miércoles, diciembre 3, 2025
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Marcelo Alderete: “El 2025 fue mi año, aunque me haya lesionado”

Por Juan Cruz Albornoz

Estaba en su mejor momento. Había dejado a todos boquiabiertos luego de haber corrido por 24 horas seguidas en el Backyard Ultra (carrera en donde se debe completar un circuito de 6,7 kilómetros cada hora sin parar hasta que quede uno solo). Su ilusión por representar a Argentina crecía, pero arrastraba una molestia en la pierna que lo alejaría de la competencia por al menos 2 o 3 meses. Sin embargo, hace un balance general con una sonrisa y una satisfacción digna de alguien que superó con creces sus objetivos.

Brindó la entrevista sin vueltas y hasta llegó a ofrecer hacerla en su casa. En cada pregunta que responde demuestra una calma y paciencia absoluta. Por momentos el internet fallaba pero él se iba moviendo de habitación en habitación para intentar resolver el problema. Finalizó el diálogo con un: “Cualquier cosa que necesites, volvemos a coordinar, y gracias por escribirme”. 

Su presente no es casualidad, es el resultado de toda una vida preparándose y compitiendo. Marcelo Alderete se comporta como un profesional a pesar de ser un deportista amateur. Desde pequeño ya se movía, pero fue recién a los 19 años que comenzó a correr, cuando se mudó a Punta Alta, una pequeña localidad ubicada a 25 kilómetros de Bahía Blanca. Allí, entre los paisajes del lugar, le agarró aún más el gusto a la actividad. Reconoce que es más fácil que en otras zonas. Desde entonces nunca se detuvo, y hace 6 años que intensificó sus entrenamientos para alcanzar su mejor nivel. Esta dedicación se vio reflejada en los innumerables títulos que consiguió. Pero aunque tenga una repisa repleta de consagraciones, “él siempre fue el mismo”, aseguran quienes lo conocen.

“Al principio le daba mucha importancia a los trofeos. Me gustaba recibirlos, me gustaba tenerlos, y que cuando la gente entrara a mi casa pudiera verlos. Con el tiempo me dejaron de importar tanto, hoy los veo como un pedazo de plástico que junta polvo en algún mueble. Me gusta verlos porque me recuerda las experiencias que viví. Tengo algunos acá en la repisa y muchos otros repartidos por la casa. En mi mesa de luz, en el comedor, ya ni sé dónde los dejo”, contempló mientras los miraba.

Lo que logró en el ámbito deportivo tiene doble mérito cuando se conoce su vida por fuera de él. Además de usar el cuerpo para los circuitos, lo usa para el trabajo. Todos los días va a un taller de materiales de construcción, carga y descarga un camión que luego maneja. Luego va a otro dedicacado a la carpintería, en donde vuelve a hacer actividad física, esta vez con madera. Como si fuera poco, es electricista en el tiempo que le queda, y en el otro restante entrena.

–¿Cómo es un día a día tuyo?

-Me despierto a las 6.30 de la mañana. Entro a trabajar al taller (de materiales de construcción) a las 7 y salgo a las 13. Almuerzo y voy directo a la carpintería. La tarde y parte de la noche la paso ahí. A eso de las 22 termino, voy para mi casa y me espera mi señora con la ropa de entrenamiento lista. A las 11.30 vuelvo de correr, me baño y me espera para comer. Tuve mucha suerte con la mujer que conocí, es un ángel. Después de la cena me voy a dormir que al día siguiente a las 6.30 arriba de nuevo. Así termina un día de mi vida.

–¿Cómo te preparás para una carrera, tenés un entrenador personal?

-Sí, tengo uno. Todos los días entreno con él a la noche. Por día corro al menos 10 kilómetros, y algunos domingos. Son los días más pesados de todos. Hago pasadas de 30/40 kilómetros con poco descanso entre series. Igual siempre digo que lo más importante es la cabeza, mucho más que el cuerpo.

–¿Y cómo entrenás la cabeza?

-No la entreno como tal. En una carrera estás solo con tus pensamientos, y con el tiempo y la experiencia, uno aprende a manejarlo. Por suerte también tengo mi mujer que me acompaña mucho y mi entrenador que me ayuda con esto además de con lo físico. Mis amigos ya saben como es mi estilo de vida y me bancan cada vez que no puedo ir a algún plan o tengo que volverme antes. Estoy muy cómodo con la gente que me rodea y eso hace la diferencia.

–¿Qué pasa si un día no podés o no tenés ganas de correr esa distancia?

-En la semana entreno siempre, pero me pasa cada tanto que hay domingos que no tengo ganas de salir a correr y elijo quedarme en casa tomando unos mates con mi señora. Eso siempre y cuando no esté preparándome para ninguna competencia, porque cuando estoy enfocado en una carrera no puedo darme el lujo de no entrenar.

–¿Hay una estructura alimenticia que llevás adelante?

-Sí. En general me cuido con las comidas y las bebidas, pero estando a 2 o 3 meses de una carrera no tomo nada de alcohol ni gaseosa, ni nada que afecte el riñón, como las frituras por ejemplo. Como corredor es esencial cuidar al riñón, por eso siempre estoy bien hidratado.

–¿Consumís algún tipo de suplemento?

-Tomo creatina (dietético que aumenta el rendimiento en ejercicios de alta intensidad y corta duración) hace tiempo y hace poco mi entrenador me recomendó que consumiera colágeno (proteína clave para la piel, los huesos, los tendones, los ligamentos y otros tejidos conectivos), así que lo incorporé.

–¿Para las carreras qué alimento llevás en la mochila?

-Eso es súper personal. Siempre me llevo geles (suplementos energéticos en forma de gel, diseñados para suministrar carbohidratos de rápida absorción y energía), especialmente mermeladas. Y por supuesto, agua. Hay otras personas que entre carreras pueden parar en alguno de los puestos de comida que hay y comerse unas empanadas por ejemplo, pero yo nunca probé eso y con lo que uso me siento cómodo. Cada uno tiene su cuerpo y su estrategia.

El Backyard Ultra es una ultramaratón en donde los corredores deben completar un circuito de 6,706 kilómetros dentro de un intervalo de una hora. La particularidad que tiene son las pausas. Una vez terminada la vuelta, esperan a que inicie la siguiente. Si no la completan antes de que finalice el tiempo establecido, quedan eliminados. Saldrá victoriosa la última persona que se mantenga de pie. En los momentos frenados, los participantes aprovechan para alimentarse, hidratarse e incluso conversar con colegas.

–¿Qué significó para vos el Backyard Ultra?

-El Backyard no fue cualquier carrera. La disfruté muschísimo y la volvería a repetir todos los años. Creo que el Backyard es una forma de superarse casi sin darte cuenta. Al tener pausas, podes conversar más con el resto de participantes. Se vuelve un ambiente mucho más ameno en comparación al resto de ultramartones. Es una experiencia que le recomiendo a todo el mundo que haga.

En su primera Backyard Ultra en mayo de este año, Alderete corrió por 24 horas seguidas. Fueron 160 kilómetros. Se convirtió en la revelación de la competencia y la gente generó una expectativa en él de cara a la siguiente. En su segunda, tuvo algunas complicaciones. A pesar del buen ambiente que se había generado con sus compañeros, las condiciones climáticas hicieron que todo se torne cuesta arriba. Cargó con una mochila en la espalda y molestias en su pierna. “Pensé que era como cualquier otra molestia que te agarra en medio de una carrera”, confesó. Pero con el tiempo, se transformó en dolor. Sin embargo, ese no fue impedimento para que siga y sorprenda a Agustín Casajus, el actual ganador de la competencia y representante de Argentina, con quien fue par a par en lo que duró el evento. En San Clemente alcanzó los 140.7 kilómetros y 21 horas sin parar. Aguantó hasta donde su pierna le permitió, y así y todo logró posicionarse entre los 4 mejores de Latinoamérica y segundo del país.

–¿Esperabas que te fuera tan bien?

-Sinceramente nunca lo imaginé, pero porque hasta ese momento había corrido 8 horas seguidas y al Backyard fui con la mentalidad de superar ese récord. Cuando pasé esa marca, me sentí muy bien como para seguir, aunque con molestia en la pierna. Las condiciones climáticas hicieron que la carrera tuviera una dificultad mayor pero el ambiente con los compañeros ayudó mucho.

–¿Qué diferencias encontrás entre el Backyard y un ultramaratón sin pausas?

