miércoles, enero 15, 2025

Los Repolleros: Un refugio de tradición, solidaridad y autogestión

Por Nicolás Renedo

En el corazón de la localidad Beccar, en San Isidro, se encuentra el Club Unión y Juventud. Una entidad barrial que aloja alrededor de 15 actividades semanales para el bienestar de sus más de 1000 alumnos y de un sustento económico con el que se lucha mes a mes. Si pasas sobre la calle José Ingenieros las miradas se las lleva el cartel con las iniciales “CUJB” junto al escudo radiantemente iluminado. Una fachada demasiado moderna con ventanal hacia el gimnasio y al bar, la carta de presentación perfecta para derribar cualquier tipo de preconcepto que uno puede tener sobre un club de barrio. El nivel de infraestructura no tiene nada que ver con otras experiencias similares. En este caso, “Los Repolleros” —como se los conoce por su origen entre las quintas de los cultivadores de la col— no tiene parangón y ni siquiera se cruzó el portón principal. 

Eran las 20:00, en un día húmedo y lluvioso que, claramente, no invitaba a salir de la casa. Sin embargo iban y venían personas de cualquier rango etario y social. Emmanuel “Iti” Golemmo, presidente del club, se enorgullece al contarlo debido a la dificultad que conlleva lograr un punto de encuentro y una heterogeneidad entre los socios. Al llegar, estaba en funcionamiento las clases de taekwondo, boxeo y reggaetón, que conserva en sus dos clases semanales alrededor de 150 personas, divididas en tres turnos. Según el Presidente, aquel horario es en el que más gente transita. Durante el camino, los pasillos siguen siendo de los socios. Los chicos de arte se ocuparon de llenar de frases motivacionales un costado de la pared, mientras que del otro lado se observa la Copa del Mundo con los tres años de las consagraciones, y la complementa un mural donde Kempes, Maradona y Messi en modo caricaturesco están de espaldas sosteniendo cada estrella. Justamente tres emblemas que vivieron en sus infancias por clubes de barrio.

El establecimiento defiende a capa y espada su historia. Del otro lado de la entrada se puede ver cómo mantuvieron parte de la antigua puerta, un detalle con el nombre completo del club y la leyenda “Fundado el 20 de junio de 1943 – con personería jurídica”. Además, cuenta con un mural, también realizado por los chicos que hacen arte en el club, de unos 30 metros con imágenes que recorren cronológicamente, a modo de cuento, su vida social desde la fundación y, finalizando este, se encuentra el mástil histórico, donde se iza la bandera únicamente los “días especiales”. 

Clubes así son los encargados de dar una ayuda social a los vecinos desde donde sea. Empezando por una “casita de libros” hecha de madera que fue donada para dejar libros para prestar, leer en el momento, o, si alguna persona quiere llevárselo, deberá intercambiarlo por otro para seguir promoviendo la lectura. Asimismo, una regla que impuso Golemmo es que “cada familia que no pueda pagar la cuota del chico, hay que ponerse la mano en el corazón y dejarlos que vengan igual sin cobrarles”, así se lo comunicó a los profesores de las distintas actividades. “El día que ellos puedan volver a pagar, se hace una raya en el medio y a partir de ahí abonan. Todo lo que pasó antes queda en el olvido”, una clara muestra de solidaridad y agradecimiento para con quienes mantienen vivo al club día a día.

A pesar de los desafíos y cambios en la sociedad, los clubes de barrio permanecen arraigados a su historia y tradición, gracias a la memoria colectiva que perdura hasta los más mínimos detalles. La visita al Club Unión y Juventud de Beccar reveló la esencia profunda de estos lugares emblemáticos — aunque sean de nicho —, donde la pasión y la tradición se entrelazan con la vida cotidiana de la comunidad. Más allá de cualquier competición deportiva, estos clubes de barrio representan un tejido social sólido, un refugio de pertenencia e identidad para sus socios y vecinos.

Más notas