jueves, septiembre 4, 2025
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Una pequeña gran luchadora

Por Bernardo Santos

Argentina tiene un vasto territorio donde varios personajes han sabido dominar las llanuras, cerros, montañas, desde las zonas glaciales hasta lo más árido del norte para hoy ser reconocidos a nivel mundial, sin importar el rubro, disciplina u oficio del que provenga tanto talento, trabajo duro y experiencia.

Hago un viaje relámpago hacia Rojas, Provincia de Buenos Aires, pueblo natal de la taekwondista Sabrina Mai, de 26 años, quien practica este deporte desde su niñez y hoy es una figura mundial, que forma parte de la Selección Nacional hace 14 años, habiendo conquistado varios mundiales en lucha -55kg y formas (I, II, III dan), aunque también trabaja como kinesiologa en su casa.

Es mediodía, toqué el timbre del garage y Mai sale por la ventana diciendo que vaya hacia la puerta, así me abre. “Justo puse el agua para los mates, ahora vengo”, me dice cuando entramos en el cuarto donde transcurrió la entrevista, un living pequeño con un sillón, un puff y una mesa ratona en el centro y varios muebles alrededor, uno de ellos tiene los trofeos y medallas de la luchadora, en orden de obtención de derecha a izquierda.

Durante una hora y media de charla tocamos muchos temas interesantes, desde su militancia dentro del deporte, participando en FAMUD (Foro Argentino de la Mujer en el Deporte), hasta algunos de sus momentos en el Taekwon-Do. Sin duda lleva la esencia argentina consigo. Siempre la llevó. Me refiero a que como deportista nacida en la tierra albiceleste, siempre sabe cómo enfrentar las adversidades.

“Ya fué reconocido por la CAD”, dice Mai acerca del arte marcial, todavía no reconocido por el COI pero que, asegura, está en proceso: “Hace 20 años se está haciendo un trabajo exhaustivo para que sea reconocido”. Al ser un deporte amateur y autogestivo, el Taekwon-Do depende del practicante, por lo que la competición y los viáticos corren desde siempre por cuenta de los participantes.

El apoyo económico al principio claramente fue otorgado por parte de su familia, cuando pasó el tiempo y necesitó pagar su inscripción y viajes, Mai comenzó a buscar sponsors. “Es tratar de conseguir empresas o negocios que te apoyen, que te den algunas cosas para rifar”, “he vendido empanadas, pollo, pizzas”, también trabajó en el campo con su padre, Eduardo Mai, ayudando a tirar carros, conducir las maquinarias, sembrando y cosechando.

La deportista hizo un trabajo arduo que poco a poco dio sus frutos; desde el 2010 con sus primeros pasos en el conjunto argentino hasta la actualidad, siendo un ícono mundial en el arte marcial, superando las adversidades desde lo económico hasta lo competitivo y cada día avanzando un poco más, hasta abrir hace un año y medio atrás su propio gimnasio y ya tener más de 15 alumnos que siguen con esta disciplina.

Sebastián Papeschi, promesa y realidad

Por Valentina Martín

Zurdo como Diego Maradona y como Lionel Messi. Zurdo como Emanuel Ginóbili y Guillermo Vilas. Y, en su ámbito, zurdo como Maravilla Martínez, como Julio César Vásquez y como las leyendas Ringo Bonavena y Eduardo Jorge Lausse. Quizás parezcan pocos los deportistas zurdos de alto rendimiento en Argentina, pero sin dudas marcaron un antes y un después. Y hace tiempo surgió una promesa que, al igual que ellos, marcó la historia.

Esta promesa se dedica al boxeo como los últimos mencionados. Y continúa siendo una promesa a pesar de que hoy se haya convertido en una realidad.  

“La Promesa” surgió como un apodo puesto por los diarios locales que escribían con mucha expectativa sobre un joven que ganaba Juegos Bonaerenses, Juegos Provinciales y títulos juveniles. La promesa de que iba a ser alguien importante crecía y “La Promesa” comenzaba a hacerse un espacio en el mundo del boxeo. Hoy, cuando los habitantes de su ciudad escuchan o leen tal sobrenombre automáticamente reconocen de quién se habla: el boxeador Sebastián Horacio Papeschi. El que hizo historia para el boxeo argentino y se convirtió en el primero del país en levantar tres títulos sudamericanos en diferentes categorías.

Es la una de la tarde de un día de septiembre. Está nublado, pero se siente la proximidad de la cálida primavera. Las calles de Luján, por las que cada año caminan miles de devotos a la Virgen, están tranquilas. El Polideportivo Municipal “Profesor Federico F. Monjardin” rompe con la calma, a lo lejos se escuchan gritos y risas de muchos jóvenes que cumplen con sus horas de educación física, y más alejado aún, grupos de mujeres caminan sobre la pista de atletismo.

Por la entrada del complejo aparece la figura de Sebastián “La promesa” Papeschi. Comenta que viene del barrio Villa del Parque, donde pudo construir su casa y convive junto con su pareja Flor Hornos y sus dos hijas: Eluney, la mayor, y Renata.

