Santiago Solari e Ignacio Vázquez, las voces de la conferencia de prensa en la previa al cruce por octavos de final del Torneo Apertura entre Racing y Platense.
El delantero de la Academia habló sobre el buen momento del grupo, los objetivos y declaró: “Tenemos que ir por todo por la copa (Libertadores), como por el torneo. Hay que ser de la escuela de Gustavo Costas, ganar, ganar y ganar, nada más”.
Por su parte, el defensor del Calamar se refirió a la importancia del partido y jugar en condición de visitante: “Es una cancha complicada, difícil pero nosotros tenemos que saber que va a ser una final. Va a ser una batalla con un rival lindo y esperemos ganar que es importante para el club y seguir creciendo”.
El encuentro se disputará el próximo sábado a las 18.45 en el Estadio Presidente Perón. Racing se clasificó a octavos de final con 28 puntos, 9 partidos ganados, 1 empate y 6 perdidos en la tercera posición de la Zona A. Llega tras haberle ganado a Newell’s por 1-0.
Del lado de Platense, el conjunto dirigido por la dupla Favio Orsi – Sergio Gómez, clasificó en el sexto puesto de la Zona B con 23 puntos, 6 partidos ganados, 5 empates y 5 derrotas. Su último cruce fue ante Gimnasia LP y perdió por 1-0.
Por Agostinis, Avena, Bether, Grandinetti, Moyano y Willems
Tres años atrás, el 16 de abril, la selección argentina de polo femenino se consagró campeona del primer mundial organizado por la Federación Internacional de Polo (FIP). Dirigidas por Milo Fernández Araujo, el equipo compuesto por Azucena Uranga, Agustina Imaz, Paulina Vasquetto y Catalina Lavinia, venció a Estados Unidos 6-2 en la final y se quedó con el título.
La selección quedó segunda en la Zona A tras superar por 7-3 a Irlanda y caer 3-2 por penales ante Inglaterra, luego de empatar 3-3. Posteriormente superó a Italia, que venía invicta, en semifinales, por 7-0,5, y finalmente se consagraron ante las norteamericanas, que habían clasificado a la final tras vencer a las británicas por 4-3.
Ante 6.000 espectadores, la selección se dispuso a hacer historia en el deporte en la cancha 2 del Campo Argentino de Polo, en Palermo. Lavinia con tres goles, Imaz con dos y Vasquetto con uno, fueron las que pusieron en marcha el sueño. Audrey Persan y Erica Gandomcar descontaron, con un tanto cada una, que no alcanzaron para dar vuelta el resultado de un partido que finalizó con la siguiente progresión: 0-0, 1-0, 2-0, 4-0, 5-1 y 6-2. La selección argentina con este resultado era campeona del primer certamen de polo femenino, al igual que los hombres en el mundial de 1987, en el mismo escenario. “No teníamos presión de ganar, estábamos cómodas con el equipo, teníamos lo necesario para hacer un buen torneo y si no se daban los resultados era parte del deporte”, comentó Agustina Imaz.
Agustina Imaz, Azucena Uranga, Catalina Lavinia y Paulina Vasquetto en la previa al partido con Irlanda.
Dos de los cuatro premios repartidos por la FIP fueron para argentinas: el de la mejor polista del torneo, para Azucena Uranga, y el de la revelación para Catalina Lavinia que con 16 años, y siendo la más joven del plantel, anotó 10 tantos a lo largo de todo el campeonato. El premio Fair Play fue para la estadounidense Audrey Persano. Por otro lado, la inglesa Frances Townend, se llevó una mención al espíritu deportivo.
El equipo argentino había impuesto el lema “Abran cancha”, que hace referencia a que el césped ya no solo lo galopan los hombres, y que hoy en día las mujeres tienen un futuro abierto en este deporte, sin restricciones y con libertad. “De los mejores recuerdos que tengo es estar entonando el himno el día de la final y cómo festejaron al terminar, fue increíble”, recordó Imaz, emblema del equipo.
Azucena Uranga, la capitana de las campeonas, recuerda el título a tres años del primer Mundial de polo femenino
Azucena Uranga fue la capitana argentina del plantel que se coronó en Buenos Aires en el primer Mundial de Polo Femenino de la historia en 2022 y con 5 de valoración fue la que obtuvo el premio de la jugadora más valiosa del certamen, con solo 20 años.
Actualmente es una de las cuatro jugadoras argentinas de la Asociación Argentina de Polo (AAP) con siete puntos de handicap. El año pasado participó de la 8° edición del Abierto de Polo Femenino en el equipo llamado La Hache Thai Polo, junto a Clara Cassino, Milagros Fernández Araujo y Maitena Marré: ganaron la final subsidiaria, el partido que se juega para definir el segundo trofeo en disputa en un torneo.
Azucena Uranga disputando la bocha en el encuentro ante Estados Unidos.
Azucena es nieta de Marcos Uranga, uno de los impulsores del polo en el país y presidente de AAP entre 1983 y 1987. El hijo de Marcos es Delfín Uranga, el actual presidente de la AAP y mandatario de la Asociación Argentina de Criadores de Caballos de Polo entre 2012 y 2016.Con un apellido que resuena en la historia, Uranga estuvo ligada al deporte desde muy pequeña: “Siempre estuve relacionada al polo y desde muy chica comencé a jugar en el campo, mis inicios formales fueron en una escuelita, que en ese entonces recién estaba comenzando, que se llamaba El Polo de Fuchi, en General Rodríguez”.
-¿Cuál es tu mejor recuerdo?
-Mi mejor recuerdo fue el proceso desde que nos seleccionaron para el mundial hasta conseguir el trofeo. Disfruté mucho el estar entrenando y todo ese tiempo que compartimos con las chicas. La pasé muy bien y aprendí muchísimo.
-¿Cómo fue vivir el mundial siendo tan joven?
