La Copa del Mundo que se disputó en Chile 1962 fue la última bala que tuvo Alfredo Di Stéfano para poder jugar, por lo menos, unos minutos en el torneo más importante a nivel de selecciones. A la edad de 36, ya en el ocaso de su brillante carrera deportiva, a La Saeta Rubia se le presentó la oportunidad de poder competir con el país que lo adoptó, España. Pero las desgracias de la vida, esa “mala suerte” de uno, negaron esa posibilidad. Di Stéfano se lastimó la rodilla derecha en la víspera del Mundial, y no pudo disputar ni un solo partido, aunque viajó con la Selección española de Helenio Herrera para estar con el grupo e incluso fue inscripto para el campeonato. El argentino nacido en Buenos Aires falleció a los 88 años en julio de 2014, mientras se disputaba el Mundial de Brasil. Por más que nunca haya podido estar en la gran cita mundialista, nadie le puede sacar la corona de estar entre los mejores futbolistas de la historia, ese selecto grupo de cracks que escribieron, cada uno en su época, las exquisitas páginas del fútbol: Pelé, Cruyff, Maradona, Messi… entre otros.
Pero, ¿qué pasó en los anteriores mundiales? A Di Stéfano la fortuna no sólo no lo acompañó en el Mundial de Chile. En los ediciones previas siempre hubo un conflicto deportivo o extradeportivo que le arrebataron la posibilidad de “bailar con la más bella”.En 1950, cuando era apenas un pichón de delantero que causaba desastres en las defensas rivales, la Selección Argentina se negó a participar del Mundial de Brasil por sus diferencias con la Confederación Brasileña de Fútbol. Cuatro años más tarde, en Suiza ’54, y él siendo jugador del Real Madrid, otra vez Argentina se negó a competir debido a que la FIFA rechazó su propuesta de realizar el Mundial. En 1956 se nacionalizó español, y en 1957 jugó su primer partido para los europeos contra Holanda. Su meta era poder estar en Suecia ’58, pero España no logró clasificar al torneo y a Don Alfredo se le esfumó otra cita con la dama que, por lo menos, una vez en su vida, todos quieren tener.
A raíz de la muerte de George Floyd, víctima de un acto cruento de violencia y racismo por parte de un oficial de policía de la ciudad de Minneapolis, el campeón vigente de la Formula 1, Lewis Hamilton, fue el primero en manifestarse en este ámbito por lo ocurrido y además critico el silencio de la categoría y de sus compañeros.
En el mensaje, que publicó en una de sus historias en su cuenta oficial de Instagram, mostró su descontento y arremetió contra la categoría por su pasividad: “Nadie mueve un dedo en mi industria, que es por supuesto, un deporte dominado por blancos”. También expresó su profunda decepción con sus compañeros al decir: “Algunos de ustedes son las estrellas mas grandes, pero permanecen en silencio en medio de la injusticia”. Y cerró el mensaje diciendo: “Creí que verían ahora por qué sucede y que reaccionarían, pero no pueden ponerse de nuestro lado. Sólo quiero que sepan que sé quiénes son y que los veo”.
Las palabras de Hamilton, además de denotar su tristeza, también expresan una parte de su historia y del camino que tuvo que recorrer y enfrentar a lo largo de su vida y carrera deportiva, ya que el inglés fue víctima de numerosas actitudes racistas a lo largo de su vida.
En sus comienzos en el karting, durante el año 1995, él y su padre sobrepasaron numerosos obstáculos. Tenían una gran dificultad en conseguir patrocinios por su color de piel. En cada fin de semana en el que competía, declaraban que eran observado de mala forma, hasta incluso en varias ocasiones se les cuestionaba su presencia en los circuitos. También sufrió situaciones de discriminación por partes de sus profesores, los cuales le decían que nunca lograría nada en el mundo de las carreras.
Por Pedro Pérez Naveira, Tomás Randazzo y Federico Fariña Pastoriza
El filósofo argentino César Torres, en charla con alumnos de DeporTea a través de una videoconferencia, contó que el exjugador Tomás Carlovich, muerto tras un asalto en la ciudad de Rosario, fue uno de los mejores exponentes de lo que son los bienes internos del fútbol.
El también preparador físico, egresado del Instituto Romero Brest y que reside en los Estados Unidos, afirma que Carlovich hacía de la disciplina algo entretenido y un espectáculo vistoso. Dice que lo que nos apasiona del Trinche está en la narrativa de haber vivido su profesión con mucho amor, dándose a conocer por su capacidad dentro de la cancha y no por el dinero ni por una sobreexposición de su privacidad.
La moral dentro del fútbol
“El gol de Maradona con la mano contradice al segundo donde gambetea a medio equipo inglés”, mencionó el profesor de The College at Brockport, State Universiy of New York, evidenciando las diferencias entre un tanto que rompe con la ética al hacer trampa, con el otro que es la manifestación de un juego hermoso y lleno de habilidad técnica. La disyuntiva sería si el fútbol le otorga más valor a la destreza o si es solamente para los “vivos”.
El investigador señaló que la esencia del deporte no está en ganar a toda costa, sino que los límites deben ser repensados porque más importante que la victoria es la manera en que se logra el objetivo. Muchos lo compararían con el viejo de dilema de ser menotista o bilardista, pero el escritor argentino va más allá y quiere devolverle la magia y la espectacularidad a un ejercicio que puede ser una salida para muchos chicos y chicas que sueñan con competir profesionalmente o, simplemente, tener ese momento de disfrutar y salir de la vida diaria.
Inclusión de género
“Tenemos que hacer el mayor esfuerzo para integrar a las personas transgénero lo más que podamos para que no sigan siendo discriminadas”, dice Torres y da como ejemplo el caso de la futbolista trans Mara Gómez, quien durante mucho tiempo trató de ser parte de un club de la Primera División de Fútbol Femenino y, este año, cumplió su deseo al integrar el plantel de Villa San Carlos.
El autor de Gol de mediacancha opina que en estos casos se da una tensión entre dos esferas: la cuestión deportiva y la identidad individual, aunque sostiene que, científicamente, no está comprobado que el incremento en el nivel de testosterona sea una ventaja a la hora de realizar alguna práctica y que debemos tener especificidad por que no son las mismas habilidades las que se usan en handball o en tiro de arco.
“Tenemos que encontrar un punto en común entre integración y justicia competitiva”, afirma el académico. Además, ve que la sociedad argentina dio pasos muy grandes por este avance y que hay voluntad de seguir. No son cambios espontáneos e implican una militancia intensa y duradera porque el status quo no cambia de manera automática.
Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas.
—Siempre le preguntaba a mi madre: “¿Por qué todo es blanco? ¿Por qué Jesús es blanco y de ojos azules? ¿Por qué en La última cena son todos blancos? Los ángeles son blancos, María y sus ángeles también”. Pregunté: “Mamá, ¿cuando muramos vamos a ir al cielo?” Ella dijo: “Claro que iremos al cielo”. Y respondí: “Entonces, ¿qué pasa con todos los ángeles negros?”