Pero la historia de él está ligada con el barrio Lanusse, el barrio que lo vio dar los primeros pasos. Y la historia es así: su padre, Raúl Papeschi, fue un púgil reconocido de Luján. De los cuatro hijos que tuvo junto con Mónica Romito sólo el del medio heredó el gen del boxeo. No fue Andrea, ni Raúl, tampoco Patricia o Leandro, fue Sebastián, o Tati, como le decían en su casa. Nació el 8 de julio de 1991 y a partir de sus once años ese gen se activó: “A mí me gustaba la piña”, confesó de entrada.

Quiso seguir los pasos de su padre, le daba curiosidad cuando aparecía en los recortes de diarios y fotos. Así que decidió empezar a entrenar a escondidas, porque Raúl y Mónica no se lo permitían, en una escuela cercana a su casa. Como a todo niño, la mentira le duró poco, pero lejos de hacerlo tirar la toalla, su padre le presentó a alguien fundamental para su carrera: Pablo Picapiedra Petraglia -otro de los púgiles más renombrados de Luján- con quien empezó un entrenamiento más serio.

-Pablo fue lo mejor que me pasó. Él fue mi mentor y amigo. Me formó y me dio la experiencia para tener los títulos que tengo hoy- dice, mientras rememora y esboza una sonrisa.

Así comenzó su historia, y 17 años después, específicamente el 28 de diciembre de 2019, consiguió el primero de los tres títulos que lo convertirían en un hito. A pesar de las 168 peleas como amateur y las 17 profesionales que tenía en ese momento, llegaba a la velada con mucha incertidumbre: debía enfrentar al catamarqueño Cristian Ríos por el título supermediano del Consejo Mundial de Boxeo (CMB).

-Era la primera vez que peleaba a doce rounds y me costó muchísimo. Cada vez que iba al rincón preguntaba en qué round íbamos, y me decían que era el séptimo, el octavo, y pensar que me faltaba casi la mitad de la pelea era una locura.

Pero “La Promesa” se impuso en la mayoría de los rounds, ganó por fallo unánime y prometió más que nunca. 

 Incertidumbre, la misma palabra que pensaba antes de subir al ring y conquistar su primer título sudamericano, fue también una palabra que definió su carrera desde 2010 hasta 2014. En ese lapso de cuatro años vivió un quiebre en su trayectoria.

Por algún mes de 2010, cuando tenía 19 años, Sebastián fue llamado a formar parte un selectivo y comenzar a entrenar con la Selección Nacional. Pero no la llegó a integrar: los exámenes médicos arrojaron una disminución visual y la Federación Argentina de Boxeo (FAB) le sacó la licencia.

-En ese periodo me alejé completamente del boxeo y me empecé a juntar con los vagos en la esquina. Ahí aprendí cuál es el camino bueno y cuál el camino malo. Y entendí que solamente está mi familia, porque gracias a la influencia de mi viejo y de mi señora volví a entrenarme, me convertí en profesional y hasta el día de hoy no paré más.

El 21 de octubre de 2022 peleó por el segundo título sudamericano, de la categoría mediopesado. Debía enfrentarse al rionegrino Jairo Ariel Rayman, el número uno del ranking. A diferencia de la primera, llegó con mucha más seguridad.

No sufrió para dar el peso -parte que él considera como una de las más duras del deporte- y llegó con una gran preparación porque se había consolidado un equipo de trabajo detrás: Alexis Martínez (director técnico); Lucas Saavedra (preparador físico); Alejandro Ardiles (nutricionista); Esteban Gómez (psicólogo) y Darío Fernández (segundo principal).

-Fue fundamental el tema del psicólogo. Ahora estoy lúcido a la hora de pelear, antes salía para adelante a buscar la victoria cueste lo que cueste y no es así… trabajamos mucho con Esteban. También me trae mucha seguridad tenerlo al Colo Fernández en el rincón, él hizo muchos campeones del mundo, como La Máquina Matthysse. Desde que empecé a prepararme con Lucas tengo muy buena potencia y velocidad. Y Alexis… es increíble. Creo que gracias a él pude ganar los ocho títulos que tengo hoy.

El Team Papeschi es esencial, y eso se vio reflejado en la pelea con Rayman en el estadio Osvaldo Casanova del Club Estudiantes de Bahía Blanca. Papeschi recuerda que era una pelea complicada porque ambos pertenecían a la misma promotora: Sampson Boxing, de Sampson Lewkowicz. Sí, el mismísimo. El que representó a Sergio Maravilla Martínez y descubrió a la leyenda Manny Pacquiao.

-Sampson es clave. Después de cada pelea me llama y me dice cómo vio mi performance, si fue buena o mala. Me motiva porque vio algo en nosotros y eso me hace creer.

“La Promesa” derrotó por nocaut técnico en el octavo round al rionegrino que ocupaba la primera posición del ranking, se quedó con el título sudamericano que estaba vacante y prometió más que nunca. 

