miércoles, diciembre 17, 2025
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Juan Ignacio Calvete, una vida dedicada al Calamar

Por Benjamín Rusiñol y Franco Minervini 

Desde chico tuvo dos pasiones: el fútbol americano y el Club Atlético Platense. Con el tiempo, supo incorporar conceptos de ese deporte al análisis de datos en su amada institución, y los resultados futbolísticos fueron más que exitosos. Hoy, a sus 43 años, desde una modesta oficina dentro del club de Vicente Lopez, con una moderna computadora de escritorio y ocho carpetas tamaño oficio llenas de información, Juan Ignacio Calvete es una de las piezas fundamentales de la institución. Todos los días viaja por la Avenida Cabildo en el 59, baja por Puente Saavedra y camina cinco cuadras para ingresar por el portón de la calle Juan Zufriategui 2021. A pocos metros del estadio, a partir de las 9 de la mañana comienza su jornada laboral, mientras se prepara un café y espera indicaciones del cuerpo técnico. 

En 2017 dio sus primeros pasos en una cancha de fútbol trabajando como entrenador de arqueros en Divisiones Inferiores en Excursionistas. Mientras tanto, realizaba un curso en el Instituto de River para ser Director Técnico, que siempre fue su sueño: “Vi al video análisis como una ventana para poder meterme en ese mundo. Siempre estuve ligado a las cámaras, a la edición de video, por lo que siempre tuve una base por fuera de este trabajo”, afirmó.

En 2018, cuando Platense ascendió a la Primera B luego de 8 años, Calvete finalizó su capacitación como técnico e inmediatamente ejerció como entrenador alterno de la 7ma División de Excursionistas, donde seguía formando jugadores juveniles. Ese fue el momento donde todo cambió para su desarrollo profesional. En sus primeros partidos incorporó un sistema sumamente innovador, que consistía en adaptar habilidades de desmarque del fútbol americano a las canchas de fútbol. Y los resultados fueron brillantes. 

Entonces, en 2019, una mañana como cualquier otra se despertó confiado en que su plan podría gustarle a Pablo Bianchini, quien hace solo un mes había asumido como presidente, y Calvete tomó la decisión que impulsó su carrera. Llevó la novedosa idea a Platense y al año siguiente se sumó a la reserva, donde creó el proyecto “Goles que unen deportes”, basado en aplicar los desmarques del fútbol americano al fútbol tradicional. Al poco tiempo comenzó a trabajar con el plantel profesional cuando asumió el nuevo técnico Juan Emanuel Liop y -sin saberlo- su vida cambiaría:

Me quedé toda la noche sin dormir y fui al día siguiente preparado para mostrarle toda la información posible de Belgrano. Justo ese jueves fue el último partido antes de que cerrara todo por la pandemia –recordó Calvete sobre su debut. 

Luego del tan esperado regreso a Primera en 2021 -22 años después-, Platense cumplió con creces el objetivo de mantener la categoría y quedó en la 18ª posición entre 26 equipos en la liga. En la temporada siguiente, al principio con Claudio Spontón como entrenador y después con Omar de Felippe, bajó un solo puesto. Se construyó un equipo fuerte en Vicente López, que crecía tanto dentro como fuera del césped con profesionales comprometidos. Calvete fue uno de ellos, aunque su trabajo muchas veces pase desapercibido:

Nosotros (los analistas) lo que tenemos que hacer es recopilar toda la información del rival que vamos a enfrentar, hacemos tareas del postpartido y realizamos los informes del juego propio. También enviamos recortes individuales de las acciones de los jugadores –explicó. 

En 2023 Martín Palermo tomó el mando del equipo y llegó con su propio cuerpo de trabajo, incluyendo un analista de video. Aunque esto podría representar una amenaza para Calvete, se supo adaptar rápidamente al trabajo en dupla: “Cuando vienen con un videoanalista está buenísimo porque te repartís las tareas. Es algo positivo, siempre cuatro ojos van a ver más que dos”, aclaró.  

Mientras tanto, Platense fue subcampeón de la Copa de la Liga 2023, donde perdió la final 1-0 ante Rosario Central. Este fue el primer gran indicio de lo que llegaría más tarde: el primer título en la máxima categoría. En febrero de 2024, tras la salida de Palermo, asumió la dupla técnica integrada por Favio Orsi y Sergio Gómez, quienes sumaron 27 jugadores en apenas diez meses. Además, conformaron un equipo de trabajo con dos analistas de video -entre ellos Calvete- y dos ayudantes de campo.

En la Copa de la Liga 2025 finalizaron sextos en la Zona B y tuvieron el desafío de visitar el Cilindro de Avellaneda para enfrentar a Racing, que había quedado tercero en la Zona A. Con un triunfo agónico de 1-0 en el cierre del partido, Gómez comenzó a tener la sensación de lograr la hazaña: “Yo creo que ahí pensamos ´che ojo, estos pibes están metidos´. Era cuestión de observar en los videos dónde iban a encontrar el espacio, y todo eso sucedía dentro de la cancha”, explicó el técnico. 

En los cuartos de final ante River en el Estadio Monumental, el oculto protagonista volvió a aparecer: Juan Ignacio Calvete tenía el desafío de descubrir cómo frenar a Franco Mastantuono, la joven figura riverplatense. Pasó dos días y casi una noche completa investigándolo, y llegó a descargar 37 archivos de sus mejores jugadas que todavía mantiene en su computadora. Luego de numerosos estudios y charlas, el analista descubrió cómo neutralizarlo:

Sabíamos que el tipo (Mastantuono) siempre encaraba para adentro, por lo tanto Tomás Silva lo salía a presionar sin darle espacio y automáticamente tenía que caerle un 5 desde el medio, porque sino Franco te pateaba al arco o te metía un pase filtrado y sonábamos –desarrolló Calvete.  

Como si fuera poco, en las semifinales se deshizo de un grande más: San Lorenzo de Almagro fue otra de las víctimas de Platense, que con mucho coraje y solidez defensiva se hizo fuerte y ganó 1-0, otra vez, de visitante. Esa noche Vicente López fue una fiesta, con un estadio colmado festejando la clasificación a final. 

Ahora sí, ya en la última instancia, “el Calamar” fue a tomarse su propia venganza de lo que fue la fatídica noche con Rosario Central en 2023. En frente estaba el Huracán que había peleado hasta el desenlace la liga pasada contra Vélez. En un partido paralizado por los nervios, tanto afuera como dentro del campo, la paridad parecía inquebrantable. Sin embargo, a los 63 minutos la pelota quedó picando en el área y un zurdazo de Guido Mainero hizo explotar el estadio Madre de Ciudades y todo Vicente López, dándole el título y la clasificación a Platense para la próxima Copa Libertadores que la jugará por primera vez en sus 120 años de historia.

Juan Ignacio Calvete pasó del análisis de video en la reserva a gritar campeón en Primera, y en 2026 recorrerá el continente. Los dos cuadros que tiene en la pared blanca de su oficina describen su historia. Uno es un imponente escudo de Platense de casi un metro de altura. En el otro está él sosteniendo el trofeo luego de la consagración con una sonrisa de oreja a oreja, la camiseta marrón y su bandera que hace de bufanda, un largo gorro de carnaval y la hinchada de fondo. Y sigue soñando con -desde su lugar- colaborar para nuevamente llegar a lo más alto y en un futuro no tan lejano ser el entrenador del club de sus amores: 

Me quiero quedar en Platense a morir porque soy hincha y estamos viviendo un presente hermoso. En 5 años viví un ascenso, en Primera División salimos segundos y un tiempo más tarde salimos campeones. Todo lo que me propongo, aparece. Entonces entiendo que hay que resistir, que las cosas a la larga van a llegar –concluyó Calvete aguantándose la emoción. 

Esteban Guerrieri, el camino todavía tiene curvas por recorrer

Renzo Terzian y Tomás Schenkman

El aire de la ciudad de Zhuzhou, en China, es denso y cortante como el plomo. El viernes 31 de octubre amanece bajo un cielo gris que se derrama sobre el asfalto del circuito internacional y refleja en un espejo melancólico las luces de neón de los boxes. Es la penúltima fecha del TCR World Tour, y la atmósfera está cargada con la electricidad de una final anticipada. En el garaje del equipo GOAT Racing, Esteban Guerrieri, con cuarenta vueltas al sol marcadas en la mirada, se ajusta los guantes. Su rostro, una máscara de concentración, oculta las cicatrices de una carrera definida por una lucha: la del talento puro contra la matemática implacable del dinero.

Viene de una actuación estelar en Corea del Sur, cosechando un segundo, tercer y cuarto puesto que lo han catapultado a la pelea por el título. Pero allí, en el frío de Hunan, cada punto vale el doble y el margen de error es nulo. El Honda Civic ruge, un sonido metálico que parece un grito de guerra. Para Guerrieri, este fin de semana no es sólo por el trofeo, sino por la costumbre —inevitable— de no quedarse quieto.

La largada de la primera carrera es un exceso de fibra de carbono y caucho quemado. Desde su posición en la parrilla tiene que batallar, defender el interior, usar cada centímetro de la pista. No hay espacio para la sutileza. Es una pelea de perros, una lucha de supervivencia en el pelotón. Cada frenada tardía, cada toque lateral, es un recordatorio de que en el automovilismo de élite, la tenacidad vale tanto como la velocidad punta.

Esa tenacidad no se forjó en los autódromos europeos, sino en el asfalto improvisado bajo la General Paz, a donde su madre Esther lo llevaba de chico. Allí, en una pista de karting de alquiler, comenzó todo. “Tenía cinco años y no llegaba a los pedales, así que el tipo del circuito me hizo un taco de madera”, contó Esteban sobre esa primera prótesis de su sueño.

Mientras el Honda del GOAT Racing devora la recta de Zhuzhou, la imagen se superpone con la de ese niño que, a los ocho años, ya competía en campeonatos oficiales. Pero esa lucha en pista era la réplica de una batalla mucho más dura que se libraba en casa. La década del noventa había golpeado el negocio de ropa de sus padres en Retiro, y el automovilismo no era un hobby barato. Su hermana Daniela lo recuerda con la precisión del sacrificio: “Mi papá hacía los cheques para pagar las inscripciones, y nosotros lo ayudábamos como podíamos. No era un deporte para una familia de clase media, pero apostamos igual”.

La R1 de Zhuzhou es un reflejo de eso: una carrera de clase media, peleada con lo justo. El coche rinde, pero no domina. Tras la clasificación, 47 puntos lo separan del primero de la tabla general: el francés Yann Ehrlacher, que lidera con 376. El galo, sobrino de Yvan Muller —campeón en cuatro ocasiones del Mundial de Turismo— corre con el respaldo del equipo Lynk & Co Cyan Racing. Entre él y Esteban hay una historia de respeto y competencia: se cruzaron en el WTCR (World Touring Car Race), cuando el argentino terminó subcampeón en 2019. 

Guerrieri exprime el motor y gestiona los neumáticos. El pelotón es feroz. Termina la carrera con la suma de 12 unidades para escalar, pero sin el brillo del podio. Aunque el primer asalto ha sido superado, la sensación es la de siempre: hay que remar desde atrás. 

Así como en el 2000, cuando su padre Daniel les pidió a Daniela y Agustín —su otro hermano— que rompieran el chanchito y aportaran todos sus ahorros para que Esteban, con apenas quince años, corriera en el equipo Crespi Junior de Fórmula Renault, categoría en la que después sería el campeón más joven. “Fue un récord total, encima en un solo año corriendo y con una madurez arriba del auto que no era normal para su edad”, recuerda Luciano Crespi, compañero suyo y creador de aquel equipo junto a su hermano Matías. 