Quien cuenta que de niño le preguntaba todo el tiempo a su madre es Muhammad Ali, boxeador estadounidense descendiente de africanos que eligió llamarse así porque el anterior, Cassius Clay, era apellido de esclavo. Está en un estudio de televisión con el entrevistador a su lado y los espectadores detrás de cámaras que explotan en carcajadas por los “chistes” que Ali cuenta. Pero no es tonto. Él quiere que entren en júbilo porque, en la parte final, los dejará mudos y pensantes por el resto de sus vidas.
—Ya lo dijo Elijah Muhammad (líder de la Nación del Islam desde 1934 hasta su muerte en 1975) sobre cómo adoctrinan a los negros. Cómo enseñan a respetar al blanco y a odiar al negro. Robaron nuestros nombres, fuimos esclavizados, robaron nuestra cultura, robaron nuestra historia. Nos hicieron como muertos vivientes así. Ya que somos negros en un país blanco, no sabemos nada de nosotros mismos, no hablamos nuestro idioma, estamos mentalmente muertos.
Ali nació el 17 de enero de 1942 en Louisville, la ciudad más grande del estado norteamericano de Kentucky. Murió a los 74 años el 3 de junio de 2016 —se cumplen cuatro años— después de haber pasado por la enfermedad de Parkinson. Es considerado uno de los mejores boxeadores de la historia con 61 combates —56 victorias (37 por nocaut) y cinco derrotas—. Pero, quizá más importante, defendió las luchas humanitarias de los afroestadounidenses y del islamismo.
A los 18 años obtuvo la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960 al vencer al polaco Zbiegniew Pietrzykowski en la categoría de semipesados (entre 75 y 81 kilogramos para amateurs). Ya en esa pelea, Clay —que todavía era Clay— bailaba sobre la lona del ring. Al volver a sus tierras con esa victoria, creyó que lo reconocerían por defender a su país. Pero se encontró con la monstruosa realidad: la gente de piel oscura no podía entrar en bares, locales de ropa, cines, colegios o almacenes. O sea, a ningún servicio de acceso público. Hasta él mismo, que presentaba la medalla como una especie de autorización, era echado de esos sitios. La segregación racial imperaba en Norteamérica.
Abraham Lincoln fue el decimosexto presidente de los Estados Unidos desde 1861 hasta su asesinato en 1865. Promulgó la Proclamación de Emancipación en 1863, que era una orden ejecutiva —un decreto— que ordenaba la libertad de los esclavos africanos. Pero no fue una ley aprobada por el Congreso, por eso apoyó, casi tres meses antes de morir, la Decimotercera Enmienda a la Constitución en enero de 1865 —se adoptó en diciembre de ese año— para garantizar la abolición permanente de la esclavitud.
Sin embargo, apenas otorgada la “libertad” a los afroestadounidenses, tomaron relevancia las leyes de Jim Crow, que eran estatutos y órdenes que distintos estados poseían para legalizar la segregación racial. Quienes eran esclavos (se le sumaron también grupos étnicos no blancos), ahora, bajo el falso lema “separados pero iguales”, no podían utilizar lugares y transporte públicos, baños, restaurantes y escuelas. Hasta se les negó el voto, trabajo y se les controlaba dónde vivían y cómo viajaban.
En ese contexto, Clay mejoraba como púgil y comenzaba la transición del boxeo amateur al profesional. Su entrenador Angelo Dundee fue el encargado de elevar su nivel. Los periodistas de la época creían que era torpe por sus movimientos. Le criticaban que se inclinaba hacia atrás para esquivar golpes, por lo que corría el riesgo de caerse si perdía el equilibrio.
El periodista y escritor David Remnick explica en el documental Becoming Muhammad Ali el estilo que poseía: “Combinaba su velocidad con la pegada de un peso pesado y creó una nueva forma de boxear”. Dundee entendió esto antes que nadie, depositó toda su confianza en el joven y pidió que le tengan paciencia.
Cuando comenzó a ganar peleas, Clay entendió que podía tener presencia en los medios de comunicación. Y fue así como, luego de haber conocido en Las Vegas a Gorgeous George —un boxeador que cuidaba la estética de su cabello rubio y rizado que, a través de su actuación fuera del ring, llenaba los recintos cuando peleaba—, creó su personaje al que incluso le agregó un lema: Cassius Clay, The Greatest (el Más Grande).
El fotógrafo Flip Schulke afirmó: “Era un genio para todo lo relacionado con las relaciones públicas”. Y contó que un día se encontró con él en una piscina: estaba boxeando sumergido en el agua.
—¿Por qué hacés eso? —, preguntó Schulke.
—Un viejo boxeador me dijo que si golpeás debajo del agua hacés mucho ejercicio—, contestó Clay guiñando un ojo.
Lo había inventado. Luego, Schulke tomó unas fotos que favorecieron y acrecentaron la publicidad del púgil.
Campeón mundial
Sonny Liston fue un boxeador norteamericano peso pesado (la máxima categoría, que comienza desde 91 kilogramos y no tiene límite) y campeón mundial cuando venció a su compatriota Comiskey Park en 1962 —fue tapa de El Gráfico por esa obtención—. Era un exdelincuente y estuvo en la cárcel, donde aprendió a pelear. Clay iba a enfrentarlo el 25 de febrero de 1964. El periodismo no podía creer que un “niño” de 22 años fuese a enfrentar a El Gran Oso. Creyeron que no tenía ninguna chance. De hecho, pronosticaban que iba a ser demolido.
Pero Clay comprendió que debía ganar la batalla antes, fuera del ring y psicológicamente. Por eso comenzó a provocar a Liston cuando este se preparaba para la pelea: acudió al campo de entrenamiento y, con un altavoz, le gritaba oso horrible, aseguraba que lo iba a vencer en el octavo round y lo insultaba en entrevistas:
—Vi a Sonny Liston hace unos días—, le contó un periodista.
—A que es feo—, contestó Clay. —Es muy feo para ser campeón del mundo. El campeón del mundo debería ser guapo como yo.
En una ceremonia, gritaba:
—¡Esta será la mayor derrota del siglo! ¡Y si querés perder dinero, sé un idiota y apostá a favor de Sonny!
Pero, antes de la pelea, las manifestaciones para acabar con las leyes de Jim Crow se hicieron cada vez más numerosas. Activistas como Malcom X —nacido como Malcom Little— defendían los derechos de los afroamericanos. También predicaba la religión asociada a la Nación del Islam, fundada en 1930 en los Estados Unidos. Clay lo conoció y se interesó por lo que promulgaba. Así se encontró con Elijah Muhammad, el líder de la organización islamista en ese entonces. Pero, de esta manera, corría el riesgo de que el combate contra Liston fuera suspendido porque estaba mal vista esta relación.
