la mirada, entre la sorpresa y el desconcierto. Se escuchaban gritos a lo lejos, pero no se alcanzaba a distinguir quiénes eran. Y sí, ¿quién más sino? Yeyo – Agus Bernasconi, capítulo dos.
—Amigo, si me vas a pasar, que no sea chocándome.
—Entonces no corras, andá a la plaza a andar en bici.
La alta tensión por este cruce se disipó enseguida, aunque el eco del roce todavía flotaba en el aire. Ante la prensa, Yeyo bajó el tono y tiró una sonrisa: “Yo le dije a Agus: ‘es increíble cómo te odio en la pista, pero en la vida te amo’. Somos amigos”.
Los kartings se acomodaban en la grilla alistándose para la carrera, cuándo llegó Momo y anunció la decisión del director de la carrera: dos puestos de sanción para Agus Bernasconi y el Pelao Khe, de la escudería Fórmula Streamers. Junto a Facu Navajas, de Clan Mazza, fueron enviados al fondo de la grilla por los daños causados en las series. Pero, atención: el tres de Radio Disney seguía segundo. Rápidamente explicaron que no podían aplicar penalizaciones de la serie 2 cuando ya se había corrido otra tanda. Son los pequeños desajustes que todavía delatan la mezcla entre organización y espontaneidad.
Bandera verde y arranque explosivo para las quince vueltas en Tecnópolis. No habían pasado ni cinco segundos cuando sucedió lo impensado. Agus Bernasconi tomó la curva tres, perdió el control y terminó en trompo. Quedó clavado en la pista, como si el destino le devolviera la jugada anterior. Yeyo, desde atrás, le regaló un saludo irónico. Bernasconi perdió 11 puestos hasta que se relanzó.
La carrera terminó con un podio inesperado. Mati Cunial se llevó la victoria con casi un segundo de ventaja sobre Seven Kayne —cantante y piloto de Shinden—, que remontó seis puestos con una actuación digna de circuito real. Diego Cabral, que defendía el asiento de Dino Di Palma, completó el podio de una jornada caótica. Al bajarse, Cabral y Cunial se fundieron en un abrazo que simbolizó mucho más que un resultado: una revancha para la comunidad de iRacing y para el propio clan Di Palma-Dudulec. “Me confirmaron esta semana”, contó Cabral. “El martes me preguntaron ‘¿estás para correr?’ y el miércoles les dije que sí. Soy del sur de Córdoba, agarré el primer colectivo y me vine”.
El Gran Premio de Tecnópolis cerró como empezó: con pasión, adrenalina y sonrisas. Entre motores, risas y champagne, quedó claro que no fue solo una carrera: fue el punto exacto donde la velocidad y el entretenimiento cruzaron juntos la línea de meta.



