sábado, diciembre 27, 2025
Home Blog

Los Premios Olimpia: el reconocimiento a los deportistas argentinos

Por Azul Ramos 

Cada año, cuando el calendario deportivo empieza a bajar el ritmo, hay una cita que funciona como balance y homenaje: la entrega de los Premios Olimpia, el máximo reconocimiento al deporte argentino. No se trata solo de una ceremonia, sino de una tradición que resume esfuerzo, talento y momentos que quedaron grabados en la memoria colectiva.

Los Premios Olimpia se entregan desde 1954, organizados por el Círculo de Periodistas Deportivos (CPD). Desde entonces, distinguen a los y las mejores deportistas argentinos de cada disciplina a lo largo del año. Entre todos ellos, uno se lleva el galardón mayor: el Olimpia de Oro, reservado para quien haya sido considerado el deportista más destacado de la temporada.

A lo largo de más de siete décadas, el Olimpia fue testigo del crecimiento del deporte nacional y acompañó distintas épocas: desde el amateurismo hasta la profesionalización. Ganarlo implica entrar en una élite reducida, una especie de salón de la fama del deporte argentino.

Rosario Urban, jugadora de handball de la selección argentina y del club francés JDA Bourgogne Dijon Handball, y nominada al premio Olimpia de plata de handball, es la primera jugadora argentina en jugar un Final Four de la EHF European League, la segunda competición europea más importante a nivel clubes. “Significa un premio a toda mi carrera y todo el camino largo que vengo transitando. Además de ser un mimo al alma hoy en día, por estar transitando una lesión tan larga como LCA y no poder estar jugando.No me esperaba esta nominación”, afirmó la extremo de La Garra. 

En la Argentina, el deporte excede largamente la competencia: es costumbre, identidad y pasión transmitida de generación en generación. Se vive en los clubes de barrio, en las plazas, en la sobremesa familiar y en cada charla de café. El deporte acompaña la vida cotidiana, marca calendarios y construye pertenencia. Por eso, los Premios Olimpia no solo reconocen resultados o medallas, sino que celebran una cultura profundamente arraigada, donde el esfuerzo, la garra y el sentimiento colectivo son valores centrales. Cada estatuilla representa a millones de argentinos que sienten el deporte como parte inseparable de su historia personal y social.

Horacio Cifuentes, jugador de tenis de mesa argentino, compitió en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 y sabe qué significa este galardón: “Este es el décimo año que estoy nominado y es un orgullo saber que estoy haciendo las cosas bien, en cuanto representar a Argentina es lo más lindo que hay, todos queremos jugar para la selección y creo que es lo más importante al fin y al cabo, pero bueno a pesar que somos un país muy futbolero creo que también llevamos esa pasión al resto de los deportes y eso es lo que lo hace bonito”.

 

Los máximos ganadores

En la historia de los Premios Olimpia hay nombres que se repiten y que marcaron época. Diego Armando Maradona es uno de los máximos símbolos: ganó el Olimpia de Oro en dos oportunidades y su figura está inevitablemente ligada al premio. Lionel Messi, otro emblema del fútbol argentino, también integra el selecto grupo de ganadores con dos estatuillas, reflejo de una carrera sostenida en la excelencia.

En otros deportes, Luciana Aymar, considerada la mejor jugadora de hockey sobre césped de todos los tiempos, dejó su huella con una seguidilla de premios que acompañaron la era dorada de Las Leonas. Carlos Monzón, leyenda del boxeo mundial, y Guillermo Vilas, ícono del tenis argentino, también forman parte del listado de deportistas que dominaron su disciplina y fueron reconocidos por el Olimpia.

Uno de los rasgos más interesantes de los Premios Olimpia es su diversidad. No solo se premia al fútbol, sino a decenas de disciplinas que muchas veces no ocupan grandes titulares durante el año. Atletismo, natación, judo, handball, rugby, hockey, automovilismo y deportes adaptados tienen su espacio en la ceremonia.

Mariano Coto Bersier es judoca argentino, ganó dos medallas en el Campeonato Panamericano de Judo (bronce en 2023 y plata en 2025) y también está nominado al Olimpia de plata. “Representar a Argentina es algo que llevo con mucho orgullo y responsabilidad. Y también siento que nos da una característica a todos los deportista argentinos distinta a los demás”, valoró.

Los Premios Olimpia no son solo un trofeo. Son una foto anual del deporte argentino, un punto de encuentro entre generaciones y disciplinas, y un reconocimiento al trabajo silencioso que hay detrás de cada logro. En tiempos de éxitos y también de frustraciones, el Olimpia sigue siendo ese aplauso colectivo que recuerda que el deporte, en la Argentina, no es solo competencia: es identidad.

El fútbol es cosa de personas, no de géneros

Por Malena Reggiani

Luego de tantos años de lucha, de feminismo, de mujeres que han comprometido su vida a la búsqueda de la igualdad de género y de conquistar muchos derechos con el pasar de las décadas, me encantaría poder decir que la sociedad avanzó, que el machismo quedó atrás y la igualdad de géneros es un hecho. Y sí, hubo un avance en la sociedad, por lo menos un cambio, pero en algunos ámbitos la figura de la mujer, para algunos, no termina de ser bienvenida. 

Uno de esos lugares es una de mis más grandes pasiones: el deporte, más específicamente el fútbol. En un lapso de tres días escuché tres veces que “las mujeres no hablan de fútbol”. La primera fue en mi trabajo. Aunque no termina de sorprenderme, debo admitir que escucharlo de frente fue impactante. 

La segunda fue en una conferencia de prensa, en donde Ramón Díaz declaró: “El fútbol es para hombres, no para mujeres. En eso tenemos que estar atentos”, haciendo referencia a que había una mujer conformando el cuerpo arbitral.

Y la tercera fue en un programa de stream, en el que una colega tuvo que atravesar esta situación.

Me genera, bronca, impotencia, rechazo y frustración. No porque algunos digan que el fútbol no es cosa de chicas, sino porque esas personas tienen cierta llegada e influencia en jóvenes que los miran.

Como periodista, como amante del fútbol, como comunicadora, pero sobre todo como mujer me cuesta entender este tipo de comentarios en la vida cotidiana, porque ninguna merece recibir ese comentario que, se siente como un insulto. Pero sobre todo que comunicadores con alto nivel de exposición puedan decirlo sin ningún tipo de consecuencia.

El hecho de decir que no se puede hablar de fútbol con una mujer, no solo ofende, sino que también califica al género como un condicionante que invalida la palabra, lo más sagrado que tenemos. Miro fútbol desde que tengo memoria, voy a la cancha, trabajo en un lugar de fútbol y estudio periodismo deportivo, con total certeza puedo afirmar que hay mujeres que entienden más de fútbol que muchos hombres, lo que no las hace ni mejor, ni peor persona que aquellas personas que, independientemente del género, no sepan de este deporte.

A quienes piensan que al estar “en el medio” tenemos que estar preparadas para recibir todo tipo de comentarios: nos preparamos y estudiamos, como cualquier comunicador, para que nuestra palabra sea válida por conocimiento, por tener herramientas y argumentos para defenderla. No por el género.

El hecho de ser mujer no es un condicionante, no es un impedimento para hablar del tema que sea, ni justificación para cualquier tipo de agresión. Ser mujer no es una invitación a la falta de respeto, ni al intento de humillación. 

Admiro y agradezco a aquellas mujeres pioneras del periodismo deportivo, las que en un mundo del que los hombres se apropiaron, decidieron alzar la voz, involucrarse, demostrar que somos capaces de hablar de lo que queramos y que ni el fútbol, ni ningún deporte, es excluyente de mujeres.

Mi respeto y admiración a las que abrieron el camino y son inspiración para todas las generaciones sucesivas. Y para aquellas que, como Angela Lerena, trabajan día a día para lograr la igualdad de condiciones en todos los ámbitos que involucran al fútbol.

Desde el arco hacia el alma

Por Florencia Celeste Lemme y Lucía Luque 

A las seis de la mañana suena el despertador en uno de los monoambientes de Montserrat, un barrio de la Comuna 1 en la Ciudad de Buenos Aires. A esa hora se despierta Lukas Acosta, un joven de tan solo 22 años y una de las joyitas del futsal de Boca Juniors.

En la terraza de su departamento, el día empieza en silencio. Lukas se sienta con el mate en la mano y abre “Hábitos Atómicos”, de James Clear, un libro de autoayuda que lo atrapó desde la primera página. Lo hojea con calma, mientras el sol sale entre los edificios de Montserrat. Fue un regalo de la mamá de su mejor amigo, y desde entonces se volvió parte de su rutina. Cada mañana, entre mates y frutas, busca en esas páginas una forma de mejorar un poco más, dentro y fuera de la cancha. “Hay que entrenar la cabeza igual que el cuerpo”, dice él, convencido de que los reflejos también se construyen con disciplina.

