Por Magalí Robles
Allí, desde el interior del despacho de Ernesto Guevara, estalla una acusación. “Traidor”. Esa es la palabra que eligió uno de esos tres uruguayos empoderados que fueron autorizados a acceder por una entrevista con el Che por 15 minutos. Lo hizo con un diario en su mano izquierda, increpando al líder revolucionario.
Un Artigas rioplatense, correcto patriota, prócer uruguayo; un Guevara argentino, correcto patriota, luchador por Cuba, sufriendo para África, considerándose un patriota directo del mismo mundo; todo ello es motivo suficiente de sacudones prejuiciosos en mentes imprevistas. Éste, ya comprendiendo el marco que sostiene la fotografía en cuestión del ejemplar del diario cubano Granma, estalla en una risa prolongada de sorpresa poética que no puede vencer (sin ser éste un simple hombre que no está acostumbrado a no vencer).
Al lograr callarse, se abalanza sobre quien rotula su dignidad de “traidor” (siendo que él es el máximo patriota de todas partes, de todos los continentes, de todas las instituciones, de todas las tribunas). Abrazándolo comprensivamente y con una sonrisa le demuestra que lo entiende y así se lo expresa. Ya con la atmósfera diluida entre amistosas sonrisas, Ernesto el Che Guevara lo mira y lo premia, al incorruptible amante del fútbol como buen rioplatense, Eduardo Galeano, transmitiéndole que es él el primer hombre que lo ha injuriado directamente a su grado de excelencia y que sigue vivo.
Y vivió más que nunca una compañía por tres horas, con quien se intercambiaron chistes. Allí donde se siente la gloria de poder charlar de fútbol y de cualquier otro tema libremente, sin sentir que es aquel hombre amante del deporte, siendo asmático, quien cargaba sobre su espalda todo el peso de la revolución mundial.
A ese chico que estaba cambiando la historia le dijo traidor una sola persona y vivió para contarlo.