lunes, octubre 20, 2025
Home Blog Page 244

“Sólo dejaré de practicar deportes cuando me muera”

Por Irina Lavallena @iirinistica y Magalí Robles

El joven Ernesto ocupaba la posición de medio scrum y su equipo iba ganando, sin mucha diferencia, cuando el clima cambió rotundamente y comenzó a llover, Los colores azul y celeste de su camiseta número 5 se escondieron bajo el barro. Al ser un partido de rugby, el encuentro se debió seguir jugando, lo que produjo una anomalía característica en su cuerpo,que trajo consigo las secuelas del asma que le diagnosticaron apenas a los dos años. Llegó a patear el último balón cuando cayó desmayado en el campo, luego de que la falta de aire llegara al extremo. Ernesto Guevara, quien entonces no era el Che sino Fúser, es, sino el deportista más utópico que existió alguna vez, una alegoría del músico sordo, del escritor ciego: un deportista que sufre asma.

Mira, Ernesto, el doctor se acaba de ir y nos dijo que estuviste a punto del infarto, y que no sólo no puedes seguir jugando el rugby, sino que tienes que dejar de hacer deportes”, había manifestado Ernesto Guevara Lynch, su padre. “Sólo dejaré de practicar deportes cuando me muera, porque si no lo hago, me voy a morir de verdad”, fue su respuesta. Así eran su valentía, su constancia y su fuerza de voluntad.

Ernesto sintió la necesidad de vincularse al deporte y lo hizo por convicción, pese a la desventaja que significó el asma que lo acompañó desde sus dos años de vida hasta su asesinato, hace 50 años.

De esa manera, Ernesto desafió un obstáculo en diferentes ámbitos deportivos. “Lo combatió, al principio, con la natación y la gimnasia. Además, practicó esgrima, patinaje, equitación, boxeo, pelota a mano y con paleta, tenis, fútbol, rugby y alpinismo”, tal como había manifestado su padre en su libro Mi hijo el Che.

Nadie hubiese imaginado que el niño Ernesto iba a devenir en deportista. Fue por intermedio de la pasión por la natación de su madre, Celia, que practicó su primer deporte. Lo llevó a nadar junto a ella al Club Náutico de San Isidro, en el Río de la Plata.

Este acontecimiento es conocido por una carta, dirigida a su tía Beatriz: “Querida Beatriz la sorpresa es que lla se nadar justo el día de tu cumple años aprendí a nadar recibe besos Ernestito”, así, con las faltas de ortografía de un niño de cuatro años. Y el deporte continuó, ya que a los 12 tomó clases con el campeón argentino de estilo mariposa, Carlos Espejo. Contra el consejo de sus médicos, Ernesto continuó nadando.

Ya con domicilio en Alta Gracia, debido a la indicación de su médico de que éste era el lugar adecuado para combatir su asma, Ernesto fue un excelente jugador de golf. Además, los cerros de esa zona hicieron de aliados para que el joven practicara montañismo, que le serviría de ayuda para su futuro como guerrillero.

Y el fútbol, el deporte más popular en el país del Che, no podría haber quedado afuera de su vida. Hugo Gambini, en su libro El Che Guevara, explayó sus conocimientos sobre el vínculo entre el Che y el fútbol: “Leía crónicas deportivas para informarse sobre los campeonatos profesionales de fútbol”, además reconoció que era hincha de Rosario Central. Su padre también brindó otras anécdotas futboleras: “Cada vez que se sentía mejor del asma buscaba la ocasión de practicar algunos de sus deportes favoritos y uno de ellos era el fútbol”.

El asma le jugó en contra, pero no lo limitó en materia deportiva, por lo que el Che se vinculó con el arco, un puesto que no le exigía tanta movilidad y donde tenía a su alcance el inhalador. En un campeonato en Alta Gracia, Ernesto fue capitán de su equipo y le puso de nombre Aquí te paramos el carro. Según su hermano Roberto, el nombre los definía dentro del campo de juego: “Definitivamente, eran los más aguerridos”. Volcó sus convicciones tanto en su vida como deportista como en su vida de guerrillero años después.

El año 1939 lo marcaría para siempre y definiría el destino de su vida: a los once años, Ernesto conoció el ajedrez, su gran pasión. Y también supo de Cuba.

Durante su adolescencia, participó de cuanto deporte estuvo a su alcance, y un ejemplo es que en 1948, a sus 20 años, en su etapa como estudiante de medicina, participó de los Juegos Universitarios y llegó a los 2,80 metros en su salto con garrocha, y lo hizo “porque no había nadie anotado”.

También en ese mismo año, viajó a dedo desde Córdoba a Buenos Aires para asistir a una carrera en la que participó Juan Manuel Fangio, cuando todavía no había salido campeón.

El año 1951 fue en el que decidió, junto a su amigo Alberto Granado, recorrer varias provincias del sur y norte del país en su ya conocida motocicleta, La Poderosa II, y ese viaje estuvo plagado de deportes.

En la capital chilena fue contratado, junto con Granado, como futbolista. Hasta en su recorrido por Sudamérica, el fútbol fue protagonista. Es que mientras en un terreno de la Salitrera de Toco, obreros de una construcción de carreteras jugaban un partido, los viajeros de inmediato se incorporaron a patear la pelota. Fue 17 de marzo de 1952 y, según Ernesto: “El resultado fue espectacular: (fuimos) contratados para el partido del domingo siguiente; sueldo, casa, comida y transporte”.

En ese mismo viaje, trabajaron en un leprosario en San Pablo, Perú. Allí, los viajeros ganaron el afecto de los enfermos y en gran parte fue gracias al deporte. Con los leprosos jugaron al fútbol cerca del hospital y lo hicieron cada vez que les fue posible. A veces de arquero, a veces de defensor, el Che se hizo presente. También lo practicaron en Machu Picchu.

En Colombia ocurrió algo inesperado. La noche del 25 de junio de 1952, en Leticia, fueron contratados como entrenadores del equipo de fútbol de Independiente Sporting. Ernesto arbitró y su compañero de viaje dirigió el plantel. Salieron sin victoria, por lo que ambos decidieron formar parte del equipo.

