Por Daniel Melluso
“Las argentinas y los argentinos tenemos ese plus del amor a la camiseta, de dar todo”, le expresó Belén Potassa, delantera del seleccionado nacional, al diario Página 12. Una frase que parece pensada y hecha para la muestra de carácter que dieron las futbolistas albicelestes ante Escocia. Se suele decir que a veces el resultado es anecdótico, aún más un empate, pero esta vez no, la remontada que derivó en el 3 a 3 final es la prueba cabal que estas mujeres futbolistas ante la adversidad, se hacen fuertes.
La mayoría de ellas trabajan y estudian, mientras en paralelo entrenan y juegan. Esto último en condiciones precarias y casi sin apoyo, sobre todo de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), organización que regula la disciplina a nivel local, y que por ende, debería ayudarlas.
Sin lugar a dudas, la profesionalización que anunció en marzo el presidente de la AFA, Claudio Tapia, le dio aire a una liga femenina desgastada y con escasos recursos, tanto técnicos como económicos, pero no alcanza. Que tan solo entre 8 y 11 deportistas por club puedan firmar contrato no es suficiente, puesto que el sueldo establecido no supera los 15.000 pesos, y el objetivo de la profesionalización, por lo menos el que se supone, es que ellas se dediquen exclusivamente a la pelota, cosa que es imposible que suceda, con ese salario, en un Estado en recesión y con creciente inflación.
Lamentablemente la única posibilidad de dedicarse a su pasión que tienen las futbolistas es salir del país, renunciar a sus raíces, alejarse de sus seres queridos y que algún equipo de Europa o Estados Unidos se fije en ellas. La selección es la vidriera perfecta para eso, pero, ¿cuántas pueden hacerlo? Muy pocas.
“Es hora de que mute en lo deportivo y en lo cultural como se ve el fútbol femenino en el país. Esto tiene que ser el puntapié inicial para nuevos cambios”, afirmó, luego del encuentro, la mediocampista Florencia Bonsegundo, autora de dos tantos ante Escocia. Más claro, imposible. Pero a ellas, aquello no las aminora, por lo contrario, las agranda y es el motor de su lucha por la igualdad, tanto en el trato como en la difusión que reciben al compararlas con el combinado masculino.
Todo esto nos lleva al meollo de la cuestión. No importa si Chile y Tailandia empatan, al igual que Camerún y Nueva Zelanda, resultados que las clasificarían a los octavos de final, porque estas mujeres futbolistas ya ganaron, no solo con participar de la competencia, algo que no sucedía hace 12 años, sino porque vencieron en la batalla del olvido y el abandono. No solo de los dirigentes sino de una sociedad entera que durante mucho tiempo las ignoró. Aquel gesto característico con las manos que hacía el Topo Gigio, marioneta de la década del ´60 que entretuvo a los niños durante mucho tiempo, que hicieron ellas durante la Copa América realizada en Chile, el año pasado, funcionó, ya que fueron escuchadas.
Se transformaron en el ejemplo de muchas niñas y niños que quieren jugar al fútbol. Las nuevas generaciones tienen la obligación de ser protagonistas y no olvidar los obstáculos que ellas pasaron, para que no vuelvan a ocurrir.
Todo un país está a la expectativa de su futuro, tanto próximo como lejano. Su actuación quedará marcada en la historia grande del deporte nacional y el 19 de junio de 2019 será recordado como la fecha en la que el el seleccionado femenino de fútbol argentino se lanzó al mundo. Un porvenir próspero se divisa a la distancia.