martes, noviembre 4, 2025
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Ni la tragedia interrumpió el show

La tragedia de Heysel

Por Ramiro Etchegaray

El 29 de mayo de 1985 es recordado como otro triste capítulo de violencia en un estadio de fútbol. Una vez más, hinchas que no solo alientan transformaron una final continental en una tragedia masiva que se cobró la vida de 39 personas y dejó a otras 600 heridas. Lo que debió ser Bianconeri versus Reds pasó a ser Ultra versus Hooligans. Un episodio lamentable de hace 35 años, pero que de tiempos pasados tiene poco.

En el Estadio de Heysel, Bruselas, se esperaba una fiesta del fútbol, y de fútbol no hubo nada. El Liverpool buscaba su quinto campeonato de Europa, Champions League desde 1992, en una final que lo enfrentaba con el equipo sensación, la Juventus de Platini, compuesto además por varios campeones del Mundial del ‘82. Tras arrasar año tras año en Italia, La Vecchia Signora buscaba llevar su poderío al ámbito continental. Por desgracia, el resultado es lo que menos se recuerda de aquella noche infame.

Barrabravas italianos e ingleses se enfrentaron en una batalla de guapos para nada nueva y con un antecedente muy cercano: el año anterior habían disputado la Supercopa de Europa. La derrota del Liverpool llevó a su gente a Bruselas en búsqueda de una revancha. Muy recordado por los medios en las semanas previas, en las tribunas se podía presentir el deseo de los ingleses de marcar la cancha (y las gradas también) desde temprano para demostrar su supremacía.

Por conveniencia económica de la organización, o tal vez simplemente por negligencia, en algunos sectores del estadio coincidieron los espectadores de ambos equipos, algo que para el ambiente europeo suena normal. Lo que no se tuvo en cuenta fue que en los ‘80, el “hooliganismo” se encontraba en el momento más descontrolado de su historia. Vándalos, borrachos y neonazis eran algunos de los muchos adjetivos que se usaban para definirlos, y a cada lugar al que iban llevaban consigo su hostilidad e insolencia.

El fervor lo notaba tanto Bélgica como el televidente desde la comodidad de su casa. Los Hooligans fueron los primeros en hacerse ver, primero con botellazos y luego con sus mismos puños, por supuesto que dirigidos hacia los rivales, transformados en enemigos. La consecuencia fue una avalancha de italianos y belgas que buscaban escapar de los tumultos. La acumulación de gente se trasladó a la parte baja de la platea, que estaba pegada a las vallas a la altura del campo de juego. Una tribuna entera se apiló sobre un vallado fijo y sin salida de emergencia. Asimismo, por protocolo de seguridad cerraron los ingresos, lo que impidió la salida de mucha gente por esa vía. La cabecera completa se encontraba enjaulada.

Luego de unos largos minutos, el vallado cedió, provocando una estampida de la que salieron ilesos tan solo unos pocos afortunados, quienes se vieron obligados a entrar al campo de juego por una alfombra de cuerpos derribados y encimados.

Como es habitual, la violencia engendró aún más violencia. El desconcierto general causó corridas y altercados con el cuerpo de seguridad, que no vivió una de sus más lúcidas y destacadas intervenciones. Personal médico y ambulancias evacuaron a más de 600 heridos y oficiales de la policía local colocaron 39 cuerpos en bolsas mortuorias.

Pero esto no fue todo. Contra todo tipo de lógica y sin sensibilidad alguna, el partido no se suspendió. “El show debe continuar”. La pobre excusa de evitar una potencial guerra civil en caso de postergación, fue lo que llevó a que una hora y media después del horario estipulado, el balón comenzara a rodar. La FIFA y el alcalde belga hicieron oídos sordos a los reclamos del vestuario italiano de no jugar, mientras que el capitán del Liverpool, Johan Mahieu, no tuvo ningún interés en dejar la final para otro día.

Los capitanes de Liverpool y Juventus intercambian banderines y saludo.

Un improvisado comunicado de los capitanes dio lugar al inicio de la final de la Copa de Europa más manchada de la historia. Se dice que incluso los cuerpos de las últimas víctimas fueron retirados con el partido ya comenzado. El contraste entre el campo de juego y las gradas era muy particular: mientras el árbitro daba por comenzado el partido, centenas de oficiales de la policía rodearon el borde de las tribunas, llegando a reemplazar en algunas ubicaciones a las vallas derribadas. El aburrido 1-0 a favor de Juventus por un penal inventado, que Platini transformó en gol, es de mínima importancia.

Hinchas en la cancha
La policía se dirige a ocupar el perímetro de la cancha antes del inicio de la final.