Antes de salir de su casa, cada mañana, medita en silencio. Lo hace con un audio especialmente preparado para arqueros, una rutina que lo acompaña desde hace años. La psicología, para él, es el eje que sostiene su rendimiento, la base invisible de cada atajada. Comenzó a hacerlo en 2021, cuando empezó a trabajar con la psicóloga del club. Desde entonces, ese espacio se volvió una herramienta clave para ordenar la cabeza y encontrar calma en medio de la presión.

No tiene una psicóloga personal todavía, es algo que quiere incorporar, pero sabe que el trabajo mental es tan importante como el físico. “Entrenar la mente también es parte del juego”. Ese mundo, el de la introspección y la concentración, lo fascinó desde el primer día. Hoy, la meditación forma parte de su ritual previo a cada jornada, unos minutos de silencio antes de salir al ruido, de mirar hacia adentro antes de volver a ponerse los guantes.

Alrededor de las siete y media de la mañana, ya está listo para salir a la calle. En la cocina, el mate sigue pasando de mano en mano. Abigail, su novia, también se prepara para empezar el día. Viven juntos desde hace un tiempo y comparten una rutina tranquila, marcada por horarios distintos pero complementarios. Mientras él acomoda su mochila con las cosas de entrenamiento, ella guarda unos apuntes en la cartera.

Abigail estudia Arquitectura en la UADE y le queda apenas un año para recibirse. Cada mañana, después del desayuno, ambos se suben al auto y arrancan el día juntos. En el camino suena una música tranquila, de esas que acompañan sin interrumpir, mientras conversan sobre el cronograma de la jornada.

Lukas repasa los horarios de entrenamiento, las rutinas de gimnasio y alguna charla pendiente con el cuerpo técnico; ella, las entregas y maquetas que la esperan en la facultad. Comparten planes, risas y silencios cómodos. Cuando llegan, él detiene el auto frente a la entrada. “Me encanta cómo se organiza, me ayuda a mí también a hacerlo”, dice Abigail antes de bajarse. Se despiden con un beso breve. Ella camina hacia la facultad y, unos segundos después, él pone primera y arranca hacia su segundo destino, el Quinquela Martín.

Llega, atraviesa la garita de seguridad y saluda al señor de la entrada, que le devuelve el gesto con una sonrisa cómplice. Él responde con esa simpatía que lo caracteriza, la misma con la que se gana a todos dentro del club. Estaciona el auto en su lugar de siempre, toma la matera negra y se dirige hacia el polideportivo del Quinquela Martín.

El técnico reúne al grupo en el centro de la cancha y, durante unos minutos, repasa los objetivos del día. Habla de intensidad, de lectura de juego, de no perder la concentración. Cuando termina la charla, los jugadores se dividen en tres equipos, mientras dos se enfrentan en un mini partido, el tercero observa desde un costado, atento a cada detalle.

El sonido de la pelota se mezcla con las órdenes y los gritos. Después de quince minutos, los grupos rotan, los que jugaban se sientan a mirar, y los que observaban entran a la cancha.

Bajo los tres palos, él permanece firme. No rota, no descansa. Siempre está ahí, en el mismo lugar, concentrado, respirando el juego, aunque se nota su liderazgo en el equipo, ya que da órdenes y los de su equipo lo escuchan atentamente.

Después de una hora de rotaciones, el entrenamiento entra en su tramo final. Todos los integrantes del plantel forman una fila, es el momento de Lukas Acosta. Durante treinta minutos, el equipo practica penales, y ahí él se transforma.

El silencio previo se rompe con el eco de los disparos y los festejos. Lukas grita, celebra cada atajada con la intensidad de un partido oficial. Sus compañeros lo alientan desde atrás del punto de penal, se ríen, lo cargan, lo aplauden. Alguna que otra pelota logra tocar la red, pero son las menos.

En esos minutos, aparece otra versión de él, la opuesta a la del chico sereno que a las seis de la mañana tomaba mates en silencio en la terraza. En el arco, es pura energía, reflejos y adrenalina. Parece otro, aunque en el fondo sigue siendo el mismo, el que busca superarse todos los días, en cada pelota, en cada amanecer.

Desde chico, dio sus primeros pasos en el baby, donde jugaba siempre como delantero o mediocampista. Con el tiempo, su talento lo llevó a las inferiores, todavía como jugador de campo. Pero todo cambió una mañana en la que el arquero de su categoría faltó y su entrenador, sin muchas más opciones, le pidió que atajara “por única vez”. Él aceptó sin imaginar que ese momento le iba a marcar la carrera: Nunca más volvió a salir del arco.

Acosta llegó al arco de Boca a los 17 años, casi por casualidad, después de una seguidilla de lesiones que dejaron fuera a los tres arqueros que tenía por delante. De un día para el otro, se encontró frente a la oportunidad que muchos sueñan y pocos logran.

Al año siguiente, el cuerpo técnico decidió dejarlo como primer arquero. “Fue todo muy rápido”, reconoce él, aunque su cabeza ya venía preparándose desde antes. La oportunidad lo sorprendió, pero la mentalidad no: llevaba años entrenando no solo el cuerpo, sino también la paciencia.

Desde un costado de la cancha, Sebastián “Coco” Mareco, su actual entrenador, lo recuerda con claridad: “Recuerdo su primer partido en Primera y cómo no dejaba que la presión lo domine; eso es raro a su edad. Siempre analiza todo”.

Esa capacidad de leer el juego, de observar antes de actuar, fue lo que lo convirtió en una pieza clave del equipo. Y también lo que hoy lo mantiene firme bajo los tres palos del Quinquela Martín.

Después de la práctica de penales, el entrenamiento llega a su fin. Todos se dirigen hacia una de las esquinas de la cancha, acompañados por los preparadores físicos. Durante unos veinte minutos, el grupo estira los músculos y baja las pulsaciones. Hay concentración, pero también risas, comentarios sueltos y alguna broma que rompe el cansancio.

En ese momento, vuelve a ser el de las seis de la mañana. Deja atrás la efusividad, los gritos y la tensión del arco. Recupera la calma, esa que lo acompaña en silencio cuando el día recién empieza. Entre estiramientos y charlas livianas, se apaga el ruido de la cancha y vuelve la versión más serena de él, la del chico que disfruta tanto del proceso como del resultado.

Porque si algo define a Lukas Acosta es esa capacidad de cambiar de energía sin perder el equilibrio.

Para cerrar la mañana, el plantel se dirige al gimnasio del club. Entre máquinas, pesas y música de fondo, completan la última parte del entrenamiento. El arquero de Boca sigue con la misma disciplina de siempre, concentrado, metódico, cuidando cada movimiento. Alterna ejercicios de fuerza con trabajos de reacción, esos que perfeccionan los reflejos que después lo salvan en la cancha. Aunque el cansancio se nota en las miradas, nadie afloja. Cuando termina la rutina, Lukas se seca el sudor con la toalla y sonríe. Otra mañana más cumplida, otro paso en su camino.

Antes de ir a almorzar, los chicos pasan por las duchas. Es el cierre de la mañana, el momento de distenderse después de la intensidad del entrenamiento. En el comedor del polideportivo, el olor a comida caliente se mezcla con las risas y las charlas. Lukas se sienta junto a Nicolás, uno de sus compañeros más cercanos dentro del plantel. Entre bocado y bocado, Nicolás confiesa “Es un ejemplo para nosotros, siempre nos recuerda que cuidemos la mente, que es lo más importante”.

Después del entrenamiento y del almuerzo, vuelve a su departamento en Montserrat alrededor de las dos de la tarde. Lo espera Abigail, su compañera de todos los días. Él se recuesta un rato para recuperar energías, sabe que a la noche lo espera otro desafío bajo los tres palos. Más tarde, comparten unos mates en el sillón mientras conversan sobre el día. Se ríen, se cuentan pequeñas cosas cotidianas, y el tiempo parece detenerse por un momento. Luego, él arma su bolso con cuidado y se prepara para volver al club. El segundo turno lo espera, y con él, una nueva oportunidad de seguir creciendo.

En la tribuna están los de siempre, su papá, su mamá, su hermano y su novia. No importa el rival ni el horario, ellos siempre están ahí. Aplauden cada atajada, cada gol, cada gesto. Él es su mayor orgullo, porque fueron testigos y compañeros de un proceso silencioso, de esos que se construyen lejos de la cancha. Su papá lo mira desde la tribuna y recuerda. “Nunca quiso otro deporte. Se casó con este.”