Son alrededor de las seis de la tarde, sigue nublado. Se escucha un timbre y un grupo numeroso de niños y jóvenes dejan de lanzar golpes al aire y bajo la orden de Alexis Martínez se ponen a hacer flexiones. En un espacio flaco y largo se concentra todo lo que debe haber en una escuela de boxeo: sobre una pared se exhiben varios cinturones y medallas. También algunos cuadros que enmarcan distinciones y posters de boxeadores. Parte del espacio donde practican está ocupado por bolsas, peras, pesas y el infaltable ring. Suena el timbre de nuevo, pero esta vez los pupilos se ponen los guantes.  

Alexis Martínez es uno de los que más conoce a Sebastián Papeschi. Además de ser su entrenador fue su compañero cuando iban al mismo gimnasio, La Roca Box. También es lujanense, y desde los 19 años se dedica al deporte de contacto. Fundó su escuela, Ringside, donde cada día se entrena “La promesa” y una gran cantidad de niños aprenden sobre el deporte.

Recuerda cómo fueron las peleas por los títulos sudamericanos, las exigentes preparaciones previo a las peleas, los análisis a los rivales. Recuerda los momentos difíciles y los momentos buenos. Recuerda, agrega y cuenta una anécdota. Y llega a una conclusión:

-Yo creo que a ‘Seba’ no le dieron la oportunidad nomás, sino estaría a la altura de cualquier mediano. De los primeros diez del ranking estamos para pelearle a cualquiera. Esperamos el llamado porque nosotros no tenemos los medios ni el dinero para traer a una figura. El promotor tiene que recibir una llamada de alguien que quiera pelear con Papeschi y crea que le va a ganar… y no va a pasar eso- asegura mientras ríe.

El 23 de marzo de 2024 el púgil de la Capital de la Fe se subió al cuadrilátero en el famoso Casino de Buenos Aires a pelear por un cinturón que marcaría la diferencia. Iba por su tercer título sudamericano, esta vez el de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) por la categoría mediano. Se enfrentaría a Gabriel “El Francés” Bloise. Y otra vez, la palabra que resonó en su cabeza fue incertidumbre: estaba con un cuadro de fiebre y no sabía cómo iba a responder su rendimiento físico.

-Me costó mucho esa pelea. Hasta último momento en el vestuario me sentía mal, apagado.

Pero nada lo detuvo. “La Promesa” fue superior. O un guerrero, como dijo Martínez. Con una decisión unánime de los jueces y con una puntuación total de 99 a 90, Papeschi se quedó con el título sudamericano que alguna vez levantó Carlos Monzón. Y prometió más que nunca. 

-Hicimos historia, dice el boxeador de 33 años.

Y no necesita agregar nada más. Porque hasta en su voz se nota que el orgullo lo persigue.

Después seguirá hablando. Y hablará de sus ambiciones: entrenarse en Estados Unidos, enfrentarse a grandes figuras y, la más anhelada, pelear por un título mundial.

-Yo sé que se nos va a dar, dice, y promete más que nunca.

 

Un viaje para toda la vida

Por Beltrán González

-Si tuvieras que describir tu experiencia del Sudamericano Sub-17 en una frase, ¿Cuál sería?

-Un viaje para toda la vida.

Un metro setenta y cinco de altura, flaco, vergonzoso, humilde y de escuetas palabras al responder. No cumple con ninguna característica con la que se suele ver en este tipo de personajes, no tiene tatuajes, ni colores raros en el pelo. Su vestimenta es hasta un tanto aburrida, demasiado simple en comparación a la que uno cree que tendría que tener un jugador de fútbol.

Oriundo de la provincia de Buenos Aires, más precisamente en Beccar, San Isidro, es donde se encuentra viviendo actualmente Juan Ignacio “Checho” Baigorria, nacido el 11 de mayo de 2007, junto a sus padres, y sus tres hermanos, dos menores que él.   

“Checho”, también conocido como “Baigo” entre sus compañeros, además de pasar completamente desapercibido por su apariencia y su forma de ser, cuenta con la particularidad de jugar en la Primera división del Club Social y Deportivo Glorias Argentinas y, a la vez, de formar parte de la sexta división del Club Atlético Tigre, en cancha de 11.

Sus inicios con la pelota comenzaron desde temprana edad en sociedades de fomento cerca de su barrio, desarrollando así sus primeros pasos dentro de una cancha de baby. Luego, en 2018, llegó al equipo de futsal, que le dio el paso para que al año siguiente, por medio de un amigo, tuviera una prueba en la que terminó quedando en el “Matador”. 

Su desempeño en ambas instituciones fue avanzando y sin ningún problema entre los clubes, hasta que en el año 2024 recibió un llamado de atención tras convertir su primer gol en el debut con el primer equipo de Glorias, que no tardaría en llegar a manos del coordinador de Tigre. Gracias a su buen rendimiento con la Primera, recibió la convocatoria al seleccionado argentino de futsal, dirigido por Santiago Basile, que se preparaba para participar de la Conmebol Sudamericana Sub-17. Mientras tanto, en el fútbol de césped siempre que obtenía resultados eran obstruidos constantemente por sus inasistencias y preferencias al fútbol sala, ofreciendo más dedicación y empeño, por ver un futuro más prometedor en esa disciplina. Baigorria terminó viajando con la Selección para disputar el campeonato en Luque, Paraguay, que le ocasionó otro llamado de atención por parte de la coordinación juvenil del “Matador”, donde saldría campeón, siendo una pieza clave en todos los encuentros y convirtiendo el gol que sentenciaba la victoria en la final frente a Brasil.

