viernes, octubre 11, 2024

El Turismo Carretera y Franco Colapinto: crónica desde el corazón del automovilismo nacional

Por Matías Besana

Sergio cerró su baúl y puso primera el martes. Gustavo encendió el motor el viernes. Es sábado. El circuito Rosendo Hernández está repleto. La carrera, que significará la apertura de la Copa de Oro en el Turismo Carretera, es mañana. 

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-Buenas noches, señorita, saludó desde la ventanilla de su Sprinter 416. 

-Qué tal caballero, va al circuito, no cierto?

-Así es. 

-Adelante, ordenó simpática. 

El peaje Justo Daract (ex gobernador sanluiseño) marca el fin de Córdoba y el inicio de San Luis. Apenas a seis kilómetros del centro de la capital provincial se sitúa un autódromo aún dormido. Son las 5.35 de la madrugada. No es necesario esperar al amanecer para notar que la alegre oficial no era Miss Marple. Una caravana incuantificable de colectivos, casas rodantes y motorhomes descansan inmersos en la oscuridad. Desde el cielo, custodia la luna, brillante. Pronto amanecerá y sonará el despertador que todos quieren escuchar: motores en marcha. 


Finde de TC. Es claro. Significa: fin de semana de TC. Nada más. Es la ley madre del automovilismo nacional. La débil señal que baja desde las sierras contribuye a desobedecerla. Sin embargo, un fenómeno de catorce letras modifica el paradigma: Franco Colapinto, el primer argentino en correr en la Fórmula 1 desde Gastón Mazzacane en la temporada 2001. 

Tímidamente, la Fórmula 2 Nacional comienza con el bochinche. Lejos de la pista, un hombre, sentado en una reposera fatigada, corta una cebolla. Lo acompaña una vieja, pero útil, radio. En minutos, su voz dará la noticia: Colapinto terminó noveno en la clasificación del Gran Premio de Baku. La novedad se esparce con idéntica rapidez a la que corrió el pilarense en Azerbaiyán: Colapinto, noveno. Colapinto, noveno. Colapinto, noveno. De boca en boca y de mensaje en mensaje. No es todo, Alexander Albon, su compañero de equipo en Williams, finalizó décimo.

Con la salida de los autos del TC Pista, segunda categoría, las tribunas fueron llenándose lentamente. Las conversaciones mañaneras, facturas y mate mediante, redundan en un colectivo: “Qué grande Colapinto”. En lo alto de la estructura tubular, de escalones de madera, un padre juega junto a su hijo a identificar modelos y marcas: Ford, Chevrolet, Dodge, Torino o Toyota. El siguiente paso, demandará más tiempo, es vincular la máquina con el piloto. 

Son las 11.15. Llega el momento de los automóviles más veloces del país. Divididos en cuatro grupos, cuarenta y cinco son los corredores anotados, hacen rugir sus motores. “Se me pone la piel de gallina”, se escucha por parte de un hombre mayor, quien no visita un circuito por primera vez, en la tribuna de boxes, polarizada con gorras y remeras de dos deportistas: Mariano Werner (tricampeón con Ford) y Agustín Canapino (tetracampeón con Chevrolet). Muchos otros, optan por el azul profundo de Williams Racing, que es furor. 

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Las respectivas segundas tandas de entrenamientos compiten por la atención del público contra un adversario fuerte: la hora del almuerzo. Las parrillas se prenden para no apagarse más. Carlos y su familia disfruta de asado para ocho. Rodrigo y sus amigos comieron un chivito. En las sobremesas de charla, largas y con tendencia al recuerdo anecdótico, se menciona a Juan María Traverso (fallecido el 11 de mayo). El mismo Rodrigo afirma que Julian Santero (ganador de la etapa regular) se quedará con el título en La Plata, plaza de cierre del torneo. 

La mejor maniobra del día la ejecutó el joven nuevejuliense Santiago Batizcarra, ganador de la pre-final de la F2. Superó al puntero Ignacio Diáz en el primer curvón -donde muchos se despistarán posteriormente- y lideró con comodidad. Luego, el turno de las “clasifica” (clasificación en dialecto fierrero). Completar un giro a máxima velocidad y ser más rápido que los rivales es el objetivo de cada competidor. Jeremías Olmedo se adueñó del título y reafirmó su hegemonía en las series que marcaron el cese de la actividad. 

