miércoles, septiembre 10, 2025
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Los dos de Glasgow: entre el fútbol y la memoria de un Papa

Por Juan Pablo Lopez

Glasgow se levanta cada mañana sabiendo que algunos fantasmas siguen vivos. Este domingo, Celtic y Rangers volverán a mirarse a los ojos en otra edición del Old Firm, ante un eco que ya vibra en cada esquina. En los días previos, la ciudad no necesitó de cánticos ni de banderas agitadas. Bastó con una pared.

Sobre la calle MacLellan, junto a la autopista, apareció un mural vestido de azul, blanco y rojo. Dos frases escritas a brocha gorda dejaban poco lugar para la interpretación: “No hay Papa de Roma” y “Papa Francisco ha muerto” recitaban. El dolor había encontrado una manera cruel de expresarse. Desde el cemento, un viejo resentimiento reclamaba su espacio, encendiendo la semana que desembocará en un partido esperado, cargado, inevitable.

La respuesta, como tantas otras veces en Glasgow, fue rápida. Un grupo de hinchas del Celtic cubrió el insulto con los colores de Irlanda. Pintaron su bandera en esa misma pared, como quien extiende un manto sobre una herida abierta. Y arriba, escribieron: “Sin banderas ni tambores”, una frase que suena a consigna, pero también a cansancio. Resulta que meses antes, fanáticos de la reconocida “Brigada Verde”, robaron una porción de las banderas y tambores de la fanaticada del otro club de Glasgow, “We are the green brigade” cantaban en un video provocativo hace poco más de 7 meses.

El Celtic nació en 1887, en los salones humildes de la parroquia St. Mary’s, cuando el hermano Walfrid soñó con dar de comer a los pobres a través del fútbol. En aquella Glasgow golpeada por la inmigración, donde ser irlandés y católico equivalía a cargar una doble condena social, el balón se transformó en acto de resistencia. Cada gol era un plato servido, cada triunfo una reafirmación de pertenencia.

El Papa Francisco supo entender esa historia, aunque el tiempo y la distancia pudieran sugerir lo contrario. “El valioso legado de su club les impone una gran responsabilidad”, les dijo a los representantes del Celtic en Roma, entre los que estaba Brendan Rodgers, actual DT que consiguió su décimo primer título con los verdes en siete años divididos por dos ciclos en el club el domingo pasado. “En este sentido, los hombres y las mujeres deberían ver en ustedes no solo excelentes futbolistas, sino también a personas bondadosas, hombres de gran corazón que saben administrar con sabiduría los numerosos beneficios que reciben de sus posiciones privilegiadas en la sociedad.” No hablaba de trofeos ni de copas alzadas bajo las luces, sino de mantener vivos los principios fundadores. De cuidar a los vulnerables. De no dejar que la sed de dinero ahogue el sentido original del juego.

Mientras en los tablones del fútbol moderno se fijan precios que expulsan a los hinchas de a pie —42 libras pidió el Dundee United en su último cruce—, las palabras de Francisco retumban con una actualidad feroz. Advirtió contra la especulación financiera, pidió justicia social, reclamó solidaridad como antídoto contra un mundo que acostumbra dejar afuera a los mismos de siempre.

Glasgow conoce de sobra esa exclusión. La rivalidad entre Rangers y Celtic lleva dentro de sí heridas viejas que el paso de los años no alcanza a cerrar. Los estadios ofrecen un espectáculo distinto al del césped: banderas británicas en Ibrox, estandartes irlandeses en Celtic Park. 

En medio de ese ruido, las palabras de Francisco flotan como una oración breve: “Mantengan el espíritu amateur. Lo hermoso del deporte está en jugar juntos. No importa quién gane”. Una frase simple, plantada como un faro en el vendaval. Como si aún fuera posible pensar que el fútbol, en su forma más pura, todavía pueda salvarnos, desviar los intereses políticos, religiosos y avivar otra llama.

El motor silencioso del Rojo

Por Milena Di Pardo

Antes de que los jugadores salten a la cancha, antes del vestuario, antes de los abrazos de gol, hay alguien que ya está en movimiento. A veces, incluso antes del amanecer. Silencioso, puntual, y con el mate en mano es quien pone en marcha no solo el micro, sino también la ilusión de cada viaje. No figura en las planillas, no tiene número en la camiseta, pero es parte del equipo.

Mejor conocido como Alberto Oviedo, es el chofer del Club Atlético Independiente de Chivilcoy, equipo que compite en el Torneo Federal A y en la Liga Chivilcoyana. Conoce cada rincón del club como la palma de su mano, aunque su lugar está, sin dudas, al volante. Ahí, entre cinturones de seguridad y charlas cruzadas, construyó su pequeña trinchera. No habla mucho, pero escucha todo. Sabe cuándo el equipo está nervioso, cuándo hay clima de victoria o cuándo conviene dejar que la radio hable por él. Tiene una memoria prodigiosa para las rutas, pero también para los detalles: quién se marea en las curvas, quién siempre se olvida del bolso, quién necesita un “vamos que hoy ganamos” justo antes de bajar.

Beto comenzó su camino al volante manejando combis, llevando estudiantes de Contaduría y Finanzas. Nunca imaginó que un día terminaría siendo el encargado de transportar ilusiones en formato de plantel. Hace apenas dos años llegó al club, sin experiencia en colectivos de dos pisos, pero con la misma responsabilidad que lo acompañó siempre. Al principio fueron trayectos cortos, de Chivilcoy a Gorostiaga, Alberti, Moquehuá. Distancias breves pero cargadas de sentido. Hasta que un día le tocó su primer viaje largo: Entre Ríos. Y ese micro, que al principio le imponía respeto, ya se sentía un poco más su hogar.


“Siempre es lindo destacar la gran familia del Rojo, dirigentes, hinchas, socios. Todos aportan un granito de arena. Son cosas que la gente de afuera no ve, todo lo hacemos desde abajo”.

Hablando de su casa, es ahí donde más se entiende. El colectivo del club descansa después de kilómetros recorridos. Adentro, la sencillez lo envuelve todo: paredes modestas, pocos lujos, pero un esfuerzo que se nota en cada rincón. Recién salido de bañarse, vestido de azul y con su hijo más chico sentado sobre él, Beto se sienta y habla. Cansado, sí. Las horas de viaje a Córdoba todavía pesan. Pero su sonrisa, esa que parece estar siempre no se borra. Aparece cada vez que nombra al club, cada vez que habla de su familia. 

