domingo, septiembre 7, 2025
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Mateo Albanese: “No creo que la URBA se profesionalice en un futuro, la profesionalización va por otro lado”

Por Manuel Martínez Cataldo

Tiene 21 años y es el medio scrum titular del San Isidro Club, semifinalista del URBA Top 12. A principio de año disputó el Súper Rugby Américas, torneo profesional, con la franquicia argentina Pampas. Hace algunos años fue capitán de Los Pumitas y es hijo de Diego Albanese, ex jugador de Los Pumas.

-¿Cómo fue tu proceso de adaptación al incorporarte al SIC a mitad de temporada después de tu experiencia en Pampas?

-En mi caso fue difícil porque estuve con varias lesiones. Cuando quise volver a Pampas después de la primera lesión me volví a romper, así que cuando volví al SIC tenía cero ritmo. En cuanto a la adaptación, el grupo humano en el club es muy lindo y nos sentimos parte sin estar, porque no te terminás de alejar por completo del club. Desde el juego capaz tardás un poco más en acostumbrarte, pero pasan una o dos semanas y ya te adaptas. 

-¿Cómo afrontaste desde lo mental el hecho de sufrir dos lesiones seguidas?

-Antes de este año no me había lesionado nunca. Fue de golpe y no me había dado cuenta lo difícil que era hasta que me pasó. La primera fue un bajón pero la segunda fue más fuerte mentalmente porque ya había hecho un esfuerzo bastante grande, y tenía que volver a arrancar de cero. Es un proceso de altibajos y tenés momentos que estás bien y otros que estás a las puteadas. La compañía del grupo te hace pasar las cosas mejor, pero es un ida y vuelta emocional complicado. 

-¿Sentís que esta experiencia te hizo crecer como jugador?

-Sí, crecí como jugador desde el aspecto mental, pero es difícil crecer desde el juego porque al estar parado tanto tiempo no tenés ritmo, no jugás. Por ahí podés aprender si vas por un lado más de análisis de juego. Yo trataba todo el tiempo que podía de hacer pases, ya sea sentado, arrodillado, parado o con una bota. Traté de sacarle el jugo lo máximo que pude a la lesión. Ahora, lo que te da la cancha de estar ahí adentro y poder jugar, tomar decisiones y todo el ritmo que un jugador necesita, lo perdés. De alguna forma le pude encontrar la vuelta y traté de mejorar otros aspectos, y ese proceso me hizo ser mejor jugador.

-¿Qué diferencias encontrás entre el rugby profesional y el rugby amateur?

-La diferencia más grande hoy en día que me toca vivir entre el Súper Rugby Américas (SRA, profesional) y URBA (amateur) está en la preparación. Cuando estás en Pampas te dedicás cien por cien al rugby y hay un nivel de detalle que por ahí dentro de lo que es URBA no se le da tanta importancia. Creo que igualmente la URBA está cada vez más profesionalizada y se ve en el nivel del juego, cada vez más competitivo, aunque físicamente la SRA esté un escalón por arriba.

-¿Crees que el rugby de Buenos Aires puede llegar a ser profesional en algún futuro? 

-Yo creo que es muy difícil por su estructura. Es muy difícil cambiar ese amateurismo que hay en los clubes. A nivel Sudamérica y también Argentina, de a poquito se va armando un sistema más profesional, pero lo que es el torneo del interior o la URBA no se va a profesionalizar. Cada vez más provincias se suman al SRA y es a lo que se está apuntando, cada vez hay más provincias profesionales, pero lo veo más por ese lado y no tanto por lo que es los clubes. Creo que los clubes van a ser siempre los clubes.

-¿Cómo es la dinámica familiar con tu papá desde el rugby?

-El trato con mi viejo está buenísimo. Se mete si yo le pido, no es que está encima mío molestándome. Termina un partido y si yo no le pregunto por ahí no me dice nada. Muchas veces me da consejos que me hacen mejorar. Otras veces por ahí estamos en casa y de lo último que queremos hablar es de eso. Por ahí él vuelve de laburar y yo estuve toda la semana pensando en rugby y le digo: “Viejo, no quiero hablar más de rugby, estoy cansado”, y creo que nos pasa un poco a los dos.

-¿Qué tan cerca ves una posible convocatoria a Los Pumas?

-Sería un sueño, pero no lo pienso mucho. Trato de enfocarme en el día a día y en mejorar como jugador. Si hago eso, sé que voy a crecer muchísimo y que ese sueño va a estar más cerca, pero trato de no pensarlo mucho y enfocarme más en el ahora.

 

Los vestigios de una infamia voraz: voces que hicieron de la vuelta a Boedo una utopía alcanzable

Por Leandro Manganelli

San Lorenzo perdió su glorioso estadio en manos de dictaduras y dirigentes que hicieron de ese espacio un negocio inmobiliario: usina de lo social, el “Wembley porteño” funcionaba para muchas más cosas que sólo 90 minutos de fútbol y, gracias a la lucha de sus hinchas, el Ciclón recuperó las tierras para soñar una vez más. Como reza la canción, “hicimos dos canchas, vamos a hacer tres”.

– La utopía está en el horizonte. Y si está en el horizonte nunca la voy a alcanzar, porque si camino diez pasos, la utopía se va a alejar diez pasos; y si camino veinte pasos, ella se va a colocar veinte pasos más allá. Yo sé que nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve? Para eso, para caminar.

El concepto es del director de cine argentino Fernando Birri, pero lo popularizó Eduardo Galeano, el escritor uruguayo. Desde fines de los 90, a Adolfo Resnik y a Diego, su hermano, una utopía se les posó en la conciencia. Volver a Boedo. El horizonte hablaba en francés, era un hipermercado, y cuando estos cuervos comenzaron a caminar, vieron que la utopía no se alejaba la misma cantidad de pasos que ellos se acercaban. Algo estaba pasando. De hecho, la capturaron en un departamento en pleno centro porteño al que llamaron “El rincón de las utopías”. La puerta está abierta. Desde adentro se oyen voces que invitan. Hay olor a historia. Y la historia tiene color azul y rojo. Allí conviven una maqueta del Viejo Gasómetro, recortes de diarios, pósters, camisetas enmarcadas, banderines, banderas y un sinfín de objetos relacionados a San Lorenzo que materializan la utopía y, claro, la descalifican en su condición de inalcanzable. “Adolfo y yo nunca sentimos que era una utopía; siempre creímos que se podía volver con el poder del pueblo azulgrana”, aclara Diego Resnik. Él y su hermano encabezaron la vuelta a Boedo, una lucha social de un club que, muy arraigado a su barrio, sintió como un tiro en el pecho la “larga noche de la última dictadura”, como define Diego en el libro Avenida La Plata nos espera: el sanlorencismo empuja, publicado por Adolfo Resnik.

El relato tomó más fuerza y se despojó de la utopía cuando, en noviembre del año 2010, gracias a la gestión de la legisladora Laura García Tuñón, el proyecto de Ley de Restitución Histórica de aquellos hermanos hinchas de San Lorenzo ingresó a la Legislatura Porteña y “se dejaba de discutir en los bares, oficinas y sitios de Internet”, como expresa, con orgullo, el libro que cuenta los cimientos de esta lucha social.

Diego Resnik (izquierda) y su hermano Adolfo (derecha). La idea de la vuelta comenzó en sus cabezas a fines de los 90 y desde el año 2003 tienen un programa de radio al que titularon “San Lorenzo ayer, hoy y siempre”.

***

Ni un código encriptado, ni la contraseña de un candado de alta seguridad, ni la respuesta para abrir una caja fuerte. Siete números.

– ¿Hola…?

El tono, del otro lado del teléfono, parece eterno. Insistir es inútil (¿es inútil?). Los tablones ya no hablan. Y eso no significa que no tengan mucho para decir. 921-2139, el teléfono del Viejo Gasómetro, que hasta figuraba en un álbum de figuritas de 1975, no tiene a nadie que responda del otro lado.

Son las seis y media de la tarde de un jueves de invierno. Como si fuera su oficina, Javier Miguel Eugui espera en el Bar San Lorenzo, un signo de resistencia ante el desarraigo. Él es un hincha que ve a San Lorenzo en todos lados, y que vió el Gasómetro en sus épocas más gloriosas. Y el café, esa esquina tan porteña de Avelino Díaz y Avenida La Plata, es un espejo que no refleja lo que tiene enfrente: un predio arrumbado sin un estadio montado en él. El mozo atiende con una camiseta retro que bien puede representar a los campeones invictos de 1968, a los bicampeones de 1972 o a los campeones del Nacional 1974.

Un cortado. Un café solo. Gracias.

Javier Miguel Eugui se hizo socio del club en 1981, después del descenso de San Lorenzo. “¿Estás seguro?”, le preguntaron en la sede. Su corazón se apoderó de él. La hondonada que cubrió de oscuridad al Ciclón no pudo con la resistencia de Javier. Iba a la tribuna que estaba detrás de uno de los arcos con su viejo, y cuando Héctor Scotta le pegaba a la pelota se agachaban porque el bombazo podía romper la red. En el Bar San Lorenzo hay banderines con caricaturas de distintos campeones, fotos del básquet que reinó el plano nacional durante las décadas del 40 y del 50 y, por sobre todos los objetos que decoran el café, imágenes del Viejo Gasómetro: diferentes perspectivas, en blanco y negro, a color, lleno, vacío; siempre con un aura especial. “Tenía una cámara Kodak Fiesta, de plástico, y tuve la particularidad de sacar fotos de la cancha que quedaron en la historia de mi vida y en la de San Lorenzo”, cuenta Javier. Le pone un sobre de azúcar a su café. “Esa la saqué cuando tenía 20 años”, dice y señala una foto que está detrás de él, del Gasómetro visto desde Avenida La Plata. Y de repente, parece tomar posesión del bar. Al menos de su decoración. “Ahí pusieron el cuadro de mi viejo -señala el rincón de una pared que está a centímetros de la mesa que sostiene sus recuerdos-. Estaba muy enfermo; ese es el último partido que vimos juntos. Es en la cancha de Vélez, cuando (Rubén Darío) Insúa metió el gol con el que volvimos a Primera”. En la foto, Javier tiene un piluso azulgrana y un pelo largo que destila juventud; su papá viste un traje parecido al de aquellos señores que se deleitaron con los goles de José Sanfilippo en el Campeonato 1959.

– Me emociono porque lo tengo presente. Sus últimas palabras fueron ‘¿cuándo juega San Lorenzo?’. Él estaba muy mal durante la semana y los días sábados iba con un fitito verde musgo a buscarlo: ahí estaba perfecto.

A Javier se le entrecortan las palabras y los ojos se le llenan de lágrimas cuando habla de su viejo. Lucha todos los días por el regreso definitivo a Boedo. “La vuelta es con estadio”, repite en sus redes sociales a diario. Le da tiempo a su café mientras habla; lo toma de a poco, y la lucha tiene en él una razón de ser: “Yo vengo con la esperanza de que se va a hacer el estadio. Sé que mi viejo estaba triste porque lo cerraron; quiero que él, donde esté, se ponga contento de que se abrió la cancha nueva”.

Javier Miguel Eugui en el Bar San Lorenzo, de Avelino Díaz y Avenida La Plata. Detrás suyo, la foto del Viejo Gasómetro, tomada desde la calle, que él capturó con su Kodak Fiesta.

En los títulos de 1968, 1972 y 1974 estuvo Sergio Villar, que viste un pantalón largo de San Lorenzo, remera de manga larga y gorra, y se ríe y levanta la mirada cada vez que recuerda algo relacionado a sus épocas como wing o marcador de punta. Cuando aparece por primera vez la palabra “Matadores” en ese sábado soleado de primavera, Villar se deleita. “Uf”, suelta. Invita al recuerdo. Claro, el Sapo -apodo que se trajo de su Montevideo natal- es el jugador con más partidos en la historia de San Lorenzo. La estadística oficial habla de 447 presencias. Villar corrige: “Yo tengo 601 porque la camiseta la vestí yo 601 veces, ¿tá?”. Empapado ya de nostalgia, descubre un banco de madera para cuatro personas. Lo había tapado para que no se mojara con la lluvia. Se sienta y apoya sus brazos sobre el respaldo de una especie de color verde que todavía oculta a la madera de su desnudez. Son asientos del Viejo Gasómetro de San Lorenzo. “Así como vinieron, no los toqué para nada”, aclara el Sapo. Y quizá sea un ejemplo gráfico del desarraigo. ¿Quién diría que el patio de una casa del barrio de Saavedra atesora un pedacito de aquella mole de hierro y madera que fue, por muchos años, la casa del fútbol argentino?. “Me siento todos los días”, revela Villar. Quizá aún oye las ovaciones, el “uruguayo, uruguayo” incesante. Quizá todavía adelanta su pie derecho cuando se levanta de esos asientos, como hacía cuando entraba al campo de juego desde el túnel del Gasómetro.