En el circuito ya no hay autos. Ahora hay personas, muchas de ellas corren, con una única dirección: la calle de boxes. El área más restringida del complejo se abre al público. Los vehículos enfrían su unidad de potencia y los fanáticos aprovechan para capturar fotos. Un adolescente camina con el celular en la mano derecha y con un libro de firmas en la izquierda, espera por Norberto Fontana. El hombre de Arrecifes, con una efímera actuación en la Fórmula 1 (4 GP), es uno de los pilotos que sale desde su carpa para saludar al público. Posa para las selfies, firma autógrafos, y, gentil y humilde, responde preguntas: “El Camaro (aún corre con la Chevy) está ultimando detalles”. Por último, agrega: “¿Un consejo a Colapinto ? Ninguno, si la está rompiendo”. Los seguidores que lo rodean, ahora también lo aplauden. 

“Gracias, Mendocino volador”, dice la larga bandera que coloca la hinchada de Ford, conocida como la Número 4, frente al Mustang de Santero, quien fue el poleman de la Máxima. En grupo, con bombos, trompetas y banderas de la marca del óvalo, coparon y musicalizaron los boxes. Juntos, festejaron la existencia del Turismo Carretera. 

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Se fue el sol. Ni siquiera los equipos con urgencias continúan forzando sus motores. En boxes reina el silencio, solo se escucha el crepitar de las llamas. Las parrillas, las que no se apagaron, se encendieron nuevamente. En el trailer de Santiago Álvarez, ganador de la Carrera de las Estrellas, Sergio Saporito, chofer y cocinero, comienza a levantar el campamento. Partió rumbo al circuito el martes, desde su Ferre natal, y se irá el domingo, último, cuando el show haya terminado. 

La noche es el momento idóneo para recorrer las afueras de la pista. La temperatura, como lo será también el día siguiente, es amigable. Las estrellas brillan y el silencio se roba el protagonismo. La sombra proyectada desde la sierra transmite paz: muchos se duermen temprano, otros muchos, planean no hacerlo. De fogata en fogata, cambia la música. Un grupo, con Fernet preparado, se inclina por Rodrigo (se escuchó mucha tonada cordobesa en la tribuna). Desde un gazebo, suena la Marcha de las Malvinas,un grupo de borrachos a simple vista, la entona con el respeto que se merece. Pocos son los que no cenan carne, menos son los que se van. Cada vez llegan más personas. Será una noche larga. Más larga aún, será la mañana del domingo. Son las 3.42 del último día de la semana. No se escucha a la Mona Jiménez ni al Chaqueño Palavecino: es la calma que antecede a la tormenta. 

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No hay ruido alguno. Son las 7.30. Algunos privilegiados no padecen de ojeras. Mate va y mate viene. Raúl no cree lo que sus ojos contemplan: “Llegue a las 8.00 y estoy abajo”. Las tribunas están llenas. Falta más de una hora para ver salir la primera Fórmula. Nadie se aburre, Juan, Seba, Bauti, todos, adolescentes y adultos, piensan en un tema. El tema es cómo acceder a la más pequeña línea de información. La señal es flaca y está saturada. Por suerte, las radios nunca fallan. Tres, cuatro, quizás diez elegidos tienen imágenes de la carrera, en baja calidad y con tediosas interrupciones, pero es como encontrar agua en el desierto. En el corazón del automovilismo, no existe humano sin interés en Franco Colapinto, quien por ahora se mantiene estable en su posición. En el fondo unos niños juegan al fútbol. Se van formando grupos: Gustavo (Arribeños) y Raúl (Bragado) se conocen en la tribuna. Juntos, entablan relación con un grupo de siete cordobeses. El que encuentra novedades, las dice. Mate a mate, las pantallas ceden contra la realidad. Es el turno de la Fórmula 2. 