Esa noche, Boca fue una máquina. El equipo goleó 5-0 a San Lorenzo y el Quinquela Martín explotó de alegría. Desde su arco, fue testigo y protagonista, gritó, ordenó, voló en cada pelota, y hasta se dio el gusto de sacar una que parecía imposible. Cuando sonó la chicharra final, los abrazos, los aplausos y las fotos inundaron la cancha. Era una de esas noches en las que todo sale bien, donde el esfuerzo de tantos días se transforma en recompensa.

Ya más tarde, con el cuerpo agotado pero el alma liviana, Lukas sale del estadio. Lo espera Abigail, como siempre. En el camino de regreso paran a comer algo rápido, una hamburguesa o una pizza, poco importa, es su ritual después de cada partido. Conversan poco; no hace falta decir demasiado. Él maneja con la mirada cansada pero atenta, y ella lo observa sabiendo que detrás de ese arquero seguro hay un chico que sigue soñando.

Cuando llegan al departamento, se acuestan y el silencio vuelve a llenar la habitación. Mañana, otra vez, el despertador sonará a las seis. Volverán los mates, la meditación, la rutina. Todo regresará al silencio de la mañana, ese instante donde aquel joven de 22 años, la promesa del arco de Boca, empieza a construir, una y otra vez, su mejor versión.

Oscar Moreno: “Estar lejos de mi familia, fue un sacrificio”

Por Martina Alzogaray

Oscar Moreno tiene 53 años y fue parte de la Selección de los Murciélagos dos veces campeón mundial y ganador de la medalla de plata en los Juegos Paralímpicos en Atenas 2004. Más allá de lo futbolístico en esta entrevista se cuenta la vida de un hombre que supo salir adelante a pesar de las adversidades y convertirse en un jugador que defendió los colores de Argentina con la máxima ilusión de llevarla a lo más alto.

En su infancia la pelota siempre tuvo protagonismo, pasó por clubes barriales pero para él no era más que un pasatiempo o un juego divertido para un niño, la idea de una vida futbolística estaba lejos. Nadie se imaginaba lo que el futuro le preparaba. 

Enrique Nardoni (director técnico de los murciélagos en aquel entonces) fue quien le propuso que sea parte del equipo. “Mi primer equipo de fútbol fue Ardek, Enrique era mi entrenador y me dijo que tenía los pies redondos pero que si yo aceptaba, podía competir para la Selección que estaba armando”, expresó.

Lo apodaron “Muro” ya que ningún jugador rival lograba pasarlo fácilmente, Moreno recordó un encuentro frente a España en los Juegos Paralímpicos en el que aseguró que los españoles lo odiaron por su habilidad para cubrir en su posición e interrumpir los ataques de sus oponentes.

– ¿Qué creés que los destacaba como Selección de Los Murciélagos?

– Convivimos prácticamente y eso generó confianza y respeto. Fue un equipo perfecto.

¿Cómo eran los entrenamientos?

– Me encantaban, eran cuatro días por semana y a veces hasta doble turno.

¿Qué fue lo más difícil de estar en Los Murciélagos?

– Estar lejos de mi familia fue un sacrificio. 

Áspera disputa del balón contra

Oscar supo que iba a perder la vista en su totalidad con 11 años de edad. Su madre cada vez que visitaban al oftalmólogo salía llorando con la preocupación de que ese día llegara y no supiese cómo iba a continuar la vida de su hijo. Nació con un cuarto de visión de lo que una persona debe tener y en un principio se sintió desorientado sin tener un rumbo fijo pero poco tiempo después comenzaron las nuevas costumbres para él. 

¿Cómo te desenvolviste luego de perder la vista?

 – Me enteré que había una escuela de ciegos en La Matanza, pregunté qué había para mí y  me dijeron que lo primero era usar el bastón para que me pueda independizar y después aprender a estudiar.

Con un bastón de guía y con el sistema braille, cuyo método se basa en una pizarra con casilleros y puntos donde cada combinación es una letra del abecedario, asumió una nueva realidad. En el proceso conoció a su primera esposa con quien compartió años y tuvieron dos hijos.

¿Dónde la conociste?

– Era mi vicedirectora del colegio 511, ahí terminé mis estudios.

¿Cómo pasó eso?

– Armé un grupo de docentes y un grupo de alumnos grandes de 18 para arriba. Salíamos a los teatros y a cenar. Hasta que terminé casándome con la vicedirectora, tengo dos hijas con ella.

Los nuevos aprendizajes no se quedaron solo en la vida cotidiana del ex jugador sino también en su lado futbolista: calcular la distancia, correr e intuir si se chocaba con algo o alguien, la obligación de frenar en cada instante antes de hacer alguna acción. A su vez destacó el hecho de aprender a usar otro sentido como el del oído y toda la exigencia personal que conllevo solo fue para aportar a Los Murciélagos.

¿Hiciste otros deportes adaptados? 

– Empecé con el atletismo y llegué a correr en maratones de Adidas, New Balance y Nike con personas como Guillermo Andino (periodista) y Macu Mazzuca (locutor).

¿Por qué te retiraste del fútbol adaptado?

– Mi retiro fue forzoso y hasta incluso te diría que me echaron. Era una piedra en el zapato para el presidente de la FAD ( Federación Argentina de Deportes para Ciegos), así que la comisión decidió hacerme a un lado porque a mí no me gustaban algunas cosas que hacían.

¿Qué cosas?

– Por ejemplo en 2006 nos habían otorgado indumentaria para nosotros pero la directiva se quedó con varias prendas, observamos personas con las camisetas que nos faltaban y nosotros seguíamos sin tener vestimenta nueva. Un día fui con el equipo entero a reclamar y a decirles que no nos íbamos a presentar en la cancha hasta que no esté la ropa y solo así aparecieron las cosas. Y obvio, ¿quién te va a querer si vos ponés trabas para todo?

¿Qué otras situaciones pasaron?

– Hubo una donación muy grande de galletitas y las teníamos que llevar a un lugar que en aquel entonces se había inundado. Nadie supo qué pasó con esas galletitas.

Fue campeón con Los Murciélagos y ahora vende lapiceras en el tren: “Me gustaría tener un trabajo formal”

En un gran giro, la vida llevó a Oscar a ser ferroviario. En un inicio fue en el tren Mitre pero a día de hoy lo cambió por la línea Sarmiento. Vende botones y lápices negros, por la mañana hace de Morón a Moreno y por la tarde el tramo completo (Once-Moreno). Tiene creado un speech que sigue todas las semanas y es allí donde atrapa a los clientes; en ese breve guión nombre su trayectoria en Los Murciélagos.

¿Por qué empezaste a vender en los trenes?

– Yo arranqué en enero de 2025, sinceramente siempre me gustó la idea pero a mi mujer no tanto. Decía que era peligroso, creía que no era un ambiente bueno para alguien como yo. Arranqué igual, me gusta subirme y estar con la gente, al principio no estaba tan suelto como ahora.

–Mencionaste que siempre te gustó la idea de vender ahí arriba, ¿qué sentís?

– Es lindo cuando te tocan para pedirte lo que vendés luego de verte. Recibo felicitaciones todo el tiempo tanto por ser el Muro y por vender siendo ciego.

¿Te felicitan?

– Sí, es raro ver a alguien con un sentido menos, que trabaje y no esté pidiendo.

¿Qué pensás de eso? 

– No está bueno pero me gusta sentir que capaz motivo a otras personas con mi misma situación u otras. Una vez me crucé a un chico en silla de ruedas que quería jugar básquet adaptado y no se animaba, cuando me contó eso yo le sugerí que lo hiciera y que no se limite. Somos nuestro propio obstáculo. 

¿Cómo es el ambiente en el tren? 

– Yo me llevo bien con todos, hay un respeto hacia mí. Trato de no meterme mucho. Vendo y me voy a mi casa sin molestar a nadie. 

Para vender ahí, ¿hay que hablar con alguien o es libre para cualquiera? 

– Yo puedo vender sin límites. Reitero, trato de no meterme ahí.

¿Cuánto ganás? 

– Ganancia poca, pero siempre tengo para volver a invertir. 

¿Qué opinás sobre el gobierno de ahora? 

–Voy a ir a hablar con el Presidente, es algo que tengo pendiente y lo voy a hacer en cuanto tenga la oportunidad.

¿Qué querés hablar con él? 

–Muchas cosas.

¿Te agrada?

–Mirá, yo no tengo bandera de ningún partido político. Representé al país y  pasaron varios presidentes. La Secretaría de Deportes siempre nos apoyó, hoy por hoy estando Milei, sigo trabajando como cualquier persona. 

Moreno está con su esposa hace 24 años y comparten 5 hijos.

¿Cómo te llevás con tus hijos? 