“Checho” volvió luego de la consagración y su futuro en el fútbol es, hasta hoy en día, una incógnita.

 

Paso a paso, llegar al sueño

Por Victoria Fernández Manisera

En la vida hay que pensar en grande, pensar que vas a poder llegar a tu logro más alto, pensar que el camino es largo pero todo tiene recompensa, pensar que pequeñas cosas son las que te fortalecen y las que te impiden desviarte de tu gran objetivo, pensar que hasta los que vemos más fuertes caen, pensar que hay victorias, que hay derrotas, pensar, pensar, pensar…soñar.

Sentados bajo la luz cálida de su living me contaba de qué manera el judo llegó a su vida, ¿por qué había decidido un arte marcial?. “Tenía 5 años, mi papá me probó en varios deportes y ninguno me terminaba de gustar, hasta que llegué a un club donde vi gente que vestía un uniforme que quería usar, yo quería ese uniforme, tanto lo quería que lo visto hasta el día hoy”. Con 18 años relataba con orgullo la historia de niño, que entró al club “José Hernández” de Mataderos, que con solo 5 años logró despertar a  un judoca, que se puso el “Judogi” y se ajustó el cinturón blanco, el amarillo, el naranja, el verde, el azul, el marron y, por ultimo, su actual cinturón negro. A los 11 años partió del club de su infancia para comenzar a competir en el “Cef 123 de Caseros”  donde salió por primera vez campeón argentino. Hoy en día su actual centro de entrenamiento es en el “Club Atlético Victoriano Arenas (CAVA)”, ubicado en Lanús,  y el CeNARD donde concentra con la selección nacional.

Junto al sillón del living donde estábamos sentados, en una mesa ratona se encontraban todas las medallas de su vida y en las paredes que nos rodeaban colgaban fotos de él con su familia. “Mi papá siempre fue mi principal sostén durante todo este camino. El fue quien de chico me hizo conocer este amor, me banco económicamente en todo lo que necesitaba y emocionalmente fue mi cable a tierra, el que me hizo pensar que nadie era más que yo y que todo rival por más bueno que sea cae, que las derrotas son aprendizajes y que siempre hay que seguir”.

Entre mates casi llegando al final de la charla le pregunté “¿cuál es tu sueño?”; a lo que rápidamente y con seguridad contestó: “Llegar a un juego olímpico, obtener el primer puesto y ser el primer hombre argentino en ganar una medalla de oro en esta disciplina”. 

Los sueños se cumplen, algunos con más sacrificio que otros, quizá dejando cosas de lado, como, por ejemplo, en su caso el viaje de egresados, saber controlarse a la hora de hacer planes con amigos, entrenar y nunca desviar el objetivo principal del camino. 

– ¿Creés que lo vas a lograr? 

– Los sueños siempre tienen que ser a lo grande, y con lo cabeza dura que soy, lo voy a cumplir

Pocos días después de realizar esta nota, Thiago Aldape tuvo una magnífica actuación en el Open Panamericano y Sudamericano, Asunción 2024. Representó al país, alcanzando el séptimo lugar en la copa Panamericana y alzó la medalla de bronce en el Sudamericano. “Me llevo una linda experiencia y un gran aprendizaje; tengo mucho que mejorar”, finalizó Aldape.

Federico Debonis: “Cumplí el sueño de todo deportista: representar a la Argentina”

Por Micaela Corradi Lagioia

Un 22 de agosto de 2008 nació Federico Debonis, un joven apasionado por el deporte. Su familia está conformada por sus dos hermanas, Guadalupe y Marianella Debonis, su mamá, Laura Alcar, y su papá, Walter Debonis. 

Con tan solo 16 años, Federico logró el sueño de todo deportista: representar a la Selección Argentina. Desde temprana edad, siente mucha pasión por el deporte, y pasó por diferentes pasatiempos: a los 5 años, jugó básquet en el club Imperio durante todo un año hasta que ya no le parecía divertido; a los 7, empezó a jugar futsal en el club Eros y, más adelante, en Caballito Juniors. Federico sentía que este deporte iba a ser su fuerte para toda la vida. Hasta que, en el año 2019, un entrenador de vóley del club Vélez Sarsfield y Sholem Buenos Aires, ubicado en Paternal, donde jugaban las hermanas de “Fede”, estuvo por muchos meses insistiendo para que fuera a una prueba a Vélez para jugar al vóley, pero su respuesta era siempre un “no”. Hasta que en septiembre de ese mismo año, Federico decidió hacerle caso y fue a probarse para ver qué le parecía. Y, a partir de ahí, fue un cambio rotundo en su vida deportiva. Su mamá, Laura, era la que siempre lo acompañaba a las pruebas: “En sus años de deportista demostró que el deporte es lo que le gusta”, aseguró.

