Por Federico Pineda y Matías Cavallero
Los Juegos Olímpicos de Tokio serán la primera competición de este calibre en toda la historia que se llevará a cabo tras una suspensión. Berlín 1916, Tokio 1940 –devenida en Helsinki, donde tampoco se produjo tras la invasión soviética a Finlandia- y Londres 1944 encontraron su límite en la Primera y Segunda Guerra Mundial. Hoy, el COVID-19 es el culpable de la postergación de este torneo hasta el 2021, que se transformó en uno de los últimos bastiones del deporte que sucumbió ante un virus que ya cuenta con más de 95 mil muertes y casi 1.600.000 infectados en todo el mundo (hasta el cierre de esta nota).
La decisión que adoptó el Comité Olímpico Internacional (COI) fue mutando con el paso del tiempo: desde la postura firme de realizar los Juegos en tierras asiáticas, pasando por la posibilidad de cambiar de sede, hasta la determinación final de disputarlos un año después. Antes de alcanzar esta decisión, el Comité fue presionado por varias federaciones como Canadá y Australia, que no iban a presentar a sus atletas, mientras que España y Estados Unidos -en consonancia con sus deportistas- pedían la postergación de la competencia.
“Nos gustaría reiterar que no estamos considerando cancelar o posponer los Juegos de Tokio”, había declarado el presidente del Comité organizador de los Juegos Olímpicos, Yoshiro Mori, el pasado 13 de febrero sobre los rumores que empezaban a surgir con respecto a una posible suspensión. El país asiático ya registraba 218 contagios provenientes de un crucero que se encontraba amarrado y en cuarentena en el puerto de Yokohama, y otros 30 casos en territorio japonés. Ese día falleció la primera persona con diagnóstico positivo por coronavirus en Japón.
Al día siguiente se realizó una reunión entre los organizadores de Tokio junto a la Comisión Coordinadora para los Juegos Olímpicos y su principal mandatario, John Coates, sostuvo tras el cónclave la “plena confianza” que mantenía el COI -organismo del cual es vicepresidente- sobre las medidas que habían implementado las autoridades japonesas, entre las que se hallaba la prohibición del ingreso al país a las personas procedentes de la ciudad china de Hubei -cuya capital Wuhan era el epicentro de la pandemia-. También declaró, sobre la posible mudanza de la sede, que no había motivos “para tener planes de contingencia ni para contemplar el traslado de los juegos”.
Así fue como apareció el oportunismo político frente a un virus que se había originado en tierras chinas en noviembre del año pasado. El candidato conservador a la alcaldía de Londres, Shaun Bailey, hizo un anuncio poco decoroso y, en vísperas a las elecciones que se iban a realizar el próximo 7 de mayo, postuló a la capital británica como sede de la competencia. “Nuestra ciudad puede acoger los Juegos de este 2020 si el mundo necesita que demos este paso adelante”, declaró el 23 de febrero sobre la posibilidad de que el evento deportivo repitiera la ubicación de hace 8 años. En esos días, el Reino Unido no superaba los 15 casos totales por coronavirus y, en consonancia a muchos países de Europa, se le restaba importancia a la influencia de la enfermedad. Hoy en día registra 7.978 muertes por COVID-19, es el octavo país del mundo con mayor cantidad de casos -65.077 personas-, y uno de los infectados es el primer ministro Boris Johnson.
“Me parece irresponsable e inapropiado pretender usar ese asunto como herramienta electoral”, fue la respuesta inmediata que realizó la gobernadora de Tokio, Yuriko Koike, ante los dichos del británico. El apoyo del COI a los anfitriones era absoluto. “Los Juegos de Tokio no se encuentran en peligro en este momento”, volvió a hacer hincapié Coates, pero la situación del coronavirus empeoraba en todo el mundo. Yoshiro Mori, presidente del Comité organizador de los Juegos, ya alertaba que no sería fácil erradicar el virus. “Cada día le rezo a Dios. Necesito pedirle que el coronavirus desaparezca”, declaró el ex primer ministro de Japón al diario Sponichi Annex.
El 25 de febrero ya había un representante del Comité Olímpico Internacional que ponía en duda el inicio de la competencia. El exvicepresidente de la entidad, Dick Pound, confiaba en que la epidemia fuese controlada en los meses subsiguientes, pero en dichos a Associated Press aclaró que si la enfermedad acababa siendo declarada como pandemia, la postergación sería altamente probable, y especificó que la decisión de suspender definitivamente los Juegos Olímpicos se podría tomar a finales de mayo. “Es una gran, gran, gran decisión que no se puede tomar hasta tener datos fiables”, había declarado uno de los miembros más longevos del COI. El 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud calificó como pandemia a la enfermedad que ya contaba con 4.291 muertes y más de 118 mil personas infectadas.