En su diario, Granado escribió: “Ganamos los dos partidos de eliminación, el primero, 2 a 1. La hinchada en general aplaudió mucho. Me decían Pedernerita, lo cual no deja de halagarme, pero yo considero que el verdadero héroe de la tarde fue Fúser, tanto por la forma como atajó, como por la forma en que dirigió a los defensores”. Como el partido terminó 0 a 0, fueron a penales: “De los tres que nos patearon, el primero fue un cañonazo que se convirtió en gol. El segundo salió afuera y, el tercero, el Pelao lo atajó brillantemente. Fue un shot al ángulo superior derecho y Fúser, en una estirada formidable, sacó el balón sobre el travesaño, Los penales nuestros los ejecutó el centro delantero y tiró los tres afuera”.

En el diario del Che, se puede leer lo siguiente: “Al principio pensábamos entrenar para no hacer papelones, pero como eran muy malos nos decidimos también a jugar, con el brillante resultado de que el equipo considerado más débil llegó al campeonato relámpago organizado, fue finalista y perdió el desempate con penales. Alberto estaba inspirado; con su figura parecida en cierto modo a Pedernera y sus pases milimétricos, se ganó el apodo de Pedernerita, precisamente, y yo me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia”.

Su encuentro con Alfredo Di Stéfano, uno de los mejores futbolistas argentinos, tampoco puede quedar fuera en esta historia de anécdotas deportivas. En Bogotá, obtuvieron entradas para un partido de fútbol entre el Club Millonarios –en el que jugaban futbolistas argentinos, entre ellos Adolfo Pedernera- que resultó ser el ganador, y el Real Madrid. Di Stéfano, quien en ese entonces era parte del equipo colombiano, los alentó en el cumplimiento de la meta de recorrer Sudamérica y les regaló entradas para su próximo partido, el cual volvería a ganar Millonarios.

Cuando el viaje llegó a su fin, Ernesto volvió a Buenos Aires a recibirse de médico y luego, en julio de ese mismo año, volvió a viajar, esta vez con Carlos Ferrer. En 1955, conoció a Fidel Castro y su vida cambió para siempre.

Durante la lucha en La Sierra Maestra, el Comandante Camilo Cienfuegos lo introdujo en un nuevo deporte: el béisbol. Disputó encuentros con Fidel, además de partidos de golf. Una vez culminada la Revolución, le confesó a su madre mediante una carta: “Al rugby y al fútbol aquí no juega nadie y el béisbol no me gusta. Salvo alguna que otra partidita de ajedrez (cada tanto porque insume demasiado tiempo) o ir a pescar, no tengo evasiones”.

Luego de la Revolución, además del béisbol, el ajedrez y la pesca, practicó fútbol, golf, natación, tiro y softball. Sin embargo, ya siendo Comandante y habiendo triunfado la Revolución, la disciplina deportiva que más ejerció en Cuba fue el ajedrez. Luego se iría a Bolivia, a combatir por la Revolución, en un viaje que lo inmortalizó para siempre. En los reposos de batalla, no dejó de practicar el deporte, con tableros pequeños, que llevó justamente para tal fin.

En Alta Gracia, en leprosarios, en Machu Picchu, en cualquier rincón de Latinoamérica, desafiando los límites de lo lógicamente posible. Así, y para siempre: aún ya convertido en Comandante. Entre el niño Ernesto y el Che Revolucionario existe un nexo que los unirá eternamente: el deporte.

“La camiseta del Che no se mancha”

Por Irina Lavallena @iirinistica y Magalí Robles

Era 12 mayo de 1963 y el Club Madureira, perteneciente a la Primera División de fútbol en Brasil, había visitado Cuba en una de sus giras por el mundo. El encuentro del 19 del mismo mes, frente al Combinado Habana en el Estadio Universitario, fue presenciado por el Che, quien bajó a saludar a los cariocas.

Como una honra hacia el líder revolucionario y hacia el fútbol mismo, en 2013, el club brasileño decidió estampar el emblema alrededor del mundo en su camiseta. La idea surgió con el motivo de recordar el 50º aniversario que se cumplía desde esa gira en 1967. Con la leyenda: “Hasta la victoria siempre” en la espalda, el equipo unió fútbol, ideas y revolución.

En el barrio Sierras y Parques de Jesús María, a casi 100 kilómetros de la ciudad de Alta Gracia donde Ernesto vivió gran parte de su adolescencia, chicos y chicas de a partir de los 12 años juegan al fútbol desde la pasión del deporte hacia el pensamiento revolucionario. El Club Social y Deportivo Ernesto Che Guevara existe desde 2006 sin cobrar cuota a los socios y sin publicidad en la camiseta, junto con la cara del Che.

“La camiseta del Che no se mancha”, sentenció la presidenta y fundadora del club, Mónica Nielsen, cuando algunos comerciantes pretendían comprar la indumentaria con el fin de usarla para publicitar sus negocios. El único sponsor que aceptan es al Comandante, la conocida imagen de su rostro va al frente mientras que en su parte posterior se puede leer su declaración “Hasta la victoria siempre”. Frase que grita cada categoría al momento de salir a la cancha.

El Che -así llaman al club- sobrevive sin cobrar cuota gracias al esfuerzo de los padres de los jóvenes deportistas, además de vender rifas, locro, empanadas: todo es bueno para seguir sustentando. “Los socios son para que se involucren. Los clubes son espacios de pertenencia que los noventa destruyeron, y contra eso también luchamos. El deporte es un derecho”, defendió la fundadora en una nota para la El Gráfico.

El 16 de diciembre el club cumple 11 años de existencia y de deambular por las canchas que alquila para hacer de local, ya que no tienen terreno propio. Sin embargo, ha logrado varias victorias deportivas e institucionales. La primera, en el ámbito del fútbol, fue el año pasado cuando el club se consagró campeón por primera vez en las categorías 2001/2002 y 2003/2004. Otro logro a nivel institucional fue el reconocimiento de la Sociedad Rural de Jesús María, por el trabajo hecho en los barrios más desamparados, que desde hace dos años presta el predio para los entrenamientos.

El rostro del Che incluso llegó a formar parte de una camiseta de Alta Gracia Rugby Club. El rugby, su gran pasión, y Alta Gracia, su pueblo de la infancia, también se unieron para homenajearlo. En 2013, el club utilizó la imagen emblemática de Ernesto como campaña de promoción de la institución.

La revolución de la palabra

Por Magalí Robles

Además del deporte, la fotografía era una de las pasiones de Ernesto Guevara de la Serna. Y, en medio de su vida, surgió algo inimaginable: sus dos pasiones se unieron cuando cubrió como cronista de la Agencia Latina los Juegos Panamericanos de 1955, disputados en México.