– Muy bien, aparte de trabajar en el tren tenemos un puesto de tortillas. Estamos ahí todos juntos, preferimos un ambiente más familiar antes de contratar empleados. Con mi hijo de 20 andamos por todos lados. Estudia para ser profesor de educación física, quizás decidió ejercer eso por mí y todo lo deportivo. 

El Muro, junto a su

De tus 7 hijos, hay dos gemelos.

– Con mi mujer pensábamos que éramos jóvenes y que íbamos a quedar solos ya que los demás habían crecido. Comenzamos a buscar otro bebé, ella tuvo dos embarazos atípicos. Aparecía la bolsita pero el embrión no. Hasta que aparecieron los gemelos. 

¿Qué hicieron para sobrellevar ambas situaciones?

– Pedimos mucha cadena de oración y por suerte salió todo bien luego. 

¿Creés en Dios?

– Sí, vamos a la iglesia. De hecho los martes, jueves, sábados y domingos bajo antes del tren para llegar a horario.

¿Por qué arrancaste a ir?

– Necesitaba algo dentro de mí, que me ayudara.

¿Qué enseñanzas te dejaron las situaciones de tu vida?

– Trato de no creerme más por quien fui; no me aprovecho de eso. Hay que recordar siempre de dónde uno viene.  Una vez me pasó que mi hijo fue a buscar su analítico y no se lo quisieron dar. Ya venía el problema de antes y, como es verdad que yo antes era una persona atropellada, él no quería que fuera. Fui igual. Subimos a la oficina, el director estaba con el celular y la preceptora en la computadora. Me senté al lado de la puerta y ellos me ignoraban; no sabían quién era. Comencé a decirles el porqué de mi visita al colegio y no me dirigían ni siquiera la mirada, hasta que me enojé y dije todos los títulos que había ganado. De un segundo a otro, ya tenía toda la atención del director y la preceptora; incluso el analítico le llegó a mi hijo en menos de 24 horas por PDF. Ahí notás los diferentes tratos para una persona que es “alguien” y para la que no lo es, y simplemente es un padre reclamando algo por su hijo. Es lamentable.

Mencionaste que solías ser una persona muy atropellada.

–Sí, en la forma que jugaba se veía –dijo entre risas–  fui transformándome de a poco para no ser tan así y calmarme.

“Es importante que las instituciones les den a los chicos herramientas emocionales”

Por Agustina Lamenti

A las 9.15 de una mañana primaveral, Fernando Langenauer, excoordinador de la pensión de Independiente (2015-2021) y fundador de la ONG Validando, le pide a la moza un agua sin gas en un café de especialidad de la Avenida Warnes al 100, que es su “segunda oficina”, ya que se encuentra en la planta baja del edificio en el que vive. Cada tanto, algún perro pasea por la cafetería pet friendly y lo iluminan los rayos de sol que entran por la ventana que da al pasaje Bravard. Tiene un vaso junto a la botella, pero todavía no se sirve, y empieza a recordar su gestión en Independiente, durante la cual detectó y denunció los abusos a juveniles del club. 

-Cuando entraste a trabajar como coordinador de pensión en Independiente, ¿ya conocías el lugar? 

Soy hincha de Independiente y llegué en 2015 a través de una subcomisión de pensión, así que ya había ido con ese grupo un año antes de empezar, a charlar con los coordinadores.

-¿Seguiste trabajando en Vélez en simultáneo?

Venía de dos años en Vélez donde crecimos un montón. El proyecto estaba en su mejor momento. Convencí a los dirigentes de ambos clubes de poder trabajar en los dos. No sé ni cómo hice. Arrancaba a las cinco de la mañana y volvía a mi casa a las nueve de la noche. Entendí que era imposible seguir ese ritmo y hablé con los directivos de Vélez. Les dije: “Esto es absolutamente por amor, yo tengo que estar allá”. Me dijeron que estaban las puertas abiertas para volver cuando quisiera. Lo entendieron.

¿Qué necesidades detectaste en Independiente?

El gran problema que había era el 95% de repitencia, había que levantar a ese muerto. En el hotel Constitución Palace, al que fuimos cuando se remodeló la pensión durante la gestión de Pablo Moyano, iban a ser dos meses y terminaron siendo cinco. Lo primero que pedí fue una sala de estudio, a la que al principio no iba nadie, así que la hicimos obligatoria. Fuimos muy directos: el que repite se va. Hubo que crear el hábito de que los pibes estudien, pero hubo un cambio drástico. En un año, de 74 pibes que había, repitió uno solo. 

 –¿Cómo tomaron los chicos eso de que “el que no pasa de año se tiene que ir”?

 -Al principio hubo mucha resistencia, hubo que cambiar hábitos. Cuando llegué pedí que todos tuvieran ropa del club y la usaran todos los días. Se la afanaban entre ellos. Tuvimos que echar a muchos chicos de la educación del club. Era más que un tema de estudios. De a poco tratamos de meter salidas, charlas para que los pibes se diviertan y la pasen bien. Al final se creó un ambiente lindo, de familia. 

Club Atlético Independiente . Noticias sobre Club Atlético Independiente | Página|12

-Más allá del rol importantísimo de la educación, ¿sentís que con esas iniciativas los chicos pudieron despejar la cabeza de las presiones del fútbol?

-Uno lo intenta, yo no te puedo afirmar si eso sucedió. Lo que te puedo asegurar es que los pibes en ese lugar fueron felices. Han disfrutado sus años en la pensión, sobre todo por la compañía que tuvieron. Pibes que en su vida pensaban que terminarían el colegio se fueron con títulos secundarios. Depende de cada uno porque hay pibes para los que el fútbol es todo y si quedan libres no ven otra salida.

-No es casualidad que los abusos hayan salido a la luz en el momento que la pensión empezó a funcionar mejor. ¿Pensás que pudieron generar esa confianza a los chicos de que puedan contarlo confiando en que los iban a ayudar?

Creo que no es casualidad que hayan confiado en nosotros para decirnos lo que sucedía. Que un chico se haya acercado al psicólogo preocupado por un compañero me parece de as cosas más nobles que existen. 

-Sí, pero también es noble lograr que él se acercara porque confiaba en que iba a ser escuchado.

-Fue importante estratégicamente lo que hicimos de escuchar. Hicimos una ronda con 60 pibes diciéndoles: “Nosotros sabemos que está pasando esto”. En esa ronda había pibes que se reían, que les parecía gracioso, y otros que estaban incómodos con la situación. A partir de ese espacio hubo varios que se acercaron a contar sus experiencias. Lo primero que les dijimos fue que ninguno hizo nada malo, pero que hubo personas que cometieron un delito que está penado por la ley. Entonces queríamos que confiaran en nosotros, que los íbamos a cuidar y a proteger como lo veníamos haciendo. Esto pasaba en el fútbol argentino hacía 30 años y nadie lo denunció. 

La nueva apuesta en la pensión de Independiente: desarmar lo peor del folklore del fútbol

-¿Cómo fue tratado el tema por los medios?

-Independiente fue muy vapuleado por la prensa, lo mataron aunque haya hecho las cosas bien. Fue muy vanguardista en hacer una denuncia de ese tipo, que terminó con gente presa. Se trató el tema con mucha irresponsabilidad. Que les daban calzoncillos, carga para la SUBE, es todo mentira, siempre era plata. Por eso sigo dando notas, para que un día escriban la verdad.

-¿Cómo surgió Validando?

En 2023 empecé a colaborar con una ONG de mujeres que habían sufrido violencia sexual y un día mi tutora me dijo: “¿sabes cuántas ONG de este tipo hay para varones? ni una, ¿qué estás esperando?” Ese fue el cachetazo que necesitaba. 

-¿Pensás que los estereotipos de masculinidad, sobre todo en el fútbol, causan que los varones se autorepriman a la hora de pedir ayuda?

-Totalmente. Crecen escuchando a los técnicos que les dicen: “Trabá fuerte, no seas puto”, y eso los condiciona. Es importante que las instituciones deportivas les den herramientas emocionales para defenderse y estar alerta.

 

Un día en la vida de los Espartanos

Por Tomás Cilley

Espartanos es un programa que enseña a los presos a jugar al rugby. Fue creado en 2009 por Eduardo “Coco” Oderigo (foto), luego de ver las malas condiciones y la oscuridad que había en las cárceles. Él vino con distintas actividades que, a lo largo del tiempo, empezaron a generar cambios. Según su página oficial, antes de la creación del programa, el 65% de los prisioneros volvía a cometer delitos, pero desde que conocieron la ovalada, hay una mejoría notoria. Ahora, ese número disminuyó al 5%. Esto sumado a que era natural que una persona muera todos los días.