***

San Lorenzo tuvo un latifundio en Boedo. No muy lejos del Cid Campeador, el centro geográfico de la Ciudad de Buenos Aires. Pero esa finca azulgrana no tenía plantaciones agrarias perfectamente ubicadas, sino que gozaba de un campo de juego de “tierra con algunas matitas de pasto”, como recuerda Villar mientras señala el verde césped de un parque del barrio de Saavedra, que encuentra la paz a metros de la General Paz. La selección argentina jugó en el Gasómetro su primera final contra Brasil, en 1937, y obtuvo su quinto Campeonato Sudamericano. Y si se tenían que disputar finales como la de 1951 entre Racing y Banfield o desempates por la permanencia como el que protagonizaron Lanús y Platense en 1977, el Gasómetro, con su sonrisa simpática, era una fija. Un estadio estructurado por toneladas de hierro y lapacho del norte argentino, con las raíces que allí plantó la mismísima gloria desde 1916, parecía inamovible. No existía una foto de Avenida La Plata al 1702 sin una tribuna que pareciera sobresalir hacia el empedrado para cubrirlo de la lluvia, del frío, del calor. La ordenanza municipal 27.770 encarnada en 1971, bajo la quinta y penúltima dictadura militar de Argentina y el mando de Alejandro Agustín Lanusse, disponía la construcción de una autopista que cortaría al Gasómetro por la mitad. Según el libro Memorias del Viejo Gasómetro, de Enrique Escande, la medida fue derogada en agosto de 1972 luego de “numerosas manifestaciones” de hinchas y dirigentes.

El fantasma seguía en el aire.

La dictadura que comenzó en 1976 -la más sangrienta de la historia argentina- y que dejó a la Ciudad de Buenos Aires bajo las ideas de Osvaldo Cacciatore -fue intendente entre 1976 y 1982- le dio el toque final al Gasómetro: la comisura de sus labios ya no buscaba simpatía; vivía una incesante caída. “Las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de amnesia obligatoria”, dijo Eduardo Galeano cuando ensayó un derecho al delirio. El 20 de junio de 1977, en una de sus tantas negaciones al olvido, las Madres se congregaron en el Viejo Gasómetro en reclamo del paradero de sus hijos con vida: fue una de sus primeras apariciones públicas. San Lorenzo, usina de lo social, quedó marcado.

El Brigadier Cacciatore quería unir el norte y el sur de la ciudad con una autopista y su proyecto era abrir las calles Muñiz y Salcedo (son perpendiculares y, de juntarse, hubieran cortado al Gasómetro en cuatro manzanas) para construir viviendas y una escuela. La derogación de las ordenanzas 36.019 y 38.696, que establecían que los terrenos donde San Lorenzo tenía su estadio eran de zona habitacional, abrió todo tipo de posibilidades. En 1985, después de la demolición del Gasómetro, se publicó la ordenanza 40.674 que aprobaba el funcionamiento de un supermercado donde Héctor Scotta superó el récord de Arsenio Erico con los 60 goles que hizo entre el Metropolitano y el Nacional de 1975; donde el Terceto de Oro de Armando Farro, René Pontoni y Rinaldo Martino ganó el Campeonato de 1946 con un fútbol exquisito; donde Sergio Villar se aferraba a la línea de cal ante la mirada atenta y seguramente iluminada de la platea de niños.

Sergio “Sapo” Villar en los asientos del Viejo Gasómetro que guarda en el patio de su casa. “Así como vinieron, no los toqué para nada”, aclara. Originales, si uno se acerca a ellos todavía escucha los goles del Nene Sanfilippo, el Lobo Fischer o el Gringo Scotta.

“Es feo que te baile un wing, yo me cuidaba mucho en eso”, abre el juego el Sapo Villar. Aquellos que lo vieron jugar hablan de un marcador de punta que no pegaba. Y aquellos que no lo vieron jugar escuchan los fantásticos relatos de los que sí. También lo pintan. “El Sapo es lo más grande del fútbol nacional”, reza el mural número 19 del Grupo Artístico de Boedo, hecho en 2013 (ubicado en Rondeau 4059), que emplaza a Villar con una camiseta azulgrana de manga larga y un pantalón largo negro mientras trota con el Gasómetro de fondo.

– ¿Qué significa empezar con murales en la calle y llegar a pintar en la casa de Scotta?

– Es una locura porque ninguno de nosotros lo vio jugar -dice entre risas Julián Lema, uno de los integrantes del Grupo Artístico de Boedo.

– No lo vimos jugar y no hay muchas filmaciones, sin embargo eso nos genera un montón de recuerdos, cosas que me contaba mi abuelo. Mi viejo le dijo a todos los amigos que yo iba a ir a lo de Scotta: ahí empezás a dimensionar que pintamos cosas que nunca vivimos -expande Matías Colombo, otro de los representantes de este conjunto de cuervos artistas.

Julián Lema (izquierda) y Matías Colombo (derecha) en uno de los rincones que decoran la sede del Grupo Artístico de Boedo en Las Casas al 4047. “Cursamos la universidad de la calle”, se definen.

La identidad del Grupo Artístico de Boedo se plasmó sola. Julián Lema adjudica el estilo que tienen a que sus obras “están hechas por muchos artistas a la vez”. Con más de 150 murales numerados, el Grupo le puso azul y rojo al barrio de Boedo. Y contribuyó a la vuelta desde ese lado. En su sede en Las Casas, entre Muñiz y José Marmol, Lema dice que “es muy fácil recaer en el pensamiento mágico de ‘si yo hago murales, el club vuelve a Boedo’. Hay algo que beneficia a la vuelta, en la propaganda cultural del barrio, porque cuando empezamos a pintar la discusión estaba a pleno”. Claro, el arte inició en 2012, cuando el corazón acelerado por la pasión movía los pinceles como una máquina de coser que borda escudos. “Hacíamos casi tres murales por mes, porque los pintábamos en una noche: nos juntábamos a las seis de la tarde y a las seis, siete de la mañana los estábamos terminando”, cuenta Matías Colombo. El grupo nació gracias a una convocatoria de la Subcomisión del Hincha para que se pintara una de las esquinas de Mármol y Salcedo, pasadizo de entrada a los polideportivos Roberto Pando y Lorena Alloni. “Sumaron desde ese lugar para el sanlorencismo”, aporta Diego Resnik. Colombo despoja al grupo la posesión de los murales: “El hecho de pintar en la calle hace que las obras no sean nuestras. Pasan a ser de la gente que vive ahí. Siempre nos gustó absorber lo que pasa alrededor y tratar de plasmarlo”. Entonces, las cientos de postales del Viejo Gasómetro que inmortalizó el Grupo Artístico de Boedo pertenecen al barrio, que adoptó un sello identitario desde la llegada del arte.

Mural número 131 del Grupo Artístico de Boedo, que representa al Viejo Gasómetro visto desde las torres de la calle Inclán.

Cuando Javier Miguel Eugui es interpelado por sobre qué le generaba pasar por el Viejo Gasómetro cuando aún estaba en pie, hace un silencio antes de responder. “Te cuento y por dentro estoy llorando -dice y suelta una risa nerviosa-. Vivíamos en Liniers y nos tomábamos el 4 que nos dejaba en Asamblea y Avenida La Plata. Ahí se daban las mejores charlas que tenía con mi papá: era el momento que veníamos felices, pero felices de verdad, por ver a San Lorenzo”. La nostalgia terminó con su café. Lo pidió solo, en jarrito, pues la lágrima sería redundante. No necesita nada más: ese es todo el combustible que utiliza para recordar. Entonces, Javier saca su carnet de socio refundador. Muestra el dorso del plástico que el club le dio a todos aquellos que compraron metros cuadrados para que la vuelta a Boedo se hiciera realidad. “Esta foto la saqué yo”, revela. El Gasómetro visto desde Avenida La Plata, con la entrada principal al club que se asoma, una fila de autos estacionados y otros en doble fila. Un templo que luego fue el vórtice de un desguace.

El Sapo Villar, activo en las manifestaciones que pidieron por la vuelta de San Lorenzo al barrio que lo vio nacer, parece negarse al desarraigo: “Por más que el Gasómetro no esté, en mi mente yo lo estoy viendo, veo a la gente, veo a los jugadores moverse”. Porque el jugador con más partidos en la historia del club aporta desde ese lado, de mantener su condición de leyenda. Julián Lema, que aporta desde el arte, también piensa en tablones: “Como objetivo culposo, detrás de todo lo que hago, está eso en realidad; es una cosa que no me puedo sacar de la cabeza. A la hora de pintar, lo que me gustaría que pase es la vuelta a Boedo definitiva”. Y Matías Colombo aparece con un llamado a la acción: “Tenemos que hacer. Quizá no sabemos cuándo pueda estar la cancha, pero si seguimos este camino va a ser realidad”.

– ¿Qué es el mural en relación al concepto de utopía?

– Es un movimiento de satisfacción personal, grupal y social que nos permite llegar a que esté el horizonte pero que en cada paso que vayamos dando estemos un poco más cerca de esa utopía, de eso que soñamos -define Matías Colombo. Al ángulo.

El periodista Pablo Calvo definió al viejo estadio de San Lorenzo como “una pequeña Atenas”, en su libro Los tesoros del Gasómetro, cuando retrató al campeón olímpico Delfo Cabrera trotar por la carbonilla de la cancha, en la que “había hasta lanzadores de jabalina”. Diego Resnik dice que, junto a su hermano Adolfo, lo definen como “una universidad popular con más de 30 manifestaciones culturales y deportivas debajo de los míticos tablones y el fervor del pueblo azulgrana arriba de los mismos”. Sergio Villar define al Gasómetro como “algo extraordinario, una gloria, una cosa irrepetible”. Y sonríe cuando su compatriota Galeano y el concepto de utopía son mencionados. “Yo me acuerdo que la gente iba caminando -dice el Sapo mientras hace gestos de esparcimiento con sus manos-, venían de Rivadavia, por Avenida La Plata, y se iban para San Juan”. Caminos más que recorridos por los hinchas de San Lorenzo.

Los hinchas en búsqueda de sus entradas para lo que sería el último partido en Avenida La Plata: un 0 a 0 contra Boca el 2 de diciembre de 1979. De fondo, el Gasómetro lleno.

***

Hay un postigo en cada hogar cuervo que lleva al campo de juego del Viejo Gasómetro. En las casas de quienes vivieron el estadio y su gloria, pero también en las de aquellos que nacieron de los 80 en adelante y escucharon y escuchan a todas esas señoras y señores que, de forma anodina, contaron y cuentan en qué sector de la tribuna se sentaban, a qué jugador seguían, qué actividad deportiva hacían debajo de los tablones de madera. El mural número 131 del Grupo Artístico de Boedo, sobre la calle Inclán al 4300, en frente de la Casa Social y del Vitalicio, representa al Viejo Gasómetro, regio, visto desde la perspectiva de las torres que yacen al lado del mural, con un pino alto que lo acompaña a un costado. Ese árbol, todavía frondoso, fue traído desde Santa Fe y plantado en 1950. Claro, vio a cinco campeones: las décadas más gloriosas del viejo estadio. A su lado, permanece la mitad de lo que era la entrada al club sobre la calle Inclán. Es la única estructura que quedó de las viejas instalaciones de San Lorenzo en Boedo: algunos ladrillos están rotos y, en la punta superior derecha, el muro tiene golpes que le dio la propia historia. Si el Gasómetro fue un “coliseo de madera”, como lo retrató Pablo Calvo, este templo guarda, como el romano, los vestigios de una infamia voraz.

