domingo, noviembre 24, 2024

Un tackle a la indiferencia

Por Juan Martín Souto

En Sarandí, el Club Argentino de Rugby realiza entrenamientos los miércoles y sábados para chicos con discapacidad con el objetivo de generar un espacio de inclusión.

¿Qué es la inclusión? Según la Real Academia Española, hace referencia al hecho o efecto de incluir. Dicha acción es la que realiza el Club Argentino de Rugby, institución que se encuentra en Eva Duarte de Perón 1430, Sarandí, y que desde octubre de 2021 brinda clases para chicos con discapacidad.

Son las siete de la tarde del miércoles 28 de agosto. Al ingresar al predio, el ambiente cambia… Se observa un ambiente familiar; padres con sus hijos; los entrenadores preparan el entrenamiento y empleados del buffet fuman a la espera de que alguien ingrese a comprar un sánguche o una bebida. Pero lo que más resalta es un cartel con el lema “nada de nosotros sin nosotros”, haciendo alusión a que los objetivos que se proponen no se pueden conseguir sin el trabajo de todos.

El mensaje va desde la entrada, se marca la pauta de que se prioriza la unión grupal. El césped está muy bien cuidado: pasto corto, brilloso, apto para entrenar. Las luces encendidas hacen foco en ellos, los jóvenes que entrenan. Chicos con síndrome de down, trastorno generalizado del desarrollo (TGD) o asperger; todos unidos en un mismo lugar, con una pelota ovalada blanca en la mano.

El profe Ariel (así le dicen los jugadores) los reunió en el centro del campo y les dio las primeras indicaciones: “Cuatro vueltas alrededor de la cancha y vuelven”, dijo el coach principal con voz autoritaria pero respetuosa.

“El objetivo es que aprendan lo que es el rugby a través del juego y la inclusión. Somos un grupo de cinco personas que hace foco en la calidad humana”, manifestó esbozando una sonrisa y agregó que entrenan chicos de todas las edades separados de acuerdo a su rango de edad (jóvenes, adolescentes y adultos) y él está a cargo del segundo grupo.

La tarea no es fácil porque hay complejidades, entre ellas que no quieran entrenar o no se sientan motivados. Luis Williams es el encargado de levantar el ánimo, ayudarlos a que quieran insertarse en la disciplina. “Gotita” es asistente y no está en todas las clases, sólo cuando se lo requiere: “Quiero enseñar el compromiso, el compañerismo y las ganas de seguir dando lo que el rugby me dio a mí”, destacó al ser consultado sobre su misión en el club.

El deporte es una parte fundamental del desarrollo humano. Así lo afirmó Natalia Scandora, acompañante terapéutica con más de diez años como profesional: “Es muy importante para el desarrollo de un niño/a. Ayuda a su motricidad fina o gruesa, coordinación, equilibrio y sobre todo para su socialización a través del juego, a desarrollar todo tipo de habilidades ya sea en solitario o en grupo”, destacó en las afueras de la escuela número 3130 de Florencio Varela.

Una situación particular sucedió mientras los jugadores terminaban una de las últimas vueltas. Dentro del grupo, un chico de aproximadamente 18 años se frenó sobre la línea del sector derecho. Sorprendido, Luis se acercó a pasos rápidos, nervioso y preocupado. A lo lejos se oye el diálogo entre asistente y rugbier:

– ¿Por qué no corrés?
– No quiero Luis.
– Dale, andá a correr.
– No, no tengo ganas.
– Escuchame, si completás la vuelta te compro un paty.
– ¿En serio?
– Sí, te lo prometo.

Esa fue la definición perfecta del rugby inclusivo, la inocencia del chico. La felicidad de saber que su trabajo no es en vano distingue algo que no ocurre en el deporte convencional… la humildad de saber conformarse con lo que uno le da.

Al culminar la última vuelta se acercó y reclamó su premio. Luis, entre risas, caminó al buffet con las manos en los bolsillos pero con la seguridad de que había logrado su objetivo… devolverle al rugby lo que a él le dio.