Pero, mucho antes de eso, El Che fundó, junto con diez compañeros, la primera revista dedicada al rugby en Argentina. En Tackle, que solamente perduró por ocho ediciones desde el 5 de mayo de 1951, no solamente escribió crónicas sobre los encuentros de los campeonatos amateur que se disputaban en las distintas divisiones de rugby, sino que además, escribió un artículo, en el número del 12 de mayo, sobre la ayuda que requiere el rugby en el interior del país.

Con sus palabras: “No interesa en esta nota dar una síntesis del desarrollo de tal o cual torneo, organizado por alguna Unión del interior, sino un panorama general de las necesidades del rugby en las provincias”. Además de dominar el deporte y ser muy detallista en el desarrollo del juego, Guevara, quien firmaba las notas con el seudónimo de Chang-Cho, supo transmitir a los lectores un panorama más extenso que el que concierne solamente al desarrollo de los encuentros, y fue más allá: supo volcar sus valores y sus pensamientos de igualdad social también en una revista dedicada al rugby.

Por lo que expone la página 15 de la revista Tackle del 5 de mayo de 1951, Ernesto participó en el campeonato del Seven, formando parte del San Isidro Club (SIC), equipo que resultó campeón. “Guevara fue muy efectivo, aprovechando su velocidad”. Según su hermano, Roberto, la revista dejó de salir por falta de fondos.

El comité de redacción de la revista lo conformaba un grupo de diez amigos que se reunían todas las semanas para discutir los artículos, en el despacho del padre de los Guevara, en Paraguay 2034.

Con la publicación de sus notas, Ernesto se inició como cronista deportivo, demostrando un gran conocimiento del deporte.

Su segunda etapa como tal tuvo lugar en 1955. El Che nunca abandonó la escritura, y con la experiencia de seis publicaciones en Tackle en su haber, trabajó como redactor para la Agencia Latina, mientras en México se disputaban los II Juegos Panamericanos. Su credencial le fue entregada el 31 de enero de 1955.

Todo comenzó cuando en diciembre del año anterior Ernesto coincidió en un viaje con Alfonso Pérez Vizcaino, director de la Agencia. La consecuencia de ese encuentro fue la propuesta para el Che de trabajar como redactor, con jornadas de tres horas al día y con un sueldo de 700 pesos mexicanos. Y con la promesa de cubrir como reportero los II Juegos Panamericanos.

Así, como fotógrafo y como redactor, cubrió las delegaciones argentinas en México.

Entrevistó al cubano Ángel García, quien manifestó para el libro Che Deportista: “Como buen periodista creó un clima favorable, relajado, para hacer su trabajo. Incluso hasta bromeó con nosotros. Nos dijo que le gustaría visitar Cuba”. El destino.

Lo que sucedió durante y después de esos Juegos, lo relató el mismo Che en sus cartas. A su tía Beatriz le comentó: “Cayó sobre mí el huracán de los II Juegos Deportivos Panamericanos y me entregué a la benemérita tarea de informar detalladamente al público latinoamericano sobre el desarrollo de los eventos, además de proporcionarles bellas fotografías en las que (se) aunaban la oportunidad y la belleza”.

Otro acontecimiento que vincula a Guevara con el periodismo y el deporte es su aparición en El Gráfico.

Fue en su primer viaje por el interior de Argentina. En la edición del 19 de mayo de 1950, en el “año del libertador General San Martín”, Guevara, quien todavía no era el Che, apareció en la página 49 de la revista deportiva más importante del país.

Por intermedio de la revista, intercambió la reparación del motor de su bici-moto por una publicidad para los “motores micrón”.

El número incluye la transcripción de una carta suya y la misma se fecha el 28 de febrero del mismo año. En ella se puede leer: “Les envío para su revisación el motor Micrón que uds. representan y con el que realicé una gira de 4.000 kms. a través de 12 provincias argentinas. El funcionamiento del mismo, durante mi extensa gira, ha sido perfecto”.Firmado: Ernesto Guevara Serna. Sin su firma, los lectores de la revista jamás se hubiesen imaginado el valor que tendría simplemente la aparición de un joven promocionando una marca.

Solo Galeano le dijo traidor y vivió para contarlo

Por Magalí Robles

Allí, desde el interior del despacho de Ernesto Guevara, estalla una acusación. “Traidor”. Esa es la palabra que eligió uno de esos tres uruguayos empoderados que fueron autorizados a acceder por una entrevista con el Che por 15 minutos. Lo hizo con un diario en su mano izquierda, increpando al líder revolucionario.

Un Artigas rioplatense, correcto patriota, prócer uruguayo; un Guevara argentino, correcto patriota, luchador por Cuba, sufriendo para África, considerándose un patriota directo del mismo mundo; todo ello es motivo suficiente de sacudones prejuiciosos en mentes imprevistas. Éste, ya comprendiendo el marco que sostiene la fotografía en cuestión del ejemplar del diario cubano Granma, estalla en una risa prolongada de sorpresa poética que no puede vencer (sin ser éste un simple hombre que no está acostumbrado a no vencer).

Al lograr callarse, se abalanza sobre quien rotula su dignidad de “traidor” (siendo que él es el máximo patriota de todas partes, de todos los continentes, de todas las instituciones, de todas las tribunas). Abrazándolo comprensivamente y con una sonrisa le demuestra que lo entiende y así se lo expresa. Ya con la atmósfera diluida entre amistosas sonrisas, Ernesto el Che Guevara lo mira y lo premia, al incorruptible amante del fútbol como buen rioplatense, Eduardo Galeano, transmitiéndole que es él el primer hombre que lo ha injuriado directamente a su grado de excelencia y que sigue vivo.

Y vivió más que nunca una compañía por tres horas, con quien se intercambiaron chistes. Allí donde se siente la gloria de poder charlar de fútbol y de cualquier otro tema libremente, sin sentir que es aquel hombre amante del deporte, siendo asmático, quien cargaba sobre su espalda todo el peso de la revolución mundial.

A ese chico que estaba cambiando la historia le dijo traidor una sola persona y vivió para contarlo.

La prolongada relación con el ajedrez

Por Irina Lavallena @iirinistica

1938 en Alta Gracia, el joven Ernesto Guevara atraviesa sus 10 años de prolongados momentos de encierro bajo la orden paterna a causa del diagnóstico de asma y la prohibición de realizar deporte. Es cuando el padre le enseña al niño a jugar ajedrez para lograr desviar su deseo de salir a jugar, disciplina que practicó hasta en sus últimos días en Bolivia.