Uno de los activistas —también pastor— más trascendentes en la historia de Norteamérica fue Martin Luther King Jr. Se le entregó el Premio Nobel de la Paz por sus manifestaciones para acabar con la marginación de los afroestadounidenses, que ocurrió finalmente con la Ley de Derechos Civiles de 1964. Así, se prohibió la discriminación y segregación racial en los Estados Unidos después de casi 100 años de las leyes de Jim Crow. King realizó su discurso más emblemático —I have a dream(Yo tengo un sueño)— el 28 de agosto de 1963 en el Monumento Lincoln durante la Marcha en Washington por el trabajo y la libertad. Frente a más de 300 mil personas, recitó:
—Tengo un sueño: que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel, sino por su personalidad.
La pelea tuvo varios condimentos. Clay, con su velocidad, destrozó a Liston al punto de provocarle un corte en el pómulo izquierdo. Cuando intentaron curárselo, le colocaron una sustancia que estaba prohibida y le indicaron que intentara apoyárselo en la cara a The Greatest para que lo cegara temporalmente. Tuvo efecto, pero temporalmente.
Antes de comenzar el séptimo round, Liston, agotado en su esquina, no se paró para continuar con el asalto. El niño era campeón del mundo. Obtuvo los títulos de peso pesado de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB, WBA en inglés) y del Consejo Mundial de Boxeo (CMB, WBC en inglés). Fue a los sectores del periodismo y, a ellos, pero también a la afición, les gritó que les había cerrado la boca.
—Debo ser el más grande. Ya se lo dije al mundo. Hablo con Dios a diario. Si Dios está conmigo, nadie puede estar contra mí. ¡He conmocionado al mundo! Yo conozco a Dios, al verdadero Dios—, declaraba eufórico Clay luego de la pelea.
¿A qué se refería con que conocía al “verdadero Dios”? Pues, unos días luego del combate, anunció que su nombre pasaría a Cassius X. Fue de transición hasta el que Elijah Muhammad le confirió: Muhammad Ali. El verdadero nombre de su Dios era Alá.
Periodistas, público y hasta contrincantes se negaban a llamarlo por su nuevo nombre. Ali se enfurecía y hasta exigía que lo dejaran de nombrar como Cassius Clay en las peleas, como contra Ernie Terrel en 1967, al que le gritaba luego de golpearlo: “¿Cuál es mi nombre?”.
Humanismo
Vietnam estaba separada en dos estados soberanos —Norte, comunista, y Sur, capitalista— desde 1954 y al año siguiente se iba a celebrar un referéndum para decidir su unificación o separación definitiva. Pero los gobernantes del Sur eligieron realizar un golpe de estado en 1955 y estalló la guerra. Estados Unidos apoyó (Dwight Eisenhower era el presidente en ese entonces) a la parcialidad capitalista —basándose en “teorías” que estaban basadas en impedir la expansión del comunismo— en primera medida con recursos y, a partir de 1964 (con John Kennedy al mando), con tropas.
En 1966, una resolución de las fuerzas armadas calificó a Ali como apto para ir a la guerra de Vietnam. Pero, en el centro de reclutamiento de Houston, Texas, se negó a combatir por motivos religiosos y humanitarios.
—Mi conciencia no me deja ir a dispararle a unas pobres personas en el barro por el muy poderoso Estados Unidos. ¿Y dispararles para qué? Nunca me llamaron “negro”, nunca me lincharon ni me cazaron con perros. No me robaron mi nacionalidad. ¿Por qué dispararles?—, se preguntaba.
Las comisiones de boxeo lo sancionaron y le prohibieron pelear en abril de 1967. Hasta lo despojaron de sus títulos. La guerra en Vietnam continuó hasta 1975, cuando Estados Unidos —con Richard Nixon como presidente— fue derrotado.
Ali volvió a pelear tres años y medio más tarde luego de dar charlas en universidades para ganarse la vida. Recuperó los títulos mundiales cuando venció por nocaut en el octavo round a George Foreman el 30 de octubre de 1974 en Kinsasa, capital de Zaire —a partir de 1997 República Democrática del Congo—, y ante sesenta mil espectadores, que lo apoyaban gritando: ¡Ali, bubmaye! (¡Ali, mátalo!).
No puedo respirar
Ali se retiró el 12 de diciembre de 1981. Ya comenzaba a perder los reflejos y la fluidez al hablar. La enfermedad de Parkinson le fue diagnosticada en septiembre de 1984 y murió en junio de 2016. Uno de los mejores boxeadores de la historia se involucró en causas religiosas y defendió los derechos de los afroestadounidenses. Sin embargo, por más que la segregación haya dejado de ser legal, la desigualdad basada en la discriminación impera en los Estados Unidos, donde la marginación está presente de una forma camuflada. Incluso se le suma la brutalidad policial, que ha causado miles de muertes —según el Mapeo de la Violencia Policial, en 2019 la policía mató a 1099 personas y las negras fueron el 24% de las asesinadas siendo solo el 13% de la población—, como la de Eric Garner, que fue estrangulado el 17 de julio de 2014 mientras gritaba que no podía respirar.
Otro hecho de discriminación fue el que ocurrió cuando la policía de Nueva York acusó a cuatro afroamericanos —Antron McCray, Kevin Richardson, Yusuf Salaam y Korey Wise— y un hispano —Raymond Santana— del barrio Harlem y menores de 16 años de violar y matar el 19 de abril de 1989 a Trisha Meili, una joven blanca que corría por Central Park. Fueron condenados a la cárcel y en 2002 Matías Reyes, un violador y asesino en serie, confesó haber sido el autor del crimen. La miniserie Así nos ven dirigida por Ava DuVernay retrata el caso.
George Floyd, un ciudadano afroestadounidense de 46 años que vivía en Saint Louis Park, fue asesinado el lunes 25 de mayo por Derek Chauvin, un oficial de 44 años de la policía de Minneapolis, Minnesota, que lo arrestó por haber querido pagar en un supermercado con un billete falso de veinte dólares. Con Floyd tirado en el suelo boca abajo, gritando, como Garner, que no podía respirar y totalmente indefenso, Chauvin hundió su rodilla izquierda en el cuello del detenido, lo dejó inconsciente y más tarde murió en el Hennepin Coutry Medical Center.
El asesinato fue grabado por Darnella Frazier, una adolescente de 17 años, difundido masivamente en las redes sociales y derivó en protestas y manifestaciones —en medio de la pandemia por coronavirus— de la gente en las calles de Minneapolis —incendiaron la comisaría de la localidad—, Nueva York, Denver, Colorado, Ohio, Columbus, Los Ángeles y Memphis. El presidente Donald Trump envió a 500 soldados de la Guardia Nacional de Minnesota a Minneapolis, que reprimieron con gases lacrimógenos y balas de goma, como lo hace la policía en todo lugar del país donde haya reclamos por la muerte de Floyd.