Su familia de sangre la conforman María, su compañera incondicional, y sus cinco hijos: Micaela, la mayor; Agustina; Josefina; Nicolás y el pequeño Luca. Este último, el más chico, es su sombra. Lo acompaña a todos lados, en cada momento, en cada viaje. Luca no solo sube al micro, también sube a su mundo.

Si hay algo que lo emociona profundamente es tener el privilegio de ver a su hijo Nicolás jugar al fútbol, con la camiseta del club que él mismo conduce por las rutas del país. En el último viaje a Monte Maíz, Córdoba, el 17 de abril por la segunda fecha del Torneo Nacional de Inferiores, Beto fue testigo de un momento que no va a olvidar: Nicolás, que juega como defensor central, convirtió un gol. La dedicatoria, clara, directa, sin rodeos, fue para él. No hubo que adivinarlo. Estaba en la mirada, en el gesto, en ese cruce invisible de orgullo entre padre e hijo. 


“Es algo que no voy a olvidar nunca, cuando mi hijo mete el gol en Monte Maíz. Siendo chofer te perdés muchos momentos lindos, te perdés ver a tu hijo crecer en el fútbol, no hay cumpleaños”.

Cuando el motor se apaga y el colectivo queda en silencio, Beto sigue ahí. Con las manos marcadas por el volante, con los ojos llenos de rutas recorridas, con el corazón dividido entre su familia y su club. No hace goles, no da indicaciones desde la línea de banda, pero mueve al equipo de una manera que no figura en ningún reglamento.

Detrás del vidrio del micro, mientras todos duermen o miran por la ventana, él está atento. Maneja con la serenidad de quien entiende que también lleva sueños, frustraciones, risas y silencios. En sus viajes hay más que kilómetros: hay historias que se construyen sin flashes, sin crónicas deportivas, sin ovaciones. Beto las atesora igual, en la memoria, en las anécdotas que repite en voz baja, en los gestos que no necesita explicar.

La noche avanza sobre la ruta y él sigue firme, como si el cansancio no lo tocara. De vez en cuando revisa el espejo retrovisor y observa, como quien cuida a su familia. No hace falta que diga nada. Su presencia es ese tipo de tranquilidad que se siente, más que se escucha. Beto no solo maneja el micro: acompaña procesos, atraviesa derrotas, celebra en silencio, sostiene.

Cada vez que vuelve a su hogar, estaciona el colectivo con la misma prolijidad con la que cuida a los suyos. Lo espera María, lo rodean sus hijos. Luca, el más chico, no se despega. Nicolás le cuenta cómo le fue en el partido. Y él escucha, como siempre. Como en el micro. Como en la vida.

Porque la pasión también se conduce. Y a veces, el alma de un club no se mide en goles ni en trofeos, sino en esos hombres silenciosos que, sin pedir nada a cambio, se convierten en parte del todo. Beto es uno de ellos. El que arranca primero y frena último. El que no está en la foto, pero sin él, no hay viaje.

Luis Darío Calvo: De jugar con Riquelme y Maradona a trabajar en la Línea 216 de Morón

Por Nicolás Costa 

Un miércoles soleado pero con algunas nubes dando vueltas por el cielo, en la ciudad de Morón más específicamente en la calle 25 de Mayo al 754 está ubicada la Línea 216 de colectivos. Allí se encuentra la historia de Luis Darío Calvo, quien compartió hermosos momentos junto a Juan Román Riquelme, Diego Armando Maradona, Claudio Paul Caniggia, el Beto Márcico, entre otros grandes jugadores. Hoy en día se gana la vida de una manera inesperada y busca volver a incorporarse al deporte que tanto ama.

Imagen TN.

Luis dijo que él viene de una familia muy futbolera, tanto por parte del padre como de la madre, y explicó que familiares suyos, especialmente tíos y primos, no llegaron a jugar en el ascenso argentino pero tuvieron la posibilidad. Su recuerdo más peculiar del deporte es cuando jugaba al baby fútbol en San Miguel.

Mientras Calvo estaba hablando, los ruidos y las bocinas invadían los oídos, y el olor a nafta quedaba impregnado en las narices. Es un olor tan fuerte que lo seguís respirando hasta cuando te retiras del lugar.

Calvo explicó que no era chofer, sino que trabajaba como conductor dentro de la empresa, en la parte más técnica. A lo que él se dedica es a acomodar los colectivos. Cuando los choferes terminan de trabajar en sus respectivos turnos, Calvo coloca los colectivos dónde tienen que ir, también los suele revisar para que estén listos y salir a la calle. Hace nueve años que trabaja allí y pudo lograr una estabilidad económica después de pasarla mal por mucho tiempo.

En el año 1995 empezó a entrenar con la Primera de Boca y, con los ojos un poco brillosos, declaró que haber jugado con Riquelme y Maradona es algo que nunca va a olvidar en su vida y que está agradecido a Dios por todo lo que le pasó en ese momento. Silvio Marzolini entrenador del club en aquel entonces, fue muy inesperado para el que lo elijan, porque no entendía cómo, con la cantidad de grandes jugadores juveniles que había lo llamaran a él y a dos más cuyos nombres no recuerda.

No solo eso, sino que el ex volante también fue jugador de la Selección Argentina Sub-20, donde en el año 1997 conquistó el Campeonato Sudamericano. En Boca Juniors jugó 19 partidos y, con un poco de bronca, contaba que cuando se fue Marzolini del club, Carlos Bilardo no le dio muchas oportunidades, lo que ocasionó que Calvo volviera a entrenar con la Cuarta del Xeneize. Eso le provocó una crisis en su cabeza, pensando en su futuro, sin saber qué iba a pasar; tenía que renovar su contrato y nadie le daba respuestas. Pero aparecieron dos ángeles para él: Francisco Sá y un tal Héctor “Bambino” Veira, quienes le dieron un par de oportunidades, pero, al no rendir al 100%, se fue a Rosario Central.

Al preguntarle por Juan Román Riquelme, en su cara se le vio una sonrisa de oreja a oreja. Según dijo, lo conocía de la selección juvenil de José Pekerman, y como Román era de Don Torcuato y él de San Miguel, se encontraban siempre en Retiro y viajaban juntos a entrenar. Luego, un micro los esperaba y los trasladaban a Ezeiza. Calvo, entre risas, declaró: “Pero bueno, uno llegó a donde llegó y yo ahora estoy acomodando colectivos”. Según Calvo, Román era muy buena persona y muy compañero. Compartían muchos momentos juntos; a veces él lo buscaba por su casa e iban a entrenar. Hoy en día es diferente, porque ya no tiene contacto con él. También afirmó que hace mucho no pasa por el club.