Los pocos Hooligans identificados tuvieron un efímero paso por prisión y las familias de las víctimas fatales recibieron alrededor de 7 millones de euros en modo de compensación. Por primera vez, la UEFA era condenada responsable. Sin embargo, la penalidad más dura la sufrió el fútbol inglés. Se creía que el verdadero problema no era simplemente el Liverpool, sino que radicaba en las barrabravas inglesas en su totalidad, por lo tanto, se privó a los equipos de la Football Association de toda competición internacional por 5 años (6 para el Liverpool).

Los hinchas ingleses fueron estigmatizados en todo el mundo como gente violenta, y el fútbol inglés jamás recuperó el poderío que tuvo la década previa a la tragedia. Quizás la fuerte presencia de sus equipos más poderosos en las últimas ediciones de la Champions y Europa League señale que Inglaterra está volviendo a recuperar aquel lugar de prestigio dentro del fútbol de clubes europeo.

Antecedentes del estilo sobran en este deporte, en donde se suele avalar que la grandeza de un equipo no dependa de su nivel futbolístico, sino de cuanto barullo y desorden genere su público. Cada 23 de junio se recuerda la Tragedia de la Puerta 12 de 1968 en el Monumental, y cada partido contra Perú la Tragedia de Lima del ‘64, conocida como la jornada más negra dentro de una cancha de fútbol de toda la historia. A la vez, fuera de los estadios, los enfrentamientos entre barras o contra la policía son cada vez más frecuentes. Pocas son las hinchadas argentinas que no entonan cánticos recordando a algún colega asesinado y ninguna la que no amenaza de muerte a sus rivales cada fin de semana. La línea entre alentar fervorosamente a un cuadro de fútbol y creer que el hincha con camiseta de otros colores es el enemigo se afina cada día más.

Un policía belga, contemplando la masacre, sintetizaba a la perfección lo que sucedía y sigue sucediendo en cada acto de violencia alrededor de una pelota: “Es un escenario de guerra, esto no es fútbol”.

 

Argentinos en Mendoza: las pasiones no se mudan

Por Juan Pablo Manera

Pareciera extraño decir que un equipo que fue representado por el mejor futbolista de la historia, que fue campeón de América y que jugó una de las finales intercontinentales más recordadas, poco menos de una década después caería en un pozo que tuvo su fondo en el momento que mudó su localía a más de 1.000 kilómetros de su ciudad natal. Así fue la vida de Argentinos Juniors en los 80 y los 90. En un momento, estás en lo más alto, llegaste al cielo, al último pedestal del Olimpo. Sin embargo, la caída puede ser tan rápida como la de un niño cuando se desliza por un tobogán.

24 de octubre de 1985. Mario Videla se prepara para ejecutar el último penal del Bicho. Julio César Falcioni, por entonces arquero de América de Cali, se revuelca en dirección al palo derecho de su arco, pero la pelota ingresa por el lado contrario. En Asunción, el conjunto de La Paternal se queda con el desempate de la final y se consagra campeón de la Copa Libertadores por primera y única vez en su historia, de la mano de futbolistas como Claudio Borghi, Sergio Batista, Emilio Commisso, entre tantos otros. El país se teñía de colorado.

En diciembre de ese mismo año, Argentinos, como premio al logro obtenido, viaja a Tokio, Japón, para enfrentarse a la Juventus de Michel Platini y Michael Laudrup en busca de alzar la Copa Intercontinental. Los dirigidos por José Yúdica estuvieron dos veces arriba en el marcador, pero los de Turín hicieron fuerza y se llevaron el campeonato desde el punto penal.

Pocos años después, la economía de Argentinos Juniors se devastó gracias a los nocivos manejos dirigenciales. Apenas 8 años habían transcurrido desde la consagración continental, con un fútbol de alto nivel, y parecía mentira que el club haya caído tan bajo.

El declive comenzaba iniciada la década del 90. Uno de los principales errores fue el no envío de las renovaciones de los contratos a la AFA, lo que provocó que todos los jugadores del primer equipo quedaran libres. Entre ellos se destacaba la figura estelar de Fernando Redondo, dueño de un pie galáctico que luego gozaría de una larga carrera por Europa y la Selección Argentina. El mediocampista emigró con el pase en su poder y las arcas del Bicho no aumentaron ni un centavo.

A mediados de 1993, una seductora oferta arribaría a las manos de Luis Veiga, presidente de Argentinos en aquella época. El emisor de dicha propuesta era nada menos que Torneos y Competencias, una de las empresas deportivas más grandes del país. Carlos Ávila, autoridad máxima del canal, le ofrecía al conjunto de La Paternal una gran cantidad de incorporaciones importantes, hasta se habló de una posible vuelta de Diego Maradona. Sin embargo, había una condición: mudar la localía a Mendoza.

