Por Leandro Manganelli
La Federación de Entidades Sociales y Clubes de Barrio Unidos es un puente entre aquellas asociaciones de vecinos y vecinas y el poder, aquel que no se desespera por tenderle una mano de ayuda a estos espacios de contención social.
-Cuando vos estás mal y conocés un lugar como este al que podés venir, compartir y ser parte, y te vas a dormir cansado porque laburaste todo el día pero viniste un rato al club, te viste con tus amigos, hiciste una actividad deportiva, tomaste un café o una cerveza en el buffet y te fuiste a tu casa, hiciste una vida plena.
El que habla desde el sentimiento es Pablo Gerez, presidente de la Federación de Entidades Sociales y Clubes de Barrio Unidos (F.E.S.C.B.U) y secretario general del Club Villa Sahores (Villa del Parque). Pide un café solo y, mientras lo acompañan dos medialunas, dice: “A los clubes les damos, por ahí, mucho más de lo que alguna vez soñaron tener: la información, la unión, tener una voz constante dentro del Consejo (Asesor del Deporte de la Ciudad de Buenos Aires, que Gerez integra)”. Desde el año 2020, la F.E.S.C.B.U es una garantía para los más de 60 clubes que la integran -en las 15 comunas de la ciudad-, además de centros culturales y espacios para jubilados. “Tiene vínculos muy buenos”, confirma sobre la federación Aníbal Buzzalino, presidente de Imperio Juniors, uno de los clubes que contiene al barrio de Villa Santa Rita.
“Era seguir el sueño loco o abandonar todo”, dice Pablo Gerez. La federación que preside se encarna en una oficina en la entrada del Club Villa Sahores que parece quedada en el tiempo con sus muebles antiguos, pero que tiene aires de renovación porque la pintura de una de las paredes todavía está fresca. La ventana que da a la vereda de la calle Santo Tomé está abierta y permite que la voz de “Pablito” -como muchos lo llaman en el club- sea opacada por los sonidos de infancias ansiosas de pasar su tarde en Sahores. Al otro lado de la oficina, hay una caja fuerte de al menos un metro y medio de altura, arrumbada, sin uso: quizá sea un símbolo de la situación monetaria de aquellas asociaciones cuya remuneración es sentimental y se expresa en su rol de “espacio de contención social”.
En noviembre del 2023, la F.E.S.C.B.U publicó un comunicado en sus redes sociales que comenzaba con la premisa de que “los clubes de barrio no hacemos política partidaria”. “Acá representamos a un conjunto de personas. Como dirigente sería una falta de respeto que ponga mi forma de pensar por delante de las decisiones que tengo que tomar dentro de una institución”, piensa Gerez, aunque la postura de la federación fue clara cuando anunció que “los clubes de barrio nunca seremos una sociedad anónima”.
Aníbal Buzzalino ejemplifica: “En su momento vino alguien que quería concesionar la pileta; nos daba algo de 300 mil dólares por diez años, pero ya no iba a ser social porque ponían los precios que querían. Hoy tenemos el gimnasio de Fosque, que es la única parte tercerizada del club. Pero si hay un feriado, Imperio Juniors cierra: Fosque depende de los movimientos del club”. En el escritorio de su oficina hay papeles con el vestigio de haber sido revisados. Están ordenados. Entre ellos, amenaza una factura de Metrogas con el monto a pagar tapado con una regla de madera. Más tarde, Buzzalino la descubre y la toma como ejemplo: “A nosotros nos venían 600 mil y pico de pesos de gas y ahora llegaron $2.300.000”. Después de tomar temperatura, dice que el subsidio que reciben del estado “no mueve la aguja” y remarca que “no podés volcar los aumentos a la cuota, la gente no tiene plata”.
El presidente de Imperio Juniors abre un Excel del mes de agosto en el que tiene todos los sueldos detallados. “Vengo todos los días de 9 a 12 y pico, después vuelvo a las 5 de la tarde y me voy a las 7”, dice. Modifica un casillero porque se olvidó de marcar un sueldo que ya había pagado. Después, todos parecen dentro de la regla. Y Buzzalino dice con los ojos bien abiertos, como pidiendo compasión: “Lo tenés que mantener, eh”.
– ¿Disfrutás del club en algún momento de la semana?
-Ya no. Eso era antes. Salía de mi laburo, hacíamos reuniones de comisión directiva y después tomábamos café; hoy no, cambió todo. Para mí las épocas no son ni mejores ni peores, son distintas, pero yo la pasaba mejor antes.
-Hay unos tipos a los que yo venía pateando por este asunto del club, que están muy interesados en comprar las instalaciones para poner un centro recreativo de juegos de azar.
-¿Un casino?
-Bue, si quieres llamarlo ‘un casino’… no es Las Vegas. Es la solución: se hacen cargo de toda la deuda y ofrecen 200 puestos de trabajo para todos los socios del club.