-La experiencia del mundial fue increíble, aprendimos un montón y nos divertimos mucho. Pero creo que en ese momento no éramos tan conscientes de la suerte que teníamos de estar ahí y que estábamos jugando el mundial representando a Argentina. Formamos un muy lindo equipo que siempre tuvo buena onda y compañerismo entre todas. Personalmente, no creo volver a tener la suerte de vivir un momento como lo que fue ese mundial para mí.
-¿Sentían la presión de ganar el mundial, teniendo en cuenta que era en nuestro país y la historia del deporte en Argentina?
-Personalmente no sentí tanta presión ni nervios durante el torneo por ese muy lindo grupo que se formó, en el cual fluyó todo de la mejor manera. Esa presión solamente la sentí al momento del himno en el día de la final que estábamos dentro de la cancha cantando el himno con toda la tribuna llena, que es algo que nunca me pasó de jugar en Palermo con esa cantidad de gente, y ver toda la gente que nos alentaba, fue ahí que dije dentro mío que teníamos que ganar como sea.
Uranga y Lavinia festejan ante 6.000 personas en el Campo Argentino de Polo.
-¿Qué significó este trofeo en tu carrera?
-Haber ganado el mundial significó muchísimo, pero más allá de lo deportivo, significó mucho más en la parte personal. La experiencia de vivir ese mundial y haber tenido la suerte de estar ahí, fue algo único y que va a quedar en la historia.
-¿Cuáles fueron las repercusiones posteriores a la obtención del mundial?
-Las repercusiones fueron muy positivas y mucho mayores a las que yo me había imaginado. Nos invitaron a un montón de programas de televisión, entrevistas, charlas y fue noticia en muchos diarios y revistas, lo cual fue muy bueno, ya que ayudó a darle mayor visibilidad al deporte.
-¿Consideras que es un deporte con poca visibilidad en el país?
-Sí, creo que es un deporte que no tiene visibilidad en el país y en el mundo. Me parece que la gente que es externa al deporte que no conoce o no juega no ve muchos partidos en la televisión y mucho menos en vivo. Tiene muy poca visibilidad por lo que se juega y por la cantidad de gente que lo disputa en el país.
-En lo personal, ¿cómo es tu futuro en el deporte?, ¿cuáles son tus próximos objetivos?
-Mi futuro en el deporte es seguir creciendo, seguir mejorando, seguir compitiendo y apoyando al polo femenino, que sigue creciendo, para que sea cada vez más profesional y más divertido de jugar y de ver.
1 de mayo se conmemora el Día del Trabajador en homenaje a obreros asesinados durante las huelgas en Chicago, Estados Unidos en 1886, en las cuales se exigían jornadas laborales ocho horas.
“Donando sangre al antojo de un patrón por un mísero sueldo, con el cual no logro esquivar el trago amargo de este mal momento, mientras el mundo policía y ladrón me bautizan sonriendo gil trabajador”. Así, como esas dos últimas palabras, se llama la canción de Hermética, banda propietaria del fragmento citado. Si bien podría ser, la temática de esta nota no es la relación del fútbol con la música, sino con lo que en la jerga se conoce como “laburo”.
Este rol, el de empleado, laburante, perteneciente a la clase baja, y más tarde media, fue el que condujo a la popularización y democratización del fútbol en la Argentina. Desde esos sectores, en los barrios que aún se estaban formando, en épocas de modelo agroexportador y a finales del siglo XIX y comienzos del XX, la pelota comenzó a rodar con mayor fluidez en el entramado social criollo. De ahora en más, bajo el ala de un nombre, escudo, y colores: de una pasión. Los equipos, posteriormente clubes, empezaron a surgir mayoritariamente desde las antípodas del ejercicio del poder.
Uno de los casos más conocidos para explicar esta relación es el de Argentinos Juniors. El Bicho nació de la fusión entre los conjuntos Sol de la Victoria y Mártires de Chicago, quienes enfrentaron en un amistoso a Catedral Porteño en las cercanías de Av. San Martín, Luis Viale y Añasco mientras corría el 1904. El resultado no fue solo un 3 a 1 a favor del combinado, sino la creación de un club que hasta el día de hoy tiene 120 años de historia.
Al respecto, Javier Roimiser, historiador de la institución, afirmó: “Se dice que Mártires de Chicago es en honor a la revuelta social donde hubo varios fallecidos en la fábrica, y Sol de la Victoria es por un himno libertario”. Cabe resaltar que esto último no tiene relación ni identificación al concepto del liberalismo económico presente en la actualidad. Según Roimiser, los fundadores del cuadro de La Paternal (que en realidad dio sus primeros pasos en Villa Crespo, Coghlan, Caballito y San Martín) tenían ideas socialistas, algunos anarcos socialistas, y veían con buenos ojos el seguimiento a Alfredo Palacios, diputado de dicha corriente, y por eso la camiseta roja. Inclusive, al ingresar a lo que hoy es la AFA, lo hizo con un rojo garibaldino, en homenaje al militar italiano.
El experimentado en el recorrido histórico del club fue claro al remarcar que ante una manifestación política en la tribuna, y con ella discrepancias en dicho lugar, mucha gente insiste en acordarse del surgimiento del amor que comparten: “El origen de Argentinos no es de una ideología ni de otra, es defendiendo al trabajador. Siempre”. Una pasión impulsada y acompañada por laburantes y trabajadores relacionados con el obrero de la zona, el de la manufactura metalúrgica o textil. Bien de barrio. De pueblo.
Además, donde el Semillero del Mundo está asentado desde 1925 en su momento fue sitio de fábricas de producto como café, vinos y llegada de productos desde el mercado del Abasto gracias a los ferrocarriles aledaños. Detrás de las tribunas el sudor y taylorismo eran moneda corriente. Eso si, del alambrado para adentro, el reloj marcaba 90 minutos.
Otra historia que tiene como eje central los derechos laborales es el de un club que vio la luz como Libertarios Unidos y de casaca rojinegra allá por 1908, en honor a los principios de sus fundadores anarcosindicalistas, socialistas y comunistas. La persecución hacia estos ideales dio motivo a la excusa de que el nombre provino de la calle Libertad, sitio de nacimiento de la institución. Sportivo Norte la nueva identificación. Colegiales la definitiva. Estadio Libertarios Unidos su casa.