Fútbol femenino en Argentina: su orden y progreso

Por Gonzalo Palombo

Un baldazo de agua fría. Eso fue lo que sufrió la delantera de UAI Urquiza, Macarena Sánchez cuando en enero de 2019 Germán Portanova, su entrenador, le comunicó que no iba a seguir en el equipo por motivos futbolísticos. Y no fue lo único, porque tampoco iba a poder firmar con ningún otro club hasta el final del torneo de ese año. Maca, entonces, intimó al club para que reconocieran el vínculo laboral que mantenían con ella. “Esto no es un hobbie, no queremos ser amateurs”, expresó. El haberse plantado ante los dirigentes puede considerarse como lo que derivó en la semi-profesionalización del fútbol femenino en Argentina en 2019.

El verdadero impulso para el fútbol femenino argentino se empezó a gestar a fines de la década de 2010, con la semi-profesionalización de la liga en 2019. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA), mediante el presidente Claudio Tapia, anunció el 16 de marzo la creación de una liga profesional, en la que se aseguraban contratos para al menos ocho jugadoras por equipo. Esta medida no solo mejoró las condiciones laborales de las jugadoras, sino que también elevó el nivel de competitividad y profesionalismo en el deporte, ya que se le otorgaron más recursos económicos a los clubes y jugadoras.

Si se hace la comparación, en el fútbol masculino de primera la mayoría de los jugadores de los planteles poseen un contrato, a diferencia del femenino, que no se los asegura a todas. Esto supone una gran diferencia económica que hace que varias jugadoras no estén en las condiciones necesarias para subsistir solo jugando al fútbol. Son pocos los clubes que dominan en la liga local (Boca, River y UAI Urquiza) pero muchos los que arrancaron de abajo y se mantuvieron constantes.

Boca es el más laureado de la Primera División. Las Gladiadoras tuvieron un éxito notable desde la fundación de la liga en 1991, ya que ganaron un total de 28 campeonatos. Boca invirtió en su infraestructura y brindó a sus jugadoras acceso a nuevas instalaciones y recursos, ya que se mejoró el predio de entrenamiento y el gimnasio. La visibilidad del equipo Xeneize ayudó a aumentar el interés y el apoyo al fútbol femenino en general. Si bien Boca sacó una gran diferencia desde su inicio, las dirigencias comandadas por Jorge Amor Ameal y Juan Román Riquelme pusieron como foco darle más importancia a otros deportes y al sector femenino. Como resultado, Boca logró sacar una diferencia notable con respecto a los demás clubes.

Las otras dos instituciones que más cerca están del Xeneize son River y UAI Urquiza. La UAI ingresó al fútbol femenino en 2004 y, de inmediato, se estableció como un equipo competitivo. A diferencia de los clubes tradicionales de fútbol masculino que añadieron equipos femeninos, UAI Urquiza se centró desde el principio en el desarrollo del fútbol para mujeres, lo que hizo que la mirada estuviera puesta en ellas desde un comienzo. Lograron un total de cinco títulos y se posicionan como la segunda fuerza junto a River.

A partir de la semi-profesionalización, una gran mayoría de clubes logró mejorar y volverse relevante en la primera categoría. Uno de ellos es Ferro, que milita en la primera división nacional desde 2022 . El club comenzó a competir en fútbol en 2017. Antes, la institución se desempeñaba solo en futsal a nivel femenino. Un año después, el equipo debutó en los torneos de la AFA. En el campeonato de segunda división de 2021, lograron ascender. Belén Pokoracky, defensora verdolaga desde enero de 2023, habla sobre los cambios que nota desde su llegada al club: “Hay una mayor organización desde los directivos para abajo. Se puede ver también algo de inversión económica con respecto al año pasado, tampoco la gran cosa, pero hay un poco más de inversión”. Pokoracky, de 25 años, compara las desigualdades que encuentra entre el fútbol femenino y masculino de Ferro: “Hay mucha diferencia en cuanto a lo económico y también la cantidad de jugadores que tienen contrato. Además, las formaciones juveniles de las chicas no son las mismas que las de los chicos de Reserva del masculino”.

Gimnasia y Esgrima La Plata comenzó a competir en la AFA en 2002 y cinco años después debió retirarse de la liga. El principal motivo se debe a los problemas económicos. En 2007, el club acarreaba deudas que afectaron a varias de sus actividades deportivas y que hicieron muy difícil mantener al equipo. A su vez, el fútbol femenino no contaba con el mismo nivel de apoyo y prioridad dentro del club en comparación con el fútbol masculino. Fue así como durante casi diez años, el club no contó con equipo femenino. Hasta que en 2018 tomó la decisión de regresar a la actividad para la siguiente temporada. En tan sólo un año ascendieron a la primera división como campeonas de la B.

Marianela González Sanz, mediocampista de 18 años de Gimnasia, expresa: “La verdad es que Gimnasia es un club que le da muchísima importancia al fútbol femenino; es más, diría de los que más le da. A la hora de compararlos con el masculino, los recursos que tenemos a disposición en el día a día son cada vez más”. El club brinda su estadio, el Juan Carmelo Zerillo, para que el equipo haga de local de vez en cuando, algo que no se ve en todos los clubes. Con respecto a esto, González Sanz comenta: “Marca la diferencia porque hay muy pocos equipos que lo hacen”.

A nivel femenino, Platense empezó a disputar torneos oficiales de la AFA en 1997. Al final del campeonato, las calamares terminaron últimas en la zona con sólo 10 puntos en 24 partidos. En este certamen, Platense sufriría muchas goleadas, incluida una caída por 0-30 ante River. A pesar de quedar en la última posición, no descendieron a la segunda categoría ya que el fútbol femenino no contó con un sistema de descensos hasta 2016 (algo que también habla sobre lo mal organizado que estaba). El club disputó 27 temporadas desde su llegada al fútbol femenino en 1997. También el Calamar es el noveno equipo con más puntos en la era profesional desde 2019, ya que solo lo superan los cinco grandes, Gimnasia La Plata, Rosario Central y UAI Urquiza.

A más de 25 años de su incursión en el fútbol femenino, Platense sigue en Primera División y obtuvo buenos resultados en 2010 y 2018. Incluso en 2021 se coronó campeón del torneo de Reserva. Matías Raia es el director técnico del primer equipo desde mayo de 2022 y es uno de los grandes responsables de que las calamares hayan progresado. En años anteriores, el técnico de Platense trabajó en las inferiores femeninas del club, donde fue campeón de la Liga de Desarrollo Sub 14 2022 y dirigió en las categorías Sub 10, Sub 16 y Reserva.

Raia declara que para Platense es fundamental la formación de las jugadoras, y que si viene con títulos mejor, porque demuestra que se están haciendo las cosas bien. Además, expresa que nota un enorme cambio desde que llegó al club hace más de 10 años. Desde que los equipos concentren hasta la ropa que les dan. También considera muy importante la televisación de los partidos, ya que ayuda a difundir el deporte. A fines de 2024, dos partidos por fecha son transmitidos por TNT Sports, mientras que los demás van mediante streaming. “El cambio ha sido muy grande, cuando arranqué en el club se trataba de ver qué espacio estaba libre para que pudiera entrenar el femenino. Hoy es: femenino entrena a tal hora tal día”. Raia piensa que aún falta mucho para lo que es la verdadera profesionalización, pero que van por buen camino.

Platense se entrena en el predio Alejandro Mariani Dolan, en Saavedra, ciudad de Buenos Aires. En este complejo, se realizan las prácticas de las divisiones inferiores masculinas y femeninas, además de la Primera División femenina. El mantenimiento de las canchas ayuda a mejorar las condiciones en las que el equipo entrena, lo que lo vuelve mucho más competitivo. Es muy difícil que el fútbol femenino logre igualar en popularidad al masculino. En cuanto a infraestructura y contratos, el femenino avanzó más que el masculino, lo que demuestra que el camino hacia una verdadera profesionalización aún sigue en construcción y que su techo todavía no llegó.

Cinco años después de la lucha por la profesionalización, son muchos los que piensan que el fútbol femenino mejoró, pero a Maca Sánchez no se la nota segura de eso: “Tuvimos la mala suerte de que justo se profesionalizó antes de la pandemia, que se paró todo el fútbol”, dijo en una entrevista con la agencia Noticias Argentinas en abril de 2024. Aún así, vio que se pudo retomar la lucha, que se sumaron sponsors y que se empezaron a televisar muchos más partidos. Para que aquellos baldazos de agua fría que tanto sufrieron las jugadoras a lo largo de la historia, se vuelvan cada vez más y más calientes.

Fermín Wingerter, el viaje del alero

Por Juan Tobías Graib

Fermín Wingerter está ‘a las chapas’. Tuvo que adelantar su vuelo a Bogotá para el domingo. El viernes había llegado a la casa de sus amigos en Minneapolis después de manejar dos horas y media en ruta desde Marshall. Poder compartir un día con gente conocida, en tiempos turbulentos como una época de exámenes finales y de la preparación para el Sudamericano con la Selección Argentina, representó una parada técnica. Hasta Colombia tiene un viaje de diez horas con escala en el Aeropuerto Internacional de Toronto Pearson.

Pasó el check-in y se compró un sándwich de pollo, lechuga y tomate. En una circunstancia normal, se hubiera hecho una milanesa u otro plato argentino -cualquier cosa fuera de la gastronomía yankee-. “Me gusta cocinar, lo hago para extrañar un poco menos”, soltó entre mastiques, mientras asomaba la cabeza para no manchar su remera Jordan negra. De haber pasado el domingo en su Paraná natal, estaría comiendo un asado con su familia bajo un cielo despejado. Ni los 13 grados en la ciudad canadiense ni la semana lluviosa pronosticada para Bogotá le quitan ese deseo: el de tomarse un respiro. Este almuerzo, por más ocasional que fuera, cumplió esa función. 

En el país cafetero lo espera un equipo concentrado espontáneamente. Muchos jugadores dejaron sus clubes en plena temporada para intentar conseguir una plaza en el Campeonato Panamericano 2025. De los que están sueltos en el extranjero, como Alberto Esteche en Italia o Maximiliano Ruggeri en España, Fermín es el único en jugar en Estados Unidos. El primero en ir a la Liga Estadounidense- la NWBA Intercollegiate- con una beca. Con 24 años, juega de alero en los Mustangs de la SMSU (Southwest Minnesota State University) y carga el número 5 en la espalda. 

Lleva un año viviendo en la nación madre del básquetbol. Empezó la carrera de finanzas en el mismo lugar que continuó su periplo deportivo. A medida que manducaba la primera mitad de su sándwich, explicó que se levanta a las 5.45-5.50 de la mañana “para entrenar de seis y media a 8.45. De ahí voy a las clases, por lo general hasta las doce del mediodía”. Los lunes, miércoles y viernes va al gimnasio hasta las cuatro, seguida por alguna que otra clase más. “Y después a la tardecita, a las 6 o 7 de la tarde, me voy a tirar casi todos los días. El equipo te requiere 600 conversiones por semana y yo generalmente hago muchas más: entre 900 y 1000 intento hacer. Después me acuesto a dormir temprano porque al otro día arrancó tempranísimo”, concluyó.

Los lunes y los viernes trabaja desde las 12 a las 3.30 de la tarde como embajador estudiantil en la parte de admisiones, dándole tours a la gente que va a visitar la universidad. Los fines de semana, cuando el tiempo dispone, trabajaba también en la parte de athletics:  “Es para los eventos deportivos, en los partidos de vóley, básquetbol convencional, béisbol, fútbol americano. En todos se requiere gente en la parte de los tickets, de las promociones, de la música, del scoreboard, del videoboard, de la estadística y demás”, explicó tras meter dos mordiscos en cinco segundos, como si terminar rápido su almuerzo fuera a acelerar el tiempo hasta el vuelo.

El viaje rompió su monotonía, de la que construyó un yin yang que une al deporte con el estudio. No viajó al campeonato Panamericano pasado, donde la albiceleste perdió la chance de ir a los Juegos Paralímpicos de París 2024, tras perder el partido por el tercer puesto con Canadá. Un año más tarde, Fermín confesó que su no-participación le dolió mucho porque venía entrenando bien. 

