sábado, diciembre 6, 2025
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Cuando entrenarse es repetir hasta que duela

Por Bautista Mendiburu

El caucho se despega del césped sintético cuando rueda la pelota. Enrique Sánchez, entrenador y fundador de Metz Academy, academia de perfeccionamiento individual de fùtbol, toca el silbato y frena el ejercicio. “Es cuestión de repetirlo hasta que salga; la clave es la constancia, pronto verán resultados”, dice, y sus cuatro alumnos escuchan atentos mientras sobrepasan el frío de la mañana de agosto en Pilar. La cancha tiene algunas líneas marcadas y conos. Cada pase, cada tiro al arco, está pensado para pulir lo que al jugador le falta. Simular situaciones que los profesionales de fútbol van a vivir en los partidos, y hacerlo miles de veces, para que luego en el partido salga lo mejor posible. Entrenar en una academia no es un lujo: es una inversión en el futuro.

Desde hace cuatro años, en Buenos Aires suena el nombre de Metz Academy, un espacio pensado para que los jugadores trabajen lo que el club no alcanza a pulir. Bajo la conducción de entrenadores como Enrique Sanchez, profesor de educación física y creador de Brainplus (Neurociencias aplicadas al deporte), la propuesta se centra en la repetición, la técnica y el detalle: controlar mil veces hasta que salga natural, rematar mil veces hasta que se vuelva instinto. 

Felipe Hernández ahora está lejos, en Missouri, Estados Unidos, entre entrenamientos de fútbol profesional universitario y estudios de administración de empresas. Pero recuerda los entrenamientos en Metz: “Esos centros con efecto, los mil controles, son cosas que sigo aplicando acá”. Aunque esté lejos, sigue entrenando con el objetivo de convertirse en jugador profesional de fútbol. Esa impronta le permite seguir creciendo como jugador, como también creció en Armenio y su cuna, el barrio Aranjuez, con la sensación de que esos entrenamientos en Buenos Aires siguen guiando su manera de jugar.

Por otro lado, en Benavídez, se encuentra la Academia Control Orientado. Es un proyecto que creció rápido, en 2021, impulsado por todas las familias de alumnos que buscan mucho más que fútbol: quieren formación y oportunidades reales para sus hijos. La mirada no está solo en lo que pasa dentro de una cancha de fútbol, sino también en disciplina, valores y sentimientos. Mateo Veraldi fue testigo del nacimiento de la academia. El delantero surgido en Control Orientado, estuvo desde los primeros días, cuando en la academia, los jóvenes ya se entrenaban con ganas de aprender. El esfuerzo de Miguel Cisterna y Tomas Veraldi, los fundadores, rindió frutos. Mateo Veraldi entrenó en el plantel superior de Colegiales, una puerta que se abrió gracias al tiempo que pasó perfeccionándose.

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En la academia Metz, los chicos llegan recién despiertos, algunos abrigados con más de una capa de ropa. Enrique Sanchez arma el primer ejercicio: control orientado con la suela y pase a un toque, desmarque para recibir de frente y remate cruzado. El cronómetro marca series de tres minutos. En cada pausa, siempre hace una corrección: “perfila el cuerpo”, “no esperes la pelota”, “mirá el arco antes de definir”. En el borde de la cancha, algunos padres presenciando el entrenamiento mientras el caucho se acumula en pequeñas montañitas sobre el alambrado. Un perro duerme al sol. La práctica sigue.

En Benavídez, un sábado al mediodía, aprovechando la fecha libre propuesta por la AFA, la tribuna de madera junta familias y mates. En la cancha, Miguel Cisterna ordena un circuito de pases diagonales, con controles hacia afuera para evitar la presión y cambios de frente a la carrera. “Pases precisos y al pie hábil del compañero”, dice. Mateo Veraldi, desde un costado, toma tiempos y corrige posturas. Cuando un juvenil erra, se repite sin reproche. Se busca la perfección, esa repetición que sea excelente, con pases firmes, buenos controles, desmarques, y que finalice en gol. 

Sánchez explica: “Acá nadie viene a inventar nada. Trabajamos lo que funciona: control, pase, remate. Lo que le falta a un juvenil es repetir hasta que salga automático”. Su voz se mezcla con el golpe de la pelota contra el botín y con el sonido de cansancio de chicos que todavía no son mayores de edad pero sueñan como si el debut estuviera a la vuelta de la esquina. Usualmente, los alumnos de la Academia Metz son de clubes ubicados en zona norte: Real Pilar, Pilar FC, Tigre, Platense.

Hernández, del otro lado de América, vive lo mismo de este método de perfeccionamiento. “Allá (Argentina) muchos no entrenan fuera del club o universidad. Nosotros crecimos con esa cabeza: la del sacrificio por sobre todo”, cuenta. En los campus universitarios de la ciudad de Missouri aprende a convivir con rutinas largas y viajes, pero siempre recuerda esos movimientos que aprendió en las frías mañanas en Metz: preparar el cuerpo antes del balón, orientar el primer toque a la zona libre, atacar el espacio desde atrás. Cada tanto manda un mensaje a Sánchez y le cuenta cómo le va en los partidos o entrenamientos. La relación no se corta, porque cada vez que vuelve por el receso del torneo universitario de los Estados Unidos, vuelve a optar por entrenarse en Metz Academy. 

Cisterna, en la academia de Benavídez, baja la intensidad cuando ve que la técnica comienza a fallar. Les pide repetir el control con sutileza. Después sube el ritmo de a poco, hasta que el gesto vuelve a ser limpio y natural. No hay apuro. El apuro suele ser el enemigo del detalle: cuando uno hace rápido las cosas y sin pensar, vuelve a aparecer el error. Mateo Veraldi sostiene que todo lo que aprendió fue mirando y entrenando. “Acá no te enseñan solo a ganar un partido: te enseñan a jugar bien. Después, cuando te sale, el resultado llega solo”, dice. La frase queda en el aire mientras arma conos para un rondo. El juego propone una sola salida posible y obliga a leer antes de que la pelota llegue.

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El fútbol argentino, a veces contado desde los grandes nombres, estadios o campeonatos, también está en estos centros de perfeccionamiento y alto rendimiento. En predios que no conoce nadie, en canchas de tierra, en tardes de calor y mañanas de dos grados bajo cero. Lo que sucede ahí no sale en la tele, no lo saben los hinchas que insultan cuando un jugador da mal un pase, pero queda en el conocimiento de quien lo hace. Se trata de aprender a entrenar, que es otra forma de aprender a esperar el momento de hacer esos pasos para convertirse en futbolista profesional. Porque la carrera no es lineal: está hecha de pequeñas decisiones a lo largo de los años. Un pie de apoyo al lado de la pelota, un medio paso antes del salto, un hombro que se abre en el último segundo y hasta un movimiento de cadera para perfilarse bien.

La precisión no rompe la magia; siempre va estar esa parte del fútbol que es impredecible, la imaginación para hacer gambetas y engañar al contrario. Pero también se trabaja el gesto para que, cuando aparezca la jugada, se ejecute como si fuese natural. Esa naturalidad “entrenada” es una cualidad formada en silencio, durante semanas, meses, años. Sánchez lo resume con una imagen: “Cuando un pibe entiende que el control es el comienzo de todo, el que mejora todo tipo de jugada, el resto empieza a ordenarse”.

Hernández trae otra historia. En un entrenamiento de fútbol con el primer equipo, la pelota viene mordida y picando. Antes se le iba larga. Ahora, baja el centro del cuerpo, orienta el empeine y la duerme hacia afuera. El lateral rival queda a contramano. El entrenador del plantel superior se sorprende, ve un cambio en él. Son gestos que no se ven en un video corto, pero deciden una jugada. “Eso aparece cuando ya lo hiciste muchas veces”, dice. Cuando los entrenadores notan estas mejoras, los futbolistas suben en la consideración; los detalles son los que luego definen las jugadas, los goles y los partidos.

Mateo Veraldi no suele hablar de talentos, sino de hábitos, de trabajo, de sacrificio. Señala la muda de botines en una bolsa, el mate apoyado lejos del campo, la puntualidad. Dice que la disciplina es el primer paso a la grandeza. No todo lo importante de un futbolista está dentro de un campo de juego. El respeto, el compañerismo y la empatía, dice, son fundamentos claves para convertirse en profesional. Hace hincapié en que el jugador que aprende a corregirse, aprende también a leer el partido. El día que entiende y asimila, el error deja de ser un tropiezo para convertirse en señal, en otra oportunidad para mejorar. Observa a un grupito que se queda después de la hora para patear pelotas paradas. Mueve un cono dos centímetros, vuelve a mirar el arco, les pide que imaginen un contrario en la barrera. Cuando la pelota entra, no hay gritos: hay una respiración que se afloja. “La próxima, igual pero más rápido”, dice. Y se ríe, porque sabe que la próxima será igual, y después otra vez, hasta que el cuerpo responda solo, hasta que salga de memoria. 

Del otro lado del ramal Escobar, en Pilar, cae el sol y se termina la última sesión de entrenamiento del día en Metz. El sol ya no pega de frente y el frío regresa con la tardecita. Sánchez junta los conos, guarda el silbato y deja una última indicación. “Mañana es lo mismo: repetimos. Es la única manera”. Los chicos se sientan. Detrás de ellos, la cancha queda vacía, esperando a que pase la noche para volver a recibir alumnos que repitan, repitan y repitan.

En Benavídez, más tarde, el viento trae olor a pasto recién cortado y vuela el polvo de esa cancha abandonada, la que solo se usa para hacer la parte física, la más odiada por los alumnos. Miguel Cisterna y Tomas Veraldi ordenan el cierre del entrenamiento del primer equipo con una serie de pases a dos toques que terminan en pared y remate. Mateo Veraldi recoge pelotas y vuelve a acomodar los conos. No hay música ni indicaciones, solo el sonido de la pelota Puma N° 5 saliendo limpio del botín y el golpe seco contra la red o los guantes de los arqueros.

Hay historias de futbolistas que terminan en un debut en un equipo afiliado a la AFA, puede ser primera, segunda, tercera o hasta cuarta división, otras en un viaje, otras en una carrera distinta. El final queda abierto. Puede ser un contrato, una beca, un torneo o el simple orgullo de haber entrenado bien. Lo que queda es el método, que es también una forma de carácter y algo que sirve para todos los ámbitos de la vida. Volver al mismo movimiento, corregir lo que salió mal, insistir con paciencia. En el fútbol, como en la vida, nadie garantiza el éxito, pero sí hay una manera de hacer las cosas para cuando la oportunidad llegue. Y la manera es esta: repetir hasta que el cuerpo hable por sí solo.

Sánchez deja una frase que sus alumnos ya conocen: “El fútbol es repetir hasta que te salga perfecto, y cuando te sale, volver a repetirlo”. Felipe Hernández, desde Missouri, contesta con un mensaje simple: “Sigo con lo mismo”. Cisterna mira el reloj y cierra el portón del predio de Control Orientado. Mateo Veraldi apaga las luces de la cancha. El predio queda quieto. Mañana, otra vez, alguien tocará el silbato y se volverá a repetir lo mismo.

El Reconquista y su deuda con el deporte argentino 

Por Renzo Terzian

Mientras el Congreso debate la recuperación de la autonomía del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD), la Pista Nacional de Remo y Canotaje —situada en Tigre, sobre el tramo final del Río Reconquista— atraviesa una gran contradicción. Al mismo tiempo que se discute cómo garantizar fondos para becas, traslados y concentraciones, los remeros intentan entrenar en un cauce donde el agua enferma a los atletas. Es el contraste entre la política que promete apoyo al deporte y la realidad de un escenario que lo castiga. 

En paralelo a la discusión por la recuperación de la autonomía del ENARD, los botes se alinean sobre el agua espesa del Reconquista. Desde lejos, el río parece sereno, pero basta con acercarse para que ese espejismo se rompa. Un olor agrio, parecido al de una cloaca abierta, se mezcla con el humo de las lanchas. Plásticos, ramas y pedazos de espuma flotan con lentitud sobre una superficie gris. Cada brazada levanta burbujas de aire atrapado entre los residuos. Los remeros ajustan los movimientos para no salpicarse la cara porque saben que un simple roce puede terminar en una infección. 

“Somos embajadores de todo un país y nada, remamos en una cloaca a cielo abierto”, dijo Ariel Suárez, ex remero olímpico, con un tono más de cansancio que de enojo. 