El primer acercamiento que tuvo Guevara con un Gran Maestro fue al año siguiente, en Buenos Aires, donde se realizaron las 8º Olimpíadas de Ajedrez. En el torneo conoció al cubano José Raúl Capablanca -campeón del mundo entre 1921 y 1927- y pudo apreciar su última participación en la cual ganó el premio a mejor jugador, siendo el primer tablero de su equipo. Conoció a Capablanca. Conoció a Cuba.

Ernesto participó de la primera Olimpíada Universitaria en 1948, representando a la Facultad de Medicina, donde intervino en ajedrez y atletismo. Sin embargo, los registros de las partidas del joven Guevara en el ajedrez aparecieron en las olimpíadas del año siguiente. Fue séptimo tablero del equipo y ganó dos partidas que organizó el Club Argentino. En su primera victoria ganó, con piezas blancas, frente a un rival llamado Arola, de la facultad de Farmacia; así ayudó a su facultad a ganar por 6 a 1. Su segundo triunfo fue con negra contra Blázquez, aunque Medicina perdió ese match ante Ingeniería por 5 a 2.

También en 1949, pero en Mar del Plata, enfrentó al Gran Maestro polaco nacionalizado argentino, Miguel Najdorf. Con 21 años, Ernesto fue uno de los pocos que logró hacerle tabla -empatar- al gran ajedrecista de la memoria prodigiosa. “He venido a ganar o perder”, le respondió el joven Guevara a Najdorf, cuando ambos se volvieron a enfrentar en un torneo simultáneo en La Habana en 1962, cuando éste le propuso tabla en la jugada 12. La partida finalizó en la jugada 17 cuando nuevamente el Gran Maestro le sugirió empatar el juego a Ernesto, quien comprobó el equilibrio de las piezas y aceptó la división de la unidad. “Tan amante del ajedrez como de la libertad”, manifestó Najdorf años después de disputar tal torneo.

Además, ese mismo año, Ernesto, quien ya era conocido como el Che, fue uno de los máximos impulsores de la fundación del Torneo Capablanca in Memórian, todavía vigente en la actualidad. En la inauguración de la segunda edición, al año siguiente, el Che dijo: “En este momento de confrontaciones mundiales que se deben a sistemas ideológicos muy distintos, el ajedrez puede y es capaz de unir a personas de países con sistemas diferentes”.

También en 1962, mientras se producía la Crisis de Octubre, el Che Guevara en Pinar del Río le pidió a uno de sus oficiales que vaya hasta La Habana y traiga seis juegos de ajedrez de madera, ya que no sabían cuánto iba a durar la guerra contra Estados Unidos.

La contribución del Comandante en el impulso del ajedrez en la Cuba Revolucionaria fue reconocida en el 2000, a 33 años de la muerte de Ernesto Guevara. En el cierre de edición 35º del Capablanca in Memórian, el Gran Maestro cubano Silvino García anunció que a Ernesto se le había concedido el título de Caballero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE).

El Comandante Canalla

Por Alvaro Nanton

“¡Qué hijos de puta!, ¿se pueden dejar de joder con el Che?”, gritó Roberto Fontanarrosa a sus amigos, luego de cortar el teléfono de El Cairo. La intensidad del tono con el que lo dijo generó que lo escuchara todo el bar, pero el mensaje fue directo para Ricardo Centurión, su amigo e integrante de la Mesa de los Galanes.

Desde todo el mundo, hinchas de Newell´s comenzaron a llamar al café pidiendo la confirmación de lo que había salido en Página 12, porque “era una gran desilusión” para los leprosos saber esa información.

Desde Cuba, en el Museo de la Revolución nació la historia y empezó a correrse la bola, que llegó a generar disturbios dentro de La Habana. La rivalidad por la pertenencia del Che seguía marcando que el clásico más latente de la República Argentina iba por todo, y esta vez ganó Rosario Central.

Ricardo Centurión estaba en Cuba y suspicazmente –casi bromeando- arrojó: “A este museo le hace falta esta remera, que es del equipo de fútbol que era el Che”, mostrando la camiseta de Rosario Central que tenía puesta mientras recorría el Museo de la Revolución. La guía, con cara seria, le pregunta si tiene alguna forma de probarlo sin entender mucho lo que significaba.

La respuesta rápida de Centurión se resume en un: “Lo leí en la biografía que escribe Gambini sobre el Comandante”, con miedo a tener que dar declaraciones ante un tribunal de ética.

Al volver a Rosario, le comenta sucedido a un periodista de Rosario 12, quien lo publica en el diario de la ciudad y al día siguiente Página 12 lo levanta, generando una repercusión mundial, ya que muchas agencias internacionales lo mandaron por sus cableras.

Con la discusión puesta en la mesa, Rosario Central se encargó de armar una logística para seguir confirmando de qué equipo era hincha el Che, hasta que lo logra.

Primero generan una serie de eventos entre Rosario y La Habana que realiza una puesta en la agenda de esta discusión, que los cubanos no entendían mucho, pero aceptaban. Llevaron textos de la historia del canalla e imágenes y se colgó una camiseta de Central en el Museo de la Revolución en 1995, como Centurión había comentado dos años antes.

Pero la rivalidad de Newell´s y la disputa por conservar al líder revolucionario generó que el clásico se siguiera jugando, con el argumento de que “el Che era del pueblo”. Los cubanos, para no seguir teniendo problemas entre los hinchas rosarinos que iban, decidió en primera instancia dejar las dos camisetas en el Museo de la Revolución, generando una extrañeza para las personas que iban, pero años después sacaría ambas, eliminando el “problema del fútbol”.

Ante la falta de confirmación y el adelantamiento de Rosario Central, a partir de la nota que salió en Página 12, ambos conjuntos comenzaron a buscar testimonios que afirmaran de qué equipo era el Che. Pero un conjunto ganó por amplia diferencia.

Uno de los primeros testimonios en confirmarlo, según relata Rubén Fernández, ex vicepresidente de Central, es Alberto Granados que sin dudar afirma que su compañero de viajes era hincha del Canalla: “A los 12 años comienza su simpatía, en primera instancia por la conformación social con la que se crea el club y luego por los gustos de uno de los futbolistas del plantel: el Chueco García”. Cuando este jugador es vendido a Racing Club, Granados, quien era hincha de la Acadé le dice: “Bueno ahora te tenes que hacer hincha de mi club, porque el Chueco juega para nosotros”, a lo que Ernesto le respondió: “No, yo soy hincha de Rosario Central”.