-La principal diferencia es que hay descanso. Tengo un cuerpo que se regenera muy rápido, por eso me mandé a participar con tranquilidad. Ese descanso me daba un aire extra que me renovaba. La gente piensa que por tener descanso es más fácil, pero no. Sigue siendo sumamente demandante. Me anoté buscando una experiencia y me econtré con un formato que no había vivido nunca. Uno que me permitió conocer gente con la que hoy mantengo un gran vínculo. Así que fue algo nuevo en todo sentido.

–¿Cómo te recuperás después de una carrera de esta magnitud?

-Luego de una carrera, no entreno por una semana. Mi cuerpo se regenera muy rápido, como dije, pero con el tiempo me di cuenta que es peor cuando me quedo quieto. Me recupero mucho mejor cuando, al día siguiente de correr, me muevo o camino. Si me quedo en la cama tirado me pongo duro. Además tengo que trabajar, y no me puedo dar el lujo de faltar porque competí, así que termino yendo igual. Después de correr en San Clemente, al día siguiente pedí el día, pero quien me reemplazaba no podía ir. Terminé yendo yo, y no me hizo mal.

–¿Es caro ser ultramaratonista?

-Tiene su costo sí. Porque al principio todo sale de nuestro bolsillo. Por mi estilo de vida no podía correr ciertas carreras, ya sea por el viaje que se me superponía con el trabajo, o lo que cuestan estos viajes. La mayoría de circuitos quedan lejos, así que generalmente me toca viajar. 

–¿Y cómo sustentás tu carrera deportiva?

-La gente de mi ciudad vio mi rendimiento y entusiasmo y se ofrecieron a ayudarme económicamente. Por eso armé una bandera para que cualquiera que quiera colaborar, pueda. Eso me dio más visibilidad, lo que hizo que se acercaran representantes y sponsors, quienes hoy me ayudan a financiar algunos de los gastos de las carreras.

Su última carrera fue el domingo 2 de noviembre en San Clemente. Logró completarla y ubicarse en el segundo lugar, pero el dolor en su pierna continuó. Ya era evidente que no se trataba de una molestia menor, por lo que fue al médico, quien le dijo que se trataba o de una tendinitis en su pierna izquierda, o de una fractura. Esta semana se realizará estudios para confirmar qué es lo que tiene. Sea lo primero o lo segundo, no podrá correr por lo que resta del año.

–¿Qué hay después del Backyard, qué metas tenés de cara al futuro?

-Mi señora me regaló un calendario de 2026 y lo primero que hice cuando me lo dio, fue anotar la fecha del Backyard que es en mayo del año que viene. Me hice muchos amigos en el último, y algunos me llamaron para que participara del próximo. Así que estoy motivado para eso.

–¿Y con respecto a correr para Argentina?

-Ese es mi objetivo principal. Lo que sigue es anotarme en maratones de 10/12 kilómetros, que me dan más chances de ser elegido. Pero por ahora me tengo que concentrar en la recuperación. En Sudamérica o en donde sea, me encantaría representar a Argentina.

 

Ansedes, entre la lona del taekwondo y las aguas

Por Matías Recchioni 

En el mundo del taekwondo se abre paso Clara Ansedes, una joven de 25 años que se destaca en la modalidad de Poomsae y participó en el Mundial de Goyang, Corea del Sur, en 2022 con la Selección Argentina. Además, fue medalla de oro juvenil en el Torneo Nacional de 2017 y en la Copa Argentina 2021. En los juegos JADAR 2025, celebrados en Rosario, también obtuvo el máximo galardón.

Empezó a practicar taekwondo desde los doce años, cuando el club en el que practicaba otros deportes, como gimnasia artística o natación, confirmó que agregaba la disciplina a su cronograma de actividades. Hace seis años que da clases de taekwondo para todas las edades en esa institución, ubicada en San Isidro. 

Lo que más destacó de la modalidad que practica, el Poomsae, es que se lo deja de ver cómo deporte para que se aprecie más el arte de quién lo practica. “Y eso lo traslado al día a día y a otros deportes. Viendo como cada persona en lo que hace muestra su arte”, agrega. 

Desde marzo, Clara está recibida como guardavidas, una carrera que eligió para mejorar como atleta. “Cuando terminé el secundario me anoté en instrumentación quirúrgica pero hice la mitad de la carrera porque me surgió la posibilidad de ir al Mundial y al Panamericano de Poomsae. Al volver estuve muy atrasada, no me fue bien y decidí dejarlo para concentrarme en el taekwondo. Quería estudiar algo relacionado al entrenamiento y ahí apareció el curso de guardavidas y me mandé”, explica.  

Clara fue convocada a la Selección Argentina de taekwondo y contó lo que le genera vestir los colores del país: “Es una piel de gallina tremenda, pareciera que fue ayer que estaba entrenando para llegar y ahora estoy hace seis años. Cuando llega el día de la competencia tenés que poner todo en el área (dónde se practica taekwondo) porque sino te estás faltando el respeto”. 

En los JADAR (Juegos Argentinos de Alto Rendimiento) fue ganadora de la medalla de Oro en Poomsae individual femenino, luego de vencer en la final a Mariana Carrizo. Junto a Fernando Gillette -quién también ganó en individual masculino- obtuvieron el mayor puntaje, y por lo tanto la medalla dorada, en la modalidad de parejas mixtas. Sacaron 8.666, 30 puntos más que los que se quedaron con la medalla plateada. 

“Me sentí muy contenta por haber logrado el objetivo para el que me preparé todo el año. Los JADAR era el evento del año para nuestra disciplina, así que obtener la medalla de oro fue muy gratificante”, reconoce.

Ansedes se entusiasma: su buen rendimiento en los JADAR de septiembre, su participación en el Torneo Nacional Clausura y los resultados que obtuvo durante todo el año le pueden abrir las puertas para volver a representar al combinado nacional en el Mundial que se disputará en Chuncheon, Corea del Sur, y continuar con su sueño para el año entrante, que es volver a representar a la Argentina en todos los torneos internacionales, y más que nada en los Juegos Odesur.

Los Juegos Odesur -o Juegos Suramericanos-, tendrán lugar en la Provincia de Santa Fe entre el 12 y 26 de septiembre de 2026. Se espera la presencia de más de 7000 atletas de los 15 países de todo Sudamérica, cómo Aruba, Guyana, Surinam, Curazao y por supuesto los más reconocidos. En ellos Clara va a tener la mira puesta para seguir compitiendo y dejar la bandera argentina en lo más alto del taekwondo mundial. 

 

Futsal: Estudiantil Porteño y la costumbre de salir campeón

Por Facundo Carratú

En el barrio de Ramos Mejía, se encuentra el histórico Estudiantil Porteño que logró uno de los hitos más importantes del último tiempo. Es el umbral de una gesta que, en el transcurso de solo unos años, ha cambiado el pulso del club y del futsal precisamente: tres ascensos, dos de manera consecutiva, y a partir del 2026 disputará la máxima categoría

En 2021, Estudiantil Porteño participó por primera vez en el futsal AFA. Es un suceso casi simbólico, porque para muchos el club había sido desde siempre sinónimo de actividades múltiples: deportes amateurs con sus respectivas categorías formativas y algunos torneos de salón. El cambio implicó no solo el uniforme, sino la estructura, los controles, los viajes, la exigencia y la rutina. El objetivo fue claro, adaptarse a la liga y pasar una etapa de transición en esta nueva competencia.

La gente se reúne y convive entre sí, sin importar el deporte que realice. El punto en común es lo social y el sentido de pertenencia. Cuenta con un bar que funciona como “bodegón” y es constantemente concurrido ya que está en el sector principal.

Luego de mantenerse en la Primera D, en 2022 arribó al club Juan Manuel Massola, reconocido director técnico que venía de ascender con Atlanta luego de derrotar en la final a River: “Desde un primer momento los jugadores se adaptaron a la metodología, personalidad y modelo de juego, eso generó un día a día muy lindo”, recordó sobre su primera experiencia en Porteño.

Hace de local en el colegio Salesiano Don Bosco, situado en Pereyra 1085, Ramos Mejía. Por el momento continuará ahí debido a que construir un 40 x 20 no está en los planes. El domingo se espera con ansias. Es el día en el que las tradiciones toman protagonismo: colgar las banderas, limpiar la cancha con la botella de agua en mano o ajustar algún agujero en las redes de los arcos. Son algunas de las acciones que nunca faltan, sumado a las cábalas individuales y colectivas de los protagonistas. 

El instituto tiene un predio amplio, los vestuarios con aroma a lona mojada, la cancha también es de handball por ende los palos son cuadrados y molestos a la vez. Posee una tribuna de costado y otra detrás de uno de los arcos. Pese a no ser locales dentro de Porteño, los más chicos acuden a todos los partidos para ver si el día de mañana hacen su lugar en la primera: “De repente un domingo al finalizar el partido comenzaron a bajar los jóvenes de la tribuna y de esa manera se fue transmitiendo el sentido de pertenencia”, concluyó Massola. 