Aquella consagración fue el punto de inflexión. “Sabíamos que si no ganaba, se terminaba todo”, admite Luciano. Pero ganó, y ese título lo catapultó a Europa.

El sábado la presión se multiplica: la segunda carrera es la bisagra del fin de semana. Una buena actuación aquí puede definir el campeonato. Una falla, puede ser el fin. El destino le ofrece una mano: largará tercero. Y entonces, el cielo asiático se abre. “Estaba justo lloviendo antes de largar”, contaría Esteban a El Equipo más tarde, con la mirada perdida en el aeropuerto. La lluvia, para un piloto de su talento, es el caos perfecto, el ecualizador. “Creía que era una buena oportunidad para aprovechar”.

Pero el automovilismo es caprichoso. El semáforo se apaga y la oportunidad se esfuma. “No hice una buena primera vuelta, hubo algunos excesos”, admite él mismo. El auto patina, pierde tracción y, en el desconcierto de la primera curva, el podio se convierte en una lucha por la supervivencia. Cae en el clasificador. “Quedé séptimo u octavo, algo así”.

Mientras Guerrieri lucha en el medio del pelotón, la lluvia arrecia. “Y después llovía cada vez más, estábamos todos con gomas slick (lisas)”. Es un patinaje sobre hielo a 200 kilómetros por hora. Desde el pit wall de GOAT Racing llega la orden. Es una apuesta a todo o nada.

“Decidimos entrar a boxes a poner gomas de lluvia”, explica Esteban. Es el undercut climático, una jugada maestra si funciona. El equipo cambia los neumáticos en un relámpago y Guerrieri vuelve a la pista, rezando por un diluvio que nunca llega del todo. “Esperé que la pista se mojase más y que diera resultado, pero no fue así”, detalla.

La frustración es total. El Honda, ahora con el compuesto equivocado para una pista que no se termina de mojar, se arrastra. “Siguió lloviendo, pero sorpresivamente no era más rápido con lluvia que seco”, analiza post carrera.

La apuesta ha fallado. Y entonces, el golpe de gracia: ese porcentaje externo que lo excede y le puede llegar a truncar el sueño, se hace presente.

“Para cerrar la carrera, se me terminó rompiendo la caja de cambios”, narra Esteban, con una resignación que duele. El auto se detiene. DNF. Abandono. Cero puntos.

Ahora se ubica a 83 puntos del líder galo. Debe ganar la tercera y rezar por una concatenación de milagros en la próxima fecha en Macao —China— para salir campeón.

En ese silencio del motor detenido, el flashback es brutal. Es 2010. Guerrieri viene de su mejor año en Europa. En la Fórmula Renault 3.5 es el piloto que más carreras gana esa temporada y termina tercero en el campeonato detrás de Aleshin y un tal Daniel Ricciardo.

Entonces, llega el llamado. Virgin Racing, escudería de Fórmula 1, le ofrece un contrato. El sueño está ahí, sobre la mesa. Pero tiene un precio: siete millones de euros que debe poner de su bolsillo.

La búsqueda de ese dinero es una odisea que define a su familia. La imagen de él y su hermana empujando una Fiorino averiada por la Autopista 25 de Mayo, llegando justo a la reunión con el Ministro de Turismo Carlos Meyer para conseguir financiar parte de ese capital, es un retrato de la lucha del talento contra la burocracia.

La respuesta es un golpe de realidad. Daniela lo resume con impotencia: “Lo máximo que nos ofrecieron fueron dos millones, pero faltaban cinco. Era una barbaridad”.

La puerta de la F1 se cerró. No por una caja de cambios rota, sino por falta de capital. En la pista de Zhuzhou, mientras baja del auto en la R2, ese fantasma de 2010 parece susurrarle al oído. 

Entiende que “siendo sudamericano no tenés 10 balas, tenés una o dos”. Esta carrera en China era una de esas balas, y se había perdido.

La R3 del domingo es la última oportunidad, pero el aire en el box ya no es de esperanza, sino de resignación. El campeonato se escapa. Guerrieri larga en el fondo. “Largué 12”, dice, lacónico. La carrera es un epílogo doloroso. “Sin pena ni gloria”, la define él. No hay épica. “Iba bastante lento en ritmo, atrás del pelotón”. Termina undécimo o duodécimo, ya ni importa.

Esteban se baja del auto. El mono de competición está empapado, el rostro está marcado por el esfuerzo. 

El resultado del fin de semana fue un desastre. Sumó 16 puntos entre la clasificación y las tres carreras. Sigue tercero en la general, pero ahora a 101 unidades de Ehrlacher. Debe triunfar en la clasificación y en las tres carreras que aún restan en la última jornada en Macao, y esperar a que el francés no sume en nada. Prácticamente utópico.

Pero esta versión de Guerrieri no es la del joven que llegó a Europa a los dieciséis años, viviendo en un departamento con Pechito López y Mariano Altuna, tratando de “sobrevivir” en el programa del equipo Lincoln Sport Group. Tampoco es la del piloto que en 2004, en el test clave de F1 con Arden en Jerez, se sintió superado por la situación: “Fui solo, con un bolsito. Esa soledad me jugó en contra”.

No, el hombre que camina por el paddock de Zhuzhou es el que se curtió en el dolor. El que en 2005, mientras su familia en Argentina veía su carrera en “una pista dibujada en la compu donde los autos eran puntitos”, recibió la noticia del fallecimiento de su padre tras una larga enfermedad. Ese golpe se sintió. Los motores dejaron de sonar igual que antes, pero eso no lo detuvo.

Es el piloto que se reinventó en 2011, ganando en el óvalo de Indianápolis en la Indy Lights —antesala de IndyCar en Estados Unidos—. Es el corredor que, al regresar a Argentina en 2013 para sumergirse en el Súper TC 2000, hizo que Luciano Crespi, el hombre que lo vio nacer deportivamente, admitiera: “Volvió más maduro, más completo. Le servía cualquier auto. Siempre fue un gran profesional. Todos sus métodos para poder funcionar bien como deportista los llevó adelante con mucha dedicación”.

Ahora, mientras camina hacia el aeropuerto, cuenta la historia de su derrota. “Terminó la penúltima fecha en China. Para resumirlo: fin de semana para el olvido”. Así simplifica su apuesta fallida, la caja de cambios rota. Y luego, la sentencia final, la que cierra el ciclo de 2010 y 2025.

“Quedamos fuera de la chance de pelear por el título, lamentablemente”. Ya ni él sostiene la posibilidad matemática que aún lo sustenta para seguir en combate. 

Pero el fuego sigue intacto. “Vamos a Macao en 15 días a cerrar la temporada”, anuncia. Y él sabe de correr allí: en 2019 y 2020 le tocó conocer el trazado del circuito que se erige como un laberinto urbano donde el margen de error es nulo.

Ya no es sólo un piloto: sabe que, aunque no se corone este año, es el mentor de Lights-out, su “empresita” —como la define él— de coaching para jóvenes talentos. El hombre que ahora usa su propia experiencia para guiar a la nueva generación junto a su socio Néstor Girolami y otros amigos, con quienes se integró al grupo del TCR South América. “Cada perfil es diferente, hay que trabajar mucho desde la raíz… todos tienen su historia, sus miedos y manejan la frustración de una manera distinta”, recalca sobre su mirada de los más chicos.

El sueño de la Fórmula 1 se evaporó hace tiempo y la frase de su amigo Luciano resuena como el epitafio perfecto para esa etapa: “Vos lograste ser piloto de Fórmula 1, pero no tuviste la plata”.

Esteban Guerrieri ahora lleva su auto a más de 400 kilómetros de donde se desvaneció la chance más importante de su año. Macao aguarda. El milagro también.

La semana voló. Los días hábiles pasaron desapercibidos y el viaje a la otra ciudad asiática se hizo presente. El mejor antecedente en ese circuito fue el primer puesto en una de las carreras en 2018.

El objetivo: lograr la mayor cantidad de puntos para mantener el tercer lugar en la general y que el líder francés no sume tanto para que la diferencia sea minúscula.

La Qualy no llamó mucho la atención y finalizó sexto habiendo sumado sólo dos puntos. En la primera carrera largó desde aquella posición y logró avanzar dos lugares: casi dentro del podio. Mucho mejor que el fin de semana anterior en Zhuzhou. 

Lo único que confortaba a los pilotos argentinos era la victoria de su compatriota Girolami en la R1, resultado que lo catapultó al sexto puesto de la tabla general. 

111 unidades separaban ahora a Guerrieri de Ehrlacher. Ni el buen desempeño lo había acercado. Se venía la última.

En la R2 salió desde el quinto puesto pero no se movió de aquella posición, sumó 18 puntos más y alcanzó los 385 para afianzarse en el podio del 2025, finalmente a 99 unidades del piloto francés. “Una mejor clasificación hubiera ayudado”, expresó post carrera.

Dejando de lado lo numérico, también reflexionó en cómo influían los autos de los otros corredores que compartieron el podio con él: “No se trata de excusas, pero tiene sentido si comparás nuestro presupuesto con el de los equipos como Hyundai o Lynk & Co. Probablemente sean al menos cinco veces más”.

Terminó el año con dos victorias en México y cuatro podios a bordo del Honda Civic número 186, el auto que lo acompañó en un nuevo desafío en la víspera de sus 41 vueltas al sol. El 2026 lo espera y Esteban Guerrieri aún tiene combustible y muchas curvas por recorrer.

 

Julián Princic, ex jugador de rugby y periodista, sobre los bautismos: “En el plantel superior eran mucho más violentos, incluso vulneraban la intimidad de los chicos”

Por Juan Bautista Zuccotti Guido

Julián Princic, productor de TyC Sports y del canal de streaming Luzu, denunció mediante un hilo de Twitter los bautismos que se llevan a cabo en el rugby, el 8 de enero de 2020. Diez días después de su publicación, asesinaron a Fernando Báez Sosa y la problemática tuvo una gran repercusión.

Princic se metió en el mundo de los tackles a los 10 años. Y lo dejó a los 20, pero ya con una mirada crítica y desnaturalizada de los actos que se cometían.

-¿Cuál fue el disparador que te condujo a publicar ese hilo?

-Recuerdo que el detonante fue un video que se había viralizado de un pibe que jugaba al rugby pegándole a otro en una fiesta. Me levanté re enojado con eso, entonces agarré la computadora y empecé a escribir. Fue como un poco de catarsis, escupí todo ahí, pero después lo releí y siento que las pude haber puesto de una manera diferente. En mi club, en Paraná, hubo reacciones negativas sobre mis publicaciones. Gente que pensó que yo lo estaba dejando mal parado, aunque nunca lo nombré. Quizás hoy lo diría de otra manera, pero no me arrepiento: sirvió para que nos sentáramos a charlar con mis amigos sobre lo que habíamos normalizado.

-Justo diez días después de que lo publicaste, asesinaron a Fernándo Báez Sosa ¿creés que eso fue uno de los motivos por los que también tuvo repercusión?

-Fue sorpresivo para mí la repercusión que tuvo. Y el día que pasó lo de Fernando me empezaron a llamar de muchos medios porque pensaban que mi tuit había sido por él. Lo que podía señalar, era que ese tipo de violencia se parecía mucho a lo que había visto en grupos de varones deportistas durante mi adolescencia, pero nunca creí que esos chicos fueran demonios aislados, sino pibes comunes, parte de la sociedad, lo cual lo hace todavía más alarmante porque puede repetirse en cualquier deporte o grupo. El rugby, por su camaradería y la fuerza física que implica, puede potenciar esa violencia, pero el patrón es general: rituales, bautismos, disciplina a través del castigo, prácticas casi militares.