Eduardo “Coco” Oderigo, de Espartanos: “El deporte y la espiritualidad es un mix imbatible” - Post by Santander

El penal de San Martín, ubicado en las afueras de Buenos Aires, fue el primero en tener un espacio para practicar este deporte en el mundo. En la actualidad, hay tres canchas. El fenómeno social fue creciendo y cambió vidas a lo largo del planeta. Esto no es exageración, ya que también es aplicado en siete países distintos como Chile, El Salvador, España, Kenia, Perú y Uruguay. En total, cuenta con 470 voluntarios y 2.554 jugadores en 60 penales distintos, a nivel nacional se implementó en 16 provincias. 

Además de los valores que se aprenden en el rugby, como lo es el trabajo en equipo o ayudar a los demás, hay más actividades recreativas que los Espartanos pueden practicar. La agenda semanal incluye la práctica del yoga, sesiones con psicólogos, jugar al truco y apoyo espiritual. Una de ellas es el rezo del rosario, se trata de una oración católica dedicada a la Virgen María. Se hace todos los viernes hábiles de 9 a 12 de la mañana. Las personas que quieran participar tienen que entrar a la página web o comunicarse por WhatsApp para que les pidan los datos personales. Una vez concluido este proceso se les envía un mail explicando algunas cuestiones de importancia como que hay que estár alerta, no vestir de negro y no ingresar con celular u objetos para filmar.

En la entrada del presidio, las primeras personas que se cruzán son los policías. Algunos se encargan de recibir, mientras que otros vigilan todo el lugar. Les solicitan el DNI físico a los masculinos, y después a las femeninas. Se ven los muros que son enormes.  No es tarea sencilla escapar, los alambres de púas que coronan las paredes impiden que se los salte. Llega el momento de atravesar los distintos portones, que sirven como medidas extra para que no haya ningún error. Esas puertas hacen un chillido espeluznante que recuerda que se está entrando a un penal de alta seguridad. Se siente la incomodidad de parte de los que van a visitarlos por primera vez.

Es increíble como esto cambia en el instante exacto en el que se abren las puertas del pabellón. Los sentimientos de temor o inseguridad desaparecen. Los Espartanos reciben a los visitantes con aplausos como si fueran héroes y saludan diciendo: “Bienvenido Espartano”, para hacerlo sentir como si fuera un héroe. Cada uno de ellos está con una sonrisa y una alegría inexplicable. Hay personas que van a visitarlos de manera constante, que son saludados con varios abrazos y muestras de afecto. El polo opuesto de lo que muestran las películas de cárcel.

PAE acompaña la sexta edición de la Expo Industrial con la presentación de Eduardo “Coco” Oderigo, creador de Los Espartanos - El sitio de la energía en la región

Luego, en una ronda mixta, se sientan. Todos se pueden ver las caras entre sí. En ese círculo no hay discriminación. Hay hombres y mujeres que buscan compartir un buen rato y hundirse en la profundidad de las conversaciones. El respeto y el cariño son los valores reflejados. Se saludan uno por uno, como si se tratara de un asado familiar o una juntada con amigos. Los Espartanos suelen hacer preguntas similares a: “¿Cómo fue tu semana?”, o “¿Cómo se encuentra la familia?”. Esos gestos ayudan a romper el hielo, al igual que la invitación para compartir un desayuno.

El mate dulce es lo más usual. Consumir esta bebida a la mañana tiene un valor muy significativo. No solo sirve para despertar y activar el cuerpo, sino también sostiene una conexión invisible para los ojos. Se da el mensaje indirecto: “Tomamos de lo mismo, somos del mismo palo”. Con la comida pasa lo mismo. Si se tiene suerte puede ser el cumpleaños de algunos de los presos. En esos casos, suelen ofrecer brownies o budín. Ellos con mucha generosidad van a insistir: “Aprovechá para comer torta porque no se come todos los días esto, pasa cada muerte de obispo”. 

En cuanto al espacio, llama la atención las flores que rodean el estanque de agua para hacer más ameno. El rugby está y se observa hasta en las paredes, se ven pintados los escudos de los clubes más importantes de la URBA, como el SIC, CASI o Hindú. O mismo las camisetas amarillas de Los Espartanos están presentes. Están expuestos los regalos de parte de All Blacks: los mejores con la ovalada. Los neozelandeses suelen venir a visitarlos y compartir tiempo con ellos.

Se ven las fotos que se tomaron en la cancha de Vélez, en un partido entre policías y Espartanos, en la previa al encuentro entre Los Pumas contra los All Blacks. Se puede observar en un palco a la Virgen de Luján, escondida desde arriba, como si estuviera protegiendo a sus hijos sin que ellos se enteren.

Los Espartanos: la reinserción social de presos a través del rugby - Optimism

A la hora de guiar el rosario se suele dividir roles. El capitán de Los Espartanos se encarga de leer los Misterios Dolorosos, mientras que un voluntario indica qué decir o hacer. Si bien es una práctica católica, pedir y agradecer es fundamental para cualquiera. Dentro de las peticiones más comunes se encuentran la salud de un familiar o el futuro de cada uno. No se olvidan de los que cayeron en las adicciones, ya sea en la droga o el alcohol y tampoco de los que ya no están. Las lágrimas se derraman en los hombres que muchas veces buscan mostrarse fuertes. Esto lo explicó uno de ellos que confesó: “El preso no habla de lo que siente, de lo que pasa en su interior. Con Esparta aprendimos a llorar y a contar lo que sentimos”, narró esto con dolor y angustia.

No se puede pasar por alto que, a la hora de pedir, mencionan a los que lastimaron cuando delinquieron o el crimen que cometieron. En un gesto humilde, reconocen que se equivocaron y que no está bien lo que hicieron. En estos momentos se suelen ver abrazos o pañuelos que recorren la ronda. Lo mismo pasa a la hora de agradecer. Las cosas materiales pasan a ser secundarias y se empieza valora lo que realmente les importa: “Agradezco por un día más de vida” o  “nos despertamos vivos”. Lo que en la cotidianidad muchos dan por obvio, ahí se tiene más presente el regalo de la vida. Ellos agradecen la visita y explican que la libertad va más allá de donde estés parando, con el argumento de que es elección de cada uno cambiar con respecto a las cosas que van pasando a lo largo de la vida.

También están los momentos para reír y divertirse. Por ejemplo, Martín, suele ir seguido a visitar a Los Espartanos. Él hizo una apuesta con ellos que consistía en lo siguiente: si Boca ganaba el Superclásico contra River, se tenía que poner la camiseta del equipo xeneize. Como el Xeneize se quedó con el partido, él tuvo que ponerse el manto del clásico rival, mientras lo grababan y lo cargaban con la idea de subirlo a las redes sociales. O mismo está la famosa ronda de chistes, pero siempre con respeto. De hecho, el programa busca que ellos dejen de usar las malas palabras en su lenguaje. 

Con respecto a las charlas, cada uno habla de temas muy variados. En Argentina, el fútbol, además de ser una pasión, es casi un lenguaje aparte. Las cargadas ayudan a descontracturar y se suele molestar al que es hincha de un equipo que perdió. Por otro lado, muchos de Los Espartanos están lesionados, por lo que cuentan como viene siendo su proceso de recuperación y que van a hacer para volver más fuertes que nunca. También, suelen preguntar acerca de uno y su historia. Siempre, desde la curiosidad y amabilidad. Les interesa saber sobre tus estudios o tu profesión.

Juan Andreotti visitó a Los Espartanos, la fundación de rugby que ayuda a presos a reinsertarse en la sociedad | Que Pasa Web

En caso de que descubran que alguien presente tenga alguna habilidad, como por ejemplo, rapear, se lo hará pasar al medio de la ronda para que exponga su talento y sea aplaudido por la multitud. Ellos son capaces de generar momentos ocurrentes y chistosos, para hacer olvidar al resto que se encuentran en una cárcel de máxima seguridad. Como en cada lugar, hay cierto vocabulario con su significado específico. Para Los Espartanos, la celda es la habitación o el pabellón 10 es el equipo 10. Un gran jugador es un purasangre, mientras que uno malo es un tierno.  

Los Espartanos suelen ser muy curiosos con temas sociales como la psicología. Es por eso que cuando tienen la oportunidad de hablar con alguien de afuera, y que se recibió de esta profesión, aprovechan para preguntarle sobre el tema. Uno de ellos, que suele ir seguido a visitarlos, es Joaquín Blousson. Él relata, en las afueras del penal sobre los test psicológicos. Porque a muchos presos, en sus procesos judiciales, se los hicieron hacer.  “En esos dibujos, estímulos o imágenes se puede ver mucho del inconsciente de la persona. Cuando les contás sobre esto, capaz algunos te cuestionan, pero siempre con la mejor”, describe el profesional.

