Diego Ibarra
El 12 de septiembre de 1981, en el estadio Luna Park, Gustavo Ballas vencía al surcoreano Suk Chul Bae por nocaut en el octavo round y conseguía el título mundial supermosca de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB). Con tan solo 23 años, el cordobés llegaba a la cima y se convertía en el primer campeón mundial invicto del boxeo argentino. Sin embargo, las malas decisiones y sus problemas con las adicciones hicieron que para Ballas la vida fuera una constante pelea. “Es muy fuerte todo lo que pasa cuando te empieza a ir bien y no estás preparado. Lamentablemente nos educan para dar y recibir golpes”, reflexiona.
La infancia del campeón no fue para nada fácil. Nació el 10 de febrero de 1958 en Villa María, Córdoba. Fue criado en el seno de una familia humilde, con cuatro hermanos y una madre ausente. A los 10 años tuvo que dejar el colegio para trabajar y ayudar en su casa: “Vendía peines y curitas por las calles y después comencé a lavar copas en una pizzería”. Fue un luchador desde chico. No había elección: era lo que le había tocado. Hasta que un día, mientras lavaba copas, escuchó por radio Rivadavia una pelea de Nicolino Locche y empezó a interesarle el boxeo. “Cuando lo vi por televisión hacer las cosas que hacía en el ring, yo dije: ‘Quiero ser como él’”, cuenta el villamariense. Al descubrir lo que realmente lo apasionaba, comenzó a entrenarse con Alcides Rivera y a pelear. Pero a los 16 años decidió ir un poco más allá, convencido de cuál era su destino. “Fui a Mendoza para conocer a Nicolino y para quedarme en el gimnasio de Francisco Paco Bermúdez. En ese momento era su técnico y terminó siendo el mío también”, explica.
Al poco tiempo de su llegada a Mendoza, Ballas comenzó a destacarse. Bajo la tutela de Bermúdez inició su carrera profesional en diciembre de 1976 y un año después ya era campeón mendocino. En ese entonces lo llamaban El Dandy del boxeo, su popularidad crecía pelea tras pelea y le costaba mucho lidiar con todos los cambios en su vida. “Me pasaban cosas muy grosas y yo me preguntaba: ‘¿Por qué ahora? Si no lo necesito’. Me daba impotencia, sobre todo por lo que me tocó vivir”, cuenta. El cordobés había pasado de no tener nada a tenerlo todo en poco tiempo y no pudo soportarlo. “A los cinturones en vez de ponérmelos en la cintura me los ponía en la cabeza”, agrega entre risas.
El Dandy, cuando se aburría, tomaba un avión a Buenos Aires para pasar la noche en Recoleta, barrio donde estaban los mejores restaurantes y boliches en esa época. En algunas de esas escapadas nocturnas empezó a relacionarse con artistas y cantantes famosos que siempre le habían parecido inalcanzables. El exboxeador recuerda la noche en la que estaba en un restaurante de Recoleta y el mozo le dijo que Violeta Rivas Y Néstor Fabián querían que se sentara con ellos. “Yo lo miré y le dije: ‘¿Me estás jodiendo?’ Me costaba creer lo que estaba pasando”, relata.
Pasó el tiempo, su adicción empeoró y Ballas supo que debía pedir ayuda para torcer su historia: “Mi familia me ayudó mucho, tengo una mujer maravillosa que vivió todo conmigo. Vivió la parte dulce y la amarga”. Luego de colgar los guantes, se rehabilitó y luchó para acomodar su vida. El excampeón del mundo logró en 2017 ganar una batalla pendiente: terminar el colegio primario. Este año arrancó la secundaria y sueña con estudiar Psicología. Lo cierto es que encontró una manera de dejar atrás lo negativo de su pasado y convertirlo en algo bueno.
“Cuando dejé el boxeo, logré lo que realmente quería, ayudar a los pibes que tenían problemas”, afirma convencido el cordobés. Hoy trabaja en la seccional de Villa María de la Asociación de Trabajadores de la Industria Lechera de la República Argentina (ATILRA), donde junto a un equipo médico realizan terapias ambulatorias con los chicos que padecen adicción a las drogas. Además viaja por todo el país brindando charlas. Pero Ballas se dio de cuenta de que debía estudiar, ya que cuando se reunía con los médicos del equipo para evaluar a los pacientes, no entendía los términos que usaban. Esto lo llevó a hacer dos capacitaciones de un año cada una. Una, en el Instituto de Prevención de las Adicciones de la Universidad del Salvador (USAL), de donde egresó como socioterapeuta en Adicciones, y la otra como asistente en Drogodependencia en la Universidad Nacional de Córdoba. “No soy profesional, pero me ayudó muchísimo”, expresa con orgullo.
La satisfacción de Gustavo Ballas cuando siente que pudo ayudar a alguien es inmensa. “Siempre le digo a los pibes cuando les doy el alta: ‘Ahora empieza lo más bravo, no creas que ya te recuperaste. Pero lo importante de todo esto es que te recibiste de campeón, campeón de la vida’”, narra el excampeón del mundo algo emocionado. Con 60 años y una vida de película, tiene un claro objetivo para los jóvenes: “El mensaje que quiero transmitir es que no cometan los mismos errores que yo”.
“La especie no mejora”
El excampeón del mundo analizó lo difícil que es la vida de los boxeadores y mostró su preocupación por las nuevas generaciones. “Lo ideal sería que ejercieran esta profesión y estudiaran. Es difícil, pero se puede. Lo que pasa es que no lo inculcan. Te ponés a pensar y te das cuenta de que un boxeador ignorante es más fácil de manejar”, señala. Ballas se dio cuenta de grande de la importancia de formarse y completar sus estudios: “En ese momento pensaba: ‘¿Para qué estudiar si con esto ya estoy para toda la vida?’ Y lo cierto es que esto dura poco, y más para nosotros (los boxeadores), para quienes dos más dos es cinco, lamentablemente”.
El cordobés cuenta el momento en el que se enojó con el periodista deportivo Ernesto Cherquis Bialo y reflexionó al respecto. “En esa época éramos tres jóvenes boxeadores que estábamos de moda y no teníamos buena conducta: Ubaldo Sacco, Juan Martillo Roldán y yo. Entonces Cherquis escribió una nota para la revista El Gráfico y el título fue ‘La especie no mejora’. Yo lo quería pelear, me enojé muchísimo. Pero pasó el tiempo y si hoy fuera periodista deportivo y tuviera que escribir una nota sobre boxeo, lamentablemente el título sería ‘La especie no mejora’, asegura.