-Te referís a los bautismos como “prácticas casi militares” ¿tuviste que atravesar o presenciar bautismos?

-Sí, a los 15 años es el primer bautismo. Al principio era sólo cortarnos el pelo con una maquinita. Para mí no fue traumático, pero sí recuerdo que a otros chicos les afectaba mucho esta situación. En ese momento no lo dimensionas, pero despues entendés que nadie debería obligarte a cortarte el pelo. En el plantel superior era mucho más violento, tanto por la incertidumbre de no saber cuando te va a tocar,como las situaciones abusivas que se producían, incluso vulnerando la intimidad de otros chicos. Yo presencié y sé que siguieron pasando y con el tiempo se hicieron más simbólicas. De todas maneras, no debería haber ningún tipo de bautismo. Esto de usar la lógica de ‘me lo hicieron a mi, entonces se los hago a los demás’ está mal y es algo absurdo.

-¿Cómo y cuándo sucedían estos bautismos?

-No nos bautizaban a todos en el mismo momento, capaz que en un viaje hacia un partido de visitante en Rosario y agarraban a dos o a tres. Lo peor de todo era la espera de no saber cuándo te iba a tocar, porque ni siquiera te dejaban ver qué era lo que le hacían a tus compañeros, después te enterabas cuando te contaban. Nos sentaban a todos adelante en el colectivo y a los que tenían que bautizar los llevaban atrás. Y ahí escuchaba risas, golpes, de todo… y cuanta más resistencia ponías, peor era. Hay una revancha, una venganza y también me parece que responde algo de esta masculinidad media tóxica de decir ‘hacete hombre’ o ‘bancatela’. Después, contarlo implicaba hacerlo como algo que ya había pasado y que no había sido tan grave. Pero sí fue grave. De hecho, yo me he encontrado con muchos amigos, años después de eso, y algunos me dijeron ‘Yo en ese momento no quería jugar más o quería abandonar el club’. Otros lo hicieron, otros se empezaron a lesionar cada vez más seguido, iban menos al club y en realidad era porque algo de todo eso les había afectado.

-Luego de la publicación, ¿te llegaron comentarios o testimonios de jugadores que habían pasado por situaciones similares?

-Sí, me llegaron un montón. Muchos me contaron experiencias de lo que pasaba en sus clubes, también otros agradeciendo por haberlo contado, porque nadie se animaba a hablar. Y me llegaron un montón de mensajes de ex jugadores o de jugadores que me contaron cosas muy fuertes que ellos han presenciado o que les ha tocado vivir… sí, me llegaron muchos mensajes, tal vez demasiados. Pero también me llegaron otros diciendo que era un exagerado, que era un “cagón” o que me había “cagado” en el deporte, en el rugby, en mi club y cosas así. Gente de mi club me mandó mensajes diciendo que lo que había hecho no estaba bien.

-En el país no existe ninguna política respecto a estos temas, ¿creés que alcanza con que cada club tenga sus propias normativas?

-Lo que puede hacer cada club de manera independiente está bien, pero tiene que haber una entidad que regule estas problemáticas, y no creo ni que sea la UAR -Unión Argentina de Rugby- o la AFA -Asociación del Fútbol Argentino- si hablamos de fútbol. Creo que tiene que venir del Ministerio de Educación directamente, o sea, tiene que haber una bajada de línea desde el Estado porque los espacios deportivos no dejan de ser espacios educativos, todos los que hemos practicado deporte podemos detectar un montón de cosas que hemos aprendido ahí, entonces deberían responder este también a ese mismo ámbito. Tiene que haber una responsabilidad del Estado en empezar a prevenir y a detectar cuáles son los focos de violencia dentro del deporte. Son muchos los que saben de los abusos, hay mucho para investigar y hay mucho poder político. Todos los que tienen que saber ya lo saben y por algo no actúan.

Abusos en el deporte: el coraje de las víctimas para romper el código de silencio

Cielo Rotryng Álvarez, fue abusada en un torneo de tenis de mesa, pero combatió sus miedos y logró justicia

Julián Princic, ex jugador de rugby y periodista, sobre los bautismos: “En el plantel superior eran mucho más violentos, incluso vulneraban la intimidad de los chicos”

Cielo Rotryng Álvarez, fue abusada en un torneo de tenis de mesa, pero combatió sus miedos y logró justicia

Por Gonzalo Dipiazza

La historia de Cielo Rotryng Álvarez tiene muchas formas de arrancar. Sus inicios como tenismesista a los 12 años en el club Macabi, su oportunidad de representar a la Selección Nacional o, el día que decidió hacer la denuncia más importante de su vida. Todo lo que vivió merece ser narrado desde el comienzo.

Cielo Rotryng Álvarez nació el 7 de mayo de 2003 en la Ciudad de Buenos Aires donde vivió junto a su abuela materna. Sin embargo, Villa Gesell siempre fue su segundo hogar, donde solía pasar el verano, para hacer viajes con amigos y visitar a sus padres, Walter Pichu Rotryng y Paula Álvarez, quienes se separaron cuando ella tenía tan solo cinco años.

El tenis de mesa era su vida, se entrenaba los cinco días de la semana en el Centro de Alto Rendimiento, viajaba a diferentes países como Perú, Paraguay, Guatemala, Panamá, Brasil y Uruguay entre otros, con el fin de disputar torneos, con el sueño fijo de vestir la celeste y blanca. Se perdió cumpleaños, día del padre, de la madre, pero eso demandaba el deporte de alto rendimiento, compromiso, actitud e intensidad. Mientras lo contaba, sonrió con cierta nostalgia: “Para nosotras cumplir los 15 era como un momento especial, pero yo los cumplí en otro país, alejada de mi familia, en ese momento lo eran el equipo y los entrenadores”. De esas experiencias, recabó valores y aprendió a manejarse sola, a estar mucho tiempo fuera de casa, a tener responsabilidad.

El 14 de diciembre de 2017, mientras se llevaba a cabo el primer día de competición del Abierto de la República Argentina de Tenis de Mesa, Cielo Rotryng Álvarez se cruzó en los pasillos del CeNARD a Juan Pablo Lamadrid Barraza, un reconocido tenismesista de origen chileno que, mientras conversaban, la sujetó fuertemente y la llevó hasta una sala de máquinas donde abusó sexualmente de ella. Reiteradas veces la joven le pidió que parara, pero a Barraza no le importó y hasta le ordenó que dejara de gritar y llorar. Armada de valor, relató durante la entrevista: “Íbamos por un pasillo muy largo, repleto de puertas donde tenés desde las calderas, vestuarios, sala de iluminación y más. De manera milimétrica y en cuestión de segundos, terminé dentro de una de esas salas donde el ruido de las máquinas, si me lo preguntan, me lo acuerdo hasta el día de hoy, habiendo pasado 8 años”. La protagonista quedó en un estado de shock y no sabía en qué pensar.

El día de la competencia transcurrió con normalidad, menos para ella, que debió cambiarse para pasar desapercibida y ocultar los rastros de sangre que le habían quedado en la ropa tras el ataque de Lamadrid Barraza e ir a competir. Este mal recuerdo le generó angustias, ataques de pánico y afectó en su rendimiento deportivo, razón por la que en diciembre de 2019 se retiró del tenis de mesa por temor a reencontrarse con el agresor en el campeonato que se iba a realizar en Chile. “Lo oculté en mi cabeza durante años y me convencí de que eso no pasó. Pero entendí que lo que me había pasado tiene nombre y apellido y que había sido un abuso”, reflexionó. Nadie comprendía cómo en ese gran momento que estaba viviendo decidía renunciar a lo que más amaba.

Su vida siguió como si nada hubiera pasado aunque, por intermedio de un amigo, Barraza la amenazó para que no hablara. En paralelo a su incertidumbre de hacer público el abuso que había sufrido, tuvo charlas con chicas que le contaban cómo habían pasado por abusos similares, sin que nadie supiera del suyo. “Fue allí cuando empecé a creer que tenía que hacer algo con esto, que no era algo que podía morir en mí”, expresó con un tono calmo, pero cargado de determinación. La vida volvió a sacudirla, cuando el 8 de octubre de 2020 su padre falleció de un ataque al corazón. A partir de entonces decidió mudarse a Villa Gesell.

A fines de 2021, mientras cursaba el primer año de la carrera de Periodismo Deportivo en Tea y Deportea Online, tuvo que escribir sobre abusos sexuales en la iglesia y cómo ello afecta en la niñez y en la adolescencia. Al momento de redactar, percibía una cuota de sentimiento: “Sentí que algo se prendió en mí. Empecé a investigar, a hablar con psicólogos, psicopedagogas especializadas en el tema y darle forma al trabajo”.

Algo tan sencillo como un trabajo práctico fue lo que finalmente la convenció a que el 13 de abril del 2022, Cielo Rotryng fuese a una Unidad Fiscal especializada en Violencia contra las Mujeres para denunciar a Juan Lamadrid Barraza. Posteriormente, lo hizo público en sus redes sociales, con el apoyo de la Federación Argentina de Tenis de Mesa, y recibió muchos mensajes de acompañamiento, pero también amenazas de Barraza. “Me decía que me iba a denunciar por calumnias e injurias, pero lo que él no sabía es que había una denuncia hecha y todo sirvió como pruebas para la causa”, argumentó.

La Unidad Fiscal empezó a recopilar todas las pruebas necesarias que podrían llegar a solicitarse y, durante semanas, Cielo y las personas que estaban al tanto de la denuncia debieron mantener cautela absoluta, ya que podía haber consecuencias si se hacía pública la investigación. La causa se abrió el 30 de mayo de 2022, a partir de entonces, la fiscalía comenzó a tomar testimonios con el fin de reunir toda la información posible. Nueve días más tarde Lamadrid Barraza fue convocado a dar declaración indagatoria, como no se presentó, se ordenó su captura nacional e internacional ya que estaba en su país natal y, en primera instancia, no quería dañar su reputación.

Dos años y cuatro meses después, luego de un proceso largo de incertidumbre, que fue difícil de abordar para Cielo Rotryng, se condenó a Juan Pablo Lamadrid Barraza a la pena de seis años de prisión y accesorias legales como autor del delito de abuso sexual agravado. Tras la sentencia, la extenismesista escribió un descargo en redes sociales: “Por momentos con miedo y sin esperanzas de que se haga justicia, pero siento que finalmente valió la pena luchar y que no, no todo está perdido”, suspiró con alivio.

En 2023 Cielo Rotryng obtuvo la Tecnicatura de Periodismo Deportivo en Tea y Deportea Online y, desde mediados de 2024 es periodista y fotógrafa en la Liga Madariaguense de Fútbol. Lo que marcó a Cielo fue su valentía para contar los hechos, resistencia ante las amenazas del acusado y su fortaleza ante una gran batalla que comenzó con su silencio por temor a perder su carrera como tenismesista y se selló con justicia.

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Abusos en el deporte: el coraje de las víctimas para romper el código de silencio

Por Valentina Martín

Como cada año, Marcos Lico y su grupo de colegas gimnastas y ex gimnastas, se reunieron para cenar y ponerse al tanto del deporte que los mantenía unidos. Se planeaba que en la reunión hubiera asado, cerveza y risas, como en las anteriores. Pero no. Lo que hubo fueron revelaciones, llanto y tristeza, que hicieron que Marcos Lico se fuera descompuesto de allí.

Esa noche de septiembre del 2017, lo que causó que Marcos Lico, ex gimnasta, entrenador y juez, se marchara de esa forma, fue que uno de los gimnastas retirados que tenía entonces 40 años -a quien se le resguarda la identidad y se lo nombrará como X-, rompió en llanto a mitad de la cena. Nadie entendía nada, hasta que lo supieron. Supieron lo que, en realidad, se sabía a medias. X les reveló que cuando él tenía 16 años había sido abusado por el entrenador Alejandro Sagreras: el mandamás, por décadas, de la gimnasia artística nacional.