Mucha gente cercana le preguntó: “¿Cómo terminaste acá?”, y su respuesta es simple: “Las vueltas de la vida, algunos tienen suerte y otros no tanto”. Tuvo la posibilidad de haber jugado en Boca, y no solo eso, sino que también supo jugar en Europa, como en el AEK Atenas, Kalamata y Panachaiki de Grecia, y un breve paso por el Virtus Lanciano de Italia. “Tuve la fortuna de jugar en Boca y en Europa, es lo que soñaba toda mi vida”.

A sus 47 años decidió retomar los estudios y al dedicarle tanto tiempo al club antes, no había llegado a terminar la secundaria. Ahora su mente cambió un poco: “Yo no había terminado la escuela secundaria y el fútbol me alejó de los estudios. Sin embargo, el año pasado lo pude terminar y ahora estoy haciendo un curso de ingreso en la Universidad de Hurlingham, donde voy a estudiar Kinesiología. En parte, tengo el deseo de seguir ligado al fútbol de alguna manera y creo que este es un buen camino”.

Luego de su paso por el fútbol, económicamente tuvo momentos complicados porque no sabía cómo mantener a su familia. Lo que él dio a entender, fueron malas decisiones. El fútbol lo había dejado solo y lo había “abandonado”. Entró en una grave depresión y, en su cabeza, recorría la palabra “fracasado” y la vergüenza de no haber llegado a ser algo que tuvo un final muy corto. Como mencionaba antes, lo que pudo sustentar su situación económica fue la Línea 216 de Morón.

El exjugador de Boca Juniors no le cerró las puertas a trabajar en el club de sus amores en un futuro no tan lejano. No como técnico o dirigente, sino desde lo que está estudiando: Kinesiología. Obviamente, si es en Boca, mejor, pero si es en otra institución no diría que no. Es algo que realmente le apasiona y que, hoy en día tiene la oportunidad de poder estudiarlo y disfrutarlo en su máximo esplendor. Un hombre que de haber jugado con Juan Román Riquelme, Diego Armando Maradona, Claudio Paul Caniggia, entre otras grandes leyendas del Xeneize, pasó a acomodar colectivos en la Línea 216 de Morón, Luis Darío Calvo.

Hip Hop Man, de ídolo en Argentina a lucharla en México

Por Pedro Lujambio

Año 2010, Estudio Estadio de Telefe. Con un rap de fondo, acompañado de bailarines y vestido como salido del Bronx, un luchador sale al ring. La tribuna, repleta de niños, aplaude a uno de sus grandes ídolos, Hip Hop Man.

Año 2013. Misma música, mismo vestuario. Hip Hop Man sale al ring, pero la reacción del público, en su mayoría adulto, es casi nula. Claro, él es —o era, ya pasaron 3 años— una estrella en Argentina, pero en México (aún) no es nadie.

Daniel Garcilazo, Hip Hop Man en el ámbito de la lucha, alcanzó una gran popularidad en toda Argentina entre 2006 y 2010 gracias al programa de televisión 100% Lucha, bajo el personaje del rapero neoyorquino que no mucho tiene que ver con quien él es en realidad. Tras el final del programa, trabajó como extra y en escenas de riesgo en telenovelas, películas y comerciales, abrió su propia escuela de lucha, continuó haciendo shows, pero ya no era lo mismo. Para 2013, tomó una decisión: viajar por 6 semanas a México para vivir la experiencia de luchar allá.

“Yo venía por 6 semanas, tenía pasaje de vuelta para terminar la facultad, pero me convenció el hecho de que acá podía progresar en la lucha; allá en Argentina estaba bien económicamente pero era siempre hacer lo mismo, subiendo al ring contra el mismo luchador”, argumenta hoy Hip Hop Man su decisión de quedarse a vivir en México.

Imagen: RGNT Studios.

Sin embargo, ese progreso no iba a ser tan fácil. Era atractivo el desafío de adaptarse a un mundo totalmente diferente e ir creciendo en las carteleras, pero el ambiente de la lucha libre en el país norteamericano es mucho más grande que en casi cualquier otro lugar del planeta: “Acá caminás 5 minutos y aparece un gimnasio con un ring de lucha. Al principio era luchar todos los días con alguien nuevo para ir creciendo, eso me motivó”.

El proceso de adaptación fue enorme: no solo pasó por lo que debía hacer en el ring. En cuanto a ese tema, el estilo mexicano consta más de “llaveos”, más similar a la lucha grecorromana; en Argentina, la lucha se caracteriza por los vuelos y los duros golpes. “Acá te pegan con la mano abierta, pero en Argentina las trompadas y las patadas te dejan sin comer”, explicó entre risas Hip Hop Man. Por el lado físico, el cambio fue rotundo. De pesar 62kg pasó a alcanzar los 83. Además, debió llegar a un estado físico que le permitiera aguantar las contiendas de más de media hora que se dan allá, cuando en 100% Lucha el promedio rondaba los 10 minutos.

Toda esa evolución en él era con el objetivo de establecerse en el ámbito de la lucha en México y vivir de ello, algo que pocos pueden lograr en el corto plazo. “Miles de luchadores trabajan por la comida o por 5, 10 dólares”, señaló el argentino, y él no fue la excepción. Había viajado con unos ahorros para quedarse esas hipotéticas 6 semanas, pero, pese a luchar 4 o 5 veces por semana, no podía sostenerse. Al principio, se quedó en el departamento de una amiga pero, cuando el tiempo de la estadía se alargó, pasó a vivir como roomie con otros argentinos. Para eso le alcanzaba en sus inicios en la tierra de la lucha libre.

Mediados de 2014. Arena Naucalpan, México. Con el mismo personaje de siempre, sale Hip Hop Man al ring como reemplazo de un luchador que se ausentó. Los espectadores se sienten estafados: silbidos y abucheos por todos lados.

Una semana más tarde, otra vez Arena Naucalpan. En esta ocasión ya anunciado en la cartelera, aparece Hip Hop Man. De nuevo los abucheos, los silbidos… incluso algunos le arrojan cosas de la tribuna.

Ese fue el click en la carrera de Hip Hop Man. A partir de esa época, comenzó a trabajar como un personaje “rudo” o “malo”, tomando como punto de partida el odio de los mexicanos a los argentinos: “Ahí comencé a generar esa interacción con el público, que me abucheaba, y me fui para arriba”.