Nicolás Zermatten es aquel entrenador que vio mucho potencial en él y lo introdujo en el mundo del vóley. “En un principio, me llamó la atención que constantemente acompañaba a sus hermanas a los partidos, y mostraba cierto interés en el vóley. Preguntaba alguna que otra técnica y festejaba cada punto como si fuese una final. Además de que “Fede” siempre tuvo entusiasmo por cualquier deporte y tenía la altura necesaria para poder jugar”.

Durante todo el 2019 Federico entrenaba futsal y vóley al mismo tiempo. Fue en el 2020, antes de la pandemia, que decidió enfocarse plenamente en el vóley. “El fútbol y el básquet nunca los practiqué con tanta pasión como el vóley ahora”.

En el 2022, Federico salió como el mejor jugador del Campeonato Argentino luego de haberle ganado 3-0 a Mendoza en la final.

El 2023 fue un año con muchas expectativas para “Fede”: en octubre jugó el Sudamericano con la categoría U17, en el cual salieron subcampeones y Federico fue nombrado como el “mejor punta de Sudamérica”, y, además, consiguieron la clasificación al Mundial del año próximo. Un mes después, se cumplió uno de los logros más importantes: ganar la Copa Argentina con Vélez en Chapadmalal tras vencer al Club Ciudad por 3-2.

En julio del 2024, jugó el campeonato argentino con las categorías U16 y U18, logrando el primer lugar con ambas. Con la Selección Argentina participó del Sudamericano con la U19, donde llegaron invictos a la final y derrotaron a Brasil 3-1. Federico fue nombrado mejor jugador y elegido para el “equipo ideal”.

En agosto, compitió en el Mundial de Bulgaria, donde salieron subcampeones tras caer con Italia 3-2. Federico tuvo una participación notable y salió como máximo anotador de aquel encuentro.

Si bien Federico tuvo muchos triunfos y reconocimientos, recibió ayuda de un profesional y de su familia para sobrellevar toda la presión que sufría en cada partido, y, de a poco, lo fue mejorando. Sus hermanas, Guadalupe y Marianella, fueron un gran sostén. “Federico es un orgullo, porque ver que mi hermano menor llegó tan lejos en un deporte que practicamos con mi hermana mayor es enorme. Y espero que pueda seguir creciendo como lo hace hasta ahora”, dijo Guadalupe.

“Es un chico con muchísimo potencial, todavía sigue en desarrollo. Los próximos años van a ser claves, donde tiene que hacer mucho volumen de trabajo y muchas correcciones para que el día de mañana, cuando sea mayor, pueda sostener este nivel y comprometerse con nuevas metas”, fueron las palabras de Alejandro Scalise, actual entrenador de la División de Honor y de la Liga Profesional.

A Federico le esperan muchos torneos más, como la Copa Argentina en noviembre y el Mundial 2025 en Uzbekistán, del 21 de julio al 3 de agosto; y objetivos por cumplir, como jugar en alguna liga europea y superarse cada día más.

Arístides Pertot y su carrera inusual en el fútbol europeo

Por Esequiel Brizuela González

A veces, el fútbol te puede llevar a los rincones menos esperados, al otro lado del mundo, pero, en ocasiones, esos rincones te devuelven algo familiar. Arístides Pertot jamás imaginó que al llegar a Finlandia, un país que apenas lograba ubicar en el mapa, encontraría a Gabriel Flores, un compatriota que, curiosamente, vivía a solo tres cuadras de su casa en Lanús. “Nos conocimos allá, no nos habíamos visto nunca antes en Argentina, pero resulta que nuestras casas estaban a la vuelta”, cuenta Pertot, todavía sorprendido por la casualidad. Esta conexión inesperada marcó el inicio de una historia que lo llevaría a permanecer casi una década en el fútbol finlandés.

Arístides Pertot creció en Valentín Alsina, Lanús, rodeado de deportes. Desde chico, el fútbol fue parte de su vida, pero no era el único deporte que practicaba. “Con mi hermano jugábamos a todo: tenis, cualquier cosa. Siempre estábamos en movimiento”, recuerda Pertot. Sin embargo, cuando cumplió 15 años, tomó una decisión y dejó de practicar otros deportes para dedicarse completamente al fútbol, a pedido de su entrenador, que necesitaba un jugador para completar su equipo. “Fue así como comenzó todo”, expresó Pertot. A partir de ahí, su carrera futbolística fue tomando forma, hasta que finalmente llegó a Deportivo Español, club que en ese momento estaba en la Primera A, donde debutó con 18 años y jugó hasta el 2000, año en que el club descendió al Nacional B.

En una época difícil, Pertot tuvo que decidir entre renovar contrato o buscar otras oportunidades. Optó por lo segundo, una decisión que lo llevaría a Europa, donde comenzó su aventura en Finlandia. “Tenía pasaporte italiano, lo que me facilitó emigrar. Me fui sin dudarlo”, expresó.