Chauvin fue despedido, arrestado y acusado por asesinato en tercer grado y homicidio involuntario. Cargos que conllevan una pena máxima de 35 años. La familia de Floyd, representada por el abogado de derechos civiles Ben Crump, emitió un comunicado en el que exige un cargo de asesinato en primer grado.
Quizá Ali se hubiese pronunciado, como lo hizo Colin Kaepernick, jugador afroamericano de fútbol norteamericano que se desempeñó en San Francisco 49ers y que se arrodilló durante el himno estadounidense antes de un partido en protesta de los crímenes de la policía racista y provocó la furia de Trump, que se encargó de que no volviese a jugar.
Quizá Ali se hubiese pronunciado como lo está haciendo el mundo del deporte por el asesinato de Floyd, acompañando las protestas de la gente, que sale a la calle no por un único hecho, sino que también es una forma de explotar y expresarse por las desigualdades económicas, laborales y hasta humanitarias que sufren los oprimidos y las oprimidas. En los papeles podrán no aparecer estas desventajas, pero los miserables siempre se encargarán de que existan. Por eso el pueblo se manifiesta: para que se esfumen de una vez por todas las lógicas represoras que los dueños del mundo replican desde el comienzo de los tiempos.
Argentina siempre estuvo cerca
A veces se observa lo que ocurre a lo lejos y hay historias, hechos o asesinatos mucho más cerca de lo que se cree. Entonces hay que preguntarse qué cuentan los que cuentan y qué otras situaciones no cuentan. O cuánto es el poder que tienen los medios de comunicación y en qué medida modelan intereses. Porque, sí, en los Estados Unidos la brutalidad policial es totalmente atroz y discriminatoria. Pero, ¿en Argentina? O acaso se omitirá que Luis Espinoza, un trabajador rural de 34 años de la ciudad de Simoca en Tucumán, fue asesinado el 15 de mayo por el oficial José Morales en un operativo que pretendía dispersar una carrera de caballos en el campo.
Identidad Marrón, el colectivo de personas marrones descendientes de indígenas y campesinos de América, se pregunta: “¿Cuándo nos vamos a hacer cargo del racismo que carga Argentina como país que niega nuestra historia, se calla ante nuestros asesinatos y vive en constante discriminación hacia nuestras existencias?”.
Cuando una persona piensa “cómo no va a ser bueno si ya nació con una raqueta en la mano”, para referirse a importantes tenistas, no se equivoca. Hijo de un entrenador y fanático del tenis, Guillermo Sebastián Coria tiene fotos durmiendo en la cuna con una raqueta en la mano. Guillermo Coria, cuyo primer nombre hace alusión a Guillermo Vilas, uno de los mejores tenistas argentinos de la historia, dio sus primeros pasos en el tenis desde muy pequeño; tal es así que Oscar Coria, su padre, comenzó a llevarlo al Club Centenario de Venado Tuerto al poco tiempo que había aprendido a caminar. “A los cuatro años jugué mi primer Provincial en Rosario”, recordó el ex tenista en El Gráfico. Era tan grande el arraigo que tenía el niño por el tenis que su madre Graciela debía decorarle las tortas de su cumpleaños con temáticas relacionadas a dicho deporte.
Esa misma devoción que tenía el nacido en la localidad de Rufino, Santa Fe, por el tenis le generó algunos episodios muy amargos, como fue el caso de perderse muchos cumpleaños de 15 de sus amigas, decidir no irse de viaje de egresados a Bariloche por ir a una gira por América del Norte, irse a vivir solo a los Estados Unidos con 13 años, o tener que arreglárselas con 50 dólares por semana, entre otros disgustos. “Íbamos a competir a Europa y, como no tenía para pagar el hotel, me colaba en las habitaciones de mis compañeros sin que se dieran cuenta en la recepción; tenía una de esas colchonetitas para yoga y dormía en el piso”, confesó Coria en La Nación.
Todos estos problemas por los que tuvo que pasar el “Mago” Coria, apodado así por el periodista del diario La Nación Alfredo Bernardi luego de que el tenista ganara Roland Garros juvenil en 1999, debido a la facilidad que tenía para tirar drops y hacer “algo” diferente, marcaron en él una personalidad muy distante y tímida, poco demostrativa, responsable, disciplinada y obsesiva, que se vio reflejada en su carrera profesional con el correr de los años. “Yo sabía que si no tenía disciplina, orden y mucho sacrificio, con las desventajas que daba físicamente, era muy difícil poder triunfar”, remarcó en el programa El Buscador. Era un tenista, dicho por sus propias palabras, malhumorado, de gran carácter y muy frontal, que lo buscaban y lo encontraban fácilmente, y no disimulaba nada. Carácter que le generó fuertes enfrentamientos con algunos colegas, como fue el caso de la mala relación que compartió con Gastón Gaudio, argentino contemporáneo a Coria, durante su carrera profesional; la relación estaba lejos de ser amistosa y el episodio de mayor tensión tuvo lugar luego del cruce de semifinales en el ATP Masters Series de Hamburgo 2003, donde el propio Gastón Gaudio reconoció que hubo un par de golpes en el vestuario.
Dentro de la cancha, el ex número 3 del ranking mundial de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP) se caracterizaba por ser uno de los mejores tenistas sobre tierra batida de comienzos del siglo XX, previo a la notable aparición del tenista español Rafael Nadal. El juego del santafesino estaba caracterizado por tener una derecha que hacía mucho daño a los rivales, un destacado revés a dos manos, una de las mejores devoluciones del circuito – aún es el jugador más efectivo a la hora de ganar puntos con la devolución del primer servicio (36,05%) en todo el mundo, de acuerdo a los registros oficiales de la ATP- y ser muy físico. Además, disfrutaba hacer correr a su rival de turno y los puntos largos le sentían bien, poseía una aguerrida defensa que la convertía en un mejor contraataque, utilizaba mucho el “drop shot” para mover a sus rivales, se sentía más cómodo jugando en la línea de fondo que en la red, estudiaba mucho a sus contrincantes, no daba ningún punto por perdido y tenía una gran movilidad durante los partidos.
Todas esas características le permitieron obtener nueve títulos a nivel ATP, el ATP Masters Series de Hamburgo en 2003 y el de Monte Carlo en 2004, entre los más destacados; jugar once finales, cinco de ATP Masters Series y una de Grand Slam; disputar tres Tennis Masters Cup, y alcanzar el tercer lugar en el ranking ATP, entre otros logros.
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Sin embargo, en la carrera del argentino no todo fue color de rosa. Más allá de los problemas que tuvo que sortear en sus primeros pasos como tenista, la vida deportiva del criado en Venado Tuerto tuvo muchas piedras en el camino.
