Por Manuel Mel
El sacrificio es aquello que todos hacen para conseguir un objetivo. En el ambiente del tenis, un deporte considerado de privilegio y para pocos, más aún. Una actividad que tiene una historia muy antigua y rica para ser contada y que ha tenido en sus filas a jugadores de una calidad soberbia, como Guillermo Vilas, Gabriela Sabatini y Juan Martín Del Potro. Ellos arrancaron esta historia y ahora les toca a las nuevas generaciones dejar su propia huella y poder pertenecer a las páginas doradas del deporte no solo a nivel nacional, sino también a escala mundial.
Lo que ya no es sólo promesa, sino más bien una realidad, es esta nueva camada de tenistas argentinos que se encuentra haciendo historia y ganando experiencia, tanto dentro como fuera del circuito. Los hermanos Francisco y Juan Manuel Cerúndolo, Sebastián Báez, Tomás Etcheverry, Camilo Ugo Carabelli, Thiago Tirante, Bautista Torres y Román Burruchaga encabezan esa camada de tenistas jóvenes, talentosos y con muchas ganas de trabajar y mejorar, que ya vienen sumando experiencia y comenzando a escribir sus destinos. Los integrantes de la nueva generación se van abriendo camino codo a codo, empujándose y motivándose mutuamente. No son solamente jugadores de tenis que compiten entre ellos, sino un grupo de profesionales que mantienen una buena relación y, más que amigos, son como una familia.
Más allá del factor suerte, sacrificio y esfuerzo, imprescindibles para la carrera tenística, hay un ingrediente que hace que este grupo de jugadores sea especial y marque la diferencia con el resto: la unión. Entre ellos hay cerca de 13 años de historia. Se conocen y juegan desde los seis y se vienen cruzando en la cancha en competencias tanto nacionales como sudamericanas, mundiales y en el Grand Slam junior. Y, en los últimos años, también en certámenes profesionales, Challengers y ATP. Si su evolución y maduración continúa por este camino, integrarán los equipos en la Copa Davis y la ATP Cup. Se puede notar en el aire ese clima de complicidad y camaradería que existe entre ellos. Más allá del resultado que obtenga cada uno, sin importar cuál sea, hay algo muy claro y es que el éxito de uno es el motor del otro. “La Argentina tiene siempre esa cuota de hambre extra, talento y potencial. Y mucho tiene que ver con el efecto contagio. Lo que hizo Fran Cerúndolo (fue el primero en ingresar a un Challenger en 2020) y después su hermano Juanma (haber sido el único en ganar un título ATP) es inspirador para toda esta camada. Empiezan a empujarse unos a otros”, desarrolla Raúl de Kemmeter, periodista deportivo especializado en tenis.
Las distintas generaciones del tenis argentino, en general, dejaron boquiabiertos a muchos. Ni hablar de Vilas, el máximo ganador de Grand Slams con 4 y considerado uno de los mejores de la historia del circuito de la ATP. Años más tarde, tomó el protagonismo la llamada “Legión argentina”, integrada por David Nalbandian, Guillermo Coria y Gastón Gaudio, entre otros, quienes poseían un talento sobrenatural que los puso en la zona más alta del ranking mundial y que dejaron la vara muy alta.
Pero en contrapartida, algunos de ellos no han sabido controlar distintas situaciones, ya sea por su temperamento y/o templanza que les jugaba en contra y que quizá si las hubieran manejado de otra manera su destino en el circuito hubiese sido otro. “El tenis requiere de esfuerzo y sacrificio. Vos podés ser súper talentoso, pero si no le ponés esfuerzo no vas a llegar nunca. Nalbandian no dio su 100% y ahí está la prueba. Una persona que pudo haber sido uno del mundo y a pesar de haber ganado otros títulos, no cristalizó lo que podía hacer”, redondea De Kemmeter.
Si bien este último grupo de jugadores que va desde los nacidos entre 1975 hasta mediados de los 80 ha sabido representar a la Argentina de una forma extraordinaria, luego vino el turno de los nacidos en la década de los 90, con Diego Schwartzman como punta de lanza. Una misión difícil de resolver, tener que cargar sobre sus espaldas el peso del ciclo anterior. Pero lo que no se le puede reprochar a Schwartzman es el entusiasmo y la voluntad que le pone para seguir estando metido en el circuito y en el radar de la gente.
Más allá del talento que tengan las generaciones, siempre el punto de partida para el profesionalismo se basó, se basa y se basará en tener claros cuáles son los objetivos para avanzar a pie firme y en el hecho de no claudicar. El tenis es un deporte que conserva los valores del sacrificio, el mérito y el esfuerzo como la base de todo, en un mundo en el que parecería que los mismos se ven cada vez más debilitados. “El esfuerzo, el trabajo, es una condición indispensable si se quiere llegar a metas altas de manera honesta. Y no veo que en el día a día sea un valor que se manifieste de manera constante”, confiesa Eduardo Puppo, periodista e investigador especializado en tenis.
Llegando a finales de los años 90, entre 1998 y 2002, llegaron estos jóvenes argentinos que se conocen entre ellos de casi toda la vida. Pero más allá de la buena vibra que existe y del hecho de estar disfrutando de los momentos que viven, detrás de eso hubo mucho pero mucho sufrimiento. Como todo en la vida, hay ventajas y desventajas, y siempre hay que ceder y resignar una parte para obtener algo diferente a cambio. “El deporte de alto rendimiento te priva de muchas cosas. Siempre, cuando viajás y hacés giras largas, es un poco duro, porque tenés a la familia y extrañás las costumbres argentinas”, reflexiona Román Burruchaga, 19 años, tenista profesional perteneciente a este círculo de argentinos.
A la hora de tomar la decisión de subirse a esta montaña rusa repleta de obstáculos hay ciertos puntos que los jóvenes tuvieron que aprender y madurar. Lo más importante para iniciar este venturoso camino es la formación del jugador. Mauro Aprile, entrenador del bonaerense Juan Bautista Torres, hace referencia a estas determinaciones: “Lo primero es que el jugador quiera aprender, lo segundo es que los padres lo puedan acompañar, y lo tercero es la visión propia para poder ir llevando al alumno en todas las etapas. Ir marcándole el camino y que la persona lo quiera caminar, sino es imposible. Son las tres patas: padres, alumnos y entrenador”.
A 50 años de la aparición de Vilas, esta nueva camada tiene una ventaja. Detrás de los jugadores hay padres que formaron parte de esos tiempos, o entrenadores que fueron jugadores profesionales. De alguna manera, los argentinos repiten ciertos parámetros en su recorrido hacia el salto internacional: buena materia prima y complejidades económicas para la inserción en la élite. Con el tiempo, surgieron otras dificultades: la necesidad de una preparación física más intensiva, mayores controles antidopaje y los partidos arreglados y las apuestas. Por otro lado, estos profesionales hoy cuentan con una Asociación Argentina de Tenis (AAT) conducida por exjugadores. Eso también tendría que actuar como un valor extra ya que los dirigentes deberían ser el nexo para poder abrir puertas en el exterior y beneficiar de algún modo al jugador.
Esta camada parece tener todo para triunfar. Aunque ellos saben bien lo mucho que cuesta construir una carrera en el más alto nivel del tenis, sobre todo con las desventajas económicas y geográficas que históricamente deben enfrentar los jugadores argentinos y sudamericanos. Pero no se desaniman. Seguirán insistiendo e insistiendo, porque la palabra rendirse no está en su vocabulario.