Ya en Europa, jugando para el Inter Turku, club donde Pertot se sintió más cómodo y desplegó su mejor fútbol, se encontró con una cultura finlandesa completamente diferente, donde las personas son reservadas. El clima era todo un reto, con inviernos oscuros y largos días sin sol. El idioma fue lo que más lo complicó; aseguró que es imposible de aprender, aunque por otro lado, el inglés era bastante común. Sin embargo, lo ideal era aprender el finés para poder desenvolverse de la mejor manera, cosa que Pertot jamás pudo hacer. A pesar de estas barreras, encontró tranquilidad y pudo adaptarse al país.

Pertot jamás imaginó que un país casi desconocido para él marcaría no sólo su carrera, sino también su vida. Allí encontró su mejor versión, dentro y fuera de la cancha. Eligió la estabilidad, la familia; aunque se privó de dar el salto a otros equipos europeos, Pertot ganó algo más valioso: paz. Nunca pensó que un país tan frío se convertiría en el lugar donde dejaría una parte de su corazón.

¿Como si fuera quién?

Por Paula Borda

A los 4 años, su papá ”Ricky”, profesor de Educación Física, la llevó por primera vez a su lugar de trabajo: el Club Racing de Trelew, uno de los clubes de básquet más reconocidos de la pequeña ciudad. Y a los 13 se encontró siendo la única mujer en un campo de juego de 28 por 15 metros. Martina Torres, o “Martu”, pasó de viajar 8 horas en ruta con sus padres, a tomar la línea del colectivo 29 que la deja justo en la puerta del Club Obras Sanitarias de Buenos Aires. 

En algún momento le dijeron que no podía jugar más con los varones, que no podían llevarla más como una integrante del equipo, no estaba autorizada para jugar los partidos oficiales.

Hay una luz de fondo que hace contraste con su figura alta; el living está oscuro por la hora y por un momento el lugar parece tornarse en una sala donde prevalece la privacidad, “Yo quería que me vean jugar”, dice. La odisea de encontrar un espacio para competir fue cada vez más frecuente. La liga femenina no existía casi en ningún lado. “El pueblo de Luis” y las instituciones deportivas no se percataron de que las niñas también entrenaban. Pero un día, a su corta edad, Carmen de Patagones la invitó a jugar y Buenos Aires se convirtió en su nuevo hogar. Viajar los fines de semanas se había vuelto una costumbre, pero los gastos cada vez pesaban más. Hoy acorta sus viajes y cada vez que sale de cursar del profesorado de Educación Física en ISEF, se cruza a entrenar con sus compañeras.

Los medios de comunicación de la Patagonia le hacían una y otra vez las mismas preguntas: “Siendo una jugadora del Interior, ¿cómo fue tu paso a la Ciudad de la Furia?”. Periodistas que en su mayoría eran conocidos de la zona, visitaban a menudo su quincho para entrevistarla. Poco a poco, su mamá, “Vivi”, iba decorando con medallas y tapas de diarios aquel espacio largo construido a base de ladrillos y cemento, que dejaba ver los cuadros, sin dejar de lado las distinciones y trofeos que tanto “Martu” como su hermana, Agustina, iban consiguiendo. Pese a esto, sigue publicando en todas sus redes sociales alguna que otra postal para compartir los logros de su hija menor.

Martina, hoy ya con 21 años, desde hace tiempo se recupera de una lesión en la rodilla. Empezó a correr y la adrenalina de arrancar de nuevo está intacta, igual que cuando quedó preseleccionada por primera vez para la Selección Argentina Femenina U-14. Las lesiones siempre la han acompañado, y los comentarios nunca le influyeron: “No me dejó de importar nunca el básquet”, y unos ojos brillosos reflejaban una de sus principales cualidades: persistir.

El Facebook de su madre podría relatar, o por lo menos visualizar, su trayectoria como jugadora. Martina siempre se ríe cuando recuerda su cara en la tapa de los diarios que cuelgan en su casa, pero un comentario se le escapa y entre risas dice: “¿Como si fuera quién?”…

Fabrizio Anacoreto: el ciclista que lleva el legado familiar a las rutas de Uruguay

Por Guillermo Benítez

“El ciclismo de ruta es mi pasión, lo va a ser siempre, pienso en eso las veinticuatro horas, sueño con eso, no hay día que no me levante pensando en la bicicleta”, decía Marco Fabrizio Anacoreto. Nacido en Caseros el 20 de septiembre de 2001, hijo de Silvio Anacoreto, también ciclista, y hermano de Diego Anacoreto, exjugador de la Reserva de Argentinos Juniors y Estudiantes de Buenos Aires.

Lo inspiró un poco de todo, principalmente su familia. Todos corrían y heredó la pasión de ellos. Pero, sobre todo, se fijó en dos personas para iniciar su carrera, su abuelo, Oscar Jacinto “Calulo” Anacoreto, a través de su perseverancia y todas las historias que le contaban de él, como, por ejemplo, que fue ganador de las “100 millas”, “la Vuelta a Santa Fe”, y otras importantes carreras, y  además muy cerca de triunfar en la “Doble Bragado”. También la figura de Matías Médici, campeón mundial, ganador de múltiples Panamericanos y vencedor dos veces de “Rutas de América”.