El deterioro del lugar comenzó hace 40 años y fue producto de malos manejos políticos. En 1985, después de una crecida, las autoridades municipales decidieron romper el cerramiento que protegía la pista de la contaminación. Lo hicieron para aliviar un riesgo inmediato, pero con esa acción abrieron el paso para que los desechos de distintos municipios llegaran hasta los bajos que mantenían el nivel del agua. Daniel Concilio, presidente de la Asociación Argentina de Remo, recuerda aquel momento con precisión. “En el año 85 estaba cerrado ahí el puente de la línea como le decimos nosotros, donde comienza la pista nacional de remo, y cayeron 300 mm de agua en una hora. Ahí entraron en pánico a nivel municipal. Pensaron que se podía inundar parte de los lugares cercanos a la pista y fueron y rompieron”

La cuenca del Río Reconquista se extiende por 18 municipios del conurbano bonaerense y además forma parte de un sistema más amplio: 134 cursos de agua que totalizan unos 606 km, de los cuales 82 corresponden al propio río. Ese entramado hidráulico no solo

complejiza el saneamiento, sino que hizo que sea casi imposible aislar la pista de remo del flujo contaminante que venía de toda la cuenca. Los inventarios técnicos señalaron decenas de basurales y relevamientos que registraron más de setecientas toneladas acumuladas. Si se suman los residuos de toda la cuenca, la cifra asciende a cientos de miles de toneladas, dependiendo del método de medición. Más allá de las estadísticas, el paisaje habla por sí solo: el agua tiene un color oscuro, espeso, que absorbe la luz del mediodía y deja una película aceitosa en los cascos de los botes. El viento trae un olor rancio, como una mezcla de barro fermentado y residuos estancados. 

Practicar en esas condiciones requiere adaptarse a lo que el río impone. Las sesiones de entrenamiento, que deben medirse en tiempos y ritmos, se interrumpen para esquivar bolsas o desechos. Los entrenadores cambian recorridos para evitar zonas con exceso de sedimentos. “La pata del motor tocó el fondo. Se levantó el piso, nos quedamos enganchados”, dijo Martín Bonini, entrenador nacional, mientras observa las hélices marcar círculos en ese invisible suelo marrón. 

Las consecuencias son múltiples. Desde lo técnico, la densidad del agua aumenta por la cantidad de sólidos suspendidos, lo que altera la comparación con marcas internacionales. “Desde el punto de vista técnico estamos en un agua más densa por la contaminación y la suciedad. Nuestros tiempos de referencia se vuelven imposibles de comparar a nivel mundial”, admitió Concilio. Desde lo económico, el daño alcanza incluso a las embarcaciones. “Este es un bote alemán que costó alrededor de 20.000 euros. Es mucha plata, y los botes tienen agujeros y golpes por todos lados”, cuenta Oriana Ruiz, mientras recorre con los dedos las grietas de su casco. 

El impacto sanitario llega tarde o temprano, con infecciones intestinales, erupciones cutáneas y cuadros de descompostura que se repiten en la mayoría de los deportistas. “Todo el tiempo tenemos que remarcar la higiene, que no se toquen la cara y que se limpien los botes. El material se deteriora con la contaminación, y aparecen casos de infecciones intestinales y patologías en la piel”, explica Lorena Bembible, directora técnica de remo adaptado. En los entrenamientos, el agua salpica y se mezcla con la transpiración. Ese mínimo junte basta para enfermar: “Mi hijo entrena todos los días y llegó a estar una semana descompuesto. No toma el agua, pero al salpicar, ingresa contaminación por los poros del cuerpo”, asegura Silvina Morales, integrante del consejo directivo de la Asociación Argentina de Remeros Aficionados (AARA). 

Ariel Suárez sufrió en carne propia las consecuencias. Durante una preparación mundialista, una infección derivada del contacto con el agua lo dejó dos meses en cama. “Si

la bacteria me llegaba al corazón, no estaría hablando con vos ahora”, confiesa. Francisco Pfaab, director técnico de la categoría Sub-19, describe ese riesgo invisible: “Lo grave es que ese aire que está ahí son gases. Eso significa que el suelo está contaminado con metales pesados”, advierte. El fondo del río, más que barro, funciona como un archivo de años de polución. 

En los últimos monitoreos, el ente autárquico que coordina y ejecuta acciones vinculadas con el saneamiento ambiental (COMIREC) detecta concentraciones de plomo, zinc y cromo superiores a los valores guía de la Organización Mundial de la Salud. Los estudios también revelan la presencia de hidrocarburos y residuos cloacales que llegan a la pista arrastrados por el flujo de la cuenca. En algunos sectores, la superficie del Reconquista muestra un movimiento irregular, como si pequeñas burbujas ascendieran desde el fondo y explotaran en la oscura superficie. Ese comportamiento del agua, que a simple vista parece menor, acompaña un nivel de materia orgánica que excede en un 70% lo permitido para usos recreativos. Ese diagnóstico confirma lo que los deportistas sienten cada día en el cuerpo y deja en evidencia la escala del problema ambiental que atraviesa todo el recorrido del río hasta desembocar en Tigre. 

Las soluciones existen, pero no avanzan, los proyectos técnicos proponen mangas de contención para detener los residuos flotantes, vertederos asimétricos para mantener el nivel del agua, colectores cloacales y plantas de tratamiento para cortar la fuente de efluentes. “Con dos vertederos de cota asimétrica, con treinta centímetros menos, la pista se mantiene llena”, explicó Concilio, refiriéndose a una de las obras hidráulicas pendientes. El problema no es técnico sino político. La cuenca abarca dieciocho distritos con intereses distintos, y la fragmentación diluye las responsabilidades. El COMIREC y el municipio de Tigre impulsan pedidos concretos, como la reposición de mangas de contención. Mientras, programas financiados por organismos internacionales incluyen colectores y estaciones de bombeo. Aun así, la continuidad de las obras se pierde entre gestiones, y la pista acumula señales de esa inacción: carteles de proyectos que ya no tienen fecha, maquinaria estacionada en la orilla y tramos del canal donde las intervenciones quedan a mitad de camino. 

Creado en 2009, el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD) nació para financiar becas, equipamiento y viajes de atletas argentinos. Su presupuesto proviene de un impuesto del 1% sobre la telefonía celular, pero en 2017 ese esquema se modificó y el organismo pasó a depender de las partidas del Tesoro Nacional. Esa decisión lo dejó expuesto a los cambios políticos. En 2024, con el recorte de fondos y la pérdida de autonomía, las becas se redujeron un 30%. “El mes que viene no tienen plata para pagar

becas”, advierte Cecilia Carranza, campeona olímpica. Su denuncia vuelve a poner en agenda el lugar que ocupa el deporte en la política pública argentina. 

En paralelo, el debate sobre el ENARD sigue abriendo grietas entre la dirigencia deportiva y los propios atletas. Las demoras en los pagos de becas y la falta de fondos para cubrir viajes o concentraciones vuelven a exponer la fragilidad de un sistema que, pese a producir medallas, depende de la buena voluntad política. Los remeros del Reconquista no están al margen de esa crisis. Entrenan en un escenario contaminado y, al mismo tiempo, ven cómo el presupuesto nacional para infraestructura deportiva se achica. Los clubes acumulan deudas, los entrenadores buscan recursos propios y muchos atletas combinan los entrenamientos con trabajos temporales. “Cuando cortan los aportes, lo primero que se frena son las obras”, explica Daniel Concilio. Las mangas de contención, los vertederos y hasta los simples relevamientos ambientales quedan totalmente postergados. 

El conflicto entre la falta de recursos y la realidad cotidiana en la pista también se refleja en las palabras de los entrenadores. “Es un riesgo y creo que nos está sacando gente del deporte, porque los padres o los mismos chicos lo evalúan”, dice Francisco Pfaab, técnico de la selección sub-19. Su advertencia se repite en los clubes. “La gente que estamos acá ya lo naturalizamos, pero esto no es normal”, insiste Ariel Suárez, con la autoridad de quien remó por dos décadas para el país. 

Esa normalización es el síntoma más silencioso del problema. Los deportistas crecen acostumbrados a ese olor insoportable del río y al color tan desagradable del agua. Algunos jóvenes piensan que ya es parte del paisaje. “Esto no es solo una cuestión de entrenamiento, es de salud pública. Hay chicos que entrenan todos los días en estas condiciones y terminan con fiebre o irritaciones”, advierte Pfaab, que conoce la pista desde hace décadas. Silvina Morales resume el deseo de muchos: “Hoy acá en Tigre queremos que este río se limpie, que se cumpla el proyecto que tanto esperamos. Queremos tener una pista que sea una imagen para todo el mundo, donde las competencias puedan hacerse acá, una pista olímpica”. 

La orilla muestra lo que los discursos no alcanzan a tapar. Brigadas de limpieza retiran desechos cada semana, pero el caudal sigue trayendo más y más contaminación. Las tortugas se suben a neumáticos porque son testigos de lo que hay debajo, las ratas cruzan las orillas entre botellas vacías y ramas secas. Los entrenadores saben que los operativos son un paliativo. Para revertir la contaminación se necesitan obras de gran escala, la coordinación de municipios y una decisión que trascienda los mandatos políticos.

Suárez insiste en que la contaminación no siempre se veía. Desde lejos, el río puede parecer sereno, pero basta con acercarse para descubrir otra escena en la avenida costera que bordea la pista y permite una vista limpia del canal: “Ahora lo ves, está muy lindo desde el Camino de los Remeros, se ve hermoso, se ve lindo. Pero le digo a la gente que se baje a un costado, que se anime a acercarse al agua, que vea el agua, que se anime a meter la mano, a ver si se anima. Los deportistas, tanto remo como canotaje, como todos los clubes, no tienen otra opción que venir a remar acá. Son los chicos, los futuros embajadores del país, que tienen que remar en esta cloaca”, advierte el exremero. 

El dilema se resume en cómo sostener el alto rendimiento sin exponer a los atletas a peligros evitables. La respuesta depende de decisiones concretas y sostenidas en el tiempo, porque para cambiar el presente del Reconquista hace falta presupuesto, coordinación y mantenimiento. Si el país pretende recuperar los fondos destinados al deporte, debe también invertir en la infraestructura que lo hace posible. 

La Pista Nacional de Remo y Canotaje sigue siendo un escenario de contrastes. Allí se forman atletas que compiten en el mundo mientras que el entorno los enferma y los desgasta. Hasta que la técnica y la política se encuentren en una misma decisión, cada entrenamiento continúa siendo un acto de resistencia. Remar se convierte en sobrevivir al barro y a la espuma. Cada brazada lleva consigo mismo el deseo de una medalla y la evidencia de una deuda que todavía sigue inconclusa. 

Entre los entrenadores que conocen la pista desde hace décadas, algunos aún sostienen la idea de que el Reconquista puede recuperarse. La esperanza no nace de la ingenuidad, sino de haber visto ríos transformarse en otras partes del mundo. “Quiero que vuelva a ser la misma pista que yo conocí cuando tenía 14 años, con agua limpia. Nos bañábamos en el río o mi papá, que también era remero de acá de Tigre, me contaba que tomaba el agua. Es viable que se solucione este tema, yo creo que es con trabajo, lo veo posible porque en otros lados del mundo pasó lo mismo. En Inglaterra, el Támesis, la cuna del remo internacional, vivió una etapa de este estilo, con esta calidad de agua, y lo revirtieron. ¿Por qué no nosotros?”, reflexiona Francisco Pfaab, con un silencio seguido a sus palabras, pero no de resignación, sino de certeza, porque en ese río donde todo parece perdido, aún hay quienes creen que remar también es una forma de resistir. 

A pesar de todo, la pista sigue viva. Cada mañana, el murmullo de los entrenadores se mezcla con el chapoteo de los botes al tocar el agua. Los deportistas llegan antes de que salga el sol, acomodan los remos y salen a practicar, mientras que los que utilizan lancha revisan que no se les haya quedado algo pegado en el motor. Lo siguen haciendo porque

no les queda alternativa y además, aún en este río enfermo, persiste algo de lo que los había llevado hasta ahí: su sueño, la disciplina, el compañerismo y una fe que les permite seguir y soñar con que el agua alguna vez vuelva a ser transparente.

Rústicas Deporte Mixto: nadie se salva solx

Por Juan Tobías Graib

Desde su fundación en 1980, la Autopista 25 de Mayo le da techo a 70 predios con funciones múltiples. La mitad son usados como canchas de fútbol. Así, la memoria prevaleció por sobre la intención de su fundador Osvaldo Cacciatore, intendente de facto durante la última dictadura militar, que veía en los estadios -léase el Viejo Gasómetro y el antiguo de Fénix- estorbos para el Plan de Autopistas Urbanas. El deporte como acto de rebeldía, llevó a que el equipo mixto Rústicas encuentre allí su casa.

Escondida entre la Avenida San Juan y Cochabamba, la calle Bolívar abre su paso de la mano izquierda al Polideportivo Oscar Vázquez, filial del Club San Telmo. En ese empedrado que no ve el sol hace 45 años, se ponen cara a cara Monserrat y La Boca: dos gigantes porteños, que ven su naturaleza en un tráfico intenso, calles abarrotadas, gigantes arquitectónicos y gastronomía vintage para un turismo de finde largo. Este sábado no parece seguir esa lógica y pone sobre la mesa la serenidad de una ciudad fantasma. Aprovechando la contranatura, Leandro Amarelle estacionó el Chevrolet Agile gris en la puerta del club.

Ponemos el horario de las dos de la tarde, pero es muy difícil que se cumpla”, explica tras notar que él y su pareja, León Argento, son los únicos en el lugar. “De les 25 jugadores de Rústicas, la mayoría vive en la Zona Sur de la provincia y vive una situación económica ajustadísima. Te hace dar cuenta de que, en un montón de lugares, todavía no hay muchos equipos inclusivos”.