Y si alguien se fija en el fixture de la próxima o anterior fecha de casi cualquier división del fútbol argentino, se encontrará con nombres como Rosario Central, Central Ballester, Central Norte, Central Córdoba (de la provincia homónima, Rosario, Santiago del Estero) y Barracas Central. Un deporte que llegó desde Inglaterra, isla de revoluciones industriales, se expandió aprovechando las vías (rozando lo literal) que utilizó este país imperialista en busca de hacer llegar sus productos y abrir nuevos mercados para comercializar, como pueden ser los trenes. Así, los cuadros mencionados deben su denominación a las ciudades donde llegaba este medio de transporte, y la fundación a quienes trabajaban en las locomotoras. No olvidar el Ferrocarril Oeste, o el de Midland. Pero estas novedosas máquinas no se mantenían o arreglaban solas, sino que debían ser atendidas en los Talleres como los de Córdoba o Remedios de Escalada.
Con los años, los muchachos que eran futbolistas en un principio por recreación, comenzaron a luchar por dignidad laboral pero en su rol dentro del campo de juego. Libertad de acción para negociar sus pases y firmas. Contrato y pago. En 1931 los protagonistas dijeron basta, querían vivir de la pelota. El amateurismo marrón, el pago “en negro”, llegó a su fin. Nació el profesionalismo en el fútbol argentino.
Dicha salida no fue un problema solucionado. En 1948, se produjo el mayor reclamo en tierras de quienes habían obtenido, 18 años atrás, un subcampeonato del mundo: durante 6 meses, la pelota fue pateada por jugadores amateur y de inferiores; contratos rescindidos; los estadios semivacíos; los profesionales en sus casas. La AFA no reconocía a Futbolistas Argentinos Agremiados, y por ello tampoco los pedidos de sueldos mínimos en el ascenso, suprimir el tope remunerativo en Primera, libertad de negociación y trabajo; aguinaldo, vacaciones, indemnización, seguro médico y aportes jubilatorios. Desde el 8 de noviembre de 1948 hasta el 7 de mayo de 1949 se vivieron momentos de tire y afloje en las páginas del fútbol argentino. Con ello, un gran exilio de futbolistas a Colombia, pues el torneo cafetero no contaba con afiliación a la FIFA, lo que hacía todo menos burocrático.
Algo parecido ocurrió en Europa. En pleno Mayo Francés, semanas de revuelo estudiantil y obrero en dicho país, los futbolistas que disputaban aquel torneo nacional tomaron la Federación Francesa de Fútbol. Se terminaba la época de la firma vigente hasta los 35 años con una institución deportiva a cambio de sueldos bajos y sin condiciones mínimas de trabajo. Durante cuatro días las instalaciones estuvieron tomadas y se creó la Comisión de Acción de los Futbolistas. Cabe destacar la impronta de los periodistas deportivos de la revista Miroir du Football, quienes con pasado en las canchas y presente en el Partido Comunista, alentaron la protesta y encabezaron la junta mencionada. Específicamente se pidió la temporada a ocho meses, estadios en condiciones, la denuncia al entrenador del combinado galo Louis Dugauquez (quien insultaba las condiciones físicas, técnicas e intelectuales de sus dirigidos) y desestimar el decreto que prohibía a todo aquel protagonista que abandonase un club volver a jugar antes de cumplir los 35 años. Se obtuvieron conquistas como el fin del contrato a perpetuidad, que en 1972 los dirigentes, vencedores, quisieron retomar pero no lo lograron. De todas maneras, el precedente quedó marcado.
El fútbol tiene sus raíces populares en los trabajadores y en la política. Quienes hoy corren por el césped e intentan llegar al arco rival, son los bisnietos de aquellos pibes de barrio que veían en un cuero un momento de ocio, diversión y disfrute luego de la fábrica; luego vieron allí su oficina, su modo de vida. Del otro lado, quienes mientras forman parte del circuito productivo durante la semana esperan ver en su reloj el momento para ir a la cancha y sentir la pasión como una caricia al alma, y dejar de sentirse, aunque sea por un ratito, un gil trabajador.
Glasgow se levanta cada mañana sabiendo que algunos fantasmas siguen vivos. Este domingo, Celtic y Rangers volverán a mirarse a los ojos en otra edición del Old Firm, ante un eco que ya vibra en cada esquina. En los días previos, la ciudad no necesitó de cánticos ni de banderas agitadas. Bastó con una pared.
Sobre la calle MacLellan, junto a la autopista, apareció un mural vestido de azul, blanco y rojo. Dos frases escritas a brocha gorda dejaban poco lugar para la interpretación: “No hay Papa de Roma” y “Papa Francisco ha muerto” recitaban. El dolor había encontrado una manera cruel de expresarse. Desde el cemento, un viejo resentimiento reclamaba su espacio, encendiendo la semana que desembocará en un partido esperado, cargado, inevitable.
La respuesta, como tantas otras veces en Glasgow, fue rápida. Un grupo de hinchas del Celtic cubrió el insulto con los colores de Irlanda. Pintaron su bandera en esa misma pared, como quien extiende un manto sobre una herida abierta. Y arriba, escribieron: “Sin banderas ni tambores”, una frase que suena a consigna, pero también a cansancio. Resulta que meses antes, fanáticos de la reconocida “Brigada Verde”, robaron una porción de las banderas y tambores de la fanaticada del otro club de Glasgow, “We are the green brigade” cantaban en un video provocativo hace poco más de 7 meses.
El Celtic nació en 1887, en los salones humildes de la parroquia St. Mary’s, cuando el hermano Walfrid soñó con dar de comer a los pobres a través del fútbol. En aquella Glasgow golpeada por la inmigración, donde ser irlandés y católico equivalía a cargar una doble condena social, el balón se transformó en acto de resistencia. Cada gol era un plato servido, cada triunfo una reafirmación de pertenencia.