Pero no fue el único. Otro amigo, que conoció al Che desde los 4 años, y fue compañero del segundo viaje que realiza por Latinoamerica, Calica Ferrer, afirmó que “Ernesto desde siempre reivindicó su Rosario natal y él era hincha de Central, cuando vivía lejos y venía al país preguntaba cómo le había ido a su club”.

Por su parte, Juan Martín Guevara le confesó a Rubén Fernández: “Cómo me jodía mi hermano con Rosario Central”, al enterarse el cargo dirigencial que tenía, en una reunión que tuvieron en un bar de la ciudad rosarina. Por si no lo quedó claro, el hermano más chico del Che le confirmó: “No solo era hincha, sino que cuando él podía me llevaba a la cancha”.

Osvaldo Bayer entrevistó a una de las hermanas del Che, Celia Guevara, en la que pactaron que no se preguntaría sobre la vida de Ernesto para enfocarse sobre la vida personal de la arquitecta. Pero luego de realizar la nota y cumplir con lo que le había prometido, el historiador y escritor argentino se pidió una licencia: “¿De qué cuadro era hincha el Che?”, a lo que Cecilia le responde sin titubear ni pensar demasiado: “Era de Central”.

En lo que sería el último viaje del Che con su verdadera identidad en la Argentina, antes de que lo asesinaran, llegó como invitado por el Presidente Arturo Fondizi el 18 de agosto de 1961 a la Quinta de Olivos. Ernesto estaba en Uruguay y llegó de forma secreta por Don Torcuato. En el viaje a Olivos, el Comandante mantuvo una charla con quien manejaba el vehículo. En esa conversación afirman que le preguntó sobre la actualidad del rugby, pero por sobre todo por su “Rosario Central querido”.

Por otra parte, la Lepra no tiene registro de que el Comandante haya elegido sus colores, es más, desde muy chico ya defendía el azul y oro. Él quería que su hermano más chico, Juan Martín Guevara, se hiciera de Rosario Central y generó un conflicto familiar, porque Roberto –el hermano más grande- era hincha de Boca y quería lo mismo. Si bien, ambos compartían los mismos colores, cada uno quería que Juan Martín fuera de su club.

Por último, sacando absolutamente del plano a Newell´s y dejándolo fuera de discusión, se juega un partido en el Estadio Municipal de La Habana, entre la familia Guevara y Rosario Central. La familia del Chedisputaba un amistoso frente a un combinado de hinchas canallas que estaban allá. Si bien, el partido finalizó 3 a 1 en favor a los locales, todo terminó en una gran comida, siendo un broche canalla para terminar goleando en la disputa contra los leprosos y “apropiándose” del Comandante.

A 50 años de su muerte, su entorno sigue confirmando que el Comandante era de Central, y las gargantas que dan testimonio mantienen vivo su corazón canalla, ganando por goleada este clásico rosarino.

*Nota construida a partir de los testimonios de Ricardo Centurión, Rubén Fernández y Miguel Ángel Ferrari.

 

Tardes de magia, literatura y escobas

Federico Bajo

Harry Potter existe. Su magia también. La historia del mago, que nació en la ficción creada por la escritora Joanne Rowling, trascendió los libros y vive en un montón de personas alrededor del mundo. Fanáticos de todas partes se apropiaron de ese relato que hoy atraviesa sus vidas. Tal es así, que el quidditch, el deporte que surge en la saga literaria, fue adaptado a la vida real y varias personas lo juegan tanto en Argentina como en el resto del mundo.

Es domingo por la tarde y la plaza Irlanda, ubicada en el límite entre Caballito y Flores, en plena Capital Federal, está repleta de gente. Son las 17.10 y un joven, parado sobre el césped, del lado que da a la avenida Donato Álvarez, mira el celular constantemente. De a ratos gira para observar a su alrededor. Viste una térmica negra ajustada, un jogging gris y zapatillas deportivas. En su mano izquierda sostiene una remera azul, cuyo color se va degradando hacia abajo hasta transformarse en un verde mezclado con celeste. Se llama Martín, tiene 30 años, es abogado, trabaja en un estudio jurídico, y todos los domingos se transforma en jugador y preparador físico de los Quantum Nébula, uno de los dos equipos de quidditch –el otro es Black Birds- de la Ciudad de Buenos Aires. “Comencé en este deporte el año pasado cuando una chica que conocí en el Círculo de Lectores de Harry Potter me insistió para que arranque”, cuenta Martín.

Cuando termina de presentarse, un grupo de chicas y chicos se acercan a él. Son el resto del equipo que viene a entrenar. Dos se encargan de armar la cancha y los demás aprovechan para cambiarse mientras conversan sobre videojuegos y elaboran hipótesis para justificar la ausencia o llegada tarde de algunos de sus compañeros.

Una vez listos arrancan la entrada en calor jugando un medio. Uno de ellos, que va a ir cambiando hasta que pasen todos, se para en el centro del círculo con la quaffle, una pelota similar a la de vóley, en una mano. Todos sostienen un palo de escoba entre las piernas, al igual que los personajes que juegan quidditch en la historia de Rowling, solo que acá no pueden volar. Los que conforman la ronda se pasan una pelota de goma, que se llama bludger, y es la que durante el juego usan los golpeadores para “quemar” a los rivales que están atacando. El del medio se defiende con la quaffle, evitando que la bludger le toque alguna parte del cuerpo.

En el momento que los jugadores comienzan a activar sus músculos, el mundo continúa su rumbo. Desde el otro lado de la plaza llega un sonido que invita a bailar moviendo todas las articulaciones posibles: es una comparsa que está ensayando desde temprano. El día soleado juntó, en aquel espacio verde, a familias, amigos, parejas y conocidos que, sentados en el pasto o en sus reposeras, disfrutan de la tarde. Los más chicos, por su parte, se entretienen andando en triciclos a batería que pueden alquilarse ahí mismo. De repente, por al lado de los aros, por donde más tarde los tres cazadores y el guardián –el defensor y armador del equipo- intentarán pasar la quaffle, cruza corriendo un nene. Viste botines negros y el conjunto de la selección de fútbol de Croacia. En su espalda lleva, por supuesto, el número “10” de Modric, evidencia de que todavía le dura la fiebre mundialista.