La cena se convirtió, desde entonces, en un completo caos: cabos que habían quedado siempre sueltos comenzaron a ser atados; las anécdotas cobraron sentido y los nombres y datos surgían de todos lados.

-¿Te acordás cuando le pegué un cachetazo en el avión?, recordó un actual entrenador.

-¿Y por qué te pensás que tu hermano está donde está?, le dijo X a una ex gimnasta.

-¿Vos querés decir que mi hermano…?

El mismo Lico recordó situaciones que le parecían extrañas de Sagreras, como cuando llevaba a alumnos a vivir a su casa.

“¿Qué hacemos con esto? pensé en ese momento”, dice Lico ocho años después aún demostrando perturbación. Conocía todo de Sagreras -al menos el lado visible- porque había sido su compañero en la época en que eran jóvenes gimnastas y sus cuerpos se agrupaban en la pedana, volaban en la barra y se esforzaban en los arzones. Sabía que Sagreras era un tipo reservado y muy solitario. Sabía que era muy inteligente, que supo manejar el poder que lo llevó a ser entrenador de la Selección Nacional Masculina entre 1986 y 2014, y a ocupar cargos en la Confederación Argentina y en la Federación Metropolitana de Gimnasia Artística. Sabía también que era un hombre temido por el poder que tenía. Pero Lico lo conocía desde hacía casi dos décadas. No le temía a su poder ni mucho menos quería algo a cambio de silencio.

Así que, en enero de 2018 comenzó un arduo trabajo para que Sagreras se sentara frente a un juez. “Contacté a Julia Garisoain, la ombudsman de los deportistas y la creadora de la Línea Confidencial Directa del Ente Nacional del Alto Rendimiento Deportivo (ENARD). Juntos, empezamos a recopilar datos, nombres, testimonios… y el Comité Olímpico Argentino (COA) se encargó de presentar esa gran carpeta en el juzgado y dejar sentada la denuncia”, dice mientras recuerda que durante esa misma etapa acompañó a una gimnasta que fue abusada por otro entrenador en la década de los 80. Meses después, la carpeta llegó a manos de la Justicia Federal y del fiscal Guillermo Marijuan.

Pero para que Sagreras se sentara frente a un juez faltaba un detalle muy importante: que al menos una de las víctimas lo denunciara. Lico y sus amigos intentaron convencer a X para que lo hiciera, sin embargo, el entrenador ya había hecho de las suyas y le había dejado un llamado que asustaba aún más a la víctima, que no quiso soportar el proceso.

Ese 2018, Alejandro Sagreras fue destituido de sus cargos públicos e inmediatamente se marchó del país. Desde entonces nadie conoce su paradero. Lo cierto es que, desde su salida, la Confederación Argentina de Gimnasia (CAG) reunió nuevas autoridades y, según Lico, las medidas cambiaron mucho: se lanzó el programa Gimnasia Segura, que incentiva a denunciar, a prevenir y a acompañar en casos de abuso y violencia.

Mientras tanto, esa carpeta que Lico construyó, acumula víctimas y un solo perpetrador. Esa carpeta que expone la parte más triste de la historia de la gimnasia nacional quedó guardada en un cajón. Pero en un cajón abierto.

***

Tres meses después de la cena en la que Marcos Lico se enteró de muchas verdades y se marchó descompuesto, Cielo Rotryng Álvarez pasaba por un infierno.

Era el 14 de diciembre de 2017 y en el último piso del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD), el ruido de múltiples pelotas picando sobre las mesas indicaba que se estaba jugando el Abierto de la República Argentina de Tenis de Mesa: una de las competiciones más esperadas por todos los tenismesistas. Ese último piso del Cenard, que era a su vez el lugar en el que Cielo Rotryng se entrenaba todos los días, estaba repleto de gente: también era el último día del Campeonato Sudamericano de Mayores. En ese torneo había competido Juan Lamadrid Barraza, la promesa y la estrella del ping pong chileno, que era reconocido mundialmente.

Cielo, de 14 años, se preparaba para su primer día de competencia en el Abierto. Juan, de 23, ya había quedado eliminado del Sudamericano. Antes de enfrentarse a su rival, Camila Kaizoji, decidió ir a comprar una bebida. Comenzó a bajar las escaleras y por detrás se le apareció Juan que por primera vez le dirigió la palabra después de días cruzándose por allí.

—¿A dónde vas? —le preguntó Lamadrid.
—Voy a comprar algo —respondió Cielo.
—Vamos por acá —le dijo, de manera imperativa, el chileno.

Caminar y dar un paseo era el patrón que Lamadrid Barraza repetía con otras chicas. En ese momento, Cielo no percibió ni el miedo ni el terror que sentiría cuando la caminata comenzó a desviarse y no se podía ir, y no podía hablar, y ya no iban hacia la cafetería: ahora estaban en el último piso. En un pasillo largo y ruidoso y repleto de puertas y calderas y térmicas de cada vestuario del edificio. “En segundos terminé dentro de una de esas salas donde el ruido de las máquinas me lo acuerdo hasta el día de hoy. Sí, habiendo pasado siete años”, recordó con la mirada perdida, como si ese sonido estuviera reproduciéndose consecutivamente en su mente.

Solo las máquinas fueron testigos de los gritos y del llanto de Cielo. Solo ellas fueron testigo de todo lo que hizo para poder escapar de ese calvario en el que la fuerza bruta fue más que su súplica. Juan Lamadrid Barraza la empujó contra una pared y comenzó a tocarla sin su consentimiento. Cielo fue ultrajada durante 15 minutos en la sala de máquinas del CeNARD. Antes de irse, Juan Lamadrid Barraza le pidió a su víctima, aún con el color carmesí de la sangre entre sus piernas, que no llorara más. Mientras, su nombre era pronunciado por los altoparlantes y Kaizoji la esperaba para disputar el partido.

La pimponista llamó a su amigo -a quien se le resguarda la identidad- y le pidió que le alcanzara el bolso porque se tenía que cambiar. No le dio ninguna explicación, pero él advirtió que tenía los ojos llorosos. Se cambió y salió a jugar su partido. “Terminé de jugar, me fui a mi casa… todo como si nunca hubiese pasado nada”.

Los ataques de pánico fueron los siguientes perpetradores en la vida de Cielo, también el miedo a que una denuncia contra una figura de tal calibre arruinara su carrera. Eso la condujo a que en 2019 dejara de practicar el deporte al que le había dedicado todos sus esfuerzos. Tres años después pudo denunciar. “Agradezco todo el acompañamiento de las entidades, por supuesto, pero Secretaría de Deportes de Nación actuó porque yo era menor de edad y porque estaba dentro del establecimiento. La Federación Argentina de tenis actuó porque era parte de su programa. Todos tenían que acompañar. Pero cada cual tendrá en su conciencia por qué lo hizo. Sea por un beneficio común o para no quedar pegado. Esa es la realidad”, sentenció Rotryng para El Equipo, desde Villa Gesell, con un tono de reproche, cuestionando que, aún en casos como estos, los intereses se antepongan por sobre los errores que permitieron que eso sucediera.

Cuando hizo público su caso, dos cuestiones le quedaron resonando en su cabeza: primero, que a nadie del entorno le había sorprendido que Juan Lamadrid Barraza hubiera cometido un abuso. Y, segundo, los mensajes que recibió de distintas partes del mundo, de chicas que se identificaban con ella porque habían pasado por lo mismo con la misma persona. La justicia llevó el caso a un juicio abreviado y en 2024 Juan Lamadrid Barraza se declaró culpable y aceptó su condena de 6 años de prisión. “El tenis de mesa es un mundo muy chico. Todos sabían todo”, confesó Cielo.

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Dos años después de esa reunión en la que Marcos Lico se enteró de muchas verdades y se marchó descompuesto y Cielo Rotryng pasaba por un infierno en la sala de máquinas del Cenard, Julián Princic tuvo una catarsis: agarró su computadora, tecleó y publicó un hilo en twitter.

“Los BAUTISMOS son rituales para forjar la personalidad. O al menos eso se cree. Yo vi con mis propios ojos ABUSOS como palizas atroces a chicos desnudos y objetos metidos en el culo. Rehusarse no es opción porque el castigo SERÁ PEOR”, expone uno de los tweets.

Princic, que había dedicado 11 años de su vida al rugby, vio que se había viralizado un video de un rugbier pegándole a otro en una fiesta. Eso lo hizo enojar y supo que tenía que denunciar públicamente situaciones que no eran normales y que, en el deporte en el que reinan los tackles, estaban naturalizadas. Lo hizo 10 días antes del homicidio de Fernando Báez Sosa y eso le dio una repercusión que jamás pensó que tendría.

Una de esas anormalidades-normales en el mundo del rugby, eran los bautismos. Cuando Julián piensa en ellos, se traslada al 2013: el año en que su categoría fue bautizada.

En ese momento, Julián tenía 19 y tenía miedo. Deseaba que lo bautizaran lo antes posible. Lo que más odiaba era la espera, no saber cuándo le iba a tocar. También no saber qué le harían o que le hacían a sus compañeros, hasta que algunos lo contaban. “Ese año, cuando viajábamos en colectivo a jugar partidos cerca de Paraná, de donde soy oriundo, los jugadores experimentados elegían a dos o tres chicos y los llevaban al fondo. El resto se sentaba en la parte de adelante y desde allí escuchábamos las risas, los golpes, de todo…”, ese todo que son actos humillantes, denigrantes y que buscan, paradójicamente, la hipermasculinidad y la desmasculinización.

Cuando llegó al plantel superior y deseaba que su bautismo pasara lo más rápido posible, vio situaciones violentas, desagradables y abusivas que vulneraban las partes íntimas de esos jugadores sometidos. Actos que dejaban marcas que no se veían, actos que hacían que algunos compañeros de Julián dejaran de practicar el deporte. Actos de los que no se habla.

“Después de publicarlo recibí un montón de mensajes de jugadores o exjugadores, demasiados para leerlos uno detrás del otro, en los que me contaban cosas muy fuertes. Que ellos habían presenciado o que les había tocado vivir. Algunos eran muy fuertes, sí..”, dice reflexivo el periodista.

Esos actos, que Julián temía y escuchaba en 2013, no solo sacuden al mundo del rugby. Atraviesan otras canchas, otros deportes, otros vestuarios. En el vóley se hicieron visibles cuando el jugador Facundo Imhoff denunció públicamente los casos de abusos sexuales que ocurrieron durante la pretemporada de un club que no reveló. En el fútbol salieron a la luz en 2021, cuando el presidente de Gimnasia y Esgrima de La Plata, Mariano Cowen, confirmó que jugadores de primera habían realizado “bautismos violentos” a los juveniles. Y en el hockey la problemática quedó expuesta este año, luego de la denuncia de una menor que fue humillada sexualmente por el plantel superior femenino del Club Alemán de Mendoza en 2023.

El psicólogo deportivo Dan Weksler, explica que los bautismos generan, como en todos los abusos, una invasión en la víctima, pero como parte de una práctica estrechamente relacionada con la pertenencia. “Hay quienes logran detener estas situaciones porque no están de acuerdo por lo que pasaron, y hay quienes eligen perpetrar porque sienten que es algo que tienen que hacer, como para sostener una forma de ser”, explica el licenciado.

A pesar de que ninguna federación deportiva argentina haya prohibido estas prácticas, Julián cree que ese tipo de bautismos violentos han cesado. También, cinco años después, cree que algunas cosas las podría haber escrito de otra manera. Pero está muy lejos de arrepentirse.