En el año 2001, cuando parecía ser el año de su despegue, ya que a comienzos del mismo había logrado su primer título ATP en Viña del Mar y había entrado entre los mejores 25 tenistas del circuito; la ATP lo sancionó por siete meses de inactividad luego de dar positivo en un control antidoping por nandrolona, producto de haber consumido un complejo vitamínico contaminado. Cabe destacar que, unos años después, el damnificado le hizo un juicio a la empresa que había fabricado los suplementos, Universal Nutrition, y, luego de cinco años de idas y vueltas, pudo demostrar su inocencia y ambas partes llegaron a un acuerdo económico que nunca fue divulgado.
Tres años más tarde, en el 2004, se produjo una de las derrotas más resonantes del argentino al caer en la final de Roland Garros ante su compatriota Gastón Gaudio. El partido había comenzado con un aplastante 6-0 6-3 a su favor en el estadio Philippe Chatrier, cancha central de dicho Grand Slam, pero debido a que sufrió una serie de calambres, sumado a que Gaudio aumentó su nivel de juego, su rival logró invertir el marcador y vencerlo 0-6, 3-6, 6-4, 6-1 y 8-6, en una histórica final en donde, además, Coria desperdició dos puntos para partido. “Mi único temor era acalambrarme, yo me veía con ventaja desde lo tenístico y confiaba en mí, pero me pasó lo que temía”. Pese a esto, el fatídico año para el argentino no había llegado a su fin y venía lo peor, semanas más tarde, el “Mago” tuvo que someterse a una operación, debido a una lesión en el hombro derecho, que lo marginó cuatro meses de las canchas y le impidió participar de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
Luego de estos desafortunados episodios, producto de una gran pérdida de confianza que sufrió consigo mismo y con su saque –llegó a ser uno de los mayores tenistas con dobles faltas dentro del circuito en el año 2006-; sumado a la aparición de Rafael Nadal, quien le ganó las tres finales que disputaron en 2005 y comenzó a ser el dominador de la superficie que a él más lo destacaba (tierra batida), Coria nunca pudo volver a jugar de la misma manera que a comienzos de su carrera profesional.
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Ahora bien, nadie sabe qué hubiera sido de la vida de este exitoso tenista si en lugar de inclinarse por el tenis, hubiera elegido otro camino, el fútbol. El hincha y fanático reconocido de River Plate señaló en varias ocasiones que desde que tiene memoria tanto el tenis como el fútbol lo apasionan demasiado y que hasta llegó a estar en una difícil decisión sobre qué deporte seguir cuando tenía 13 años, pero que a la hora de elegir hubo dos hechos que desequilibraron la balanza en favor del tenis: “En un partido en Venado Tuerto quedamos eliminados porque me erré un gol –el arquero le atajó el remate-, y en otro un compañero se hizo expulsar y automáticamente pensé ´Yo quiero depender de mí mismo´” mencionó en una entrevista con Gonzalo Bonadeo.
Pero, pese a no haber elegido al fútbol, la llama de la pasión por River Plate nunca se apagó; cuando firmó su primer contrato con Adidas a los 16 años, el adolescente le pidió a la marca si podía comenzar a vestirse con su ropa en Wimbledon, el próximo torneo, ya que los colores de la remera que debía usar para la competición que se estaba desarrollando en ese momento eran azul y amarillo, colores que se identificaban con su máximo rival, Boca Juniors.
En la actualidad, desde su retiro, el ex tenista trata de viajar y seguir a todos lados al “Millonario” y hasta tiene su propio palco en el Monumental. Además, reconoció que hizo mucha fuerza para que jugadores como Javier Pinola, su amigo, Ignacio Scocco o Leonel Vangioni pudieran llegar al equipo de Núñez.
Por otro lado, es admirador de Marcelo Gallardo, actual técnico de River Plate: “Tengo un póster de Gallardo firmado hace un montón de años, es uno de mis ídolos desde chiquito, y tener una relación de amistad con él es una gran satisfacción”, manifestó en El Equipo. Además, agregó que lo conoce desde que jugaba en Argentina, pero que fortalecieron más la relación cuando el futbolista jugaba en Mónaco, Francia.
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Años atrás, previo a ocupar un cargo como dirigente de la Asociación Argentina de Tenis (AAT), Guillermo Coria estuvo viajando al interior del país y recorriendo los clubes de tenis para observar el desarrollo de los y las tenistas de entre 8 y 10 años bajo el programa “Gen10s”, un proyecto de formación de menores organizado por la Asociación Argentina de Tenis y la Federación Internacional de Tenis (ITF).
En la actualidad, el tenista que formó parte de “La Legión” –término utilizado para referirse a los tenistas nacidos entre 1975 y 1984, desde Franco Squillari a Juan Mónaco- ocupa un cargo en el área de Desarrollo, ya que es el Secretario de Interior de la Asociación Argentina de Tenis: “Me gusta transmitirle a los chicos que traten de disfrutar el buen momento también, que no se queden solo con los malos. Hay que estar cerca de ellos, a través de la contención y el asesoramiento”, remarcó.
Con el final de The Last Dance, la serie documental sobre Michael Jordan y los Chicago Bulls de los 90, vimos en un compacto de 10 episodios todo lo que fue esta dinastía, los mejores y peores momentos. Quedó demostrada la grandeza de este equipo y de Jordan en particular por encima de todo, pero todo tiene un final, y este es uno de los mejores: The Last Shot.
Casi 20.000 personas fueron testigos del sexto y último partido de la serie entre Chicago Bulls y Utah Jazz por las finales de la NBA de 1998. La llave iba 3-2 a favor de los de Michael Jordan, el encuentro, 86-83 para el Jazz, comandado por John Stockton y Karl Malone. Si los visitantes ganaban eran campeones de la NBA por sexta vez en ocho años y por tercera consecutiva. El Delta Center estaba encendido porque los locales se iban por cinco a falta de 50 segundos, pero Su Majestad tenía otros planes.
Bandeja de El 23 y quedaban 0.37 en el reloj con el marcador 86-85 para los de Salt Lake City. El base de Utah, Stockton, toma la ofensiva y sube la pelota orientándose hacia el lado izquierdo de la cancha. En el poste bajo, del mismo lado que John, esperaba el pivot Karl Malone, peleando la posición con Dennis Rodman, estrella defensiva del momento. Mailman estaba tan enfocado en el Gusano, con quien había pasado todo el partido peleando, que olvidó quien estaba del otro lado de la pintura.
Cuando Stock puso la pelota en el poste para que Malone lo juegue con 15 segundos restantes en la posesión, Jordan estaba esperando en el lado débil, porque él ya sabía qué jugada iban a hacer. Cuando recibió el pivot, totalmente concentrado en Rodman, olvidó por completo que había cuatro defensores más en la cancha, apenas tomó la pelota, Mike desde atrás metió un manotazo decidido a convertirse en el robo crucial del partido y consiguió sorprender, una vez más, a todos, pero principalmente a Malone.
