Por Maximiliano Das
Un 17 de noviembre de 1991, en Jiangmen, una pequeña ciudad china -pequeña en lo que a China se refiere, claro, ya que no deja de ser una con más de cuatro millones de habitantes-, las palomas eran menos. O, por lo menos, no se posaban en la cancha mientras alemanas y nigerianas abrían su participación en la primera Copa del Mundo Femenina que organizó la FIFA.
Martina Voss-Tecklenburg fue, además de una mujer con apellido complejo, una de las 11 titulares del conjunto teutón en el que era el segundo partido de carácter oficial en un mundial de selecciones de mujeres (el primero, entre China y Noruega).
Hoy el estadio fue otro, la ciudad fue otra y las jugadoras fueron otras. Incluso las palomas que no estuvieron en China insistieron en ver de cerca -bien cerca- el partido. Pero hubo, en principio, tres similitudes. La primera, las rivales: una vez más alemanas y nigerianas se encontraban en una Copa del Mundo. La segunda, el resultado: haciendo caso a la lógica, aquella a la que el fútbol es tan esquivo, el seleccionado germano se llevó la victoria, 4 y 3 a 0, en 1991 y hoy, respectivamente. La tercera, Martina Voss-Tecklenburg, esta vez no como parte del plantel, sino como entrenadora de las alemanas (aunque ganas probablemente no le faltaron de ponerse los cortos, calzarse los botines y entrar a la cancha aún con sus 51 años).
Sin destacarse en la labor ofensiva, pero sí manteniendo un orden defensivo que impidió que cualquier ataque nigeriano resultara peligroso para la arquera Almuth Schult, las dirigidas por la ex mediocampista se impusieron sobre las Súper Águilas con goles de Alexandra Popp, quien cumplía la centena de partidos con la casaca teutona, Sara Daebritz, a través de un penal sancionado con la ayuda del VAR y Lea Schueller a falta de ocho minutos para el final de los 90 reglamentarios y obtuvieron su pase a los cuartos de final, instancia en la que se encontrarán con las ganadoras de Suecia-Canadá.