TyC vio una gran posibilidad en aquella provincia. Notaban que el abanico de hinchas era superior al que en ese momento había en Buenos Aires. Además, el Gobierno de la provincia cuyana había dado el visto bueno ya que el estadio Islas Malvinas se acercaba a convertirse en un nuevo Elefante Blanco. Veiga no lo dudó y dio el sí. Al contrario de los hinchas, quienes tendrían que viajar horas y horas para ver a su querido Bicho en vivo y en directo. Cabe destacar que en aquellas épocas el equipo jugaba en el estadio de Ferro por una cuestión de dimensiones del campo de juego

El día del debut llegó el sábado 25 de septiembre de 1993 frente a Newell’s, por la tercera fecha del Torneo Apertura. 15.000 personas dijeron presente en el Malvinas, según informó la extinta revista El Gráfico. “Gracias Mendoza”, se apreciaba en una bandera levantada por los jugadores. El partido finalizó 0 a 0 y Osvaldo Sosa, director técnico de Argentinos, ubicó en la cancha a los siguientes once: Rubén Cousillas; Diego Germano, Carlos Bustos, Cristian Traverso y Mauricio Taricco; Damián Facciutto, Leonel Gancedo, Jaime Pizarro y Walter Paz; Marcelo Blanco y Néstor Cedrés.

Las grandes figuras que TyC prometió nunca llegaron. Maradona firmó con La Lepra y su retorno nunca se concretaría. La única personalidad que se destacó fue la de Faryd Mondragón, el histórico arquero colombiano que apenas comenzaba con su extensa carrera.

El proyecto de Torneos y Competencias resultó un rotundo fracaso. La población nunca adoptó a Argentinos como a un club propio, el equipo no logró grandes resultados y se terminó perdiendo más dinero del que se invirtió. Tras la experiencia, Chiche Sosa manifestó: “Sólo faltó el apoyo del hincha mendocino, pero era normal por tratarse de un equipo de Buenos Aires que no era ni River ni Boca”. Además, contó cómo vivió el plantel la situación: “Toda la semana nos entrenábamos en Buenos Aires y los fines de semana viajábamos hasta allá para jugar. No era fácil, porque no nos podíamos adaptar a distintos factores”.

El Semillero del Mundo pegó la vuelta a su ciudad natal. Aunque continuaría con su declive y posterior descenso, en 1995 se demolió el viejo estadio de tablones para luego, en 2003, levantar el todavía vigente Estadio Diego Armando Maradona.

El Mundial de los sacos y de las boinas

Por Franco Schipizza

En la historia del fútbol se han vivido experiencias y anécdotas que quizás sólo este deporte ha logrado por ser una actividad que recorre el mundo desde hace más de 100 años. Desde las categorías infantiles hasta la Selección mayor, de torneos amistosos a la Copa del Mundo, de la competencia amateur a la profesional, todos estos han generado historias en las que se podrían escribir libros, que ya los hay.

Sin dudas, el torneo más deseado e importante es la Copa del Mundo, que comenzó allá por 1930 en Uruguay y que tuvo su última edición en Rusia hace dos años con 21 campeones que dejaron muchas historias en sus hazañas deportivas. Pero no necesariamente debieron ser los consagrados quienes tienen un hecho por contar. La Selección Argentina participó en 17 ocasiones y logró el título en dos oportunidades. Pero muchos recordarán el gol de Maxi Rodríguez a México en el Mundial de Alemania 2006, la retirada del campo de juego de Diego Maradona junto a la enfermera en Estados Unidos ’94, los penales atajados de “Goyco” en Italia ’90 y otros acontecimientos más que perdurarán en la memoria de los argentinos, ya sea de buena o mala manera, sin haber finalizado en la primera posición.

En el Mundial de 1930 han ocurrido situaciones que quizás hoy serían “anormales”, no sólo por cómo ha avanzado lo cultural, la sociedad y la ciencia, sino también por la dificultad de haber sido la primera experiencia para esa competición. En estos tiempos, los jugadores bajan del micro con su bolso, matera y quizás con parlantes para animar la previa del partido, pero 90 años atrás la boina y el saco fueron parte de su conjunto.

Además de botines, medias, short y camiseta, los jugadores salían al campo de juego con dos accesorios de vestimenta más. Uno de ellos fue simplemente por un tema estético, entraban a la cancha con el saco arriba de la ropa del partido y posaban para la foto. Pantalón corto y la parte superior de un traje, impensado en estos tiempos.

Por otro lado, una de las cosas que más llamó la atención en el Mundial fue el uso de un objeto en la cabeza. Con las reglas actuales, el arquero es el único jugador permitido en usar una gorra, lo más probable es que la utilicen cuando tienen el sol de frente. Pero en el torneo disputado en Uruguay, algunos futbolistas de campo utilizaron boinas por la dureza de la pelota. Los balones de la Copa, hubo más de un modelo durante la competencia, estaban fabricados de cuero y su abertura se cerraba con tiento. Ellos decidieron proteger la cabeza con ese accesorio para evitar cortes y heridas al momento de cabecear.