Ascender implica un recuerdo para toda la vida pero también representa otro desafío con un nivel de exigencia más alto. Poco le importó a Porteño: consiguió el primer campeonato desde su ingreso a AFA y se coronó tres fechas antes. En 2024 disputó la Primera C y dominó la categoría de principio a fin. En 32 partidos jugados ganó 23, empató 4 y perdió solo 5. Derrotó 2 a 0 a la UAI Urquiza de visitante, y consumó así un nuevo éxito para la historia del club. 

Bien Porteños :: Olé - ole.com.ar

Ese campeonato fue más que un título, fue la validación de un proyecto deportivo consolidado desde el primer ascenso en 2022. Porque detrás del primer equipo están las inferiores que juegan un papel importante. Es prioridad que año tras año los chicos se formen para dar el salto a la primera división. 

En los alrededores la indumentaria de Porteño reluce a flor de piel, es casi una regla que al ingresar lleves una prenda del “Azulgrana”. Con espacios amplios que permiten evitar aglomeraciones. Porque no solo asisten para practicar algún deporte, sino también van a tomar un café mientras trabajan con su computadora o se reúnen previo a realizar alguna actividad. 

Finalmente en 2025, Estudiantil Porteño se consagró campeón de la Primera B cuatro fechas antes y ascendió por primera vez a la máxima categoría, tras una campaña histórica. Cosechó 70 puntos producto de 22 victorias y 4 empates a falta de un cotejo para que finalice el campeonato: “Es una locura, algo inolvidable por el cariño de toda la gente y el grupo que formamos nosotros”, sentenció Jorge Hernan Clapcich, experimentado pívot del equipo. El “Colo” comparte plantel con su hermano Diego “Chapa” Clapcich, quien cosechó su quinto ascenso personal: “Vine a este club con ganas de lograr cosas importantes, los primeros seis meses del año fueron duros pero al final todo tiene su recompensa”, agregó el “Chapa” que venía de sufrir diferentes lesiones en su paso por Arsenal, donde estuvo el primer semestre de la temporada.

Fue el segundo campeonato de forma consecutiva para el equipo de Ramos Mejía. En los pasillos del club las vitrinas se renuevan con los nuevos trofeos, y los socios que alguna vez observaron las fotos antiguas del baby fútbol, hoy disfrutan con los afiches y medallas del futsal que ascendió a la A. La identidad de Porteño se transformó; pasó de ser un club de barrio respetado a codearse con la élite del futsal argentino.

En la fecha 30 del torneo, el Azulgrana recibió a Atlanta con chances de sellar su ascenso de manera anticipada. El partido tuvo de todo: nueve goles, expulsados y una tribuna repleta al ritmo de los bombos y las trompetas. Todo terminó con final feliz para el local. Porteño se impuso por 5-4 con tres goles de su pívot: “Fue mágico, ni en el mejor de mis sueños lo pude haber imaginado de meter tres goles en un partido de esa envergadura”, comentó el “Colo” Clapcich. Incluso llegó a convertir con un hombre de menos: “Siempre es lindo hacer un gol en esta clase de partidos y más especial aún que se haya dado justo cuando nosotros estábamos en desventaja numérica”, declaró Federico Tavare, de los más experimentados del equipo.

El encuentro fue vibrante, palo a palo, con una intensidad a la altura de lo que estaba en juego y Lucas Miceli tuvo una noche para el recuerdo: “Es muy lindo, un premio al esfuerzo y a la perseverancia, uno viene de abajo y conseguir un bicampeonato es una satisfacción enorme”, argumentó el arquero y referente de Estudiantil. Además, se mostró agradecido con Massola ya que fue quien lo trajo a Porteño: “En el club no me conocían, y ver cómo se fue dando todo es increíble. Siempre tuve fe en este equipo, es un club muy ganador ya desde la Metro”, agregó Miceli.

Posterior a los festejos, ocurrió el ritual habitual al finalizar cada partido: la ronda de los jugadores y la gente. Esta vez tuvo la particularidad que se dio a lo largo de toda la cancha, fue la más grande que realizaron. Massola se metió en el medio, agradeció a su cuerpo técnico, jugadores y dirigentes. Finalmente le dedicó unas palabras a todos los hinchas y terminaron a los saltos festejando el tan ansiado ascenso a la A: “La ronda me la inculcó el club a mí, porque es la costumbre que ya tenían. Nosotros lo mantuvimos principalmente gracias al grupo que contagia de una manera que no se puede describir”, completó Massola.

Para comprender la magnitud de esta gesta, hay que detenerse y pensar en lo que es el club en sí. Una institución con historia en la Zona Oeste de Buenos Aires, reconocida por el buen trabajo en los diferentes deportes que alberga pero que le faltaba profundizar sobre uno en particular: el futsal.

Porteño campeón :: Olé - ole.com.ar

Es un proyecto que se ha ido consolidando con el correr de los años. A medida que el deporte fue creciendo, los clubes de barrio fueron los que más sufrieron el cambio. El motivo principal es el económico, el desafío está en cómo competir al máximo nivel cuando la economía no acompaña de la mejor manera. Hay diversas dificultades, algunas de ellas son: falta de recursos, viajes largos, canchas compartidas y doble turno de trabajo.

Actualmente Porteño tiene un buen pasar económico, gracias al aporte de sus socios que tienen diferentes categorías: “socios deportivos”  con una cuota ronda entre los 20.000 y 34.000 pesos -según si sos menor, cadete o mayor-, y los “socios generales”, que de cuota pagan 24.800 si son menores o 41.400 si son activos.

Es el laburo silencioso, de formar, de crecer, es la base por la cual puede seguir apostando por el futsal desde hace más de 5 años. Y lo que rodea a la disciplina es fundamental: los padres que llevan a sus hijos y esperan en la tribuna, el utilero que se encarga de que no falten las pelotas ni las pecheras, los hinchas que sin importar la hora y el lugar siempre están presentes. Ese entorno contribuye a que un ascenso no sea sólo deportivo sino también social; el barrio se siente parte y el club es la bandera.

En la semana la rutina se repite: los chicos salen del colegio y van directo al entrenamiento, en el medio se compran su botella de agua o bebida deportiva, con la cara sucia y las piernas lastimadas completan otro día en el club de sus amores y se vuelven con una sonrisa a sus casas.

Estudiantil Porteño campeón de Elite :: Olé - ole.com.ar

El plantel de la Primera suele llegar entre treinta/cuarenta minutos antes, se toman unos mates, acuden con el kinesiólogo, se ponen sus botines o zapatillas de acuerdo a lo que pida el preparador físico y saltan a la cancha para una nueva práctica. 

Ascender a la A del futsal argentino conlleva consigo un desafío que a muchos les cuesta: mantener la categoría. Por ejemplo, River estuvo cinco años en la B. Otros casos son los de Chicago, Atlanta o Villa la Ñata, tres clubes que acostumbran a estar en la A, hoy se encuentran en la segunda categoría. Para Estudiantil Porteño significa asumir que a partir de 2026 el club compite con la élite, que sus jugadores serán mirados de reojo no sólo por el famoso scouting sino que también para hacerse de sus servicios. Los juveniles tendrán su espejo y se darán a conocer.

El cambio es rotundo: la costumbre de jugar en las canchas del ascenso, donde la luz escasea y los vestuarios están sucios, quedó atrás. La falta de duchas o en el mejor de los casos de agua caliente, ya es anécdota. A partir del año que viene el “Azulgrana” será transmitido hasta por televisión.

Los tres ascensos en cinco años de Estudiantil Porteño son, en esencia, un sueño cumplido, que en algún momento pareció lejano pero hoy es realidad y debe asumirse como tal: “No es normal lo que logramos, por eso hay que celebrarlo. La clave fue mantener el proyecto, confiar en el grupo y adaptarnos a las categorías”, concluyó Massola.

El objetivo de llegar a la Primera A fue alcanzado, pero el camino no concluye, apenas comienza otro. Un nuevo capítulo para Estudiantil Porteño que les permite seguir soñando a quienes lo alientan de toda la vida desde la tribuna, ya sea por el futsal u otro deporte, o mismo también por la cercanía con el barrio. 

Bajo las luces de la cancha del Colegio Salesiano, tras el silbato final, el gol del ascenso derivó en un abrazo interminable donde quedó grabada la escena: la camiseta azul-navy ondeando, los jugadores con un habano en la boca, los cánticos clásicos y un festejo que todos los que estuvieron presentes van a recordar.