Dos días después de aquel anuncio, el actual vicepresidente del ente con sede en Lausana, Juan Antonio Samaranch Salisachs, declaró -en diálogo con RTVE- que la responsabilidad de la suspensión recaería sobre el comité organizador de Tokio y aclaró que “la única eventualidad posible” que podría provocar la suspensión de los Juegos sería “si las autoridades pertinentes internacionales y locales nos dijeran en ese momento (justo antes de los Juegos) que no es seguro para la salud de los atletas y de la gente en el entorno del movimiento olímpico”.
En un contexto de alta contagiosidad por el virus, la postergación era una decisión que se imponía como una determinación de sentido común, pero Mori volvió a salir al cruce de un miembro del comité a su cargo que alertaba sobre la posibilidad de aplazar los Juegos Olímpicos y calificaba como “inconcebible” la idea de cancelar la competencia por el brote de coronavirus. Sin embargo, los deportistas ya empezaban a levantar su voz en contra de la realización de los Juegos con un argumento más que válido: el riesgo de la salud de más de 11 mil atletas y millones de fanáticos que iban a decir presente en todas las disciplinas. Una de las primeras que lanzó críticas a la organización fue la campeona olímpica de salto con garrocha en Río 2016, Katerina Stefanidi, que a través de su cuenta de Twitter personal dio cuenta de la poca importancia que le daban a la salud hasta ese entonces. “Los Juegos Olímpicos se llevarán a cabo según lo planeado. Simplemente sin espectadores, ni atletas, ni entrenadores”, posteó la griega el 13 de febrero.
Mientras el negocio del fútbol ponía la salud de los jugadores por encima del show -más tarde que temprano- como la mayoría de los deportes que aplazaron sus competencias, los Juegos Olímpicos eran el último gran bastión que le quedaba por desmoronar al COVID-19, virus que obligó a la postergación de la Copa América y la Eurocopa de fútbol al año próximo. Sin embargo, el Comité Olímpico Internacional continuó, en un principio, con su idea original.
“El COI sigue totalmente comprometido con los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, y más de cuatro meses antes de los Juegos no hay necesidad de tomar decisiones drásticas en esta etapa. Cualquier especulación en este momento sería contraproducente. El COI alienta a todos los atletas a continuar preparándose para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 lo mejor que puedan”, lanzó el ente a través de un comunicado publicado el 17 de marzo pasado. Solo el 57% de los deportistas tenía su pasaje asegurado a Tokio y, para el otro 43% restante, el Comité aclaraba que trabajaría con las federaciones internacionales para ajustar los métodos de clasificación de ser necesario.
El mismo 17 de marzo dio positivo por coronavirus el presidente de la Asociación de Fútbol de Japón y subdirector del Comité Olímpico de ese país, Koso Tashima. “Hoy el resultado de mi prueba resultó positivo para el nuevo coronavirus. Tengo fiebre leve. Los exámenes mostraron un síntoma de neumonía, pero estoy bien. Me concentraré en el tratamiento y seguiré los consejos de los médicos”, explicó el afectado, tras saberse que había viajado a Irlanda a fines de febrero para asistir a la reunión general anual de la Junta de la Asociación Internacional de Fútbol (IFAB).
El 20 de marzo fue el puntapié inicial para empezar a hablar de una posible suspensión; el pie lo otorgó Thomas Bach, presidente del COI, que en una entrevista para The New York Times puso en duda el inicio de la competencia con fecha de apertura el 24 de julio: “Nadie sabe qué pasará mañana, en un mes o en cuatro meses; no sería responsable establecer una fecha en este momento. Hay muchos pronósticos diferentes sobre el coronavirus, unos te dicen que seguirá la misma curva, otros que llevará más tiempo y hay gente que habla de olas diferentes y que viviremos esto durante mucho tiempo”, declaró.
Dos días después llegó la confirmación oficial del Comité Olímpico Internacional, que explicó que se tomaría cuatro semanas para evaluar si postergaba los Juegos. “El COI, en cooperación con el Comité Organizador de Tokio 2020, las autoridades japonesas y el Gobierno Metropolitano de Tokio, iniciará conversaciones detalladas para completar su evaluación de la rápida evolución de la situación sanitaria mundial y sus repercusiones en los Juegos Olímpicos, incluida la hipótesis del aplazamiento”, detallaron sus miembros en una misiva.
En consonancia con esto, Gerardo Werthein, presidente del Comité Olímpico Argentino (COA) y miembro del COI apoyó la medida del ente porque, a diferencia de otros deportes, “no se puede decidir como cualquier partido en el que se lo posterga y se juega dentro de dos meses” y agregó, en comunicación con el canal Todo Noticias, que no había porque apresurarse ya que “en cuatro semanas” se iba a expedir el COI.