La música suele ocupar un lugar muy lindo en la vida de mucha gente. Sirve para acompañar en los días grises o para bailar en las noches festivas. Los géneros más escuchados ahí dentro son el rap, el RKT o la cumbia. El rock también se hace presente cuando uno de los visitantes saca una guitarra y empiezan a tocar las melodías más conocidas, ya sea canciones de Los Redondos o cualquier clásico del rock nacional.

Hay espacio para el arte y el movimiento. De hecho, el rapero G Sony fue muchas veces al penal y protagonizó al personaje “Mamut” en la serie “Espartanos”, inspirada en la historia real de la fundación del primer equipo de rugby carcelario, disponible en Disney Plus. Pero la música toma valor sentimental cuando se termina un denario, un rosario tiene un total de cinco. A la hora de finalizar uno, el entorno se vuelve reflexivo. Se cantan canciones de misa o dedicadas a Dios en donde con letras profundas, algunas hablan del pecado, otras de la riqueza del amor. Como “Vida en abundancia”, “La niña de tus ojos” o “Estate”. En esos momentos, aprovechan para reflexionar en silencio. Aunque el clima de festividad y distensión no tarda en volver.

Los Espartanos, el equipo de rugby de presos en Argentina que ha cambiado la vida de sus jugadores | SBS Spanish

El tiempo de rezar el rosario dura tres horas. Si bien esa duración uno puede entender un poco más sobre cómo es la cárcel, el que sabe de verdad es el que transcurre gran parte de su vida allí. Como no se puede entrevistar a nadie preso, a menos que consigas permiso de un juez, para comprender mejor lo que se vive es importante escuchar lo que vivió Gustavo Godoy. Él fue preso por 6 años y 8 meses. El hecho que lo llevó a prisión fue no haber denunciado un caso de corrupción de un compañero de la comisaría, en la que él trabajaba. Fue a parar en la unidad 41 de Campana. Ahí conoció a Luis “Gordo” Valor, famoso por robar bancos y liderar la Superbanda.  “Ahí, si no hacés deporte, no te movés nada. Te la pasás durmiendo, comiendo y viendo la tele. El rugby te ayuda con lo físico y lo mental, además del compañerismo que aporta”, cuenta Godoy en un frigorífico que se llama Frimsa, su actual lugar de trabajo. Una de las 116 empresas que deciden dar segundas oportunidades. En la actualidad, hay 129 Espartanos que lograron conseguir trabajo después de cumplir con su condena. YPF, Medicus o Farmacity son algunas de las compañías que deciden dejar los prejuicios de lado para darle oportunidad a los que no tienen tantas.

En la cárcel, muchas historias se pueden reescribir. Algunos deciden estudiar o terminar el secundario. Otros, lo ven como un lugar para formarse. Esto es gracias a Espartanos. Ahora el penal San Martín es un lugar con mejores condiciones. Debería ser así, con regocijo, como se les fue demostrado a las personas que compartieron un tiempo con ellos. Al fin y al cabo, estos sitios fueron creados para que las personas cumplan su condena y salgan mejores. No debería ser un calabozo para envejecer. Todos tenemos la necesidad de ser querido por alguien. El amor es igual de importante que el agua y hay personas que no tienen quien las visite. Además de que el buen trato puede transformar la vida de mucha gente. Es imposible de calcular cuántas personas fueron salvadas gracias a Espartanos o cuántos robos fueron evitados.

Antes de arrancar a rezar el último denario, todos los de afuera deben presentarse y contar su historia dentro del pabellón. La gran mayoría de los testimonios, por no decir todos, suelen ser positivos y llenos de emoción. Las sonrisas están más latentes que nunca. Se respira humanidad, compañerismo y ganas de reencuentro. Tampoco es imposible de olvidar su grito de combate que dice: “AU AU AU”. Todos se ponen de pie y hacen un abrazo grupal, en sinónimo de unión e igualdad. Luego de los diez Ave María, es la hora de despedirse y terminar con una experiencia llena de vida.

A la cárcel muchos se lo imaginan parecido al infierno, otros la describen como una experiencia de Cielo en la tierra. Sin dudas es una actividad necesaria que nutre el alma. Lo cierto es que por más materiales audiovisuales o libros que haya sobre Espartanos, la mejor manera de conocer lo que se vive es estár presente en el lugar. Es gratis y a ellos no les da lo mismo que estés ahí, tienen ganas de conocerte a vos.

El TC2000 y los callejeros, una tradición que retorna

Por Luciano Mollo y Faustino Sedano

En los últimos 20 años, el Turismo Competición 2000 tuvo como eventos principales sus carreras disputadas en diferentes circuitos callejeros. El más recordado, fue en las calles que rodean al Obelisco, que comprendió la Avenida 9 de Julio y Avenida de Mayo, entre otras. En la Capital, también tuvo lugar una competencia en Palermo, cerca de la sede del Automóvil Club Argentino. Por otro lado, la Ciudad de Santa Fe recibió al TC2000 en sus calles, aunque de manera particular, ya que en 9 de sus últimas 10 ediciones la fecha estuvo integrada por dos carreras con la misma duración y puntaje, una el sábado por la noche, con luz artificial, y otra el domingo al mediodía.

En 2026, luego de ocho años, la categoría volverá a disputar una competencia en un circuito callejero, el 14 y 15 de marzo. La pista estará ubicada en Villa Soldati, Ciudad de Buenos Aires, y tendrá una extensión de 2700 metros. Comprenderá las avenidas Coronel Roca y Escalada, y también pasará por el Parque de la Ciudad. Tendrá una recta principal de 720 metros, se instalarán 12 tribunas y 1500 muros de contención. Los boxes estarán dentro del estacionamiento del Parque y se extenderán a lo largo de 200 metros.

La última ocasión que el TC2000 salió de los autódromos fue en 2018, cuando se llevó a cabo el callejero de Santa Fe. La carrera nocturna del sábado la ganó Leonel Pernía con un Renault Fluence, mientras que el domingo, Agustín Canapino se adjudicó la victoria a bordo de un Chevrolet Cruze.

Canapino, Pernía y Facundo Ardusso son los pilotos con más victorias en circuitos callejeros, con 4 triunfos. Otros ganadores de estas ediciones son Néstor Girolami (3), Juan María Traverso (2), Matías Rossi (2), Emiliano Spataro (2), y Mariano Werner, José María “Pechito” López,  Ernesto Bessone, Jorge Omar Del Río, Martín Basso, Norberto Fontana y Mariano Altuna, todos con una victoria.

Diego Levy, uno de los dirigentes del TC2000 y responsable de la Agencia Tango de visitas turísticas, comentó cómo avanzan los trabajos sobre el trazado porteño: “Los trabajos en el callejero de Buenos Aires están a pleno: ya se puso en marcha todo. Lo primero fue la demarcación de la pista, y ahí se introdujo un pequeño cambio en una recta de 1.100 metros, pensado para que el público pueda sentir aún más la velocidad de las SUV. Algunos de los muros serán los mismos que se utilizan en el autódromo y otros serán completamente nuevos. También estamos sumando mucha puesta en escena artística: fanzone, paddock y amplios accesos para el público en general. En el estacionamiento del Parque Roca se va a asfaltar para montar la pista y, al costado, en la zona de usos múltiples, incorporaremos un sector embellecedor.”

De esta manera, se busca recuperar la identidad y la realización de eventos históricos para revertir el mal presente de la categoría. Para conocer más sobre la historia del TC2000, te invitamos a que escuches nuestro podcast, en el que repasamos los factores que desembocaron en la actualidad de la competencia.

 

“No vinimos a pedir permiso”

Por Maite Galarza

El fútbol femenino argentino tiene una fecha que se repite como una puerta abierta: 16 de marzo de 2019. Ese día la AFA anunció la profesionalización del torneo femenino. No fue un punto de llegada, sino de partida. Una conquista a medio firmar, una promesa que todavía se está jugando. Desde entonces la palabra “profesional” se pronuncia con orgullo, pero también con un dejo de ironía: en muchos casos, apenas cubre los viáticos del transporte.

Cinco años después, las jugadoras entrenan con la misma rutina de siempre: madrugar, viajar en colectivo, calzarse los botines y correr detrás de una pelota que todavía paga desigual. Según un informe de Nota al Pie de 2024, el 40 % de las futbolistas de Primera División siguen siendo amateurs, sin contrato firmado ni obra social. En una cancha cualquiera de Buenos Aires, el sol cae a pleno y el pasto recién cortado deja un aroma húmedo que se mezcla con el de los rociadores de agua. Las camisetas transpiran nombres que aún no figuran en los noticieros, pero que sostienen un cambio silencioso.

