lunes, septiembre 15, 2025
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El campeón entre alegría y silbidos

Por Fernando Bajo

Gabriel Jesús no duda ni un segundo, con la misma rapidez que elude a los rivales en la cancha define su infancia y su juventud: “Mi vida se transformó de agua a vino”, escribió en The Players Tribune. El delantero que pintaba calles durante la preparación para que su país sea el anfitrión del Mundial 2014, cuando era un niño soñaba con jugar al fútbol profesionalmente y lo pudo cumplir gracias a su mamá que siempre lo acompañó, afirma.

El atacante de 22 años, en sus inicios, gambeteaba a sus rivales en el potrero. Lo hacía a pesar de que las canchas no eran las mejores y muchas veces el barro interrumpía aquellos encuentros. Quizás, por eso ahora que es profesional, parece bailar sobre el campo de juego, como en el primer gol de su equipo en el que engancha ante dos peruanos y lanza el centro, para que, por detrás de todos, aparezca Everton y ponga el 1 a 0 de Brasil ante Perú.

La Canarinha estaba en ventaja y dominaba el encuentro, pero cuando finalizaba el segundo tiempo Paolo Guerrero igualó el partido con un gol de penal. Sin embargo, cuatro minutos después, en tiempo adicional, Gabriel Jesús recibió un pase de Arthur y mandó la pelota al fondo de la red y a la derecha del arquero Pedro Gallese. Golazo.

Parecía que con ese tanto que llegó sobre el final de la primera parte y al que los psicólogos deportivos denominan gol psicológico, La Canarinha festejaría. Y así terminó, ya que superó casi sin problemas a su rival aunque el local finalizó con 10 jugadores.

El delantero del Manchester City se fue expulsado a los 69 minutos del segundo tiempo. Es la primera vez en la historia que un jugador marca un gol y ve la roja en una final de Copa América. Minutos después, las cámaras de la transmisión muestran al joven sentado en las escaleras que conducen al vestuario mientras llora desconsoladamente. Pero ese llanto luego se convertiría en alegría cuando en el último minuto de juego Richarlison anotó de penal el 3 a 1 definitivo.

Brasil es campeón y comienzan los festejos. El presidente Jair Bolsonaro ingresa a la cancha para la entrega de medallas y, a pesar de que saluda y realiza una alabanza ante los espectadores, los silbidos del público hacia él, se apoderan de la escena. A pesar del título, muchos brasileños no pudieron esconder su enojo contra el primer mandatario.

El seleccionado de Tité pareció no extrañar a Neymar en esta competición, sin embargo quien seguro en ese momento se estaba acordando del atacante del Paris Saint Germain era Gabriel Jesús, ya que por inspiración de este decidió hacerse un tatuaje en su cuerpo.  “Me hice uno parecido porque realmente el dibujo lo dice todo: es un niño, mirando desde la base de una colina hacia las favelas. Tiene una pelota debajo del brazo y sueña”, describió no hace mucho tiempo.

Jair Bolsonaro se retira del campo y se dirige hacía los vestuarios. El público, que advierte su salida, vuelve a repudiarlo, pero esta vez los silbidos se hacen oír aún más. Seguramente, no sepa del tatuaje de Jesús ya que, probablemente, no le gustaría. “Hay que dar seis horas para que los delincuentes se entreguen, si no, se ametralla el barrio pobre desde el aire”, había declarado Bolsonaro.

Además del autor de una asistencia y un tanto en el encuentro de hoy, Neymar también se crió en uno de esos barrios precarios a los que odia el presidente de Brasil. Quizás la brillante actuación de un joven criado en una favela le haga repensar sus convicciones al exmilitar. Aunque sería casi una utopía.

Es la novena Copa América que obtiene La Verdeamarela. Los festejos de los jugadores posiblemente duren varios días, pero el pueblo brasileño difícilmente pueda dejar de lado los conflictos sociales que atraviesa el país. La competición comenzó con una huelga de movilizaciones sociales reclamando por la reforma jubilatoria, y terminó con el repudio total al presidente. La selección ostenta un título más, pero eso, a los ciudadanos, que se retiran mientras los festejos continúan, no aparenta importarles tanto. A Bolsonaro, pareciera que sí.

Crónica de una paradoja andante

Por Francisco Rodriguez

La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) protestó ante la CONMEBOL por los arbitrajes en los partidos contra Brasil y Chile; sin embargo, es la misma entidad que, hace dos semanas, envió al descenso a San Jorge de Tucumán por un reclamo similar.

6 de Julio, 19.27, Arena do Corinthians, São Paulo

Luego de la victoria de la Selección Argentina frente a Chile en el partido por el tercer puesto, Claudio Tapia, el presidente de la AFA, aseguró en la zona mixta: “Vamos a hacer todo lo que tengamos que hacer para defender a esta Selección”.

23 de Junio, 23.54, Estadio José María Minella, Mar del Plata

San Jorge de Tucumán y Alvarado de Mar del Plata buscaban el ascenso a la B Nacional. Ante la mirada de aproximadamente 20.000 personas se jugaba el encuentro definitivo por el segundo ascenso a la B Nacional. El equipo presidido honorariamente por Facundo Moyano, hijo de Hugo y amigo cercano de Tapia, se adelantó al final del primer tiempo con gol de Emiliano López.

En esa primera mitad, el árbitro Adrián Franklin echó a dos jugadores del conjunto tucumano (a uno de ellos por protestar) y, además, amonestó a otros seis. Por lo tanto, San Jorge decidió, a los 5 minutos del segundo tiempo, sentarse en el campo de juego y no continuar con el encuentro en forma de protesta. El equipo del norte argentino realizó un acto sin precedentes en el fútbol nacional.

Sin embargo, el ascenso se le concedió a Alvarado. “Nos avisaron dos semanas antes que nos iban a robar. Somos un equipo que tiene 10 años, ¿cómo vamos a apelar? Si no pasa nada, hacen un bollito y lo tiran en la AFA”, denunció Gastón Sáez, presidente de San Jorge de Tucumán, en AM 590.

2 de Julio, 21.30, Estadio Mineirão, Belo Horizonte

Estaba por comenzar el Superclásico a nivel selecciones. En la semifinal de la Copa América, Brasil se enfrentaba con Argentina. El equipo de Lionel Scaloni venía en alza luego de una turbulenta fase de grupos y una convincente actuación en cuartos de final, donde venció por 2 a 0 a Venezuela. Por otro lado, el Brasil de Tité era favorito, pero cargaba con la necesidad de eliminar los fantasmas del 7-1 sufrido en manos de Alemania, en esa misma cancha, en el Mundial del 2014.

Un público local impaciente y estadios que no estuvieron llenos producto del alto costo de las entradas y la pérdida de poder adquisitivo de los brasileños fueron las constantes de esta Copa América. Esta era una oportunidad perfecta de reivindicarse: vencer a la Argentina de Lionel Messi para clasificar a una final continental por primera vez desde el 2007.

25 de Junio

Antonio Raed, presidente del Tribunal de Disciplina del Consejo Federal de la AFA, había renunciado a su cargo, declarando que el arbitraje del partido entre San Jorge y Alvarado estuvo arreglado. Luego, el titular del Sindicato De Árbitros Deportivos de la República Argentina, Guillermo Marconi, presentó una denuncia en la Justicia y también alzó la voz: “La designación de árbitros está amañada”.

3 de Julio, 00.14, zona mixta, Estadio Belo Horizonte

“Se cansaron de cobrar boludeces en esta Copa América y hoy no fueron nunca al VAR. Ojalá la CONMEBOL haga algo con este tipo de arbitrajes, aunque igual no creo que haga nada porque maneja todo Brasil”, declaró Messi, desatado como nunca por el arbitraje de Roddy Zambrano y la no intervención del VAR en la derrota 2-0 de Argentina.

En el minuto 26 del segundo tiempo, Dani Alves bajó a Sergio Agüero dentro del área. Varios jugadores argentinos se quedaron parados, esperando el cobro de Zambrano que nunca llegó, mientras que Gabriel Jesús le cedía el 2-0 a Roberto Firmino, que no perdonó. Siete minutos después, Arthur cortó intencionalmente la carrera de Nicolás Otamendi en un córner, pero el árbitro tampoco sonó su silbato. El VAR no mandó a revisar ninguna de las dos situaciones.

29 de Junio, oficinas de la calle Viamonte, CABA

La AFA hace oficial la sanción al club de Tucumán: San Jorge, que estaba a una victoria del ascenso a la Primera B Nacional, pasaba a descender directamente a la Liga Tucumana. El mensaje de la casa madre era claro: descendidos por protestar. A partir de allí, decidieron desde el club que no volverían a participar en torneos organizados por el Consejo Federal de AFA.

Al día siguiente, Claudio Tapia se iba a encargar de que el reclamo del plantel no quede solamente en palabras. El presidente de la AFA intimó a la CONMEBOL en busca de respuestas ¿Los apuntados? Además de Zambrano y los encargados del VAR, en la carta enviada desde Viamonte, que alegaba la falta de “principios de ética, lealtad, juego limpio, reglas claras y transparencia”, también estaban los nombres de  Wilson Seneme, titular de la Comisión de Arbitros de CONMEBOL, y Héctor Baldassi, ex referí argentino integrante del área.