El Papa Francisco supo entender esa historia, aunque el tiempo y la distancia pudieran sugerir lo contrario. “El valioso legado de su club les impone una gran responsabilidad”, les dijo a los representantes del Celtic en Roma, entre los que estaba Brendan Rodgers, actual DT que consiguió su décimo primer título con los verdes en siete años divididos por dos ciclos en el club el domingo pasado. “En este sentido, los hombres y las mujeres deberían ver en ustedes no solo excelentes futbolistas, sino también a personas bondadosas, hombres de gran corazón que saben administrar con sabiduría los numerosos beneficios que reciben de sus posiciones privilegiadas en la sociedad.” No hablaba de trofeos ni de copas alzadas bajo las luces, sino de mantener vivos los principios fundadores. De cuidar a los vulnerables. De no dejar que la sed de dinero ahogue el sentido original del juego.
Mientras en los tablones del fútbol moderno se fijan precios que expulsan a los hinchas de a pie —42 libras pidió el Dundee United en su último cruce—, las palabras de Francisco retumban con una actualidad feroz. Advirtió contra la especulación financiera, pidió justicia social, reclamó solidaridad como antídoto contra un mundo que acostumbra dejar afuera a los mismos de siempre.
Glasgow conoce de sobra esa exclusión. La rivalidad entre Rangers y Celtic lleva dentro de sí heridas viejas que el paso de los años no alcanza a cerrar. Los estadios ofrecen un espectáculo distinto al del césped: banderas británicas en Ibrox, estandartes irlandeses en Celtic Park.
En medio de ese ruido, las palabras de Francisco flotan como una oración breve: “Mantengan el espíritu amateur. Lo hermoso del deporte está en jugar juntos. No importa quién gane”. Una frase simple, plantada como un faro en el vendaval. Como si aún fuera posible pensar que el fútbol, en su forma más pura, todavía pueda salvarnos, desviar los intereses políticos, religiosos y avivar otra llama.
Antes de que los jugadores salten a la cancha, antes del vestuario, antes de los abrazos de gol, hay alguien que ya está en movimiento. A veces, incluso antes del amanecer. Silencioso, puntual, y con el mate en mano es quien pone en marcha no solo el micro, sino también la ilusión de cada viaje. No figura en las planillas, no tiene número en la camiseta, pero es parte del equipo.
Mejor conocido como Alberto Oviedo, es el chofer del Club Atlético Independiente de Chivilcoy, equipo que compite en el Torneo Federal A y en la Liga Chivilcoyana. Conoce cada rincón del club como la palma de su mano, aunque su lugar está, sin dudas, al volante. Ahí, entre cinturones de seguridad y charlas cruzadas, construyó su pequeña trinchera. No habla mucho, pero escucha todo. Sabe cuándo el equipo está nervioso, cuándo hay clima de victoria o cuándo conviene dejar que la radio hable por él. Tiene una memoria prodigiosa para las rutas, pero también para los detalles: quién se marea en las curvas, quién siempre se olvida del bolso, quién necesita un “vamos que hoy ganamos” justo antes de bajar.
Beto comenzó su camino al volante manejando combis, llevando estudiantes de Contaduría y Finanzas. Nunca imaginó que un día terminaría siendo el encargado de transportar ilusiones en formato de plantel. Hace apenas dos años llegó al club, sin experiencia en colectivos de dos pisos, pero con la misma responsabilidad que lo acompañó siempre. Al principio fueron trayectos cortos, de Chivilcoy a Gorostiaga, Alberti, Moquehuá. Distancias breves pero cargadas de sentido. Hasta que un día le tocó su primer viaje largo: Entre Ríos. Y ese micro, que al principio le imponía respeto, ya se sentía un poco más su hogar.
“Siempre es lindo destacar la gran familia del Rojo, dirigentes, hinchas, socios. Todos aportan un granito de arena. Son cosas que la gente de afuera no ve, todo lo hacemos desde abajo”.
Hablando de su casa, es ahí donde más se entiende. El colectivo del club descansa después de kilómetros recorridos. Adentro, la sencillez lo envuelve todo: paredes modestas, pocos lujos, pero un esfuerzo que se nota en cada rincón. Recién salido de bañarse, vestido de azul y con su hijo más chico sentado sobre él, Beto se sienta y habla. Cansado, sí. Las horas de viaje a Córdoba todavía pesan. Pero su sonrisa, esa que parece estar siempre no se borra. Aparece cada vez que nombra al club, cada vez que habla de su familia.
Su familia de sangre la conforman María, su compañera incondicional, y sus cinco hijos: Micaela, la mayor; Agustina; Josefina; Nicolás y el pequeño Luca. Este último, el más chico, es su sombra. Lo acompaña a todos lados, en cada momento, en cada viaje. Luca no solo sube al micro, también sube a su mundo.
Si hay algo que lo emociona profundamente es tener el privilegio de ver a su hijo Nicolás jugar al fútbol, con la camiseta del club que él mismo conduce por las rutas del país. En el último viaje a Monte Maíz, Córdoba, el 17 de abril por la segunda fecha del Torneo Nacional de Inferiores, Beto fue testigo de un momento que no va a olvidar: Nicolás, que juega como defensor central, convirtió un gol. La dedicatoria, clara, directa, sin rodeos, fue para él. No hubo que adivinarlo. Estaba en la mirada, en el gesto, en ese cruce invisible de orgullo entre padre e hijo.
“Es algo que no voy a olvidar nunca, cuando mi hijo mete el gol en Monte Maíz. Siendo chofer te perdés muchos momentos lindos, te perdés ver a tu hijo crecer en el fútbol, no hay cumpleaños”.
Cuando el motor se apaga y el colectivo queda en silencio, Beto sigue ahí. Con las manos marcadas por el volante, con los ojos llenos de rutas recorridas, con el corazón dividido entre su familia y su club. No hace goles, no da indicaciones desde la línea de banda, pero mueve al equipo de una manera que no figura en ningún reglamento.