Leandro tuvo que inclinarse para saludar al portero del club. Sus dos metros de altura lo convierten en el tipo más alto de todo el predio -al menos a esta hora, porque solo dos de las cinco canchas de sintético están siendo usadas por niños. Tiene barba poblada y la camiseta puesta desde que se despertó. Además de ser un miembro fundacional de Rústicas, es actor y masajista profesional. Llegaron dos integrantes más y se pusieron a charlar a dos metros de la mesa larga improvisada para un cumpleaños. 

Esto surgió en 2021 como un equipo alternativo al masculino de  Defensores de Buenos Aires”, comienza a desarrollar León Peletay, arquero y cofundador. “Lo que nosotros necesitábamos -porque nació de la necesidad- era tener un equipo mixto o femenino, en el que le podamos dar la posibilidad de aprender y participar a cualquiera: no sólo al varón cis, al cual estábamos acostumbrados a ver en cancha. Y por otro lado también surgió de buscar un fútbol más pacífico y orientado a lo recreativo y a lo pedagógico. Hace tres años, hicimos una división más llamada Perros Callejeros, que sigue la misma premisa pero que tiene la particularidad de ser una escuela y un espacio social. Existe para que quienes no tienen experiencia tengan una base mínima, por lo menos para que no se lastimen solos en la cancha y no estén tan flojos físicamente cuando alguien venga a disputar la pelota. Ambos tienen la misma visión: que todo el mundo pueda jugar, no importa si sabe o no ni quien sea”.

–Cuando empezaron, ¿tuvieron como adversidad que se los vea inferiores deportivamente?

–Al principio nos costó muchísimo lograr un funcionamiento estable. Se trata de gente que tiene años de fútbol y tuvo el privilegio de poder aprenderlo de chico, jugando con una persona que por ahí todavía no sabe cómo dirigir un pase. Hoy nuestra mayor vulnerabilidad, es nuestro mayor orgullo: mucha gente que está con nosotros tenía muy poco roce y pudo tocar una pelota en este espacio. Y por otro lado también participamos de torneos y encuentros en los cuales no hay equipos mixtos ni femeninos, mientras no arriesgue la integridad física de ninguno de los jugadores. Porque tenemos el convencimiento y la certeza de que somos todos iguales y que los lugares se habitan, con nuestra impronta y sin violencia.

Mientras elonga con su uniforme verde, León rememora una situación en el que Rústicas afirmó sus principios dentro de la cancha: “En el último torneo en Santa Fe, tuvimos que frenar y abandonar la final porque pasó a ser agresiva. De hecho, a uno de nuestros chicos le dijeron: ‘dejá de llorar y jugá como hombre’. Ese fue el puntapié para proteger a nuestro jugador y corresponder a nuestro pensamiento. Entonces agarramos la pelota y nos fuimos. Nosotros no tenemos miedo de perder un torneo, un partido o un trofeo- que al fin y al cabo, es un pedazo de plástico. Queremos proteger a nuestros jugadores. Creo que eso es una de las cosas que más enriquece y por la cual la gente se siente protegida en un deporte que es muy difícil de aprender si no lo dominaste de chico”.

Para entrar a la canchita que da a la calle Cochabamba, hay que hacer una L hacia la izquierda y atravesar el predio de futsal. De los veinticinco jugadores, solo asistieron diez. Llegó un grupo de hombres con la camiseta del Olimpia de Paraguay. Saludaron sonrientes y siguieron de largo hasta el fondo. “Hoy nos toca entrenar con este sol, lamentablemente”, dice Leandro, viendo cómo se terminan de ocupar las canchas escondidas por la autopista. “Venir acá y ponerte una camiseta con una bandera del orgullo y habitar espacios donde no están acostumbrados a ver eso es un acto político. Y nosotros, aunque no seamos todos del colectivo, si dejamos de hacerlo apoyamos la invisibilización”.

Leandro y León son pareja hace ocho años y viven juntos en Barracas. León es la pieza futbolera de la relación, pero el apoyo de Leandro y de Alejandro Lopez -el tercer cofundador de Rústicas, hoy ausente- fue indispensable para hacer el sueño posible. “Yo no juego nada a la pelota, pero León me empezó a pedir ayuda en algunas cuestiones y sin darme cuenta empecé a involucrarme, y a involucrarme, y a involucrarme… y acá estoy, metidísimo”, confiesa Leandro, entre risas. “Fue por amor y porque no solo encontré un grupo de gente que viene a jugar, sino también una cuestión muy social”.

Cuando Guido Mazzini entra a precalentar, parece un jugador más en vez del entrenador del club. Con la camiseta de la Selección Argentina 2016 y un pantalón negro, empezó a dar vueltas en círculos y saludar uno por uno a los y las jugadores/as. Futbolísticamente, es el más fornido del grupo: jugó desde su infancia y, cuando conoció a León Peletay en un torneo de F8, no se imaginaba la chance de dirigir y mucho menos estar al mando de un equipo mixto: “Una fecha en la que ellos tenían un torneo, fuimos una hora antes, conocí al grupo, charlamos un poco de fútbol y de nosotros. Entre comillas dirigí ese partido, porque al único que había visto era a León y así arrancamos”.

Al llegar, Mazzini entendió que su manera de dirigirse a cada uno iba a tener que variar de las jergas del fútbol unisex al que estaba acostumbrado hasta hace un año, cuando pisó Rústicas por primera vez. Los únicos ámbitos mixtos en los que estuvo fueron laborales y educativos. Según él, emplear nuevos modos le desarrolló mayor empatía y una mejor comunicación.

Para explicar la historia detrás de cada integrante, Mazzini los diversifica: “Podemos encontrar tres grupos comunes de casos: uno de gente que jugó hasta los 20, que dejó por cuestiones de la vida y ahora que son más grandes están retomando. Después tenés otro- diría que mayoritario- de gente que nunca pudo jugar porque, por algún motivo, sufrió algún tipo de discriminación o no se sentía cómodo en donde jugaba y así lo fue postergando. Ahí varía mucho la edad, pueden ser chicos de veinte hasta de treinta años. Ellos encontraron acá, tanto en Perros Callejeros como en Rústicas, un lugar para poder jugar y que esté todo bien. Y después tenés a los que lo hicieron toda la vida y les gusta el deporte. Pero el factor común que une a los tres es esas ganas de jugar de un modo, si bien intenso y comprometido, que sea sin esa parte extremadamente competitiva. Uno a veces habla del futbolista frustrado, que quizás va fuerte por demás o se sarpa en la parte verbal. Pero eso es lo que los une a todos: un fútbol sin violencia ni mala leche”.

Leandro mira a todos elongar y saca videos con su celular para subirlo al Instagram del equipo. Cuando termina de dar vueltas a la ronda con su cámara en vertical, se dirige a su mochila tirada en el córner derecho. “Me voy a poner a colgar las banderas”, determina mientras abre el cierre superior. “Hay clubes a los que no te dejan pasar ni con las camisetas de otros clubes. Acá en San Telmo nunca nos dijeron nada. Eso es un acto político por parte de ellos, de aceptación; de con algo muy suave, abrazar al colectivo”.

Mientras despliega el primer banderón, se le viene a la memoria el sitio en el que hicieron de local hasta junio: el Polideportivo Don Pepe. Gestionado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, fue la casa de Rústicas durante cuatro años. Era el lugar ideal para Leandro y León, al estar cerca de donde viven y al darle la posibilidad de jugar sin abonar a quienes tuvieran bajos recursos. En 2024, un desconocido empezó a hablar a la cuenta oficial de instagram -de la que Leandro es el administrador- y los bombardeó a preguntas: sus horarios habituales en el club, los nombres de quienes lo manejan, hacía cuánto usaban el predio como sede. Ingenuamente, Leandro esperó que concrete una fecha para ir a probarse como jugador o un atisbo de intención de participar en el equipo. 

Cuando llegaron a Don Pepe el sábado siguiente, no les dejaron colgar las banderas de Rústicas. Unos meses más tarde, el personal del polideportivo les indicó que debían pagar un seguro mensual por las personas que participaban y les dijeron que ya no podían dar clases. Su única opción para pedir el espacio fue la solicitud vía mail: fueron cuatro meses esperando respuestas. Desistieron. 

Ahora hay una movida bastante grande por eso”, agrega Leandro, alzando las cejas con aflicción. “Otro equipo denunció algo parecido y lo llevamos a políticos para poder hacer eco. Antes teníamos un Ministerio de Deporte que acompañaba las políticas que necesita el deporte LGBTQI+. Nosotros también como espacio recibimos un aporte suyo: nos dieron pelotas, zapatillas, y cosas que hoy no funcionan y que no están pasando. Las nuevas políticas hacen que todos los avances, lo que se logró alguna vez, retroceda”.

Para sacar la segunda bandera de la mochila, Leandro debe dejar las camisetas sobrantes en el sintético. Entre quienes faltaron hoy en el equipo, está el arquero titular: Oniryah, un chico no-binario. “Es el exponente máximo de lo que logró Rústicas”, detalla con la voz entrecortada. “Es una persona que… sufre algún tipo de nivel de autismo. Y cuando llegó no sabía hacer absolutamente nada. Los primeros ejercicios que hizo fue respirar. León le enseñó. Siempre terminaba en zonas que no lo hacían feliz por el nivel de ansiedad que maneja, pero cuando le regalamos unos guantes y agarró el arco fue otra persona. Ella misma nos dijo: ‘nunca nadie me dio la posibilidad de ocupar el lugar que quiero ocupar’. Un día estábamos generando la nueva camiseta y nos trajo un diseño que había hecho: hoy lo llevamos todes”.

Leandro volvió a sentarse en la intersección de la mitad de cancha y el córner izquierdo. Arriba suyo, flamean los escudos de Rústicas y de Perros Callejeros con una inundación de colores de fondo. El paredón de rejas perdió su protagonismo y, por momentos, tangibilidad. El mate, ya lavado, siguió recibiendo agua de un termo con un sticker de la estrella marina descubierta por el CONICET y con una inscripción en Comic Sans: “Nadie se salva solx”.

Marcelo Alderete: “El 2025 fue mi año, aunque me haya lesionado”

Por Juan Cruz Albornoz

Estaba en su mejor momento. Había dejado a todos boquiabiertos luego de haber corrido por 24 horas seguidas en el Backyard Ultra (carrera en donde se debe completar un circuito de 6,7 kilómetros cada hora sin parar hasta que quede uno solo). Su ilusión por representar a Argentina crecía, pero arrastraba una molestia en la pierna que lo alejaría de la competencia por al menos 2 o 3 meses. Sin embargo, hace un balance general con una sonrisa y una satisfacción digna de alguien que superó con creces sus objetivos.

Brindó la entrevista sin vueltas y hasta llegó a ofrecer hacerla en su casa. En cada pregunta que responde demuestra una calma y paciencia absoluta. Por momentos el internet fallaba pero él se iba moviendo de habitación en habitación para intentar resolver el problema. Finalizó el diálogo con un: “Cualquier cosa que necesites, volvemos a coordinar, y gracias por escribirme”. 

Su presente no es casualidad, es el resultado de toda una vida preparándose y compitiendo. Marcelo Alderete se comporta como un profesional a pesar de ser un deportista amateur. Desde pequeño ya se movía, pero fue recién a los 19 años que comenzó a correr, cuando se mudó a Punta Alta, una pequeña localidad ubicada a 25 kilómetros de Bahía Blanca. Allí, entre los paisajes del lugar, le agarró aún más el gusto a la actividad. Reconoce que es más fácil que en otras zonas. Desde entonces nunca se detuvo, y hace 6 años que intensificó sus entrenamientos para alcanzar su mejor nivel. Esta dedicación se vio reflejada en los innumerables títulos que consiguió. Pero aunque tenga una repisa repleta de consagraciones, “él siempre fue el mismo”, aseguran quienes lo conocen.

“Al principio le daba mucha importancia a los trofeos. Me gustaba recibirlos, me gustaba tenerlos, y que cuando la gente entrara a mi casa pudiera verlos. Con el tiempo me dejaron de importar tanto, hoy los veo como un pedazo de plástico que junta polvo en algún mueble. Me gusta verlos porque me recuerda las experiencias que viví. Tengo algunos acá en la repisa y muchos otros repartidos por la casa. En mi mesa de luz, en el comedor, ya ni sé dónde los dejo”, contempló mientras los miraba.

Lo que logró en el ámbito deportivo tiene doble mérito cuando se conoce su vida por fuera de él. Además de usar el cuerpo para los circuitos, lo usa para el trabajo. Todos los días va a un taller de materiales de construcción, carga y descarga un camión que luego maneja. Luego va a otro dedicacado a la carpintería, en donde vuelve a hacer actividad física, esta vez con madera. Como si fuera poco, es electricista en el tiempo que le queda, y en el otro restante entrena.

–¿Cómo es un día a día tuyo?