Como no obtuvo respuesta, la AFA, mediante el director de Árbitros Federico Beligoy, insistió en escuchar la grabación del diálogo entre Zambrano y Leodán González, el árbitro encargado del uso del VAR en ese partido, y extendió el reclamo a MediaPro, la empresa encargada de proveer la tecnología necesaria para el uso de la Asistencia Arbitral por Video. Beligoy, además, exigió que la CONMEBOL investigue si la comunicación entre el árbitro ecuatoriano y la sala VAR, sufrió inconvenientes desde la previa del partido.

Por otro lado, en el plano virtual, la cuenta de Twitter de la casa madre del fútbol argentino publicó un crítico mensaje: “Nosotros vimos lo mismo que vos”, dentro de lo que parecía ser un televisor. Mientras tanto, Fernando Batista, entrenador de la Selección argentina sub-20, no puede juntar 18 jugadores para los Juegos Panamericanos de Lima 2019.

 

El poderío estadounidense no cambió pero otras cosas sí

Por Lucila Ferreyra

Las estadísticas e historia predecían un resultado para la final de la Copa Mundial femenina de fútbol. Parecía obvio que una de las históricas potencias no iban a tener problemas para conseguir el triunfo y que las cosas no cambiarían. Estados Unidos, campeona de tres Mundiales le ganaría a Holanda, que llegó a la final del torneo por primera vez y en su segunda participación.

Y es que esta no era la primera vez que se enfrentaban, lo hicieron ocho veces y las norteamericanas se adueñaron de seis de aquellos encuentros, la mayoría amistosos y por goleadas. Además, destacaron en su recorrido a la final venciendo en todos sus partidos y con un promedio de 24 goles a favor y 3 en contra.

En esta ocasión aunque las holandesas demostraron que no estaban allí por casualidad y salieron a conquistar el partido más importante, no bastó ante el poderío de un Seleccionado estadounidense superior, confiado y con grandes jugadoras que lograron imponerse con un 2 a 0.

Cuando entraron los equipos a la cancha y sonaron los himnos, primero el de Estados Unidos, allí estaba Megan Rapinoe, gran duda hasta minutos antes del partido por una contractura en su isquiotibial, luego se escuchó el holandés y enfocaron a Lieke Martens también con molestias en un dedo del pié . Ninguna quiso perderse la final de la Copa  Mundial Femenina de Fútbol, al igual que el rey holandés y Emannuel Macrón, presidente de Francia,  también estuvieron presentes. 

A apenas unos minutos del comienzo del primer tiempo las norteamericanas ya mostraban sus intenciones. Salir a presionar alto, recuperando rápido y en campo rival para golear como estaban acostumbradas. Así conseguían  dominar el encuentro pero con pocas situaciones, todas atajadas por la arquera Sari Van Veenedendaal,que les permitiera anotar.

Finalmente, a los 61 minutos del segundo tiempo luego de una pierna arriba de Stefanie van der Gragt, la árbitra Stéphanie Frappart revisó la jugada con el VAR y cobró el penal que Rapinoe convirtió sin problemas. A partir de allí, los espacios se empezaron a abrir y llegó el segundo: un golazo a los 69 de Rose Lavelle por el medio de la cancha y entre las defensoras van der Gragt y Anouk Dekker.

La estadounidense que abrió el marcador terminó ganando la bota de oro y siendo fundamental para su equipo. Dejando atrás problemas dirigenciales, o desacuerdos con presidentes y lesiones. Porque sin ella el Seleccionado de Estados Unidos no podría haberse convertido en  la segunda Selección bicampeona de forma consecutiva, en la que más mundiales ganó y la que más goles metió.

El potencial de las americanas finalmente no cambió. Sin embargo, hay cosas que sí se alteraron. Esta edición de la Copa dejó en claro que los tiempos sí están cambiando, no solo para dos países finalistas, ni tampoco para otras tantas que participaron. Porque el fútbol femenino está en auge, el público crece a grandes escalas en estadios y transmisiones.

El mundo está entendiendo a las futbolistas que gritan igualdad, ya no pasarán desapercibidas y seguirán luchando por aquellas niñas y mujeres que sufrieron discriminación por amar a un deporte. Ellas salieron a la cancha contra todo y todos, juntas por un objetivo que ya no parece ser una simple medalla de oro.

Vencedores vencidos

Por Iván Lorenz

Ariel Scher, periodista, escritor y educador, escribió en su cuento “Bielsa no fracasó” que “Perder no es fracasar”. El maestro, en una de sus clases de Literatura y Deporte que suele dar en el living de su casa, sostuvo que “fracasar es no intentarlo”. La Selección argentina demostró, entre los meses junio y julio de 2019, primero en Francia y después en Brasil, que perder no sólo no significa fracasar. La albiceleste retrucó: perder también puede implicar ganar.

La Selección argentina femenina de fútbol consiguió, en Francia, sus primeros dos puntos en un Mundial FIFA. Había participado dos veces antes de arribar a tierras galas: en 2003 y en 2007, en los cuales anotó únicamente dos goles y perdió todos los partidos, entre ellos, una goleada 11-0 frente Alemania.

Desde el vamos, fue una Copa del Mundo diferente. Llegaron a Francia con el tiempo necesario como para disputar dos amistosos antes de comenzar su sueño. En 2018, habían participado de la Copa América de Chile y habían aterrizado sin entrenamientos encima, a punto del pitazo inicial. Pero este Mundial tenía un antecedente: el pasado 8 de noviembre habían llenado la cancha de Arsenal para disputar el repechaje contra Panamá. Miles y miles de personas se enteraron aquel día de su existencia. Eran invisibles.

Y desde hacía mucho. En 1971, la Selección participó de un Mundial que no es reconocido por la FIFA, pero en donde Argentina derrotó 4-1 a Inglaterra con cuatro goles de Elba Selva ante más de 100 mil personas en el Estadio Azteca. Aquel súper amateur equipo viajó sin cuerpo técnico en el sentido completo y fuera de análisis de la oración: no tenían siquiera entrenador. En Francia, las jugadoras contaron con indumentaria deportiva propia y hasta sponsor.

Sí, indumentaria propia, porque siempre habían jugado con camisetas ya utilizadas, modelos viejos de sus pares masculinos. Adidas diseñó camisetas  para las futbolistas y removió las dos estrellas que se encuentran sobre el escudo argentino: porque las jugadoras también tienen su historia y no tiene Mundiales en ella.

Argentina fue a vivir un sueño, porque ya jugarlo era romper con millones de barreras y gambetear una infinidad de prejuicios. Después de 12 años de ausencia, la Albiceleste tuvo representantes en un Mundial. Pero a los sueños no basta con alcanzarlos, porque una vez que se cumple el objetivo, por inercia, se busca más. Y las futbolistas fueron de mayor a superlativo, mostrando un juego que cambió la historia para siempre.

El partido contra Japón en el Parque de los Príncipes fue una locura. La 10 puso con sus pies su nombre en la boca de Argentina. Con cada amague dijo: “Soy la capitana y me llamo Estefanía Banini”. Las futbolistas festejaron un empate 0-0 contra las Nadeshiko. ¿Cómo no hacerlo?  La vigente subcampeona del mundo no logró romper el 0 en el partido accesible del grupo. No pudo quebrar el espíritu de un equipo con hambre como para comerse al mundo, vomitarlo y tragarlo de vuelta.

Los diarios tuvieron la necesidad de contar la hazaña. Las jugadoras salían a jugar contra el rival con el objetivo de instalarse para siempre en la cabeza del colectivo argentino. Una Selección que emana y contagia esperanza se presentó a jugar contra otra potencia del Mundo: Inglaterra. La Albiceleste fue el combinado al que menos goles les hicieron las Lionesses: 1-0. Antes del partido, el entrenador británico Phil Neville había confesado que le tenía miedo a las futbolistas argentinas porque jugaban como si el mundo se fuese a terminar.

La derrota le quitó un poco el color al panorama del seleccionado nacional. Y Escocia demostró que podía golpear aún más profundo cuando se puso 1-0 en el Parque de los Príncipes, las mandó a la lona con un 2-0 y las desafió a tirar la toalla con un contundente 3-0. Hasta el diario Olé condenó a la Selección cuando, en el afán de anticiparse y largar la noticia más rápido, publicó, antes del silbato final, que el sueño argentino había terminado. Erraron dos veces: las dieron por muertas y no supieron notar que el sueño recién arrancaba.

Carlos Borrello, el entrenador de las argentinas, metió dos cambios claves: adentro Milagros Menéndez y la jovencita Dalila Ippólito que recibió y, atrevida como si estuviese en el potrero, gambeteó y le dio un pase a la marplatense Menéndez que no falló y puso el encuentro 3-1 a falta de 15 minutos.

Al Mundial fueron a disfrutar y cambiar la historia. Florencia Bonsegundo lo tenía clarísimo cuando la agarró al borde del área y sacó un chumbazo que tocó la arquera escocesa, pegó en el travesaño, picó adentro y puso el partido 3-2. En el Parque de los Príncipes, los corazones latían y los músculos sacaban oxígeno de donde ya no había. En Argentina, millones de personas se prendieron, como nunca antes, al televisor. La que también se pegó a la pantalla fue la árbitra Ri Hyang Ok cuando tuvo que ir a revisar si a Aldana Cometti, la defensora a la cual se le ocurrió mandarse de 9, le habían hecho un penal. El VAR dijo que sí y Bonsegundo, luego de errarlo, tuvo la oportunidad de volver a darle porque la arquera se había adelantado.

