Joaquín Arias
Un señor que se crió y creció en Montevideo ya tiene 71 años. Tres compatriotas de él, que irradiaron infancia hace algunas primaveras, suman 65 entre todos. La cuestión etaria sería intrascendente si no fuera por el hecho de que Oscar Washington Tabárez, el entrenador más longevo en posicionarse entre los ocho mejores de un Mundial, es el encargado de liderar, entre otros, a Rodrigo Bentancur, Nahitan Nández y Lucas Torreira –aquel trío cuyas edades juntas no llegan a las siete décadas– para que en conjunto catapulten a Uruguay hacia la cima universal por tercera vez.
Cuando Tabárez dirigía en su primera Copa del Mundo, en Italia 1990, 11 de los 23 jugadores del plantel charrúa de Rusia 2018 no habían nacido. Solamente el volante Carlos Sánchez, el lateral Maxi Pereira y el arquero suplente Martín Silva superaban los cinco años. La diferencia de edad es mayúscula, aunque diminuta en comparación con lo que representa para la pelota uruguaya ese hombre que camina su cuarto certamen mundialista con bastón, producto de una neuropatía crónica: un líder que pone su experiencia y sabiduría al servicio del crecimiento futbolístico y humano, fundamentalmente, de jóvenes y adultos que visten la camiseta celeste.
En el período de 15 años entre 1991 y 2005 que sirvió de paréntesis para una y otra era de Tabárez, el cambio fue lo único permanente en la Selección uruguaya, a tal punto que pasaron 13 entrenadores. El Maestro, que se recibió como docente en el Instituto Normales de Montevideo y que alternó la enseñanza en aulas de primaria con su puesto de zaguero o lateral derecho, retomó el timón en 2006 para hacerlo de manera integral.
Es conductor de la Selección mayor al mismo tiempo que supervisor de los conjuntos juveniles, desde el Sub-15 hasta el Sub-20. Lo deja en claro en el proyecto “Institucionalización de los procesos de los Seleccionados Nacionales y la formación de sus futbolistas”, una combinación de diagnóstico, evaluación y plan ideado por él en el que, por ejemplo, mide el “severo” impacto de la globalización en el fútbol del país oriental.
Tiene 71 años, sí, pero eso no le impide comprender la idiosincrasia del fútbol actual. Sabe que con la “garra charrúa” no es suficiente y por eso, como aseguró Diego Forlán, “están apareciendo jugadores con buen trato de pelota, con un estilo diferente a lo que tenía Uruguay a lo largo de su historia, algo que está bien porque el futuro de la selección pasa por ese tipo de jugadores”. “Se está cambiando la filosofía de juego, se le sumó más manejo de pelota”, aportó otro goleador, Enzo Francescoli.
Según la perspectiva del docente y filósofo Darío Sztajnszajber, quien se opone a la cuestión “formadora” de la educación aduciendo “¡como si los alumnos no tuvieran forma!”, al Maestro le quepa a la perfección el mote de guía, de transformador. Su enfoque educativo se resume en su frase “un joven talento debe entrenar y prepararse para desafíos de la vida; el joven debe estudiar, no debemos entorpecer eso, debemos favorecerlo, eso acrecienta las posibilidades deportivas”. Inculca conocimiento en diversas disciplinas como la historia y la geografía, organiza salidas a museos y teatro para los jugadores jóvenes y apuesta a los buenos modales, una convicción que se ve evidenciada en que no permite dejar los platos en la mesa.
Cuando hay vocación, conocimiento y capacidad para liderar un equipo, 40 y hasta 50 años de diferencia no marcan nada. Como tituló el diario Marca uno de sus artículos, Uruguay es “el espejo en el que Argentina no quiere mirarse”. En términos de territorio y población, la nación charrúa es muy pequeña, y más todavía si se la compara con la figura de ese guía, transformador y maestro que hace 71 años fue bautizado como Oscar Washington Tabárez.