Los llamados de Mauro Varela, entrenador del conjunto nacional y viejo conocido suyo, le llegaban frecuentemente desde esa primera vez en el Parapanamericano de Lima 2019, cuando integró la Preselección. 

Pero el teléfono volvió a sonar. Con los Mustangs, Fermín promedió 15.3 puntos por partido y fue incluido en el segundo equipo All American de la NWBA en su primera temporada. 

Del otro lado de la línea, Varela le hizo saber la importancia de esa estadística. “Por eso lo llevo al Sudamericano”, contó el entrenador, en un CeNARD atacado por chubascos. “Él siempre tuvo el lanzamiento, pero ahora le incorpora una serie de posiciones en la cancha con una tasa de eficacia bastante buena, lo cual hizo que me pudiera decidir. Nos da a nosotros otra herramienta más para poder usar en la estrategia de la táctica colectiva”. Habían terminado los trabajos de tecnificación con los argentinos concentrados en tierra propia. Su encuentro con Fermín, después de tanto tiempo, se va a dar en Bogotá.

No se conocieron con la medalla de oro sudamericana de 2021, ni con la plata de la Copa América de 2022. Tampoco en la Selección Argentina. En diciembre de 2018, Varela abrió las puertas del club CILSA Santa Fe a Eduardo y María. Con ellos venía su hijo pelilargo de diecinueve años. Ese chico, impulsado sobre una silla de ruedas plegable desde hacía tres meses, estaba decidido a jugar al básquet. 

La pelvis quebrada en dos partes. La primera y la segunda costilla, la escápula y la médula. Fermín llevaba medio año en Nueva Zelanda, pero entendió perfectamente el inglés del médico: ‘No sé quien te acompaña, pero no vas a volver a caminar nunca más’. 

Tres días antes, el 22 de septiembre de 2018, el acoplado de una camioneta le pasó por encima. Había terminado de ordeñar un lote de vacas, como indicaba su jornada laboral. Se paró en el enganche del vehículo y sus botas de lluvia le fallaron, dejándolo de cara contra el lodo. El eje lo dobló hasta el punto de no poder gritar. El helicóptero que lo sacó, el quirófano, la compañía de su amigo Mateo, su familia enterándose por teléfono: todo se le proyectó como un sueño lúcido. 

Pero fue real. Ese Fermín, que una semana antes había recibido la visita de sus padres, que le dieron todo desde que nació el 5 de agosto de 1999, pasó noventa noches en una clínica especializada en lesiones de médula espinal, haciendo terapia psicológica y motriz. Ese Fermín, el fanático de River por su viejo y de las vacaciones con amigos, hizo de un viaje de estudios un renacer. 

Ese Fermín, que jugó al fútbol en Belgrano de Paraná y que practicó muay thai y surf, reeducó su cuerpo pero no se olvidó del deporte. Después de probar tenis y rugby adaptado, le agarró el gusto a la pelota naranja. Ya le había dado una probada en una clase de educación física, cuando iba al Colegio Don Bosco. La segunda vez no la soltó.

De nuevo en Paraná y con 2019 al caer, Fermín supo exactamente dónde ir. CILSA Santa Fe era el club de básquet en silla de ruedas más cercano a él, a 40 kilómetros en ruta. Lucas Barolín fue el primero en entrenarlo, en la categoría de iniciación y en la segunda más adelante, y contó que sorprendió a muchos: “Los jugadores hacen un año o dos de duelo después de accidentarse, y recién ahí empiezan a acercarse al deporte. Cuando él llegó, nos contó de su accidente tres meses atrás y que se había informado y averiguado para jugar. Al resto les cuentan de esto y por eso vienen, pero él vino bien específico y puntualizado a buscarnos. Es una característica que no me había pasado con otros chicos”.

Cuando se quiso dar cuenta, Fermín llevaba el básquet como bandera. Consiguió un auto, lo que agudizó su autonomía. Ni la pandemia lo exentó de practicarlo: fuera en burbujas de a dos jugadores o por videollamada, se esforzó para llegar al primer equipo en 2021. Según la estrategia, coqueteó con las posiciones de escolta y de base, hasta dar con la del alero. 

Apareció su lugar, apareció el deportista. “Hay puntos que demoran un mes de entrenamiento pero que con él hubieron cosas que demoraron dos semanas, y al toque quiso aprender más”, contó Barolín, para después disculparse por el sonido de fondo- su vecino estaba podando el pasto. “A veces iba a otras concentraciones o a torneos, miraba algo que hizo un pibe y probando le empezaban a salir, para después pasar a otra cosa, y a otra… Y uno como entrenador tiene que estar a la altura de responder a la necesidad del jugador”.

Bajo su faceta escurridiza, prima una autocrítica que lo lleva a dar lo máximo. El histrionismo que invade todas sus oraciones, alivianado por su acento entrerriano, deja al descubierto su deseo de eliminar el error, no sin intentarlo una vez más. Tanto Barolín como Emmanuel Leguizamón, amigo de Fermin y entrenador del rugby adaptado en CILSA, coincidieron al dar a conocer esa característica.

Fermín es muy efusivo”, contó Leguizamón, después de dejar el mate en la mesa. “Todo el tiempo está dialogando con sus compañeros. Siempre dando órdenes o buscando informar de qué hace o qué no hace. O qué es lo que le sucede a él dentro de la cancha. Eso genera que, si yo estoy atacando con la pelota y Fermín ya me empieza a hablar, puedo generar una acción sin tener la necesidad de mirarlo”. 

Faltan cinco minutos para que entre a su vuelo.  Fermín hizo saber su deseo de saltar a las ligas europeas en el futuro, con las prioridades claras: “Me contactó el Briantea. Adolfo Berdún está ahí, entonces hay algunas conexiones. Ese es un buen club como para ir y, si no, a cualquiera que sea competitivo. Me hablaron de un equipo ahora que quiere ascender, pero igual tengo dos años más en Estados Unidos. La idea es ir metiendo algo de la profesión también mientras me dedico a lo deportivo. Pero no al revés, digamos. Podría ser solo básquet o básquet y profesión, pero no solo profesión. Por lo menos por ahora que soy joven y tengo mi carrera en pleno desarrollo”.

Cuando sus ojos oscuros se pierden en los aviones que dejan la pista, deja ver sus ansias de estar dentro del suyo. Quizás no piensa en qué va a hacer cuando, por fin, aterrice en Bogotá: van a haber poco más de veinticuatro horas entre su llegada y el debut ante Chile, el martes 29 de octubre. Si ese recordatorio lo estresó, lo suprimió con una respiración profunda- mínima, al lado de la meditación que ejerce en situaciones más cotidianas. Además, la situación le era familiar.

En diciembre de 2023, Fermín daba sus primeros pasos en los Mustangs y el CILSA había clasificado al Final Four de la Liga Nacional. Él contaba los días para pasar las fiestas con su familia y el equipo celeste llevaba dieciocho años sin consagrarse. 

A veces quedábamos segundos, a veces terceros, cuartos. Estábamos ahí pero no podíamos concretarlo”, empezó a narrar Emmanuel Leguizamón, plegándose en su silla. “Cuando pusieron la fecha, Fermín tenía pasajes para dos o tres días después de ese fin de semana. Automáticamente, le habló a un entrenador y le dijo: ‘ché, quiero estar y jugar ese torneo’. Le explicó que no podía hacer nada y empezó a averiguar cómo cambiar el pasaje. Nosotros comenzábamos a competir el sábado 16 y él llegaba justo, pero cuando arrancaba el partido. Logró conseguir para el viernes, pero el torneo era en Córdoba y el vuelo iba a Buenos Aires. Entonces encontró uno que vaya directo y llegó a la noche. Los padres lo fueron a buscar y, al otro día, comenzó a jugar”.

Perdieron 60-56 contra el SICA de Córdoba, pero se repusieron contra CILSA Buenos Aires (59-36) y APRI de Uruguay (54-46). Dependiendo de un resultado ajeno, el equipo santafesino gritó campeón. Fermín promedio 20 puntos por partido y fue la figura.

“¿Profesional o amateur?”: el debate del hockey sobre césped en Argentina cuesta una bocha

Por Morena Baulde

En Argentina, a diferencia de países europeos, el hockey sobre césped es amateur y a pesar del alto nivel de los jugadores, no tienen contratos pagos. Los jugadores, que tanto tiempo le dedican y con el desgaste que eso conlleva, no pueden vivir del hockey. Individualmente les pagan a sus clubes para poder jugar: la cuota; el fichaje; el arbitraje y la vestimenta (incluyendo los materiales necesarios para jugar, como el palo, las canilleras y el protector bucal).

El hockey sobre césped llegó a Argentina en la primera década del siglo XX. Fue el primer país sudamericano en el que se practicó este deporte y según publicó la página de la Selección Argentina: “Por la constante participación femenina desde sus inicios, se trata de una de las actividades que más impulsaron el ingreso de las mujeres al deporte en Argentina”.

Delfina Merino, histórica jugadora de Las Leonas desde el 2009 hasta el 2021 y ganadora del premio a Mejor Jugadora del Mundo en 2017, en una entrevista del 2023 que tuvo para TNT Sports, confesó: “Yo no estoy tan de acuerdo con que se profesionalice el hockey en Argentina porque amo mi club (Banco Provincia) y a casi nadie se le ocurre cambiarse a otro. Tampoco tenemos la infraestructura ni la economía para que eso pase. En Países Bajos yo tuve contrato y me pagaron por jugar. En nuestro país es completamente al revés. Por eso la gran diferencia de nivel, allá es un hockey elite. Sin embargo, hay un montón de cosas, cuando estás allá, que extrañás del hockey argentino”.

Desde de los Juegos Olímpicos de Sidney 2000 a París 2024, el hockey argentino estuvo en el podio consecutivamente. Siete juegos seguidos. Seis medallas para el conjunto femenino y una para el masculino en total. Respecto a copas del mundo, Las Leonas han ganado dos campeonatos y Los Leones consiguieron el tercer puesto en La Haya 2014.

La mayoría creería que a raíz de todo lo conseguido, la Selección argentina tendría como mínimo su propio lugar para entrenarse en las preparaciones de cada torneo. Si bien cuentan con la cancha del CeNARD, es de público conocimiento, ya que los propios jugadores lo han dicho, que las condiciones del césped sintético no son aptas en lo absoluto para un entrenamiento de un nivel de Selección.

Actualmente hay 50 jugadores pertenecientes al Seleccionado argentino, entre femeninos y masculinos, que se encuentran en la lista de becados del ENARD (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo). Para los Juegos Olímpicos de este año, se dividieron en tres categorías:

  1. Excelencia ($689.907): Medallista Olímpico o Paralímpico Tokio 2020, revalidado en el último Campeonato Mundial.
  2. Proyección ($524.329): Tendencia en los resultados que pronostiquen condiciones objetivas de podio olímpico.
  3. Clasificado Nominal a París 2024 ($300.729): Clasificado Nominal Individual a los Juegos Olímpicos o Paralímpicos París 2024.

La manera en la que más dinero suelen recaudar los jugadores que tienen la suerte de que los reconozcan por su nivel, es a través de los sponsors y los acuerdos publicitarios. Lo más común es en marcas de indumentaria de hockey, pero sobre todo proveedoras de palos, ya que en la actualidad cuestan entre $500.000 y $1.000.000. Valentina Raposo, jugadora de Las Leonas, que actualmente se desempeña en el club HGC de La Haya, Países Bajos, mediante una charla con este medio, confesó: “Acá en Países Bajos se vive el hockey de otra manera, es algo parecido o similar a lo que es el fútbol en Argentina. La principal diferencia es que cuentan con muchos más recursos, como que todos los clubes tienen entre dos y tres canchas de agua. En nuestro país la gran mayoría tiene cancha de arena”.