Cuando Jordan controló la pelota, con pocos segundos de partido, todo los de Chicago sabían qué iba a ser de esa última ofensiva, la que culminaría tantos años de trabajo e intentaría cerrar de la mejor manera, con el segundo tricampeonato, lo que ya se venía previendo: The LastDance, es decir, la última vez que los todopoderosos Bulls iban a intimidar a cualquier equipo que se les parase en frente, al menos con ese plantel.
Steve Kerr, Toni Kukoc, Scottie Pippen y Dennis Rodman acompañaban en la ofensiva a Michael, aunque no iban a ser muy trascendentes en la acción, y ya lo sabían, porque, The Last Shot, era de Mike.
Su Majestad tomó el ataque por completo y se colocó en los 45 grados del perímetro, en la izquierda, con un pique de balón decidido y tan relajado que asustaba, tenía solo una idea fija: anotar como fuera. En frente suyo, Bryon Russell, quien se plantó frente a Jordan como un gran defensor, con una seguridad respetable para tratar con quien estaba tratando y en el momento en que lo hacía.
Russell se paró ante él, se arremangó el short como diciendo “te voy a defender de verdad”, estiró los brazos para, como se enseña en las categorías formativas, parecer más largo y rápidamente puso su antebrazo derecho firme en la icónica camiseta 23 roja de Jordan.
The G.O.A.T en en ese momento, cubrió la pelota con el cuerpo como si tuviera que proteger a su familia, bajó el centro de gravedad y aceleró el ritmo. El 3 de los Utah Jazz lo acompaña correctamente, eso alcanzaría con cualquier jugador, pero Michel empezó a atacar hacia el aro, Russell a toda marcha intentó no perderlo, pero Jordan lo dejó sin posibilidades con un freno repentino cambiando de mano a mitad de camino de la linea de triple y la de tiros libres.
Bryon, por pura inercia, siguió de largo hasta desplomarse en el suelo, y sin oposición alguna, Mike apoyó sus Air Jordan 14 en el parqué, levantó la pelota por encima de su cabeza, saltó y lanzó, la pelota viajó y se despidió por última vez de las manos de Jordan como Bull de la mejor manera, la naranja concluyó una parábola perfecta en cuanto a tiros de básquet se refiere y entró sin dar vueltas al aro, peinó la red y a 5 segundos del final, los Chicago Bulls se ponían 87-86 frente al local.
La fanaticada del Jazz pasó del grito típico de “defense” a un silencio lapidario en milésimas, solo se podían percibir algunos brazos arriba y cuerpos eufóricos que eran de hinchas de los visitantes que acompañaron al equipo y recorrieron más de 2300 kilómetros para ser testigos visuales de la victoria de los dirigidos por Phil Jackson, ya que efectivamente los locales no pudieron anotar en sus últimos segundos y terminaron de coronar por sexta y última vez a Jordan y compañía.
De esta forma culminó un proyecto de más de 10 años, pasando de ser la histórica franquicia fracaso a entrar a Playoffs con la llegada de Jordan, peleando títulos cuando el General Mánager de la franquicia, Jerry Krause, sumó a Phil Jackson y Scottie Pippen, y terminando de coronarse con la llegada de Dennis Rodman. Pasaron de balances de temporada con menos de 30 partidos ganados hasta llegar a un récord de 72 victorias y apenas 10 derrotas, segundo mejor en la historia de la liga, y durante la temporada 97-98 ya sabían que ese era su último año como conjunto, y lo cerraron de la mejor manera, con el último baile, el último tiro y el último anillo.
Estudiantes de La Plata se coronó tricampeón de América luego de obtener por tercera vez consecutiva la Copa Libertadores un 27 de mayo de 1970, al vencer a Peñarol de Uruguay por 1 a 0 en el global.
En aquellos tiempos, el vigente campeón de la copa se aseguraba iniciar el torneo del próximo año en semifinales. Así fue como Estudiantes comenzó su camino hacia un nuevo título: el rival era River.
El primer duelo entre ambos se disputó en el Monumental, el conjunto de Nuñez con Ángel Amadeo Labruna en el banco, venía con el sabor de la victoria al haber eliminado a Boca en la segunda ronda. Sin sobresaltos, Estudiantes liderado por Osvaldo Zubeldía, se llevó el triunfo por 1 a 0 con gol de Juan Ramón Verón a los siete minutos del segundo tiempo.
La revancha no cambió en absoluto, a pesar de que Oscar Pinino Mas abrió el marcador para River al inicio del complemento, el Pincha lo empató dos minutos después con gol de Jorge Solari. A un paso de otra final, Verón y Juan Echecopar sentenciaron el partido 3 a 1.
Zubeldía transformó la mirada de muchos, terminó con la hegemonía de los clubes grandes y motivó a los más chicos a dar pelear hasta el final. Desde 1967 en adelante, se emparejaron mucho los títulos locales y los denominados “cinco grandes”, sufrieron de las inyecciones anímicas del resto. Importó conocimiento del fútbol europeo y lo trasladó a la Argentina.
El 21 de mayo de 1970 se disputó el partido de ida entre Estudiantes y Peñarol en la 1 y 57. El equipo uruguayo venía de levantar tres copas Libertadores en los años 1960, 1961 y 1966, pero con figuras como Néstor Errea, Carlos Bilardo y Verón, el Pincha ganó 1 a 0 con gol de Néstor Togneri sobre el final del encuentro.
El partido de vuelta se jugó en el Estadio Centenario de Uruguay el 27 de mayo con más de 50 mil hinchas en la cancha, un terreno en el cual Estudiantes supo gritar campeón en 1968 frente al Palmeiras y, además, venció a Nacional en la primera final de 1969. El Carbonero contó con muchos juveniles, y con la experiencia de los jugadores pincharratas demostraron una vez más su templanza e inteligencia para afrontar el compromiso. El resultado terminó 0 a 0 y el conjunto argentino se convirtió en el primer equipo en lograr tres títulos de forma seguida.
Errea; Pagnanini, Spadaro, Togneri y Medina; Bilardo, Pachamé y Solari; Echecopar, Conigliaro y Verón fueron los 11 elegidos por el técnico para hacer historia. Malbernat, futbolista de ese plantel, declaró: “Zubeldía acabó con todos y luego todos nos copiaron. Acabó con el lirismo y con los entrenadores que sólo decían triangulá”. El entrenador recibió muchas críticas a lo largo de su carrera, pero confesó que “los que hablan mal son los mismos que durante la semana lo único que hacen es un partido entre la Reserva y Primera”.
Estudiantes en los cuatro partidos disputados en la copa de 1970: recibió un gol en contra, ganó tres partidos con cinco goles, y solo obtuvo un empate.