Al regresar, llegó con el sánguche de pan con semilla de sésamo que contenía en su interior un medallón de carne, ketchup y lechuga; sumó una Coca Cola de litro y medio como recompensa por cumplir con lo que pidió. El joven, durante el parate que se realizó de 15 minutos para que se hidraten, comió a toda velocidad y agradeció a “gotita” por su accionar. “Siempre el aprendizaje es para los chicos y para los padres ya que es un deporte de contacto y hay que trabajar con todos”, destacó.

El entrenamiento continuó. A falta de 30 minutos para que culminara, Ariel (junto a su equipo de trabajo) colocó conos para que realizaran pasadas en velocidad y con un balón atrevesarlo en zigzag. Estos ejercicios, según integrantes del staff técnico, ayudan a mejorar la movilidad en el espacio y tener un equilibrio mayor como así también a realizar un desgaste necesario dado que la mayoría de los que asisten son personas sedentarias.

Lo que se realiza en el CAR es fundamental para que se inserten en la sociedad y ayudarlos a trabajar cuestiones básicas que le cuestan adaptar a una rutina diaria. Según Patricia Guillade, directora de la escuela número 3130 de Florencia Varela, toda formación debe llegar desde que son jóvenes debido a que no hay tantos espacios que ayuden a la inclusión ni al desarrollo de los chicos: “Desde lo social, a muchos de ellos les cuesta establecer relaciones sociales y el deporte es el área indicada para eso. Los beneficios son que se puede trabajar desde el juego áreas pedagógicas, como las nociones espaciales (atrás, adelante, arriba, abajo, cerca, lejos) también la coordinación motriz, los límites al tener que respetar y cumplir reglas, más todos los rendimientos que cualquier persona obtiene desde la educación física”, afirmó en su oficina en la cual trabaja hace más 24 años.

A su vez, explicó que hay grupos muy reducidos de entre 6 y 14 integrantes porque no deben estar en contacto por las reacciones que puedan tener debido a la complejidad a la hora de relacionarse: “Solo atendemos chicos de 6 a 18 años. Hay que prepararlos, y tener la buena predisposición de adaptar los materiales o la actividad para participar. En educación especial hay que hacer adaptaciones curriculares; eso es sumamente importante para que cada uno logré alcanzar los objetivos propuestos.

Son las 19:50; comenzó a hacer frío y los jugadores se colocaron guantes para tratar de
combatir el clima. Los entrenadores armaron dos equipos de siete chicos cada uno. Distinto al deporte convencional, los rugbiers no se quejaron con quien les tocó compartir equipo, ellos solo querían jugar, divertirse, correr.

Diez minutos apasionantes. Fue un recuerdo de la infancia, cuando se jugaba sin responsabilidades, para disfrutar el momento. No hubo un espíritu de agresividad solo diversión, compañerismo y amor por el deporte. Hasta algunos dejaron pasar a sus rivales por miedo a lastimarlos. Cuanta inocencia, cuanta inocencia. Finalizado el encuentro, sin saber el marcador porque la belleza del partido y el momento hicieron que quedara de lado, cada jugador saludó a sus compañeros, entrenadores y se retiraron. Los padres, presentes durante toda la jornada, abrazaron a sus hijos y realizaron las típicas preguntas cómo “¿te fue bien?” “¿te divertiste?”.

Para Ariel y todo su equipo es más que dirigir a un conjunto de jóvenes con discapacidad; cada jornada es una nueva oportunidad de comprenderlos y ayudarlos: “No tienen partidos ni competencias, solo juegos relacionados al deporte. Para mi es un orgullo entrenarlos y me motiva a ser un mejor entrenador de rugby inclusivo”.

No tendrá las mismas reglas, no se juega con la misma cantidad de jugadores, tampoco se compite, pero lo importante del rugby inclusivo es enseñarle a los chicos que son iguales al resto.

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