A las 18.17 Martín da la orden y comienza la parte más dura del entrenamiento. Durante 25 minutos los diez jóvenes que hoy están entrenando realizarán flexiones, abdominales y sentadillas. Se están preparando para viajar el próximo domingo a Rosario a jugar un torneo con los dos equipos locales: Wild Wolves y Deathly Dragons, éste último actual bicampeón de América. Para hacerlo deberán poner plata de sus bolsillos. El quidditch es un deporte amateur que recién está dando sus primeros pasos y, si bien existe la Asociación de Quiddtich Argentina (AQArg), ésta solo tiene alrededor de 100 asociados, en su mayoría los jugadores de los cinco clubes afiliados –el quinto equipo es Qymeras, de Mar del Plata-, que pagan una cuota mensual de 200 pesos. Pero esos ingresos se van en el alquiler de canchas de rugby para organizar torneos cada mes por medio.

Entre los jugadores del equipo está Iván, de 23 años, el más alto y corpulento del grupo, que trabaja en una empresa que organiza viajes de egresados y planea hacer la carrera de visitador médico y a su lado, con el pelo teñido de rojo, se encuentra Ara, su novia, de 19. Ambos conocieron el quidditch en una FantastiCon, una convención que tiene como objetivo brindar un espacio de encuentro y entretenimiento a los fanáticos de los libros y sagas de ciencia ficción. Pero no fue casualidad. La AQArg realiza actividades de difusión a lo largo del país para dar a conocer este deporte y fomentar el interés. En 2019 ya organizó un entrenamiento abierto en Córdoba y tiene programado otro en La Plata para el 12 de mayo.

Son las 18.45 y empiezan a prenderse las luces de la plaza, indicio de que se acerca la noche. Los Quantum Nébula harán el último ejercicio en el que trabajarán ataque y defensa. Iván y Álex se paran en fila delante de los aros, en posición de guardianes. Los demás irán de a uno encarándolos, quaffle en mano, con el objetivo de anotar un tanto. Cada vez que la pelota entre por uno de los tres aros son 10 puntos para ese equipo. Nicolás, alias Patata, de 20 años, estudiante de ingeniería, será uno de los primeros en pasar. Es ahí cuando comienzan los choques y manotazos, ya que una de las formas válidas para frenar a los atacantes es realizar un tackle. El quidditch se transforma en una especie de rugby sobre escobas.

-¿Elías al final de va a quedar con nosotros?, –pregunta Fiamma, mientras observa desde un costado. Es la novia de Martín, que también integra el plantel, aunque hoy no entrenó.

-Sí, ya se inscribió. Es una buena incorporación.-responde Matías, el capitán del equipo. Moreno, de baja estatura y una barba espesa, viste una camiseta de Boca. Parado con sus brazos en jarra, y compartiendo mate con Fiamma, controla todo y da indicaciones.

Tres nenas y dos señoras se detienen a mirar cómo juegan estos jóvenes. Con los ojos parecen buscar una respuesta a una pregunta que se hacen varios de los que pasan por allí: ¿qué es este deporte? Una respuesta podría ser que lo que juegan los Quantum Nébula es el quidditch de los muggles, como se denomina en la saga de Rowling a las personas que no son magos. En cambio, los más osados argumentarían que lo que sucede los domingos a la tarde en plaza Irlanda es magia. La de la literatura que a través de las palabras te transporta a otros mundos o la de cuentos infantiles con varitas que hacen posible lo imposible. Da igual cuál de las dos sea, más vale ir y comprobarlo uno mismo.

Jugger, la práctica deportiva que traspasó la pantalla

Daniel Melluso

“Tres, dos, uno, Jugger”, se repite, incansablemente, en el Parque Saavedra de La Plata. Este grito de guerra es entonado por uno de los cuatro árbitros de este juego que surgió en 1989 en la película australiana La sangre de los héroes y fue retomado, a comienzos de la década del ´90, por alemanes que lo reglamentaron y masificaron por Europa.

David Webb Peoples, director y guionista estadounidense de la mencionada película, jamás imaginó que el juego ficcional superaría la pantalla y sería real, no solo a nivel regional sino a nivel mundial. En el filme, el Jugger es el entretenimiento de una época en la que, tras una devastadora guerra nuclear, la sociedad ha quedado destruida. Está caracterizado como un deporte violento, en el que un equipo impone su ley en el desierto, soñando con llegar a la ciudad, para así enfrentarse al campeón de la liga profesional.

En la adaptación reglamentaria realizada en Alemania, se limitaron los golpes fuertes y el contacto físico entre jugadores, en contrapartida con lo que ocurre en el largometraje. A su vez, la honestidad es la base fundamental con la que está cimentada esta práctica.

El objetivo del Jugger es anotar la mayor cantidad de puntos en la base del equipo opuesto (conformados ambos por cinco jugadores) a partir de introducir una pelota ovalada denominada jugg. Solamente uno de cada equipo, el corredor, está autorizado para tocar el jugg, del cual puede disponer únicamente con sus manos. Los cuatro restantes portan pompfens – palos alargados recubiertos de material blando- y los utilizan para enfrentarse al equipo contrario y proteger a su corredor.

El campo de combate es de 20 metros por 40 y en la mitad se ubica el jugg, en donde los jugadores confluirán con la intención de apropiárselo. El tiempo de un partido es contado en intervalos de dos segundos marcados con un pitido, que realiza uno de los árbitros con un silbato, llamado piedra. El juego se compone de dos mitades de 200 piedras. Si un jugador elimina a su contrincante, este último debe contar cinco piedras para volver a la vida.

En la Argentina, el juego surgió en La Plata, más específicamente en el Parque Saavedra (ubicado entre las calles 12, 14, 64, y 68), en donde se encuentra la mayor concentración de jugadores y una asociación, la Asociación de Jugger de La Plata (AJULP), que regula la práctica y organiza torneos nacionales e internacionales. “A fines de 2013, llegaron a la ciudad dos hermanos españoles que trajeron el deporte con ellos. Nació aquí y comenzó a desparramarse por otros lugares del país. Por ejemplo, yo me lo llevé a San Clemente del Tuyú, lugar al que vacaciono con mi familia, y los chicos y chicas de allí lo trasladaron a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), en donde estudian, y así sucesivamente en otros lugares, pero el lugar central es acá”, cuenta Nicolás Atila Mátray, coordinador y co-creador de la AJULP.