En simultáneo a su ascenso en la lucha, consiguió acomodarse económicamente por otra vía, ya que su pasión no era una buena fuente de ingresos. “Me tuve que meter en la televisión aprovechando la preparación actoral que tenía, primero como extra y después en papeles más importantes y en producción, porque se pagaba muchísimo más”, explicó Garcilazo. Lo actoral sirvió, primeramente, para mantenerse. El paso a la producción lo dio en 2016, durante la grabación de la serie Blue Demon: contratado como extra, debió resolver un problema de urgencia ante la baja de un productor y, tras eso, consiguió un trabajo fijo. En el medio, se veía amenazada su carrera luchística, que crecía y crecía pero no era suficiente para su bolsillo: “Era mucha, mucha guita, pero muy desgastante: trabajaba de lunes a sábado y el domingo luchaba. Eran muchos meses sin descansar ni entrenar bien”.

En el medio, el sueño mexicano se consolidaba cada vez más. Con su personaje que exageraba los estereotipos de argentino para hacerse odiar —totalmente fanfarrón, siempre vestido con la camiseta de fútbol de la Selección y, desde 2022, llevando una Copa del Mundo— alcanzó una popularidad que lo catapultó a participar de Triplemanía, uno de los eventos principales de la lucha mexicana, e incluso llegó a luchar en la Arena México, la más importante del mundo. Lo económico ya no era un problema, incluso se animó a regular la cantidad de trabajo para reducir el desgaste físico.

Finalizada su gira por los 20 años de carrera en 2022, que contó con shows en Argentina, un solo sueño le falta cumplir a Hip Hop Man. “Quiero ser el primer argentino en luchar en México, Japón y Estados Unidos”, anhela. Sólo le falta Estados Unidos. En Japón, donde en agosto hará su segunda gira, recibe el cariño del público cada vez que sale hacia el ring. Pero no fue fácil llegar a eso.

Año 2023. Osaka, Japón. Con un rap de fondo, camiseta de Argentina y la Copa del Mundo en mano, Hip Hop Man sale al ring. Los japoneses se miran. ¿Quién es este? ¿Hip Hop Man, rapero, pero es argentino y festeja el Mundial…? Claro, él es una estrella en México, pero en Japón (aún) no es nadie. Otra vez…

Un día con Tyco: terrenos y alma de club

Por Tobías Fava Marino

A Mario Alberto Latino nadie le dice Mario Alberto Latino. Es un nombre que parece pensado para una tarjeta de crédito, para una oficina, pero no para un tipo que se mete hasta las rodillas en el barro y le grita “¡No te escondás atrás del ocho!” a un pibe de 16 años. A él, todo el mundo le dice Tyco. Así, con “y” en el medio, es el resultado de una anécdota que ya nadie se acuerda cómo empezó. Lo cierto es que en su barrio en La Reja, ahí en el partido de Moreno, y sobre todo en el Rugby Club Los Matreros, nadie necesita más datos. Tyco es Tyco. Punto.

Tyco tiene cincuenta y siete años —no se lo pregunta nadie porque no jode con eso— y camina con ese andar de los que siempre están listos para meterse a limpiar un ruck. Es petiso, de espalda ancha y panza presente, con una barba canosa que le enmarca la cara como si siempre estuviera por decir algo importante. El pelo también blanco, cortito, sin peinar, pero prolijo. Generalmente con alguna campera de rugby, con la camisa o chomba bien metida en el pantalón, y una mirada firme, de esas que no se compran en ningún local. Jugó de forward en Matreros desde 1988 hasta 1998 cuando se retiró —nadie se sorprende cuando lo dice— y todavía se nota: hay una solidez en su forma de estar que no se entrena, se hereda.

Desde hace rato se dedica a vender casas. Agente inmobiliario, dirá el título, pero en la práctica es una mezcla de vendedor, psicólogo y consejero sentimental. “La casa no se compra con los ojos, se compra con el cuerpo”, dice a veces medio en chiste pero para ver si la reflexión entra. No está hablando solo del inmueble. Nunca habla solo de lo que parece.

A las seis y media de la mañana ya está arriba. No tiene despertador, lo despierta el hábito y a veces Roma, su perra. Se levanta, pone la pava, se hace un café negro sin azúcar y sale al jardín a mirar un ratito el cielo. “Si no arrancás el día mirando el cielo, ¿cómo sabés qué te vas a poner?”. Después agarra el celular, responde mensajes de clientes, de compañeros del laburo y, claro, de los pibes del club. Uno avisa que no va a poder ir a entrenar porque tiene prueba de matemática, otro pregunta si se puede quedar pateando a los palos después del entrenamiento, y uno, el más colgado, le manda un audio a las dos de la mañana diciendo que perdió la camiseta de juego y que si alguien la vio.

Tyco no se enoja. Ya aprendió que con los pibes no sirve ni el grito ni el reto: “Es al pedo, ya están grandes viste”. Lo que sirve es estar. Por eso a las ocho ya está en la calle, arriba de su camioneta negra, con la radio bajita y la calma de quien sabe que no está corriendo a ningún lado. Recorre Moreno, Paso del Rey, General Rodríguez, mostrando casas, hablando con vecinos, negociando sin apuro.

Todo eso es solo una parte del día. Lo verdaderamente importante arranca alrededor de las siete de la tarde, cuando se dirige a Morón y entra al club como si entrara a su casa. Ahí cambia la cara. Se le ilumina. Baja de la camioneta con las zapatillas sucias de mostrar terrenos y el buzo de Matreros puesto desde temprano. Saluda a todos. A los de mantenimiento, a los entrenadores, a los padres que ya conocen su tono, su volumen, su forma de mirar. Y a los chicos, obvio.

Desde hace ya dos años entrena a la categoría Menores de 17. Es el único club donde dirigió. No es su primera categoría, ya perdió la cuenta de cuantas entre el 2010 y hoy. La de ahora es una edad compleja, donde los chicos están en ese limbo entre querer ser hombres y no saber cómo. Tyco no les exige que sean cracks. Les exige que sean compañeros: que lleguen temprano, que no se caguen en el otro, que no se borren. “No es rugby si no te la jugás por el de al lado”, les repite cada tanto. Y cuando alguno baja la cabeza, es el primero en levantarla: “Dale, nene, arriba. Esto es trabajo, no magia”.

El entrenamiento arranca con un trote, sigue con ejercicios de pase, formaciones fijas, defensa y algo de físico. Pero siempre hay tiempo para hablar. Para tirar una frase, una historia de cuando él jugaba de tercera línea y el pasto no era ni pasto, era tierra. Para nombrar a un compañero que ya no está, o para recordar una batalla épica contra otro club. Todo sirve. Todo educa.