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Siete años después de que Marcos Lico se marchara descompuesto de esa cena, de que Cielo Rotryng viviera un infierno en la sala de máquinas del Cenard, y tres años después de que Julián Princic tuviera una catarsis que expuso los abusos en el rugby, Pablo Piriz Dutra se enteraba de otra historia. Una de las hijas de su cliente había sido abusada por su entrenador de taekwondo. El abogado junior del estudio jurídico Camargo y Asociados se enfrentaba al primer caso de su carrera que involucraba las palabras deporte y abuso. Y que también incluía otras más duras: menores, tocamientos, masajes.

Era noviembre de 2023 y el pueblo puntano sucumbía en la noticia de que un reconocido entrenador de Taekwondo de la provincia, Jorge Cabrera, era denunciado por tres alumnas de abuso sexual simple. Pero, ¿cómo podía ser posible?, si Cabrera había sido el presidente de la Federación de Taekwondo de San Luis. ¿Cómo podía ser posible?, si había sido el director de deportes de la municipalidad de Potrero de los Funes. ¿Cómo podía ser posible?, si era el multideportista más destacado de la ciudad. Bajo la fachada de ese presidente, director y multideportista galardonado, se escondía el verdadero Jorge Cabrera que, en su gimnasio Dojang Mack Gi, aprovechaba los estiramientos y saludos para tocarles la cola reiteradamente a sus víctimas. El dojo, ubicado en el terreno de su propio domicilio, contaba con una salita para atender a los alumnos con dolencias. En ese lugar, Cabrera, con el pretexto de practicarle masajes, le tocó los genitales a una de las denunciantes.

Pablo Piriz Dutra, junto con sus colegas Bernardo Estrada y Javier Camargo, comenzó a unir las piezas del rompecabezas: dos casos se sumaban al denunciado anteriormente. Pero eran más. Había piezas de sobra. Piezas de otro rompecabezas, piezas que no querían encajar. “Era una problemática que muchos sabían y callaban. Porque hay padres que sabían que a sus hijos les pasó y se callaron la boca”, asegura Piriz desde la ciudad puntana.

Aún así, a pesar de ese silencio ruidoso que dice mucho más que cualquier otro, Pablo Piriz reunió, sin ayuda de la Federación de Taekwondo de San Luis ni de la Confederación Argentina de Taekwondo, las pruebas y los testimonios necesarios para llevar el caso a un juicio oral, que demoró más de un año en realizarse. Mientras tanto, las calles del centro de San Luis, sucumbían al pedido unánime de justicia.

Finalmente, el 18 de agosto de 2025, se llevó a cabo el juicio. Ese día, la atleta que había sido abusada a sus 12 años y que incentivó a que más víctimas alzaran su voz, estuvo presente en tribunales, a pesar de no poder acceder al juicio. Del otro lado de la puerta, Jorge Cabrera de 65 años, pronunció las palabras soy y culpable. Escuchó la oración tres años y cuatro meses. Y también entendió las palabras inhabilitación y perpetua. “Se la vio emocionada. Con lágrimas. Y creo que ha sido una especie de justicia, de que se reconozca lo que ella denunció. Ese miedo que ella tenía lo pudo sacar en ese momento porque tuvo la valentía de enfrentarlo y porque se confirmó con la sentencia”, narra Piriz Dutra para este medio, días después de la sentencia.

Uno de los principales valores del taekwondo es el “espíritu indomable” que hace referencia a tener la valentía para defender lo justo. Las víctimas lo aprendieron, pero es claro que el abuso está exento de valores y maestros.

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Ni Marcos Lico, ni Cielo Rotryng Álvarez, ni Julián Princic ni Pablo Piriz Dutra se conocieron jamás. Pero están todos unidos por un hilo invisible: el de los abusos en el deporte. Y también, están unidos por algo que rompieron: el código de silencio. Ese que silencia víctimas, que silencia verdades y que es, por sobre todas las cosas, un silencio encubridor.

Abusos en el deporte: el coraje de las víctimas para romper el código de silencio

Cielo Rotryng Álvarez, fue abusada en un torneo de tenis de mesa, pero combatió sus miedos y logró justicia

Julián Princic, ex jugador de rugby y periodista, sobre los bautismos: “En el plantel superior eran mucho más violentos, incluso vulneraban la intimidad de los chicos”

El futuro del Luna Park: ¿Qué lugar le queda al boxeo?

Por Pedro Carracedo, Pedro Lujambio, Tomás Ponce y Nicolás Renedo

Bastantes autos y algunos transeúntes pasan por la esquina de Corrientes y Bouchard. Lo hacen y siguen, como si no hubiera nada ahí. La única “atracción”, digámosle así, es la Bolsa de Cereales que está a mitad de cuadra. Allí se dirige buena parte de las personas en la manzana. Todos ignoran el gran estadio, postrado en el mismo lugar desde hace 93 años, que hay frente a sus ojos.

Hoy es jueves 27 de noviembre y mañana será feriado: la noche es ideal para un espectáculo en el Luna Park, icónico estadio de Buenos Aires. Pero no. Este año el Luna no abrió sus puertas, y hasta parece abandonado. La gran cartelera anuncia 30 shows de Luciano Pereyra y Abel Pintos entre noviembre y diciembre… del año pasado. Todo el decorado está cubierto de suciedad, como si nadie se animara a sacarlo. Las rejas de la boletería están llenas de tierra y telarañas, todas las persianas del lugar están bajas y, al dar la vuelta a la manzana, sí puede encontrarse una persona a la que “le importa” el estadio: el indigente que aprovecha el techo para dormir y no estar tan a la intemperie.

Atrás parecen haber quedado las míticas jornadas de deporte o de espectáculos en este recinto. Un día como hoy, la actividad de la zona estaría mucho más viva. Mejor dicho, estaría viva, lo cual ya es un avance. Hoy no hay “manteros” vendiendo las prendas de ropa del evento de turno, hoy los kioscos que hay a una cuadra, sobre Leandro N. Alem, están vacíos, hoy el bar de la esquina sólo aprovecha los clientes que salen de la Bolsa de Cereales.

Entre ellos está Eduardo Cerioni, quien opera ahí hace más de 40 años y es un aficionado e historiador de boxeo. Él estuvo presente en varias veladas, entrenó en el gimnasio que estaba en la esquina del histórico recinto y además, pudo vivir en carne propia lo que es una velada de boxeo en el exterior, tanto en Estados Unidos como en México siguiendo a Miguel Ángel Campanino cuando peleó por el título mundial wélter. Ese 12 de marzo para Eduardo fue especial pero según él, no se aproxima ni un poco a lo que vivió en la década del ‘60 con las peleas que se llevaban a cabo en el templo del boxeo sudamericano. Sin embargo, él no se ata a ese pasado del Luna Park: “Si las remodelaciones son para mejorar el comfort y el refrigeramiento, estoy de acuerdo… así no se podía continuar”. De todos modos, pese a la promesa de arreglos y las distintas versiones no tan claras, en el Luna Park no se ve que nadie esté trabajando a más de 11 meses de su cierre. Su primer cierre total en más de 90 años de historia.

Estos 93 años del Luna Park estuvieron muy ligados a la historia argentina, y no solo al deporte o al boxeo específicamente. Todo empezó en 1931, gracias a la iniciativa de José “Pepe” Lectoure e Ismael Pace, que le alquilaron los terrenos a la empresa Ferrocarriles Buenos Aires al Pacífico. Aquel recinto con el que soñaron, con 4 tribunas, terminó costando más de lo esperado. El proyecto se iba de presupuesto. El libro de Guido Carelli Lynch y Juan Manuel Bordón, “Luna Park: el estadio del pueblo, el ring del poder”, desliza la teoría de que Jorge Nalgay, arquitecto de origen húngaro que se hizo cargo de la obra, les consiguió la financiación a través de un préstamo del Banco Alemán. Por eso, a modo de devolución de favor, el Luna Park albergó una mañana de abril de 1938 la congregación de los nazis austriacos de Buenos Aires para celebrar el Anschluss, la anexión de Austria al Reich. Esta, sin embargo, es una de las dos hipótesis para saber de dónde salió el dinero. La otra teoría sobre la financiación del estadio lo incluye a Natalio Botana, fundador del Diario Crítica, que habría decidido invertir su dinero en el proyecto de Lectoure y Pace. A partir de la inauguración, este periódico cobraría una comisión a cambio. De cualquiera de las dos formas, en menos de un año el estadio estuvo en condiciones de abrir.

El 6 de febrero de 1932, el gran día llegó. El Luna Park abrió sus puertas para los bailes del carnaval, cobrando entradas a $1,50. A lo largo de su historia, tuvo distintos acontecimientos importantes por fuera de lo deportivo que dejaron su marca en la vida de nuestro país. En febrero de 1936, por ejemplo, se realizó el velatorio del tanguero Carlos Gardel, casi un año después de su muerte en Medellín.

El estadio fue testigo del nacimiento de la relación de Juan Domingo Perón, tres veces presidente de la Nación, y María Eva Duarte. En un acto para recaudar fondos para las víctimas de un terremoto en San Juan en enero de 1944, gran parte del gobierno de Pedro Ramírez decidió asistir. Entre ellos, el Secretario de Trabajo y Previsión, Perón. En aquella jornada, una joven Eva Duarte se sentó a su lado en el improvisado palco del Luna Park para la ocasión, y el resto es historia conocida.

Siguiendo con un par de hechos más para cerrar con esto, en 1987, el Papa Juan Pablo II fue partícipe de un encuentro organizado por la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa en el Luna Park. Era la segunda visita al país del representante de Dios en la Tierra. Y si de Dios hablamos, también hay que recordar que en 1989 Diego Armando Maradona se casó con Claudia Villafañe en el Luna Park con más de 1200 invitados.

Aunque estos son eventos importantes del Luna Park y que también tuvieron su huella en la política o en la cultura argentina, hay uno que dejó una marca mayor, y que tiene que ver con el deporte predilecto de este estadio: el boxeo. Hasta 2001, el pugilismo era ilegal para las mujeres. Algunas, como Marcela Acuña, peleaban en el exterior pero no podían hacerlo en Argentina. Acuña incluso competía por títulos mundiales. Cuando habilitaron el boxeo femenino, la “Tigresa” obtuvo la licencia número 1 y afirmó que su sueño era pelear en el Luna Park. Esto se cumplió en diciembre del 2003: venció a la panameña Damaris Pinnock Ortega y se consagró campeona mundial supergallo de la Asociación Internacional de Boxeo. Pero faltaba más. 5 años después, por primera vez dos mujeres protagonizaron el evento principal de una velada en el Luna. Fueron ella y Alejandra “Locomotora” Oliveras. Diez mil personas estaban ahí para ver una pelea femenina. Ese 4 de diciembre, el evento terminó tan tarde que los diarios del día siguiente no llegaron a poner el resultado. En el Olé del lunes, aunque habían pasado más de 24 horas, no se ignoró el combate: salió un mano a mano con Acuña tras su triunfo. Allí, ella reconocía el sueño cumplido pero pedía más. Una velada solo de mujeres y “con los caballeros abajo del ring, aplaudiendo”. Aquella noche del Luna Park terminó siendo un símbolo del avance de los derechos de las mujeres y también de la inclusión en el deporte, que hacía no mucho estaba prohibido para ellas.