Fabrizio empezó compitiendo de manera individual, en categorías menores, promocionales y junior, con algunos amigos, en el club Cycles Imperio, ubicado en el partido de Tres de Febrero. Pero un día de entrenamiento, gracias a su buena forma, un ojeador del Club Fénix de Uruguay, le comentó, que estaban buscando un sub 23 para correr y  era el perfil de ciclista que necesitaban.

Fénix fue su primer club en Uruguay. Ese año lo vivió con muchas alegrías. El equipo fue segundo en la Vuelta de Uruguay, conocida por ser la carrera por etapas más antigua de América, y que todo uruguayo sueña con ganarla o participar en ella. En la temporada 2022/2023 fue un gran año, en el que consiguió muchas veces quedar entre los tres primeros, y además tuvo la experiencia de ver con qué clase de ciclistas compartió el podio, a quiénes le pudo ganar o medir. En la actual temporada corre en el Club Ciclista Barrio Artigas, luego de acabar el contrato con Fénix. Este año logró pocos podios, debido al gran nivel que se ve en las rutas de Uruguay.

Ya es una costumbre que mantiene correr en tierras uruguayas, porque se adapta mejor al terreno y a las carreras, que son más largas que en la Argentina, son más duras y se corre de otra manera. Sus características de atleta no lo tienen como un ciclista veloz, pero sí muy resistente, y el terreno en el que se corre en Uruguay lo ayuda.

Además, los “charrúas” consideran al ciclismo como un deporte mucho más importante que los argentinos, y eso hace que se sienta cómodo. Por otra parte, influye en lo económico, ya que en Uruguay le pagan por correr, en cambio; en la Argentina no lo hacen o muy pocas veces pasa.

Al principio se le hacía difícil acostumbrarse a los viajes en barco o en micro, hasta que decidió no viajar todos los fines de semana, y solamente ir cada quince días, donde se corren las carreras más importantes. Era muy desgastante el viaje para luego correr. El viernes o sábado emigra a Uruguay, y el domingo ya afronta la competencia. Una semana de entrenamiento en Argentina son 5 ó 6 horas diarias ejercitándose, y los días son: martes, miércoles, jueves, y viernes de por medio, dependiendo si compite el domingo.

Fabrizio, hoy con 22 años, heredó toda la pasión de su familia, y seguirá escribiendo el legado del apellido Anacoreto en el ciclismo de ruta por muchos años más, dejándolo en lo más alto.

Superar y seguir adelante

Por Bautista Balbi

Lautaro Reyero Góngora recuerda con claridad el momento más difícil de su carrera en el rugby. Tenía sólo 15 años cuando, tras un malentendido con sus entrenadores en el Club Atlético Casa de Padua, se enfrentó a una acusación devastadora: le dijeron que había jugado para que su equipo perdiera. El partido, que fue contra Mariano Moreno, terminó con Lautaro llorando en su casa, dándose cuenta de que todo lo que había construido en el deporte estaba a punto de desmoronarse. “Ese día me fui llorando a mi casa, mis padres estaban enojados. Yo les dije: ‘No juego más ahí’”, confesó con sinceridad. Lo que siguió fue una etapa de incertidumbre, en la que Reyero se cuestionó en profundidad si quería seguir en el rugby, un deporte que había practicado desde los 3 años. Incluso llegó a hablar de ello con su psicóloga para encontrar una solución a este problema.

El rugby siempre había sido parte de su vida, en gran parte gracias a su padre, Sebastián Reyero, quien es entrenador de categorías infantiles en Padua y pionero del rugby inclusivo en el club. Lautaro había acompañado a su papá en varias de estas jornadas inclusivas, lo que le permitió vivir el deporte desde otra perspectiva. Sin embargo, la dura experiencia lo hizo dudar de todo.

Fue una conversación con su padre lo que marcó un punto de inflexión. “Mi papá me habló y me dijo que su sueño era que yo debutara en Primera, sin importar en qué equipo”, compartió Reyero. Eso, sumado a su amor por el deporte, lo convenció de no abandonar el rugby. Decidió cambiar de club, dejando Padua para unirse al Mariano Moreno, un lugar que pronto se convertiría en su nuevo hogar deportivo. El primer entrenamiento fue todo lo que necesitaba: “Me divertí mucho, lo pasé bien desde el primer día”. Aunque en su debut jugó fuera de su posición natural, Lautaro no tardó en adaptarse. A lo largo de los siguientes tres años, su juego y su mentalidad evolucionaron, gracias a entrenadores más capacitados y un entorno de equipo más fuerte.

Sin embargo, su relación con el rugby no ha sido lineal. Las lesiones lo han golpeado con fuerza, en especial en 2023, cuando sufrió un esguince de tobillo crónico y una microfractura en la rodilla derecha. A pesar de todo, Reyero no dejó de luchar por su regreso al campo y el rugby continuó como un espacio de terapia, de encuentro con amigos y de superación personal para él. “Tuve que mirar los partidos desde afuera, pero el apoyo de mis compañeros y el de mi familia fue clave para sobrellevarlo”, contó.