Severino Varela, quién supo ser símbolo de Boca en la década del 40, fue también reconocido por su boina blanca y comentó sobre su uso años anteriores que “la pelota era de tiento, por lo cual era dura y más teniendo en cuenta si estaba mojada, su peso aumentaba”. A pesar de esto, algunos jugadores se las ingeniaron e insertaron papel de periódico o cartón dentro de ella para amortiguar el golpe.

El saco y la boina fueron algunas de las tantas historias que quedaron del Mundial de 1930 en Uruguay, una competencia que quedará en la retina de todos por ser la primera del torneo más lindo del mundo.

La primera final: una guerra que ganó Uruguay

Por Tomás Lucero y Tomás Tesoriere

Hubo un día en que la pelota fue una bomba, en el que dos países no se enfrentaban solo dentro de la cancha, sino que la auténtica pelea estaba afuera, y fue nada más y nada menos que en una final del mundo. En 1930 se disputó en Uruguay el primer mundial de fútbol en el que el local fue campeón tras vencer a Argentina en el último encuentro por 4 a 2. Pero la rivalidad dentro del campo pasó desapercibida, debido a que surgió otra, una que venía creciendo de a poco hasta que explotó.

No eraa la primera vez que se jugaba “El clásico del Río de La Plata”, ni tampoco la primera final entre ambos países, ya que contaban con un historial previo en Copa América y Juegos Olímpicos, que tenían como mayor ganador a Uruguay, el último caso en Ámsterdam 1928.

En 1924, luego de que los orientales consiguieran el oro en los Juegos de Paris, Argentina lo desafió a un partido ida y vuelta para ver quien era el “mejor”. Dicho enfrentamiento, como se esperaba, no terminó debido a una batalla campal dentro y fuera de la cancha, con el delantero charrúa Hector Scarone golpeando a un oficial y tirándole piedras a los hinchas, quienes devolvian el gesto. Un mes después de ese incidente vino un hecho que marcaría el futuro del fútbol sudamericano, la primera muerte en el marco de un partido. Se disputaba el Sudamericano en Montevideo, en el cual el local salió campeón. A la salida de un estadio, un grupo de uruguayos y de argentinos se enfrentaron en las inmediaciones. La pelea dejó un muerto, Pedro Demby, tras un tiro de un “barra” argentino.

Ya en Mundial del ’30, la tensión fuera del campo era inmensa, tanto entre hinchas como jugadores, y en cada partido de Argentina, la gente charrúa estaba presente para arrojar proyectiles o insultar los 90 minutos y una vez finalizado el encuentro, invadir el campo. Dichos actos sumados a romper el micro de los futbolistas y ataques a los simpatizantes, dejaron a los jugadores argentinos en una posición en la que querían abandonar el torneo, pero el presidente uruguayo, Juan Campisteguy, intervino para brindar seguridad.

Pero el día clave fue el 30 de julio, la final. Ambas selecciones estaban presentes en el Estadio Centenario de Montevideo para disputar el trofeo. Con el grito de “Victoria o muerte”, casi 30.000 argentinos intentaron entrar al país, pero menos de la mitad solo lo consiguió. El estadio estaba repleto, más de 90.000 almas dijeron presente, los cuales tuvieron que pasar por severos controles policiales para prevenir el ingreso de armas.

El partido no había comenzado que ya había discusiones por la pelota con la que se jugaría, por lo que el árbitro belga John Langenus hizo dos sorteos, uno para elegir el campo y el otro la bola con la que se arrancaría. El primer tiempo se jugo con la pelota de Argentina mientras que en el segundo lo fue con la uruguaya.

El encuentro comenzó a favor de los albicelestes, quienes lograron adelantarse en el marcador en dos oportunidades y encajaron tan solo uno. Se iban al entretiempo con el resultado a favor. Pero en esos 15 minutos hubo amenazas de muerte a varios jugadores argentinos sumado a 300 militares que se posicionaron al costado del campo de juego; era un clima de guerra.

Con ese marco, la Selección Argentina salió al complemento asustada,. Uruguay aprovechó esto y dio vuelta el partido por 4 a 2. Una vez más los charrúas vencían a sus vecinos. Pero no quedo todo ahí, una vez finalizado el encuentro, barras bravas del local esperaron al plantel contrario y a sus hinchas para darles una “despedida” en el puerto. Tanto jugadores como fanáticos de nuestro país, tuvieron que subirse a algunas lanchas por detrás de los barcos para no ser golpeados por los uruguayos.