“Jugué dos finales contra Países Bajos y no le pudimos ganar, si con los pocos recursos que contamos, casi siempre llegamos a instancias finales, empezando con cambios como tener nuestra propia cancha de agua en buenas condiciones, podrían ayudarnos a conseguir mejores cosas. Me encantaría que el hockey en Argentina se profesionalizara, pero creo que es una cuestión económica y política. Aunque no contemos con una buena economía, igualmente podríamos ir de a poco cambiando o adquiriendo nuevas cosas para empezar a dar un giro en el profesionalismo, ya que así es la única manera de superar a las potencias mundiales”, agregó Raposo.

Durante el año, muchos se van a jugar a equipos de Europa, algunos con la suerte de ir a Países Bajos quien ocupa el primer puesto a nivel mundial, con la finalidad de conseguir más roce y tratar de estar a la par en cuanto a nivel. Además, en el Viejo Continente tienen la posibilidad de firmar contratos con los clubes, es decir que les pagan por jugar.

Giuliana Gamondi es una jugadora de Chubut que actualmente se desarrolla en la Primera División de San Isidro Club. Además de jugar al hockey, estudia kinesiología y con 19 años y lejos de su familia maneja su vida de deportista y de estudiante a la vez. “Creo que el hockey debería dejar de ser amateur. Hay que tener en cuenta la disciplina que debemos tener en tanto las horas de entrenamiento, el desgaste físico, la alimentación saludable y demás. No siento que se le dé el suficiente reconocimiento a nuestro deporte, sumándole la situación económica del país. En mi caso, entre vivir sola, ir a la facultad y hockey se me hace mucho gasto. Las cuotas en el club son mucho más caras que en Chubut. El equipamiento deportivo es muy costoso y no dura tanto como uno espera: $70.000 unas canilleras, $50.000 un guante y los palos que salen más de $500.000 te duran entre tres y seis meses. Por suerte hace poco tuve la posibilidad de que conseguir una marca que me deja todo a mitad de precio y eso me ayuda bastante”, expresó Gamondi.

En definitiva, los jugadores de hockey en Argentina, a pesar de haber tenido un gran desempeño a lo largo de los años dejando al país en lo más alto, no pueden vivir solo del deporte. El poco reconocimiento por parte del Estado y la economía del país tienen como consecuencia que la gran mayoría de los jugadores estudien y trabajen a la vez, muchos acudiendo a los contratos publicitarios. A su vez, los que forman parte de la Selección y cumplen con los requisitos del ENARD, cuentan con la beca.

El calendario ATP 2025 le dará menos espacio y puntos a Sudamérica

Por Gustavo Bettinotti

El tenis sudamericano corrió siempre de atrás con respecto a Europa o Norteamérica, pero el año que viene, con el calendario ya confirmado, la diferencia a nivel ATP será mayor, ya que solamente se jugarán tres torneos en Sudamérica (uno menos que el año pasado). Además, en caso de consagrarse campeón de todos ellos, un jugador podría sumar 1000 puntos como máximo en el ranking, que no generan un gran deseo en jugadores del top 10, quienes suelen dejar pasar la chance de jugar en esta región (Alexander Zverev es el único confirmado para 2025).

Con la no continuación del Córdoba Open (ATP 250) y los fallidos ascensos del Argentina Open y del Chile Open de ATP 250 a 500, la gira sudamericana 2025 será la que menos puntos repartirá desde 2013 (también 1000) y la que menos torneos recibirá desde 2012 (también 3).

La misma comenzará con el abierto de Buenos Aires en la semana del 10 de febrero, continuará con el Rio Open (ATP 500) los días siguientes y concluirá con el certamen a disputarse en Santiago, la semana del 24 de febrero. Si bien el lugar en el calendario es el mismo que los años anteriores, sigue sin convencer dado que los tres torneos son en polvo de ladrillo, y llegan dos semanas después del término del Australian Open, para finalizar justo antes del Masters 1000 de Indian Wells (ambos disputados en canchas rápidas).

Catalina Fillol, directora del Chile Open y tía de Nicolás Jarry (tenista chileno 36º en el ranking ATP), explicó las desventajas acerca de esto: “Tener una gira de solo 3 semanas en arcilla en un calendario de cemento, ha hecho que tengamos que ofrecer garantías muy altas, y Santiago tiene la dificultad adicional que durante la misma semana hay otros dos 500 en cemento. Los jugadores prefieren jugar en la misma superficie que los Masters 1000 que nos siguen, que son Indian Wells y Miami, también en cemento”.

Sin embargo, debido a lo apretado que es el calendario ATP, la posibilidad de cambiar de fecha la gira no parecería ser una opción. De hecho, hasta podría ser más factible cambiar de superficie a cemento, con todas las críticas que eso generaría de los espectadores y jugadores locales.

“La superficie de juego y la distancia que tenemos con la gira de arcilla en Europa hace casi imposible pensar en el momento ideal del calendario. Convertirnos en un evento en cemento atraería a mejores jugadores, pero a su vez estarías rompiendo una tradición de arcilla de años, donde ayudas a fomentar el tenis de la región”, agregó la hija de Jaime Fillol, ex tenista chileno que llegó al puesto 14 del ranking ATP en 1974.

A todo esto, desde la Asociación de Tenistas Profesionales no parecerían estar para nada preocupados con respecto a este tema. Para este año próximo se debían producir tres ascensos de torneos 250 a 500, y con la mudanza del Córdoba Open a Mallorca (se jugará previo a Wimbledon), se esperaba que el abierto de Buenos Aires ocupara uno de esos tres lugares.

No obstante, esto no terminó sucediendo y los ascensos terminaron en manos de Dallas (a disputarse la semana previa a Buenos Aires), Doha (con misma fecha que el Rio Open) y Múnich. Para tener en cuenta, con el ascenso de Dallas, norteamérica contará con un Grand Slam, cuatro Masters 1000, tres ATP 500 y cuatro ATP 250. Por su parte, con la promoción del torneo de Munich, Europa será sede de dos Grand Slams, el ATP Finals, cuatro Masters 1000, ocho ATP 500 y 17 ATP 250.

Acerca de esta decisión, Javier Frana, ex jugador y actual comentarista de tenis, opinó: “Seguramente hay intereses económicos que hacen que ciertos torneos se hayan convertido en 500. A Argentina creo que no le faltaba nada, simplemente tal vez haber hecho una mayor oferta. Después habría que analizar si todo tiene que estar regido por una cuestión económica, porque si hay un lugar donde hay pasión, nivel tenístico, concurrencia y donde proveen constantemente jugadores al mundo, esa zona tiene que ser cuidada”.

Y las críticas no vienen solamente de sudamericanos. Figuras mundiales como Boris Becker (alemán) y Andy Murray (escocés) se pronunciaron en contra de la ATP, pidiendo que les den más lugar a Sudamérica. El británico recién retirado (ex número 1 del mundo, ganador de tres Grand Slams y dos medallas de oro olímpicas), incluso sugirió una gira exclusiva con un Masters 1000.

“Con relación a lo que dijo Murray, creo que quiso marcar que Sudamérica le provee al mundo del tenis una cantidad de jugadores que son figuras y que se están olvidando o están perjudicando a un lugar que tiene nivel, afición e infraestructura para tener este tipos de torneos. También para ser justo, un torneo a veces cuesta el triple de lo que pone en premios y es muy difícil en economías inestables que se puedan sostener en el tiempo”, analizó Frana.

De los 60 certámenes que se jugarán en 2025, distribuidos en 29 países distintos, el 53,3% de ellos serán en Europa, el 20% en Norteamérica y sólo el 5% tendrán como sede a Sudamérica. Esto perjudica a los jugadores sudamericanos, que deben viajar lejos de casa durante todo el año para sumar una buena cantidad de puntos.

Juan Manuel Cerúndolo, tenista argentino en el puesto 140 del ranking, contó con detalles la situación: “Un tenista sudamericano corre bastante de atrás en lo económico y en distancias. Los europeos y estadounidenses suelen tener más plata, y tienen la ventaja de tener todo cerca. Ahora hay muchos más Challengers acá en Sudamérica, pero ya en el circuito grande tenés que viajar sí o sí a Europa, que te sale carísimo si querés llevar entrenador, y las federaciones generalmente no tienen tanta plata para apoyar, entonces se vuelve complicado”.

Esta realidad obliga a los tenistas sudamericanos a tener que escatimar gastos para poder jugar más torneos. “En principio tratás de economizar todo lo posible. Cuando vas a Europa, por ahí haces una gira un poco más larga, en vez de dos semanas, haces cuatro, o incluso si estás más jugado, haces dos o tres meses. Después no todas las semanas podés viajar con entrenador, algunas vas solo o con un preparador físico y nada más. Yo tuve la suerte de que mis sponsors siempre me apoyaron con todo, pero sino hubiera tenido que economizar mucho más”, reconoció el ganador del Córdoba Open 2021.

Quedará ver si en el futuro las competencias ATP seguirán el mismo camino que los Challengers, que vienen creciendo en los últimos años y dieron lugar a 29 torneos en Sudamérica durante 2024, o seguirán dándole la espalda a una región que nutre constantemente al deporte de grandes tenistas, siendo Juan Martín Del Potro el último jugador no europeo en ganar un Grand Slam, y teniendo cinco jugadores actualmente en el top 40.

Benito Quinquela Martín: la unión del arte, el barrio y el fútbol

"Riachuelo (Regreso de la pesca)"

Por Rocco Miño

¿Se puede vincular el arte con el fútbol? Claro que sí, se lo puede ver en esculturas, pinturas, murales en las cercanías de los estadios o en un gol, como el que hizo Diego Armando Maradona a Inglaterra en el mundial 1986, denominado “Gol del siglo” que fue esquivando y dejando rivales tirados en el camino, eso fue arte en estado puro, como si fuera pintando óleo sobre lienzo. En el mundo hay artistas que se dedican a exponer sus obras dedicadas al fútbol, pero hubo uno que se destacó del resto.

Un día diferente a lo habitual, con el sol radiante que se anticipó al verano, iluminaba el Museo Nacional de Bellas Artes que dentro su magnífica arquitectura, esconde impresionantes obras de todo tipo y de diferentes artistas. Pero en el primer piso en una sala con luz tenue se encuentra “Riachuelo (Regreso de la pesca)”, obra pintada por Benito Quinquela Martín. No fue un pintor o un artista más, fue una persona que no tuvo el privilegio de estudiar de chico, pero tuvo el don.

Ese don lo demostraba en cada uno de sus lienzos y no solo en su obra se veía reflejado la sombra de los navíos a velas que existían en ese momento y que lo usaban para trabajar, sino que con su dedos, espátula o muñeca dejaba esas pinceladas de lo que él había pasado. De joven había trabajado con sus padres adoptivos, en la que se ganaba sus pocos pesos en ese momento, cargando bolsas de carbón. No sólo exhibía su pasado de chico, si no la actualidad de ese momento del Riachuelo que sirvió para la industria e inmigración, de hecho en su obra se pueden ver de fondo los talleres, astilleros y fábricas que transitaban diariamente de una orilla a otra, con miles de trabajadores en el famoso barrio de La Boca.

En el barrio de La Boca, justamente se encuentra el Club Atlético Boca Juniors, pero ¿Se puede vincular el arte con el deporte? o para ser más específico ¿El arte con el fútbol? Por supuesto que se puede, incluso es lo que hizo toda su vida Quinquela Martín. En la otra obra de arte que se encuentra al lado, llamada “Elevadores a pleno sol” hecha en 1945. En esa obra se pueden ver 9 embarcaciones y solo una de ella destaca sobre las otras, la que está pintada de “azul y amarillo”. Claro son los colores del club del barrio, de su barrio y del club del cual era hincha.

"Elevadores a pleno sol"
“Elevadores a pleno sol”

No solo esas fueron las únicas pinceladas para decir que el arte y el fútbol se llevan de la mano, si no de hecho en 1999 se inauguró el polideportivo Benito Quinquela Martín, en honor a él, en el cual se desarrollan deportes como el futsal, voley, gimnasia artística, judo, entre otro deportes más. Miles de chicos y chicas que hacen actividad en el club o gente que los acompaña, disfrutan de ese predio y muchos deben preguntarse ¿Quién será? mientras se van por el caminito.