 

Épica y equilibrio: el mundo de Luciano Taccone

Por Valentino Sassella

Desde sus primeras brazadas en Quilmes hasta romper récords en la distancia más exigente del triatlón, el bonaerense se ha convertido en símbolo del esfuerzo argentino. Pero detrás del cronómetro también hay otros capítulos: el día a día, los vínculos, los miedos y los proyectos que habitan en los silencios.

Nacido un 29 de mayo de 1989 en Quilmes, provincia de Buenos Aires, Luciano Taccone se crió bajo la música insistente del tren Mitre y la leve brisa que bajaba del Río de la Plata. Allí comenzó su historia, una con sabor a agua, sudor y resistencia. “Siempre supe que quería estar en el agua antes que en la oficina”, suele decir con media sonrisa. Cuando de adolescente alternaba entre la natación y el ciclismo, poco imaginaba que su futuro lo empujaría a dominar los tres segmentos del triatlón profesional: natación, ciclismo y carrera a pie.

Aun así, los entrenamientos del Club de Natación de Quilmes marcaron la base: “Entrenar temprano los sábados, cuando sólo el sol y los entrenadores compartían la pileta, es lo que me condicionó para olvidarme del miedo al agotamiento”, confiesa. Su salto a la élite llegó con la selección argentina: representó al país en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, donde concluyó la prueba de triatlón individual en el puesto 48.

Pero lo significativo no fue sólo la cifra: fue el momento en que comprendió que el cronómetro no perdona, y que él tampoco lo haría con su propia voluntad. En 2019, Luciano alcanzó uno de los hitos más importantes del triatlón argentino: la medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de Lima. Ese logro rompió una sequía de 16 años sin podios nacionales en la disciplina. Entre eso y lo que vendría, entendió que para trascender había que pensar en grande, y preparar el cuerpo para algo más que la corta distancia.

En 2023 y 2025, Taccone le dio un giro mayor a su carrera: abrazó la distancia del Ironman 70.3 Brasil, con resultados arrolladores. En Florianópolis estableció un nuevo récord de 7 horas, 31 minutos y 46 segundos, dominando la bicicleta con un registro impactante de 4 horas, 9 segundos. Se convirtió así en bicampeón de la prueba y en uno de los pocos latinoamericanos que rivaliza con los grandes del mundo en la larga distancia.

Luciano Taccone se subió al podio en el IronMan 7.3 en Brasil

 

Cuando me subí a la bici ese día, supe que había algo distinto. No es que el cuerpo estuviera ligero; era que la mente había decidido quedarse, y no soltar”, dice Taccone, con esa voz que mezcla convicción y calma. Esa frase resume su evolución: ya no bastaba con llegar, ahora se trataba de dejar huella. Pese a los logros, Taccone no es sólo atleta.

En el plano personal mantiene una relación estable con la triatleta Romina Biagioli (foto) también elite en su disciplina. “Ella es el cable a tierra que ningún podio me da”, comentó hace unos meses en redes sociales. Ambos entrenan, comparten viajes, silencios y metas. Pero Luciano prefiere reservar parte de su intimidad: los entrenamientos pueden verse; los miedos, no tanto. En su casa de Córdoba, donde reside buena parte del año para aprovechar el clima y la altitud, hay un ritual fijo: desayuno a las seis de la mañana con mate libre, revisión del plan de entrenamiento del día y luego sesión de natación, ciclismo o pedestrismo, según corresponda. Entre dieciocho y veinte sesiones semanales no son una exageración: son su estándar. “Si voy a comprometerme, lo hago con todo o no lo hago”, afirma.

No todo es luz en este camino. Una lesión en el sóleo lo dejó con un 2024 difícil: la frustración, el bajón anímico, la duda. “La lesión fue una invitación a parar algo que no había parado en años”, comenta. Esa pausa le permitió reencontrarse con la lectura, cocinar para sí mismo y recuperar espacios que la exigencia del triatlón había eclipsado. En ese silencio obligado comprendió que el cuerpo es sólo un vehículo y que la verdadera resistencia también se entrena en la mente. Volvió a sumergirse en novelas de aventura, su género favorito para desconectarse, como Los Senderos del Viento de Mauro Estévez y ensayos de psicología deportiva como La Mente que Resiste de Clara Montovani. También retomó un viejo libro que lo marcó de adolescente, Agua Profunda, una ficción sobre un nadador solitario que busca su identidad a través del mar.

“Leer me ordena, me baja a tierra y me recuerda por qué hago lo que hago”, suele decir. Le interesan especialmente los géneros introspectivos: biografías, crónicas deportivas y relatos de viajes. Cada noche, antes de dormir, dedica media hora a lo que llama “lecturas que afinan la cabeza”. Su entrenador, Raúl Lemir, fue clave en el salto a la larga distancia. “Desde que comenzamos a pensar en el Ironman, Luciano entendió que ya no se trata de una carrera, se trata de una vida”, comenta Lemir. Esa frase resume el enfoque: no sólo más kilómetros, sino integridad, alimentación, recuperación y mente. “Luciano tiene un tipo de tranquilidad rara para este deporte: no se desespera, presiona de forma realista”, agrega.

Esa serenidad permitió que el quilmeño, ahora mitad cordobés por adopción, evitara el desgaste típico de quienes saltan de corta a larga distancia sin escalas. Su madre, Marta, recuerda esos primeros pasos: “Luciano era un nene que no se cansaba nunca. Había que sacarlo de la pileta a la fuerza, pero también tenía una sensibilidad enorme; cuando algo no le salía, se quedaba pensando horas. nunca fue de rendirse”. Su padre, Rubén, aporta otra mirada: “a mí lo que siempre me sorprendió fue su disciplina. tenía 12 años y se levantaba solo a las cinco para ir al club. Yo lo acompañaba, pero él ya estaba vestido antes de que yo prendiera la luz. lo de hoy no me sorprende: ya estaba en él”. Y su entrenador de la infancia, el histórico profesor Héctor Barrenechea, añade: “Luciano tenía una particularidad: escuchaba. en los chicos de esa edad es raro. absorbía cada corrección. Tenía una determinación tranquila, como si supiera que su camino iba a ser largo”.

En un deporte dominado por europeos y norteamericanos, el ascenso de Taccone adquiere dimensiones de símbolo regional. No porque busque protagonismo, sino porque su narrativa conecta con el esfuerzo, la autogestión y el deseo de trascender. Su victoria en Brasil deja un mensaje claro: “Un argentino puede marcar la historia”. En 2025 cerró una de sus mejores temporadas, pero no se da por satisfecho. La clasificación al Ironman World Championship en Niza marca el próximo paso. “Lo bueno de este deporte es que siempre queda algo por mejorar”, dice. Y lo dice sin arrogancia. Su mirada va más allá del deporte.

Luciano Taccone, el hombre de hierro en Brasil - Rugido Sagrado

Luciano suele repetir que el triatlón, aunque parezca individual, en realidad es un esfuerzo compartido. Habla del mecánico que ajusta la bici a la perfección, de la nutricionista que le cambia una rutina cuando el cuerpo se resiente, de los amigos que lo esperan con un asado cuando vuelve de un viaje interminable. “Si algo aprendí es que nadie llega solo. El mito del atleta solitario es eso: un mito. Lo que pasa es que el esfuerzo se ve de a uno, pero se construye de a muchos”.

A veces, cuando el entrenamiento lo permite, vuelve a Quilmes para visitar a sus padres. Camina por la costanera y reconoce que allí empezó todo. Le gusta llegar a ese punto donde el agua tiene olor a infancia. Suele pasar por el viejo club, mirar las piletas vacías y pensar en lo que vendrá. “Me gusta no olvidar de dónde salí. Porque eso te da hambre, pero también te da gratitud”, cuenta. En esos viajes al pasado se lo nota distinto: menos competidor, más hijo, más humano. En la intimidad, Taccone es detallista. Ordena sus cosas con un método casi quirúrgico: los geles energéticos por tipo, las zapatillas alineadas, la bici limpia al extremo. Es su forma de mantener el control cuando el mundo exterior se vuelve incierto. Tiene un cuaderno donde anota cada entrenamiento desde hace más de diez años: fecha, clima, sensaciones, pensamientos. “A veces leo cosas de hace años y me sorprende cómo pensaba. Me doy cuenta de que madurar en el deporte es también madurar en la vida”, confiesa.

También hay un costado espiritual que pocos conocen. Desde hace un tiempo practica meditación guiada y, según cuenta, eso le permitió bajar la ansiedad de la competencia. El silencio te enseña a escuchar el cuerpo antes de que grite. Antes corría para demostrar; ahora corro para entender.