Esto puso fin a las relaciones entre estos dos países tras confirmarlo en un comunicado la Asociación Amateur Argentina de Football. La otra consecuencia, fue la aparición de los barras bravas y su violencia en el fútbol. Una problemática que a día de hoy por cuestiones políticas o económicas de los clubes, aún no se pudo resolver.

 

El Manco Castro: tan grande adentro como afuera de la cancha

Por Joaquin Cirigliano 

Sin medio brazo izquierdo desde los 13 años, convirtió el primer gol uruguayo en mundiales y el último del torneo organizado en 1930. Fue campeón del mundo y sumó más títulos internacionales con La Celeste. Cuando se habla de Héctor el Divino Manco Castro, estos son los momentos más conocidos de su historia, que lo llevaron a ser una leyenda de la época y que se repitieron hasta el hartazgo, pero ¿qué fue de él después de su etapa como futbolista?

El Manco se retiró en 1936 en Nacional de Montevideo, donde jugó casi toda su carrera. Tras terminar su etapa como jugador, se dedicó a la dirección técnica. Empezó como ayudante de William Reaside, entrenador escoces que dirigió a Nacional por un año y, en la temporada de 1939 ganaron el segundo torneo “Nocturno Rioplatense”  en el que jugaban El Decano, Peñarol y los equipos argentinos Boca, River, San Lorenzo, Racing, Independiente, Estudiantes La Plata, Newell’s Old Boys y Rosario Central.

La copa uruguaya de 1939-40 la coronó Reaside con Héctor Castro aun como ayudante, en una obtención histórica porque fue la primera de las 5 consecutivas que más adelante iba a conseguir el equipo del “Quinquenio de Oro”, como fue denominada esa época del club, en la que “El Manco” fue uno de los protagonistas principales. Rápidamente se volvió un gran entrenador, se adaptó a las circunstancias y supo explotar a las figuras de su equipo como lo fueron Luis Ernesto Castro, Aníbal Ciocca, Roberto Porta, Aníbal Paz y Atilio García.

Esos cinco años fueron una de las mejores épocas del Tricolor, en los que ganaron 77 de 96 partidos (163 de 192 puntos posibles), anotaron 318 goles y recibieron solo 108. Pasaron apenas 23 jugadores por el club, número muy bajo para la época. Lo que llama la atención de ese plantel, sobre todo por el momento de la historia del fútbol en el que está situado, es que hayan conseguido todo eso con tan pocos futbolistas en tantos años.

El torneo de 1939 fue definido contra Peñarol, eterno rival, en una final porque habían empatado en puntos. El 28 de abril de 1940 se definió ese campeonato y los dirigidos por “El Manco” ganaron el histórico encuentro por 3-2.

En 1940 quedaron 10 puntos por encima del segundo, pero el siguiente título fue el más recordado, ya que en 1941 Nacional se coronó sin perder ninguna unidad, con puntaje perfecto. Ganaron 20 partidos de 20 e hicieron 79 goles. Finalmente en 1942 y 1943 salieron campeones por tres y cinco puntos de diferencia respectivamente con el escolta, que en ambas ocasiones fue Peñarol.

Al siguiente año se acabó la racha, ya que Héctor Castro se fue del puesto de DT al finalizar el torneo del 43. Ésta fue casi la única aparición de “El Divino Manco” como entrenador, lo que la vuelve aún más histórica, hasta que más de 15 años después, en 1959 llegó a la selección nacional de Uruguay para estar al mando, pero solo pudo ver desde el banco algunos pocos partidos, porque falleció en 1960 de un infarto a la edad de 55 años.

Héctor Castro es historia en el fútbol uruguayo. Pasó de ser “El Manco” a ser Héctor “El Divino Manco” Castro y se lo ganó con sus actuaciones con la selección Charrúa como jugador. Su papel en el mundial de 1930 es de los más recordadas del torneo, pero muy poca gente conoció la genialidad de entrenador que fue.

Zeta Rodríguez, el director de la orquesta

Por Agustín Kuc

Daniel Rodríguez supo llevar las riendas de un equipo nuevo, con fuertes propuestas deportivas e institucionales, implantadas desde la dirigencia de aquel entonces. El hoy gobernador provincial, Alberto Rodríguez Saá, dueño del club durante las campañas de 1989 a 1995, le confió el rol de director técnico con escasa experiencia. Era su segunda aparición como entrenador y el enfoque decidió plasmarlo con actitud, más exigencia física y psicológica. Reforzó el funcionamiento de sus basquetbolistas y postuló la idea de afrontar los encuentros uno a la vez.

“Era muy joven, aprendí mis primeras cualidades y recursos como coach; me colocaron una enorme responsabilidad de la que sin dudar me hice cargo. Para todos significó una etapa de inmenso crecimiento”, señala el Zeta.