Fuerte y al medio, Bonsegundo convirtió. Entre que la pelota subió por la red y cayó al piso, Argentina se paralizó y la Selección quedó en shock sin poder reaccionar y entonces, el grito rompió todo. La número 11 fue corriendo al córner apretándose bien fuerte el escudo con la bronca en sus ojos, se lo golpeó varias veces y se abrazó con sus compañeras. Acababan de remontar el primer 0-3 en la historia de los Mundiales en 15 minutos.

Pero la historia no terminó ahí. El viaje, casi que sí. Finalizó al día siguiente cuando los resultados no se dieron. Armaron los bolsos, pasearon un rato más y emprendieron la vuelta a Argentina, que pintaba negra. Iban a llegar a Ezeiza a las seis de la mañana y parecía dificilísimo que el recibimiento sea grande. Error. Un centenar de personas las estaba esperando con bombos y papelitos para cantar, abrazarlas, sacarse fotos, pedirles autógrafos y llorar con ellas.

¿Qué es ganar? Difícilmente se pueda definir con precisión, pero cambiar la línea temporal se le parece mucho. De Francia trajeron una identidad y demostraron, como durante toda su vida, que hay material para soñar, pero que hay que apoyarlas con acciones reales. ¿Qué hubiesen logrado con más apoyo de la Asociación del Fútbol Argentino?

Se quedaron afuera en fase de grupos. Pero había otros objetivos que se llevaron a Francia después de compartir una cálida despedida con el Seleccionado argentino masculino de fútbol. Fotos por aquí, fotos por allá. Abrazos, intercambio de historias. Se conocieron. Mariana Larroquette posó haciendo su pistola característica en forma de “L” junto a Paulo Dybala que hizo su máscara de superhéroe.

Los chicos se fueron a Brasil habiendo conocido a sus pares mujeres. Jugadores y jugadoras en grupo en Ezeiza. Foto grupal. Inédito. Dos panoramas completamente distintos que defienden los mismos colores. Mientras las argentinas rompían esquemas ante Escocia, los argentinos se preparaban para salir a ganar contra Paraguay en la Copa América después de haber perdido 2-0 en el debut ante Colombia.

Después de atajarle el penal a la inglesa Nikita Parris, ¿Vanina Correa habrá hablado por teléfono con Franco Armani? Lo cierto es que el arquero de River voló al mismo palo que la rosarina y le tapó el remate desde los 12 pasos al paraguayo Derlis González. Aquel 19 de junio, el VAR se vistió de celeste y blanco. Primero en Francia y después en Brasil, cobró un penal que le permitió a Argentina empatar el partido. Bonsegundo aprovechó y después hizo lo propio Lionel Messi.

A los chicos les quedaba un partido con Catar para evitar que la prensa y el país les cayese encima. Fracasados, lo mínimo que se leyó y escuchó después de los subcampeonatos en 2014 del Mundial, en 2015 y 2017 en la Copa América y la eliminación en octavos de Rusia 2018. La Selección argentina masculina de fútbol juega siempre al borde de la catástrofe. ¿Cómo pueden estos futbolistas jugar tranquilos?

Entonces, Leandro Paredes, el cinco argentino, paró la pelota y demostró que, a pesar de cualquier obstáculo, ama jugar cuando se afirmó en el puesto después de un partidazo contra Catar. Rodrigo de Paul explotó y equiparó el despliegue de Bonsegundo. Lautaro Martínez hizo un gol  a los 3 minutos y empezó a ganarse al país: el Toro la pelea hasta cuando ya no se puede, como lo hacen Aldana Cometti y Agustina Barroso en la defensa. Los tres cumplieron un sueño. El conjunto argentino le ganó 2-0 al combinado asiático y clasificó a cuartos.

Argentina fue de menor a mayor. El logro más grande del entrenador Lionel Scaloni: formó un grupo. Fue ajustando piezas hasta conformar un equipo que puede jugar sin la necesidad de depender de Lionel Messi que incluso asumió que no hizo la Copa América que esperaba. En el camino, no faltaron las críticas. Empezando por no llevar un cinco puro de marca hasta llegar a “cambios inentendibles”. Scaloni creó un sistema en donde todos recuperan.

El detonante, lo que cambió un poco la mirada sobre Argentina, fue la victoria 2-0 ante Venezuela. Lautaro Martínez se ganó al país definitivamente. Taco, caño y a cobrar a los 10 minutos de juego en un partido que había comenzado diferente. Messi cantó el himno, acción que no dejó pasar absolutamente nadie.

Contra la Vino Tinto Paredes reafirmó su puesto. Y apareció otra gran apuesta: Juan Foyth, aquel enganche de inferiores que se convirtió en central y al que Scaloni le dio un lugar en el lateral, que quedó clausurado. Darwin Machís no le ganó nunca. Ese viernes 28 de junio, Argentina cerró su pase a semifinal con otro gol con perfume juvenil: Gio Lo Celso entró y dio un pase a la red. Un partido que prendió la ilusión, porque por momentos la Albiceleste dominó y fue superior.

Tocaba Brasil, EL candidato.

Scaloni repitió el mismo equipo que se había parado contra Venezuela. Marcos El Huevo Acuña ocupó la banda con Nicolás Tagliafico y vieron bien de cerca la bomba que desenfundó Paredes, que podría haber significado el primero. Rodrigo De Paul se quedó cómodo trabajando con Juan Foyth. Este sí que se trajo lindos souvenirs de Brasil. Lo más vistoso fue la cadera de Philippe Coutinho, que se quebró cuando el defensor pasó la pierna por arriba de la pelota. Y la segunda, una chapita con el nombre “Everton Sousa Soares”. El terror de Gremio no salió al Mineirão en el segundo tiempo, porque no pareció haber jugado el primero.

Unos 45 minutos que dejaron a Brasil 1-0 arriba antes del descanso. La respuesta de los locales y el enigma que no pudo resolver Argentina: Dani Alves y sus subidas que desarmaron a la Albiceleste y le permitieron definir abajo del arco a Gabriel Jesús. Pero los de Scaloni casi que lograron contrarrestar el problema que significó el lateral. Y aquí Mariana Larroquette seguro, pero seguro, que insultó como cuando en el Parque de los Príncipes cabeceó la pelota y dio en el travesaño, porque Sergio Agüero, luego de un centro de Messi, impactó con su cabeza y la puso también al travesaño.

En el segundo tiempo el palo le negó nuevamente el empate a Argentina. Pateó Lautaro y el rebote le quedó a Messi que de volea reventó el poste. Fueron, por momentos, más que Brasil: Argentina remató 14 veces al arco, la posesión fue parejísima. Pero ganó Brasil 2-0. La polémica en el VAR logró que, después de mucho tiempo, la prensa, los jugadores y los hinchas tuviesen una bronca en común y los futbolistas no fuesen el centro de la crítica, sino la CONMEBOL.

Primero, Agüero voló en el área después de que Dani Alves lo desestabilizase. Ni siquiera hubo debate sobre la jugada que terminó en el segundo gol de Brasil. La otra fue grotesca: el mediocampista Arthur le puso un codazo en el área a Nicolás Otamendi digno de un tailandés que practica Muay Thai.

Messi siempre estuvo presente en las protestas a Roddy Zambrano. Fue una Copa particular, en la cual el 10 no fue el líder en el juego, pero sí en el vestuario y fuera de la cancha. También fue de menor a mayor y contra Brasil la rompió. Que por acá sí, que por acá no. Y, al final del partido, remató contundente contra el arbitraje: “Se cansaron de cobrar boludeces en esta Copa América y hoy ni revisaron el VAR. Ojalá que la Conmebol haga algo, aunque no creo que haga nada porque Brasil maneja todo”.

Como afirmó el 10, sus dichos no pasaron desapercibidos, porque a los 37 minutos del partido por el tercer puesto ante Chile, el árbitro paraguayo Mario Díaz de Vivar lo expulsó por un encontronazo con Gary Medel, que también se fue a las duchas. El partido se partió y el buen juego que había mostrado Argentina se diluyó un poco. Los tantos de Sergio Agüero y Paulo Dybala antes de las rojas le alcanzaron a la Albiceleste para finalizar tercera en la Copa América. Messi decidió no asistir a la entrega de la medalla en modo de protesta y destacó el rendimiento del equipo: “Encontramos una idea de juego, una buena dinámica”.

Luego del partido contra Brasil, Lionel Scaloni dijo: “Si los argentinos nos damos cuenta de que a veces perder tiene cosas positivas, habremos dado un paso adelante”. Y Carlos Borrello, después del empate con Escocia, declaró: “Hay algo de luz al final del túnel. Estoy muy feliz con lo que dieron las chicas y cómo se desarrolló todo. Todavía tenemos trabajo que hacer, pero las cosas me parecen positivas”.

Hay futuro. Dalila Ippolito tiene 17 años, Milagros Menéndez 22, Aldana Cometti 23, Florencia Bonsegundo 25 y Agustina Barroso 26. De Francia volvieron con sus nombres y los instalaron para siempre. Se fueron con sueños y los trajeron, porque les dieron a las niñas de Argentina idolas en las cuales verse reflejadas. Juan Foyth tiene 21 como Lautaro Martínez y Leandro Paredes 25 como Rodrigo De Paul. Brindaron tranquilidad en el constante clima de recambio generacional que parecía incierto y poco esperanzador.