-Me despierto a las 6.30 de la mañana. Entro a trabajar al taller (de materiales de construcción) a las 7 y salgo a las 13. Almuerzo y voy directo a la carpintería. La tarde y parte de la noche la paso ahí. A eso de las 22 termino, voy para mi casa y me espera mi señora con la ropa de entrenamiento lista. A las 11.30 vuelvo de correr, me baño y me espera para comer. Tuve mucha suerte con la mujer que conocí, es un ángel. Después de la cena me voy a dormir que al día siguiente a las 6.30 arriba de nuevo. Así termina un día de mi vida.

–¿Cómo te preparás para una carrera, tenés un entrenador personal?

-Sí, tengo uno. Todos los días entreno con él a la noche. Por día corro al menos 10 kilómetros, y algunos domingos. Son los días más pesados de todos. Hago pasadas de 30/40 kilómetros con poco descanso entre series. Igual siempre digo que lo más importante es la cabeza, mucho más que el cuerpo.

–¿Y cómo entrenás la cabeza?

-No la entreno como tal. En una carrera estás solo con tus pensamientos, y con el tiempo y la experiencia, uno aprende a manejarlo. Por suerte también tengo mi mujer que me acompaña mucho y mi entrenador que me ayuda con esto además de con lo físico. Mis amigos ya saben como es mi estilo de vida y me bancan cada vez que no puedo ir a algún plan o tengo que volverme antes. Estoy muy cómodo con la gente que me rodea y eso hace la diferencia.

–¿Qué pasa si un día no podés o no tenés ganas de correr esa distancia?

-En la semana entreno siempre, pero me pasa cada tanto que hay domingos que no tengo ganas de salir a correr y elijo quedarme en casa tomando unos mates con mi señora. Eso siempre y cuando no esté preparándome para ninguna competencia, porque cuando estoy enfocado en una carrera no puedo darme el lujo de no entrenar.

–¿Hay una estructura alimenticia que llevás adelante?

-Sí. En general me cuido con las comidas y las bebidas, pero estando a 2 o 3 meses de una carrera no tomo nada de alcohol ni gaseosa, ni nada que afecte el riñón, como las frituras por ejemplo. Como corredor es esencial cuidar al riñón, por eso siempre estoy bien hidratado.

–¿Consumís algún tipo de suplemento?

-Tomo creatina (dietético que aumenta el rendimiento en ejercicios de alta intensidad y corta duración) hace tiempo y hace poco mi entrenador me recomendó que consumiera colágeno (proteína clave para la piel, los huesos, los tendones, los ligamentos y otros tejidos conectivos), así que lo incorporé.

–¿Para las carreras qué alimento llevás en la mochila?

-Eso es súper personal. Siempre me llevo geles (suplementos energéticos en forma de gel, diseñados para suministrar carbohidratos de rápida absorción y energía), especialmente mermeladas. Y por supuesto, agua. Hay otras personas que entre carreras pueden parar en alguno de los puestos de comida que hay y comerse unas empanadas por ejemplo, pero yo nunca probé eso y con lo que uso me siento cómodo. Cada uno tiene su cuerpo y su estrategia.

El Backyard Ultra es una ultramaratón en donde los corredores deben completar un circuito de 6,706 kilómetros dentro de un intervalo de una hora. La particularidad que tiene son las pausas. Una vez terminada la vuelta, esperan a que inicie la siguiente. Si no la completan antes de que finalice el tiempo establecido, quedan eliminados. Saldrá victoriosa la última persona que se mantenga de pie. En los momentos frenados, los participantes aprovechan para alimentarse, hidratarse e incluso conversar con colegas.

–¿Qué significó para vos el Backyard Ultra?

-El Backyard no fue cualquier carrera. La disfruté muschísimo y la volvería a repetir todos los años. Creo que el Backyard es una forma de superarse casi sin darte cuenta. Al tener pausas, podes conversar más con el resto de participantes. Se vuelve un ambiente mucho más ameno en comparación al resto de ultramartones. Es una experiencia que le recomiendo a todo el mundo que haga.

En su primera Backyard Ultra en mayo de este año, Alderete corrió por 24 horas seguidas. Fueron 160 kilómetros. Se convirtió en la revelación de la competencia y la gente generó una expectativa en él de cara a la siguiente. En su segunda, tuvo algunas complicaciones. A pesar del buen ambiente que se había generado con sus compañeros, las condiciones climáticas hicieron que todo se torne cuesta arriba. Cargó con una mochila en la espalda y molestias en su pierna. “Pensé que era como cualquier otra molestia que te agarra en medio de una carrera”, confesó. Pero con el tiempo, se transformó en dolor. Sin embargo, ese no fue impedimento para que siga y sorprenda a Agustín Casajus, el actual ganador de la competencia y representante de Argentina, con quien fue par a par en lo que duró el evento. En San Clemente alcanzó los 140.7 kilómetros y 21 horas sin parar. Aguantó hasta donde su pierna le permitió, y así y todo logró posicionarse entre los 4 mejores de Latinoamérica y segundo del país.

–¿Esperabas que te fuera tan bien?

-Sinceramente nunca lo imaginé, pero porque hasta ese momento había corrido 8 horas seguidas y al Backyard fui con la mentalidad de superar ese récord. Cuando pasé esa marca, me sentí muy bien como para seguir, aunque con molestia en la pierna. Las condiciones climáticas hicieron que la carrera tuviera una dificultad mayor pero el ambiente con los compañeros ayudó mucho.

–¿Qué diferencias encontrás entre el Backyard y un ultramaratón sin pausas?

-La principal diferencia es que hay descanso. Tengo un cuerpo que se regenera muy rápido, por eso me mandé a participar con tranquilidad. Ese descanso me daba un aire extra que me renovaba. La gente piensa que por tener descanso es más fácil, pero no. Sigue siendo sumamente demandante. Me anoté buscando una experiencia y me econtré con un formato que no había vivido nunca. Uno que me permitió conocer gente con la que hoy mantengo un gran vínculo. Así que fue algo nuevo en todo sentido.

–¿Cómo te recuperás después de una carrera de esta magnitud?

-Luego de una carrera, no entreno por una semana. Mi cuerpo se regenera muy rápido, como dije, pero con el tiempo me di cuenta que es peor cuando me quedo quieto. Me recupero mucho mejor cuando, al día siguiente de correr, me muevo o camino. Si me quedo en la cama tirado me pongo duro. Además tengo que trabajar, y no me puedo dar el lujo de faltar porque competí, así que termino yendo igual. Después de correr en San Clemente, al día siguiente pedí el día, pero quien me reemplazaba no podía ir. Terminé yendo yo, y no me hizo mal.

–¿Es caro ser ultramaratonista?

-Tiene su costo sí. Porque al principio todo sale de nuestro bolsillo. Por mi estilo de vida no podía correr ciertas carreras, ya sea por el viaje que se me superponía con el trabajo, o lo que cuestan estos viajes. La mayoría de circuitos quedan lejos, así que generalmente me toca viajar. 

–¿Y cómo sustentás tu carrera deportiva?

-La gente de mi ciudad vio mi rendimiento y entusiasmo y se ofrecieron a ayudarme económicamente. Por eso armé una bandera para que cualquiera que quiera colaborar, pueda. Eso me dio más visibilidad, lo que hizo que se acercaran representantes y sponsors, quienes hoy me ayudan a financiar algunos de los gastos de las carreras.

Su última carrera fue el domingo 2 de noviembre en San Clemente. Logró completarla y ubicarse en el segundo lugar, pero el dolor en su pierna continuó. Ya era evidente que no se trataba de una molestia menor, por lo que fue al médico, quien le dijo que se trataba o de una tendinitis en su pierna izquierda, o de una fractura. Esta semana se realizará estudios para confirmar qué es lo que tiene. Sea lo primero o lo segundo, no podrá correr por lo que resta del año.

–¿Qué hay después del Backyard, qué metas tenés de cara al futuro?

-Mi señora me regaló un calendario de 2026 y lo primero que hice cuando me lo dio, fue anotar la fecha del Backyard que es en mayo del año que viene. Me hice muchos amigos en el último, y algunos me llamaron para que participara del próximo. Así que estoy motivado para eso.

–¿Y con respecto a correr para Argentina?

-Ese es mi objetivo principal. Lo que sigue es anotarme en maratones de 10/12 kilómetros, que me dan más chances de ser elegido. Pero por ahora me tengo que concentrar en la recuperación. En Sudamérica o en donde sea, me encantaría representar a Argentina.

 

Ansedes, entre la lona del taekwondo y las aguas

Por Matías Recchioni 

En el mundo del taekwondo se abre paso Clara Ansedes, una joven de 25 años que se destaca en la modalidad de Poomsae y participó en el Mundial de Goyang, Corea del Sur, en 2022 con la Selección Argentina. Además, fue medalla de oro juvenil en el Torneo Nacional de 2017 y en la Copa Argentina 2021. En los juegos JADAR 2025, celebrados en Rosario, también obtuvo el máximo galardón.

Empezó a practicar taekwondo desde los doce años, cuando el club en el que practicaba otros deportes, como gimnasia artística o natación, confirmó que agregaba la disciplina a su cronograma de actividades. Hace seis años que da clases de taekwondo para todas las edades en esa institución, ubicada en San Isidro. 

Lo que más destacó de la modalidad que practica, el Poomsae, es que se lo deja de ver cómo deporte para que se aprecie más el arte de quién lo practica. “Y eso lo traslado al día a día y a otros deportes. Viendo como cada persona en lo que hace muestra su arte”, agrega. 

Desde marzo, Clara está recibida como guardavidas, una carrera que eligió para mejorar como atleta. “Cuando terminé el secundario me anoté en instrumentación quirúrgica pero hice la mitad de la carrera porque me surgió la posibilidad de ir al Mundial y al Panamericano de Poomsae. Al volver estuve muy atrasada, no me fue bien y decidí dejarlo para concentrarme en el taekwondo. Quería estudiar algo relacionado al entrenamiento y ahí apareció el curso de guardavidas y me mandé”, explica.  

Clara fue convocada a la Selección Argentina de taekwondo y contó lo que le genera vestir los colores del país: “Es una piel de gallina tremenda, pareciera que fue ayer que estaba entrenando para llegar y ahora estoy hace seis años. Cuando llega el día de la competencia tenés que poner todo en el área (dónde se practica taekwondo) porque sino te estás faltando el respeto”. 

En los JADAR (Juegos Argentinos de Alto Rendimiento) fue ganadora de la medalla de Oro en Poomsae individual femenino, luego de vencer en la final a Mariana Carrizo. Junto a Fernando Gillette -quién también ganó en individual masculino- obtuvieron el mayor puntaje, y por lo tanto la medalla dorada, en la modalidad de parejas mixtas. Sacaron 8.666, 30 puntos más que los que se quedaron con la medalla plateada. 

“Me sentí muy contenta por haber logrado el objetivo para el que me preparé todo el año. Los JADAR era el evento del año para nuestra disciplina, así que obtener la medalla de oro fue muy gratificante”, reconoce.

Ansedes se entusiasma: su buen rendimiento en los JADAR de septiembre, su participación en el Torneo Nacional Clausura y los resultados que obtuvo durante todo el año le pueden abrir las puertas para volver a representar al combinado nacional en el Mundial que se disputará en Chuncheon, Corea del Sur, y continuar con su sueño para el año entrante, que es volver a representar a la Argentina en todos los torneos internacionales, y más que nada en los Juegos Odesur.

Los Juegos Odesur -o Juegos Suramericanos-, tendrán lugar en la Provincia de Santa Fe entre el 12 y 26 de septiembre de 2026. Se espera la presencia de más de 7000 atletas de los 15 países de todo Sudamérica, cómo Aruba, Guyana, Surinam, Curazao y por supuesto los más reconocidos. En ellos Clara va a tener la mira puesta para seguir compitiendo y dejar la bandera argentina en lo más alto del taekwondo mundial. 

 

Futsal: Estudiantil Porteño y la costumbre de salir campeón

Por Facundo Carratú

En el barrio de Ramos Mejía, se encuentra el histórico Estudiantil Porteño que logró uno de los hitos más importantes del último tiempo. Es el umbral de una gesta que, en el transcurso de solo unos años, ha cambiado el pulso del club y del futsal precisamente: tres ascensos, dos de manera consecutiva, y a partir del 2026 disputará la máxima categoría

En 2021, Estudiantil Porteño participó por primera vez en el futsal AFA. Es un suceso casi simbólico, porque para muchos el club había sido desde siempre sinónimo de actividades múltiples: deportes amateurs con sus respectivas categorías formativas y algunos torneos de salón. El cambio implicó no solo el uniforme, sino la estructura, los controles, los viajes, la exigencia y la rutina. El objetivo fue claro, adaptarse a la liga y pasar una etapa de transición en esta nueva competencia.

La gente se reúne y convive entre sí, sin importar el deporte que realice. El punto en común es lo social y el sentido de pertenencia. Cuenta con un bar que funciona como “bodegón” y es constantemente concurrido ya que está en el sector principal.

Luego de mantenerse en la Primera D, en 2022 arribó al club Juan Manuel Massola, reconocido director técnico que venía de ascender con Atlanta luego de derrotar en la final a River: “Desde un primer momento los jugadores se adaptaron a la metodología, personalidad y modelo de juego, eso generó un día a día muy lindo”, recordó sobre su primera experiencia en Porteño.