Detrás del vidrio del micro, mientras todos duermen o miran por la ventana, él está atento. Maneja con la serenidad de quien entiende que también lleva sueños, frustraciones, risas y silencios. En sus viajes hay más que kilómetros: hay historias que se construyen sin flashes, sin crónicas deportivas, sin ovaciones. Beto las atesora igual, en la memoria, en las anécdotas que repite en voz baja, en los gestos que no necesita explicar.
La noche avanza sobre la ruta y él sigue firme, como si el cansancio no lo tocara. De vez en cuando revisa el espejo retrovisor y observa, como quien cuida a su familia. No hace falta que diga nada. Su presencia es ese tipo de tranquilidad que se siente, más que se escucha. Beto no solo maneja el micro: acompaña procesos, atraviesa derrotas, celebra en silencio, sostiene.
Cada vez que vuelve a su hogar, estaciona el colectivo con la misma prolijidad con la que cuida a los suyos. Lo espera María, lo rodean sus hijos. Luca, el más chico, no se despega. Nicolás le cuenta cómo le fue en el partido. Y él escucha, como siempre. Como en el micro. Como en la vida.
Porque la pasión también se conduce. Y a veces, el alma de un club no se mide en goles ni en trofeos, sino en esos hombres silenciosos que, sin pedir nada a cambio, se convierten en parte del todo. Beto es uno de ellos. El que arranca primero y frena último. El que no está en la foto, pero sin él, no hay viaje.
Un miércoles soleado pero con algunas nubes dando vueltas por el cielo, en la ciudad de Morón más específicamente en la calle 25 de Mayo al 754 está ubicada la Línea 216 de colectivos. Allí se encuentra la historia de Luis Darío Calvo, quien compartió hermosos momentos junto a Juan Román Riquelme, Diego Armando Maradona, Claudio Paul Caniggia, el Beto Márcico, entre otros grandes jugadores. Hoy en día se gana la vida de una manera inesperada y busca volver a incorporarse al deporte que tanto ama.
Imagen TN.
Luis dijo que él viene de una familia muy futbolera, tanto por parte del padre como de la madre, y explicó que familiares suyos, especialmente tíos y primos, no llegaron a jugar en el ascenso argentino pero tuvieron la posibilidad. Su recuerdo más peculiar del deporte es cuando jugaba al baby fútbol en San Miguel.
Mientras Calvo estaba hablando, los ruidos y las bocinas invadían los oídos, y el olor a nafta quedaba impregnado en las narices. Es un olor tan fuerte que lo seguís respirando hasta cuando te retiras del lugar.
Calvo explicó que no era chofer, sino que trabajaba como conductor dentro de la empresa, en la parte más técnica. A lo que él se dedica es a acomodar los colectivos. Cuando los choferes terminan de trabajar en sus respectivos turnos, Calvo coloca los colectivos dónde tienen que ir, también los suele revisar para que estén listos y salir a la calle. Hace nueve años que trabaja allí y pudo lograr una estabilidad económica después de pasarla mal por mucho tiempo.
En el año 1995 empezó a entrenar con la Primera de Boca y, con los ojos un poco brillosos, declaró que haber jugado con Riquelme y Maradona es algo que nunca va a olvidar en su vida y que está agradecido a Dios por todo lo que le pasó en ese momento. Silvio Marzolini entrenador del club en aquel entonces, fue muy inesperado para el que lo elijan, porque no entendía cómo, con la cantidad de grandes jugadores juveniles que había lo llamaran a él y a dos más cuyos nombres no recuerda.
No solo eso, sino que el ex volante también fue jugador de la Selección Argentina Sub-20, donde en el año 1997 conquistó el Campeonato Sudamericano. En Boca Juniors jugó 19 partidos y, con un poco de bronca, contaba que cuando se fue Marzolini del club, Carlos Bilardo no le dio muchas oportunidades, lo que ocasionó que Calvo volviera a entrenar con la Cuarta del Xeneize. Eso le provocó una crisis en su cabeza, pensando en su futuro, sin saber qué iba a pasar; tenía que renovar su contrato y nadie le daba respuestas. Pero aparecieron dos ángeles para él: Francisco Sá y un tal Héctor “Bambino” Veira, quienes le dieron un par de oportunidades, pero, al no rendir al 100%, se fue a Rosario Central.
Al preguntarle por Juan Román Riquelme, en su cara se le vio una sonrisa de oreja a oreja. Según dijo, lo conocía de la selección juvenil de José Pekerman, y como Román era de Don Torcuato y él de San Miguel, se encontraban siempre en Retiro y viajaban juntos a entrenar. Luego, un micro los esperaba y los trasladaban a Ezeiza. Calvo, entre risas, declaró: “Pero bueno, uno llegó a donde llegó y yo ahora estoy acomodando colectivos”. Según Calvo, Román era muy buena persona y muy compañero. Compartían muchos momentos juntos; a veces él lo buscaba por su casa e iban a entrenar. Hoy en día es diferente, porque ya no tiene contacto con él. También afirmó que hace mucho no pasa por el club.
Mucha gente cercana le preguntó: “¿Cómo terminaste acá?”, y su respuesta es simple: “Las vueltas de la vida, algunos tienen suerte y otros no tanto”. Tuvo la posibilidad de haber jugado en Boca, y no solo eso, sino que también supo jugar en Europa, como en el AEK Atenas, Kalamata y Panachaiki de Grecia, y un breve paso por el Virtus Lanciano de Italia. “Tuve la fortuna de jugar en Boca y en Europa, es lo que soñaba toda mi vida”.
A sus 47 años decidió retomar los estudios y al dedicarle tanto tiempo al club antes, no había llegado a terminar la secundaria. Ahora su mente cambió un poco: “Yo no había terminado la escuela secundaria y el fútbol me alejó de los estudios. Sin embargo, el año pasado lo pude terminar y ahora estoy haciendo un curso de ingreso en la Universidad de Hurlingham, donde voy a estudiar Kinesiología. En parte, tengo el deseo de seguir ligado al fútbol de alguna manera y creo que este es un buen camino”.
