Por Maria Eva Pietrantuono
Debe suceder antes del olvido.
Antes que el recuerdo se fragmente al punto de diluirse entre los dedos, cual granos en un reloj de arena, los pueblos recurren a una diversidad de mecanismos para preservar lo que alguna vez fue. Las sociedades —fruto de su historia, de tradiciones y costumbres— preservan su identidad con ejercicios de memoria activa: las calles-apellido, el arte y los monumentos, ubicados a su vez en plazas que tienen un nombre propio al que conmemorar.
No existe lo que no se ve. Quizás pueda leerse en libros y en manuales de estilo, pero no produce el mismo efecto. En Argentina, abundan los homenajes. Próceres y episodios de la guerra independentista, personalidades de la política y fechas-hito de la biografía nacional. Todos inmortalizados en esculturas discretas o monumentales —como la jura de la bandera en Rosario—; en avenidas que trazan el esqueleto de las ciudades; en escuelas, hospitales y sus Rivadavia, Belgrano y Sáenz Peña. De la Quiaca a Ushuaia, con escala en todos lados.
Aunque el deseo de resguardar lo que supuso trascender supera lo político y decanta en otros ámbitos de impacto social. Uno de ellos es el fútbol, un fenómeno del deporte que lleva poco tiempo en cancha en comparación a los estados modernos, lo que permite distinguir dos salvedades: en cuanto a su modo de perpetuidad, honran pasiones en vida, y en cuanto a su extensión, están confinados a la jurisdicción del club.
Al comienzo, el reconocimiento atemporal destacó los logros dirigenciales. La conmemoración conjunta se plantó en infraestructura. Estadios esgrimidos en diversos epicentros de filosofía futbolera, nombrados tras los líderes que gestionaron su realización, los hacedores del lugar: el Alberto J. Armando de Boca en el homónimo barrio, como así el José Amalfitani de Vélez en Liniers. De igual modo, con el tiempo se expandieron las fronteras. Hoy son jugadores o entrenadores los que también titulan el campo sagrado: el Mario Alberto Kempes en Córdoba, el Coloso Marcelo Bielsa de Newell’s en Santa Fe, el Libertadores de América-Ricardo Enrique Bochini de Independiente en Avellaneda.
Los futbolistas derribaron la barrera de la política institucional y asumieron un rol en la creación del sentido identitario colectivo. Algunos —los más pocos— alcanzaron a romper los límites del club e imprimieron su huella en núcleos de interés e influencia masivos: el monumento a Emiliano Dibu Martínez en Mar del Plata, el predio Lionel Andrés Messi de la AFA en Ezeiza, y el tradicional Camino de Cintura, rebautizado como Diego Armando Maradona a pocos kilómetros de su Villa Fiorito natal. Los últimos, no casualmente, emblemas de la Selección Argentina. Figuras que encarnaron los rasgos del ser nacional.