Hace de local en el colegio Salesiano Don Bosco, situado en Pereyra 1085, Ramos Mejía. Por el momento continuará ahí debido a que construir un 40 x 20 no está en los planes. El domingo se espera con ansias. Es el día en el que las tradiciones toman protagonismo: colgar las banderas, limpiar la cancha con la botella de agua en mano o ajustar algún agujero en las redes de los arcos. Son algunas de las acciones que nunca faltan, sumado a las cábalas individuales y colectivas de los protagonistas. 

El instituto tiene un predio amplio, los vestuarios con aroma a lona mojada, la cancha también es de handball por ende los palos son cuadrados y molestos a la vez. Posee una tribuna de costado y otra detrás de uno de los arcos. Pese a no ser locales dentro de Porteño, los más chicos acuden a todos los partidos para ver si el día de mañana hacen su lugar en la primera: “De repente un domingo al finalizar el partido comenzaron a bajar los jóvenes de la tribuna y de esa manera se fue transmitiendo el sentido de pertenencia”, concluyó Massola. 

Ascender implica un recuerdo para toda la vida pero también representa otro desafío con un nivel de exigencia más alto. Poco le importó a Porteño: consiguió el primer campeonato desde su ingreso a AFA y se coronó tres fechas antes. En 2024 disputó la Primera C y dominó la categoría de principio a fin. En 32 partidos jugados ganó 23, empató 4 y perdió solo 5. Derrotó 2 a 0 a la UAI Urquiza de visitante, y consumó así un nuevo éxito para la historia del club. 

Bien Porteños :: Olé - ole.com.ar

Ese campeonato fue más que un título, fue la validación de un proyecto deportivo consolidado desde el primer ascenso en 2022. Porque detrás del primer equipo están las inferiores que juegan un papel importante. Es prioridad que año tras año los chicos se formen para dar el salto a la primera división. 

En los alrededores la indumentaria de Porteño reluce a flor de piel, es casi una regla que al ingresar lleves una prenda del “Azulgrana”. Con espacios amplios que permiten evitar aglomeraciones. Porque no solo asisten para practicar algún deporte, sino también van a tomar un café mientras trabajan con su computadora o se reúnen previo a realizar alguna actividad. 

Finalmente en 2025, Estudiantil Porteño se consagró campeón de la Primera B cuatro fechas antes y ascendió por primera vez a la máxima categoría, tras una campaña histórica. Cosechó 70 puntos producto de 22 victorias y 4 empates a falta de un cotejo para que finalice el campeonato: “Es una locura, algo inolvidable por el cariño de toda la gente y el grupo que formamos nosotros”, sentenció Jorge Hernan Clapcich, experimentado pívot del equipo. El “Colo” comparte plantel con su hermano Diego “Chapa” Clapcich, quien cosechó su quinto ascenso personal: “Vine a este club con ganas de lograr cosas importantes, los primeros seis meses del año fueron duros pero al final todo tiene su recompensa”, agregó el “Chapa” que venía de sufrir diferentes lesiones en su paso por Arsenal, donde estuvo el primer semestre de la temporada.

Fue el segundo campeonato de forma consecutiva para el equipo de Ramos Mejía. En los pasillos del club las vitrinas se renuevan con los nuevos trofeos, y los socios que alguna vez observaron las fotos antiguas del baby fútbol, hoy disfrutan con los afiches y medallas del futsal que ascendió a la A. La identidad de Porteño se transformó; pasó de ser un club de barrio respetado a codearse con la élite del futsal argentino.

En la fecha 30 del torneo, el Azulgrana recibió a Atlanta con chances de sellar su ascenso de manera anticipada. El partido tuvo de todo: nueve goles, expulsados y una tribuna repleta al ritmo de los bombos y las trompetas. Todo terminó con final feliz para el local. Porteño se impuso por 5-4 con tres goles de su pívot: “Fue mágico, ni en el mejor de mis sueños lo pude haber imaginado de meter tres goles en un partido de esa envergadura”, comentó el “Colo” Clapcich. Incluso llegó a convertir con un hombre de menos: “Siempre es lindo hacer un gol en esta clase de partidos y más especial aún que se haya dado justo cuando nosotros estábamos en desventaja numérica”, declaró Federico Tavare, de los más experimentados del equipo.

El encuentro fue vibrante, palo a palo, con una intensidad a la altura de lo que estaba en juego y Lucas Miceli tuvo una noche para el recuerdo: “Es muy lindo, un premio al esfuerzo y a la perseverancia, uno viene de abajo y conseguir un bicampeonato es una satisfacción enorme”, argumentó el arquero y referente de Estudiantil. Además, se mostró agradecido con Massola ya que fue quien lo trajo a Porteño: “En el club no me conocían, y ver cómo se fue dando todo es increíble. Siempre tuve fe en este equipo, es un club muy ganador ya desde la Metro”, agregó Miceli.

Posterior a los festejos, ocurrió el ritual habitual al finalizar cada partido: la ronda de los jugadores y la gente. Esta vez tuvo la particularidad que se dio a lo largo de toda la cancha, fue la más grande que realizaron. Massola se metió en el medio, agradeció a su cuerpo técnico, jugadores y dirigentes. Finalmente le dedicó unas palabras a todos los hinchas y terminaron a los saltos festejando el tan ansiado ascenso a la A: “La ronda me la inculcó el club a mí, porque es la costumbre que ya tenían. Nosotros lo mantuvimos principalmente gracias al grupo que contagia de una manera que no se puede describir”, completó Massola.

Para comprender la magnitud de esta gesta, hay que detenerse y pensar en lo que es el club en sí. Una institución con historia en la Zona Oeste de Buenos Aires, reconocida por el buen trabajo en los diferentes deportes que alberga pero que le faltaba profundizar sobre uno en particular: el futsal.

Porteño campeón :: Olé - ole.com.ar

Es un proyecto que se ha ido consolidando con el correr de los años. A medida que el deporte fue creciendo, los clubes de barrio fueron los que más sufrieron el cambio. El motivo principal es el económico, el desafío está en cómo competir al máximo nivel cuando la economía no acompaña de la mejor manera. Hay diversas dificultades, algunas de ellas son: falta de recursos, viajes largos, canchas compartidas y doble turno de trabajo.

Actualmente Porteño tiene un buen pasar económico, gracias al aporte de sus socios que tienen diferentes categorías: “socios deportivos”  con una cuota ronda entre los 20.000 y 34.000 pesos -según si sos menor, cadete o mayor-, y los “socios generales”, que de cuota pagan 24.800 si son menores o 41.400 si son activos.

Es el laburo silencioso, de formar, de crecer, es la base por la cual puede seguir apostando por el futsal desde hace más de 5 años. Y lo que rodea a la disciplina es fundamental: los padres que llevan a sus hijos y esperan en la tribuna, el utilero que se encarga de que no falten las pelotas ni las pecheras, los hinchas que sin importar la hora y el lugar siempre están presentes. Ese entorno contribuye a que un ascenso no sea sólo deportivo sino también social; el barrio se siente parte y el club es la bandera.

En la semana la rutina se repite: los chicos salen del colegio y van directo al entrenamiento, en el medio se compran su botella de agua o bebida deportiva, con la cara sucia y las piernas lastimadas completan otro día en el club de sus amores y se vuelven con una sonrisa a sus casas.

Estudiantil Porteño campeón de Elite :: Olé - ole.com.ar

El plantel de la Primera suele llegar entre treinta/cuarenta minutos antes, se toman unos mates, acuden con el kinesiólogo, se ponen sus botines o zapatillas de acuerdo a lo que pida el preparador físico y saltan a la cancha para una nueva práctica. 

Ascender a la A del futsal argentino conlleva consigo un desafío que a muchos les cuesta: mantener la categoría. Por ejemplo, River estuvo cinco años en la B. Otros casos son los de Chicago, Atlanta o Villa la Ñata, tres clubes que acostumbran a estar en la A, hoy se encuentran en la segunda categoría. Para Estudiantil Porteño significa asumir que a partir de 2026 el club compite con la élite, que sus jugadores serán mirados de reojo no sólo por el famoso scouting sino que también para hacerse de sus servicios. Los juveniles tendrán su espejo y se darán a conocer.

El cambio es rotundo: la costumbre de jugar en las canchas del ascenso, donde la luz escasea y los vestuarios están sucios, quedó atrás. La falta de duchas o en el mejor de los casos de agua caliente, ya es anécdota. A partir del año que viene el “Azulgrana” será transmitido hasta por televisión.

Los tres ascensos en cinco años de Estudiantil Porteño son, en esencia, un sueño cumplido, que en algún momento pareció lejano pero hoy es realidad y debe asumirse como tal: “No es normal lo que logramos, por eso hay que celebrarlo. La clave fue mantener el proyecto, confiar en el grupo y adaptarnos a las categorías”, concluyó Massola.

El objetivo de llegar a la Primera A fue alcanzado, pero el camino no concluye, apenas comienza otro. Un nuevo capítulo para Estudiantil Porteño que les permite seguir soñando a quienes lo alientan de toda la vida desde la tribuna, ya sea por el futsal u otro deporte, o mismo también por la cercanía con el barrio. 

Bajo las luces de la cancha del Colegio Salesiano, tras el silbato final, el gol del ascenso derivó en un abrazo interminable donde quedó grabada la escena: la camiseta azul-navy ondeando, los jugadores con un habano en la boca, los cánticos clásicos y un festejo que todos los que estuvieron presentes van a recordar.

 

Épica y equilibrio: el mundo de Luciano Taccone

Por Valentino Sassella

Desde sus primeras brazadas en Quilmes hasta romper récords en la distancia más exigente del triatlón, el bonaerense se ha convertido en símbolo del esfuerzo argentino. Pero detrás del cronómetro también hay otros capítulos: el día a día, los vínculos, los miedos y los proyectos que habitan en los silencios.

Nacido un 29 de mayo de 1989 en Quilmes, provincia de Buenos Aires, Luciano Taccone se crió bajo la música insistente del tren Mitre y la leve brisa que bajaba del Río de la Plata. Allí comenzó su historia, una con sabor a agua, sudor y resistencia. “Siempre supe que quería estar en el agua antes que en la oficina”, suele decir con media sonrisa. Cuando de adolescente alternaba entre la natación y el ciclismo, poco imaginaba que su futuro lo empujaría a dominar los tres segmentos del triatlón profesional: natación, ciclismo y carrera a pie.

Aun así, los entrenamientos del Club de Natación de Quilmes marcaron la base: “Entrenar temprano los sábados, cuando sólo el sol y los entrenadores compartían la pileta, es lo que me condicionó para olvidarme del miedo al agotamiento”, confiesa. Su salto a la élite llegó con la selección argentina: representó al país en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, donde concluyó la prueba de triatlón individual en el puesto 48.

Pero lo significativo no fue sólo la cifra: fue el momento en que comprendió que el cronómetro no perdona, y que él tampoco lo haría con su propia voluntad. En 2019, Luciano alcanzó uno de los hitos más importantes del triatlón argentino: la medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de Lima. Ese logro rompió una sequía de 16 años sin podios nacionales en la disciplina. Entre eso y lo que vendría, entendió que para trascender había que pensar en grande, y preparar el cuerpo para algo más que la corta distancia.

En 2023 y 2025, Taccone le dio un giro mayor a su carrera: abrazó la distancia del Ironman 70.3 Brasil, con resultados arrolladores. En Florianópolis estableció un nuevo récord de 7 horas, 31 minutos y 46 segundos, dominando la bicicleta con un registro impactante de 4 horas, 9 segundos. Se convirtió así en bicampeón de la prueba y en uno de los pocos latinoamericanos que rivaliza con los grandes del mundo en la larga distancia.

Luciano Taccone se subió al podio en el IronMan 7.3 en Brasil

 

Cuando me subí a la bici ese día, supe que había algo distinto. No es que el cuerpo estuviera ligero; era que la mente había decidido quedarse, y no soltar”, dice Taccone, con esa voz que mezcla convicción y calma. Esa frase resume su evolución: ya no bastaba con llegar, ahora se trataba de dejar huella. Pese a los logros, Taccone no es sólo atleta.

En el plano personal mantiene una relación estable con la triatleta Romina Biagioli (foto) también elite en su disciplina. “Ella es el cable a tierra que ningún podio me da”, comentó hace unos meses en redes sociales. Ambos entrenan, comparten viajes, silencios y metas. Pero Luciano prefiere reservar parte de su intimidad: los entrenamientos pueden verse; los miedos, no tanto. En su casa de Córdoba, donde reside buena parte del año para aprovechar el clima y la altitud, hay un ritual fijo: desayuno a las seis de la mañana con mate libre, revisión del plan de entrenamiento del día y luego sesión de natación, ciclismo o pedestrismo, según corresponda. Entre dieciocho y veinte sesiones semanales no son una exageración: son su estándar. “Si voy a comprometerme, lo hago con todo o no lo hago”, afirma.