Todos los sábados en el Parque, a las 16, chicos y chicas se reúnen para desarrollar este deporte que no distingue géneros ni contexturas físicas. “El juego es mixto, ya que basta con tener agilidad y velocidad mental sin importar el porte físico”, explica Atila Mátray. Tanto en el mundo como en América Latina, el Jugger es muy practicado y de ello da certeza el coordinador de la AJULP: “A nivel mundial los más fuertes son Alemania, Irlanda y España, puesto que poseen confederaciones cimentadas que organizan torneos permanentemente. En América, hay un foco muy fuerte en Colombia, uno más débil en Costa Rica y otro caótico, por la extensión de su país, en Estados Unidos. En Norteamérica, el Jugger es fuerte, pero muy desparramado”.

A partir del 4 de mayo, la AJULP organiza su torneo regional, el cual dura cuatro meses y se disputa el primer sábado de cada mes. Los equipos Buena Onda y Mulitas son los animadores de la competición, que cuenta con seis equipos. Elisa Bellone, Álvaro Pérez Domínguez y Mercedes Martínez son integrantes del primer equipo y describen su experiencia con el Jugger. Bellone, quien además es coordinadora de la Asociación, indica: “Acá todo es autogestionado. Recolectamos dinero para subvencionar los gastos operativos, tanto de los torneos como de los entrenamientos semanales”. Pérez Domínguez, o Alvarete como le dicen sus compañeros, manifiesta las razones por las que él cree que muchos se acercan al deporte: “Todos iniciamos casualmente, ya sea por el interés de hacer algo como por gente en común que lo practica. Por ejemplo, yo me acerqué en 2015 por unos amigos, pero dejé y a los meses retomé”. En consonancia con esto último, Martínez dice: “Comencé por mi novio. Me gustó y lo sigo realizando”. “Nuestro equipo se llama así por el espíritu del Jugger, que debe ser honesto y jugado con la mejor onda”, agrega.

En América del Sur, un foco muy pequeño, pero activo se encuentra en Uruguay. Rodrigo Castro, jugador de Mulitas nacido en Montevideo, da cuenta de ello: “Comencé en mi país hace cuatro años. Formo parte de un equipo que se llama Mandarina Ninja, pero hace seis meses que juego en La Plata”. El jugador vive en Neuquén por trabajo y esporádicamente viaja a la ciudad de las diagonales para despuntar el vicio. “Estuve de visita en Uruguay, pero una parada obligatoria es acá, porque en Neuquén no hay Jugger. En mi país hace cuatro o cinco años que se practica el deporte, pero no se amplió la base de jugadores. Se juega fundamentalmente en Montevideo, en Parque Battle”, expone Castro.

Ya sea en Argentina, en América o en el mundo, el Jugger es una práctica que con valores definidos y con la honestidad como bandera, busca despojar todo tipo de desigualdades físicas y de género, y a partir de la equidad, unir a cada uno de sus participantes más allá del resultado deportivo.

Colin Kaepernick, el deportista rebelde del siglo XXI

Por Federico Bajo

Al boxeador estadounidense Jack Johnson lo condenaron a nueve meses de prisión por ser negro y tener una relación con una mujer blanca. Muhammad Ali, acaso uno de los mejores pugilistas de todos los tiempos, se ganó odios y suspensiones al plantarse ante una sociedad racista y anunciar que dejaba de llamarse Classius Clay porque ese era “un nombre de esclavo”. Tommie Smith y John Carlos, primero y tercero en los 200 metros de los Juegos Olímpicos de México 1968, fueron echados por el Comité Olímpico Internacional por haberse manifestado políticamente. Parados en el podio, levantaron el puño y agacharon su cabeza mientras sonaba el himno norteamericano. Al volver a su país sufrieron ostracismo, amenazas de muerte y sus vidas fueron devastadas. En la actualidad, Estados Unidos, el mismo lugar en donde en el siglo XIX el Ku Klux Klan linchaba, ahorcaba y mutilaba negros, vuelve a tener en Colin Kaepernick a un deportista que sufre las consecuencias de hacerle frente a la segregación racial.   

El 1 de septiembre de 2016 la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL, en inglés) vivió un hecho histórico. Kaepernick, jugador afrodescendiente que en aquel momento integraba el plantel de San Francisco 49ers, se arrodillo en el campo de juego cuando sonaba el himno estadounidense en la ceremonia previa de cada partido. A él se le sumo Eric Read, compañero de equipo, y en las semanas siguientes se acoplaron más deportistas.No voy a ponerme de pie para demostrar orgullo por la bandera de un país que oprime a las personas de color. Para mí, esto es más grande que el fútbol y sería egoísta de mi parte mirar hacia otro lado”, explicó luego el mariscal de campo. Lo que expresó Kaepernick se vuelve más preocupante si se miran los números: un informe de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) contabilizó que durante todo el 2017 en Estados Unidos ocurrieron 7175 delitos de odio, contra los 6125 de 2016, y de esa cantidad 2013 fueron contra afroamericanos, un 48,6%. Los motivos de esta violencia los intenta explicar Michelle Alexander, abogada afrodescendiente, en su libro El color de la justicia: la nueva segregación racial en Estados Unidos. Allí plantea que en su país la esclavitud de la población negra nunca se extinguió, sino que se ha perpetuado detrás de una serie de leyes que los someten.

Aquel gesto de Kaepernick, tildado de antipatriótico por los nacionalistas, significó el fin, al menos por ahora, de su carrera deportiva. En marzo de 2017 el quarterback finalizó su contrato con los San Francisco 49ers y desde allí no ha vuelto a ser contratado por ninguna de las 32 franquicias de la NFL. El jugador denunció un complot en su contra porque otros mariscales, con estadísticas de rendimiento menores, han sido fichados. Pese a todo, Colin, un “hijo de puta” según lo definió el presidente Donald Trump, está dispuesto a dejar el fútbol americano por su causa. “De ser así –dijo- sabré que he hecho lo correcto”.

En octubre de 2017 una multitud de personas se arrodilló en las afueras de un estadio en el mismo momento que adentro jugaban los Baltimores Ravens ante Chicago Bears. Todos fueron convocados vía redes sociales por Jamal Harrison Bryant, pastor afroamericano, en apoyo a Kaepernick. La imagen que anunciaba el horario y día del reclamo es un fontomontaje en el que se ve a Kaepernick de rodillas en el césped con la mirada fija en el piso y las tribunas repletas a sus espaldas. Junto a él, en la misma posición, lo acompaña un hombre que viste un traje. Es Martin Luther King, ese mismo que transformó un gesto de alabanza en un símbolo del reclamo por los derechos civiles cuando en 1965, hincado, dirigió una oración en plena calle como protesta por el arresto de 250 afroamericanos. En Estados Unidos la violencia contra las personas de color existió siempre. En 2017, según un registro del diario The Washington Post, la policía asesino a 223 negros, de los cuales 20 estaban desarmados.Tranquila, señora, nosotros solo matamos a negros”, le dijo el teniente Greg Abbott, del departamento policial de Georgia, a una mujer que se había salteado un control vehicular y no quería bajar las manos por miedo a que ocurriera lo que había visto en los videos viralizados de agentes disparando contra ciudadanos.