A eso de las nueve y largo, ya de noche, los junta a todos en ronda. Habla bajito. Como quien dice una oración. Esa charla es de ellos, entre Tyco, los otros entrenadores y los pibes, solo ellos la escuchan. Nadie se mueve. Nadie mira el celular. Se escuchan. Sienten.

Vuelve a su casa cuando ya es noche cerrada. Pasa por una pizzería de las de siempre, compra una muzza con fainá, y llega a su casa donde lo espera Mariana, su mujer, la tele con el volumen bajo, y Roma. A veces se sienta a ver rugby internacional, o un programa de política, o alguna serie que todos anden nombrando. Ya cuando la pelota la tiene el sueño y ataca, se tira en la cama, pensando en los pibes, en los que faltaron, en cómo mejorar la defensa, en si alguno necesita que lo llamen.

Tyco es de esos tipos que ya no se fabrican. De los que hacen las cosas sin buscar likes, sin esperar palmaditas. Vive del ladrillo y los pedazos de tierra, pero su verdadera obra está en la cancha. En los chicos que entrenó, que entrena y que capaz va a entrenar. Porque mientras tenga piernas, voz y ganas, va a estar ahí. Con el silbato colgado, la mirada firme y el corazón en la mano durante 80 minutos.

Y si algún día falta, se va a notar. Porque un club sin tipos como Tyco es un lugar con pasto y postes. Con esos como él ahí, es otra cosa. Es familia. Es un club.

River y Boca, en el sueño de aquellos pibes

Por Francisco Gentile

Agustín Marchesín, arquero de Boca, le puso picante a la previa del Superclásico y se refirió al descenso de River: “El partido más importante y el que mas disfrute fue con Lanús en El Monumental, estuve en el momento en que tenía que estar”, en conferencia de prensa en el predio de la AFA en Ezeiza, donde también estuvo presente el defensor del millonario Lucas Martínez Quarta.

La declaración del guardián del arco xeneize remite a la victoria 2 a 1 del granate en la última fecha del Clausura 2011, ese día jugó los 90 minutos y fue amonestado frente al equipo de Núñez, que quedó condenado a jugar la Promoción y sería derrotado por Belgrano de Córdoba, bajando a la segunda división del fútbol argentino.

Las chicanas entre ambos comenzaron luego que el representante del club de la Ribera aseguró que eran “obviamente el más grande de Argentina”, a lo que el Chino retrucó “somos el equipo más grande del mundo”, posteriormente y acompañado de una sonrisa pícara llegó la cargada alusiva al descenso.

Marchesín, confeso hincha azul y oro, disputará su primer Superclásico, defendiendo los tres palos que solía resguardar su ídolo, Carlos Navarro Montoya (de quién acostumbraba vestir sus buzos). El Mono tuvo su bautismo oficial como futbolista de Boca en un 2 a 0 ante River en 1988, jugado en el mismo recinto donde se jugará hoy desde las 15.30. En esa ocasión reemplazó a Hugo Gatti. 

Por su parte, Martínez Quarta fue partícipe de un hito trascendental para la historia de los dos clubes rivales, ya que hizo acto de presencia en la final de la Copa Libertadores 2018, cuando los dirigidos por Gallardo gritaron campeón.

 

Del salto inicial al oro olímpico: la noche en la que el básquet argentino hizo historia

Por Martiniano Vicente 

El 26 de abril de 1985 se jugó el primer partido oficial de la Liga Nacional de Básquet en el estadio de Independiente de Bahía Blanca. El encuentro enfrentó a Pacífico de dicha ciudad y Atenas de Córdoba, marcando un antes y un después en el deporte argentino al establecer una competencia profesional y federal. La Liga fue impulsada por los entrenadores León Najnudel, Horacio Seguí, José María Cavallero y el periodista Osvaldo Ricardo Orcasitas.

El formato contaba con 16 equipos, que jugarían la primera fase  todos contra todos en una única ronda. Los primeros 8 clasificaban a cuartos de final, definiendo cada instancia en una serie al mejor de 3 partidos. Por otro lado, los últimos tres equipos de la primera fase descendían de categoría.

El cotejo inaugural entre Pacífico y Atenas comenzó a las 21:40, con resultado favorable al equipo local por 90-82. Neal Robinson, figura del encuentro, anotó 33 puntos en la victoria y se convirtió en el primer jugador de la historia de la competición en encestar un triple.

Ese mismo día se disputaron dos encuentros más: San Lorenzo de Almagro vs. Argentino de Firmat a las 22:00 (jugado en la cancha de Obras Sanitarias, de allí la famosa foto de León Najnudel antes del salto inicial). San Lorenzo cayó por 101-99, con 44 puntos de Leonard Goggins para el conjunto de Firmat.

A las 22:40, Instituto enfrentó a Sport Club en Córdoba, con victoria del equipo visitante por 86-61, donde se destacó Kenneth Hubert con 22 tantos.

Para completar la primera jornada de este certamen, San Andrés le ganó a River 111 a 101, Ferro 79- Almagro de Esperanza 70, Independiente de Tucumán 87- Deportivo Morón 84, Olimpo de Bahía Blanca 76- Unión de Santa Fe 75 y  Estudiantes de Bahía Blanca finalizó la fecha venciendo por 94-84 a Asociación Española de Córdoba.

La temporada culminó con una final entre Ferro Carril Oeste y Atenas. La serie fue ganada por el equipo de Caballito 2-1, definiendo el tercer partido en el estadio Héctor Etchart (cancha de Ferro) con un marcador de 95 a 86.

Así comenzaba una historia gloriosa para la Liga Nacional, que superó  múltiples obstáculos para alcanzar su objetivo: elevar el nivel de competencia interna, desarrollar a los jugadores y conformar una mejor Selección Nacional. Ese esfuerzo daría sus frutos años después con la aparición de la Generación Dorada y sus logros históricos, especialmente la medalla de oro en Atenas 2004.

Lamentablemente, León Najnudel, el mayor impulsor de este proyecto, no pudo presenciar estos hitos, ya que falleció en 1998 a causa de la leucemia. Una injusticia para quien supo marcar el camino hacia una liga doméstica competitiva y posicionar al combinado albiceleste entre las más importantes del mundo.