No todo es luz en este camino. Una lesión en el sóleo lo dejó con un 2024 difícil: la frustración, el bajón anímico, la duda. “La lesión fue una invitación a parar algo que no había parado en años”, comenta. Esa pausa le permitió reencontrarse con la lectura, cocinar para sí mismo y recuperar espacios que la exigencia del triatlón había eclipsado. En ese silencio obligado comprendió que el cuerpo es sólo un vehículo y que la verdadera resistencia también se entrena en la mente. Volvió a sumergirse en novelas de aventura, su género favorito para desconectarse, como Los Senderos del Viento de Mauro Estévez y ensayos de psicología deportiva como La Mente que Resiste de Clara Montovani. También retomó un viejo libro que lo marcó de adolescente, Agua Profunda, una ficción sobre un nadador solitario que busca su identidad a través del mar.

“Leer me ordena, me baja a tierra y me recuerda por qué hago lo que hago”, suele decir. Le interesan especialmente los géneros introspectivos: biografías, crónicas deportivas y relatos de viajes. Cada noche, antes de dormir, dedica media hora a lo que llama “lecturas que afinan la cabeza”. Su entrenador, Raúl Lemir, fue clave en el salto a la larga distancia. “Desde que comenzamos a pensar en el Ironman, Luciano entendió que ya no se trata de una carrera, se trata de una vida”, comenta Lemir. Esa frase resume el enfoque: no sólo más kilómetros, sino integridad, alimentación, recuperación y mente. “Luciano tiene un tipo de tranquilidad rara para este deporte: no se desespera, presiona de forma realista”, agrega.

Esa serenidad permitió que el quilmeño, ahora mitad cordobés por adopción, evitara el desgaste típico de quienes saltan de corta a larga distancia sin escalas. Su madre, Marta, recuerda esos primeros pasos: “Luciano era un nene que no se cansaba nunca. Había que sacarlo de la pileta a la fuerza, pero también tenía una sensibilidad enorme; cuando algo no le salía, se quedaba pensando horas. nunca fue de rendirse”. Su padre, Rubén, aporta otra mirada: “a mí lo que siempre me sorprendió fue su disciplina. tenía 12 años y se levantaba solo a las cinco para ir al club. Yo lo acompañaba, pero él ya estaba vestido antes de que yo prendiera la luz. lo de hoy no me sorprende: ya estaba en él”. Y su entrenador de la infancia, el histórico profesor Héctor Barrenechea, añade: “Luciano tenía una particularidad: escuchaba. en los chicos de esa edad es raro. absorbía cada corrección. Tenía una determinación tranquila, como si supiera que su camino iba a ser largo”.

En un deporte dominado por europeos y norteamericanos, el ascenso de Taccone adquiere dimensiones de símbolo regional. No porque busque protagonismo, sino porque su narrativa conecta con el esfuerzo, la autogestión y el deseo de trascender. Su victoria en Brasil deja un mensaje claro: “Un argentino puede marcar la historia”. En 2025 cerró una de sus mejores temporadas, pero no se da por satisfecho. La clasificación al Ironman World Championship en Niza marca el próximo paso. “Lo bueno de este deporte es que siempre queda algo por mejorar”, dice. Y lo dice sin arrogancia. Su mirada va más allá del deporte.

Luciano Taccone, el hombre de hierro en Brasil - Rugido Sagrado

Luciano suele repetir que el triatlón, aunque parezca individual, en realidad es un esfuerzo compartido. Habla del mecánico que ajusta la bici a la perfección, de la nutricionista que le cambia una rutina cuando el cuerpo se resiente, de los amigos que lo esperan con un asado cuando vuelve de un viaje interminable. “Si algo aprendí es que nadie llega solo. El mito del atleta solitario es eso: un mito. Lo que pasa es que el esfuerzo se ve de a uno, pero se construye de a muchos”.

A veces, cuando el entrenamiento lo permite, vuelve a Quilmes para visitar a sus padres. Camina por la costanera y reconoce que allí empezó todo. Le gusta llegar a ese punto donde el agua tiene olor a infancia. Suele pasar por el viejo club, mirar las piletas vacías y pensar en lo que vendrá. “Me gusta no olvidar de dónde salí. Porque eso te da hambre, pero también te da gratitud”, cuenta. En esos viajes al pasado se lo nota distinto: menos competidor, más hijo, más humano. En la intimidad, Taccone es detallista. Ordena sus cosas con un método casi quirúrgico: los geles energéticos por tipo, las zapatillas alineadas, la bici limpia al extremo. Es su forma de mantener el control cuando el mundo exterior se vuelve incierto. Tiene un cuaderno donde anota cada entrenamiento desde hace más de diez años: fecha, clima, sensaciones, pensamientos. “A veces leo cosas de hace años y me sorprende cómo pensaba. Me doy cuenta de que madurar en el deporte es también madurar en la vida”, confiesa.

También hay un costado espiritual que pocos conocen. Desde hace un tiempo practica meditación guiada y, según cuenta, eso le permitió bajar la ansiedad de la competencia. El silencio te enseña a escuchar el cuerpo antes de que grite. Antes corría para demostrar; ahora corro para entender.

Taccone no sólo compite: piensa. Tiene en mente crear, una vez que cuelgue la bicicleta, una escuela de triatlón para jóvenes de zonas vulnerables del Gran Buenos Aires. En ese proyecto imagina transmitir no sólo técnica, sino disciplina, autoestima y aspiración. “Lo que me dio el deporte lo quiero devolver, pero sin dar sin esperar; quiero sembrar”, afirma. Además, comenzó a escribir un libro de memorias deportivas y personales que incluirá capítulos inéditos: los primeros años en Quilmes, la duda antes de Río, la noche sola en Florianópolis tras romper el récord y la soledad que a veces reclama un atleta que vive fuera de temporada en el extranjero. Ese manuscrito aún sin título es una forma de diálogo consigo mismo y con su futuro.

TACCONE, Luciano Franco - ENARD

Cuando cruzo la meta, siento que dejo una pequeña huella para alguien que aún no nació y quiere creer que puede”, dice Luciano Taccone y agrega: “La bicicleta es donde hablo conmigo mismo; el pie corriendo es donde me escucho”. Sobre su vida personal reconoce: “Romina me recuerda que el deporte es parte de la vida, no toda la vida”. Y desde el equipo, Lemir aporta: “El gran logro de Luciano no es el tiempo: es la transformación que permitió que su vida y su deporte se integraran”.

Luciano Taccone es parte de una generación que reescribe los límites del triatlón en América Latina. No sólo batiendo récords, sino construyendo puentes: entre natación y bicicleta, entre talento y disciplina, entre triunfo y humildad. Su historia no es sólo la de un deportista de alto rendimiento, sino también la de un hombre que reparte su tiempo entre brazadas, ruedas, zapatillas, lecturas nocturnas y futuros proyectos. Cuando un cronómetro marque su próxima aparición, lo definirá un nuevo número, un nuevo logro. Pero lo más relevante permanecerá fuera de la tabla oficial: la historia de un hombre que entendió al deporte como escuela y como escenario, y que ahora se encuentra escribiendo lo que viene después.

Su legado no será sólo su nombre en un podio, sino el reflejo de alguien, en algún barrio del conurbano bonaerense, que vea en él la prueba de que un sueño se puede respirar, pedalear, correr y luego vivir con dignidad. Porque, al final, Taccone no corre contra nadie: corre hacia su mejor versión. Corre hacia el futuro que todavía no existe, pero que se construye, paso a paso, en cada amanecer, cuando el mundo duerme y él ya está en movimiento.

Pablo Erbin encontró otra vida

Por Iván Pozzo y Facundo Carratú

“El Cabezón” Pablo Erbín pertenece al selecto grupo de 102 jugadores que se dieron el lujo de vestir las camisetas de Boca y River. Criado en 25 de Mayo, un pueblo a unos 200 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, no fue de esos chicos que crecieron soñando con jugar en la Bombonera o el Monumental. Llegó al fútbol casi de rebote, cuando los estudios le dieron la espalda y lo único que le quedaba era probar suerte con la pelota. Cuenta con una extensa trayectoria en el ámbito local más allá de su paso por estas dos instituciones. Fue partícipe del recordado ascenso de Huracán en el 2000, y protagonizó uno de los momentos más comentados de los años 90´ al lesionar a Ricardo Enrique Bochini en el último partido de su carrera. Alejado del ruido de las tribunas, se sumergió en un mundo nuevo y desconocido.

Ocho de la mañana en Pilar. La casa de Erbín, el eterno “Cabezón”, respira calma. Lejos —muy lejos— quedaron el bullicio, los gritos y la multitud que alguna vez fueron parte de su vida. Si hoy hay una ley que rige su mundo, esa es la de la tranquilidad. Se estira sin apuro. El despertador ya no suena; ahora lo despierta el canto de algún pájaro rezagado. Saluda a su esposa, con esa complicidad de todos los días y se toma el primer sorbo de café, ese ritual que arranca la jornada. Su destino ya no es un vestuario lleno de adrenalina ni la manga de un estadio que lo escupe a la cancha. Hoy, el ex defensor cambió las canilleras y los botines por el campo abierto. Su meta es La Ellerstina, la meca del polo mundial. El viaje al trabajo no es una obligación pesada, sino un respiro que abraza la pausa.

El aire fresco de la Ruta Panamericana entra por la ventanilla de su camioneta negra. Es una mañana nívea, que huele a pasto húmedo y a tierra removida. En el camino, los recuerdos, como fantasmas bienintencionados, se mezclan con el paisaje. Se superponen imágenes: los entrenamientos espartanos en Temperley, donde la garra era el único pasaporte; los días de gloria en River Plate, con la banda roja cruzada en el pecho como un rayo; los clásicos eternos con Boca Juniors, donde el país entero se detenía y los gritos eran balas audibles. Los insultos, la euforia, el sabor salado de la derrota y el dulzor de la victoria. Todo aquello, la vida de camisetas sudadas, la presión mediática y los vestuarios de cemento, parece pertenecer a otra persona, a una existencia ya clausurada.

Pablo Erbin: De la pelota a la bocha, hay un solo paso

Mientras maneja, la tranquilidad y el silencio del campo lo ayuda a rebobinar la cinta de su propia historia. Piensa en sus orígenes en 25 de Mayo, su pueblo natal. Él era de esos pibes que querían ser algo más “serio”, algo que se distanciara de la pelota. La Escuela de Aviación le dijo que no, la veterinaria le cerró la puerta. Fue ahí, con los estudios dándole la espalda y el destino jugándose una ficha, que el fútbol apareció como última carta. Y qué carta fue: Temperley, un mes y medio a prueba, y al toque estaba debutando. Cero inferiores, cero vueltas: “Tenía un poco de roce por los partidos en la liga del pueblo pero nada comparado al fútbol profesional”, recordó sobre su primera experiencia en Primera.

Un defensor hueso duro, temperamental, que en un año y medio ya tenía al Bambino Veira siguiéndole el rastro: “Mi segundo partido fue la revancha contra San Lorenzo, empatamos 1 a 1, a Veira le gustó cómo jugué y ahí me empezó a seguir”, comentó Pablo.
Al llegar a La Ellerstina, Erbín desciende del auto. Ya en la entrada del club, lo esperan algunos petiseros, gente de campo, con los que se saluda con el código silencioso del abrazo corto y la sonrisa larga. Huele a establo limpio, a cuero curtido, a alfalfa. Es otro idioma sensorial. Allí, entre caballos que descansan con la nobleza de animales de raza y monturas colgadas en perfecto orden a “un caballo se lo cuida como a un jugador de primer nivel, tiene su entrenamiento, tiene que estar bien descansado y comer bien”, explicó Erbín.

En el predio se mueve con una naturalidad que desarma cualquier prejuicio. La misma facilidad y dominio territorial con la que antes recorría su área de defensa, la despliega ahora sobre el pasto abierto, supervisando rutinas. Cambió los rivales de carne y hueso por animales que son, en sí mismos, atletas de élite, y la adrenalina del contacto físico por una paz metódica que aprendió a disfrutar: “Es un mito que el polo es un deporte exclusivamente para la clase alta”, argumentó Erbín. Y concluyó en que la pasión y los valores del deporte radican en el día a día del campo.

Su jornada es una sinfonía de disciplina. Su rol, hoy esencial para la estructura del equipo, no está en meter la pierna para desarmar un ataque, sino en cuidar el motor silencioso de cada jugador: el caballo. Revisa dietas, conversa con los jinetes sobre las cargas de trabajo, observa la preparación física equina con la misma seriedad con la que antes estudiaba un video del delantero rival. Cada movimiento es medido, cada detalle importa. “El polo también es sacrificio, disciplina, esfuerzo”, suele decir.

Pablo Erbin: De la pelota a la bocha, hay un solo paso

Y esa frase, que repite a quien quiera escucharlo, se convierte en un mantra, un puente entre su vida pasada y la actual. Es la misma cabeza decidida, la misma exigencia que le valió la admiración y la crítica en los estadios, ahora aplicada a la anatomía de un purasangre.