Caminito al cual él le dio color. Recuperó ese viejo potrero y logró darle su toque, para que se vuelva alegre y hermoso. Hoy en día es uno de los lugares con más visitas turísticas de la ciudad de Buenos Aires. Agarró por primera vez un pincel con 14 años, deslumbró a todos con su arte y fue el “inventor del barrio”, como dijo él y de hecho al mismo barrio lo denominó “República popular de La Boca”. Así es como Benito Quinquela Martín con su pasión y talento dejó su huella en la historia Argentina, uniendo el arte con el deporte. Fue el pintor que le dio color y vida a La Boca.

Las Santitas: el desarrollo del futsal femenino de San Lorenzo

Por Joel González

En los últimos años el futsal creció abruptamente en Argentina, tanto en la parte masculina como en la femenina, y eso se debió, posiblemente, a los logros que consiguió la Selección, los cuales fueron: el Mundial 2016, la Copa América 2022, las Eliminatorias 2020, entre otros, además que el deporte está camino a profesionalizarse. Por este motivo, muchos chicos y chicas optan por comenzar su carrera en el 40×20 a temprana edad, y los clubes se encuentran preparados y equipados para que den sus primeros pasos. San Lorenzo es uno de estos.

En la rama femenina, varios equipos dieron inicio a la actividad, y otros en los que se practicaba con anterioridad tuvieron un gran desarrollo y avance. El futsal femenino en el club de Boedo se originó en 2004, y desde ese entonces hasta la actualidad, es el principal protagonista de los torneos organizados por la Asociación del Fútbol Argentino, y el máximo conquistador a nivel nacional, ya que levantó 28 títulos oficiales. La significativa diferencia con Kimberley, su principal perseguidor con seis campeonatos, refleja el dominio de Las Santitas desde sus inicios.

Eliana Medina, referente de la institución y capitana del fútbol de salón, comentó: “La evolución del futsal fue notable. Creció mucho, en cantidad y calidad de jugadoras, y eso se debe en gran parte a la visualización que tuvimos durante estos años, en competencias como la Libertadores o en los primeros lugares de los torneos locales. Igualmente, debemos seguir con el trabajo en las divisiones inferiores para que ellas sean las próximas jugadoras, y que el club no salga a buscar por fuera. Tener una base consolidada es primordial para el futuro”.

El 3 de octubre de 2017 fue una fecha importante para el futsal, ya que según la cuenta oficial de Instagram de fútbol femenino de San Lorenzo, Las Santitas debutaron en el Polideportivo Roberto Pando, situado en el barrio de Boedo, con la victoria 5-0 frente a Comunicaciones. Previo a ese acontecimiento, San Lorenzo hacía de local únicamente en el Gimnasio San Martín ubicado en la Ciudad Deportiva en Bajo Flores, el cual no contaba con tribunas fijas y la cantidad de concurrentes era escasa. En cambio, el Pando tiene capacidad para 2000 personas, según la página Mundo Azulgrana, y a diferencia de Boca y Ferro, dos clubes referentes del futsal, es el microestadio con mayor capacidad, ya que en el Multideportivo 1 del Verdolaga ingresan como máximo 800 espectadores, y en el Quinquela Martín del Xeneize 300.

Para que continúe el desarrollo del futsal en San Lorenzo fue necesario un orden dirigencial, y en la actualidad, Mayra Tubio integra ese equipo de trabajo. La dirigente declaró que en el inicio el club no invirtió en la actividad, pero con los títulos obtenidos, sumado al trabajo y compromiso de las jugadoras, hicieron que la disciplina fuera prioritaria para la institución. “Con el tiempo se sumaron sponsors, y el aumento de la presencia del público en cada partido de local, hicieron que la venta de entradas y la publicidad sean los principales ingresos económicos que mantienen la actividad”, agregó Tubio. 

En 2004, San Lorenzo contaba solamente con el plantel mayor que competía en la máxima categoría del futsal nacional. Con el transcurso de los años se agregaron las divisiones inferiores de Tercera a Sexta, lo cual para Claudio García, el entrenador de la Primera desde hace diez años fue un importante crecimiento en la disciplina. “El desarrollo de las categorías más chicas fue un salto de calidad enorme, porque se sumaron más deportistas y tenemos mayor cantidad de jugadoras para trabajar a futuro. El objetivo es que debuten en primera. Con los años, se consiguieron más espacios y horarios para que desarrollen sus actividades, tanto en gimnasio como en parquet. Antes, las chicas entrenaban en el playón de la Platea Sur del Nuevo Gasómetro o se alquilaban canchas, pero ahora lo hacemos en el mismo lugar donde jugamos. Practicamos tres veces por semana, dos horas por día, más la jornada de partido”.

El campeonato de las divisiones inferiores tuvo su última fecha el domingo 3 de noviembre y las categorías de San Lorenzo, menos la Sexta, finalizaron en las posiciones de arriba. Según la página Segundo Palo, en la que están las tablas de posiciones, la Tercera terminó segunda con 65 puntos, tres menos que Boca, la Cuarta se ubicó detrás de River (68) y del Xeneize (67) con 58 unidades, la Quinta quedó en el cuarto lugar a 11 unidades del equipo Millonario, y la Sexta finalizó en la décima posición. A pesar de que ninguna se consagró campeona, las tres divisiones más grandes fueron protagonistas en el torneo. Por su parte, el plantel mayor acabó en la primera ubicación y, el pasado lunes 25 de noviembre, le ganó a River 2-0 por los cuartos de final de los playoff. El próximo viernes 29 jugarán de visitante el segundo partido. “En esta temporada se otorgaron becas deportivas para las familias de las chicas que no podían pagar la cuota, eso hizo que muchas jugadoras de las inferiores sigan en el club, a pesar de las dificultades económicas”, afirmó Mayra Tubio. 

La mayor visualización que tuvo el deporte fue gracias a los títulos que consiguió durante los 20 años, y eso hizo que muchas chicas hayan iniciado su camino en el 40×20 de San Lorenzo. Según la página oficial del club, es la disciplina de la institución que más conquistas tuvo en el siglo XXI. Las Santitas consiguieron, entre los títulos más destacados, los campeonatos locales de 2005 y 2006, el Anual de 2008, 2009, 2011, 2012 y 2017, el campeonato de AFA 2016, la Copa Argentina de 2018 frente a Huracán, la Supercopa y la Liga Nacional de 2019 y la Supercopa Argentina de 2021. En el plano internacional conquistaron la Copa Mujer y Deporte 2012 disputada en Chile, fueron subcampeonas de la Libertadores en 2013 y 2022 y terceras en 2015, 2016, 2018 y 2023. Es visible la evolución que tuvo el futsal femenino en San Lorenzo, pero para Tubio falta que tenga mayor alcance al público, aunque reconoce que se trabajará para lograrlo.

Quien pisa Japón lleva consigo su razón de ser

Por Emilse Torres

Triunfos épicos que trascendieron el ring, forjaron leyendas y unieron culturas bajo un mismo respeto. Hace 70 años, Pascual Pérez conquistaba en Tokio el primer título mundial de boxeo para Argentina. Entre coraje, técnica y emoción, cada golpe marcó un vínculo eterno en el pugilismo mundial.

Argentina y Japón no comparten una rivalidad boxística de primer plano en términos históricos. Los principales contendientes del país asiático fueron, tradicionalmente, Tailandia, Filipinas y México. Sin embargo, un vínculo especial y fraternal comenzó a tejerse entre ambos cuando trascendieron los límites del ring. “Pascual Pérez es Manuel Belgrano. Fue un cinco estrellas intocable. Esta pelea (Pascual Pérez vs. Yoshio Shirai) fue el punto de partida para los argentinos en Japón”, afirmó Osvaldo Príncipi.

Como un hábil cerrajero del destino, encontró la «llave bajo el tapete» que le abrió las puertas del cielo boxístico. Con su victoria sobre Yoshio Shirai, ídolo nipón de su país, “Pascualito” no solo dejó una huella imborrable en la historia del deporte, sino que trazó un camino de respeto mutuo entre ambos países. Aquella gesta en el cuadrilátero, más que una simple victoria, sembró las semillas de un lazo que iba más allá del boxeo: un puente simbólico entre dos culturas, construido con la nobleza y el espíritu deportivo de dos grandes campeones.

Aquella noche del 26 de noviembre de 1954, en el imponente estadio Béisbol Korakuen, Pascual Pérez se transformó en leyenda. Con pasos firmes, el pequeño Hércules mendocino caminó hacia el cuadrilátero, cargado de sueños y una fuerza inquebrantable, dispuesto a desafiar la lógica de la época y el peso de la localía contra un rival a la altura del desafío. La historia de esta pelea comenzó meses antes, entre acuerdos diplomáticos liderados por Carlos Quiroz, embajador argentino en Japón, y el presidente Juan Domingo Perón. Aquel delicado ajedrez político logró que Pérez enfrentara a Shirai en una pelea que no pondría en riesgo el título del japonés, pero que cimentaría la oportunidad de un combate por el campeonato mundial. El 24 de julio de 1954, en el Luna Park, Pascual dio un primer destello de su grandeza al enfrentarse en un duelo de exhibición contra Shirai.

El argentino llegó con el estado atlético propio de quien resguardaba la medalla de oro obtenida en Londres 1948. Contra todos los pronósticos, logró dar el batacazo que le permitió dar aquella primera vuelta de tuerca. “La realidad superó todas las previsiones. El pequeño Hércules argentino boxeó y pegó, exponiendo una valentía controlada, sin atolondramiento, con una fuerza física que le permitió llegar con energía al término de diez rounds intensos”, relataba Félix Daniel Frascara para El Gráfico. Sin embargo, este fue solo un preámbulo. Con lesiones en ambas manos y una costilla fisurada, Pascual sabía que la batalla más dura estaba por llegar.

En Japón, la odisea continuó. El equipo llegó dos semanas antes para aclimatarse, pero una infección en el oído de Pérez pospuso el combate y le costó la mitad de su bolsa. Nada lo detuvo. En el ring, Pascual luchó como un león mendocino, entregándose en 15 asaltos feroces que dejaron al público al borde de sus asientos.

Al momento del anuncio de la decisión a favor de Pérez, la emoción desbordó el estadio. Reynaldo Gorno, Ezequiel Bustamante y Alejandro Stirling, quienes se encontraban en Japón por la maratón de Nakamura, no pudieron contenerse. Corrieron hacia el ring y se fundieron en un abrazo fervoroso, que parecía cargar consigo un pedacito de cada argentino. Era como si en ese gesto se condensaran la esperanza, la lucha y la gloria de todo un país. El triunfo de Pérez no solo era suyo; era un logro compartido, el primer paso hacia la epopeya.

Aquel relato épico regresaría, como las gotas de sudor de Horacio Accavallo que empaparon la lona del estadio Nippon Budokan. Como era costumbre, el gong resonaba y Accavallo, de espaldas al centro del ring, giraba con una precisión calculada. Hay quienes afirman que, para comprender aquella pelea, basta con leer a El Veco, quien en realidad era Emilio Laferranderie, icónico periodista de El Gráfico, quien evocaba aquel momento con estas palabras: “Sí, hemos llorado. Lloramos con Justo Piernes, con Ulises Barrera, con Ortega Moreno, con Tito Lectoure, con Vaccari, con Androvandi, con Florentino… Lloramos todos… Borrachos de una alegría que nos llevó a conocer las lejanas fronteras de una emoción no vivida hasta ese 1° de marzo, que quedará marcado con un círculo rojo en el calendario del recuerdo”.

“La pelea estaba programada para mucho antes, así que ellos viajaron en enero. Sin embargo, Hiroyuki Ebihara, quien ocupaba el primer lugar en el ranking mundial de la división mosca, se lesionó la mano. Por esa razón, debieron esperar a que se recuperara, ya que la enorme distancia hacía imposible regresar. Finalmente, permanecieron allí durante enero y febrero, hasta que se acordó la pelea con el tercero del ranking, Katsuyoshi Takayama, para el 1 de marzo de 1966. La condición era clara: si ganaba, Accavallo debería defender el título ante Ebihara”, relataba Horacio Accavallo Jr., su hijo y autor de su biografía. Accavallo Jr., nacido mucho después de que su padre se coronara campeón y no tanto después de su retiro, en 1975, logró construir una memoria extraordinaria a partir de tesoros que no eran suyos, pero sí parte de su legado.