De un lado, el semillero. Del otro, océanos de por medio, el referente del automovilismo nacional. Un monoplaza se desbarranca, tras la recta principal. En ese preciso momento, Carlos Sainz (Ferrari) y Sergio Perez (Red Bull) chocan. Pasión a flor de piel. Colapinto se posiciona en zona puntos, es histórico. La radio al oído, pues Brian Massa, finalmente ganador de la carrera,  corta el aire al surcar la recta. Resta una vuelta en Baku, eso marca el teléfono de Raul, probablemente con un mayúsculo retraso. Desde la izquierda de la tribuna de boxes, se corea: “Franco, Franco”. El pilarense concluyó octavo, hazaña.  

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En el ecuador de la mañana, solo interesa el TC. Las tres series (carreras a cinco vueltas) sirvieron de poco: no hubo grandes maniobras y los más rápidos del sábado, Santero y José Manuel Urcera, se aseguraron largar en la primera fila. Canapino, debutante con el Camaro, rompió su motor en el amanecer de la tercera mini prueba. Facundo Ardusso, de Chevrolet, ganó el desafío y largará tercero, un consuelo para los seguidores del “Chivo”, que verán partir a su referente desde el fondo. 

La definición del TC Pista fue una procesión de 20 fotos idénticas. El falcón de Jeremías Olmedo, puntero en la Copa de Plata, dominó sobre su más cercano perseguidor, Diego Azar. En medio, atropelló a una liebre perdida entre las curvas del trazado. El susto no pasó a mayores. La preocupación aumentó cuando una humareda negra salió del Dodge del alberdino Sebastián Salse. Afortunadamente, el conductor no fue rozado por el fuego. 

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El cronograma no da tregua. Mientras Olmedo celebra su triunfo, la interminable hilera del TC saluda al público exhibiendo el potencial de cada motor (Boom, Boom, Boom). Suena el himno y, luego, se retira el auto de seguridad: cuando se apaguen las luces iniciará la acción, con partida en movimiento y parejas a la par. Celulares en alto y cámara encendida para guardar una vuelta de apertura que se esfumó en aproximadamente noventa segundos de cronómetro. 

No es sorpresa, Santero y Urcera son los más veloces. En menor medida, Ardusso.  Valantin Aguirre (sancionado) y Álvarez, salen desde el fondo y animan la carrera con atrevidas maniobras de superación. Entre los diez primeros, solo luchan rueda a rueda Werner y Camry negrp del jovén Andrés Jakos, quien gana el duelo y finaliza octavo. Jeronimo, de 10 años, vino desde Cordoba Capital a ver triunfar al vigente campeón y emblema moderno del Óvalo. No sucede. Su padre lo anima: “Noveno, hoy es un buen resultado”. Él sonríe y no se quita la gorra que luce el número 1 (que usa Werner).

La carrera no promete un final abierto. Los más ansiosos deciden irse al podio, incluso una vuelta antes del cierre. La bandera a cuadros solo la ve Julián Santero, el mendocino voló por el Rosendo Hernández, seguido por Urcera, inalcanzable para el resto, y el tercer escalón es de Ardusso. 

Con el pavimento caliente, el circuito abre sus puertas para la ceremonia de triunfadores. Nuevamente, flamean las banderas de Ford. La Cuatro está de fiesta. Es una celebración, con trofeos y champagne, pero con aroma de anhelo: todo se ha terminado. 

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En la calle de boxes, los equipos desensamblan la estructura de cada vehículo para volver a casa. Pidiendo permiso, llega un Camaro con el número 86. Un niño, uno de los tantos que conocieron por primera vez el ritual del automovilismo argentino, lo reconoce: “Es el de Canapa”. Presumiblemente su corredor favorito, al menos lleva su remera. Canapino abandonó rápidamente por un nuevo falló de motor. Es un deporte cruel. Son contados con los dedos de una mano los que salen felices de un Gran Premio. De todas formas, todos tendrán revancha a fin de mes en Paraná. 

 

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Una carrera termina, únicamente, cuando los inspectores firman la planilla técnica. Urcera, Ardusso y Juan Martín Trucco fueron descalificados. La victoria no se modificó: “El Mendocino Volador” confirmó su noveno éxito. 

 

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