La Selección argentina de fútbol allanó un camino que pinta prometedor. Las futbolistas se volvieron en fase de grupos y los futbolistas finalizaron terceros. Gritaron fuerte, gambetearon, trabaron, tiraron caños y barrieron con pasión. Dejaron escritorio a escritorio a la Asociación del Fútbol Argentino, que deberá demostrar con acciones si se responsabiliza por sus planteles, desde tratos más humanos a proyectos serios, o si continúa al margen, ausente, dejando que jugadores y jugadoras sufran las consecuencias de una burocracia endeble producto de las irregularidades institucionales. El tiempo dirá, pero, pase lo que pase, en Francia y en Brasil, ganó el fútbol argentino.

El futuro de la selección argentina comenzó hoy

Members of Argentina's national team pose for pictures after receiving their medals and trophy after defeating Chile 2-1 in the Copa America football tournament third-place match at the Corinthians Arena in Sao Paulo, Brazil, on July 6, 2019. (Photo by Nelson ALMEIDA / AFP)

Por Fabrizio Ramos

No es casualidad que los mejores momentos de los jugadores argentinos con la camiseta albiceleste coincidan con el encuentro en el que pueden jugar distendidos. La presión con la que se desempeñan y el éxito que se les demanda en cada partido fueron los principales enemigos, si no los mayores, de los últimos años. El futuro del seleccionado, y sobre todo la nueva camada que se aproxima, merece crecer sin exigencias y sin cambios rotundos.

No se va a descubrir nada nuevo al mencionar la capacidad individual de todos los futbolistas que integran la selección. Los que juegan bien, y Argentina tiene varios de esos, pueden asociarse dentro de una cancha, por más que solo hayan compartido un puñado de entrenamientos, si hay un buen ambiente alrededor. El problema pasa por otro lado.

El paso de los años con respecto al último título del seleccionado en la Copa América de 1993 y las tres finales perdidas de manera consecutiva, derivaron en grillas diarias de televisión y decenas de suplementos deportivos que solo mostraron, una y otra vez, que lo único importante era ser primeros y todo lo demás un fracaso. Así comunicaron, así formaron opiniones y así se le exigió y presionó a los futbolistas del seleccionado en cada encuentro que disputaron.

Un buen parámetro para describir las presiones que sufrieron los jugadores de la albiceleste puede ser la misma Copa América. En las últimas seis competiciones, Argentina logró cuatro segundos puestos (2004, 2007, 2015 y 2016) y un tercer lugar en el torneo que acaba de culminar. Durante esos años, en la única edición que no alcanzó los cuatro primeros lugares fue en la que se organizó en el país, en 2011. El momento de más tensión entre dirigentes, jugadores e hinchas hasta el Mundial de Rusia.

Lionel Messi fue uno de los que más sufrió a lo largo de los años y se transformó, o lo transformaron a la fuerza, en un jugador de más carácter del que aparentaba años atrás. Él mismo se encargó de dejar un mensaje claro luego de la eliminación con Brasil para que las próximas generaciones de futbolistas no pasen por las mismas situaciones que le tocaron vivir: “Yo creo que empieza algo bueno, algo lindo, una camada que ama a la selección, que quiere estar. Hay futuro. Tendrían que darles tiempo y dejarlos seguir. Ojalá no les empiecen a pegar desde el vamos”.

Es momento de Lautaro Martínez, Leandro Paredes, Giovanni Lo Celso, Juan Foyth y varios que demostraron en los últimos partidos que deben estar en consideración. Hay que construir desde ahí. Con organización, sin ciclos interrumpidos y entendiendo que si los resultados no se dan el trabajo debe continuar, ¿y por qué no con Lionel Scaloni como entrenador?

El camino es la última imagen que se vio en el estadio Arena Corinthians luego de recibir la medalla de bronce cuando los jugadores nacionales llamaron a todo el cuerpo técnico para hacer la foto final de la competencia. Si el futuro argentino comenzó hoy, las señales son buenas.

“Nosotros no tenemos que ser parte de esta corrupción”

Por Daniel Melluso

Treinta y siete minutos del primer tiempo. Con el marcador 2 a 0 a favor del seleccionado argentino, el árbitro paraguayo Mario Díaz de Vivar expulsó a Lionel Messi y al jugador Gary Medel. ¿La razón? Luego de que el balón saliera por la línea de fondo chilena, tras un leve forcejeo en la disputa del mismo, el futbolista trasandino pecheó al capitán del equipo nacional, quien se quedó parado, con los brazos abiertos sin responder. Sí, por ese hecho el rosarino recibió la segunda tarjeta roja de su carrera, ambas con La Albiceleste (la anterior había sido en agosto de 2005 en un amistoso contra Hungría, en el debut del 10 en la Mayor).

“Con una amarilla se terminaba para los dos”, declaró el propio Messi, luego del encuentro. Desde el arranque hasta el final, la fricción fue protagonista, pero no fue la única.

El 10 disputó su mejor cotejo desde el comienzo de esta Copa América. Ya contra Brasil, en la semifinal, había elevado su nivel, pero en el triunfo ante Chile por 2 a 1 fue su versión más destacada. Hasta que fue excluido injustamente, La Pulga participó activamente en todo el frente de ataque, siendo el enlace entre el mediocampo y los delanteros. A los 12 minutos habilitó a Agüero, para el primer gol argentino. Paulo Dybala, a los 22, anotó el segundo. Tras la ventaja, Messi continuó siendo la carta más importante en ofensiva hasta lo ocurrido con Medel.

“Se cansaron de cobrar boludeces y hoy ni lo revisaron”, había afirmado el rosarino, tras la derrota frente a La Canarinha por 2 a 0. Haciendo referencia al mal uso de la tecnología o, por lo menos, a la imparcialidad en el modo de emplearla. En la zona mixta de la Arena Corinthians retomó el guante y lanzó: “Lo de hoy fue un paso de factura por lo que dije la otra vez, no tengo dudas”. Más claro, imposible.

En el momento de la premiación, Messi se ausentó. La rebeldía se hizo carne en él, y rompió el molde. “La corrupción y el arbitraje arruinaron que la gente disfrute el espectáculo futbolístico. Nosotros no tenemos que ser parte de eso, por eso no fui”, sentenció el 10. Un mensaje que no está direccionado únicamente a los que imparten justicia dentro del campo, sino que también, es un pase de factura a los altos mandos de la CONMEBOL, y por qué no, a los de la FIFA.

“Fuimos uno de los mejores equipos y no nos dejaron ir a la final. La Copa está armada para Brasil”, denunció el del Barcelona. Fue la última frase de las tantas que dejó, pero una de las que más revuelo generó. Explicitó la connivencia entre la confederación que organizó el evento y los anfitriones del mismo.

Se denota un cambio en el semblante del astro a partir de sus dichos luego de cada partido. En la actualidad, su liderazgo excede el juego. Messi plantó bandera y, lentamente, se transformó en la voz de mando de un seleccionado que está en pleno crecimiento.

 

Jaguares, el resultado de confiar a largo plazo

Por Pablo Fonseca y André Ribles

“Esto recién empieza”, arengó Agustín Pichot a sus compañeros tras vencer a Francia en el partido inaugural del Mundial 2007, que finalizaría con un tercer puesto histórico. Sin embargo, la frase del capitán no quedaría olvidada en ese logro, sino que sería el inicio de un proyecto con el objetivo de llevar el rugby argentino a lo más alto.

En el año 2009, se implementó el Plan de Alto Rendimiento o PlaDAR –actualmente llamado Academias de la UAR- en su búsqueda de captar y formar jugadores de todo el país. A través de estos institutos se logró mejorar el desarrollo y la preparación para la alta competencia.

Los cambios de mentalidad que esto generó se vieron reflejados de inmediato con la creación de los Pampas XV en 2010, lo que significó para muchos jóvenes argentinos la primera disputa de alto nivel en su carrera. La Vodacom Cup, más allá de no ser una competencia de primer orden, marcó el inicio del roce ante jugadores profesionales y dio sus primeros frutos cuando el equipo se consagró campeón en su segunda participación.

Un año después de la eliminación en cuartos de final del Mundial 2011, Los Pumas participaron por primera vez del Rugby Championship –ex Torneo de las Tres Naciones- ante las potencias Australia, Sudáfrica y Nueva Zelanda, y se empezarían a codear con la elite internacional de manera anual. El desafío de enfrentar a los mejores no fue fácil y se reflejó en los resultados, ya que sólo una vez lograron no finalizar en el último lugar de la tabla. A pesar de esto, el rendimiento del seleccionado argentino mostraba un claro crecimiento y pudo demostrarlo en el siguiente certamen mundial, donde alcanzaron el cuarto puesto.

Luego de su alza en el ámbito del alto rendimiento internacional, la UAR solicitó mayor competición y obtuvo la aceptación por parte de la World Rugby, como así también de la Sanzaar, para participar en el torneo de equipos más importante del hemisferio sur, el Super Rugby. En diciembre de 2015, producto de un cambio en la reglamentación, se dio a conocer la confirmación de Jaguares, la franquicia argentina con el objetivo de potenciar, profesionalizar y jerarquizar todavía más el rugby nacional. Esta nueva participación modificó de forma radical las reglas para formar parte de Los Pumas, debido a que, como condición, sólo podrían ser seleccionados los jugadores que participaran en la liga local o en alguna de las franquicias del nuevo campeonato por disputar.