Pero estos días, la calma tiene un pulso distinto, una tensión que se respira en el aire fino de Pilar. El Campeonato Argentino Abierto de Polo, conocido simplemente como el Abierto de Palermo, ya está en marcha. Es el torneo más prestigioso del mundo, la cúspide de la temporada. En La Ellerstina se siente esa mezcla de concentración, tensión y expectativa que solo tienen los grandes equipos. Cada entrenamiento tiene un peso específico: las charlas son más largas, las rutinas más minuciosas, la exigencia más notoria. Pablo lo sabe. Su meta sigue siendo clara, tan clara como cuando entraba a una cancha con la banda roja o la azul y oro en el pecho: ganar, aunque sea desde este costado del alambrado.

—¿Qué es más difícil: ganar la Copa Libertadores o la Triple Corona?
—Y… todo es difícil en el deporte, no hay nada fácil. Ganar la Triple Corona es una exigencia muy grande. La única diferencia es que en la Libertadores hay muchos equipos que la juegan, y en el polo no hay tantos.

A media mañana, hay un descanso. Unos mates compartidos con su círculo de confianza. Y ahí, en el vapor de la bombilla, reaparecen los fantasmas viejos, aquellos que se niegan a quedar sepultados. El recuerdo de 1986, cuando Veira lo llevó a River. Él sabía que no era parte de la gloria eterna de la Copa Libertadores, no sintió esa espina por no ir a Japón con el equipo campeón. Para él, el verdadero bombazo fue el cruce de vereda a Boca, con Alegre de por medio: “El plantel lo recibió muy bien desde el principio, es uno de los tipos más extraordinarios que conocí en mi vida”, declaró Fabian Carrizo, quien fue compañero en Boca y Huracán.

En su memoria, la jugada más resonante siempre será el famoso patadón a Ricardo Enrique Bochini en 1991, cuando defendía los colores de Estudiantes de la Plata en un partido contra Independiente. Un roce normal del deporte, sin mala leche, que terminó en fractura, en escándalo mediático y en la necesidad de escolta policial para protegerlo: “Me acuerdo que le tiran una pelota y amaga para la izquierda pero sale hacia la derecha. Yo seguí de largo y le pegué en la pierna que arrastraba una lesión. Me tuve que ir con la policía porque me querían matar”, agregó Erbín. Hoy se ríe, porque hasta sus amigos más cercanos, como Fernando Di Carlo, lo cargan en broma: “cállate que vos lesionaste a Bochini”. Sin embargo, el “Tero” estuvo presente desde la tribuna en aquel encuentro y reconoció que la infracción no se vio tan grave, más bien fue una situación de partido.

INDEPENDIENTE SIN CENSURA: Ricardo Bochini repasó su carrera en Independiente el gran campeón!

Esa firmeza, esa garra de no dar una pelota por perdida, fue la que lo definió en cada club, desde “La Banda” hasta el “Calamar”. Y su filosofía sobre la presión siempre fue brutalmente honesta: “Si andás bien, te aplauden igual. Y si te va mal, te critican como si fueras el peor. Así es el fútbol“, sentenció entre risas. En el polo, el escrutinio es diferente, más silencioso, pero la exigencia es la misma. Los errores se pagan con torneos perdidos. El concepto de la alta competencia es idéntico, solo cambió el escenario y el objeto de su desvelo.

Cerca del mediodía, mientras camina entre los corrales, la mente le trae el recuerdo del final de su carrera: el ascenso con Huracán en el año 2000. Después de dos descensos amargos con Estudiantes y Platense, fue el “El Gringo” Babington quien lo llamó para poner orden en un vestuario en llamas: “Siempre me sorprendió porque a pesar de ser más suplente que titular colaboró mucho afuera, fue muy positivo. Sin dudas uno de las personas más importantes de ese grupo”, destacó Carlos Babington. Él, ya veterano, aceptó ser el líder silencioso: “Fueron tres años muy lindos ya que cuando uno es más veterano no se fija solamente en jugar. Disfruté ir por la mañana, así se gestó el grupo”, expresó Erbín.

En aquella recordada final frente a Quilmes por el ascenso, en la ida el “Globo” se impuso por 1 a 0. Pablo entró por la ventana por la expulsión de Cáceres y completó uno de sus mejores partidos en el club: “Jugó un partido extraordinario, lo ganamos con gol de Gastón Casas y la solidez defensiva que tuvo Pablo fue tremenda”, comentó Fabián Carrizo. En la vuelta no tuvo minutos y tras empatar 1 a 1 con gol de Di Carlo, Huracán volvió a Primera y se quitó una espina luego de los descensos que tuvo en Estudiantes y Platense. Además, que considera la recuperación de categoría como el logro más importante que tuvo en su carrera: “En tema títulos fue el más importante porque fue el único que gané en mi carrera”. Ese ascenso fue la frutilla del postre, la revancha personal que cerró el círculo, el último grito de la multitud que se llevó.

Puede terminar en penales”: la mirada de un histórico exfutbolista que jugó en Platense y Huracán | TN

A veces, mientras el sol se levanta sobre los corrales y tiñe el pasto de un dorado intenso, Pablo se detiene un momento a mirar el horizonte. Quizás piensa en ese destino que le fue negado en su pueblo, antes de que el fútbol lo eligiera. Quizás recuerda aquel día en que le avisaron que iba a concentrar y, sin saber cómo, ya estaba en Primera. O los clásicos que lo encontraban firme en la defensa, sin miedo a las críticas, un muro de huesos duros y voluntad inquebrantable.

A media tarde, el trabajo físico con los caballos se intensifica. Hay una camaradería sobria en Ellerstina, un entendimiento mutuo de que todos están al servicio de una misma ambición. Ya no hay tribunas, pero la competencia sigue latiendo en cada gota de sudor. En silencio, con otro uniforme y otro escenario, el mismo espíritu combativo que lo llevó a enfrentar a los mejores delanteros del mundo se mantiene intacto.

“Acá encontré otra vida”, remarcó en reiteradas ocasiones. Y la verdad de esa frase se nota en sus gestos: en su forma pausada de hablar, en la serenidad con la que mira todo, en el afecto sencillo que reparte. Lleva más años en este mundo de campo que los que pasó defendiendo delanteros. Lo que realmente valora de su pasado es el sedimento: los amigos que le dejó el fútbol y la lealtad que solo se forja en la trinchera.

Aquellos que compartieron vestuario con Pablo destacaron lo humano por sobre lo buen defensor que supo ser: “Un hermano del alma, de los mejores amigos que me dejó el fútbol”, comentó Fernando Moner. Mientras que Di Carlo remarcó el respeto y humildad: “Él me pasaba a buscar con el auto cuando no me conocía nadie y el Cabezón ya había jugado en los dos clubes más grandes de Argentina”.

Cuando el sol empieza a ceder y la oscuridad toma protagonismo, Erbín termina su jornada. La rutina se desarma con la calma que lo caracteriza. Vuelve a casa, regresa a Pilar. Maneja despacio, sin necesidad de radio, sin ninguna prisa por llegar. La ruta con tránsito lo acompaña, y el día se cierra igual que empezó: relajado. El hombre que alguna vez escuchó el estruendo de multitudes coreando su nombre o en su defecto que recibió insultos por parte de la hinchada rival, hoy encuentra pleno sentido en el ruido sordo del viento sobre el parabrisas.

Cambió la gloria inmediata por la paz duradera. Pero la ambición, esa chispa esencial que define al atleta de élite, sigue ahí, intacta. Porque en el Abierto de Palermo, Pablo Erbín todavía juega —aunque desde otro lugar— para ganar. Y en esa paz conquistada, a kilómetros de la Bombonera o del Monumental, el “Cabezón” encontró finalmente su lugar en el mundo.

 

La historia de las mascotas en los mundiales

Por Juan Sebastián Gradín y Gerónimo Micheltorena 

El Mundial 2026 que se llevará a cabo en Canadá, México y Estados Unidos tendrá tres mascotas: Maple el alce, Zuyu el jaguar y Clutch el águila. Es la primera vez en la historia en la que hay más de dos personajes que representan a la competición futbolística más icónica.

Las mascotas fueron cobrando protagonismo a lo largo de la historia, la primera fue en el Mundial de Inglaterra 1966. Se trató de “Willie”, un animal simbólico para el país británico que simbolizaba la realeza, el coraje, la valentía y la dignidad. Cuatro años después llegaría el Mundial de México 1970, que sería el primer evento de esta magnitud en América. Su diseño es un personaje en modo caricatura, llamado “Juanito”, que representa a un niño mexicano con la remera de su selección y un sombrero característico del país. 

En Alemania 1974 llegaría el primer dúo de mascotas en los mundiales, “Tip y Tap” representan el fanatismo del fútbol en dos niños alemanes, felices y abrazados entre sí. El mensaje de estos personajes era transmitir una imagen de unión respecto al momento de división que atravesaba el país, ideas y culturas distintas que fueron unidas por un evento deportivo. 

Llegada la Copa del Mundo en Argentina 1978,  donde se dio la primera conquista del seleccionado argentino en plena dictadura militar, se creó a “Gauchito” de la mano del dibujante Néstor Córdoba. Gauchito representaba a un niño feliz con su pelota de fútbol, vestido bien “argentinizado” con su pañuelo y gorro, se buscó sembrar una imagen de un país feliz y ansioso por el evento. 

Cuatro años después, en España 1982, se creó a “Naranjito”. El personaje fue una naranja, fruta muy típica del país anfitrión, vestida con la camiseta española y una enorme sonrisa que resalta en la imagen. Tras el furor de esta mascota, se creó una serie que se transmitía en el canal de la Televisión Española (TVE) y era ambientada para las generaciones más jóvenes.

Al igual que en la edición anterior, en México 86, también hubo una mascota que era un alimento y se llamaba “Piqué”, un jalapeño verde. Tenía una vestimenta significativa, en la presentación se vio que traía un sombrero al estilo de los mariachis-un género de música ambientado con un folclore tradicional mexicano-, un bigote y la remera suplente de la selección, que resaltaba por su llamativo rojo.

Para el Mundial de Italia 90 se tomó un cambio brusco con respecto a las mascotas, y llegó “Ciao”. Fue creada para presentar la nueva “era” que se moderniza a través del tiempo. Su nombre significa “hola” y “adiós”, utilizado con el fin de saludar a los espectadores fanáticos del buen fútbol. 

El Mundial de EE.UU fue pionero de la elección de la mascota en manos del público de aquel país, la elegida fue “Striker”, creada por la productora Warner Bros. que es un perro con la equipación del país anfitrión. Su nombre significa “delantero”, una posición de juego en el fútbol.

El último Mundial del siglo XX, Francia 1998, contó con la presencia de la mascota sea algo representativo, eligieron a “Footix”. Un gallo galo, animal que es un símbolo nacional para el pueblo francés, con los colores de la bandera del país.

Corea-Japón 2002, el primer Mundial en toda la historia que son tres mascotas que dan el comienzo de la copa del mundo. “Ato, Kaz y Nik”, todas ambientadas en un entorno futurista, que da a entender que la llegada a lo nuevo y novedosos se aproxima. Ato era el entrenador de Kaz y Nik.

Alemania 2006 busco volver a la tradición de tener animales como representantes del Mundial, por eso se creó a “Goleo VI y Pille”. El primero era un león, vestido con la indumentaria de la selección alemana y Pille era el balón que lo acompañaba. Se mantuvo la tradición cuatro años más tarde ,en el Mundial de Sudáfrica 2010 con “Zakumi”, un leopardo -animal emblemático para el país- vestido con una remera blanca con el logo del Mundial y un pelo verde, que acompañado con su cuerpo amarillo representan los colores de ese país. Luego, en el Mundial de 2014, llego “Fuleco”, un armadillo que en su nombre se combinan las palabras fútbol y ecología. Con sus colores vistosos representan la naturaleza del terro brasileño, el azul el cielo y ´las partes de su cuerpo estan coloridas con verde y amarillo, en representación de su bandera. Para terminar la tradición de los animales en las mascotas en Rusia 2018 se creó a “Zabivaka”, un lobo que su nombre significa “¿quien marca un gol?”.

 

En el último Mundial, Qatar 2022, “La´eeb” fue la mascota, que en un sombrero significativo para el país y que su nombre en español significa “jugador super habilidoso”. Esta mascota representa felicidad y el fanatismo por este deporte, año tras año se espera con ansias el siguiente Mundial y se generan expectativas grandísimas, con la llegada del próximo evento que será en 2026 y tendrá por primera vez tres países anfitriones.

 

Araceli Blanco: el camino hacia otro Mundial

Por Pedro Carracedo y Tobias Fava

Prácticamente en el centro de San Miguel, sobre una calle que en ciertos momentos del día es intransitable por la cantidad de chicos que salen del colegio Educacional Buenos Aires, se encuentra el gimnasio “Sin Límites”.  El edificio tiene una fachada bastante discreta, dos pisos, con la pintura blanca descascarada por los años. Nada más entrar se siente ese ambiente típico de club de barrio: un pequeño recibidor decorado con afiches y anuncios sobre una pizarra de corcho. Se anuncian torneos, rifas y la actualización del precio mensual del gimnasio. Pasando otra puerta, un espacioso buffet. El delicioso olor café es penetrante. Un conjunto de mesas con sillones ocupan el lateral izquierdo. Más adelante una barra: tras ella se luce un estante repleto de trofeos y medallas colgadas en la pared. A su lado, una pequeña puerta esconde la escalera que lleva a la planta superior, donde está el gimnasio. El inconfundible barullo provocado por una mezcla de voces infantiles, ruidos de colchonetas y una voz adulta que destaca sobre las demás inunda el lugar. No es precisamente donde uno imaginaría que se prepara alguien que va a disputar un Mundial, mucho menos si ese alguien ya ganó este torneo dos años atrás.