Armó un plantel preponderante en materia corporal, entrenado para defender con contundencia y desplegarse de manera rápida al ataque. Trabajaron los lanzamientos de triples y fue su arma letal dentro de la cancha. Gimnasia y Esgrima y Pedernera Unidos (GEPU) demostró el profesionalismo compuesto por jugadores de gran talla como Diego Maggi, Carl Amos y Héctor Campana. Deportistas con trayectoria en la Liga Nacional y competencias de alto rendimiento tomaron el juego y lo convirtieron en análisis técnico: obligaban a “abrir el esquema de los adversarios” para introducirse en el área contraria, lo que daba como resultado una amplitud de puntos a favor.

“Nos enfocamos en tener una personalidad definida, sabíamos cómo desarrollarnos mientras corría el reloj y el nivel de exigencia que acarreaba el planteo durante los cuatro cuartos de actividad. Ajustábamos las cualidades que presentaban nuestros contrincantes, pero la máxima obsesión era el ímpetu con el que encarábamos los duelos”, admite el entrenador nacido en Río Tercero.

GEPU fue protagonista en los certámenes de 1991, 1992 y 1993. Posterior a la primera consagración histórica en el torneo local, marcó una tendencia. La modalidad y metodología que exhibió fue instalada por varios nombres de peso mayúsculo. Afincó un básquet innovador, representado por la intensidad y agresividad. Ganó una plaza entre los mejores equipos del país catalogados como los de añeja tradición en el baloncesto, si bien no codeaba con Ferro Carril Oeste y Atenas de Córdoba, luchó para destacarse.

La fama fuera de la disciplina se compuso de rumores negativos, con los hermanos Rodríguez Saá detrás: Adolfo, al frente del gobierno puntano, y Alberto, como senador nacional, el Lobo de Pedernera fue identificado como “el caballo del comisario”. Las incorporaciones de renombre que arribaron al conjunto de San Luis en el mercado de pases del ´90 provocaron incertidumbre en los aficionados del ambiente. Aún así, no fue la institución con mejor respaldo económico, sino que coordinó contratos largos, lo que permitió menores desembolsos y ajustar un proyecto de extenso período.

Rodríguez estuvo vinculado siete años al grupo. En 1988 ascendió a la segunda categoría del básquet local y la llegada a la Liga Nacional se produjo un año más tarde. Para 1990 disputó la Liga Corta, ya que se jugó menos meses debido a la decisión de cambiar el calendario de invierno al de verano. En la temporada 1990/91 conquistó el histórico primer título de la división mayor, al certamen siguiente alcanzó el subcampeonato. Para las competiciones del 1992/93 y 1993/94 pasó a desempeñarse como gerente de la organización. Después del último ciclo, GEPU decidió vender la plaza a Andino de La Rioja y Zeta finalizó su vínculo.

Diego Maggi y los factores del éxito puntano

Por Facundo Rojas

En un relato de este calibre, los testimonios de los protagonistas nos permiten tener una imagen más clara del panorama que envolvía al logro conseguido. El ex jugador Diego Maggi, que fue uno de los dos objetivos de mercado más importantes de GEPU en aquellos tiempos, junto con Héctor Campana, asegura que la clave de todo el éxito del equipo fue gracias al juego que proponían y que no dependía exclusivamente de las individualidades.

El pívot resalta que la presencia de Campana (que acabó por ser nombrado MVP a fin de temporada) hacía que los momentos más complicados fueran más simples de resolver. “Un tipo como él que te solucionaba los momentos difíciles, era todo más sencillo. Jugábamos todos para él, pero él no podía ganar un campeonato solo. Tenerlo a él era una gran ayuda, pero cuando no podía resolverlo todo solo, el resto del equipo estaba para quitarle la presión. Éramos sus ruedas de auxilio”, destaca el cinco veces campeón de la Liga Nacional de Básquet.

La innovación de juego y gran intensidad que tenían el equipo puntano generaba que los rivales se sintiesen ahogados. Maggi resalta que la compenetración del equipo hacía más fácil la tarea individual de cada jugador. “Defendíamos muy bien en conjunto, con las primeras y segundas ayudas. Negábamos a muerte la recepción del pase y le quitábamos casi todas las posibilidades al atacante. Apostábamos a la defensa uno contra uno y a que el rival cometa un error”, especifica el también ex jugador de Ferro y Peñarol.

La estrella de este plantel histórico de GEPU se muestra enérgico a la hora de darle gran importancia al estilo que poseían y enfatiza que había varios equipos que tenían estrellas en sus filas, pero que lo que los hacía distintos a ellos es que no tenían su mismo nivel de juego.

