sábado, mayo 24, 2025

Los dos de Glasgow: entre el fútbol y la memoria de un Papa

Por Juan Pablo Lopez

Glasgow se levanta cada mañana sabiendo que algunos fantasmas siguen vivos. Este domingo, Celtic y Rangers volverán a mirarse a los ojos en otra edición del Old Firm, ante un eco que ya vibra en cada esquina. En los días previos, la ciudad no necesitó de cánticos ni de banderas agitadas. Bastó con una pared.

Sobre la calle MacLellan, junto a la autopista, apareció un mural vestido de azul, blanco y rojo. Dos frases escritas a brocha gorda dejaban poco lugar para la interpretación: “No hay Papa de Roma” y “Papa Francisco ha muerto” recitaban. El dolor había encontrado una manera cruel de expresarse. Desde el cemento, un viejo resentimiento reclamaba su espacio, encendiendo la semana que desembocará en un partido esperado, cargado, inevitable.

La respuesta, como tantas otras veces en Glasgow, fue rápida. Un grupo de hinchas del Celtic cubrió el insulto con los colores de Irlanda. Pintaron su bandera en esa misma pared, como quien extiende un manto sobre una herida abierta. Y arriba, escribieron: “Sin banderas ni tambores”, una frase que suena a consigna, pero también a cansancio. Resulta que meses antes, fanáticos de la reconocida “Brigada Verde”, robaron una porción de las banderas y tambores de la fanaticada del otro club de Glasgow, “We are the green brigade” cantaban en un video provocativo hace poco más de 7 meses.

El Celtic nació en 1887, en los salones humildes de la parroquia St. Mary’s, cuando el hermano Walfrid soñó con dar de comer a los pobres a través del fútbol. En aquella Glasgow golpeada por la inmigración, donde ser irlandés y católico equivalía a cargar una doble condena social, el balón se transformó en acto de resistencia. Cada gol era un plato servido, cada triunfo una reafirmación de pertenencia.

El Papa Francisco supo entender esa historia, aunque el tiempo y la distancia pudieran sugerir lo contrario. “El valioso legado de su club les impone una gran responsabilidad”, les dijo a los representantes del Celtic en Roma, entre los que estaba Brendan Rodgers, actual DT que consiguió su décimo primer título con los verdes en siete años divididos por dos ciclos en el club el domingo pasado. “En este sentido, los hombres y las mujeres deberían ver en ustedes no solo excelentes futbolistas, sino también a personas bondadosas, hombres de gran corazón que saben administrar con sabiduría los numerosos beneficios que reciben de sus posiciones privilegiadas en la sociedad.” No hablaba de trofeos ni de copas alzadas bajo las luces, sino de mantener vivos los principios fundadores. De cuidar a los vulnerables. De no dejar que la sed de dinero ahogue el sentido original del juego.

Mientras en los tablones del fútbol moderno se fijan precios que expulsan a los hinchas de a pie —42 libras pidió el Dundee United en su último cruce—, las palabras de Francisco retumban con una actualidad feroz. Advirtió contra la especulación financiera, pidió justicia social, reclamó solidaridad como antídoto contra un mundo que acostumbra dejar afuera a los mismos de siempre.

Glasgow conoce de sobra esa exclusión. La rivalidad entre Rangers y Celtic lleva dentro de sí heridas viejas que el paso de los años no alcanza a cerrar. Los estadios ofrecen un espectáculo distinto al del césped: banderas británicas en Ibrox, estandartes irlandeses en Celtic Park. 

En medio de ese ruido, las palabras de Francisco flotan como una oración breve: “Mantengan el espíritu amateur. Lo hermoso del deporte está en jugar juntos. No importa quién gane”. Una frase simple, plantada como un faro en el vendaval. Como si aún fuera posible pensar que el fútbol, en su forma más pura, todavía pueda salvarnos, desviar los intereses políticos, religiosos y avivar otra llama.

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