sábado, diciembre 14, 2024

El bigote maldito de Mario Kempes

Pedro Carbone @carbone_pedro

Alguna vez alguien dijo: “No creo en las cábalas, pero les tengo mucho respeto”. Una frase totalmente aplicable, sobre todo, en el mundo del fútbol, donde el fanático no lava la camiseta, tampoco el calzoncillo, se sienta siempre en el mismo lugar y pone el volumen al mismo nivel, creyendo que alguna fuerza mística reconocerá todos esos pequeños y delicados esfuerzos y le concederá a su equipo la victoria. Pero cuando llega la derrota, y llegará, el fanático no cuestiona la cábala. Simplemente crea una nueva y hasta que no deje de darle resultado, no la cambia. El proceso se repite cuantas veces sea necesario, casi como un manual.

La creencia en estas metodologías es un simple “creer o reventar”. La fe se pone a prueba constantemente y hay quienes huyen a darle valor alguno. Sin embargo, hace 40 años alguien decidió confiar y la historia de una nación cambió para siempre.

En 1978, se registraron 3455 nacidos con el nombre Mario Alberto, por Kempes, el Matador. El delantero cordobés nacido en Bell Ville era el único futbolista del seleccionado que no jugaba en un club local, para representar a Argentina en la Copa del Mundo. Sus goles los marcaba en el Valencia español, donde lo consideran un ídolo.

Pero para que esos 3455 pibes lleven ese doble nombre, algo tuvo que suceder. Y es ahí donde las cábalas, estas creencias místicas inexplicables, se apropian del centro de la escena. Y no fue Carlos Bilardo en ponerlas en práctica esta vez, ni Reinaldo Mostaza Merlo con sus famosos cuernitos. En esta oportunidad, el protagonista es la antítesis: César Luis Menotti.

Así es, el autor del libro ‘Fútbol sin trampa’ tenía un as bajo la mano, una pequeña ayudita para desbloquear una maldición. En los primeros tres partidos de la Copa del Mundo del 78, disputada por primera y única vez en suelo local, la Selección Argentina necesitó de los goles de Daniel Bertoni, Daniel Pasarella y Leopoldo Luque, este último en dos ocasiones, para superar los partidos ante Hungría (2-1) y Francia (2-1), aunque no alcanzaron para pasar a los italianos (0-1) en el último encuentro de la fase.

Pero el destape llegó para el encuentro ante Polonia, en Rosario. El Matador Kempes no había podido marcar en ninguno de los tres choques anteriores, y Menotti le mostró su preocupación. Sin embargo, no le explicó una técnica especial ni tampoco intentó que mejorara un movimiento que estaba haciendo mal dentro del campo y que lo alejaba del gol, como uno pudiera suponer del estudioso Menotti. No. Le sugirió que se afeitara el mostacho: “Mario, ¿por qué no se afeita, a ver si le cambia la suerte?”.

Kempes, que había sido el Pichichi de las temporadas 1976/77 y 1977/78 en el conjunto Che, se dio cuenta que el bigote no lo había acompañado en sus conquistas, por lo que no le pareció descabellado el consejo y antes del partido con Polonia se afeitó. Aquel 14 de junio, no solo rompió con el maleficio, sino que marcó dos goles y voló con reflejos de gato para taparle con la mano un gol sobre la línea a los polacos, y no solo eso, sino que el arquero Ubaldo Fillol, además, le atajaría el tiro penal al capitán europeo Kazimierz Deyna.

Después de aquel día, Kempes repitió el ritual afeitándose antes de cada cruce, y volvió a marcar por duplicado ante Perú, en el 6-0 que le permitió a la Selección Argentina acceder a la final, y otro doblete ante Holanda, en el partido definitorio del campeonato que le dio el certamen, por primera vez, a los argentinos. El Matador se llevó el premio al máximo goleador del torneo mundialista gracias a sus seis goles en cuatro partidos, todos sin mostacho.

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