Taccone no sólo compite: piensa. Tiene en mente crear, una vez que cuelgue la bicicleta, una escuela de triatlón para jóvenes de zonas vulnerables del Gran Buenos Aires. En ese proyecto imagina transmitir no sólo técnica, sino disciplina, autoestima y aspiración. “Lo que me dio el deporte lo quiero devolver, pero sin dar sin esperar; quiero sembrar”, afirma. Además, comenzó a escribir un libro de memorias deportivas y personales que incluirá capítulos inéditos: los primeros años en Quilmes, la duda antes de Río, la noche sola en Florianópolis tras romper el récord y la soledad que a veces reclama un atleta que vive fuera de temporada en el extranjero. Ese manuscrito aún sin título es una forma de diálogo consigo mismo y con su futuro.

TACCONE, Luciano Franco - ENARD

Cuando cruzo la meta, siento que dejo una pequeña huella para alguien que aún no nació y quiere creer que puede”, dice Luciano Taccone y agrega: “La bicicleta es donde hablo conmigo mismo; el pie corriendo es donde me escucho”. Sobre su vida personal reconoce: “Romina me recuerda que el deporte es parte de la vida, no toda la vida”. Y desde el equipo, Lemir aporta: “El gran logro de Luciano no es el tiempo: es la transformación que permitió que su vida y su deporte se integraran”.

Luciano Taccone es parte de una generación que reescribe los límites del triatlón en América Latina. No sólo batiendo récords, sino construyendo puentes: entre natación y bicicleta, entre talento y disciplina, entre triunfo y humildad. Su historia no es sólo la de un deportista de alto rendimiento, sino también la de un hombre que reparte su tiempo entre brazadas, ruedas, zapatillas, lecturas nocturnas y futuros proyectos. Cuando un cronómetro marque su próxima aparición, lo definirá un nuevo número, un nuevo logro. Pero lo más relevante permanecerá fuera de la tabla oficial: la historia de un hombre que entendió al deporte como escuela y como escenario, y que ahora se encuentra escribiendo lo que viene después.

Su legado no será sólo su nombre en un podio, sino el reflejo de alguien, en algún barrio del conurbano bonaerense, que vea en él la prueba de que un sueño se puede respirar, pedalear, correr y luego vivir con dignidad. Porque, al final, Taccone no corre contra nadie: corre hacia su mejor versión. Corre hacia el futuro que todavía no existe, pero que se construye, paso a paso, en cada amanecer, cuando el mundo duerme y él ya está en movimiento.

Pablo Erbin encontró otra vida

Por Iván Pozzo y Facundo Carratú

“El Cabezón” Pablo Erbín pertenece al selecto grupo de 102 jugadores que se dieron el lujo de vestir las camisetas de Boca y River. Criado en 25 de Mayo, un pueblo a unos 200 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, no fue de esos chicos que crecieron soñando con jugar en la Bombonera o el Monumental. Llegó al fútbol casi de rebote, cuando los estudios le dieron la espalda y lo único que le quedaba era probar suerte con la pelota. Cuenta con una extensa trayectoria en el ámbito local más allá de su paso por estas dos instituciones. Fue partícipe del recordado ascenso de Huracán en el 2000, y protagonizó uno de los momentos más comentados de los años 90´ al lesionar a Ricardo Enrique Bochini en el último partido de su carrera. Alejado del ruido de las tribunas, se sumergió en un mundo nuevo y desconocido.

Ocho de la mañana en Pilar. La casa de Erbín, el eterno “Cabezón”, respira calma. Lejos —muy lejos— quedaron el bullicio, los gritos y la multitud que alguna vez fueron parte de su vida. Si hoy hay una ley que rige su mundo, esa es la de la tranquilidad. Se estira sin apuro. El despertador ya no suena; ahora lo despierta el canto de algún pájaro rezagado. Saluda a su esposa, con esa complicidad de todos los días y se toma el primer sorbo de café, ese ritual que arranca la jornada. Su destino ya no es un vestuario lleno de adrenalina ni la manga de un estadio que lo escupe a la cancha. Hoy, el ex defensor cambió las canilleras y los botines por el campo abierto. Su meta es La Ellerstina, la meca del polo mundial. El viaje al trabajo no es una obligación pesada, sino un respiro que abraza la pausa.

El aire fresco de la Ruta Panamericana entra por la ventanilla de su camioneta negra. Es una mañana nívea, que huele a pasto húmedo y a tierra removida. En el camino, los recuerdos, como fantasmas bienintencionados, se mezclan con el paisaje. Se superponen imágenes: los entrenamientos espartanos en Temperley, donde la garra era el único pasaporte; los días de gloria en River Plate, con la banda roja cruzada en el pecho como un rayo; los clásicos eternos con Boca Juniors, donde el país entero se detenía y los gritos eran balas audibles. Los insultos, la euforia, el sabor salado de la derrota y el dulzor de la victoria. Todo aquello, la vida de camisetas sudadas, la presión mediática y los vestuarios de cemento, parece pertenecer a otra persona, a una existencia ya clausurada.

Pablo Erbin: De la pelota a la bocha, hay un solo paso

Mientras maneja, la tranquilidad y el silencio del campo lo ayuda a rebobinar la cinta de su propia historia. Piensa en sus orígenes en 25 de Mayo, su pueblo natal. Él era de esos pibes que querían ser algo más “serio”, algo que se distanciara de la pelota. La Escuela de Aviación le dijo que no, la veterinaria le cerró la puerta. Fue ahí, con los estudios dándole la espalda y el destino jugándose una ficha, que el fútbol apareció como última carta. Y qué carta fue: Temperley, un mes y medio a prueba, y al toque estaba debutando. Cero inferiores, cero vueltas: “Tenía un poco de roce por los partidos en la liga del pueblo pero nada comparado al fútbol profesional”, recordó sobre su primera experiencia en Primera.

Un defensor hueso duro, temperamental, que en un año y medio ya tenía al Bambino Veira siguiéndole el rastro: “Mi segundo partido fue la revancha contra San Lorenzo, empatamos 1 a 1, a Veira le gustó cómo jugué y ahí me empezó a seguir”, comentó Pablo.
Al llegar a La Ellerstina, Erbín desciende del auto. Ya en la entrada del club, lo esperan algunos petiseros, gente de campo, con los que se saluda con el código silencioso del abrazo corto y la sonrisa larga. Huele a establo limpio, a cuero curtido, a alfalfa. Es otro idioma sensorial. Allí, entre caballos que descansan con la nobleza de animales de raza y monturas colgadas en perfecto orden a “un caballo se lo cuida como a un jugador de primer nivel, tiene su entrenamiento, tiene que estar bien descansado y comer bien”, explicó Erbín.

En el predio se mueve con una naturalidad que desarma cualquier prejuicio. La misma facilidad y dominio territorial con la que antes recorría su área de defensa, la despliega ahora sobre el pasto abierto, supervisando rutinas. Cambió los rivales de carne y hueso por animales que son, en sí mismos, atletas de élite, y la adrenalina del contacto físico por una paz metódica que aprendió a disfrutar: “Es un mito que el polo es un deporte exclusivamente para la clase alta”, argumentó Erbín. Y concluyó en que la pasión y los valores del deporte radican en el día a día del campo.

Su jornada es una sinfonía de disciplina. Su rol, hoy esencial para la estructura del equipo, no está en meter la pierna para desarmar un ataque, sino en cuidar el motor silencioso de cada jugador: el caballo. Revisa dietas, conversa con los jinetes sobre las cargas de trabajo, observa la preparación física equina con la misma seriedad con la que antes estudiaba un video del delantero rival. Cada movimiento es medido, cada detalle importa. “El polo también es sacrificio, disciplina, esfuerzo”, suele decir.

Pablo Erbin: De la pelota a la bocha, hay un solo paso

Y esa frase, que repite a quien quiera escucharlo, se convierte en un mantra, un puente entre su vida pasada y la actual. Es la misma cabeza decidida, la misma exigencia que le valió la admiración y la crítica en los estadios, ahora aplicada a la anatomía de un purasangre.

Pero estos días, la calma tiene un pulso distinto, una tensión que se respira en el aire fino de Pilar. El Campeonato Argentino Abierto de Polo, conocido simplemente como el Abierto de Palermo, ya está en marcha. Es el torneo más prestigioso del mundo, la cúspide de la temporada. En La Ellerstina se siente esa mezcla de concentración, tensión y expectativa que solo tienen los grandes equipos. Cada entrenamiento tiene un peso específico: las charlas son más largas, las rutinas más minuciosas, la exigencia más notoria. Pablo lo sabe. Su meta sigue siendo clara, tan clara como cuando entraba a una cancha con la banda roja o la azul y oro en el pecho: ganar, aunque sea desde este costado del alambrado.