Luego de su paso por el fútbol, económicamente tuvo momentos complicados porque no sabía cómo mantener a su familia. Lo que él dio a entender, fueron malas decisiones. El fútbol lo había dejado solo y lo había “abandonado”. Entró en una grave depresión y, en su cabeza, recorría la palabra “fracasado” y la vergüenza de no haber llegado a ser algo que tuvo un final muy corto. Como mencionaba antes, lo que pudo sustentar su situación económica fue la Línea 216 de Morón.
El exjugador de Boca Juniors no le cerró las puertas a trabajar en el club de sus amores en un futuro no tan lejano. No como técnico o dirigente, sino desde lo que está estudiando: Kinesiología. Obviamente, si es en Boca, mejor, pero si es en otra institución no diría que no. Es algo que realmente le apasiona y que, hoy en día tiene la oportunidad de poder estudiarlo y disfrutarlo en su máximo esplendor. Un hombre que de haber jugado con Juan Román Riquelme, Diego Armando Maradona, Claudio Paul Caniggia, entre otras grandes leyendas del Xeneize, pasó a acomodar colectivos en la Línea 216 de Morón, Luis Darío Calvo.
Año 2010, Estudio Estadio de Telefe. Con un rap de fondo, acompañado de bailarines y vestido como salido del Bronx, un luchador sale al ring. La tribuna, repleta de niños, aplaude a uno de sus grandes ídolos, Hip Hop Man.
Año 2013. Misma música, mismo vestuario. Hip Hop Man sale al ring, pero la reacción del público, en su mayoría adulto, es casi nula. Claro, él es —o era, ya pasaron 3 años— una estrella en Argentina, pero en México (aún) no es nadie.
Daniel Garcilazo, Hip Hop Man en el ámbito de la lucha, alcanzó una gran popularidad en toda Argentina entre 2006 y 2010 gracias al programa de televisión 100% Lucha, bajo el personaje del rapero neoyorquino que no mucho tiene que ver con quien él es en realidad. Tras el final del programa, trabajó como extra y en escenas de riesgo en telenovelas, películas y comerciales, abrió su propia escuela de lucha, continuó haciendo shows, pero ya no era lo mismo. Para 2013, tomó una decisión: viajar por 6 semanas a México para vivir la experiencia de luchar allá.
“Yo venía por 6 semanas, tenía pasaje de vuelta para terminar la facultad, pero me convenció el hecho de que acá podía progresar en la lucha; allá en Argentina estaba bien económicamente pero era siempre hacer lo mismo, subiendo al ring contra el mismo luchador”, argumenta hoy Hip Hop Man su decisión de quedarse a vivir en México.
Imagen: RGNT Studios.
Sin embargo, ese progreso no iba a ser tan fácil. Era atractivo el desafío de adaptarse a un mundo totalmente diferente e ir creciendo en las carteleras, pero el ambiente de la lucha libre en el país norteamericano es mucho más grande que en casi cualquier otro lugar del planeta: “Acá caminás 5 minutos y aparece un gimnasio con un ring de lucha. Al principio era luchar todos los días con alguien nuevo para ir creciendo, eso me motivó”.
El proceso de adaptación fue enorme: no solo pasó por lo que debía hacer en el ring. En cuanto a ese tema, el estilo mexicano consta más de “llaveos”, más similar a la lucha grecorromana; en Argentina, la lucha se caracteriza por los vuelos y los duros golpes. “Acá te pegan con la mano abierta, pero en Argentina las trompadas y las patadas te dejan sin comer”, explicó entre risas Hip Hop Man. Por el lado físico, el cambio fue rotundo. De pesar 62kg pasó a alcanzar los 83. Además, debió llegar a un estado físico que le permitiera aguantar las contiendas de más de media hora que se dan allá, cuando en 100% Lucha el promedio rondaba los 10 minutos.
Toda esa evolución en él era con el objetivo de establecerse en el ámbito de la lucha en México y vivir de ello, algo que pocos pueden lograr en el corto plazo. “Miles de luchadores trabajan por la comida o por 5, 10 dólares”, señaló el argentino, y él no fue la excepción. Había viajado con unos ahorros para quedarse esas hipotéticas 6 semanas, pero, pese a luchar 4 o 5 veces por semana, no podía sostenerse. Al principio, se quedó en el departamento de una amiga pero, cuando el tiempo de la estadía se alargó, pasó a vivir como roomie con otros argentinos. Para eso le alcanzaba en sus inicios en la tierra de la lucha libre.
Mediados de 2014. Arena Naucalpan, México. Con el mismo personaje de siempre, sale Hip Hop Man al ring como reemplazo de un luchador que se ausentó. Los espectadores se sienten estafados: silbidos y abucheos por todos lados.
Una semana más tarde, otra vez Arena Naucalpan. En esta ocasión ya anunciado en la cartelera, aparece Hip Hop Man. De nuevo los abucheos, los silbidos… incluso algunos le arrojan cosas de la tribuna.
Ese fue el click en la carrera de Hip Hop Man. A partir de esa época, comenzó a trabajar como un personaje “rudo” o “malo”, tomando como punto de partida el odio de los mexicanos a los argentinos: “Ahí comencé a generar esa interacción con el público, que me abucheaba, y me fui para arriba”.
En simultáneo a su ascenso en la lucha, consiguió acomodarse económicamente por otra vía, ya que su pasión no era una buena fuente de ingresos. “Me tuve que meter en la televisión aprovechando la preparación actoral que tenía, primero como extra y después en papeles más importantes y en producción, porque se pagaba muchísimo más”, explicó Garcilazo. Lo actoral sirvió, primeramente, para mantenerse. El paso a la producción lo dio en 2016, durante la grabación de la serie Blue Demon: contratado como extra, debió resolver un problema de urgencia ante la baja de un productor y, tras eso, consiguió un trabajo fijo. En el medio, se veía amenazada su carrera luchística, que crecía y crecía pero no era suficiente para su bolsillo: “Era mucha, mucha guita, pero muy desgastante: trabajaba de lunes a sábado y el domingo luchaba. Eran muchos meses sin descansar ni entrenar bien”.