El duodécimo asalto brilló como una obra maestra de Accavallo, mientras que el decimocuarto estuvo marcado por el drama: un cabezazo abrió una herida profunda en la ceja del argentino. Cada asalto fue una inyección de fe, un impulso para soltarse, tal como lo hizo en su recordada pelea contra “Chucho” Hernández. Sin embargo, esta vez cargaba con una gran deshidratación, necesaria para dar el peso. Cuando atendió al pedido de su entrenador, Vaccari, todo fluyó. Horacio Accavallo fue el mejor. Esto no desmerece a Takayama, un rival digno y disciplinado, pero simplemente no estaba a la altura de nuestro representante. Con una estrategia mejor planteada y, aunque ambidiestro, con una zurda letal, Accavallo desgastó al japonés, quien, frustrado, recurrió a infracciones reiteradas a lo largo del combate.

El después fue el esperado, el soñado por cada nene, joven y adulto que pertenece a este deporte. El recinto de pie, los gritos ensordecedores, el ring repleto de gente, los flashes en el vestuario. El Veco lo describe así: “Accavallo llora. Sin freno. Aturdido por esa hidalguía que supera todo lo conocido. Que impulsa a Tito Lectoure a decir: ‘Nos han dado una lección inolvidable. Este país se nos ha metido en lo más hondo de nuestro afecto…’”. Todo repercutió en las calles de nuestra Argentina, donde el eco del triunfo resonó con la fuerza de un pueblo orgulloso. “Cuando bajó en Ezeiza, una multitud lo recibió. Luego hicieron una caravana que fue desde la General Paz hasta el Luna Park, donde habían preparado unas gradas para la gente”, relataba su hijo, quien confiesa tener miles de fotos de esos preciados momentos, reservados solo para aquellos tocados por la varita mágica. En este caso, el grupo seleccionado que, a fuerza de pico y pala, cavó sin escalas hasta Japón.

Desde el centro del cuadrilátero, Nicolino Locche parecía esculpir el aire, moldeando el tiempo y el espacio con la precisión de un maestro. Un virtuoso del ring que combinaba con precisión milimétrica el arte del desplazamiento con la contundencia estratégica de un jab en punta. Cada movimiento suyo era un compendio de técnica y elegancia, un poema en acción que hipnotizaba a las multitudes y desconcertaba a sus rivales. “Nicolino Locche fue la mayor obra de arte del boxeo”, dijo el periodista Ernesto Cherquis Bialo, quien estuvo en aquel memorable pleito. Su aceptación fue inmediata y arrolladora: el público lo adoraba, mientras que la prensa, ávida de figuras, lo colocaba bajo la lupa, especulando con su potencial. Sin embargo, no todos compartían la admiración. “Nicolino es un descifrable pugilista doméstico que solo podrá ganar dentro de Argentina”, sentenciaba con dureza El Gráfico. Pero Locche, ajeno a las críticas, seguía en su danza, desafiando las etiquetas y demostrando que la magia del boxeo también podía ser un arte hecho de esquivas y silencios.

Quien asumió todas las responsabilidades del fenómeno del “Intocable” fue Tito Lectoure, haciéndole frente a una Asociación Mundial de Boxeo que siempre denigró al púgil argentino. La mandatoria se terminó firmando en 1968 en el Hotel Pontchartrain de Nueva Orleans por Emilie Bruneau, quien entonces era presidente de la AMB.

Aquel 12 de diciembre de 1970, Nicolino Locche pintó su obra maestra en el estadio Kuramae Sumo de Tokio. Frente a un público expectante, el “Intocable” desplegó su técnica inigualable contra Paul “Takeshi” Fujii, un rival que llegó como campeón pero que se fue derrotado y exhausto, su espíritu tan machucado como su rostro. Locche no solo ganó, sino que transformó el boxeo en un espectáculo artístico

El desgaste físico, el emocional —producto de la impotencia de no poder acertar una mano— y los golpes precisos que Nicolino le conectó con una paciencia quirúrgica, terminaron por quebrar al hawaiano nacionalizado japonés. Sus ojos y pómulos, hinchados como globos de dolor, le impedían ver el ring con claridad. Exhausto, Fujii no salió a combatir al décimo round, resignado en el rincón mientras el árbitro alzaba el brazo de Locche. El “Intocable” se consagraba campeón del mundo de peso mediano junior, cuyo límite son 63 kilos con 500 gramos.

Para Locche, el camino al título también se recorrió en su mente. “Me fui a dormir la siesta. Apenas me metí en la cama, me acordé de mi casa, de la Argentina, y de que ya faltaban pocas horas para que fuera campeón”, recordó años después con su inconfundible sencillez. “Pensé en mi familia, en mi patria”, confesaba nostálgico.

Sobre el ring, Locche desplegó su ballet defensivo. En el séptimo asalto, un gancho de izquierda al oído lo tambaleó, pero Nicolino confió en su astucia: “Quise trabar, pero no lo encontré, y entonces me quedé quieto. No se dio cuenta de que el golpe me había hecho efecto y no se animó a atacarme; es que no comprendía mi boxeo”. Así, el mendocino no solo venció, sino que demostró que el boxeo también puede ser poesía. La noche en Tokio quedó inmortalizada como la más bella obra de arte que un pugilista haya plasmado sobre un cuadrilátero en tierras asiáticas, donde todavía quedaba lugar para una más, pero para eso debía pasar mucha agua por debajo del puente…

En una noche donde la historia y el sacrificio se dieron la mano, Fernando El Puma Martínez selló su nombre en el boxeo mundial. Fue en el legendario Ryogoku Kokugikan, donde, con garras afiladas y el alma de guerrero, unificó los títulos de la Federación Internacional y la Asociación Mundial en la categoría supermosca al vencer al japonés Kazuto Ioka. Con una actuación perfecta, el Puma demostró que los sueños de la infancia pueden cumplirse, incluso si comienzan en los márgenes de una ciudad difícil.

Desde niño, el boxeo fue su refugio y su motor. A los seis años ya soñaba con calzarse los guantes, y a los 11 empezó a forjar su técnica en los gimnasios de Buenos Aires. El camino no fue fácil: la pandemia lo golpeó fuerte, como a tantos otros, pero él supo levantarse. Hoy, desde la gloria eterna, su historia se alza como ejemplo de lucha y superación. El Puma no solo ganó títulos: conquistó corazones y revalidó el espíritu de los boxeadores argentinos, esos que nunca se rinden y llevan la pasión por el deporte en la sangre.

El combate fue un festival de emociones y técnica. Desde el primer campanazo, Martínez marcó su territorio. Pegó sin descanso, con movimientos precisos y certeros que desgastaron a Ioka, un rival de 35 años con una carrera llena de méritos. Pero ni la experiencia ni la localía pudieron con el ímpetu del argentino, que supo combinar ganchos, jabs y un uppercut que sacaba chispas. La diferencia se sintió en cada intercambio: mientras Ioka intentaba responder con golpes al cuerpo, el Puma siempre encontró la forma de salir del apuro, en una demostración de inteligencia y resistencia.

“Esto es para mi viejo, que me mira desde el cielo, para toda mi familia y para la gente que siempre creyó en mí”, declaró con el corazón en la mano tras la pelea. Emocionado y agradecido, también tuvo palabras para Japón: “Me brindaron su humildad, me dieron regalos. Espero volver”. Martínez ya había enfrentado a boxeadores filipinos, midiéndose contra rivales tagalos muy destacados en categorías pequeñas, pero nunca lo había hecho en suelo asiático. En esta región, el boxeo domina por encima de otros deportes, con al menos tres veladas por semana y un público masivo y apasionado.

En Osaka, el nombre de Ioka tiene un gran peso. Comenzó su carrera entrenando en el gimnasio de su padre y su tío, pero más tarde migró a Tokio. Tras un impasse en su trayectoria como boxeador, regresó como empresario, dedicándose a organizar veladas y a cerrar importantes acuerdos televisivos. Además, se consolidó como el principal impulsor del concepto de “Boxeo Nochevieja”, un evento anual que se convirtió en una tradición en Japón para despedir el año.

El Puma volvió a dejar en claro su determinación cuando, al ser entrevistado por Rodney Acosta, confirmó la revancha frente a Kazuto Ioka, programada para el 31 de diciembre en Tokio. De cara a esta nueva oportunidad, el campeón unificado continuará su entrenamiento durante un mes completo en suelo norteamericano junto a Rodrigo Calabrese y Gustavo “Pileta” Maidana. Posteriormente, viajarán a Japón en busca de defender el tan aclamado cinturón, que actualmente se encuentra en manos del argentino.

Desde Pascual Pérez a Fernando Martínez, la conexión boxística entre Argentina y Japón traspasa el tiempo y el espacio. Desde el coraje del “pequeño Hércules mendocino” hasta la destreza del Puma en Tokio, cada victoria simboliza la grandeza de un pueblo que encuentra en el ring una forma de dejar su huella en la historia. Valentía, técnica y arte: un legado eterno en el pugilismo mundial.

*Nota publicada en el sitio En el ring

Joaquín Pereyra, un paranaense suelto en Estados Unidos

Por Laureano Vergara

El nuevo mediocampista de Minnesota United declaró sobre las expectativas de cara a sus primeros playoffs en la liga estadounidense, el interés de los grandes del fútbol argentino, su deseo latente de volver a Europa y acerca de cómo quedó la relación con Atlético Tucumán, su último club. 

La frase: “Nunca juzgues a un libro por su portada”, es un decir que aplica también a las personas y se transforma en una de las leyes humanas a la que todos los hombres deberían atenerse. De lo contrario, la gente se perdería la posibilidad de conocer a fondo a un individuo solo por quedarse con su primera apariencia. Si uno únicamente escuchara hablar a Joaquín Pereyra, podría imaginarse que está tratando con un sujeto pacífico, sereno e incluso con atisbos de timidez. No estaría lejos de la realidad, pero dejaría descuidadas otras facetas que también forman parte de él; sería cómo abandonar un rompecabezas sin terminar. Por ejemplo, sin la pieza que se hace visible cuando el paranaense de 25 años está en una cancha de fútbol. Allí su vergüenza desaparece para darle lugar al descaro que se manifiesta en una danza donde participan su cuerpo y la pelota, y en la que los rivales y la hinchada se convierten en meros espectadores. 

Dueño de una zurda exquisita y sensible, con la calidad requerida para apilar adversarios y el atributo de la clarividencia en cuanto a comprender el juego se refiere, Pereyra se metió, gracias a estas cualidades, en la lista de los más buscados por los grandes del fútbol argentino. River, Boca y Racing fueron algunos clubes que pujaron por sus servicios. Sin embargo, ninguno se dio el gusto de atraparlo. 

—¿Qué te convenció de Minnesota United para desembarcar en Estados Unidos?

—Fue el primer club con el que empecé a negociar; eso lo hizo primordial. Estaba en tratativas y después aparecieron equipos argentinos. Eran mis ganas de venir, salir un poco del país y probar esta liga que siento está creciendo mucho. Luego de estar tres años en Atlético Tucumán y de pelearla en el fútbol local, necesitaba demostrar en otro lado. La MLS es más física; distinta. También hay un idioma diferente. Desde un primer momento tenía la decisión tomada a pesar de los demás sondeos.

Marcadas las huellas iniciales en su ciudad natal, Pereyra se mudó a Santa Fe con el objetivo de seguir escalando niveles dentro del sueño que perseguía incansablemente. Un caluroso domingo del año 2016, llegó su recompensa. Eduardo Coudet lo mandó a la cancha a compartir mediocampo con un futuro campeón del mundo, Giovani Lo Celso, en el encuentro donde Rosario Central venció por 3 a 0 a Colón de visitante. 

Los destellos chispeantes de sus condiciones hicieron que el Famalicão —de la Primeira Liga portuguesa— arriesgara por él en 2020. A pesar de un buen inicio de temporada, las lesiones se volvieron recurrentes e insoportables en el cuerpo de Pereyra. Luego de un año a préstamo, debió volver al país con la espina de lo que podría haber sido. Como un ave fénix, en Atlético Tucumán resurgió de las cenizas y comenzó a ver luz al final del túnel, circunstancia que lo condujo a querer demostrar de qué estaba hecho.