—¿Qué es más difícil: ganar la Copa Libertadores o la Triple Corona?
—Y… todo es difícil en el deporte, no hay nada fácil. Ganar la Triple Corona es una exigencia muy grande. La única diferencia es que en la Libertadores hay muchos equipos que la juegan, y en el polo no hay tantos.

A media mañana, hay un descanso. Unos mates compartidos con su círculo de confianza. Y ahí, en el vapor de la bombilla, reaparecen los fantasmas viejos, aquellos que se niegan a quedar sepultados. El recuerdo de 1986, cuando Veira lo llevó a River. Él sabía que no era parte de la gloria eterna de la Copa Libertadores, no sintió esa espina por no ir a Japón con el equipo campeón. Para él, el verdadero bombazo fue el cruce de vereda a Boca, con Alegre de por medio: “El plantel lo recibió muy bien desde el principio, es uno de los tipos más extraordinarios que conocí en mi vida”, declaró Fabian Carrizo, quien fue compañero en Boca y Huracán.

En su memoria, la jugada más resonante siempre será el famoso patadón a Ricardo Enrique Bochini en 1991, cuando defendía los colores de Estudiantes de la Plata en un partido contra Independiente. Un roce normal del deporte, sin mala leche, que terminó en fractura, en escándalo mediático y en la necesidad de escolta policial para protegerlo: “Me acuerdo que le tiran una pelota y amaga para la izquierda pero sale hacia la derecha. Yo seguí de largo y le pegué en la pierna que arrastraba una lesión. Me tuve que ir con la policía porque me querían matar”, agregó Erbín. Hoy se ríe, porque hasta sus amigos más cercanos, como Fernando Di Carlo, lo cargan en broma: “cállate que vos lesionaste a Bochini”. Sin embargo, el “Tero” estuvo presente desde la tribuna en aquel encuentro y reconoció que la infracción no se vio tan grave, más bien fue una situación de partido.

INDEPENDIENTE SIN CENSURA: Ricardo Bochini repasó su carrera en Independiente el gran campeón!

Esa firmeza, esa garra de no dar una pelota por perdida, fue la que lo definió en cada club, desde “La Banda” hasta el “Calamar”. Y su filosofía sobre la presión siempre fue brutalmente honesta: “Si andás bien, te aplauden igual. Y si te va mal, te critican como si fueras el peor. Así es el fútbol“, sentenció entre risas. En el polo, el escrutinio es diferente, más silencioso, pero la exigencia es la misma. Los errores se pagan con torneos perdidos. El concepto de la alta competencia es idéntico, solo cambió el escenario y el objeto de su desvelo.

Cerca del mediodía, mientras camina entre los corrales, la mente le trae el recuerdo del final de su carrera: el ascenso con Huracán en el año 2000. Después de dos descensos amargos con Estudiantes y Platense, fue el “El Gringo” Babington quien lo llamó para poner orden en un vestuario en llamas: “Siempre me sorprendió porque a pesar de ser más suplente que titular colaboró mucho afuera, fue muy positivo. Sin dudas uno de las personas más importantes de ese grupo”, destacó Carlos Babington. Él, ya veterano, aceptó ser el líder silencioso: “Fueron tres años muy lindos ya que cuando uno es más veterano no se fija solamente en jugar. Disfruté ir por la mañana, así se gestó el grupo”, expresó Erbín.

En aquella recordada final frente a Quilmes por el ascenso, en la ida el “Globo” se impuso por 1 a 0. Pablo entró por la ventana por la expulsión de Cáceres y completó uno de sus mejores partidos en el club: “Jugó un partido extraordinario, lo ganamos con gol de Gastón Casas y la solidez defensiva que tuvo Pablo fue tremenda”, comentó Fabián Carrizo. En la vuelta no tuvo minutos y tras empatar 1 a 1 con gol de Di Carlo, Huracán volvió a Primera y se quitó una espina luego de los descensos que tuvo en Estudiantes y Platense. Además, que considera la recuperación de categoría como el logro más importante que tuvo en su carrera: “En tema títulos fue el más importante porque fue el único que gané en mi carrera”. Ese ascenso fue la frutilla del postre, la revancha personal que cerró el círculo, el último grito de la multitud que se llevó.

Puede terminar en penales”: la mirada de un histórico exfutbolista que jugó en Platense y Huracán | TN

A veces, mientras el sol se levanta sobre los corrales y tiñe el pasto de un dorado intenso, Pablo se detiene un momento a mirar el horizonte. Quizás piensa en ese destino que le fue negado en su pueblo, antes de que el fútbol lo eligiera. Quizás recuerda aquel día en que le avisaron que iba a concentrar y, sin saber cómo, ya estaba en Primera. O los clásicos que lo encontraban firme en la defensa, sin miedo a las críticas, un muro de huesos duros y voluntad inquebrantable.

A media tarde, el trabajo físico con los caballos se intensifica. Hay una camaradería sobria en Ellerstina, un entendimiento mutuo de que todos están al servicio de una misma ambición. Ya no hay tribunas, pero la competencia sigue latiendo en cada gota de sudor. En silencio, con otro uniforme y otro escenario, el mismo espíritu combativo que lo llevó a enfrentar a los mejores delanteros del mundo se mantiene intacto.

“Acá encontré otra vida”, remarcó en reiteradas ocasiones. Y la verdad de esa frase se nota en sus gestos: en su forma pausada de hablar, en la serenidad con la que mira todo, en el afecto sencillo que reparte. Lleva más años en este mundo de campo que los que pasó defendiendo delanteros. Lo que realmente valora de su pasado es el sedimento: los amigos que le dejó el fútbol y la lealtad que solo se forja en la trinchera.

Aquellos que compartieron vestuario con Pablo destacaron lo humano por sobre lo buen defensor que supo ser: “Un hermano del alma, de los mejores amigos que me dejó el fútbol”, comentó Fernando Moner. Mientras que Di Carlo remarcó el respeto y humildad: “Él me pasaba a buscar con el auto cuando no me conocía nadie y el Cabezón ya había jugado en los dos clubes más grandes de Argentina”.

Cuando el sol empieza a ceder y la oscuridad toma protagonismo, Erbín termina su jornada. La rutina se desarma con la calma que lo caracteriza. Vuelve a casa, regresa a Pilar. Maneja despacio, sin necesidad de radio, sin ninguna prisa por llegar. La ruta con tránsito lo acompaña, y el día se cierra igual que empezó: relajado. El hombre que alguna vez escuchó el estruendo de multitudes coreando su nombre o en su defecto que recibió insultos por parte de la hinchada rival, hoy encuentra pleno sentido en el ruido sordo del viento sobre el parabrisas.

Cambió la gloria inmediata por la paz duradera. Pero la ambición, esa chispa esencial que define al atleta de élite, sigue ahí, intacta. Porque en el Abierto de Palermo, Pablo Erbín todavía juega —aunque desde otro lugar— para ganar. Y en esa paz conquistada, a kilómetros de la Bombonera o del Monumental, el “Cabezón” encontró finalmente su lugar en el mundo.

 

La historia de las mascotas en los mundiales

Por Juan Sebastián Gradín y Gerónimo Micheltorena 

El Mundial 2026 que se llevará a cabo en Canadá, México y Estados Unidos tendrá tres mascotas: Maple el alce, Zuyu el jaguar y Clutch el águila. Es la primera vez en la historia en la que hay más de dos personajes que representan a la competición futbolística más icónica.

Las mascotas fueron cobrando protagonismo a lo largo de la historia, la primera fue en el Mundial de Inglaterra 1966. Se trató de “Willie”, un animal simbólico para el país británico que simbolizaba la realeza, el coraje, la valentía y la dignidad. Cuatro años después llegaría el Mundial de México 1970, que sería el primer evento de esta magnitud en América. Su diseño es un personaje en modo caricatura, llamado “Juanito”, que representa a un niño mexicano con la remera de su selección y un sombrero característico del país. 

En Alemania 1974 llegaría el primer dúo de mascotas en los mundiales, “Tip y Tap” representan el fanatismo del fútbol en dos niños alemanes, felices y abrazados entre sí. El mensaje de estos personajes era transmitir una imagen de unión respecto al momento de división que atravesaba el país, ideas y culturas distintas que fueron unidas por un evento deportivo. 

Llegada la Copa del Mundo en Argentina 1978,  donde se dio la primera conquista del seleccionado argentino en plena dictadura militar, se creó a “Gauchito” de la mano del dibujante Néstor Córdoba. Gauchito representaba a un niño feliz con su pelota de fútbol, vestido bien “argentinizado” con su pañuelo y gorro, se buscó sembrar una imagen de un país feliz y ansioso por el evento. 

