Por Francisco Moro
En la calle Miguel B. Sánchez al 1050, dentro del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD) muchos deportistas se encuentran realizando, por la mañana, por la tarde y por la noche el trabajo que no se aprecia. Independientemente de cómo se encuentre el establecimiento, el mal estado, deterioro de su estructura y de su poco mantenimiento por parte de la Secretaría de Deporte de la Nación, en las canchas de atletismo, una vez dentro, el clima cambia, se respira deporte y se percibe el compromiso que cada uno tiene. Los gritos de esfuerzo o de satisfacción ingresan muy rápido al oído. Caso contrario es el de un aula de la Universidad de Buenos Aires (UBA) donde el único que habla es el profesor. Hay mucho silencio, ruidos incómodos de bancos antiguos y algún que otro sonido proveniente de la calle que distrae a más de uno. Las jornadas de las personas que estudian y que persiguen su sueño de ser profesionales en lo deportivo se convierte en una rutina cambiante.
Existen diversos ejemplos de personas en Argentina que hicieron su carrera universitaria al mismo tiempo en el que se desempeñaban como deportistas, pero también en los que comenzaron a estudiar mientras se centraban en lo deportivo y que luego del retiro finalizaron la formación con un título universitario debajo del brazo. Melina Sirolli fue gimnasta olímpica en Sydney 2000 con 16 años y hoy es docente de Historia de la Arquitectura en la UBA. Siempre estuvo arraigada al deporte, desde chica, ya que la gimnasia artística es algo que se comienza a practicar a los cuatro años debido a su capacidad de desarrollar coordinación y equilibrio. Realizó primero, segundo y tercer año en River, en donde entrenaba, iba al colegio y volvía a las prácticas por la tarde. A la escuela iba solo los miércoles, para hablar con los docentes y sus compañeros y pedir lo que estaban haciendo. Después rendía exámenes trimestrales con el contenido unificado en una sola prueba. “Cuarto año fue el de los Juegos, y me dejaron libre porque la escuela dejó de tener esa flexibilidad y sistema de evaluación. Lo dejé así y luego rendí el cuarto año, y quinto lo cursé y hacía gimnasia-escuela-gimnasia”. Antes vivió lo que es un Juego Olímpico desde adentro en Sydney 2000 con 16 años: “Era muy chica, hay mucha presión en muchos aspectos; en la comida, en el peso. Me quedó algo de sobreexigencia. Es tanta la que hay en la gimnasia que muchas chicas han llegado a dejar la escuela. Muchos entrenadores las llevan también por ese camino, y hoy creo que no ha cambiado demasiado”.
En 2001 Sirolli comenzó su travesía en el estudio universitario con el Ciclo Común Básico (CBC) de Medicina. “Hice menos de seis meses y luego me ofrecieron continuar en las universidades de Oklahoma y Utah, en Estados Unidos, debido al deporte, pero estuve muy poco allí”. Retomó en 2003, en Argentina, y esta vez se tomó el estudio más en serio y comenzó a entrenar mejor para la selección. “Es muy difícil hacer ambas cosas al mismo tiempo, es imposible. En mi caso, era chica, y el entrenamiento era distinto a lo que es ahora con las nuevas tecnologías y las metodologías avanzadas”. Luego del primer cuatrimestre comenzó con la preparación para los Juegos Panamericanos de República Dominicana de 2003 y el Mundial de Estados Unidos del mismo año, que para ella fueron los últimos como gimnasta artística. “Dejé Medicina, no quise seguir por el desapego que me generaba y en 2004 comencé con Arquitectura”. Sus padres son arquitectos, pero cuenta Sirolli que no quería estudiar Arquitectura para no tenerlos detrás. “Hice unos años, me fracturé el cuello, quedé internada y casi quedo paralítica, y a finales de 2007 arranque acrobática (tumbling)”. Aldo Barborini, quien fue su entrenador y hoy lo hace en la selección de México, cuenta cómo la veía cuando iba a las prácticas: “Los días previos a un parcial ella seguía enfocada en el deporte, por lo menos cuando estaba conmigo. Nunca la limité de que no hiciera lo que ella quisiera teniendo en cuenta que es una disciplina muy exigente y estricta. Ella era muy responsable e insistente a la hora de realizar un ejercicio; si no le salía lo intentaba hasta que lo consiguiera”.
En 2004, en el momento de la lesión, Sirolli pudo centrarse en los estudios y luego siguió también con los entrenamientos en paralelo, ya que tumbling no era exigente con las prácticas. “Cuando viajaba por el deporte, en la facultad me lo permitían”. Sylvia Kornecki, su docente de aquel entonces de Historia de la Arquitectura, cuenta que una vez le presentó un certificado que expresaba ser deportista y que tenía que viajar. “Recuerdo que estuvo ausente unas dos semanas, y eso lo tuve en cuenta a la hora de corregir sus trabajos. Veía que cuando regresaba estaba comprometida con la materia y no la dejaba. Era muy buena alumna; de hecho terminó con un ocho de promedio”. Sirolli se dio cuenta de que quería terminar la carrera y de que no lo hacía por hobby cuando regresó de un viaje y muy rápido se puso en contacto con un compañero para saber los contenidos que se había perdido. “Melina no se destacaba por encima del resto, pero participaba en clase lo justo y necesario. Su compromiso y responsabilidad son grandes cosas que puedo destacar de ella”, afirma Kornecki.
