Por Matías Passalacqua
“Otro hombre caerá antes de que sequemos nuestras lágrimas/ porque los luchadores deben destruir como los poetas deben cantar/, como la multitud hambrienta debe reunirse para ver sangre sobre el ring”. Con esta frase, el periodista y compositor norteamericano Phil Ochs entona en su canción “Davey Moore” una reflexión de lo sucedido el 21 de marzo de 1963.
El flamante campeón del peso pluma Davey Moore finalmente pone en juego su título de la Asociación Mundial de Boxeo en el Dodger Stadium de Los Ángeles. Su rival, Ultiminio “Sugar” Ramos, la gran esperanza cubana, hace lo propio con su cinturón del recientemente fundado Consejo Mundial de Boxeo. Se acercan 15 asaltos por una unificación en el peso pluma. En las gradas, 22 mil personas impacientes por el campanazo inicial que solo quieren ver golpes, no eran conscientes de lo que sucedería esa noche.
Luego de nueve asaltos a puros intercambios, el ring manchado de sudor se había convertido en evidencia de una reciente guerra. Comprar la entrada había valido la pena. El décimo fue más de lo mismo, pero los golpes solo los repartía Ramos. Moore se encontraba noqueado en pie, pero la campana lo salvó de seguir recibiendo castigo. Tanto fue ese castigo que el árbitro George Latka alzó sus brazos, terminó la pelea por nocaut técnico, y oficializó la conquista del cubano como campeón unificado de la categoría.
“Por fin la pelea había terminado, el joven Davey no peleó más, perdió la batalla final detrás de la puerta de un médico. Y de vuelta en la arena, la multitud que grita se ha ido, y la muerte está esperando en primera fila a que llegue la próxima pelea”, concluye Ochs en la séptima canción del álbum “The Early Years”. Aquella fue una trágica noche para el boxeo. Luego de la derrota, Davey dio una última entrevista para la televisión sin saber que serían sus últimas palabras a cámara. Minutos después, ya en el vestuario, las reiteradas combinaciones a la cabeza le pasaron factura y cayó desplomado en el piso sin consciencia. El 25 de marzo a las 02:20, luego de 75 horas en coma, Moore falleció.
Este caso trascendió tanto alrededor del mundo y sobre todo en Estados Unidos, que generó serios debates para entender si el boxeo se trataba de un deporte o una barbarie. Pat Brown, el entonces gobernador de California, buscó durante meses la abolición del boxeo profesional en su estado, aunque no lo consiguió.
Phil Ochs compuso la canción como crítica directa al boxeo. Similar -aunque no idéntico- fue el caso del icónico cantautor y ganador del Premio Nobel de la Literatura en 2016 Bob Dylan, quién a través del folk “Who killed Davey Moore?” construyó una observación sobre la sociedad de aquel entonces. En ella expone diferentes perspectivas de la pelea y cómo todos -desde el público hasta el árbitro- se sintieron libres de culpa del “asesinato” de Moore. Sin embargo, tiempo después, el músico y poeta estadounidense dejó en claro que es una interpretación que va más allá del suceso en particular: “No tiene nada que ver con el boxeo, solo se trata de una canción sobre un boxeador. Todo lo saqué de un periódico”.
Según un estudio realizado en 2022 por la Asociación de Médicos del Ringside (ARP), se reconocieron 185 muertes masculinas causadas por el boxeo desde el año 2000 hasta el 2019 con el registro de 428.904 combates profesionales en ese período: una cantidad de una fatalidad cerebral cada 5.106 peleas realizadas.
De estas 185 tragedias, solo 84 fueron tenidas en cuenta con el fin de crear estos datos estadísticos. Se ignoran 99 muertes que no fueron utilizadas por criterios de inclusión que se limitan únicamente a lesiones cerebrales en hombres y lesiones directamente relacionadas a la competencia -no en entrenamientos-. Otras dos muertes no pudieron verificarse en la base de datos de BoxRec, sitio dedicado a la historia y actualidad del boxeo.