 

El último loco del arco romántico

Por Juan Cruz Tomasco

Hugo Orlando Gatti murió el 20 de abril de 2025, a los 80 años, tras estar internado durante 60 días en el Hospital Pirovano. El Loco se fue como vivió: dejando huella. Su muerte causó un cimbronazo en el mundo del fútbol argentino, donde su figura trascendió generaciones. Fue ídolo, símbolo, arquero y espectáculo. Pero sobre todo, fue pionero. Reinventó la manera de entender el arco. Jugaba adelantado, con los pies, con atrevimiento, con una teatralidad que lo convertía en el foco de todas las miradas.

Nació el 19 de agosto de 1944 en Carlos Tejedor, Provincia de Buenos Aires.Debutó en Atlanta en 1962. Luego pasó por River, Gimnasia, Unión y finalmente Boca Juniors, donde forjó su leyenda entre 1976 y 1988. Allí jugó 381 partidos oficiales, ganó títulos locales e internacionales, y fue protagonista de un equipo histórico que conquistó América y el mundo. Fue bicampeón de la Copa Libertadores en 1977 y 1978, y campeón de la Intercontinental frente al Borussia Mönchengladbach. También integró la Selección Argentina, siendo parte del plantel del Mundial de Inglaterra 1966.

Pero sus títulos no son lo único que lo definen. Gatti fue más que un arquero. Fue un personaje. Un provocador. Un artista del fútbol. Con sus buzos llamativos, su melena rubia y su sonrisa desafiante, marcó una época. Se lo recuerda por frases como “el arquero tiene que ser un showman”, y lo respaldaba con acciones: atajadas espectaculares, salidas arriesgadas, penales volando de palo a palo, pelotas dominadas entre las piernas, y toques por arriba del delantero rival.

Una de las anécdotas más recordadas fue su cruce mediático con Diego Maradona. En la previa de un partido entre Argentinos Juniors y Boca, Gatti, fiel a su estilo provocador, dijo: “A Maradona le pegan mucho porque es petiso y gordito”. La respuesta de Diego fue en la cancha: ese día le hizo cuatro goles a Boca. Años después, lejos de enojarse, el Loco confesó que lo había hecho a propósito, para motivarlo: “A Diego lo quise despertar. Lo que dije fue para que se encendiera”. El tiempo convirtió ese episodio en una muestra de respeto mutuo entre dos futbolistas únicos, irrepetibles.

Quien compartió ese aura desde adentro del vestuario fue José Luis Villarreal, que llegó a Boca en 1987 con solo 21 años, cuando Gatti ya tenía más de 40 y transitaba su última temporada. El exmediocampista recuerda:

“Lo recuerdo como lo que era: El Loco Gatti fue un referente, fue el ídolo de Boca Juniors. Cuando yo llegué en el año 1987, con apenas 21 años, este Huguito andaba por los cuarenta y dos o cuarenta y tres, ya por el final de su carrera. A mí lo que me generaba él era muchísimo respeto, porque desde chico ya sabía que él había sido el arquero que más partidos había atajado con esta camiseta”.

Esa mezcla de idolatría y convivencia le dejó a Villarreal un retrato cercano y divertido. Como esta anécdota:

“Había un montón. Siempre, cuando terminábamos los entrenamientos o los partidos, le gustaba usar los perfumes de otros, los talcos de otros, los desodorantes de los compañeros… Y un día le dije: ‘Huguito, te pido por favor no me uses más el desodorante porque vengo de Córdoba, muerto de hambre’. Y él se cagaba de risa, porque siempre me decía ‘la Mona Villita’, por la Mona Jiménez, comparándome con el cantante cordobés”.

Más allá del personaje, también dejó una marca imborrable por lo que hacía bajo los tres palos. Villarreal lo describe con admiración:

“Lo describo a Hugo como un genio. Un tipo que rompió todos los moldes de lo que era un arquero normal. Su desfachatez, su forma de atajar… cuando él decía que hacía la de Dios, o cuando paraba una pelota entre medio de las piernas y levantaba las manos, o cuando atajaba una pelota con la mano y se la tiraba por arriba de la cabeza del rival. Le vi hacer cosas en ese año que lo tuve como compañero que realmente me sorprendieron como arquero. Además, con 43 años, entrenaba a la par de todos. Para mí fue un genio del arco”.

Con 765 partidos en Primera División, es uno de los jugadores con más presencias en la historia del fútbol argentino. Jugó hasta los 44 años, defendiendo la camiseta de Boca hasta el final. Después se reinventó como panelista, donde mantuvo su estilo sin filtro, frontal y polémico. Pero su figura ya estaba construida: el Loco fue eterno mucho antes de irse.

Hoy, Gatti es parte del folklore. Está en los libros de historia, en los videos de archivo, en los relatos de los hinchas y, sobre todo, en la manera moderna de entender el puesto de arquero. Fue un adelantado, un revolucionario, un showman y un maestro. Lo lloran los hinchas, lo recuerdan los compañeros, lo envidian los rivales y lo imitan, aunque sin éxito, quienes intentan ocupar su lugar.

El fútbol va y viene, La Plata es lo que importa este domingo en el Bosque

Por Malena Mendoza 

Gimnasia y Estudiantes de La Plata se enfrentarán por la fecha 13 del Torneo Apertura el domingo a las 15:30 en el estadio Juan Carmelo Zerrillo. Ambos equipos llegan al encuentro con una racha negativa; Estudiantes viene de dos derrotas consecutivas de local tras perder 2-0 contra Belgrano por la Fecha 12 del torneo y 2-1 contra Universidad de Chile por la fase de grupos de Copa Libertadores. Por su parte, Gimnasia acumula cinco partidos sin ganar, con tres derrotas y dos empates: su último triunfo fue el 23 de febrero cuando le ganó a Atlético Tucumán por 1-0. 

En el local está en duda la participación de Pablo de Blasis, por una contusión en la rodilla izquierda. De todos modos, integra la lista de convocados por el entrenador Diego Flores. En el equipo visitante no jugarán Joaquín Tobio Burgos ni Alexis Castro, ambos por lesiones musculares; Castro en el bíceps del muslo derecho y Tobio Burgos en el recto femoral. El local no contará con Pablo de Blasis tras una contusión en la rodilla izquierda.

En lo que será la edición 189º del clásico platense, el historial favorece al Pincha, que supera con 67 victorias a las 51 del Lobo, mientras que en 70 oportunidades hubo empate. Tres de los últimos cinco enfrentamientos terminaron igualados y los dos restantes con una victoria para cada equipo en condición de local. Estudiantes se llevó los tres puntos luego de ganar 4-1 el último clásico el 28 de julio del año pasado, siendo el primero que ganó de local desde su vuelta a UNO en noviembre de 2019; Gimnasia registra su última victoria el 19 de marzo de 2023, cuando venció 2 a 1 rompió una racha de 13 años sin ganarle a su máximo rival.