Maggi también explica que, en su día, el equipo no era bien visto porque los demás los consideraban como un equipo del interior con apoyo político, en razón de que contaban con la presencia del entonces senador nacional Alberto Rodríguez Saá: “Sentíamos que no nos respetaban como equipo. A mí lo político no me importaba, solo me interesaba el equipo. Fue un gran desahogo haber salido campeones”.

El también ex integrante del seleccionado nacional se muestra orgulloso de haber ayudado a hacer crecer, al menos un poco, la importancia de la provincia de San Luis. Comenta que el ir consiguiendo resultados generó que un mayor número de  gente se acercara y se sintiera identificada con el club, por lo que progresivamente iban teniendo más visibilidad ante el resto del país.

Sobre la situación actual que atraviesa GEPU, el ex basquetbolista no tuvo más que palabras de lamento por el pobre planteamiento a futuro que tuvo el cuadro puntano. Explica que las acciones dirigenciales se basaron en crear un equipo superficial que tuviera capacidad de pelear por los títulos más importantes de manera casi inmediata, pero esta decisión conllevó el descuido de la cantera. Es decir, este abandono de los equipos de base generó que una vez terminado el período de fuerte dominio en la Liga Nacional, el equipo no tuviera más que decaer en nivel. “Hubo causas políticas en el medio de la disolución de GEPU de la liga. Igualmente, el mayor error fue del club. Tenían un equipo muy fuerte y no se concentraron en los equipos de inferiores. Por eso fue más fácil voltearlos”, expresa ex baloncestista de 2,06 metros. Por último, admite que anhela con un regreso de GEPU a los grandes escenarios: “Ojalá que vuelva a lo que era antes, sería muy interesante que San Luis vuelva a tener un equipo de elite”.

“Hacíamos nuestro juego, teníamos el mejor equipo de la Liga”

Por Julián Salvia

En la conmemoración del histórico título de Gimnasia y Esgrima y Pedernera Unidos (GEPU) de San Luis, ganador por primera vez de la Liga Nacional de Básquet 1990/91, los jugadores Juan Guinder y Javier Medina contaron cómo vivieron aquel campeonato y lo que significó para ellos.

Ambos afirmaron que al principio de aquella campaña las sensaciones eran de incertidumbre: venían de salvarse del descenso en la temporada anterior y no lograban tener buenas actuaciones. Más allá de eso, dicen que había altas expectativas por la contratación de importantes jugadores, como Diego Maggi y Héctor Pichi Campana, más los estadounidenses Edgard Merchant, Carl Amos, James y Charles Parker.

Al mando de este equipo estuvo el entrenador Daniel Rodríguez, a quien Medina califica como un revolucionario de la época por su vocación y por el trabajo que hacía, viendo videos que -en aquel momento- era toda una novedad. Por su parte, Guinder afirma que el Zeta fue el mejor director técnico que tuvo en su carrera, con su forma de jugar agresiva y poniendo énfasis a la preparación física.

El premio al Jugador Más Valioso (MVP) de aquel campeonato se lo llevó una de las incorporaciones de GEPU, Héctor Campana. Por eso, sus compañeros lo llenan de elogios. “El Pichi fue un maestro con una mano terrible y sin dudas estaba en el mejor momento de su carrera”, declara Guinder. Por otro lado, Medina confiesa que el escolta del equipo fue lo mejor que vio en ese momento por las cosas increíbles que hizo aquella temporada, pero además reconoce el trabajo de los demás basquetbolistas que estaban a su alrededor.

Con la particularidad de que la final contaba con una nueva modalidad de playoffs, GEPU –que al comienzo había logrado tres victorias consecutivas- no pudo superar a Estudiantes de Bahía Blanca en los siguientes dos encuentros. Sin embargo, este hecho no fue de gran preocupación para el equipo puntano según acordaron estos dos protagonistas: “Ganábamos de una buena manera y hacíamos nuestro juego, teníamos el mejor equipo de la liga y esos dos golpes nos vinieron bien para definirlo en el sexto partido”.

Para concluir, Javier Medina recordó los festejos en el vestuario, como también la hermosa caravana de llegada a San Luis luego de ser campeones, dando vueltas por toda la ciudad. Ese momento en el que se dieron cuenta que lograron lo antes impensado.

“La política y GEPU nunca se cruzaron”

Por Ignacio Toso

El gobernador de la provincia de San Luis, Alberto Rodríguez Saá, confesó que la política de su provincia nunca intervino económicamente en el club Gimnasia y Esgrima y Pedernera Unidos cuando éste ganó la Liga Nacional de Básquet en la temporada 1990-91, ni tampoco en los demás años en los que el equipo puntano estuvo en la primera división.