Su primera experiencia no fue del todo buena. Contó con un plantel muy joven y en su mayoría de carácter amateur, con protagonistas provenientes de los clubes del país y algunos profesionales que estaban en el exterior. Tras quince partidos disputados, solo pudo conseguir 4 victorias y sufrir 11 derrotas, quedando quintos en su grupo y terceros en su conferencia sin poder avanzar de fase. En la siguiente edición se notó una leve mejoría en los números con siete partidos ganados y ocho perdidos pero, aun así, no alcanzó para superar la etapa regular.

En 2018, Mario Ledesma asumió como Head Coach y se ocupó de amoldar al grupo y volverlo más sólido. Sus dirigidos consiguieron quedar segundos en la conferencia sudafricana y lograr hitos importantes como dos victorias ante rivales neozelandeses, aunque en la postemporada cayó en cuartos de final ante Lions.

Finalmente, Ledesma adoptó el cargo de técnico de la Selección nacional, lo que derivó en la contratación de Gonzalo Quesada, actual entrenador, y si bien estos cambios podrían haber desmantelado el trabajo creado en años anteriores, el plan no cambió. El proyecto siguió siendo el mismo, apostar a las bases para poder potenciarlas con el apoyo de sus profesionales más experimentados.

Cuando se trabaja correctamente y con perseverancia, los resultados no tardan en llegar. Después de hacer una gran temporada, finalizar segundos en la tabla general y vencer a Chiefs y Brumbies en los playoffs, los argentinos llegaron por primera vez a una final, aunque no pudieron superar el oficio de Crusaders, que se consagró tricampeón en una definición muy trabada.

En septiembre arrancará el Mundial en Japón y como siempre genera mucha expectativa, sobre todo si se tiene en cuenta este enorme presente del rugby en Argentina. El desafío será seguir con este proceso de mejora que, hasta el momento, parece estar lejos de su tope y emociona para el futuro.

Los entrenadores argentinos dicen presente en las finales

Por Dalmira San Miguel

Antes existía el entrenador y nadie le prestaba mayor atención. El entrenador murió, calladito la boca, cuando el juego dejó de ser juego y el fútbol profesional necesitó una tecnocracia del orden. Entonces nació el director técnico, con la misión de evitar la improvisación, controlar la libertad y elevar al máximo el rendimiento de los jugadores, obligados a convertirse en disciplinados atletas”, definió Eduardo Galeano, escritor uruguayo,  en su libro El Fútbol a Sol y Sombra el verdadero significado del director técnico. El próximo domingo se enfrentaran en la final de la Copa América 2019 Brasil y Perú. Este último, es dirigido por un argentino, Ricardo Gareca. El dato curioso es que las últimas seis finales del torneo sudamericano tuvieron a técnicos argentinos en la final del mismo.

Copa América Perú 2004

La Copa América de 2004 contó con 12 seleccionados: diez países sudamericanos, uno centroamericano y el restante norteamericano. En la misma se marcaron 78 goles y el jugador brasilero Adriano fue el máximo goleador del torneo con 7 tantos. La final la disputaron Argentina y Brasil. Los primeros fueron dirigidos por el argentino Marcelo Bielsa y los otros por Carlos Parreira, ex jugador brasilero. La Selección Argentina se quedó con el segundo puesto tras perder por penales 2-4.

Copa América Venezuela 2007

Fue la primera vez que este torneo se disputó en Venezuela. El mismo contó con 12 seleccionados. En total 1050230 espectadores concurrieron a la Copa. La final la jugaron, nuevamente, Brasil y Argentina. Dunga, exjugador, era el entrenador de los brasileros mientras que, Alfio Basile dirigió a la albiceleste. El trofeo lo levantó Brasil ya que le ganó a Argentina por 3 a 0. Los tantos los marcaron Julio Baptista, Daniel Alves y Roberto Ayala, en contra.

Copa América Argentina 2011

Ocho estadios abrieron sus puertas para que disputaran los encuentros de la misma: Antonio Vespucio Liberti (Buenos Aires), Marío Alberto Kempes (Córdoba), Ciudad de La Plata (Buenos Aires), Malvinas Argentinas (Mendoza), Brigadier General Estanislao Lopez (Santa Fe), San Juan del Bicentenario (San Juan), 23 de agosto (Jujuy) y Padre Ernesto Marteanera (Salta). Argentina perdió en los cuartos de final contra Uruguay por 4-5 en los penales. En la final, se enfrentaron Uruguay y Paraguay, este último, fue dirigido por el argentino Gerardo Martino. Los uruguayos se consagraron campeones tras ganar por 3 a 0.

Copa América Chile 2015

En total se convirtieron 59 tantos. El goleador fue el chileno Eduardo Vargas con 4 goles. La final la disputaron Argentina y Chile. Ambas Selecciones fueron dirigidas por entrenadores argentinos. Gerardo Martino fue el director técnico de los Albicelestes mientras que, Jorge Sampaoli entrenó a La Roja. La Copa la levantó Chile ya que ganó 4-1 en los penales.

Copa América Estados Unidos 2016

Participaron 16 seleccionados: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Estados Unidos, Haití, Jamaica, México, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. En la final se enfrentaron Chile y Argentina. En la misma, ambos entrenadores eran argentinos. Gerardo Martino entrenó a la Albiceleste y Juan Antonio Pizzi a La Roja. Los dirigidos por este último salieron campeones tras ganar en la tanda de penales por 4-2.

Copa América Brasil 2019

El próximo domingo se jugará la final entre: Brasil y Perú. Ricardo Gareca, entrena a estos últimos. En este torneo cosechó con la selección peruana:3 partidos ganados, 1 empatado, 1 perdido. Hay que recordar que ambas selecciones ya se cruzaron en la fase de grupos, en la misma, salió victorioso Brasil ya que, ganó por 5 a 0. 

El gol escandinavo llegó desde Kosovo

Por Federico Bajo

Para entender cómo Suecia obtuvo el tercer puesto en el Mundial de Francia, no alcanza con solo saber que ganó por 2-1 a Inglaterra bajo la agobiante humedad de la ciudad de Niza. También hay que conocer algunas cuestiones geográficas, históricas y políticas porque, básicamente, no puede separarse el fútbol de la vida.

Si no hubiesen existido Yugoslavia, las guerras y los migrantes, el primer gol de Suecia en el partido jamás se habría marcado, por una simple razón: su autora, Kosovare Asllani, no vestiría la camiseta sueca.

A los 11 minutos del primer tiempo, la lateral izquierda de Inglaterra, Alex Greenwood, despejó mal un centro con su pierna derecha y dejó la pelota dentro del área para que Asllani remate contra el palo izquierdo de la arquera, Caryl Telford, y comience a correr con lo brazos abiertos festejando un gol que también se celebró en un país que ni siquiera participó del Mundial: Kosovo. La razón es que Asllani es hija de albanokosovares, de allí la elección de su nombre, para que no olvide sus raíces.

La mediapunta de 29 años, que estuvo en duda para este partido por un golpe que recibió en la semifinal ante Holanda, se ha convertido en una figura del deporte para la nación de sus padres y ha declarado que es un orgullo representarla a través del fútbol. Además, la ex Paris Saint Germain y Manchester City es una de las mejores jugadoras de Suecia y, con el tanto de hoy, llegó a tres en la competencia en la que terminó como la goleadora de su país.

Sin embargo, Asllani no puede sola. En el entretiempo debió salir por una lesión y la que se hizo cargo del equipo fue su compañera Sofia Jakobsson, quien ya a los 22 minutos de la primera parte había encarado de izquierda a derecha para convertir un golazo con un disparo al segundo palo que puso el 2-0. Pese a que Suecia arrancó siendo muy superior al conjunto que dirige Phil Neville, desconcentraciones defensivas desembocaron en el descuento de Francesca Kirby a los 31 minutos del primer tiempo para decretar el marcador final. Aunque no por eso faltó suspenso.

Inmediatamente después del tanto de Kirby, la centrodelantera, Ellen White, la paró de pecho dentro del área, giró y puso el empate parcial que, luego de revisarlo a través del VAR, fue anulado por una mano de la inglesa.

Es por estas razones no hay que desatender el juego para pensar el triunfo escandinavo. Inglaterra atacó durante todo el segundo tiempo en busca del empate, que estuvo muy cerca, pero no llegó. A los 44 minutos del complemento, la marcadora central Nilla Fischer despejó, con la cabeza y sobre la línea, una pelota que iba directo al arco.

Fischer juega en la selección desde 2001 y por eso fue homenajeada en su país junto a Asllani, la arquera, Hedvig Lindahl, y la mediocampista Caroline Seger, con la construcción de una estatua. Pero un día antes del segundo partido de Suecia en esta Copa del Mundo, ante Tailandia, la escultura de Fischer fue destruida. La única de las cuatro construidas. Los motivos se desconocen, pero medios suecos atribuyen el hecho a las declaraciones de Fischer en apoyo a la comunidad LGBTIQ, a la cual pertenece, ya que en 2014 contrajo matrimonio con su esposa. La salvada en la última jugada puede significar una reivindicación personal para ella, pero también para las millones de personas que, mientras se disputaba el encuentro, realizaban la Marcha del Orgullo en las calles de Londres.