Cuatro años después, en España 1982, se creó a “Naranjito”. El personaje fue una naranja, fruta muy típica del país anfitrión, vestida con la camiseta española y una enorme sonrisa que resalta en la imagen. Tras el furor de esta mascota, se creó una serie que se transmitía en el canal de la Televisión Española (TVE) y era ambientada para las generaciones más jóvenes.

Al igual que en la edición anterior, en México 86, también hubo una mascota que era un alimento y se llamaba “Piqué”, un jalapeño verde. Tenía una vestimenta significativa, en la presentación se vio que traía un sombrero al estilo de los mariachis-un género de música ambientado con un folclore tradicional mexicano-, un bigote y la remera suplente de la selección, que resaltaba por su llamativo rojo.

Para el Mundial de Italia 90 se tomó un cambio brusco con respecto a las mascotas, y llegó “Ciao”. Fue creada para presentar la nueva “era” que se moderniza a través del tiempo. Su nombre significa “hola” y “adiós”, utilizado con el fin de saludar a los espectadores fanáticos del buen fútbol. 

El Mundial de EE.UU fue pionero de la elección de la mascota en manos del público de aquel país, la elegida fue “Striker”, creada por la productora Warner Bros. que es un perro con la equipación del país anfitrión. Su nombre significa “delantero”, una posición de juego en el fútbol.

El último Mundial del siglo XX, Francia 1998, contó con la presencia de la mascota sea algo representativo, eligieron a “Footix”. Un gallo galo, animal que es un símbolo nacional para el pueblo francés, con los colores de la bandera del país.

Corea-Japón 2002, el primer Mundial en toda la historia que son tres mascotas que dan el comienzo de la copa del mundo. “Ato, Kaz y Nik”, todas ambientadas en un entorno futurista, que da a entender que la llegada a lo nuevo y novedosos se aproxima. Ato era el entrenador de Kaz y Nik.

Alemania 2006 busco volver a la tradición de tener animales como representantes del Mundial, por eso se creó a “Goleo VI y Pille”. El primero era un león, vestido con la indumentaria de la selección alemana y Pille era el balón que lo acompañaba. Se mantuvo la tradición cuatro años más tarde ,en el Mundial de Sudáfrica 2010 con “Zakumi”, un leopardo -animal emblemático para el país- vestido con una remera blanca con el logo del Mundial y un pelo verde, que acompañado con su cuerpo amarillo representan los colores de ese país. Luego, en el Mundial de 2014, llego “Fuleco”, un armadillo que en su nombre se combinan las palabras fútbol y ecología. Con sus colores vistosos representan la naturaleza del terro brasileño, el azul el cielo y ´las partes de su cuerpo estan coloridas con verde y amarillo, en representación de su bandera. Para terminar la tradición de los animales en las mascotas en Rusia 2018 se creó a “Zabivaka”, un lobo que su nombre significa “¿quien marca un gol?”.

 

En el último Mundial, Qatar 2022, “La´eeb” fue la mascota, que en un sombrero significativo para el país y que su nombre en español significa “jugador super habilidoso”. Esta mascota representa felicidad y el fanatismo por este deporte, año tras año se espera con ansias el siguiente Mundial y se generan expectativas grandísimas, con la llegada del próximo evento que será en 2026 y tendrá por primera vez tres países anfitriones.

 

Araceli Blanco: el camino hacia otro Mundial

Por Pedro Carracedo y Tobias Fava

Prácticamente en el centro de San Miguel, sobre una calle que en ciertos momentos del día es intransitable por la cantidad de chicos que salen del colegio Educacional Buenos Aires, se encuentra el gimnasio “Sin Límites”.  El edificio tiene una fachada bastante discreta, dos pisos, con la pintura blanca descascarada por los años. Nada más entrar se siente ese ambiente típico de club de barrio: un pequeño recibidor decorado con afiches y anuncios sobre una pizarra de corcho. Se anuncian torneos, rifas y la actualización del precio mensual del gimnasio. Pasando otra puerta, un espacioso buffet. El delicioso olor café es penetrante. Un conjunto de mesas con sillones ocupan el lateral izquierdo. Más adelante una barra: tras ella se luce un estante repleto de trofeos y medallas colgadas en la pared. A su lado, una pequeña puerta esconde la escalera que lleva a la planta superior, donde está el gimnasio. El inconfundible barullo provocado por una mezcla de voces infantiles, ruidos de colchonetas y una voz adulta que destaca sobre las demás inunda el lugar. No es precisamente donde uno imaginaría que se prepara alguien que va a disputar un Mundial, mucho menos si ese alguien ya ganó este torneo dos años atrás.

A veces los grandes desafíos empiezan sin buscarse. Araceli Blanco tenía ocho años cuando pisó por primera vez un tatami. Lo hizo para acompañar a su hermana, que quería probar taekwondo. La hermana dejó al poco tiempo. Ella no. Se quedó. No imaginaba entonces que ese deporte de patadas, gritos y disciplina se convertiría en la brújula de su vida.

Hoy, a los veintiséis, Araceli entrena con la cabeza puesta en el Mundial ITF de Taekwondo 2025, que se realizará en Puerto Rico a partir del 14 de noviembre. No es la primera vez que lleva el escudo argentino, pero sí la más desafiante. Campeona mundial en 2023, llega a esta nueva cita con más responsabilidades, más presión y la misma pasión que la llevó a quedarse en el gimnasio de chica cuando los demás se iban.

Su aspecto encaja perfectamente con el de una luchadora: alta, robusta, imponente, con una mirada que parece que te cuestiona constantemente. Pero en el momento que abre la boca sorprende la timidez y la bondad en su voz. Su ritual previo al entrenamiento es siempre el mismo: llega, cruza el buffet para saludar a Don Carlos, quien asegura que hace los mejores sándwiches de milanesa de la zona. En el medio se cruza a un grupo de chicos saliendo de su clase de taekwondo que casi al unísono y dando un salto le preguntan cómo está. Ella responde con una sonrisa y devuelve el saludo. Nunca da una respuesta que no sea “bien, ¿y ustedes?” Incluso cuando hay ocasiones en que no está tan bien como dice.

La historia de Araceli podría contarse desde el sacrificio, pero ella lo hace por el lado de la elección. Desde el  gimnasio, entre colchonetas apiladas y olor a átomo desinflamante, dice que todo lo que deja —materias de la facultad, salidas, descanso— “vale la pena si es por taekwondo”. Es estudiante de Arquitectura en la Universidad de Moreno y cada vez que un Mundial aparece en el horizonte su rutina se reorganiza por completo. “Tuve que dejar la cursada entera el año pasado. Este cuatrimestre también. No me dan los tiempos. Trabajo, entreno, viajo. Pero sé que es lo que quiero”. Un estilo de vida que viene practicando hace mucho y hasta con su psicóloga deportiva Candela Rendine, quien siempre le recuerda que “hay que buscar un equilibrio entre el deporte y la vida, es esencial para el rendimiento del deportista. Descuidar por ejemplo los vínculos o el descanso va a hacer que no pueda ni siquiera entrenar igual”.

Aunque su relación es profesional, es imposible ignorar el orgullo y la emoción de la psicóloga a la hora de hablar de Araceli. Quizás entendiendo que sus logros en cierto punto también le pertenecen un poco y son consecuencia de un trabajo bien realizado. Es muy respetuosa de su vínculo y resalta que el trabajo en conjunto no le sirve solo en el deporte, sino en muchos aspectos de su vida cotidiana.

Los días de entrenamiento se suceden como piezas encastradas. Martes y jueves en el gimnasio “Megacenter Gym”; miércoles, viernes y sábados, en el “Sin Límites”, bajo las órdenes del Grand Master Pablo Stupenengo, director del Centro Taekwondo Buenos Aires (CTBA). Allí se mezclan competidores de distintas escuelas: San Miguel, Hurlingham, Moreno, José C. Paz. Algunos viajan una hora para llegar, otros dos. Pero todos saben que el tatami no es sólo un lugar: es un punto de encuentro, un pequeño país con reglas propias.Es nada más subir las escaleras para encontrarse con una especie de laberinto azul y rojo. No es muy grande, pero la cantidad de espejos lo hacen parecer así. Hay un molinete en la entrada sin mucha utilidad. Una barra de cemento pintada de blanco, con un tablón encima sirve como recepción. El tatami está rodeado por una red, aislándolo del resto de la habitación para lograr una mayor concentración dentro. A su lado, un estrecho pasillo con tablones amurados que sirven de banco para que los padres – o quien quiera– se sienten a disfrutar del espectáculo: un desfile de niños enconjuntados con su “dobok” lanzando piñas, patadas y practicando formas. A la cabeza está Pablo: un hombre de un metro sesenta y casi cuarenta años, al que la edad ya le está arrancando canas. Su estatura se ve contrastada totalmente con la presencia, autoridad y elegancia con la que dirige la clase. No se necesitan muchos elementos para llevarla adelante, solo colchonetas, pads, protecciones y mucha energía.