Héctor Coneja Baldassi es considerado uno de los mejores árbitros de la historia del fútbol argentino. Se destaca por haber dirigido 18 Superclásicos y acontecimientos internacionales como el Mundial de 2010, finales de Copas Libertadores, Copas América, entre otros.
– ¿Por qué te dicen Coneja?
– (Se ríe) A los cinco años, cuando iba al jardín, llevaba una bolsita con los útiles, mi mamá le puso un aplique de un conejo y cuando esperaba el colectivo me decían: ‘Ahí va la coneja’, y así quedó.
Nació el 5 de enero de 1966, en Río Ceballos, Provincia de Córdoba. En la adolescencia tenía un amigo que estaba estudiando arbitraje y le insistía para que cursaran juntos, pero al principio no quería saber del tema: “Veía cuando lo insultaban y le escupían, yo no quería eso para mí”. Hasta que un día, su amigo le dijo que ya lo había anotado y que debía presentarse en la Escuela de Árbitros. “Sinceramente fui para no decepcionarlo, no estaba entusiasmado”, cuenta, pero el tiempo cambió rápido su pensamiento.
Baldassi, de 51 años, recuerda que cuando comenzó las prácticas encontró su vocación. Su primer partido fue en el 1991, Estudiantes de Buenos Aires recibió a Los Andes y considera que fue el “puntapié” a una gran carrera.
Muchos futboleros se preguntan si será difícil dirigir partidos de gran magnitud, como lo son los River-Boca. Baldassi es el hombre correcto para contestar esa pregunta, fue el encargado de impartir justicia en 18 superclásicos, pero hubo uno que lo marcó: “Los tomé a todos como mucha responsabilidad, pero el del 2004 fue bastante difícil, por la previa que se generó”. Él tenía todo el tiempo una idea en la cabeza: si hacía las cosas bien en ese partido podía ser bien visto en todo el mundo. Y así sucedió. Luego de ese encuentro, le tocó dirigir la Copa América del mismo año, la final de la Copa Libertadores y los Juegos Olímpicos en el 2008 y el Mundial de Sudáfrica 2010.
El clásico rosarino, fue el otro derby que la Coneja disfrutaba dirigir, por el color, el ambiente y la pasión que le ponen los hinchas. Eso lo llevaba a hacer su trabajo con alegría y a la vez se divertía con los protagonistas: “En una jugada dividida, Schiavi y el Kily González van al piso a disputar la pelota y chocan entre ellos. Inmediatamente fui a la jugada y les dije: ‘No se toquen chicas, no se toquen’, ellos se rieron, se dieron un mini abrazo y todo siguió”. Esos gestos le ayudaron a tener un acercamiento con los jugadores y que los partidos fueran más fluidos.
La carrera de Baldassi transcurría y él constituía buenos vínculos con los hinchas. “Al principio, me decían vos sos hincha de este y del otro, después fue cambiando y es hasta el día de hoy que me paran para sacarse alguna foto o algún autógrafo”, comenta con felicidad que eso es resultado de que dejó buenas cosas en cada club que le tocó dirigir.
Su trato con los futbolistas era distendido: hablaba mucho, se reía y hacía chistes. En la actualidad sigue teniendo vínculos con algunos de ellos. Declara que el arbitraje está visto como los “anti-fútbol” y que eso es un error conceptual. “No por nada, jugadores de la talla de Ortega, Palermo, Bataglia o los Milito me invitaron a sus despedidas”, comenta sonriente.
El Mundial de 2010 fue la primera y única Copa del Mundo que le tocó dirigir: “Era el único sueño que me faltaba cumplir”. Un total de cuatro partidos, el primero fue el encuentro entre Ghana y Serbia, cobró un penal a favor de los africanos a falta de cuatro minutos, fue una jugada difícil de verla –lo aclara- y que por suerte no se equivocó. Los octavos de final fue su último partido en el torneo, España contra Portugal, de ese encuentro se llevó muchas cosas, entre ellas una anécdota y una camiseta: “Hubo un tiro libre para Portugal, cuando voy a marcar la distancia de la barrera española, le pregunto a Cristiano (Ronaldo) si le iba a pegar al arco, me miró con cara de qué te importa, me reía por dentro mío, lo hacía para adelantarme a la jugada”. En aquel entonces, expulsó al portugués Ricardo Costa, quien luego se acercó al vestuario, le pidió disculpas y le regaló su camiseta.
El arbitraje le permitió tener lindos momentos, viajes, buenos y malos partidos, pero como amante del fútbol, no sólo se preocupaba en ver si fue falta o si era de amarilla o de roja o si era penal, sino también el buen juego de algunos jugadores. “Ronaldinho fue alguien que admiré mucho, me sentía identificado porque él jugaba a la pelota con mucha alegría y se lo contagiaba al resto”, dice y agrega: “De nuestro fútbol, Guillermo Barros Schelotto era el que me gustaba porque era muy pícaro para jugar, además de que jugaba bien, sacaba de contexto a los rivales”.
El ex árbitro que desde hace una hora concede una entrevista por videollamada eligió un espacio de la casa muy futbolero: detrás de él se observa una vitrina que exhibe muchos objetos preciados de su carrera, camisetas que utilizó y también regalos de los jugadores y la pelota del Mundial que dirigió, pero muestra algo muy importante que está en una caja, es la medalla de la final de la Copa Libertadores del 2008, entre Fluminense y Liga de Quito: “Fue un partido especial, este es un lindo recuerdo”.
Héctor Baldassi se retiró en 2011. Actualmente se ocupa de ser uno de los encargados de asignar a los árbitros en las competencias CONMEBOL. Y además es diputado nacional de la Provincia de Córdoba, fue electo dos veces y valora el apoyo que le dan: “Soy agradecido a la gente cordobesa porque sigue confiando en mi trabajo y en mi honestidad”.
La pandemia cambió los hábitos y las costumbres. Falta mucho para que el ritual de los futboleros vuelva a producirse: la llegada en manada de los fanáticos a las canchas, los cánticos y las banderas, y el agolpamiento que suponen las tribunas de los estadios del deporte rey argentino, casi sin asientos en muchos establecimientos deportivos. El olor del choripan y de la hamburguesa en los entretiempos, y los gritos de gol –o de angustia- cuando nuestro equipo recibe o sufre un tanto, van a tener que esperar.
Algunos especialistas se animan a advertir la imposibilidad de que haya público en los partidos hasta la aparición de una vacuna para el coronavirus, que se espera entre octubre de este año y marzo de 2021. Otros, como el ministro de Turismo y Deportes, Matías Lammens, son más optimistas. Y mientras el fútbol aguarda su reanudación para la segunda mitad de 2020 en Argentina, en otros países ya empezó a rodar la pelota.