El resultado del partido respondió a la lógica. De los 25 partidos que habían jugado antes ambas selecciones, Suecia había ganado 14 e Inglaterra solo 3. Sin embargo, este fue el primero en una Copa del Mundo. Las escandinavas obtuvieron el tercer puesto al igual que en China 1991 y Alemania 2011, pero se quedaron con las ganas de repetir el subcampeonato de Estados Unidos 2003, su mejor ubicación. Inglaterra, en cambio, estuvo a un pasó de repetir la tercera posición de Canadá 2015, su máximo logro. De todos modos, nada de esto hubiese ocurrido sin el gol escandinavo que llegó desde Kosovo.

Chile cruzó en mula

Por Franco Sommantico

El otro día viendo el noticiero por primera vez en mi vida descubrí algo que me llamó la atención. Mamá me había llamado a comer hacía menos de un minuto. Bajé corriendo las escaleras —ese día en particular tenía mucha hambre— y cuando entré a la cocina la comida todavía no estaba hecha. Le pregunté a mamá por qué me había hecho bajar antes y respondió de manera estridente y sin reparos: ¡Si siempre tardas dos horas! Mentira, la primera de todas. Después intentó persuadirme —se habrá sentido culpable por semejante grito que pegó— diciéndome que me quedara hablando con ella, que ya pronto iba a estar lista la comida. Me senté en el sillón del living y me quedé viendo la televisión. Acababa de terminar un programa de preguntas y respuestas y empezaba el noticiero.

Lo primero que apareció sobre la pantalla fue un cartel enorme que decía Títulos, acompañado de una música que intentaba provocar dramatismo. Una voz en off grave y bien articulada leía los títulos a medida que iban pasando, y sintetizaba, en un par de oraciones, las noticias. Duras, crudas. Pero como ese día empezaba la Copa América, cuando terminaron las muertes apareció una imagen de perfil de Lionel Messi señalando el cielo bajo el título de: Argentina va por el sueño. Después pusieron un video de las finales perdidas contra Chile y el locutor mencionó el horario y día de los partidos de la selección. Cuando terminó con Argentina repasó los partidos de Brasil, Uruguay, Colombia y finalizó con Chile, que debía enfrentar a Japón. Pasaron videos con goles de Alexis Sánchez, jugadas de Arturo Vidal e incluso volvieron a pasar la definición por penales de la final anterior. Cuando por fin estaba terminando el informe apareció dando vueltas en círculos la palabra Curiosidad. Venía flotando de adentro del televisor, como proveniente de una dimensión extraña y ajena a nuestra realidad cotidiana. La pantalla quedó un par de segundos tapada por esa única palabra, solitaria y ridícula, que los productores adornaron con un brillo en el contorno para que el espectador no perdiera la atención.

Entonces vi por primera vez la historia. Una imagen en blanco y negro mostraba a un grupo de jugadores montados en mulas cruzando la cordillera de los andes. Según el locutor, en el año 1919, luego de la primera Copa América que se jugó —eso dijeron en el noticiero, la segunda mentira—, la selección chilena había realizado una epopeya no muy distinta a la del general José de San Martín casi un siglo antes. En ese momento, y por desgracia, mi mamá me volvió a llamar para comer. Me quedé unos segundos hipnotizado frente al televisor, viendo las imágenes que ilustraban la aventura y escuchando con atención la voz grave del locutor.

Dale nene que se enfría, volví a escuchar, entonces me fui a comer. Durante toda la cena fui incapaz de pensar en otra cosa; entre bocado de milanesa y cucharada de puré pensaba cómo un grupo de jugadores había sido capaz de cruzar los andes en mula después de haber jugado una Copa América. Imaginé la misma situación en estos tiempos y me pareció imposible, incluso graciosa. Jugadores como Messi o Agüero, que están acostumbrados a viajar en aviones privados, montados en mulas. Imposible.

Terminé de comer y subí a la computadora. Googlié: Copa América 1919 Chile cruce mulas, y descubrí que realmente había ocurrido. Las primeras páginas que abrí mencionaban casi todas lo mismo. Que Chile había perdido todos los partidos, que participaron cuatro equipos, que salió campeón Brasil y que como no tenían cómo volver, cruzaron en mulas. Ninguna publicación entraba en detalles sobre lo que a mí realmente me interesaba. Quise apretar “Siguiente” y sin querer toqué la página 10.

De pronto me vi sumergido en ese mundo extraño y siniestro que son las páginas de Google a partir de la cinco en adelante. Las noticias poco tenían que ver con lo que había buscado. Los títulos eran: Alianzas atlánticas en Armas Antárticas, corsarios y cimarrones en la obra de Juan de Miramontes y Zuázola. Los tranvías de colombia, electric transport in Latin America. El concepto de diversidad vegetal desde la etnia mapuche a la enseñanza formal en chile. No me animé a clickear ningún enlace, estaba realmente asustado. Seguí bajando con la ruedita y el cursor encima de la cruz, para poder cerrar rápido si la cosa se ponía más turbia, cuando leí el título de la última publicación. Decía: Las Mulas, una crónica de Alfredo Paniagua, y tenía la opción para abrirla como PDF. El título me llamó poderosamente la atención. Al principio dudé, tenía miedo de que al abrirla el antivirus de mi computadora se pusiera violento y me llenara la pantalla con carteles de “Tu equipo ha detectado una amenaza”. Pero después hice la señal de la cruz, recé un par de padrenuestros, cerré los ojos y clickié. Entonces leí la tercera mentira.

 

Las Mulas

Una crónica de Alfredo Paniagua

Habíamos llegado a Brasil junto a mi compañero Arturo Bolaño un día antes del primer partido, el 10 de mayo de 1919, con la única misión de escribir sobre nuestra selección nacional durante el campeonato sudamericano. Así nos lo había hecho saber Ricardo Sepúlveda, quien entonces era el dueño del diario deportivo “Sports Andino” para el que trabajábamos, el día en que nos dio los pasajes de tren: “Los envío a ustedes dos ya que conozco sus capacidades. No quiero que se les escape ni un solo detalle. El pueblo chileno debe estar al tanto de todo lo que haga nuestra amada selección” dijo. Y eso fue lo que hicimos. No bien llegamos a Río de Janeiro nos pusimos al tanto. Mientras Arturo bajaba al restaurante del hotel en el que nos hospedamos para comer algo, yo aproveché e hice un par de llamadas. Descubrí por medio de algunos colegas que la delegación que conformaban dieciséis jugadores, el entrenador y tres dirigentes, habían tenido dificultades en un trayecto del viaje en Los Andes. Según me informaron habían llegado al pueblo Centenario ya entrada la noche, por lo que se les hizo imposible conseguir habitaciones en algún hotel. Abandonados en las calles de tierra y acorralados por la urgencia, el entrenador Héctor Parra decidió buscar una solución. Se acercó al despacho del Gobernador y le solicitó un albergue para él y sus jugadores. El Gobernador repreguntó en los hoteles y ante la negativa se le ocurrió una idea. Vio en la comisaría del pueblo un lugar propicio para que descansen los jugadores y los mandó a dormir ahí. A la mañana siguiente, para remendar el destrato recibido por parte de los hoteles y vanagloriar como era debido a los hombres que representarían a la nación, el Gobernador los despertó con medio litro de café y pan a base de candeal para cada uno. Luego continuaron viaje hasta que llegaron a Montevideo, donde se embarcaron en el “Florianópolis” junto a argentinos y uruguayos  para llegar, al término de una larga y penosa navegación de diez días, a la capital Brasileña.

Al haberme enterado de los inconvenientes que había sorteado nuestra selección bajé corriendo al comedor del hotel a contarle a Arturo. Me sorprendió menos encontrarlo degustando un sanguche de miga y una botella de vino que la historia que me acababan de contar. Le ordené que cuando terminara su almuerzo redactara un telegrama a la delegación para que ellos mismos confirmen los hechos.

No recibimos respuesta sino hasta la noche. Arturo roncaba al lado mío cuando golpearon a la puerta. Me levanté con el pijama puesto y abrí. Una empleada del hotel me extendió una carta que decía: “Últimamente hemos recibido una lluvia de telegramas pidiendo explicaciones. Por desgracia nos hemos visto obligados a rechazarlas a fin de atender adecuadamente a nuestro  entrenamiento. Les rogamos sepan entendernos. La selección chilena”.

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A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, le comenté a Arturo respecto de la carta. Le pareció, al igual que a mí, bastante desafortunada. Para no sentirnos decepcionados decidimos no darle demasiada importancia. Un par de horas más tarde partimos rumbo al estadio con poca ilusión de conseguir la victoria. Recuerdo con absoluta claridad los acontecimientos que ocurrieron aquella tarde soleada en el recién inaugurado Álvaro Chaves. Nuestra selección nacional debutaba frente al anfitrión sin esperanzas de vencer. No nos guiaba otro fin que recibir lecciones de maestros como los brasileños, y contribuir, con nuestra presencia, al mayor éxito de la jornada. La ficha que nos dieron a Arturo y a mí en la entrada decía que el Álvaro Chaves al que hacía referencia el nombre del estadio había sido un político republicano y abolicionista que había creado el partido Riograndense. El destacado arquitecto Gustavo Hipólito Pujol Junior había sido el encargado de diseñar las gradas sobre las que treinta mil espectadores brasileños alentaban a su selección. Minutos antes de comenzar el partido, durante la inauguración oficial, dos aeroplanos improvisaron acrobacias sobre el cielo despejado de Río de Janeiro. El presidente Epitácio Pessoa, quien había asumido hacía un par de meses debido a la muerte de Rodrigo Alves a causa de la pandemia de gripe Española (que también se había llevado, entre sus más de cuarenta millones de víctimas en todo el mundo, a la madre de Arturo) aplaudía desde su palco las hazañas de los aeroplanos y esperaba, impaciente como nosotros dos, a que el árbitro argentino Juan Pedro Barbera diera el pitazo inicial.

