Por Candelaria Santillán Acuña
“Como deportista era muy segura y fuerte. Cuando iba a competir decían ́uy ahí viene la Comaschi´. Con la presencia ya les ganaba. Me describo como una persona resistente que pasó por muchas cosas en su vida. Siempre logró salir mirando hacia delante, nunca me caigo”. Esta auto presentación es una muestra de la gran persona que es.
Ana María Comaschi es un nombre un poco olvidado a lo largo de la historia deportiva del país. Algunos ni recuerdan su talento ni sus virtudes. Era una niña del pequeña ciuadad de Necochea que se negaba a dormir la siesta. Mientras el silencio abrazaba las calles y los ronquidos se asomaban por las ventanas, Comaschi salía a dar una vuelta a la manzana. En total eran 400 metros, como una de las tantas pruebas del atletismo.
Criada por su tía, debido a que perdió a su madre cuando era muy chica, Ana se fue convirtiendo en una atleta de lujo a lo largo de su infancia. Uno de sus profesores del colegio observó lo buena que era en todos los deportes y desde ese entonces, la llevó a Mar del Plata a entrenar, a que mejore su nivel y conozca más disciplinas.
Sola, en un lugar desconocido, con una nueva amiga en su mano: una bala. En su primer tiro, rompió el récord nacional júnior, a los ocho años. La fuerza de Ana no era muscular, era algo que venía de adentro, de su corazón. Su facilidad en las competencias de saltos, velocidad y fuerza la llevaron a anotarse en las pruebas combinadas.
Comaschi fue dueña de varias marcas nacionales durante muchos años. Su récord de heptatlón lo batió la mendocina Fiorella Chiappe, después de 30 años y en Estados Unidos ya que ella estudia y se entrena allí. En 1990, Ana consiguió una nueva marca en los 400mt en un torneo en el viejo continente. Ella describe este acontecimiento como “una vuelta a la manzana en España”.
Su vida y su carrera deportiva están llenas de anécdotas tristes y alegres. Pero hay una en especial que no solo es conmovedora, sino que también refleja su personalidad. Era el año 1985, Campeonato Sudamericano, Ana había ganado su primer oro. Lo que nadie esperaba entre tantos gritos y emociones es que Comaschi en pleno podio le diera su medalla a su compañera Nancy Vallecilla.
La atleta ecuatoriana era la favorita del torneo, las apuestas iban todas a ella. Pero en el lanzamiento de jabalina su cabeza quedó en blanco. Los tres tiros fueron nulos y no pudo sumar en esa prueba. Por esta razón, Ana decide colgarle el oro: “Me salió natural, yo sabía que iba a quedar segunda así que me pareció correcto lo que hice. Ella se lo merecía mucho”.
Lamentablemente, Comaschi llegó a la boca de todos luego de su incidente con el Comité Olímpico Argentino. Todo comenzó en los Juegos de Barcelona ‘92. Ana participó en el Iberoamericano en Sevilla y gracias a ese torneo clasificó a los Juegos. La felicidad la invadía y su sonrisa era casi imposible de borrar. Hasta que llegó lo peor, algo que nadie podía imaginar.
La inscripción de Comaschi nunca había llegado al Comité Olímpico Internacional. Ana no podía participar y tampoco podía salir de un cuarto en la Villa Olímpica ya que no estaba registrada. Las lágrimas humedecieron sus cachetes y borraron esa mueca en su cara. El sueño de ser olímpica había terminado antes de empezar. Todo por culpa de un papeleo mal hecho. Una hoja, una sola, arruinó el deseo de esa niña que corría porque era muy inquieta.
Entre tristezas, Ana se fue de Barcelona y volvió a Argentina. El aeropuerto estaba repleto de periodistas pero ella pensaba que estaban por unas modelos, con las cuales había compartido avión. Cruzó la puerta y los reporteros se tiraron encima de ella. La abrazaban, la consolaban e invitaban a todos los programas para que cuente su historia. Se subía al colectivo y la aplaudían, porque era una luchadora, una guerrera que no se merecía pasar por esto.
“El cariño de la gente me hizo dar más fuerza, yo quería demostrar que podía y que era buena”, comentó Ana. Dicho y hecho, ese mismo año fue el Campeonato Argentino de Atletismo y Comaschi ganó en cada prueba individual. Y así fue como demostró que siempre podía hacer más, que era una excelente deportista y no se iba a dar por vencida.
Comaschi tomó coraje y denunció a los culpables. Durante los largos juicios que enfrentó en sus ocho años de pelea, el COA la acusaba de ser una mujer insana que no tenía títulos y que solo quería ser famosa. “Yo sentía que luchaba contra un monstruo, no era nada. No fue tan fácil pero bueno, yo siempre estuve firme, nunca aceptamos nada en el medio, ni plata”, manifestó Ana.
Los fallos eran cada vez más lentos, el tema nunca se cerraba y el dolor aumentaba. Era como si metieran el dedo en la herida. Finalmente, la Corte Suprema de la Nación le dio la razón. Comprobaron la oportunidad deportiva que Ana había perdido y el daño moral que le causaron.
“No tienen empatía con el atleta, no saben quién sos. Cuando me pasó, el presidente del comité (el coronel Antonio Rodríguez) no sabía ni quién era yo. Me conoció cuando perdió el juicio”, expresó Ana. Gracias al “Caso Comaschi” cualquier atleta que pase por lo mismo puede denunciar penalmente al Comité.
Casi 30 años después, Ana sigue con su vida alejada de las pistas ya que les tiene una especie de “amor-odio”. Aunque su sueño ya terminó y no hay vuelta atrás, ahora acompaña a su hijo, Mauro Zelayeta, en su carrera olímpica. Quizás llegó el momento de la revancha.