A veces los grandes desafíos empiezan sin buscarse. Araceli Blanco tenía ocho años cuando pisó por primera vez un tatami. Lo hizo para acompañar a su hermana, que quería probar taekwondo. La hermana dejó al poco tiempo. Ella no. Se quedó. No imaginaba entonces que ese deporte de patadas, gritos y disciplina se convertiría en la brújula de su vida.

Hoy, a los veintiséis, Araceli entrena con la cabeza puesta en el Mundial ITF de Taekwondo 2025, que se realizará en Puerto Rico a partir del 14 de noviembre. No es la primera vez que lleva el escudo argentino, pero sí la más desafiante. Campeona mundial en 2023, llega a esta nueva cita con más responsabilidades, más presión y la misma pasión que la llevó a quedarse en el gimnasio de chica cuando los demás se iban.

Su aspecto encaja perfectamente con el de una luchadora: alta, robusta, imponente, con una mirada que parece que te cuestiona constantemente. Pero en el momento que abre la boca sorprende la timidez y la bondad en su voz. Su ritual previo al entrenamiento es siempre el mismo: llega, cruza el buffet para saludar a Don Carlos, quien asegura que hace los mejores sándwiches de milanesa de la zona. En el medio se cruza a un grupo de chicos saliendo de su clase de taekwondo que casi al unísono y dando un salto le preguntan cómo está. Ella responde con una sonrisa y devuelve el saludo. Nunca da una respuesta que no sea “bien, ¿y ustedes?” Incluso cuando hay ocasiones en que no está tan bien como dice.

La historia de Araceli podría contarse desde el sacrificio, pero ella lo hace por el lado de la elección. Desde el  gimnasio, entre colchonetas apiladas y olor a átomo desinflamante, dice que todo lo que deja —materias de la facultad, salidas, descanso— “vale la pena si es por taekwondo”. Es estudiante de Arquitectura en la Universidad de Moreno y cada vez que un Mundial aparece en el horizonte su rutina se reorganiza por completo. “Tuve que dejar la cursada entera el año pasado. Este cuatrimestre también. No me dan los tiempos. Trabajo, entreno, viajo. Pero sé que es lo que quiero”. Un estilo de vida que viene practicando hace mucho y hasta con su psicóloga deportiva Candela Rendine, quien siempre le recuerda que “hay que buscar un equilibrio entre el deporte y la vida, es esencial para el rendimiento del deportista. Descuidar por ejemplo los vínculos o el descanso va a hacer que no pueda ni siquiera entrenar igual”.

Aunque su relación es profesional, es imposible ignorar el orgullo y la emoción de la psicóloga a la hora de hablar de Araceli. Quizás entendiendo que sus logros en cierto punto también le pertenecen un poco y son consecuencia de un trabajo bien realizado. Es muy respetuosa de su vínculo y resalta que el trabajo en conjunto no le sirve solo en el deporte, sino en muchos aspectos de su vida cotidiana.

Los días de entrenamiento se suceden como piezas encastradas. Martes y jueves en el gimnasio “Megacenter Gym”; miércoles, viernes y sábados, en el “Sin Límites”, bajo las órdenes del Grand Master Pablo Stupenengo, director del Centro Taekwondo Buenos Aires (CTBA). Allí se mezclan competidores de distintas escuelas: San Miguel, Hurlingham, Moreno, José C. Paz. Algunos viajan una hora para llegar, otros dos. Pero todos saben que el tatami no es sólo un lugar: es un punto de encuentro, un pequeño país con reglas propias.Es nada más subir las escaleras para encontrarse con una especie de laberinto azul y rojo. No es muy grande, pero la cantidad de espejos lo hacen parecer así. Hay un molinete en la entrada sin mucha utilidad. Una barra de cemento pintada de blanco, con un tablón encima sirve como recepción. El tatami está rodeado por una red, aislándolo del resto de la habitación para lograr una mayor concentración dentro. A su lado, un estrecho pasillo con tablones amurados que sirven de banco para que los padres – o quien quiera– se sienten a disfrutar del espectáculo: un desfile de niños enconjuntados con su “dobok” lanzando piñas, patadas y practicando formas. A la cabeza está Pablo: un hombre de un metro sesenta y casi cuarenta años, al que la edad ya le está arrancando canas. Su estatura se ve contrastada totalmente con la presencia, autoridad y elegancia con la que dirige la clase. No se necesitan muchos elementos para llevarla adelante, solo colchonetas, pads, protecciones y mucha energía.

La mayoría llega un rato antes de que comience la práctica y, mientras ven a los más chicos dar sus primeros pasos en la disciplina, aprovechan para tomar unos mates y ponerse al día. Con un gesto tan sencillo alimentan la unión del grupo, creando un ambiente más ameno y, haciendo que el esfuerzo y la rutina sean más llevaderos, al punto que el chiste más recurrente en la ronda de mates es que ese es el verdadero motivo por el que van al gimnasio.

Araceli compite en tres modalidades: lucha, formas y rotura de poder. Además, integra un equipo femenino de formas adultas. Son cinco mujeres, de distintas escuelas, que se reúnen dos veces por semana a ensayar movimientos sincronizados que parecen coreografía y combate al mismo tiempo. “Nos llevamos muy bien, es un grupo re familiar”, dice Marina Alesso, compañera de Araceli. No hay divisiones ni jerarquías, aunque en los torneos se juega mucho más que unas medallas. Cada una tiene su forma de ser, muy distinta al resto. Marina por ejemplo, es todo lo contrario a Araceli. Menos intimidante, pero con una manera de transmitir mucho más seria. Cuando empieza el entrenamiento todo fluye como una máquina aceitada que no admite distracciones. A esta altura apenas necesitan pulir cuestiones técnicas. Se enfocan en repetir lo mismo una y otra vez buscando su mejor versión. Araceli se enoja cuando algo no sale como quiere, pero sigue intentando. Para alguien que no practica esta disciplina, ni mucho menos está cerca de disputar un Mundial, es imposible entender las quejas. Todo parece perfecto. Pero ella sabe que tienen más para dar, y Pablo no duda en hacérselo saber.

Su historia deportiva tuvo un punto de quiebre en 2022, cuando una lesión en la rodilla la obligó a frenar ya acercándose al mundial de Guadalajara. Meniscos rotos y la tibia comprometida, una operación y tres meses sin competir. “No sabía si llegaba a México”, recuerda con cierta incertidumbre del pasado en los ojos. Al final llegó. Y ganó. En 2023 fue campeona del mundo en su categoría, apenas unos meses después de salir del quirófano. “Me sobreexigí más de lo que pensaba que podía. Pero cuando estás ahí, te olvidás de todo. Pensás en la lucha y nada más”. La postura tímida y retraída que sostiene la mayor parte del tiempo de repente queda atrás y es opacada por la certeza y el orgullo en su mirada al recordarlo.

Como casi todos los atletas amateurs, Araceli sostiene su carrera con esfuerzo personal y los sponsors que ella misma consigue. Trabaja en la Municipalidad de San Miguel y paga el pasaje, los equipos y las cuotas del gimnasio con su sueldo. “Pedí ayuda al municipio, pero me dijeron que por ser empleada no podían darme beca deportiva. Por suerte desde Provincia me dieron una beca deportiva hace un par de meses, eso me ayuda un poco”, explica. Vino por parte de la subsecretaria de Desarrollo Social, Bernarda Meglia, quien remarcó por qué es importante ayudar a nuestros deportistas: “Acompañamos a Araceli porque el deporte no es solo competencia, es esfuerzo, disciplina y un camino de crecimiento personal y colectivo. El deporte es sinónimo de comunidad, y queremos que cada joven pueda desarrollarse y alcanzar sus sueños”.

Aun así, los números no cierran: entre vuelo, alojamiento y gastos, calcula más de dos millones de pesos. Organizó rifas, aceptó colaboraciones de conocidos y vendió remeras sponsoreadas que usará durante el mundial antes y después de los combates: “Cada patrocinador paga su lugar en la remera y se va cambiando de a dos meses aproximadamente. Personalmente utilicé esa plata para pagar la visa estadounidense -porque Puerto Rico es territorio de Estados Unidos-”. La última colecta se hizo mediante una tarde de bingo donde las familias aprovecharon para ayudar a una atleta local y disfrutar con los suyos. El precio de cada cartón era de 3.000 pesos con el premio principal de una cafetera que supera el valor de 50.000. “Lo que falta se va a cubrir como sea, pero se va a cubrir”.

Esa mezcla de orgullo y recursos acotados es parte de la historia de muchos deportistas amateur argentinos. Araceli no se queja, lo asume como parte del camino. Así lo cuenta su entrenador: “Todo esto es caro, sí, pero se disfruta mucho la experiencia. Se nota que a Araceli le gusta la idea de representar al país, no le pesa”.

Su motivación no viene del reconocimiento, sino de la rutina. De los golpes repetidos mil y una veces hasta que salen limpios, del equilibrio buscado hasta el cansancio, de las formas que se aprenden casi de memoria. “Es un deporte que te enseña mucho más que pelear. Te enseña respeto, paciencia, control. Uno descarga ahí lo que no puede afuera”.

El grupo que viaja a Puerto Rico es numeroso: unas veinticinco personas entre competidores, entrenadores y acompañantes. De ellos, Araceli es una de las referentes. Tiene experiencia internacional, una medalla de oro reciente y la tranquilidad de quien ya pasó por el dolor físico y la incertidumbre. “Este Mundial me lo tomo distinto —dice—. Ya no es tanto la presión por ganar, sino por disfrutar y dejar a Argentina lo más alto posible”.

Entre los torneos y la vida cotidiana hay una distancia que ella parece manejar de una forma que la deja con buen sabor de boca. En la oficina municipal, quienes no la conocen tanto, saben que es  “la chica del taekwondo”. En el gimnasio, en cambio, es la profe que nunca se queja, la que siempre llega con el rodete bien apretado, una sonrisa y ganas de entrenar. “Trato de mantener la calma, pero soy muy autoexigente. A veces me gana la cabeza”. Para esos momentos, guarda un cuaderno: un viejo ejercicio de su trabajo con su psicóloga deportiva. “Lo leo cuando estoy nerviosa. Ahí tengo anotadas frases que me sirvieron antes del Mundial pasado”.

Previo a una competencia de la magnitud de un mundial aparece un nuevo obstáculo mental: la presión de representar al país y de estar en el foco de la atención. “ Trato de enfocarme principalmente en la lucha, las formas me encantan pero me pone muy nerviosa que todo el mundo me esté mirando. Ahora este último tiempo que tuve entrevistas y vino gente a sacarme fotos lo sentí más”, confiesa

La exposición suele llevar a que los deportistas sean foco de la mirada y opinión de la tribuna, muchas veces generando que empiecen a medir su propio valor en base a lo que digan los demás. “Desde la psicología lo que buscamos es desvincular la autoestima del rendimiento. El valor personal del individuo no está determinado por el resultado de un combate” , explicó Candela Rendine, psicóloga deportiva.

Hay una clara diferencia entre lo que Araceli transmite en su entorno y, lo que expresa cuando profundiza en sus sentimientos. Por momentos parece que ni ella misma quiere reconocer el desafío que tiene por delante. Tampoco busca esconderlo, no tiene pudor en admitir que la competencia la pone nerviosa. Es su apariencia calma y un poco intimidante la que hace, por momentos, que una olvide quién es: una chica simple y humilde a la que no le interesa que hablen de ella, solo hacer lo que ama.

El equilibrio entre la disciplina y la emoción parece ser su sello. Araceli no habla de sueños imposibles. Habla de objetivos concretos: entrenar mejor, corregir un giro, aprender una nueva forma, viajar con su equipo. “Si se da la medalla, buenísimo. Pero lo más importante es compartirlo con ellos”.

En su relato no hay épica impostada. Es real. Hay constancia. Hay días largos, rodillas frías, madrugones y pasajes en cuotas. Hay una mujer que aprendió a moverse entre la oficina y el tatami, entre la vida adulta y la pasión desde niña. “Cada Mundial es un cierre y un comienzo. Cuando termina, ya estás pensando en el próximo”.

Araceli sigue su rutina de siempre: trabajo, estudio, gimnasio, entrenamiento y descanso corto. La ilusión no la cansa. Todo lo contrario. La empuja. En su casa, sobre una repisa, guarda la medalla dorada del 2023 que la mira con nostalgia y con la ilusión de tener otra más. No la exhibe demasiado. Dice que prefiere pensar en lo que viene.

Porque para Araceli Blanco, competir no es sólo representar a la Argentina. Es representar su propia historia: la de una chica que empezó acompañando a su hermana y terminó, sin saberlo, construyendo su propio camino hasta el mundo.