Por Guillermo Rojas
Pekín, China, 13 de septiembre de 2019. Argentina da otra sorpresa en el Mundial de básquet al vencer a Francia por 80-66. En el vestuario argentino todos cantan y saltan, hasta que ingresa él, a su ritmo, con su pelo recortado que le resta años, sus 2.06 metros de altura y su físico, ahora con más músculo (en los últimos años tonificó mucho su cuerpo). Saluda a todos, uno por uno, y sus compañeros comienzan a gritarle “MVP”. Él se ríe y responde: “MVP… Más Viejo Player”.
Luis Scola es así, serio, de pocas palabras y dice lo justo y necesario. A veces parece que le escapa a las cámaras: es que habla en la cancha y con los hechos. Tal es así que nunca faltó a un partido con la Selección. Adrián Amasino, su primer entrenador de mini básquet en el Club Ciudad, aseguró: “Siempre fue un pibe que nunca faltaba a un entrenamiento y se venía desde El Palomar. Eso lo fue formando. Se quedaba a entrenar en su categoría y en la siguiente”. Para Amasino sigue siendo Luisito, por más que tenga 40 años.
Siempre se manejó de la misma forma: respetuoso, autoexigente en los entrenamientos y líder desde el ejemplo. Como cuando aún era mini y sus compañeritos lo seguían por su altura -a los diez años medía 1.80-, aunque también lo respetaban por lo que hacía dentro de la cancha: ya desde pequeño asomaba un líder. Tanto es así, que su nuevo equipo, el Pallacanestro Varese, lo presentó como “Il General”.
Todos coinciden en que siempre fue un trabajador del básquet y todo lo que consiguió en su carrera es gracias a eso. Si de pequeño se quedaba a entrenar con las categorías más grandes, de mayor es siempre el primero en llegar a las prácticas y el último en irse, como cuentan Mario Mouche (preparador físico de la Selección 2000-2004) y Germán Beder (exprensa de la Confederación Argentina de Básquet).
Scola es un capitán que predica con el ejemplo y marca las pautas de disciplina en los entrenamientos para los más jóvenes, a quienes les trasmite su filosofía de trabajo. Luego, fuera de las prácticas es uno más. Beder asevera: “Este legado es tan importante como lo que construyó a nivel resultados”.
Scola ha llegado a viajar 48 horas para jugar un partido de eliminatorias solo por amor a la camiseta argentina, que “es la que nunca cambia”. Mouche cuenta una anécdota que ratifica su compromiso con la Selección desde joven. En 2001, tras jugar un torneo juvenil en Japón, viajó hasta Neuquén para disputar el Pre Mundial con la Selección mayor. Así como se bajó del avión, se cambió y jugó.
A él no le interesa ser Luis Scola, no tiene portación de cara. Siempre está bien predispuesto para los entrenamientos, totalmente autoexigente y absolutamente honesto consigo mismo y su juego. Su exigencia quedó demostrada cuando estuvo entrenándose solo, en su campo de Castelli, previo a los Juegos Panamericanos de Lima y el Mundial de China 2019. Se entrenó al mejor estilo Rocky. Su papá, Mario, le contó a Infobae que Luis se levantaba a las 7 de la mañana a correr con un frío terrible y entrenaba durante todo el día.
Nadie habla mal de Scola. Todos lo definen como un tipazo, desde chiquito. Amasino se emociona y cuenta que Luisito era una miniatura de lo que es ahora, que nunca cambió. Algo que también sostiene Mouche es que: “Es callado y respetuoso, pero callado en el sentido del trabajo, ya de chico era así”.
Un tipo humilde, ameno, cercano y sobre todo muy generoso. No solo es así con sus compañeros o técnicos, sino con todos, desde el primero hasta el último integrante de la delegación.
Beder recuerda el día que Scola le aseguró a Sergio Hernández, entrenador de la Selección, que el equipo podía estar entre los mejores cuatro del Mundial 2019. Lo trataron de loco, pero sabía lo que decía. Diría el refrán: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”.