 

—¿Creés que la MLS es una buena vidriera para regresar a Europa en un futuro?

—Hoy, por Messi y muchos otros que vinieron después de una larga carrera en Europa, se está observando bastante. El Mundial se va a hacer acá; esas cosas atraen gente, llaman la atención y los clubes empiezan a mirar. Es una buena exhibición a la que te exponés para pegar el salto a Europa; fue también por ese lado que lo pensé. Sé que teniendo un buen torneo, están las posibilidades de que ocurra —comenta transmitiendo tranquilidad—.

 

—¿Cómo te recibió el plantel en Minnesota?

—La verdad que bien. Es un gran grupo. Hay algunos sudamericanos y eso siempre te hace sentir cómodo. Desde que llegué estoy contento con los chicos y con el club, que es muy ordenado. Pensé que iba a ser complicado el tema de la adaptación, pero no. La llegada fue buena y me la hicieron fácil desde el primer momento. El equipo completo se mostró a disposición para ayudarme en todo lo que necesite, así que estoy feliz.

Franco Fragapane era el único argentino en la franquicia yankee y fue el primero en hablarle, incluso antes de su arribo. Pereyra admite que, al no conocer al resto, llevarse bien con los sudamericanos produjo que entrara más rápido al grupo. Aun así, remarca que cada uno de sus nuevos compañeros se comportó de manera cordial.

—¿Te sorprendió la estructura del club?

—La realidad es que sí. No vine con ninguna idea. Me habían mostrado algunas fotos y videos en charlas anteriores mientras negociábamos, pero me asombró el predio, el gimnasio de primer nivel, las canchas y el estadio básicamente nuevo, que tiene poco tiempo y es increíble. Tenemos muchas comodidades; todo para crecer y enfocarnos en jugar. 

Vestido de entrecasa con ropa deportiva, manteniendo la cabeza ladeada hacia su izquierda y levantando la ceja derecha por momentos al escuchar las preguntas, comenta su análisis de la MLS en base a los pocos partidos que jugó: “Mi arranque es bueno. Siempre que llegas a un club, a otro país, a un grupo que está armado hace años, es un poco complicado. Estoy jugando bastante. Sé que todavía no me conocen bien dentro de la cancha como sí pasaba en Tucumán —dice subiendo los hombros en señal de qué se le va a hacer—. Lleva tiempo y a medida que pasen los encuentros va a ir cambiando; el técnico y los compañeros empezarán a confiar en mí, aunque eso depende de uno”.

 

—¿Es una liga que beneficia a tu estilo de juego?

—Sí, es intensa, pero hablando con familiares y amigos les comentaba que abundan los espacios en relación al fútbol argentino. Allá agarraba la pelota y tenía que decidir rápido, en cuestión de segundos. Acá los uno contra uno son bastante físicos, hay jugadores fuertes y aun así tenés varios segunditos para pensar. Eso es algo bueno, sobre todo a la hora de tomar las decisiones correctas. Al venir de Argentina creo que tengo una pequeña ventaja en ese sentido.

 

—¿En qué cambió tu posición en la cancha con respecto a Atlético Tucumán?

—Estoy un poco más cerca del nueve, no tan abierto, sino medio de interno. Igual siento que cuando te empezás a mover, la posición termina siendo parecida. Uno tiene que ayudar en defensa, volver con el lateral y cerrarse al centro del campo. Tengo libertad para estar adelante, aunque sin la pelota la colocación la conozco por haber jugado de esa manera varios años. 

Eric Ramsay es el entrenador actual de Pereyra en Minnesota. El británico de 32 años, que trabajó en clubes como el Chelsea y Manchester United, se convirtió en el técnico más joven de la historia en la MLS. “Creo que nuestro capitán es mayor que él —dice riendo y estirando su cuerpo—. Viene del fútbol inglés, que me parece la mejor liga del mundo. Tiene una buena idea de juego marcada y cuenta con experiencia en grandes instituciones. Se notan sus ganas de querer mejorar e intenta todo el tiempo buscar distintas variantes. Gracias a los resultados podemos trabajar tranquilos, sin la preocupación de quedarnos afuera porque ya estamos clasificados a los playoffs”, opina Pereyra con ese acento que no solo le da melodía a sus oraciones, sino que también revela sus orígenes entrerrianos. 

 

—¿Qué se habla dentro del grupo sobre los objetivos a cumplir?

—El equipo tuvo un buen arranque; se mantuvo entre las tres primeras posiciones mucho tiempo. Después, por lesiones y jugadores que se iban a sus selecciones, se perdieron puntos. Cuando llegué estábamos afuera de los playoffs, pero por suerte terminamos entrando. Hablando por encima y sin tanta euforia, con el presente que vivimos, uno se ilusiona o se imagina peleando hasta el final. Luego, al ser partidos únicos —desde semifinales de conferencia—, por ahí te agarra un día malo y te sacan del torneo. 

Finalizada la temporada regular, Minnesota United acabó sexto con 52 unidades en la Conferencia Oeste, por lo que jugará la serie de primera ronda —al mejor de tres— frente a Real Salt Lake. “Pienso mucho en una hipotética final contra el Inter Miami. Es la única instancia donde podemos encontrarnos. Disputar una final y que en la misma cancha este Messi sería una locura —admite mientras sonríe y se le ilumina el rostro—. Es lo que sueño desde que llegué; lo que más deseo es poder enfrentarme con él. Voy a querer ganar, pero ya estar ahí, compitiendo por un trofeo, es inigualable”.

—Siendo argentino capaz tendrías alguna ventaja para cambiar la camiseta.

—Pedir se la vamos a pedir si llega el momento, después veremos qué decide él. Me cuesta hacerlo; uno no quiere molestar y más a ellos que están a ese nivel. No son varias las oportunidades de vernos; si llega el día tendré que tomar coraje y ver si se hace realidad —comenta con la mirada perdida en un costado e imaginando el escenario en su mente—.

 

Con el propósito de mejorar para conseguir logros colectivos, Pereyra agregó variantes a su juego a medida que distintos técnicos se cruzaron en su carrera. “En Atlético Tucumán progresé en el tema de la marca, algo que me costaba. Lucas Pusineri fue un entrenador que me ayudó mucho y con el que me sentía cómodo. Crecí en la parte defensiva y en la intensidad. Lo que me falta es tener más llegada al arco. Sería lo único, con el resto estoy conforme. Es importante porque a los clubes les gustan los volantes con gol”, afirma. 

La intención y las ganas nunca le faltaron. La suerte no suele estar de su lado en este aspecto. En ciertas ocasiones, centímetros le negaron convertir golazos, como un intento de mitad de cancha frente a River o un córner olímpico frente a Gimnasia que estalló en el segundo palo sin ingresar a portería. A pesar de su escasa fortuna, su zurda mágica logra arrancar cada tanto gritos desaforados a los hinchas de su club. El 6 es el dígito que refleja sus tantos a lo largo de 203 partidos disputados. “Tengo situaciones, intento de todas formas y a veces no se da. Sé que no debo pensarlo tanto, no desesperarme y van a llegar”, concluye sobre el tema.

 

—¿Cómo está siendo la adaptación a Estados Unidos por fuera de lo futbolístico?

—Me acompañan mi mujer y el perro. El idioma no lo hablo, lo entiendo poco —sonríe sonrojado—. En el club comprendo porque más allá del lenguaje se dice lo mismo en todos lados. Lo llevo bien, pero es un objetivo aprender inglés. Más que nada para relacionarse y sentirse tranquilo afuera; en el club algunos hablan español o si no están los traductores. 

En cuanto a Minneapolis —localización de la franquicia— y al tiempo libre, responde: “Es un lugar muy lindo. A la tarde armamos el mate y aprovechamos a recorrer la cantidad de lagos que hay en la ciudad paseando al perro. Después estoy en casa; a veces mirando fútbol o series. En mi día a día soy tranquilo”.

La transferencia a la MLS no solo significa un nuevo desafío; es la ansiada ocasión para Pereyra de demostrar su valor, el que lo haga retornar al Viejo Continente, del que se fue con una espina clavada en el pecho.

 

—¿Cuáles fueron tus sentimientos al momento de volver de Portugal?

—En base a rendimiento, había arrancado bien y jugaba muchos partidos. Al finalizar la temporada no estaba conforme porque en la segunda parte de la liga me lesioné dos o tres veces en el mismo músculo —muslo izquierdo—. Eso provocó que me pierda entre 10 y 12 partidos. Uno queda rezagado de su lugar en el equipo. Es normal y fue lo que pasó. En el club se sentían contentos con mi llegada, mis actuaciones, pero entendí que era difícil para ellos mantener un jugador así. Con las lesiones no se puede hacer mucho. Traté de cuidarme, recuperarme tranquilo y volvía a pasar. También es aprendizaje —dice envuelto por un aire melancólico—. 

Pese a su presente, reconoce que su otro sueño, el de jugar con la mayor de la “Albiceleste”, queda un tanto aplacado debido a la actualidad que transcurre la Selección Argentina. Pereyra ya sabe lo que es ponerse esta camiseta y representar a todo un pueblo porque fue parte del Sudamericano Sub-20 que se disputó en Ecuador en 2017. “Uno trata de estar bien en los clubes para que se fijen en vos. Formar parte de eso es lo más grande. Siendo realista, viendo que el grupo está armado y saliendo campeón de todo, te das cuenta que probablemente siempre jueguen los mismos once, aunque después roten algunos pocos. La ilusión no se pierde, trabajamos para eso, pero es difícil. Lo importante es estar tranquilo y sentir que hacés lo imposible para entrar ahí”, asegura. 

De los cuatro equipos en los que formó parte Pereyra, Atlético Tucumán es con diferencia donde mayor cantidad de partidos disputó: 117. Se reencontró con él mismo y su potencial se vio reflejado dentro del campo. Los 3 años allí forjaron una relación a fuego con la institución y el hincha. Memorias imborrables quedarán marcadas en su mente hasta la eternidad.

Aun así, una piedra en el camino dañó la relación con la comisión directiva al inicio del presente año cuando se cayó su transferencia a New England Revolution, también de la MLS. Las consecuencias fueron encontronazos con la dirigencia. El jugador llegó a declarar que su nombre se había ensuciado y que no lo respetaron. Esto debido a un comunicado donde se comentó que no había querido jugar por el traspaso, mientras que el mediocampista aseguró que sufría de una lesión en el tobillo y el propio club le pidió que no viaje a disputar el encuentro que correspondía.

—¿Con qué recuerdos te fuiste del “Decano”?

—Me llevo experiencias hermosas. Jugué y tuve mucha participación. Siempre me sentí importante mientras estuve. Me abrió las puertas cuando volví de estar lesionado en Portugal y hay que ser agradecido. Lo que pasa internamente es otro tema, pero futbolísticamente fue algo muy lindo. Tengo compañeros y amigos que siguen jugando, así que cuando puedo, si no es tan tarde, los miro. Deseo que al club le siga yendo bien. 

 

—¿Cómo lo ves para el cierre de la Liga Profesional?

—Los últimos partidos no tuvo buenos resultados, pero es cuestión de que ellos estén convencidos. Son los mismos que en varias fechas estuvieron en las primeras posiciones y volver a hacerlo no es imposible. Cuando no se te da y empezás a alejarte, comenzás a desesperar. Tienen que estar convencidos de que pueden pelearle a cualquiera. Lo demostraron en la primera parte del torneo. Ojalá recuperen la seguridad y las victorias lleguen.

 

—¿Qué sentiste al notar el interés de varios equipos grandes de Argentina?

—Es algo muy lindo que River, Boca o Racing se fijen en uno. Al principio no lo creía; cuando se empiezan a comunicar y comentan que quieren contar con vos, hace que te emociones y te sientas importante. Después en la negociación el jugador queda un poco relegado. Hoy por hoy estoy feliz en Minnesota, aunque en el futuro tengo como objetivo jugar en un histórico de nuestro país —remarca levantando ambas cejas—.

 Quizás no ocurra pronto, pero parece difícil imaginar un futuro donde Joaquín Pereyra y el fútbol argentino no reencuentren sus caminos y tengan un capítulo final en conjunto.