Pero, ¿por qué era tan importante para las boxeadoras tener una pelea estelar ahí? Está claro que el Luna Park trasciende la barrera del deporte y significa mucho más que solo boxeo, pero para el pugilismo en nuestro país, el Luna lo es todo. “Es como ser bailarín y que te ofrezcan ir al Teatro Colón”, dice el periodista Ariel Nesci. César Cuenca, que combatió y ganó tres veces en este estadio, narra que cuando le dijeron que pelearía ahí “era más de lo mismo”, pero luego cambió de opinión. “Cuando estás ahí adentro es distinto. Las tribunas, los vestuarios… todo es muy lindo, de todo me queda un lindo recuerdo”.

Casi sin falta, los más grandes boxeadores argentinos tuvieron su evento estelar ahí: Luis Ángel Firpo, José María Gatica, Horacio Acavallo, el “Intocable” Nicolino Locche, “Ringo” Bonavena, Carlos Monzón, Víctor Galíndez, el “Roña” Castro y se podrían seguir enumerando. Desde su primera velada en marzo de 1932, llegó a convertirse en un paso casi indispensable para consagrarse a nivel nacional y llegar a luchar por campeonatos mundiales.

Algunas grandes rivalidades también tuvieron como punto cúlmine una cartelera estelar en el Luna Park. Una de las primeras fue entre el “Mono” Gatica y Alfredo Prada. Se enfrentaron cuatro veces como profesionales y el récord fue parejo: dos victorias para cada uno. En aquella época el enfrentamiento dividió al público y a la política. Juan Domingo Perón no se perdió un solo encuentro entre ambos. La confrontación llegaría a su final el 16 de septiembre de 1953 cuando Prada ganó por nocaut en el sexto round y se quedó con el Título Argentino de los Ligeros.

Alfredo Prada vs José María Gatica, 1953.

Un año más tarde, el entonces presidente Perón también sería parte de un gran evento en el Luna Park. Mediante su embajador en Japón, gestionó una pelea entre el campeón mundial Yoshio Shirai y el crédito local Pascual Pérez. No competían por el cinturón, pero el combate terminó empatado. El gran estadio fue testigo el 24 de julio de 1954 de cómo por primera vez un argentino sobrevivía a una batalla contra un campeón mundial.

“El boxeo es el único deporte que no se juega”, decía Juan Carlos “Tito” Lectoure, dueño (junto a su familia) del Luna Park y encargado de organizar los combates. Pero la manzana rodeada por las calles Bouchard y Lavalle y las avenidas Madero y Corrientes, fue testigo de la excepción que confirma la regla. El 11 de diciembre de 1971, Nicolino Locche se convirtió en “el Intocable”. Esa noche, con sus quiebres de cintura y sus movimientos generó que el colombiano Kid Pambelé errara 155 de los 174 golpes que lanzó. Solo dos impactaron con fuerza. Con ese triunfo, probó que él podía “jugar” al boxeo y se adueñó del público del Luna.

Otras decenas de noches históricas tuvieron lugar en el estadio ubicado en el barrio porteño de San Nicolás. Pero la relación histórica entre el boxeo nacional y el Luna Park no se puede resumir solo en algunos nombres y rivalidades. Son 93 años de sentimiento por detrás. El sueño de cualquier chico o chica que empieza a dar sus primeros pasos en la disciplina. Con el tiempo esto se fue desgastando y cada vez se pelea menos, incluso en los últimos tiempos también fue menos el público. En las mejores épocas del boxeo argentino, se mojaban los asientos para que la gente no pudiera sentarse y así meter más gente. Sin embargo, en estos años sucedió lo opuesto: “En las últimas veladas que fui, hasta ponían telones negros para tapar las butacas vacías. Está difícil que las épocas del Luna Park regado vuelvan”, explica la periodista Brenda Melgar. Sin embargo, el significado del lugar o la mística siguen vivos.

La última jornada de boxeo en el Luna Park fue el 4 de mayo de 2024. Esa noche, en el marco del evento “Gloria y Honor IX”, no todos sabían que era la última antes del cierre. “Algunos sabían que era la última velada, pero yo me anoticié ahí. Se vivió con una emoción particular, sobre todo por la nostalgia”, explica Brenda Melgar.

De los cambios que habrá, aún no hay mucha información. “Esa noche otros colegas me mostraron tres bocetos y no había ninguno aprobado todavía”, señala Melgar. Al día de hoy, todavía no se conoce un plano oficial para saber de qué se tratarán (en futuro, porque parecen no haber empezado) las obras en el Luna Park.

El comunicado oficial de la empresa DF Entertainment, que junto a Live Nation se harán cargo del estadio, expresa que habrá una “transformación sin precedentes” y que se reabrirán las puertas del Luna Park para fines de 2027. Aunque el proyecto no es de público conocimiento, el texto que se encuentra en la web de DF habla de un plan ya decidido. De todos modos, los detalles son pocos. Lo más interesante está en la conclusión del comunicado, en la que se explica que se creará un Museo del Luna Park, que se mejorará la acústica, que se ampliarán las áreas gastronómicas, los camarines, las salas técnicas y las zonas de producción, que habrá nuevos palcos y “experiencias premium”… Todo parece ir orientado en una dirección, que es la de los espectáculos. De deporte, nada

No sería la primera vez, de todos modos, que el Luna Park le cierre las puertas al boxeo. En toda la década de 1990 no hubo ni un sólo evento de pugilismo. “En esa época, me acuerdo de que fui a ver una definición de la Liga Nacional de Básquet entre Boca y Atenas. Y me sacudió, porque no era lo que yo acostumbraba a ver ahí de chico con mi viejo. La reapertura al boxeo en el 2002 fue muy fuerte para mí, que estaba cubriendo las peleas desde el borde del ring. Ese día había una alegría enorme”, narra Ariel Nesci. Está claro que las nuevas reformas mantendrán atento a todo el mundo del boxeo, que espera volver a ver combates en el ring del “Palacio de los Deportes”.

“Es todo muy raro y poco transparente”, sentencia Brenda Melgar. ¿Por qué es poco transparente? Las supuestas tres maquetas solo las vio un grupo de periodistas a través de fotos. Se cerraron las puertas del estadio hace ya casi un año, pero el Luna, como se dijo al principio, luce abandonado. Ni boceto oficial hay, simplemente el texto que sale en la web de DF. Y más allá de la refrigeración del lugar, los cambios no parecerían ser del todo necesarios, sino que “se trata de darle bola a un grupo de inversores”, como dice Melgar.

Estos inversores, encabezados por DF y Live Nation, buscarán sacar el mayor rédito económico una vez que el estadio reabra. Entre las modificaciones edilicias orientadas al espectáculo y que la ganancia que deja el boxeo es baja… ahí es donde corre riesgo el deporte para el que Ismael Pace y “Pepe” Lectoure soñaron este estadio. ¿Qué pasará? Es una incógnita. Pero la historia y la mística del boxeo en el Luna Park no se borran ni aunque lo demuelan.

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Por Lucas Alvarado

Un lugar en el club

El gimnasio del Club Ciudad de Buenos Aires se enciende con un sonido que cualquiera que haya pisado una tribuna conoce de memoria: zapatillas que muerden el parquet, una pelota que golpea como boxeador, la voz del entrenador que da órdenes. Es jueves 28 de agosto del 2025, última hora de la tarde. Hay olor a crema desinflamante, a bebida energizante, a madera lustrada. En una punta, tres pibes practican bandejas. En la otra, un grupo ajusta una jugada de salida. En el medio, Lucas Fiorito corre. Se detiene, cambia de ritmo, salta. El rebote cae corto, y lo gana igual con esa garra que no se entrena y, sin embargo, se educa. Fiorito tiene 21 años y, desde los nueve, convive con una ausencia que él ya no enumera: perdió el brazo izquierdo en un accidente de auto. Lo que sí enumera son tiros convertidos y errados, series de sentadillas. La vida del club. La vida real.

¿Qué hace cuando nada le sale?. Fiorito, jugador de Ciudad, No duda: “No queda otra que entrenar de manera intensa; la solución es nada más ni nada menos que entrenando con todo, ¿no?”. ¿Qué lo motiva? “Seguir divirtiéndome con mis amigos, pasar un buen momento; el entrenar me hace bien”, dice, y es una música distinta, cálida, de vestuario. Lo que más disfruta de los entrenamientos es divertirse con sus amigos y competir; la sensación de hacer una actividad, todo ese conjunto de cosas lo llena. Lo escuchan los más chicos. Hace poco les habló ya que tuvo una charla con pequeños de 8 a 16 años del club que entrenan básquet. Cuando le consultan si tiene un sueño, ríe, sincero: “No, nunca me planteé llegar a Primera; jugué en Primera, lo que quise hacer siempre lo hice”. En el parquet del Club Ciudad de Buenos Aires, la pelota vuelve a picar.

 

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El vuelo del disco

En el Liceo Militar General Artigas de Uruguay entrena el equipo de Ultimate Frisbee Flama. El viento hace girar el frisbee con una elegancia que ni la cámara lenta puede imitar. Santiago Rodríguez mide la trayectoria, acelera, estira el brazo izquierdo y lo captura en el último segundo. Lo suyo es el Frisbee y juega en el mejor equipo de Uruguay: un deporte vertiginoso, con reglas claras y una ética que lo atraviesa -el famoso “espíritu del juego”-. Rodríguez nació con una parálisis braquial que afectó su brazo derecho: “Tengo todos los movimientos normales al otro brazo, pero tengo bastante menos fuerza y mucha falta de motricidad fina; me tengo que concentrar demasiado para cosas muy precisas. Todo lo que es agarrar el disco o lanzarlo con la mano derecha se me complica una banda”, cuenta. Podría sonar a barrera. En la cancha, sin embargo, Rodríguez se vuelve parte del paisaje, una variable más del partido, como el viento o el sol bajo. El Ultimate es el deporte que eligió desde chico para su pasatiempo cuando está libre, ya que es el presidente de la Asociación de Deportes con Disco de Uruguay: “Las metas personales están directamente conectadas al deporte”.

Las sombras se alargan y el juego no perdona distracciones. Errar, correr, volver a errar, corregir. “No hay deportista en el mundo al que siempre le salgan las cosas”, dice Rodríguez. Las victorias y la evolución de uno mismo están en haberle errado y poder solucionarlo. En Flama no hay mirada condescendiente. Hay competencia y abrazo. “Que tenga un problema en el brazo no me imposibilita jugar; quizá tengo alguna desventaja comparado al resto, pero no lo noto y no es algo en lo que piense. Las frustraciones existen, así es el deporte, pero son totalmente ajenas a mis condiciones físicas”.

El día a día de Santiago Rodríguez no cabe en ningún manual de autoayuda: “Normal, no tengo problemas graves o no solucionables. Mi mayor desventaja se ve cuando necesito motricidad fina. Llevo una rutina totalmente común. Quizás uso más el brazo izquierdo”. No es un héroe de la superación: “Me considero un deportista como cualquier otro. Me alegro si alguien piensa que la tengo más difícil, pero no lo pienso así. Es mi realidad desde que nací, no es algo que me moleste”. ¿Objetivos? Los de siempre, los del juego: “Conectados al de mi equipo. Queremos seguir mejorando grupal e individualmente. A largo plazo no sabría decir, pero seguro es parecido al de la mayoría”. El disco vuelve a volar. Y él con el frisbee.

El salto que desarma prejuicios

Tennessee, estado del sureste de Estados Unidos con capital en Nashville, vibra con un ruido de bombos que parece venir del Caribe. Entra Hansel Enmanuel, dominicano, 20 años, sonrisa fresca, físico elástico. A los seis un muro de bloques se le vino encima; le amputaron el brazo izquierdo. En la NCAA -la principal organización deportiva universitaria en los Estados Unidos- viste los colores de los Austin Peay Governors desde mayo del 2023, y cada noche construye un escalón: más lectura del juego, más tiro, más defensa. Hay un instante -pasa siempre- en que el público nuevo contiene el aire. Dura poco. Salta Hansel, recoge un pase alto, define arriba del aro. La tribuna explota. Ya no es “el chico que juega con un solo brazo”: es un escolta que entiende. El oficio se hace con constancia: entrenamiento tras entrenamiento, corrección tras corrección. Lo extraordinario sucede cuando lo miramos menos como milagro y más como un trabajo. Él lo sabe. Por eso sonríe cuando falla y vuelve cuando acierta.