En su vida, la disciplina es una constante. Con horarios de estudio y trabajo en la provincia de Buenos Aires, ya que colabora con las Comisiones Provinciales para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil (COPRETI), visita comedores en barrios vulnerables y elabora informes sobre la realidad social en Moreno. Aun así, Reyero encuentra tiempo para su otra pasión: el rugby. En sus propias palabras: “Es mi sitio de terapia porque estoy con amigos y me puedo divertir entrenando y jugando”.

A futuro, el jugador de la M19 del Club Mariano Moreno sueña con debutar en la Primera División y por qué no, probar suerte en Europa. También desea que el rugby alcance a más personas en la sociedad y destacó el impacto del rugby inclusivo y el crecimiento del rugby femenino en Argentina. Su enfoque está en disfrutar de los partidos, evitar frustraciones y mejorar cada día, tanto en el juego como en su vida personal. “El rugby es un deporte que te puede cambiar la vida, te ayuda a ser mejor persona y a superarse a uno mismo”, reflexionó Reyero. A quienes comienzan en el deporte, les aconseja que jueguen para divertirse y no para frustrarse. “Las frustraciones siempre van a estar, pero cuando uno la está pasando bien es cuando mejor juega”.

Dualidad entre pasiones

Por Valentina Ávila

Florencia Ferrero, capitana de River y cirujana traumatológica, nació el 5 de marzo de 1989 en Mar del Plata, donde vivía con su mamá, una hermana mayor y un hermano con el que se llevaba un año y medio. A los 35 años combina dos pasiones: la medicina y el deporte.

La pasión de Florencia por el fútbol comenzó desde muy pequeña. A los cinco años ya jugaba en la plaza, y a los ocho compartía equipo con su hermano mayor, ya que su ciudad natal no contaba con clubes que incluyeran fútbol femenino. Tiempo después, y como segunda opción, comenzó a jugar handball, actividad que continuó hasta los 16 años. A los 17 decidió mudarse a Buenos Aires para estudiar y sabiendo que tendría la oportunidad de practicar el deporte que siempre quiso. Esta decisión fue más impactante para su familia que para ella, ya que sabía que encontraría todo lo que deseaba.

En principio, fue difícil que la gente la apoyara con la dualidad entre lo académico y lo deportivo, ya que, como ella explicaba: “En Argentina el deporte se vive como profesional aunque no se pague como tal”. Sin embargo, en el camino encontró a muchas personas que la acompañaron: su pareja, con quien convive y se acompañan mutuamente, y su familia, que siempre estuvo a su lado. “Flor” destaca mucho el apoyo de sus seres queridos, ya que mudarse sola a la ciudad y siendo tan chica es muy complicado, pero ellos siempre estuvieron allí.

El primer equipo en el que jugó fue Independiente. Aunque tuvo la intención de ir a River, pero en ese momento solo entraba quien tenía contactos, por lo que no fue posible. “El Rojo” le brindó la oportunidad de jugar en el Mundial Sub-20 de 2008.

Tras finalizar el torneo, fue nuevamente a River, donde entró gracias a Mariana Blanco, quien era la DT del equipo en ese momento. Ella describe su paso por ambos equipos como dos experiencias hermosas pero con grandes diferencias: en Independiente el ambiente era más tranquilo y familiar, y formaban un gran grupo; en River, la exigencia era mucho mayor, había más competencia por los puestos, pero ambas las disfruto mucho.

Con el tiempo, comenzó a tomar más en serio sus estudios y, debido a sus horarios académicos, llegó al futsal. Este cambio le permitió continuar con su carrera y a la vez con el deporte. Sin embargo, en 2019 tuvo que dejar de entrenar debido a su primer año de residencia, un año en el que su día comenzaba a las 4 de la mañana y terminaba a las 10 de la noche, un año donde la vida no existía en otro ámbito, pero esto al igual que el fútbol le apasionaba: “Para mí, mi carrera es la más hermosa, es la única que siento que elegiría una y otra vez”, expresó.

La traumatóloga vivió de cerca las diferencias entre el ámbito público y el privado a lo largo de su carrera. A pesar de las grandes diferencias entre ellos, encontró oportunidades de aprendizaje y desarrollo en ambos, destacando el campo público por lo mucho que le enseñó, aunque también reconociendo los desafíos y la dificultad que conlleva trabajar en esas condiciones.

Hoy en día, es una gran cirujana y una jugadora con un rol muy importante en su equipo. Es una gran capitana, experimentada, con la capacidad de entender a cada grupo y con un liderazgo admirable, que se destaca en cada entrenamiento y partido. El tiempo y la experiencia son claves, y estas son algunas de las razones por las cuales ella lidera.

Este año, “Flor” y el equipo hicieron historia en el futsal femenino de River al formar parte del primer Superclásico ganado por “Las Millonarias” en la historia, quedando entre los 7 mejores equipos del torneo y así conseguir un lugar en la Copa de Oro y también compitiendo en la Copa Argentina. 

Querida y respetada por sus compañeras, es un ejemplo a seguir para las próximas generaciones.