Gimnasia y Esgrima, fundado en 1925, se asoció con Pedernera y de allí surge  GEPU, el club que tuvo su momento de esplendor en los años ‘90, cuando hizo un cambio radical en el básquet nacional al consagrarse campeón y ser el primer equipo que rompió los seis años de hegemonía de Atenas de Córdoba y Ferro de Caballito, además de ser el primero en profesionalizar a sus jugadores.

“En el deporte lo esencial es ser organizados, tener una buena dirigencia, una estrategia deportiva, un equipo sólido y una hinchada que te siga. Cuando esos cuatro elementos se unen, el éxito llega solo”, comentó el político de 70 años.

Rodríguez Saá habló sobre el comienzo del fin del club en la máxima categoría desde 1993 hasta su descenso en 1995 y admitió que en los últimos años los perseguía la DGI (Dirección General Impositiva) a cualquier lugar al que iban. “Nuestros jugadores se bajaban del colectivo y tenían a la AFIP esperándolos, no sé por qué, pero ya cansaba. Era tan incómodo que preferí dar un paso al costado. El plantel y los dirigentes me dijeron que, si yo me iba, ellos se iban conmigo. Por lo que le terminamos vendiendo la plaza a Andino de La Rioja”, detalló.

En ese momento, la Presidencia de la Nación estaba en manos del riojano Carlos Saúl Menem, quien era un apasionado por este deporte y que en 1990 recibió el Campeonato Mundial de Básquet. Años más tarde, Andino, el club de donde es originario el exmandatario, contrataría con solo 18 años al que se iba a convertir en el mejor jugador argentino de la historia, Emanuel Ginóbili.

En ese tiempo, el gobierno puntano tenía proyectos para promover al deporte en la provincia. El básquet, de la mano de Gimnasia, fue uno de éstos. Años más adelante se construyeron el Velódromo Provincial y el autódromo de Potrero de los Funes, entre otros.

Mientras era senador nacional por su provincia y presidente del Bloque Justicialista en la Cámara Alta, Alberto Rodríguez Saá también era dueño de GEPU y la cabeza dirigencial. “Yo era quien decidía junto a colaboradores, todos los jugadores o entrenadores que llegaban. Siempre buscando el mismo modelo: defensa, velocidad y contragolpe”, relató.

“El club no tuvo tanta repercusión en la provincia como la tuvo en el ámbito nacional, inauguramos una nueva era por la forma de nuestra organización, éramos el único club que tenían a la dirigencia fuera de lo que es la dirigencia tradicional de un club. El presidente y sus allegados eran un tipo más en la tribuna”, aseguró el actual gobernador de San Luis.

El aullido histórico de GEPU

Por Agostina Woloszyn

El 26 de mayo de 1991 Gimnasia y Esgrima y Pedernera Unidos de San Luis consiguió su primer título en la Liga Nacional de Básquet.

Esa temporada fue la séptima edición de la competencia y la primera en la que, mediante un formato de playoffs, la etapa final se jugó al mejor de siete partidos. Además, se distinguió por haber sido disputada con el calendario del hemisferio norte, es decir, comenzó en primavera y terminó en otoño.

El GEPU, luego de haber finalizado en duodécimo puesto en el torneo de 1990, decidió apostar por un gran plantel para el campeonato siguiente, dirigido por Daniel Zeta Rodríguez y con figuras como Héctor Pichi Campana, Diego Maggi, Gustavo Fernández y Carl Amos, entre otros.

La potencia del Lobo de Pedernera fue notoria ya que ganó 39 de los 53 encuentros que tuvo el certamen antes de los playoffs.

El Pichi fue el jugador más destacado, consiguió el premio MVP de la temporada regular y de las finales. Tuvo un promedio de 31,5 tantos por juego, en total anotó 1448 puntos en 46 partidos.

El camino no fue simple para Gimnasia, en semis definió con el último campeón, Atenas de Córdoba, al que venció por 3 partidos a 1.

En la final, el equipo dirigido por el Zeta enfrentó a Estudiantes de Bahía Blanca; logró imponerse en los primeros tres encuentros (118-107, 94-77 y 86-88). Posteriormente, el club bahiense se reanimó y tras vencer en los siguientes dos partidos (138-111 y 101-106), puso la serie 3-2.

El sexto juego no fue uno más, hubo una gran expectativa, el equipo de San Luis era consciente de que si ganaba se convertiría en el campeón y rompería con la hegemonía que, hasta entonces, manejaban Ferro y Atenas: campeones en tres temporadas cada uno. Al Lobo Puntano no le pesó tal presión, logró vencer por 89-86 y de esa manera ingresar en la historia grande del básquet argentino.

Plantel campeón: Héctor Campana, Gustavo Ismael Fernández, Alejandro Gallardo, Diego Maggi, Edgard Merchant, Carl Amos, Fernando Allemandi, Pablo Conte, Javier Medina, Leonardo Díaz, Juan Guinder, Charles Parker y James Parker.