La ola calla todo

Hawái abre el día con un filo de luz naranja. Bethany Hamilton, de 35 años, camina descalza, la tabla a un costado, la mirada en el horizonte. El ataque de tiburón que le arrancó el brazo izquierdo fue en el 2003; su relato se convirtió en libro: “Alma de Surfista”, su libro en película -mismo nombre del libro-, su película en anécdota. Lo que no se convirtió en nada -porque sigue siendo- es su pacto con el mar. Reza una liturgia íntima: remar, girar, ponerse de pie, ajustar el peso, leer la ola. Cuando toma una y baja, el mundo se reduce a un equipo perfecto: Bethany Hamilton, la tabla, la línea. Después vienen los torneos, las placas, los premios; antes y después, el agua. En esa ecuación, su brazo es un dato, no un destino. Que también es una forma de decir: su vida no cabe en el molde de una moraleja.

Un tres con la cancha entera

Los Polvorines, sol de invierno de 2025. El Estadio Malvinas Argentinas del Club Atlético San Miguel aparece después de una curva, con su aire de complejo olímpico. La calle José León Suárez al 2800 trae olor a choripán y a madera vieja. El campo de juego tiene ese contorno de césped que le da una estética propia. La popular lateral, que supo estar sobre la calle Medrano y en la que alguna vez entraron 1440 lugares, sumó con la reforma de 2019 2880 nuevos hasta llegar a 4320. En la otra cabecera, la que fue de madera, la historia cuenta que en 2009 debieron retirarla; y en julio de 2025, el club levantó una nueva popular con 35 escalones de hormigón. La trama está adentro.

Por la banda, sube Peter Iván Martínez Grance. Tiene 25, se formó en Boca y los fines de semana se calza la camiseta del Trueno Verde. Nació en Pilcomayo, Formosa, sin un brazo. Cuando llegó en 2023 la gente hacía notar que “le falta un brazo”, pero después de unos años es conocido como Peter, el que hizo el gol de penal para volver a la Primera Nacional el 12 de diciembre de 2023. Es 5 de septiembre del 2025 y el Trueno Verde se enfrenta a Almagro. Cuando engancha para adentro y mete el centro atrás. Martinez Grance se le planta al extremo y lo aguanta, paso a paso, sin venderse. En San Miguel no hay versos: rinde el que rinde. Martínez Grance sabe que el fútbol no perdona infladas. Por eso su gesto preferido no es el de la épica sino el de la normalidad: un despeje al lateral, un pique a destiempo, una charla corta con el 5 para acomodar las marcas. Cuando la pelota no sale, vuelve. Cuando sale, lo aplauden. Llega el minuto 81 y le sacan amarilla. Se queja y sigue. El oficio del tres, sin comillas.

Peter Grance
Peter Grance

El análisis de un profesional

“Naturalizar la situación”, es una frase que desglosa Federico Russo, psicólogo deportivo, sobre los deportistas amputados o con malformaciones y la vista de la sociedad. Cuando un deportista encuentra un profesional de la psicología para atenderse, tiende a tener una rutina particular para realizar sesiones. Sí, distintas a las que tenía Lionel Messi en el Barcelona o que tiene LeBron James. Pero no es porque discriminan. Cada persona tiene su rutina particular. Sin un brazo o con ambos. Porque el humano tiene un cuerpo completamente diferente al de Bethany Hamilton o al de Cristiano Ronaldo, como también tienen distintas formas de recibir el impacto de una derrota, una lesión, un campeonato o el retiro.

Russo toma aire y asegura que hay que naturalizar la situación: “Somos todos humanos, es normal reír, angustiarse o llorar. Perder, ganar o rendirse. Levantarse, caerse y seguir”.

Una normalidad compartida

La tarde en el Club Ciudad ya se hizo noche. En San Miguel, la nueva popular de hormigón guarda ecos. En un parque, un disco dibuja una trayectoria perfecta y cae sólido a una mano que lo espera. En Tennessee ya apagaron las luces del estadio F & M Bank Arena. En Hawái la marea es alta y las olas ya son indomables. Mañana será un nuevo día. Nuevas oportunidades. Nuevas experiencias. No hubo violines, no hubo discurso solemne. Hubo deporte. Y eso, en el fondo, alcanza.

Hugo Tocalli: “El técnico de la Sub 20 debe ser un padre y un educador”

Por Mateo Bartolomei

Cuando se habla de la formación de jóvenes en el fútbol argentino, Hugo Tocalli es un nombre trascendental. El exfutbolista, que jugó en clubes como San Lorenzo, Argentinos Juniors y Unión de Santa Fe, dejó una huella imborrable cuando trabajó en las categorías juveniles de la Selección Argentina. Fue el último director técnico en poder consagrarse en un Mundial Sub 20 con la albiceleste, en Canadá 2007. Su mirada sobre el desarrollo va más allá del resultado inmediato. Hoy coordina las divisiones inferiores de Independiente, donde sigue apostando por un proyecto de formación integral.

Por el poco tiempo que se tiene de trabajo con los jugadores, ¿a qué aspectos se les da mayor importancia en los entrenamientos?

-Pese a tener muy poco tiempo, lo más importante es el trabajo durante esa semana. El director técnico tiene que priorizar lo que necesita cada jugador para el crecimiento individual que potencie al equipo y para el futuro de ellos ya sea en la primera división de los clubes o de selección mayor.

-¿Qué tan importante es para los jugadores haber hecho el proceso de selecciones juveniles antes de llegar a la mayor?

-Para un chico, trabajar en la selección durante un año y medio, que pueda jugar partidos internacionales y si tiene la suerte de ir a jugar un Mundial, el crecimiento es muy grande.

-De todas las selecciones que formaste, ¿cuál es la que más te dejó marcado?

Fue la última que tuvimos en Canadá y salimos campeones pero no por el resultado sino porque a los tres meses fueron citados a la selección mayor Sergio Romero, Angel Di María y Sergio Agüero.

-¿Qué cualidades se buscan por lo general al momento de convocar a los jugadores?

-Va por supuesto en gustos de cada uno. Nosotros siempre elegíamos primero al buen jugador, después lo mirabamos mientras trabajabamos en la semana y cuando  jugábamos partidos amistosos si era inteligente. Veíamos si podía tener una evolución de crecimiento porque si no lo tiene, no podes llegar a una selección mayor.

Me preocupa la renovación a futuro

-¿Qué cualidad era la que más buscabas?

-Lo más importante que buscábamos nosotros era al buen jugador que con trabajo y las indicaciones que uno le podía dar tuviera ese margen de progreso. Después que pudiera demostrarlo en los partidos amistosos y si Dios quería también en los partidos internacionales. Eso era lo que uno quería para ellos para que en el futuro logren estar en la mayor.

-¿Qué aspectos se tiene en consideración para evaluar si el rendimiento de un seleccionado durante un Mundial fue positivo o negativo?

Todos aspiran o quieren salir campeones pero lo más importante es ver cuantos jugadores, de aquellos que disputaran dicha competencia, puedan llegar a la selección mayor. Eso me parece que es lo fundamental del trabajo. Si después logras jugar los siete partidos y salis campeón claro que es lindo, pero sin duda que citen a muchos jugadores a la mayor es lo mejor.

¿El entrenador de la selección Sub 20 es a su vez un educador?

Primero que es un formador y serlo implica ser un educador, maestro y ser como un padre. Cuando tenes a esos jugadores de selección, lo fundamental es que el entrenador nunca olvide que es un formador y que un triunfo o una derrota no lo cambie.

Durante los entrenamientos y las concentraciones, ¿se trabaja mucho la cuestión mental?

Si, es algo fundamental. Si vos sos formador tenes que tener ese tacto, esa forma de ver si este chico necesita trabajar en lo mental. Si un jugador necesita un reto o una caricia. Lo que tiene que buscar un formador es saber cuando tiene que llamarle la atención a algún chico y cuando tiene que ponerle la mano en el hombro y salir a hablar con él. Lo mental es acompañar al jugador en su crecimiento.

Hugo Tocalli: “Si Chile no arregla el tema de las inferiores, jamás volverá a tener una Generación Dorada” - La Tercera

-¿Cómo calificás el trabajo que está llevando a cabo Diego Placente en la Sub 20?

Es muy bueno sea en la Sub 17, Sub 20, porque no se llega a jugar la final de un Mundial todos los días, con respecto al último Mundial Sub 20 que se jugó en Chile, no importa si no ganó porque de ese grupo hay jugadores importantes que seguro van a llegar en algún momento a formar parte de la mayor. Lo que hay que buscar es eso, educarlos y me gusta mucho la forma en que se dirige a sus jugadores y espero que siga trabajando por mucho tiempo porque el fútbol argentino lo necesita.

Crecimiento sin techo: los últimos diez años del futsal argentino

Por Santiago Soler

Santiago Elías se sienta en el buffet del Club Pinocho, renovado por el capitán de su equipo, Fernando Wilhelm. Con su conjunto de entrenador, buzo y pantalón largo, bebe un café, frunciendo las cejas por su temperatura. Ya almorzó. Es la tarde del jueves 7 de agosto de 2025. Elías fue el arquero de la generación dorada del club de Villa Urquiza. El multicampeón con Pinocho entiende por qué el Pincho no grita campeón desde 2015: “Hay muchos clubes de fútbol once con poderío económico, y en nuestra época no era normal”. La sonrisa forzada le delata la bronca. Cuadros como Boca y San Lorenzo dieron un paso adelante en el futsal, con la posibilidad de “tomar prestado dinero de otro deporte”, marca el exarquero de la Selección Argentina, que obtuvo una medalla de plata en el Sudamericano de Río de Janeiro en 2007.

En 2015, Pinocho alzó su último campeonato local, el Torneo Clausura. Se trata del cuadro más ganador de la disciplina en Argentina: en sus vitrinas figuran 15 trofeos, y nueve de ellos fueron de manera consecutiva, de 2006 a 2011. Sin embargo, de 2016 en adelante no volvió a consagrarse. Entonces, el deporte del 40×20 pasaría a tener nuevos actores. Villa La Ñata, fundado en 2011, fue uno de ellos. Su creador es el político Daniel Scioli. El actual secretario de Turismo, Ambiente y Deportes de la Nación fue durante muchos años jugador del club que presidió. Con un estadio con capacidad para 1.000 personas e inaugurado en 2013, La Ñata formó un plantel de jugadores de potrero. Scioli les dio la oportunidad de formar parte de un proyecto. Un exutilero de La Ñata que no quiso revelar su identidad confiesa haber visto a un ex capitán del plantel tomar “un fajo de dinero en el vestuario después de los partidos y, dependiendo del rendimiento de los jugadores, lo repartía”.

Mayor seriedad se impregnó en el Xeneize y el Ciclón. “Aprovecharon su capacidad y crecieron en equipo de trabajo. Antes era normal ver a dos o tres personas diligenciando a los clubes, pero ellos montaron un esquema antes que el resto, y se notó en el juego”, remarca Elías. Tanto es así que, entre Boca y San Lorenzo, se repartieron siete de los últimos nueve campeonatos locales.