Al mes siguiente de aquella manifestación del público, jugadores e incluso dueños de distintas franquicias escucharon el himno parados sobre el césped con sus brazos entrelazados. Sin embargo, esta vez no fue en honor a Kaepernick, sino una demostración de poder de la NFL, la liga deportiva más millonaria del mundo, hacia Trump, quien había escrito en Twitter que la federación estaba en declive por tolerar las protestas y por tomar medidas para reducir el daño cerebral entre los deportistas.

“Una vez más, no soy antiamericano. Me encanta América. Amo a la gente. Es por eso que estoy haciendo esto. Quiero ayudar a mejorar a Estados Unidos”, debió aclarar el jugador, que fue criticado el año pasado por firmar un contrato para ser la imagen de la campaña de Nike. Incluso en redes sociales circularon videos en los que se veía indumentaria deportiva de la firma que era prendida fuego. De todos modos, Kaepernick, el deportista rebelde del siglo XXI, fue reconocido por Amnistía Internacional (AI) con el Premio Embajador de Conciencia debido a que no solo enfrentó a los poderosos, sino que también donó 1.000.000 de dólares de su propio dinero a 37 organizaciones diferentes que luchan por la justicia, sumado a que fundó y financia los campamentos “Conoce tus derechos” para jóvenes de comunidades vulnerables.

En 2020 la dinamitada carrera de Colin podría resurgir. Un  portavoz de la XFL, una liga de fútbol americano mucho más violenta que tuvo su única temporada en 2001, confirmó que hubo conversaciones con Kaepernick para que juegue en el torneo de primavera que “volvería renovado”, según dijo Vince McMahon, el millonario propietario de la XFL. Por ahora, Kaepernick, fiel a su estilo, sigue sin hablar. La última vez que lo hizo fue en abril de 2018 cuando recibió el galardón de AI.

“Es el Muhammad Ali de esta generación”, definió al quarterback el sociólogo Harry Edwards, quien incitó a Carlos y Smith a hacer el saludo del Black Power en México. Edwards, además, fue uno de los que estimuló el interés de Colin por los abusos policiales que sufren los afroamericanos y quien le recomendó leer la autobiografía de Malcom X y a la escritora Maya Angelou, defensora de los derechos civiles y la igualdad, que en su poema “A pesar de todo me levanto” dice: “Puedes dispararme con tus palabras,/puedes herirme con tus ojos,/puedes matarme con tu odio,/y aún así, como el aire, yo me levanto”.

Colin, nacido hace 31 años en Milwaukee y que tenía apenas semanas cuando fue adoptado por Rick y Teresa -una pareja de blancos que ya tenía dos hijos: Kyle y Devon-, notó que más allá de los límites de la cancha había algo que estaba mal y decidió hacer algo. Intervenir para cambiarlo. A veces, es cuestión de tomar decisiones, de asumir riesgos. Como éste deportista, que encontró en el silencio una voz para su reclamo.

 

Preparen, apunten, y a soñar en grande

Agustín Loza @agustinloza25

Argentina se tiene que acostumbrar a esta historia de alegrías que nació hace pocos años. El tiro deportivo nunca le había entregado medallas a las delegaciones albicelestes a lo largo de la historia, pero en los últimos tiempos, comenzó a sacarle sonrisas a la bandera celeste y blanca.

Facundo Firmapaz tenía un sueño. Preparó, apuntó, y disparó. En el blanco. Lo que anheló durante tantas noches se convirtió en una realidad. El mendocino es medallista olímpico para su país. Junto a la finlandesa Viivi Kemppi, primera en el ranking mundial junior, ganaron la medalla de bronce en Tecnópolis en la especialidad rifle de aire 10 metros mixtos.

Pero seguramente fue difícil de olvidar lo que pasó antes. En octavos de final, esta dupla había sido derrotada, pero afortunadamente una decisión arbitral anuló esa prueba y tuvo que ser repetida. El resultado fue distinto, el sueño seguía intacto. Así llegaron hasta las semifinales, donde fueron eliminados.

Igualmente, tuvieron su revancha, y vaya que se la tomaron de verdad. Vencieron en la definición por el bronce a la mexicana Gabriela Martínez López y al austríaco Stefan Wadlegger. En el último disparo se notaban los nervios, pero tuvieron ese final feliz que tanto desearon. Al tirador argentino le costó varios segundos procesar lo que estaba pasando. Llegó su entrenador para darle un abrazo y allí se dio cuenta, tenía su lugar en el podio.

Toda su familia estaba en el Parque Tecnópolis alentando por el mendocino, como la mayoría del público local que se mostró eufórico cuando terminó la última prueba. Seguramente por la mente de Facundo pasó su papá, quien le enseñó la pasión por el tiro y con quien aprendió a disparar desde su Mendoza natal.

Hace cuatro años, al otro lado del mundo, su compatriota Fernanda Russo, conseguía su medalla plateada en Nanjing 2014. Ella lo logró en la misma prueba acompañada del mexicano José Valdez Martínez. Es muy esperanzador pensar que en el futuro puede haber una dupla argentina totalmente consolidada. De hecho, este año compartieron equipo en esta disciplina y se posicionaron en el tercer escalafón del podio de un torneo internacional que se disputó en Berlín.

Firmapaz ya demostró que puede competir con los más grandes sin inconvenientes. El año pasado terminó séptimo en la Copa del Mundo de Guadalajara. Ahora empieza a preparar los motores para soñar con un despegue definitivo a los primeros planos internacionales, tal como lo hizo Russo luego de los Juegos de la Juventud hace cuatro años.

La riojana ya tuvo su estreno en los Juegos Olímpicos de mayores. En Río 2016, llegó al 20º puesto, algo que para ella significó una hazaña. Todo el país se emocionó con ella cuando rompió en llanto por la alegría que sintió por haber ganado su lugar en la competencia más importante del mundo.

El tiro deportivo en Argentina tiene representantes jóvenes muy talentosos. Facundo Firmapaz y Fernanda Russo son parte de esta generación que promete pisar fuerte a nivel internacional. El futuro es ahora, y llegó para quedarse.