A la par de estos dichos, Bach volvió a referirse a la realización de la competencia y, mediante una carta, priorizó las “vidas humanas” por sobre “la organización de los Juegos”. Unas horas después, el subcampeón olímpico de velocidad y ciclista británico Callum Skinner lo acusó de “terco y arrogante” por tomar la determinación de expedirse en cuatro semanas acerca de la suspensión de los Juegos Olímpicos debido al coronavirus. “No es la primera vez que coloca sus propias motivaciones antes que la de los atletas y el movimiento olímpico”, aseguró el pistard.
Más allá de estas declaraciones, el comunicado divulgado el día anterior era una cuestión meramente protocolar para fijar una decisión que ya estaba tomada. “Los parámetros en el futuro no se han determinado, pero los Juegos no comenzarán el 24 de julio, eso lo sé”, sentenció Dick Pound en USA Today al día siguiente del mensaje. Sin embargo, Canadá y Australia no esperaron a la confirmación oficial y decidieron no llevar a sus atletas a Tokio por los riesgos que podían llegar a correr ante un posible contagio por COVID-19.
Así fue como se llegó al 25 de marzo, día en el que se decidió postergar los Juegos Olímpicos hasta el 2021.
“Era el compromiso con nuestros socios japoneses. Ya he tratado de explicar que el enfoque está cambiando. Lo que expresamos fue la confianza para organizarlos en julio y en condiciones seguras, pero lo que cambió fue la condición sanitaria mundial”, se excusó Bach sobre la demora en la toma de decisiones que, lejos de preservar la salud de los deportistas, fue altamente contraproducente para muchos de ellos.
El presidente de la Federación de Boxeo de Turquía, Eyup Gozgez, se mostró molesto con el COI a causa de los retrasos en la cancelación del preolímpico de aquella disciplina que se realizó en Londres, en el que varios de sus participantes dieron positivo en las pruebas de coronavirus: “Estoy desconcertado, ese grupo de trabajo y el gobierno británico permitieron que comenzara el torneo a pesar de que muchos de nosotros teníamos preocupaciones y que casi todos los otros deportes habían parado”.
Luego de la suspensión, otra de las deportistas, ya retirada, que se expresó, fue la doble campeona olímpica rusa en barras asimétricas en Atenas 1996 y Sidney 2000, Svetlana Khórkina. En diálogo con el diario Sport Express, calificó como un “castigo divino” todo lo ocurrido con la pandemia y los Juegos Olímpicos porque “no se puede enfadar a Rusia, incluido a nuestros deportistas. No es casualidad que nuestro himno diga que Dios protege nuestra tierra”. Esta afirmación la realizó en referencia a la sanción que había recibido el deporte ruso después de que muchos atletas hubieran tenido, con ayuda del Estado, casos de doping. Luego, tras un estudio de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), se lo sancionó por cuatro años con la prohibición de que sus atletas defendieran los colores de su bandera o su himno en todas las competiciones internacionales (entre ellas Tokio 2020 y los Juegos Olímpicos de invierno en Pekín 2022), aunque sí lo pueden hacer bajo bandera neutral.
Al día siguiente de la declaración un tanto llamativa de la rusa, el COI había acordado con las autoridades de Japón organizar la competencia “más allá de 2020 pero antes del final del verano de 2021”, según consignaron fuentes del ente al diario nipón Nikkei. A su vez, se iban a tomar las siguientes tres semanas para definir las nuevas fechas de realización que, así mismo, implicarían el corrimiento de varios certámenes para evitar la superposición con la ceremonia más importante del deporte mundial.
“Las fechas se definirán escuchando todas las opiniones del COI, del gobierno de Tokio y del comité organizador. Seguiremos de cerca todo este proceso para colaborar en tomar la mejor decisión posible”, declaró la ministra japonesa encargada de los Juegos Olímpicos, Seiko Hashimoto. Además, la gobernadora de Tokio, Koike, expresó que “se tomará una decisión según la viabilidad del calendario y la disponibilidad de las sedes”, pero aclaró que su prioridad pasa por “prevenir la extensión de los contagios de coronavirus”. Japón registra actualmente 4.667 casos y 94 muertes.
Tras una teleconferencia realizada el 26 de marzo entre los miembros del Comité Olímpico Internacional, se analizó la posibilidad de realizar los Juegos Olímpicos en el verano europeo de 2021, que también coincidirá con la temporada estival japonesa. Cuatro días después, el COI se anticipó al plazo que se había propuesto de tres semanas y confirmó que la competencia se llevará a cabo entre el 23 de julio y el 8 de agosto del año próximo.
A su vez, en sus redes sociales, el COI intenta evadir las críticas y publicó un total de 70 series y 500 películas para ver durante la cuarentena. Aquellas se podrán disfrutar a través de la plataforma “Olympic Channel”, que también posee una aplicación compatible con varios sistemas operativos. Las voces ya se alzaron y, pese a los réditos económicos y a las pérdidas a las que se expone la organización, los protagonistas de la historia -que ya quedaron en la historia- se expidieron: solo una pandemia frenó el negocio, y eso casi ni siquiera alcanza.