Los primeros minutos del partido resultaron, para nuestra sorpresa, relativamente parejos. Sin embargo, cuando promediaba el minuto veinte, ya todo transcurría según lo imaginado. Arthur Friedenreich y Neco habían puesto el marcador dos a cero. Nuestra selección rara vez conseguía el balón, y las pocas veces que lo hacía le duraba pocos segundos. Prefiero omitir los detalles sobre el resto del partido. Cualquiera será capaz de imaginarlos, teniendo en cuenta que terminó seis a cero. Arturo y yo nos miramos y pensamos lo mismo: que si nuestro arquero Manuel Guerrero, al que a partir de esa tarde apodamos “el maestro”, no hubiese tenido una actuación magnífica, el resultado hubiera sido todavía más abultado.

Si bien sabíamos que la derrota estaba asegurada desde el comienzo, volvimos al hotel cabizbajos. Arturo se fue al restaurante a comer algo. Yo preferí subir a la habitación. Saqué del cajón la libreta y mi pluma y, a modo de consuelo, escribí lo siguiente: “Hemos perdido el match, pero en cambio cada día conquistamos mayores simpatías en todos los círculos. Tanto las sociedades aristocráticas como las obreras nos dan muestras de gran estimación y cariño. Nuestra selección ha demostrado tras la derrota que amén de una pletórica vida existe una voluntad férrea y un carácter hecho para todas las contingencias”.

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Durante la semana que siguió, pues el próximo partido se habría de jugar el 17 de mayo, aprovechamos con Arturo para recorrer la ciudad. A pocas cuadras de nuestro hotel, bajo las altas temperaturas que promediaban a plena luz del día, montones de obreros trabajaban en torno a construcciones antiguas que el gobierno había declarado insalubres. Algunas simplemente las reparaban, pero en otros casos, cuando creían que la peste era irreversible, preferían demolerlas. El sonido de los martillos y de los escombros al derrumbarse era constante, y Arturo se quejó más de una vez de que lo despertaban a la hora de la siesta.

Una tarde en que paseábamos por la zona céntrica nos sorprendió la presencia de un líquido amarillo y casi fluorescente desparramado sobre una de las calles. Le pregunté al hombre que lo esparcía para qué servía dicho líquido. Me respondió, o al menos eso fue lo que entendí, que debido a la peste bubónica y la fiebre amarilla del año anterior, el prefecto Francisco Pereira Passos había tomado la determinación de lanzar una intensa campaña para erradicar ratas e insectos.

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El día del partido contra Uruguay, nuestras esperanzas eran apenas mayores. Si bien había altas posibilidades de perder, con Arturo teníamos la ilusión renovada. Llegamos al estadio Álvaro Chaves cerca del mediodía. No mucha gente tuvo la oportunidad de ver aquel partido. A diferencia de la semana anterior, las tribunas parecían abandonadas. No había casi ningún brasileño, con excepción de algún que otro curioso y un puñado de periodistas desdichados a los que les había tocado trabajar. El partido se desarrolló parejo durante buena parte del primer tiempo, pero cuando faltaban quince minutos para que el árbitro Adilton Ponteado diera la orden de descanso, Carlos “el Rasqueta” Scarone metió un bombazo de derecha que fue a clavarse al ángulo de Guerrero. A dos minutos del cierre del primer tiempo, José Pérez amplió la ventaja tras un cabezazo oportuno dentro del área chica y de esta manera quedó sentenciado el encuentro.

En el segundo tiempo nuestra selección intentó, pese a sus limitados recursos, ajustar el marcador. Y tuvo sus oportunidades, porque a Alfredo France le anularon un gol (discutimos la decisión con Arturo un buen rato y llegamos a la conclusión de que había sido mal anulado), y el arquero uruguayo Roberto Chery le atajó una pelota imposible a Ulises Poirier por la que sufrió una estrangulación de hernia y debió ser retirado en camilla. Trece días después de aquella atajada, mientras yo me preguntaba si alguna vez volvería a mi casa, me llegó la noticia de que Chery había muerto en un hospital de Río de Janeiro; pero en ese momento nadie sabía nada. Cuando me acerqué a nuestros colegas uruguayos para consultarle respecto a su estado de salud, me respondieron: “es privado”.

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Esa tarde volvimos al hotel recordando las jugadas del partido. El equipo soportó los continuos ataques de un seleccionado ampliamente superior y logró realizar jugadas que nunca antes habíamos visto. Coincidimos en que nuestra selección había dado claras muestras de mejoría. Cuando llegamos, como ya era costumbre, Arturo se quedó en el restaurante comiendo algo. Yo subí a la habitación y escribí: “Hemos perdido nuevamente. Aunque el equipo haya demostrado tener el coraje suficiente para competir en un campeonato como este, todavía tiene mucho por mejorar. Encuentro que una de las razones por la cual a nuestro país le ha correspondido hacer un papel secundario se debe a la poca importancia que se le da, desde los ámbitos gubernamentales, al deporte. Aquí el gobierno presta a los deportistas una ayuda muy eficaz. Allá el fútbol y su desarrollo marcha lentamente y el progreso del deporte en general se debe a la iniciativa de unos cuantos ciudadanos bien inspirados”.

Cinco días más tarde, nuestra selección jugó contra la Argentina por el tercer puesto en el estadio Álvaro Cháves, ante la presencia de quince mil espectadores. Prefiero no relatar mucho sobre lo ocurrido aquel partido. Basta con saber que Argentina ganó por cuatro a uno, que los goles los hicieron Edwin Clarcke (que anotó tres) y Carlos Izaguirre, y que para chile el único gol del campeonato lo marcó Alfredo France. Cuando salimos del estadio ya no tenía ganas de nada. Con el campeonato concluido, lo único que quería era llegar a mi casa en Valparaíso y disfrutar de alguna comida preparada por mi madre. Le dije a Arturo que se encargara él de escribir la crónica de aquel partido. No me respondió nada. Se sentó en la mesa del comedor, pidió una botella de aguardiente y comenzó a redactar: “Perdimos. Por tercera vez nos tocó jugar con el sol en contra durante el primer tiempo, lo que, como nadie ignora, es una gran ventaja”… Yo subí a la habitación dispuesto a preparar las valijas. Cuando abrí la puerta me sorprendió ver que las camas estaban tendidas y que la ropa que Arturo había dejado desparramada por el piso estaba doblada y bien apilada sobre las sábanas. Al lado de mi almohada había una carta de nuestro jefe Sepúlveda. Decía que por cuestiones burocráticas y de presupuesto no habían podido comprar los dos pasajes de vuelta sino uno solo “arreglen entre ustedes, les dejo esta plata para que el que no use el pasaje pueda sobrevivir algunos días más”. Agarre los billetes que había en el sobre y bajé corriendo las escaleras a contarle a Arturo. Para entonces la crónica ya estaba escrita y a la botella de aguardiente le quedaba poco y nada. Me senté frente a él y le mostré la carta de Sepúlveda.

Solo hay una forma de solucionar esto, dijo Arturo.

Me sirvió lo que quedaba de aguardiente y con un movimiento brusco de muñeca puso la botella a girar. Dejemos que decida el azar, agregó. La botella giró durante casi un minuto. En mi cabeza comencé a imaginar posibles regresos; utilizar el pasaje era la diferencia entre el cielo o el infierno. Era la ruta congelada o mi madre preparando un caldillo de congrio caliente y bien condimentado. Eran tres días en tren o cuarenta a la deriva. Ahí estaba yo, parado en medio de la ruta desierta, esperando desesperadamente, casi muriéndome de frío, con la nariz roja y los párpados crujiendo con cada pestañeo, a que algún campesino se dignara a subirme al lomo de su caballo y me acercara, de esa manera, a mi hogar. La botella comenzó a detenerse de a poco. Para cuando se detuvo por completo, la tapa apuntaba contra el pecho de Arturo. Lo siento, compañero, me dijo. Bebí de un trago lo poco que quedaba de aguardiente y le dí el pasaje en tren. Me guardé los billetes en el bolsillo de la campera y subí a la habitación a preparar la valija.

***

Más tarde acompañé a Arturo a la estación. La noche era fría como pocas. En el cielo de Río de Janeiro una luna brillante e inmensa iluminaba los andenes donde la gente se reunía para aguardar la llegada del tren. Había de todos los países; chilenos, argentinos, brasileños y uruguayos. En un banco cerca de la cabina donde vendían los pasajes reconocí a dos jugadores uruguayos. Carlos Scarone conversaba con su hermano Héctor sobre la final que habían perdido aquella tarde contra los brasileños. Ambos tenían puesto un sobretodo color marrón. Carlos tenía una boina negra y Héctor fumaba mientras lo escuchaba.