En el medio, el sueño mexicano se consolidaba cada vez más. Con su personaje que exageraba los estereotipos de argentino para hacerse odiar —totalmente fanfarrón, siempre vestido con la camiseta de fútbol de la Selección y, desde 2022, llevando una Copa del Mundo— alcanzó una popularidad que lo catapultó a participar de Triplemanía, uno de los eventos principales de la lucha mexicana, e incluso llegó a luchar en la Arena México, la más importante del mundo. Lo económico ya no era un problema, incluso se animó a regular la cantidad de trabajo para reducir el desgaste físico.
Finalizada su gira por los 20 años de carrera en 2022, que contó con shows en Argentina, un solo sueño le falta cumplir a Hip Hop Man. “Quiero ser el primer argentino en luchar en México, Japón y Estados Unidos”, anhela. Sólo le falta Estados Unidos. En Japón, donde en agosto hará su segunda gira, recibe el cariño del público cada vez que sale hacia el ring. Pero no fue fácil llegar a eso.
Año 2023. Osaka, Japón. Con un rap de fondo, camiseta de Argentina y la Copa del Mundo en mano, Hip Hop Man sale al ring. Los japoneses se miran. ¿Quién es este? ¿Hip Hop Man, rapero, pero es argentino y festeja el Mundial…? Claro, él es una estrella en México, pero en Japón (aún) no es nadie. Otra vez…
A Mario Alberto Latino nadie le dice Mario Alberto Latino. Es un nombre que parece pensado para una tarjeta de crédito, para una oficina, pero no para un tipo que se mete hasta las rodillas en el barro y le grita “¡No te escondás atrás del ocho!” a un pibe de 16 años. A él, todo el mundo le dice Tyco. Así, con “y” en el medio, es el resultado de una anécdota que ya nadie se acuerda cómo empezó. Lo cierto es que en su barrio en La Reja, ahí en el partido de Moreno, y sobre todo en el Rugby Club Los Matreros, nadie necesita más datos. Tyco es Tyco. Punto.
Tyco tiene cincuenta y siete años —no se lo pregunta nadie porque no jode con eso— y camina con ese andar de los que siempre están listos para meterse a limpiar un ruck. Es petiso, de espalda ancha y panza presente, con una barba canosa que le enmarca la cara como si siempre estuviera por decir algo importante. El pelo también blanco, cortito, sin peinar, pero prolijo. Generalmente con alguna campera de rugby, con la camisa o chomba bien metida en el pantalón, y una mirada firme, de esas que no se compran en ningún local. Jugó de forward en Matreros desde 1988 hasta 1998 cuando se retiró —nadie se sorprende cuando lo dice— y todavía se nota: hay una solidez en su forma de estar que no se entrena, se hereda.
Desde hace rato se dedica a vender casas. Agente inmobiliario, dirá el título, pero en la práctica es una mezcla de vendedor, psicólogo y consejero sentimental. “La casa no se compra con los ojos, se compra con el cuerpo”, dice a veces medio en chiste pero para ver si la reflexión entra. No está hablando solo del inmueble. Nunca habla solo de lo que parece.
A las seis y media de la mañana ya está arriba. No tiene despertador, lo despierta el hábito y a veces Roma, su perra. Se levanta, pone la pava, se hace un café negro sin azúcar y sale al jardín a mirar un ratito el cielo. “Si no arrancás el día mirando el cielo, ¿cómo sabés qué te vas a poner?”. Después agarra el celular, responde mensajes de clientes, de compañeros del laburo y, claro, de los pibes del club. Uno avisa que no va a poder ir a entrenar porque tiene prueba de matemática, otro pregunta si se puede quedar pateando a los palos después del entrenamiento, y uno, el más colgado, le manda un audio a las dos de la mañana diciendo que perdió la camiseta de juego y que si alguien la vio.
Tyco no se enoja. Ya aprendió que con los pibes no sirve ni el grito ni el reto: “Es al pedo, ya están grandes viste”. Lo que sirve es estar. Por eso a las ocho ya está en la calle, arriba de su camioneta negra, con la radio bajita y la calma de quien sabe que no está corriendo a ningún lado. Recorre Moreno, Paso del Rey, General Rodríguez, mostrando casas, hablando con vecinos, negociando sin apuro.
Todo eso es solo una parte del día. Lo verdaderamente importante arranca alrededor de las siete de la tarde, cuando se dirige a Morón y entra al club como si entrara a su casa. Ahí cambia la cara. Se le ilumina. Baja de la camioneta con las zapatillas sucias de mostrar terrenos y el buzo de Matreros puesto desde temprano. Saluda a todos. A los de mantenimiento, a los entrenadores, a los padres que ya conocen su tono, su volumen, su forma de mirar. Y a los chicos, obvio.
Desde hace ya dos años entrena a la categoría Menores de 17. Es el único club donde dirigió. No es su primera categoría, ya perdió la cuenta de cuantas entre el 2010 y hoy. La de ahora es una edad compleja, donde los chicos están en ese limbo entre querer ser hombres y no saber cómo. Tyco no les exige que sean cracks. Les exige que sean compañeros: que lleguen temprano, que no se caguen en el otro, que no se borren. “No es rugby si no te la jugás por el de al lado”, les repite cada tanto. Y cuando alguno baja la cabeza, es el primero en levantarla: “Dale, nene, arriba. Esto es trabajo, no magia”.
El entrenamiento arranca con un trote, sigue con ejercicios de pase, formaciones fijas, defensa y algo de físico. Pero siempre hay tiempo para hablar. Para tirar una frase, una historia de cuando él jugaba de tercera línea y el pasto no era ni pasto, era tierra. Para nombrar a un compañero que ya no está, o para recordar una batalla épica contra otro club. Todo sirve. Todo educa.