Cuenta Sirolli, refiriéndose a los días previos a un parcial, que se las ingeniaba “como podía”, ya que se le juntaban el estudio y el entrenamiento, y era muy difícil concentrarse en una. “La facultad es muy rígida a la hora de la entrega de los trabajos, depende del profesor que te toque también podés arreglar para que los tiempos de presentación sean diferentes”. A finales de 2009 se retiró y, dos años después, se recibió de Arquitecta. “Hice un corte importante sobre la gimnasia, no seguí ligada y me costó mucho alejarme. Yo siempre tuve la suerte de que mis padres me pudieran mantener, pero es muy complicado llevar la gimnasia y el estudio al mismo tiempo. Considero que hoy debería de haber un psicólogo que te ayude después del retiro y al comienzo de reinsertarse en el mundo real”.
Delfina Merino pasó de atacar en hockey, a recibirse en la carrera de Derecho de la UBA, y defender lo que estaba bien o mal en un juzgado como abogada. Aún no ejerce, pero Merino comenta que el día de mañana es mejor tener un título, ya que “del hockey no se vive”. Integró la camada de las Leonas ganadoras del Mundial de Rosario 2010 y del tercer puesto en Holanda 2014, y en 2018 fue elegida como la mejor jugadora del mundo por la Federación Internacional de Hockey. Siempre se desempeñó con el palo entre sus brazos. Desde chica, y con tan solo meses, sus padres la llevaban a verlos jugar, ya que también estaban arraigados al hockey en el club de toda su vida, Banco Provincia. La escuela San Nicolás de Olivos, donde hizo toda la secundaria, siempre fue muy exigente; era doble escolaridad y bilingüe, por lo que la complicaba con los tiempos. “Siempre traté de llevar ambas cosas a la par, intentaba prestar atención en clase, no me distraía, ya que después el tiempo que tenía para estudiar en casa era mucho menos porque estaba bastante en el club”. A los 18 años fue seleccionada para comenzar los entrenamientos con la Primera y tenía doble trabajo: hacía sus prácticas aparte y además las generales. “Esto también me llevó a volver a casa muy tarde, a tener que estudiar de noche, pero me di cuenta de que me sirvió mucho porque me enfocaba muy rápido. Entraba en un ritmo de estudio que me daba mucha constancia y facilidad”. Una vez finalizada la secundaria comenzó con su carrera universitaria en abogacía. “Cuando terminé estaba dudando entre estudiar Derecho o Psicología: me hice un test vocacional y me salió eso”. Cuando Merino cursaba por cuatrimestres trataba de hacer una o dos materias, tres no por la exigencia que le transmitía el alto rendimiento. “Lo que siempre me inculcaron en mi casa es que aunque sea haga una, que la vaya haciendo despacio. La constancia fue lo que a mi me salvó y lo que me permitió poder recibirme a finales de 2020”. Su decisión de comenzar una carrera fue el pensamiento de que en un deporte amateur no está a salvo en lo económico, solo si juega en Las Leonas. “En Argentina pasa eso, más allá de que hayas generado medallas y trofeos; si no es algo profesional, como el fútbol, el deportista queda muy relegado a la hora de terminar su carrera. El día de mañana si necesito trabajar es distinto tener un título o no”.
De su paso por el estudio y el deporte, cuenta Merino qué la ayudó mucho: “Me convertí en una jugadora más inteligente. En el momento en el que el hockey era bastante en mi vida, si no tenía otra cosa me abrumaba en lo mental. Tuve la posibilidad de salir de esa burbuja, de conocer otra gente y de tener otra herramienta a futuro”. Los temas psicológicos aparecen, más al ser chica y con muchas cosas de golpe, como fue su debut con Las Leonas en 2009. “Mi carrera universitaria fue un desafío personal, y la alegría de aprobar parciales era como ganar partidos. Nunca me enloquecí con el estudio”.
Los profesores de Merino en la UBA cuentan que tenían la consideración al igual que con cualquier otro deportista, puesto que presentaba el certificado que avalaba que se iba a jugar afuera del país y le cambiaban el día del parcial. Siempre la pudieron entender antes y después de un viaje. Además, sus docentes comentan que Merino se sentaba en la primera fila, que la veían que prestaba atención y que si tenía alguna duda se acercaba. Siempre estuvieron a disposición para poder ayudarla. “Yo creo que también lo hacían porque veían que me interesaba mucho y que lo quería hacer”, cuenta Merino. Hoy con 35 años juega de forma amateur en Banco Provincia, el club en el que todo comenzó cuando tenía cinco años, y comparte plantel con chicas mucho más jóvenes que estudian Derecho: “Las trato de ayudar con algunos apuntes. La mayoría está en una carrera y eso es buenísimo”.