Julieta Cruz, lateral de Boca Juniors, lo explicó sin rodeos: “Nosotras también somos trabajadoras del fútbol. Aunque todavía hay que recordarlo todos los días”. Cuando se la escucha hablar, la voz suena firme, sin dramatismo. Es una convicción aprendida en la práctica, en los años en que jugaba en Mendoza y dormía poco para ir a entrenar antes de trabajar. Hoy, mientras se saca fotos con la gente, se la ve sonreír. Pero cuando la pelota se va al córner su mirada se endurece: sabe que la cancha es también una trinchera.

El camino hacia la profesionalización fue y sigue siendo, una construcción fragmentada. En los años previos, el fútbol femenino sobrevivía en ligas informales, torneos barriales o equipos que entrenaban de noche porque las canchas se usaban antes para los varones. “Ser profesional implica que el club te reconozca, no solo que te pague”, escribió la investigadora Gabriela Nicole Garton en su estudio del CONICET sobre el proceso de 2019. Ese cambio simbólico —ser vistas y tener lugar— fue tan importante como la firma del contrato.

En el predio de Racing de Avellaneda, un grupo de jugadoras trota bajo la sombra de los eucaliptos. Micaela Sandoval, mediocampista del equipo, se acomoda la vincha y ajusta los cordones antes de la práctica. “Cuando te dicen que sos profesional pensás que todo va a cambiar — pero después ves que entrenás igual, solo que ahora el nombre tiene peso. El resto depende de lo que haga el club”. El ruido del colectivo que pasa cerca se mezcla con los gritos del entrenador: “¡Presionen arriba!”. En el borde de la cancha, dos nenas miran con la nariz pegada al alambrado. Una de ellas lleva una camiseta con el número 9. Quizá mañana empiece a jugar también.

El Reglamento de Licencias de Clubes que impuso la FIFA en 2021 exigió a la AFA una estructura mínima: cuerpo médico, canchas en condiciones, entrenadores certificados. En teoría, todos los clubes de Primera deberían cumplir esos requisitos. En la práctica, muchos todavía alquilan espacios o comparten vestuarios sin duchas. “La profesionalización fue un paso enorme, pero no alcanza con declarar el derecho si no se garantiza el ejercicio”, concluyó Valeria Berdejo, abogada e investigadora en estudios de género.

Romina Núñez, delantera de Belgrano de Córdoba, jugó buena parte de su carrera en el ascenso. Sabe lo que es viajar tres horas para un amistoso sin cobrar un peso. También jugó en Independiente de Avellaneda, cuando le ofrecieron contrato, lo firmó sin leer demasiado. “Era más el reconocimiento que la plata”. Quizás en ese momento ganaba menos de lo que cuesta un par de botines importados, pero se niega a que eso opaque lo logrado: “Antes ni nos daban la ropa del club; ahora al menos tenemos una camiseta con nuestro nombre”.

El fútbol femenino argentino tiene un proyecto a cinco años, presentado por la FIFA, que busca expandir la competencia, federalizar y fomentar las divisiones juveniles. En Buenos Aires, sin embargo, el futuro todavía se juega con limitaciones concretas: salarios bajos, pocas transmisiones televisivas y un calendario irregular. La AFA anunció una inversión de 24 millones de pesos por año para contratos, una cifra simbólica en un mercado donde los clubes grandes destinan eso a un solo refuerzo masculino. Pero esa inversión abrió una puerta: los clubes que apuestan por el femenino ya no lo hacen solo por imagen, sino por desarrollo.

En el vestuario de Lanús, Brenda Varela una de las referentes del equipo, acomoda sus vendas y guarda los botines en una bolsa de supermercado. En la pared, alguien pegó una frase impresa: “No vinimos a pedir permiso”. Afuera se escucha el ruido metálico del portón al cerrarse. Brenda no habla mucho; prefiere demostrarlo en la cancha.

Cuando se le pregunta qué cambió desde 2019, piensa unos segundos. “Ahora hay más pibas que se animan. Eso ya es todo”. No dice más. Se ata el pelo, se cuelga la mochila y se pierde entre las luces amarillas del pasillo.

Los datos acompañan esa percepción. Según un relevamiento de la Universidad de Buenos Aires publicado en 2022, el número de jugadoras federadas se triplicó en cinco años, y la participación femenina en divisiones juveniles aumentó un 65%. Sin embargo, el 76% de las futbolistas profesionales tiene otro trabajo fuera del deporte. Las condiciones son precarias, los contratos breves y la cobertura médica limitada. Lo profesional convive con lo vocacional.

En muchos clubes del conurbano, el vestuario todavía es un contenedor o un espacio prestado. Algunas jugadoras llegan con sus hijos pequeños; otras estudian en el colectivo mientras viajan al entrenamiento. En el predio del “Grana”, Magaly Badillo suele quedarse un rato después de cada práctica. Cae sobre el césped y piensa en su mamá, que la acompañaba a jugar cuando el fútbol era solo cosa de varones. “Ella me decía que si me gustaba, no tenía que dejarlo — que la lucha valía la pena, aunque doliera”.

Las historias personales son en realidad, el pulso del cambio colectivo. Hay quienes trabajan como empleadas administrativas, profesoras de educación física, cajeras de supermercado o niñeras. Entrenan de noche, después de la jornada laboral y juegan los fines de semana. Algunas cobran 70 mil pesos mensuales; otras, nada. En ese contraste cotidiano se resume la paradoja del profesionalismo argentino: existe pero no siempre se siente.

El contraste con la realidad mediática es evidente. En la televisión deportiva los goles del femenino apenas aparecen en resúmenes comprimidos. Las transmisiones por streaming crecen pero sin producción, ni relatos propios. “Cuando te filman desde la tribuna, sentís que todavía no te toman en serio”, dijo Brenda Varela. Y agregó, casi como un manifiesto: “Pero igual jugamos. Porque jugamos desde siempre”.

Cada vez que un club femenino entra a un estadio que antes les estaba vedado, el eco de los pasos sobre el cemento suena distinto. No es solo ruido, es historia. En la Bombonera, en el Monumental y en el Amalfitani, los cuerpos que corren ahora también son de mujeres. No todas tienen contrato, pero todas tienen memoria.

La lucha por el profesionalismo no fue un regalo institucional: fue empujada por jugadoras, entrenadoras y militantes que durante años reclamaron igualdad. En 2019, Macarena Sánchez, entonces futbolista de UAI Urquiza denunció públicamente a su club y a la AFA por despido injustificado. Su reclamo se convirtió en símbolo y motor del cambio. Gracias a ese gesto la AFA anunció la firma de ocho contratos mínimos por club. Desde entonces, el fútbol femenino empezó a escribirse en presente.

Pero el presente no alcanza. “Ser profesional es poder vivir de esto” , dijo Romina Núñez. No tener que elegir entre entrenar o trabajar en otra cosa.” La frase quedó resonando en la red, más allá de los 90 minutos.

Las tardes en los predios de Buenos Aires siguen teniendo la misma rutina: música bajita de fondo, olor a linimento, la charla previa antes de salir a la cancha. Las jugadoras se acomodan los botines, se cruzan miradas y sonríen. Algunas cursan carreras universitarias, otras trabajan en comercios o dan clases de fútbol infantil. Todas comparten el mismo deseo: que la palabra profesional deje de ser una promesa y se vuelva una realidad cotidiana.

Hay un brillo particular en sus miradas cuando cae la tarde y la pelota rueda bajo los focos encendidos. No hay cámaras, ni tribunas llenas pero hay dignidad. El viento levanta el polvo de la cancha, una bufanda violeta flamea en la reja, y alguien grita desde el banco: “¡Vamos, que falta poco!”.

En ese instante, el fútbol femenino argentino se parece a su propio país: imperfecto, desigual, lleno de talento y esperanza. Cada pase es una afirmación de existencia y cada gol, un pequeño acto de reparación.

En 2025, el fútbol femenino en Argentina vive un momento de expansión institucional, aunque contradictorio. Este año se presentó el segundo torneo de la Primera División A con un nuevo formato de zonas y fases eliminatorias, en el que participaron 17 equipos.  Además, la Copa Federal Femenina — torneo que articula clubes de la primera división con equipos del interior del país — concretó una edición más, gracias al apoyo del programa de desarrollo de la FIFA, con lo que la visibilidad y cobertura del fútbol femenino se amplían más allá del conurbano bonaerense.

Pero el crecimiento formal convive con viejas precariedades: según reportes recientes de 2025, buena parte de las jugadoras aún sostienen trabajos fuera del deporte, y muchos clubes siguen intentando cumplir con las exigencias de infraestructura, contratos y espacios exclusivos.  Aun así, la apuesta se mantiene: desde la AFA se volvió a comprometer un proyecto de predio Maite Galarza exclusivo para las selecciones femeninas, con la esperanza de avanzar hacia una estructura más estable y profesional.