Argentina fue campeona del mundo en 2016 en el Mundial de Colombia. A lo largo de los años, el seleccionado albiceleste no había sido un animador de los Mundiales. Sin embargo, se formó una buena camada, de la mano de Diego Giustozzi como entrenador. Argentina no era candidata. Ni siquiera un competidor. Sin embargo, avanzó hasta la final, en la que derrotó a Rusia 5 a 4. El título mundial causó en Argentina que muchos miraran al futsal. Los jóvenes que no tuvieron suerte en el fútbol de once le dieron una oportunidad. Otros, los que nunca practicaron, hallaron un espacio para entrenar. De repente, las pruebas de inferiores tenían 40 o 50 juveniles por categoría para probar suerte.

Un vínculo clave

Toma mate y se ríe. Le gusta apoyarse de brazos cruzados sobre su escritorio en el predio Lionel Andrés Messi. Su lenguaje corporal indica negación. En su rostro, todo lo contrario. Jonathan Sanzi es el presidente del futsal en la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). Ocho años atrás intentaba colarse en el mundo de la representación de futbolistas. Le acercó a Claudio Tapia, actual presidente de la AFA, un jugador de la Primera B Metropolitana, división en la que militaba Barracas Central, club que presidía.

Era 2017. Meses después, el 38 a 38 en la votación de presidente de la AFA. Sanzi surgió de River. En aquel entonces, Tapia llevaba ocho semanas presidiendo la AFA. Llamaron a Chiqui para notificarle que se le “desarmaría el futsal” en El Guapo. Enfrente suyo, para conversar de un tópico muy alejado al caso, aguardaba Sanzi.

El crecimiento es inclusión

Nicolás Noriega es el actual entrenador de la selección femenina de futsal. Durante su cargo desde 2017 a hoy, la rama masculina fue finalista del mundo en 2021 y 2024, y campeón y subcampeón de la Copa América en 2022 y 2024. A Noriega se le escapa una mueca. Su boca, hacia la derecha, y, mientras, levanta las cejas y asiente con la cabeza. Noriega debía poner cimientos en la rama femenina, que no tuvo repercusión ni apoyo por parte de la AFA. La primera medida que se impulsó: todos los clubes de futsal masculino están obligados a tener una categoría femenina. De lo contrario, a partir del año siguiente, su plaza será destituida.

Además, se promulgó la culturización del futsal. Para Noriega, era una pérdida de dinero tener un equipo femenino a mediano plazo para los clubes, a sabiendas de que no recaudarían los fondos necesarios para convertirla en autosustentable. Por eso, desde 2023, los clubes de la A, la B y la C del futsal femenino deben presentar una tercera, cuarta, quinta y sexta división. Las mujeres entre los 14 y 21 años se federaron. Y así, a largo plazo, un mejor producto dentro del 40×20, lo que hizo crecer la economía de la rama femenina.

La llamada que cambió al futsal en Argentina

En 2017, Tapia colgaría el teléfono, confundido y con una clara señal de estrés en su rostro. Recibiría la noticia de que el plantel de futsal de Barracas Central se desintegraba. Su entrenador, Leonardo Barrios, lo sacaría campeón meses antes de la Supercopa Argentina con grandes futsalistas. Una oferta del club 17 de Agosto cambió el paradigma de Barrios. Se mudó a Villa Pueyrredón para dirigir al Ratón. Y el entrenador se llevó a muchos de sus dirigidos en El Guapo. Todo pasó en segundos. El sonido del teléfono, la conversación y la resignación en la mirada de Tapia. También, la búsqueda de la solución. Enfrente del presidente de la AFA y de Barracas Central esperaba Sanzi, para continuar el diálogo acerca del pase de un futbolista de la B Metropolitana. Eso tuvo fin.

Chiqui Tapia le consultó a Sanzi: “Vos sabés de futsal, ¿no?”. Quizá, ser exjugador de River, Caballito y All Boys responda la pregunta. Sanzi se ofreció a darle una mano, incluso sin intención de ser remunerado. Barracas se sostuvo y se fortaleció con un nuevo rumbo, a pesar de la pérdida de gran parte de su plantel. Podría decirse que hay similitudes en las carreras dirigenciales de Tapia y Sanzi. Tapia presidió Barracas y preside la AFA. Sanzi, en cambio, coordinó la reconstrucción de El Guapo en el futsal, y luego fue designado para presidir a la AFA en el fútbol de salón.

Sanzi remarca que, con los años, la selección pasó a formarse por jugadores que se desarrollaron en la liga local. De los campeones del mundo, Damián Stazzone era jugador de San Lorenzo. Los hermanos de Tierra del Fuego, Alamiro y Constantino Vaporaki, estaban en Boca, al igual que el arquero suplente Guido Mosenson. Santiago Basile, en Kimberley. Matías Quevedo, el tercer arquero, era el titular de Barracas. Además, la mayoría de los demás jugaban en Europa, mayormente en Italia y España, pero habían surgido aquí. Nicolás Sarmiento salió de River. Pablo Taborda jugó clásicos en 17 de Agosto contra los pinochistas Fernando Wilhelm y Maximiliano Rescia. Rescia jugó dos años en la primera de Pinocho y emigró al Viejo Continente sin haber perdido un solo partido. Gerardo Battistoni es el único rosarino del plantel campeón del mundo 2016, y salió de Rosario Central. Leandro Cuzzolino, de Ferro. Cristian Borruto, de Independiente. El único integrante que no surgió de las inferiores argentinas es Alan Brandi. El jugador del Jaén Paraíso Interior nació en Las Palmas de Gran Canaria y representó a la albiceleste por herencia de su madre, que nació en Argentina.

Un loco exitoso, un aprendiz y un juicio inconcluso

El entrenador de la camada campeona mundial fue Giustozzi, quien también había sido jugador. Según Sanzi, el exfutsalista de River fue el artífice principal del título en Colombia. Lo ratifica explicando su mentalidad. “En esa época no había ganado nada la selección. En Conmebol estábamos siempre detrás de Brasil, pero había una diferencia abismal –asiente en búsqueda de complicidad– entre nosotros y ellos. Era utópico pensar que podíamos ganar el Mundial. Pero lo escuchabas a Diego y el panorama era completamente diferente. El tipo se sentía codo a codo con las potencias. Dicen que la diferencia entre un loco y un exitoso es que le vaya bien. Bueno, Diego es un exitoso. Convenció al plantel de que tenían con qué para ser campeones. Partido a partido, con muchísimo esfuerzo. Al final, los entrenados por Giustozzi sacaron ventaja en el torneo local argentino tras haber sido entrenados por él”.

Cristiano Ronaldo dejó al mundo exultante después de despedirse del Real Madrid tras lograr su tercera Champions League consecutiva en 2018. Cuando Giustozzi renunció tras ser campeón del mundo en 2016 pasó algo similar. A menor escala, claro está. Según Sanzi, el presidente de futsal en la AFA, fue inesperado, pero analizándolo tras tanto tiempo, dice que fue lógico que el entrenador se sintiera agotado después del logro más difícil e importante de la historia del futsal argentino.

Sin embargo, el hoy director técnico de la selección de Vietnam tenía un plan para Argentina una vez que dejase su cargo. Llamó a Sanzi porque quería sumar a su cuerpo técnico a Matías Lucuix, quien hoy dirige a la albiceleste. Lucuix surgió de River. Era una promesa que había emigrado con 21 años a España, fichado en 2011 por el Inter Movistar, uno de los clubes más importantes del mundo. En el Mundial de Tailandia 2012, Lucuix sufriría una triple fractura de peroné. Tras varios intentos truncos de regresar al 40×20, optó por retirarse con 32 años.

Inter Movistar y la AFA llevaban años en juicio por la lesión del “Mago Matías”. Esto lo alejaba de la dirección técnica de la selección. Sanzi logró, tras dos semanas de negociaciones, resolver el conflicto. En cuanto renunció en 2016, Giustozzi le aseguró a Lucuix que él debía tomar las riendas.

Caso de éxito

Un campeonato del mundo. Tres finales consecutivas: Colombia 2016, Lituania 2021 y Uzbekistán 2024. Dos Copas América alzadas, 2015 y 2022. Cinco finales sucesivas, de 2011 a 2024. Un título por ser puntero de las Eliminatorias. Y un oro en la vitrina de los Juegos Sudamericanos de Paraguay 2022. Un palmarés que, una década atrás, estaba vacío.

Los éxitos de la selección impactaron en el futsal local. Se abrió la rama femenina. Se crearon la Copa Argentina y la Liga Nacional de Fútbol Sala, donde se enfrentan los mejores de cada región del país. San Lorenzo fue el primer y único club en levantar una Copa Libertadores, en 2021. Y Pinocho, con Elías como entrenador, volvió a gritar campeón en 2025, tras diez años sin cosechar un título, mostrando que aún se puede competir con menos cartera en el futsal argentino.

Fantasy Skate, una experiencia sobre hielo

Por Carolina Jazmin Geloso

Un chico alrededor de los veinte años, vestido de negro, patina para intentar llegar a una las paredes de la pista de Fantasy Skate en José Pedro Varela 4650, Villa Devoto. Tiene puesto patines azules, de los que le dan a la gente que hace la actividad de manera recreativa, con tres correas negras que asemejan a los precintos de seguridad para ajustar bien el pie. Su cuerpo inclinado hacia adelante de manera un poco exagerada mientras intenta mantener el equilibrio parece una L invertida. Mira al piso concentrado para no caerse y frena a unos cuantos centímetros de la pared en donde lo esperan dos de sus amigos.

Ay, cómo cuesta —les dice mientras se ríe y sigue patinando. El hielo se raspa cada vez que la cuchilla lo roza, con un ruido similar al velcro cuando se desabrocha.

Atrás de los tres amigos, una chica con un saco rojo hasta la cintura y patines artísticos, parecidos a una bota blanca con cordones, escucha música y practica pasos concentrada. En Fantasy Skate, la pista de hielo techada más grande de Sudamérica desde su apertura el 28 de septiembre de 2024, contrastan quienes disfrutan de un rato con familiares, amigos o parejas y quienes patinan como deporte.

La pista, un óvalo de 20×40 metros, tiene marcada la cancha de hockey sobre hielo en líneas rojas y azules que resaltan en el piso y está rodeada por una pared de contención blanca y amarilla de la que las personas se pueden sostener.

El local se impone desde la calle, con un cartel luminoso y un frente que transmite invierno y frío: es todo azul y blanco, los colores que predominan en el lugar.

Convirtió unas canchas de fútbol 5 en ruinas en la pista de hielo más grande de Sudamérica | TN

Es viernes 22 de agosto de 2025 a las 10 de la noche y ya empezó hace una hora la promoción de 2×1 en pases de dos horas que ofrece el lugar durante todo el mes. La gente escucha canciones como “Dancing Queen”, “Loco (tu forma de ser)”, “I Want it That Way” y “Titanium” apenas empuja la puerta de entrada. En el espacio de comidas está la hamburguesería Poch y del lado izquierdo Valentino Café. Ninguno tiene mucha gente todavía, la mayoría está patinando.

Ya en el sector de pista está la caja donde se paga el pase: una hora 17 mil pesos o dos 23 mil pesos sólo con medios electrónicos. En grupos de al menos dos personas, la gente recibe una tarjeta blanca y la apoya en el lector de un molinete para pasar al patinero a pedir los patines. La fila se forma a medida que el reloj se acerca a las 12, pese a que el lugar cierra a la 1.

Algunos miran desde las gradas. Aunque tienen unas butacas de color azul para sentarse la mayoría está apoyado sobre la varanda de vidrio que en los días de competencia y partidos, contiene al público. La pista también puede verse desde el primer piso. “Por amor al deporte” se destaca en un cartel luminoso arriba de la televisión que pasa hockey sobre hielo y resume la esencia del lugar.