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Es difícil aludir con precisión al origen del boxeo. El hombre ha usado sus nudillos desde siempre como método de defensa personal ante cualquier situación, pero si se toma como referencia la primera crónica periodística de un combate, Homero en La Ilíada remonta las raíces del deporte de los puños al siglo VIII a. C. en la antigua Grecia.
Al principio no existían rounds ni descansos, tampoco había guantes ni vendaje y ni hablar de tácticas o técnicas. Fue recién en 1743 que comenzaron a regir las primeras reglas claras, y tras varios cambios a lo largo de su historia, en 1867 John Sholto Douglas, octavo marqués de Queensberry, emitió un nuevo conjunto de normas que mantienen su esencia en la actualidad.
La investigación titulada “Muerte bajo los reflectores: la colección de fatalidades del boxeo de Manuel Velázquez”, obra actualizada por el licenciado en artes y escritor estadounidense Joseph R. Svinth, sugiere que 188 pugilistas fallecieron desde sus primeros registros en la década de 1720 hasta la emisión de este nuevo reglamento adherido globalmente.
Fernando “El Puma” Martínez, argentino campeón del mundo de la Federación Internacional de Boxeo en el peso supermosca (52 kilos), responde si considera al boxeo como un deporte peligroso: “No, para nada. Es como cualquier otro deporte al nivel de elite que te podés lesionar. Pero todo lo contrario al peligro, enseña valores de respeto y disciplina”.
La misma pregunta contesta Marcelo Rodríguez Papini, médico de la FAB durante más de diez años: “Si me preguntas por el boxeo de las grandes figuras, es perjudicial como cualquier deporte en el que haya golpes repetitivos en la cabeza, como el rugby o fútbol americano. No más ni menos que esos”. Claro que entiende una diferencia entre la élite y el amateurismo, donde se pelea con cabezal y guantes de más onzas.
“Si tengo que referirme al entrenamiento -agrega-, es una de las mejores actividades para hacer aeróbicamente. Además, es la más completa de todas porque haces tren superior e inferior al mismo tiempo. Yo que practiqué este deporte durante 20 años puedo decir que es completamente a favor de la salud”.
Todos los deportes tienen sus riesgos, cada uno con sus reglas. Eso no les quita popularidad ni mérito. Basta con ver estadísticas como la de Conor McGregor, quién dentro del octágono de la UFC -Ultimate Fighting Championship, la empresa más grande de artes marciales mixtas en el mundo- se convirtió en el deportista mejor pagado de 2021 con 180 millones de dólares. Hasta Michael Schumacher, piloto siete veces campeón del mundo en Fórmula 1, reconoció luego del accidente que dejó sin vida a Ayrton Senna que no podía evitar imaginarse una posible muerte en cada curva que daba.
En cuanto al boxeo, aquellos que en una pelea buscan ver cortes, inflamaciones y cuerpos empapados de sangre quizás recuerden con más afecto los combates previos al 1 de enero de 1983, fecha en la que comenzó a regir el cambio de límite de asaltos por peleas de campeonato -antes se peleaba a 15 rounds, ahora a 12 como máximo-.
En el volumen 67 del registro del Departamento de Neurocirugía (Universidad de California) publicado en noviembre del 2010, se reconocen una cantidad de 339 boxeadores profesionales que fallecieron entre 1950 y 2007. Este promedio cuenta con una notoria disminución de muertes a partir de aquel cambio del reglamento en la duración de las peleas.
Además, en la actualidad existen otras diferencias con respecto a aquel boxeo: las nuevas camadas de árbitros fueron instruidas para preservar la salud del púgil por sobre el espectáculo, los guantes reglamentarios tienen más onzas, existen exámenes médicos anuales para aprobar licencias, revisiones estrictas de salud previas y posteriores a las peleas, y los programas antidoping son mucho más completos. Y si bien el box es un deporte que compromete la salud física y mental, no todo es negativo. Existen, por ejemplo, muchos casos de gimnasios que sacan chicos y chicas de la calle y sus costumbres.
Las peleas de barrio, encuentros a la salida del colegio y malos hábitos de la esquina quedaron en el pasado de Alberto Melián una vez que conoció el boxeo -aunque es inoportuno definir cuándo descubrió esta disciplina un chico que toda su infancia obedeció como hijo a un ex campeón sudamericano-. La dedicación plena al deporte lo mantenía ocupado, comía sano, volvía cansado a su casa, y no le regalaba mucho tiempo a la noche.