A eso de las nueve y largo, ya de noche, los junta a todos en ronda. Habla bajito. Como quien dice una oración. Esa charla es de ellos, entre Tyco, los otros entrenadores y los pibes, solo ellos la escuchan. Nadie se mueve. Nadie mira el celular. Se escuchan. Sienten.
Vuelve a su casa cuando ya es noche cerrada. Pasa por una pizzería de las de siempre, compra una muzza con fainá, y llega a su casa donde lo espera Mariana, su mujer, la tele con el volumen bajo, y Roma. A veces se sienta a ver rugby internacional, o un programa de política, o alguna serie que todos anden nombrando. Ya cuando la pelota la tiene el sueño y ataca, se tira en la cama, pensando en los pibes, en los que faltaron, en cómo mejorar la defensa, en si alguno necesita que lo llamen.
Tyco es de esos tipos que ya no se fabrican. De los que hacen las cosas sin buscar likes, sin esperar palmaditas. Vive del ladrillo y los pedazos de tierra, pero su verdadera obra está en la cancha. En los chicos que entrenó, que entrena y que capaz va a entrenar. Porque mientras tenga piernas, voz y ganas, va a estar ahí. Con el silbato colgado, la mirada firme y el corazón en la mano durante 80 minutos.
Y si algún día falta, se va a notar. Porque un club sin tipos como Tyco es un lugar con pasto y postes. Con esos como él ahí, es otra cosa. Es familia. Es un club.
Agustín Marchesín, arquero de Boca, le puso picante a la previa del Superclásico y se refirió al descenso de River: “El partido más importante y el que mas disfrute fue con Lanús en El Monumental, estuve en el momento en que tenía que estar”, en conferencia de prensa en el predio de la AFA en Ezeiza, donde también estuvo presente el defensor del millonario Lucas Martínez Quarta.
La declaración del guardián del arco xeneize remite a la victoria 2 a 1 del granate en la última fecha del Clausura 2011, ese día jugó los 90 minutos y fue amonestado frente al equipo de Núñez, que quedó condenado a jugar la Promoción y sería derrotado por Belgrano de Córdoba, bajando a la segunda división del fútbol argentino.
Las chicanas entre ambos comenzaron luego que el representante del club de la Ribera aseguró que eran “obviamente el más grande de Argentina”, a lo que el Chino retrucó “somos el equipo más grande del mundo”, posteriormente y acompañado de una sonrisa pícara llegó la cargada alusiva al descenso.
Marchesín, confeso hincha azul y oro, disputará su primer Superclásico, defendiendo los tres palos que solía resguardar su ídolo, Carlos Navarro Montoya (de quién acostumbraba vestir sus buzos). El Mono tuvo su bautismo oficial como futbolista de Boca en un 2 a 0 ante River en 1988, jugado en el mismo recinto donde se jugará hoy desde las 15.30. En esa ocasión reemplazó a Hugo Gatti.
Por su parte, Martínez Quarta fue partícipe de un hito trascendental para la historia de los dos clubes rivales, ya que hizo acto de presencia en la final de la Copa Libertadores 2018, cuando los dirigidos por Gallardo gritaron campeón.
El 26 de abril de 1985 se jugó el primer partido oficial de la Liga Nacional de Básquet en el estadio de Independiente de Bahía Blanca. El encuentro enfrentó a Pacífico de dicha ciudad y Atenas de Córdoba, marcando un antes y un después en el deporte argentino al establecer una competencia profesional y federal. La Liga fue impulsada por los entrenadores León Najnudel, Horacio Seguí, José María Cavallero y el periodista Osvaldo Ricardo Orcasitas.
El formato contaba con 16 equipos, que jugarían la primera fase todos contra todos en una única ronda. Los primeros 8 clasificaban a cuartos de final, definiendo cada instancia en una serie al mejor de 3 partidos. Por otro lado, los últimos tres equipos de la primera fase descendían de categoría.
El cotejo inaugural entre Pacífico y Atenas comenzó a las 21:40, con resultado favorable al equipo local por 90-82. Neal Robinson, figura del encuentro, anotó 33 puntos en la victoria y se convirtió en el primer jugador de la historia de la competición en encestar un triple.
Ese mismo día se disputaron dos encuentros más: San Lorenzo de Almagro vs. Argentino de Firmat a las 22:00 (jugado en la cancha de Obras Sanitarias, de allí la famosa foto de León Najnudel antes del salto inicial). San Lorenzo cayó por 101-99, con 44 puntos de Leonard Goggins para el conjunto de Firmat.
A las 22:40, Instituto enfrentó a Sport Club en Córdoba, con victoria del equipo visitante por 86-61, donde se destacó Kenneth Hubert con 22 tantos.
Para completar la primera jornada de este certamen, San Andrés le ganó a River 111 a 101, Ferro 79- Almagro de Esperanza 70, Independiente de Tucumán 87- Deportivo Morón 84, Olimpo de Bahía Blanca 76- Unión de Santa Fe 75 y Estudiantes de Bahía Blanca finalizó la fecha venciendo por 94-84 a Asociación Española de Córdoba.
La temporada culminó con una final entre Ferro Carril Oeste y Atenas. La serie fue ganada por el equipo de Caballito 2-1, definiendo el tercer partido en el estadio Héctor Etchart (cancha de Ferro) con un marcador de 95 a 86.
Así comenzaba una historia gloriosa para la Liga Nacional, que superó múltiples obstáculos para alcanzar su objetivo: elevar el nivel de competencia interna, desarrollar a los jugadores y conformar una mejor Selección Nacional. Ese esfuerzo daría sus frutos años después con la aparición de la Generación Dorada y sus logros históricos, especialmente la medalla de oro en Atenas 2004.
Lamentablemente, León Najnudel, el mayor impulsor de este proyecto, no pudo presenciar estos hitos, ya que falleció en 1998 a causa de la leucemia. Una injusticia para quien supo marcar el camino hacia una liga doméstica competitiva y posicionar al combinado albiceleste entre las más importantes del mundo.