El diálogo, aunque pueda sonar actual por la irrupción deplorable de las casas de apuestas, es de la película Luna de Avellaneda, del año 2004, en la que un club de barrio corre peligro de extinción. Acaso 20 años después, con intentos fallidos mediante, las sociedades anónimas deportivas (SAD) son una amenaza para la construcción ardua de tantas generaciones de socios que le dan vida e institucionalidad a sus clubes. Son asociaciones civiles sin fines de lucro con un rol social que no responde a lo mediático; un rol al que no le impactan los flashes de las cámaras masivas pero que ayuda a mucha gente. “Pudimos articular con el Gobierno de la Ciudad hacerle aptos físicos a los chicos: eso fue un golazo de la federación. También hicimos un convenio por el tema de las madres solteras en situación de calle, a las que se les da una hora de deportes, dos veces por semana, y a sus hijos también: no es tirar una pelota y que corran, es con profesores, más pedagógico. Y hubo buenos resultados”, resalta Pablo Gerez y detalla que, en los aptos físicos que realizaron en 15 clubes de la ciudad, detectaron “36 chicos con enfermedades que les impedían hacer deportes y 52 pibes con problemas de nutrición”.
Rutilante desesperación, una familia de cuatro personas necesitó $900.648 para no ser pobre en julio de 2024 según el Indec. Los clubes de barrio, claro, no son impermeables ante los números y entre sus socios hay un saldo de fieles que no pueden pagar la cuota mensual. “Tenemos como 100 pibes becados. Si yo me pusiera a decir ‘el que no paga, no entra’: ¿esos 100 pibes a dónde van?”, entiende Pablo Gerez. “Te becamos tres meses, por amor y confianza. ¿Mejoraron las cosas en tres meses? Me volvés a pagar; ¿No mejoraron? La renovamos -es dúctil Aníbal Buzzalino con aquellos que sinceran su imposibilidad de pagar-. Seguimos con precios populares, porque eso es lo que queremos: a los pibes adentro y no afuera”. Desde su oficina, Buzzalino afirma: “Conozco los olores de este club”. También se queja, porque las dificultades están a flor de piel: “Cualquier cosa sale un montón de guita. Una copia de una llave que perdí de un candado: $3500. Es media cuota social, eh”. Y se sensibiliza, y la voz le tiembla cuando dice: “Acá es amor. Puro amor y sacrificio”.
El Club Social Villa Crespo (Avenida Juan B. Justo 2650) confunde. El nombre de la entidad es un detalle que se pierde si no se le pone el ojo fino a la cosa. Megatlon es una red de gimnasios con más de 30 sedes repartidas entre Capital Federal, Gran Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. El Social Villa Crespo es un club con tradición, otrora fuerte en el básquet: hasta fue tapa de El Gráfico Norberto Battilana, quien hizo 20 puntos en la victoria del club de barrio sobre el todopoderoso Real Madrid en el Luna Park en 1965. “No queremos llegar a un Megatlon ni Sportclub, porque no es la identidad de nuestro club. A todos los lugares a los que esos gimnasios fueron, desaparecen; al club le queda el escudo nomás, se lo comen. Son los precursores de las sociedades anónimas deportivas”, advierte Pablo Gerez. Ya terminó su café. Y el Club Social Villa Crespo terminó con sus colores, al menos en lo extenso de su fachada, que cubre casi media cuadra: Megatlon, en una marcada imprenta mayúscula blanca sobre un fondo gris, deja a un costado -literalmente- al tímido nombre del club que está detrás del negocio.
La F.E.S.C.B.U tiene filiales en Tigre, Tucumán, Misiones, y “próximamente una en la zona oeste de la provincia de Buenos Aires; en San Miguel o Moreno”. Cuenta con una cuota de $5.000 que, según Gerez, no la pagan todos, pero “tampoco se los anda corriendo. Es una federación ad honorem, pero goza de buena salud; el gasto es mínimo”. Como una sábana y un acolchado cuando hace frío, la federación cubre tanto a los clubes que sólo cuentan con una canchita de fútbol y un buffet como a los que tienen pileta e instalaciones suficientes para nutrir los gustos de todo un barrio y más. En Villa Sahores, Gerez puso el futsal para que se queden más tiempo los pibes que jugaban al baby y a los 12 años se iban a otros clubes porque terminaban sus categorías. También incluyó a las pibas, miradas de reojo por los más grandes: “Cuando empecé yo en Sahores, muchos viejos conservadores lo tenían como su búnker. Este es un club de tango histórico, un club de barrio neto. Las mujeres no tenían cabida, Sahores estaba cerrado a la sociedad; hoy el club está abierto, con aporte de los viejos vitalicios que siguen viniendo y abriendo sus manos para que esto siga creciendo. Si no crece, desaparece”.
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Dos pibes llegan al Club Villa Sahores corriendo. Tienen sus botineros y están vestidos para jugar al fútbol. Uno de ellos olvidó el carnet que le permite pasar. “Siempre te lo olvidás”, le dice su compañero. Se ríen. Entran apurados por llegar a la cancha. Más tarde, se junta gente en la entrada. Claro: la pantalla de presentación del club dice que allí se practican, desde bádminton hasta muay thai, alrededor de 20 disciplinas. La pantalla se apura a la hora de exponerlas todas. Son muchas. Desde afuera, parece un club chico. Es pintoresco. Pero es un laberinto. “Teníamos salida a las cuatro calles de la manzana”, dice Pablo Gerez. Con las refacciones de los años y la venta de terrenos, el club quedó de forma diagonal, entre medio de la manzana. También entre medio de los corazones. Y entre medio de miles de familias que encuentran allí un lugar del que charlar en la cena, un lugar más para fabricar anécdotas, para hacer una vida plena.
Al final, como dijo Don Aquiles en Luna de Avellaneda, interpretado por el finado actor español José Luis López Vázquez, “el club no se vende, lo va a salvar el trabajo de la gente honrada”