Me acerqué a la ventanilla donde vendían los pasajes y le pregunté a la señora que atendía si no le quedaba alguno de más. La señora respondió que no, que ya estaban todos vendidos. Arturo me miró y sacudió la cabeza. Por un momento pensé que se arrepentiría y me daría el pasaje a mí por todo el trabajo que había hecho por él; pero eso no ocurrió. A los treinta minutos apareció la locomotora escupiendo humo, y de pronto me quedé solo en la estación. Sin manera de volver, ni lugar para dormir, pegué la vuelta y caminé rumbo al centro.

A pocas cuadras divisé, a lo lejos, a un grupo de personas que venía corriendo hacia mí. Venían dejando tras de sí una gran nube de polvo espeso, y a medida que se iban acercando comenzaban a oírse con mayor fervor el ruido de las zapatillas contra la tierra. Parecían una manada de búfalos corriendo de las fauces de un león, solo que no había ningún león y, en todo caso, yo era el búfalo. Se detuvieron a pocos metros de mí. Solo entonces los reconocí. Era la delegación chilena. Estaban exhaustos; respiraban con dificultad y se los veía realmente agitados. El entrenador Héctor Parra se abrió paso y me preguntó si ya se había ido el tren. Le contesté que sí, y todos insultaron y patearon el suelo.

Les dije que lo perderíamos, dijo el Gringo Poirier. Todo por hacerle caso a este huevón, agregó, señalando a Guerrero.

Encontrarme con ellos fue mi salvación. Les comenté respecto de lo que me había sucedido y me ofrecieron hospedarme en su hotel hasta el día siguiente, que partería el próximo tren. Como éramos de la delegación chilena (a partir de ese momento comencé a ser uno de ellos) no tuvimos inconvenientes en reservar habitaciones en el hotel, que a comparación del que había dormido hasta entonces, este parecía el palacio Cousiño. Cenamos una feijoada que, según nos dijeron los mozos que nos atendieron, era un plato que trajeron los portugueses y se estaba empezando a comer seguido. Contiene frijoles negros, carne salada, arroz y naranja. Me resultó bastante agradable, y todos comimos hasta reventar.

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Abandonamos la capital brasileña a la mañana siguiente, no sin antes desayunar un abundante cóctel de frutas y cereales que amablemente nos sirvieron en el hotel. Ésta vez fuimos cuidadosos con el horario del tren y no tuvimos inconvenientes. El viaje, aunque largo y agotador, resultó de maravilla. Compartí vagón con algunos jugadores por lo que pude hacer varias entrevistas y reportajes que fueron los que más tarde publiqué en el Sports Andino. En su momento muchos colegas me preguntaron cómo había conseguido los testimonios, sobre todo por la fluidez y la confianza con la que se habían desenvuelto los jugadores. A todos aquellos, ahora lo saben. Realmente era un grupo de personas amables y generosas.

Para cuando llegamos a Buenos Aires comenzó una aventura que ninguno de nosotros había imaginado y para la cual no estábamos preparados. La idea principal era quedarnos dos noches y partir para la provincia de Mendoza, donde nos tomaríamos el Trasandino para llegar a Los Andes. No teníamos intenciones de quedarnos el tiempo que nos quedamos. Los primeros días pasaron rápido. Extasiados por la fiebre de la gran ciudad, entre noches de copas y paseos de tarde los días se fueron sucediendo. Recuerdo en particular la noche en la que nos sumergimos dentro de una pulpería cerca del puerto, donde algunos gauchos jugaban a los naipes y bebían mientras con los ojos rojos y ardientes veían a un grupo de mujeres que bailaban al compás de un folclore que tocaban dos negros mota. Los gauchos apenas desviaron la vista cuando nos vieron entrar, y eso que éramos como diez. El maestro Guerrero al principio tenía miedo, decía que buscáramos otro sitio. Ándale huevón, sin miedo, lo había animado Poirier. En realidad no había nada de qué temer. Los gauchos nos miraron torcido cuando reconocieron, por nuestra tonada, que éramos chilenos. Creo que alguno empezó a insultarnos. Nosotros solo queríamos beber un par de tragos, por lo que ignoramos los agravios y nos dirigimos hacia la barra. Pedimos varias botellas de vino y grapa que bebimos como dios manda, hasta que llegó un momento de la noche en el que las palabras comenzaron a salir por sí solas y ya no pensábamos lo que decíamos. Nuestro tono de voz había aumentado notablemente; ya casi rozaba el grito, cosa que a los gauchos, que dentro de todo se habían comportado, hizo enfurecer. No recuerdo con exactitud quién fue primero, si Alfredito France o el gaucho, lo cierto es que cuando me di vuelta los vi a ambos gritándose cara a cara, al borde de los golpes. Corrimos a separarlo desesperados, puesto que pensamos que lo iban a matar, pero los otros gauchos se pararon y nos detuvieron. Déjenlos a ellos, dijeron, que sea un mano a mano. Los negros mota dejaron de tocar y las mujeres se quedaron estáticas, observando con asombro y curiosidad lo que estaba ocurriendo. No porque nunca hubieran visto una pelea, de hecho más tarde nos contaron que todas las noches más de uno terminaba ensangrentado en el piso, herido de un faconazo. Lo que les había llamado la atención fue la propuesta que le había hecho el delantero de nuestra selección: había desafiado al gaucho a una partida de truco. El hombre que servía los tragos sacó un mazo de cartas de la barra y lo tiró. Se sentaron a una mesa en el centro del salón y comenzaron a jugar ante la mirada de todos los que estábamos presentes. Los detalles de este desafío los escribí varios meses después en una crónica para el Sports Andino, por lo que no voy a decir nada más. Basta con saber que France ganó y casi nos matan a todos.

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Así vivimos esa semana en Buenos Aires, entre el hotel y las pulperías, pero pronto nos fuimos quedando sin dinero (de lo que me había dejado Sepúlveda ya no me quedaba nada hacía rato) y una mañana de la segunda semana el entrenador Parra recibió una carta de la federación chilena en la que preguntaban, preocupados, por nosotros. Parra le respondió que debido a que las rutas estaban obstruidas (mentira) nos habíamos quedado varados en Buenos Aires. Esa misma tarde empacamos y nos subimos a un tren de carga que para la madrugada ya nos tenía en Mendoza.

A esa altura ya teníamos a nuestra disposición el Ferrocarril Trasandino, el único medio de transporte que había unido el Pacífico con el Atlántico, por lo que creímos que nuestro regreso lo haríamos en un abrir y cerrar de ojos. Pero entonces sucedió lo peor. La mentira de Parra se volvió realidad. Nadie puede precisar cuándo, pero comenzó a nevar con tanta intensidad que pronto las vías se bloquearon. Permanecimos en Mendoza durante trece días en los que no la pasamos nada bien. Mendoza no es una ciudad como Buenos Aires; no teníamos nada para hacer. Muchos además estaban agotados y extrañaban a sus familias. Fue en ese momento, ni antes ni después, que envidié a Arturo. Lo imaginé relajado en su casa, o jugando a la pelota con sus hijos, o haciendo el amor con su mujer. ¿Hace cuánto habría llegado? Los recuerdos con él me parecían ahora tan lejanos, tan ajenos. Parecía que habían pasado décadas desde la última vez que lo había visto, y sin embargo todavía no había pasado un mes.

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Cuando Parra al cabo de cinco días volvió a recibir una nueva carta de la federación chilena esta vez fui yo el encargado de contestar. Nos reunimos en un salón y por decisión de todos escribí lo siguiente: “Aun no sabemos cuándo partiremos. Estamos haciendo gestiones para irnos. Nuestra situación es cada día peor. Estamos desesperados. Llegaremos a Los Andes el jueves sin falta. La travesía la haremos en mula.”

¿! En mula¡?, preguntó Muñoz. Y ahí mismo le contaron. Resulta que el Trasandino no iba a estar disponible por veinte días más, y como la tía del dirigente Romeo Borghetti, una señora humilde que mantenía una granja con su marido en el Zanjón Amarillo, se había ofrecido a prestarnos veintidós mulas para que cruzáramos a Los Andes, ante la desesperación le dijimos que sí. Entre estar estancados aguardando un tren que nunca iba a llegar o estar en movimiento, preferimos lo segundo. Caminamos hasta Zanjón Amarillo y nos encontramos con la señora. Además de las mulas nos preparó una bolsa para cada uno con diez salchichones, un queso de tres a cuatro libras, dos cajas de conservas, varias tajadas de jamón y mortadela, seis panes y una botella de coñac. La bebida nos duró poco a todos. Era lo único que nos mantenía más o menos calientes. El comienzo fue alegre, puesto que las ganas de llegar estaban presentes. Pasamos dos noches y un día en un hotel en Puente del Inca, pero después todo comenzó a empeorar. El trayecto de Caracoles a Juncal debimos hacerlo a pie. Este trayecto fue el peor de todos, porque nos perdíamos en la nieve a cada rato y rodábamos como bolas. En un momento vimos a unos arrieros y decidimos arrendarles una mula más por treinta pesos para el gringo Poirier, al que habíamos encontrado desfallecido. Más adelante subimos también a Frez, que se había quedado dormido y tenía nieve hasta el pescuezo.