El recibimiento de los hinchas y la posibilidad de jugarlo sin público, estaba en duda tras una serie de tres enfrentamientos que ocurrieron entre barras bravas de ambos equipos entre el 25 y el 29 de marzo. En una disputa por el manejo de la seccional local de la UOCRA, los incidentes dejaron al menos nueve heridos, entre ellos Cristian Camilleri, líder de la barra de Gimnasia, 21 fueron los detenidos, dentro de los que se encuentra Iván Tobar, jefe de la barra de Estudiantes. Finalmente, este miércoles llegó la autorización de Aprevide que permite a la hinchada de Gimnasia realizar su recibimiento bajo ciertas restricciones. No habrá reducción del aforo pero quienes tengan derecho de admisión, prohibición de ocurrencia o se hayan visto implicados como partícipes de los incidentes, tendrán la entrada impedida. Tampoco están a la venta las entradas generales, por lo que solo podrán ingresar los socios del Lobo. 

El cuerpo arbitral estará encabezado por Darío Herrera y lo acompañarán Gabriel Chade y Adrián Delbarba como primero y segundo asistente, Fernando Echenique como cuarto árbitro; el VAR contará con José Carreras, que será asistido por Mariana De Almeida. El árbitro del encuentro, ya había dirigido el Clásico en cuatro oportunidades, de las cuales se destaca el 4-4 disputado en el Bosque el 5 de diciembre de 2021. Al finalizar dicho encuentro, tras la remontada de Estudiantes que lo perdía 4-2, las declaraciones de Leandro Díaz y Mariano Andújar generaron polémica. El Loco Díaz, jugador de Estudiantes en ese momento y autor del cuarto gol declaró: “Lo empatamos porque la gente paró de cantar cuando iban 4-2 porque son cagones”; por su parte, el arquero Mariano Andújar sostuvo: “Me hicieron cuatro goles, es la primera vez que mi hijo ve que me hace un gol Gimnasia, mi hijo tiene 11 años”. Los autores de los goles del encuentro habían sido Brahian Alemán a los 44’ y Luis el Pulga Rodríguez a los 31’, 34’ y 60’ para Gimnasia, y Gustavo Del Prete a los 23’, Nicolás Pasquini a los 40’, Fabián Noguera a los 65’ y Díaz a los 79’. De ese partido, tanto Leonardo Morales en Gimnasia como Bautista Kociubinski se mantienen en la plantilla de sus respectivos clubes.

La previa, con los pibes del club

Facundo Di Biasi y Santiago Núñez afirmaron que “no van a negociar el empate”, durante la conferencia de prensa previa a lo que será el clásico platense del próximo domingo.

Facundo Di Biasi, el jugador de Gimnasia que disputará su primer clásico profesional, dijo que aunque no se les están dando los resultados, el equipo genera situaciones y está preparado. “Tengo el apoyo del técnico, también de mis compañeros. Eso es muy importante para mí. Siento un orgullo enorme por estar dentro de la cancha, por mi familia, mis amigos, por mi club”.

 Por su parte, el jugador de Estudiantes Santiago Núñez declaró que, si bien vienen de dos derrotas duras (contra Universidad de Chile por Copa Libertadores y con Belgrano por Liga Profesional), toman el clásico con mucha responsabilidad y sabiendo que es un partido de mayor trascendencia. “Es un partido distinto, personalmente lo vivo de una manera muy especial porque salí del club, Estudiantes es mi segunda casa”. 

 

 

¿En qué piensa Damián Stazzone?

Por Juan Tobías Graib

Espalda, cuádriceps, bilaterales, isquiotibiales. Contra el córner izquierdo y sobre una colchoneta azul, Damián Stazzone elonga separado de sus compañeros, que llevan a cabo esa tarea entre charlas y risas. Pasa de estiramiento en estiramiento sin hablar, pero no deja de atender a algún llamado del preparador físico Marcelo Salusky y acepta los mates que le llegan. 

Falta un día para cerrar la Liga de Futsal contra Atlanta, en la fecha 38. El segundo puesto y, por ende, los play-off, están asegurados. A diferencia de los días de semana, la propuesta de este sábado es menos intensa. La mirada de Stazzone no dice lo mismo. 

Piensa. Medita lo que hará después de esta mañana soleada en el Polideportivo Roberto Pando, casa gloriosa de su San Lorenzo de Almagro. No es una más: hace cinco meses, decidió patear su retiro como jugador para fin de año, cuando entendió que la ‘5’ impregnada en su espalda, a centímetros de su tatuaje de Oktubre, no estaba lista para ser usada por otro jugador. Comprendió que, en plena temporada -y como en las diecinueve anteriores-, su posición de cierre era irremplazable. Lo sigue siendo.

No se ve en Perú. Falta una semana para que dirija a la Selección Argentina Sub-20 en el torneo Sudamericano de Lima. No tendrá la lista de convocados definida hasta el lunes, pero la incertidumbre no le pesa. “Como todo Sudamericano, va a ser muy parejo”, soltó. “Nuestros jugadores juegan en primera y juegan mucho. Quizás, en los torneos anteriores iban chicos que estaban, pero jugaban poquito o recién arrancaban. Eso nos da también la ilusión: saber que tienen mucho roce, mucha competencia, que están acostumbrados a competir en situaciones límite”.

Límites. Junto con una camada histórica de jugadores, Stazzone llevó esa palabra a definiciones impensadas. Con la ‘2’ albiceleste salió en todas las fotos: con la Copa del Mundo de 2016 y la Copa América de 2015, bajo el mando del trascendental Diego Giustozzi; con la Copa América 2022 y la del subcampeonato mundial de 2021, con Matías Lucuix a la cabeza. 

Desde Italia, el pívot y excompañero suyo Leandro Cuzzolino contó lo que le aseguraba Stazzone a esa Selección: “Fue un tipo muy duro en la parte defensiva. Cuando marcaba a los mejores pívots del mundo sabías que iba a defender todo. Entonces, vos te sentías tranquilo porque sabías que atrás tenías dos o tres especialistas que te hacían evitar muchos dolores de cabeza. Por el tipo de juego de él, de anticipar al rival, estábamos tranquilos porque teníamos a uno de los mejores defensores”.