El año 2025, con sus aciertos e insuficiencias, retrata bien la paradoja actual: más espacios, torneos y oportunidades —pero también un largo camino por recorrer para que “ser profesional” deje de sonar a ideal y se transforme en derechos garantizados.

Aunque el futuro siga corriendo con la camiseta transpirada, hay una certeza que no se borra: el fútbol femenino ya no puede ser silenciado. Quizás, algún día, cuando ya no haya que aclarar si son profesionales y ellas mismas se rían de todo esto. Tal vez entonces las canchas huelan solo a pasto mojado y no a lucha. Mientras tanto siguen jugando. Porque cada pelota que echan a rodar es una promesa que tarde o temprano, el fútbol va a tener que cumplir.

Grünwaldt, el enganche que juega como en el patio de su casa

Por Máximo Barán

Tiene apenas 16 años pero habla del fútbol con la naturalidad de alguien que lo vive desde siempre. Máximo Grünwaldt se ríe cuando se define que juega de enganche, pero con estilo de futsal en cancha de once, gambeta corta, toques rápidos, la suela como recurso inevitable. Así es este chico de La Boca, un barrio donde las canchas y las plazas son escuela antes que cualquier club.

Llegó a Sacachispas en 2024, casi de casualidad, venía de San Telmo, club al que dejó por temas personales. El coordinador de Sacachispas, que ya lo conocía, lo llamó apenas se enteró de que estaba sin club. “Me dijo que fuera a probarme. Al principio estaba nervioso, no sabía cómo me iban a recibir, pero desde el primer día me hicieron sentir parte del grupo”, recordó. Hoy forma parte de la Reserva, donde convive con chicos más grandes, con otro físico, otro ritmo, otra exigencia. “Eso me ayudó a mejorar bastante. Lo que más me costó fue el tema físico, pero de a poco me fui acostumbrando”, señaló.

Su rutina diaria parece la de cualquier adolescente, aunque ajustada por la disciplina deportiva: colegio a la mañana, almuerzo rápido en casa, entrenamiento, merienda, gimnasio y, ya entrada la noche, tareas y descanso. Entre medio, encuentra tiempo para jugar a la Play y salir con amigos. En su camino nunca estuvo solo. Lo acompañan sus papás y su abuelo, figuras claves en su crecimiento futbolístico. “Ellos están siempre, juegue bien o mal. Mi abuelo siempre tiene un consejo, una palabra antes de entrar a la cancha”, contó. Y también lo acompaña la música, su cábala personal: siempre la misma antes de cada partido, para entrar en clima.

En la cancha, ya tuvo su partido soñado: contra San Martín de Burzaco, donde convirtió dos goles. Perdieron 3-2, pero para él fue un punto de inflexión: “Me sentí protagonista, me felicitaron mis compañeros y el técnico. Eso me motivó mucho”. Sus ojos se iluminan al hablar de sus ídolos. Messi es “el mejor que vi jugar”. De Riquelme toma la pausa, de Maradona la pasión, y de Cherki la frescura de romper esquemas que es lo que le gusta hacer a los jóvenes. Él mismo parece buscar esa combinación: la creatividad del potrero con la disciplina del profesional.

“El fútbol significa mucho para mí, es lo mejor que hago”, dijo sin dudar. Su sueño es claro: debutar en Primera y, algún día, pisar la Bombonera con la camiseta de un equipo grande. sería lo máximo para él. Y si no fuera el fútbol, el boxeo sería su alternativa porque es un  deporte que admira por la disciplina y la fortaleza que transmite.

Iván Gorosito: el recorrido de un arquero del interior que hoy defiende el arco de Atlético Paraná

Por Lautaro Páez

El arquero Iván Gorosito nació en San Javier, provincia de Santa Fe, inició su recorrido en clubes locales antes de llegar a Colón de Santa Fe con apenas 16 años. Hoy, con 36, forma parte del plantel de Atlético Paraná, que actualmente milita en el Regional Amateur,  y es una de las voces más experimentadas del grupo. “Llegué a Colón muy joven, con muchas ganas de aprender. En esa época era más difícil mostrarse porque no todos los partidos se televisaban. Hoy los chicos tienen más herramientas para que los vean, pero antes era mucho sacrificio y viajar para poder tener una oportunidad”, cuenta.

Su primer contacto con el fútbol competitivo fue en Central San Javier, donde debutó en Primera a los 14 años. Luego pasó a Colón de San Justo, dentro de la Liga Santafesina, donde dio el salto de un club de barrio a una institución con más estructura. Esa experiencia fue clave para llegar a Colón de Santa Fe, donde se formó durante cinco años: “Eran años en los que uno aprendía todo. El ritmo, la exigencia, la competencia interna. Fue un paso importante porque ahí me profesionalice y entendí lo que implicaba ser jugador de fútbol”.

Después de su etapa en el “Sabalero”, Ferreyra transitó por distintos equipos del interior: Rosario, San Justino y, más tarde, San Martín de Formosa, el club donde vivió una de las etapas más extensas y significativas de su carrera. Allí permaneció entre 2011 y 2020, y consiguió dos ascensos que todavía valora. “Era un club humilde, sin predio y con pocas comodidades. Entrenábamos en una cancha municipal, pero el grupo era fuerte y había compromiso. Con trabajo y constancia logramos que el club se afiance en el Federal A”, señala.

Las diferencias con el fútbol de otras regiones son evidentes. “En el norte el juego es mucho más físico. Las canchas son duras, el trato de la pelota cambia y lo que te cobran en Santa Fe allá no te lo dan. Hay mucho roce, mucho choque. Son contextos donde se necesita fortaleza física y mental. Es otro tipo de fútbol”, explica. Esa adaptación asegura que fue parte de su crecimiento como arquero.

Durante sus años en Formosa disputó varios clásicos ante Sol de América, que todavía recuerda con detalle: “Eran partidos muy parejos, muy trabados. Los dos salían cero a cero y se definían por penales. En ese tipo de encuentros tenés que estar muy concentrado, porque cualquier detalle define una serie”. El ascenso al Federal A llegó después de varias temporadas de trabajo y una estructura táctica que se mantenía firme: “Siempre jugábamos con dos líneas de cuatro y dos delanteros. Nos conocíamos mucho entre nosotros, sabíamos a dónde presionar, a dónde no. Esa base fue clave para competir”.

La pandemia de 2020 marcó el final de su ciclo en San Martín. Sin competencia y con la necesidad de continuidad, Gorosito aceptó una propuesta de Sarmiento de Chaco, otro de los fuertes del norte. “Sarmiento y Chaco For Ever son instituciones con otra estructura. Tienen predios, infraestructura y planteles con jugadores de distintas provincias. Eso cambia la dinámica del día a día. En el norte hay realidades muy distintas entre clubes de una misma categoría”, señala.

También tuvo la oportunidad de enfrentar a equipos de Primera División en la Copa Argentina, un torneo que suele brindar ese tipo de contrastes. “Nos tocó jugar contra Lanús, con jugadores como José Sand, el “Laucha” Acosta y Marcelino Moreno. Ahí ves la diferencia de ritmo y velocidad, pero nosotros mantuvimos el orden, las líneas juntas y estuvimos a la altura. Esas experiencias te sirven mucho”, afirma.

Hoy, ya consolidado en Atlético Paraná, Gorosito atraviesa una nueva etapa. El equipo compite en el Torneo Regional Amateur y el arquero valora el ambiente de trabajo. “El grupo está bien, los entrenamientos son intensos y el objetivo es claro, mantenernos competitivos y pelear por estar arriba. Sabemos que la categoría es exigente, pero hay un plantel comprometido”, sostiene.

Más allá de los resultados, Iván resalta la importancia del profesionalismo en el ascenso. “A veces se piensa que el fútbol del interior es desorganizado, pero hay clubes muy serios y jugadores que viven esto con total entrega. Hay muchas dificultades logísticas y económicas, pero también mucha pasión. El que juega en el Federal lo hace porque realmente ama lo que hace”, asegura.

El arquero -que combina la experiencia con la responsabilidad de ser referente- reconoce que cada paso en su carrera le dejó una enseñanza distinta: “Pasé por clubes con realidades muy diferentes. Algunos con muchas comodidades, otros donde faltaban cosas básicas, pero todos con gente que empuja para crecer. Esa es la esencia del fútbol del interior: el esfuerzo colectivo”.

El futuro

Con más de una década de trayectoria en el fútbol del interior Iván Gorosito ya piensa en su futuro fuera del campo: “Me gustaría seguir vinculado al fútbol, sobre todo como entrenador de arqueros. Es una función que me atrae desde hace tiempo y en la que podría transmitir muchas cosas que aprendí en distintas etapas”. El arquero considera que la formación específica del puesto es fundamental y que el conocimiento práctico puede marcar diferencias en el rendimiento.