A veces ir a un gimnasio va más allá de solo pasar el rato. Desde el niño que sufre bullying y busca una salida, o por lo menos una distracción de la rutina, hasta el joven que es feliz bañándose con agua caliente porque en su casa no tiene la posibilidad. Hoy Melián, o “El Impacto”, como lo conocen por La Paternal, tiene en su espalda dos Juegos Olímpicos, fue campeón argentino, de la Asociación Norteamericana de Boxeo, y fue dueño del cinturón internacional e intercontinental de la Asociación Mundial de Boxeo. Todo esto respaldado por un récord profesional de 12 peleas, de las que ganó 9 (5 por nocáut), cayó en 2 oportunidades y empató 1.
Sin embargo, es muy diferente el deporte aficionado del profesional. No es lo mismo que el boxeo salve una vida, que hacer del boxeo toda una vida. En el nivel más alto de esta profesión ya no hay cabezales de por medio, por ejemplo. Y el sacrificio de pelear muy seguido hasta poner el nombre en lo más alto es agotador. Es evidente que todos los deportes de contacto tienden a ser más peligrosos, pero a veces la pasión no entiende de riesgo, y es por eso que el boxeo sigue vivo. Tal vez muchos pugilistas sean conscientes de la encefalopatía traumática-neurodegenerativa, donde a largo plazo aparecen síntomas de amnesia, depresión, demencia, cefaleas intensas o irritabilidad. Pero en muchos casos también son conscientes de la vida que los salvó y de la segunda oportunidad que les regaló.
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Johnny Montantes, Prichard Colón, Carlos Barreto, Luís Villalta, Frankie Leal, y una gigante lista de nombres murieron como consecuencia de subirse a un ring.
Argentina vivió de cerca uno de los casos más recordados por el pueblo. El 21 de septiembre de 1962, cuatro meses antes del fallecimiento de Davey Moore, en un contexto de desorden político con el reciente golpe de Estado que había derrocado a Arturo Frondizi de la presidencia, el deporte era una sana distracción para muchos. Esa noche, en el Olympic Auditorium de Los Ángeles, pelearon Johnny Riggins y el mendocino Alejandro Lavorante, hombre que supo enfrentarse alguna vez a Muhammad Ali. El combate lo venía ganando el argentino, pero en el sexto asalto, luego de un gancho izquierdo que lo llevó a la lona, fue retirado en camilla al Hospital de California. Dos días más tarde fue operado de urgencia para aliviar un coágulo de sangre en su cerebro, y quedó en un estado de coma leve. Con el paso de los meses su estado era una incertidumbre, y fue trasladado al Sanatorio Felibert en Rosario, Argentina. Sin embargo, nunca pudo recuperar la consciencia, y el 1 de abril de 1964 dejó de escribir su historia.
Aquellos días donde Alejandro Lavorante le peleaba sus últimos rounds a la muerte, el apoyo de cada hombre y mujer llegaba de diversas maneras. Y los que estaban dispuestos a poner diez pesos, podían llevarse un ejemplar del “Informe sobre Lavorante”, un rejunte de obras escritas por varios periodistas publicado en la revista Barrilete. Allí Atilio Luís Viglino, colaborador de la edición publicada el 27 de junio de 1963, reflexionó:
“El boxeo es duro, difícil, riesgoso. Pero quienes aún creemos en él como deporte no podemos concebir que sea antesala del crimen. Por eso nuestro simple pero sincero homenaje a Alejandro Lavorante, es un poco recordación a Benny Paret, a Davey Moore, y de todos los muchachos que fintiando una ilusión, volvieron -cuando volvieron- un paso más allá de la vida, un paso más acá de la muerte. Y caminan por esa dimensión extraña para que los rescate un poco, el amor simple, llano, de muchachos como ellos que tras la mesa de un bar comprenden aquello de:
-Yo, que alguna vez las vi venir, sé cómo duelen. Es bravo viejo, muy bravo. ¡Hay que estar allí!