En julio de 2022, Stazzone se cambió los cortos por el buzo: él y Santiago Basile empezaron a coordinar las selecciones juveniles. Para el último Mundial de Uzbekistán de 2024 fue ayudante de campo del joven Lucuix, en la segunda medalla de plata consecutiva.Lo viví peor que cuando era jugador”, confesó mientras esbozaba una mueca. “Sufrí mucho más porque me sentí con mayor impotencia de no poder correr, meter, ni ayudar dentro de la cancha. Y con más tensión, mucha más. Cuando sos jugador, desde la entrada en calor te vas descargando, sintiéndote activo, generando adrenalina y eso para mí es más fácil”.

Pero no confunde los contextos. Sabe que, cuando le toque pensar en el nombre por nombre, lo hará en uno de los pocos momentos que no tenga a San Lorenzo en su cabeza. Tobías Arce, arquero del ‘Ciclón’ y dirigido por Stazzone en la Argentina Sub-20, se estira a diez metros suyo y cuenta: “En el entrenamiento es un compañero más y en la Selección es el técnico. Está esa diferencia, de saber entender el momento, pero la verdad es que ‘Dami’ es un genio. Siempre tiene las palabras y los consejos justos. Hay DTs que te gritan de todo y no te dejan nada, y él transmite mucha paz a la hora de hablar, de comunicar las cosas y de enseñarte. Creo que tiene un plus, ese tacto que al jugador le llega. Lo que tiene que decir es correcto y pega justo en la tecla. Es algo que me sorprendió mucho”.

Esteban Pizzi, además de ser el preparador físico de las selecciones de futsal, fue testigo de todas las facetas de Stazzone con la celeste y blanca. Lo conoció en su primera convocatoria, en el marco de los Juegos Odesur de 2010, y lo va a acompañar a Perú en busca del Sudamericano. “Damián es lo que a mí me gusta llamar ‘entrenador de partido’, al que nada lo saca del eje en ningún momento”, atestiguó, sobre aquel al que considera un amigo del futsal. “Sobre todo con jóvenes, me parece muy importante porque los jugadores suelen tener estados de emociones muy dispares, a diferencia de un adulto que tiene un poco más de equilibrio y madurez a la hora de tomar decisiones, tanto en cancha como afuera. El chico, producto de la propia juventud, pasa por esa montaña rusa de emociones y me parece que un entrenador de estas características es muy importante.”

Su genio lleva el color azulgrana. Desde que nació el 31 de enero de 1986, Stazzone vive el club como vivió su infancia en Flores -la que él describe como la de un pibe de barrio “al que le iba bien en el colegio, pese a ser quilombero“. Jugaba a la pelota en la calle con sus amigos, hermanos y primos, mientras pasaba los días en San Lorenzo: “Muchas situaciones de ir a vacacionar al camping y de estar en la pileta todo el verano”. Y de ir a la cancha, pero eso nunca lo perdió.

Cuando terminó de jugar al papi fútbol con 13 años, no pensaba en el futsal como una posibilidad remota hasta que Fernando Berón le acercó esa chance. Como no podía ser de otra manera, le sugirió ir a probarse a San Lorenzo. En ese entonces, y hasta que debutó en la primera categoría en 2004, ni los pensamientos más utópicos le hubieran deparado una trayectoria de catorce títulos con el club de sus amores

Pero antes de ser capitán y bandera, fue pibe y escolta. Sentado en la tribuna del ‘Pando’, su director técnico Nicolás Valdez recordó los tiempos en los que eran compañeros de equipo: “Cuando él subió, estaba en un plantel complicado y muy amateur. Me acuerdo de una charla cuando estábamos en Brasil: íbamos a jugar la Libertadores y era su primer torneo internacional. Íbamos caminando… nosotros éramos un bardo. Y me dice ‘Che, gordo -me dice gordo- estoy preocupado. Los veo muy relajados a ustedes’. Y le dije ‘no, ‘Dami’. Nosotros somos así’. Pero esa Copa la terminó jugando. En el 2006, ya estaba entre los dos cuartetos. Y después se fue formando, tuvo gente que lo fue acompañando y lo fue guiando durante todos los años para ser lo que es hoy”.

Pasó el tiempo. Con él, llegaron los cambios: en Boedo, se construyó el Polideportivo Roberto Pando y el futsal dejó de hacer de local abajo de la Platea Sur del Estadio Pedro Bidegain; tuvo dos ciclos en el futsal italiano- con el SS Consilina en 2011 y en CBM Matera para 2021. Conoció a su pareja Micaela. Estudió y se recibió de Licenciado en Comunicación en la Universidad de Quilmes, sin la intención de usarlo como una vía de trabajo.

Conoció el compañerismo y lo llevó con él. Juan ‘Galle’ Rodríguez, excompañero suyo en el ‘Cuervo’ y actual ala en el club América del Sud, analizó esa característica: Todos sabemos que Damián es hincha de San Lorenzo y que las situaciones del club- como la económica- le deben doler incluso más que a los demás. Por ejemplo, yo soy de América y a mí no me gustaría que, el día de mañana, mis compañeros no quieran entrenar porque el club está atrasado. Me dolería. Cuando el grupo estaba en esas situaciones, Damián era el primero que se ponía al frente, que iba a pelear y conseguía cosas. Eso también le da el respeto de los demás porque no es una persona que mira por sí solo. Al contrario, se dejaba él para lo último y ponía al grupo por delante.

Ganó siete ligas de primera división y seis copas nacionales. Tuvo una vista de lujo a la Copa Libertadores de fútbol en 2014, con él y su familia en cancha. Como la primera vez, ganó la Libertadores de Futsal en 2021. Derribó mitos: se la ganó al equipo brasileño Carlos Barbosa, máximo ganador del certamen (4), y fue el único equipo argentino en llevarse ese galardón en la historia. Una vez más, los libros escribieron el apellido Stazzone.

Apiló la colchoneta junto a las demás. Agarró una pechera verde y se puso a jugar un partido improvisado. Detrás de sus compañeros, anticipa a los del otro equipo por el aire y al ras del piso de madera laqueada. No es impasable, pero no deja a pata al resto. Pide la pelota y, con un movimiento, deja a Ulises Silguero solo frente al arco. Tira un lujo y se lo festejan. En ese ambiente casi familiar, de gritos y cargadas, Stazzone parece serio. Quieto. Los años le demostraron que, muchas veces, corre innecesariamente y que sabe cuándo sí y cuándo no. Con 38 años, disfruta de sus últimas andadas a su manera: pensando.