jueves, noviembre 21, 2024

Gonzalo quiere atajar

Por Lucas López

Unos ojos marrones llenos de ilusión, los dientes blancos parejitos. El pelo degradado, la barba perfecta y siempre acompañado por un mate, armado con montañita, de más está decir. “Muchas veces se piden los mates de Siri”. Gonzalo Siri cumple el estereotipo de jugador de inferiores. Categoría 2003. Arquero desde los 11 años, cuando su padre se dio cuenta de que había talento para la posición. Al principio no atajaba, era jugador de campo. Antes no existían los niños que quisieran atajar, era un puesto reservado para el más malo o el más ‘gordito’. Ya no es así (gracias, Dibu).

Se levanta temprano, muy temprano. Cinco y media de la mañana. Hace diez minutos en bici y va junto a su compañero a entrenar. Todos los días se presenta en el predio de Argentinos Juniors, en donde pasa las horas entrenando para ser mejor y ganarse un puesto. “Este es mi sueño”, dice. “No me importa si es en Argentinos o en un club de la C, yo quiero dedicarme a esto”.

Sus compañeros le dicen ‘el loco Siri’, y aunque al principio le gustaba el apodo, hoy ya no. Digamos que se lo comió el personaje y se mandó ‘muchas cagadas’. Preferiría que lo llamen ‘el sereno Siri’. “Soy medio loco así que llego al vestuario y pongo el tecno a todo lo que da, aunque me lo critiquen yo lo hago para joder y que se rían un rato”, confiesa.

2022 fue un año de altibajos. Empezó el año entrenándose con el plantel de Primera División. Luego debutó en Reserva por la lesión del arquero titular, para más tarde ser llamado a los entrenamientos de la selección. “Mascherano te citó, tenes que ir a Ezeiza, me dijeron. No aguanté y me puse a llorar solo en el vestuario”. El cielo en la tierra. “Fui con mis compañeros e hice el peor entrenamiento de mi vida, no entendía absolutamente nada”.

A los primeros que les contó la noticia fue a su familia. Papá, mamá y hermana. “Los llamé desde el auto cuando terminé de entrenarme. Les dije ‘no me van a creer pero me citaron para la sub 20’. Todos lloramos un poco”. Su madre es puericultora, su hermana -menor- juega al básquet, y su padre es visitador médico, pero también es entrenador de fútbol. Siempre lo bancó, desde que le pateaba en el patio de su casa en Villa Pueyrredón, hasta ahora que se lo puede encontrar detrás del arco de Gonzalo en sus partidos. 

No solo comparten la pasión por el fútbol, sino que tienen otro lugar de encuentro: las zapatillas. Gonzalo dedica sus horas libres a un emprendimiento de calzado familiar. “No sé si las amo más que a un familiar”, se ríe, mientras muestra su última adquisición, unas Travis Scott x Jordan “Black Panther”. En su casa tiene un ‘stand’ con unos veinte pares de zapatillas, con sus dos favoritas posando en la cima.

Sabe que es difícil llegar a vivir del fútbol. Y aunque ahora está totalmente enfocado en el deporte (2023 es su último año para que Argentinos Juniors le firme contrato, sino, quedará libre) en el fondo empieza a pensar que le gustaría hacer en su vida: “Si no es el fútbol, las relaciones públicas y las ventas me atraen, así que empecé vendiendo zapatillas”.

Gonzalo llegó a lo más alto que puede llegar un juvenil, como que el propio Javier Mascherano te cite a entrenar para su selección, y también sintió lo peor que puede sentir un jugador, ver cómo tu tiempo de juego se ve reducido cada vez más, cuando vos sentías que eras imparable y que te ibas a comer el mundo. No es fácil, pero por suerte está bien acompañado. Tiene tres amigos que para él son indispensables: “Los amigos los elegís, y no me pueden faltar en ninguna, ni en las malas ni en las buenas. En las buenas es cuando más quiero que estén, y en la malas cuando ellos más quieren estar”.

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