Buena parte de las ligas europeas –incluida la Bundesliga alemana- volvieron al ruedo o lo harán en las próximas tres semanas. En América, la pionera fue la liga costarricense, que retomó las actividades profesionales con menos de mil contagios de COVID-19 en su territorio y un protocolo estricto. El torneo de Nicaragua consagró a Real Estelí como campeón, pero aquella competencia se había disputado sin suspensiones. Sin embargo, algunas competiciones locales comienzan a recibir público en las tribunas.
En el Viejo Continente, el puntapié lo dio Islas Feroe, una pequeña isla de apenas 50.000 habitantes con un fútbol humilde y apenas diez equipos en su liga. Proclamado como el primer país “libre de coronavirus” en Europa, tras afrontar apenas 187 infectados ya recuperados, puede albergar hasta 100 personas durante los cotejos. A medida que el tiempo pase, aquella capacidad irá en aumento. De todos modos, la sorpresa se produjo en Asia, epicentro del comienzo del virus. En uno de los países fronterizos con China la gente asiste a los estadios en masa, pero con distanciamiento social. En Vietnam, parece haber llegado el fútbol del futuro. ¿Cómo lo hicieron?
Ocurre que el país del sudeste asiático, con una historia muy particular, prestó atención a la información poco detallada que llegaba desde China apenas la enfermedad comenzaba a propagarse. Gobernado por el Partido Comunista, a principios de enero decidieron hacer obligatorio el uso de barbijo para toda la población, a instancias de la primera determinación de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Rápidamente, se decretó el cierre de fronteras, el rastreo de contactos y la cuarentena en distintos puntos clave. Cuando la misma se dispuso, la pandemia estaba lejos de establecerse como tal y los casos no llegaban al millar en China. La velocidad a la hora de la toma de decisiones tuvo como consecuencia apenas 325 infectados y ningún muerto, en una población de casi 100 millones de personas.
Adentrados en la “nueva normalidad”, la vida no dista mucho de lo que era antes del COVID-19. Con fuertes precauciones, el fútbol volvió a jugarse. El 23 de mayo, el Nam Định enfrentó al HAGL por la Copa de Vietnam. La coyuntura positiva permitió que se pusieran a la venta 10.000 entradas para los fanáticos, que acabaron agotadas tras una jornada caótica en las boleterías. Las autoridades dispusieron la separación de hinchas locales y visitantes en diferentes tribunas, en las que debían atenerse al distanciamiento social. Salvo en un sector, la pasión pudo más. Ni un metro ni dos: todos juntos. Con un cumplimiento de protocolo, ¿modelo para exportar?
Por Pedro Duffau, Leandro Gambino y Marcelo López Aspuru
Claudio Vivas fue el ayudante de campo de Marcelo Bielsa en la dirección técnica de Argentina en el Mundial 2002, en el que el conjunto nacional quedó eliminado en primera ronda. Luego de estar muchos años en ese rol, su primer equipo como entrenador fue Argentinos Juniors en 2009 y actualmente dirige al Bolívar de Bolivia. Después de haber pasado por esa experiencia no grata con la Selección en Corea y Japón, recuerda y analiza a la distancia sus vivencias y sensaciones de aquel Mundial.
–¿Cuánto tardaste en asimilar el golpe de la eliminación?
-Es una herida que nunca se va. En lo deportivo es algo que te queda marcado. A uno particularmente en el fútbol te puede ir bien, mal o regular, pero bueno esta situación no estaba en nuestros planes y que básicamente habíamos demostrado tener un equipo muy competitivo y que estaba a la altura para llegar lejos en el Mundial. La anécdota es que quedamos afuera en primera fase y el dolor permanece cada vez que viene el recuerdo. Pero bueno hay cosas más importantes en la vida y hay que saber diferenciar. En el deporte, es algo que te queda para siempre.
–En una entrevista hace un mes en la radio 94.7, contaste que luego del Mundial volvieron a ver todos los partidos para analizarlos nuevamente. ¿A qué conclusión llegaron? ¿Qué encontraron al verlos nuevamente?
-Después de analizar el partido, muchas veces y más de la cuenta, la conclusión fue que nuestro mejor encuentro fue el tercero contra Suecia y en un mundial donde hay pocos partidos tenés que tratar de ganar el primero (contra Nigeria) y nosotros lo hicimos. Pero en el segundo encuentro contra Inglaterra era clave para las aspiraciones nuestras y terminamos perdiendo un partido muy parejo y equilibrado. Quizás en el primer tiempo jugamos mucho mejor pero no alcanzó para poder sumar un buen resultado. No hay muchas cosas para sumar. Simplemente, el equipo estuvo a la altura, pero no fue suficiente porque el empate no nos sirvió, no alcanzó y lamentamos la salida prematura del mundial.
–¿Cuánto afectó a lo que tenían planeado la lesión de Roberto Ayala en la previa al primer partido contra Nigeria?
-Lo que modificó fue un poco la organización que nosotros habíamos tenido en la previa al partido inaugural. Fue totalmente variable porque tuvimos que modificar con dos cambios. Placente ingresó de central izquierdo, un puesto que él conocía pero nosotros lo habíamos llevado en reemplazo de Juan Pablo Sorin (lateral izquierdo) en caso de que fuese necesario. También manejábamos la opción del Kily González, Sorin y Placente en el mismo puesto. Pero bueno, Diego (Placente) tuvo que jugar de central izquierdo, Samuel pasó a jugar por el centro y Pochettino jugó de central derecho en esa línea de tres. Fue muy sorpresiva la lesión porque fue en la entrada en calor. Fue muy rápido y muy repentino. A nivel de FIFA es complicado porque hay que informar a muchas áreas. Pudimos hablar muy poco con Roberto y el jugador que ingresó de titular tuvo que acelerar la entrada en calor porque normalmente los suplentes realizan la entrada en calor pero no al ritmo que la hacen los titulares. Así que fue importante la baja porque además se modificó el capitán y Ayala en la cancha era un líder muy importante.
–¿Te hubiera gustado jugar otro tipo de amistosos preparatorios para el Mundial?
-Sí, lo ideal hubiera sido lo que nosotros propusimos que era jugar amistosos contra equipos que jueguen parecido y tengan el mismo esquema de juego a los de nuestra zona. Sobre todo para preparar bien la fase inicial. Los amistosos que pudimos hacer con los equipos de la Primera División de Japón no tenían ese diseño que nosotros queríamos. Pero bueno es una anécdota y simplemente sirve por si te vuelve a pasar nuevamente. Es fundamental jugar dos o tres amistosos internacionales antes de un Mundial.
-¿Qué te dejó trabajar con Marcelo Bielsa?
-Me dejó primero un aprendizaje muy importante, el haber estado 16 años hace que uno tenga la posibilidad también de poder trabajar por su cuenta, pero básicamente es un agradecimiento eterno, porque es una persona que me dio todo y que me ayudó a crecer en el conocimiento, tanto en lo deportivo como en lo profesional.