La mayoría llega un rato antes de que comience la práctica y, mientras ven a los más chicos dar sus primeros pasos en la disciplina, aprovechan para tomar unos mates y ponerse al día. Con un gesto tan sencillo alimentan la unión del grupo, creando un ambiente más ameno y, haciendo que el esfuerzo y la rutina sean más llevaderos, al punto que el chiste más recurrente en la ronda de mates es que ese es el verdadero motivo por el que van al gimnasio.

Araceli compite en tres modalidades: lucha, formas y rotura de poder. Además, integra un equipo femenino de formas adultas. Son cinco mujeres, de distintas escuelas, que se reúnen dos veces por semana a ensayar movimientos sincronizados que parecen coreografía y combate al mismo tiempo. “Nos llevamos muy bien, es un grupo re familiar”, dice Marina Alesso, compañera de Araceli. No hay divisiones ni jerarquías, aunque en los torneos se juega mucho más que unas medallas. Cada una tiene su forma de ser, muy distinta al resto. Marina por ejemplo, es todo lo contrario a Araceli. Menos intimidante, pero con una manera de transmitir mucho más seria. Cuando empieza el entrenamiento todo fluye como una máquina aceitada que no admite distracciones. A esta altura apenas necesitan pulir cuestiones técnicas. Se enfocan en repetir lo mismo una y otra vez buscando su mejor versión. Araceli se enoja cuando algo no sale como quiere, pero sigue intentando. Para alguien que no practica esta disciplina, ni mucho menos está cerca de disputar un Mundial, es imposible entender las quejas. Todo parece perfecto. Pero ella sabe que tienen más para dar, y Pablo no duda en hacérselo saber.

Su historia deportiva tuvo un punto de quiebre en 2022, cuando una lesión en la rodilla la obligó a frenar ya acercándose al mundial de Guadalajara. Meniscos rotos y la tibia comprometida, una operación y tres meses sin competir. “No sabía si llegaba a México”, recuerda con cierta incertidumbre del pasado en los ojos. Al final llegó. Y ganó. En 2023 fue campeona del mundo en su categoría, apenas unos meses después de salir del quirófano. “Me sobreexigí más de lo que pensaba que podía. Pero cuando estás ahí, te olvidás de todo. Pensás en la lucha y nada más”. La postura tímida y retraída que sostiene la mayor parte del tiempo de repente queda atrás y es opacada por la certeza y el orgullo en su mirada al recordarlo.

Como casi todos los atletas amateurs, Araceli sostiene su carrera con esfuerzo personal y los sponsors que ella misma consigue. Trabaja en la Municipalidad de San Miguel y paga el pasaje, los equipos y las cuotas del gimnasio con su sueldo. “Pedí ayuda al municipio, pero me dijeron que por ser empleada no podían darme beca deportiva. Por suerte desde Provincia me dieron una beca deportiva hace un par de meses, eso me ayuda un poco”, explica. Vino por parte de la subsecretaria de Desarrollo Social, Bernarda Meglia, quien remarcó por qué es importante ayudar a nuestros deportistas: “Acompañamos a Araceli porque el deporte no es solo competencia, es esfuerzo, disciplina y un camino de crecimiento personal y colectivo. El deporte es sinónimo de comunidad, y queremos que cada joven pueda desarrollarse y alcanzar sus sueños”.

Aun así, los números no cierran: entre vuelo, alojamiento y gastos, calcula más de dos millones de pesos. Organizó rifas, aceptó colaboraciones de conocidos y vendió remeras sponsoreadas que usará durante el mundial antes y después de los combates: “Cada patrocinador paga su lugar en la remera y se va cambiando de a dos meses aproximadamente. Personalmente utilicé esa plata para pagar la visa estadounidense -porque Puerto Rico es territorio de Estados Unidos-”. La última colecta se hizo mediante una tarde de bingo donde las familias aprovecharon para ayudar a una atleta local y disfrutar con los suyos. El precio de cada cartón era de 3.000 pesos con el premio principal de una cafetera que supera el valor de 50.000. “Lo que falta se va a cubrir como sea, pero se va a cubrir”.

Esa mezcla de orgullo y recursos acotados es parte de la historia de muchos deportistas amateur argentinos. Araceli no se queja, lo asume como parte del camino. Así lo cuenta su entrenador: “Todo esto es caro, sí, pero se disfruta mucho la experiencia. Se nota que a Araceli le gusta la idea de representar al país, no le pesa”.

Su motivación no viene del reconocimiento, sino de la rutina. De los golpes repetidos mil y una veces hasta que salen limpios, del equilibrio buscado hasta el cansancio, de las formas que se aprenden casi de memoria. “Es un deporte que te enseña mucho más que pelear. Te enseña respeto, paciencia, control. Uno descarga ahí lo que no puede afuera”.

El grupo que viaja a Puerto Rico es numeroso: unas veinticinco personas entre competidores, entrenadores y acompañantes. De ellos, Araceli es una de las referentes. Tiene experiencia internacional, una medalla de oro reciente y la tranquilidad de quien ya pasó por el dolor físico y la incertidumbre. “Este Mundial me lo tomo distinto —dice—. Ya no es tanto la presión por ganar, sino por disfrutar y dejar a Argentina lo más alto posible”.

Entre los torneos y la vida cotidiana hay una distancia que ella parece manejar de una forma que la deja con buen sabor de boca. En la oficina municipal, quienes no la conocen tanto, saben que es  “la chica del taekwondo”. En el gimnasio, en cambio, es la profe que nunca se queja, la que siempre llega con el rodete bien apretado, una sonrisa y ganas de entrenar. “Trato de mantener la calma, pero soy muy autoexigente. A veces me gana la cabeza”. Para esos momentos, guarda un cuaderno: un viejo ejercicio de su trabajo con su psicóloga deportiva. “Lo leo cuando estoy nerviosa. Ahí tengo anotadas frases que me sirvieron antes del Mundial pasado”.

Previo a una competencia de la magnitud de un mundial aparece un nuevo obstáculo mental: la presión de representar al país y de estar en el foco de la atención. “ Trato de enfocarme principalmente en la lucha, las formas me encantan pero me pone muy nerviosa que todo el mundo me esté mirando. Ahora este último tiempo que tuve entrevistas y vino gente a sacarme fotos lo sentí más”, confiesa

La exposición suele llevar a que los deportistas sean foco de la mirada y opinión de la tribuna, muchas veces generando que empiecen a medir su propio valor en base a lo que digan los demás. “Desde la psicología lo que buscamos es desvincular la autoestima del rendimiento. El valor personal del individuo no está determinado por el resultado de un combate” , explicó Candela Rendine, psicóloga deportiva.

Hay una clara diferencia entre lo que Araceli transmite en su entorno y, lo que expresa cuando profundiza en sus sentimientos. Por momentos parece que ni ella misma quiere reconocer el desafío que tiene por delante. Tampoco busca esconderlo, no tiene pudor en admitir que la competencia la pone nerviosa. Es su apariencia calma y un poco intimidante la que hace, por momentos, que una olvide quién es: una chica simple y humilde a la que no le interesa que hablen de ella, solo hacer lo que ama.

El equilibrio entre la disciplina y la emoción parece ser su sello. Araceli no habla de sueños imposibles. Habla de objetivos concretos: entrenar mejor, corregir un giro, aprender una nueva forma, viajar con su equipo. “Si se da la medalla, buenísimo. Pero lo más importante es compartirlo con ellos”.

En su relato no hay épica impostada. Es real. Hay constancia. Hay días largos, rodillas frías, madrugones y pasajes en cuotas. Hay una mujer que aprendió a moverse entre la oficina y el tatami, entre la vida adulta y la pasión desde niña. “Cada Mundial es un cierre y un comienzo. Cuando termina, ya estás pensando en el próximo”.

Araceli sigue su rutina de siempre: trabajo, estudio, gimnasio, entrenamiento y descanso corto. La ilusión no la cansa. Todo lo contrario. La empuja. En su casa, sobre una repisa, guarda la medalla dorada del 2023 que la mira con nostalgia y con la ilusión de tener otra más. No la exhibe demasiado. Dice que prefiere pensar en lo que viene.

Porque para Araceli Blanco, competir no es sólo representar a la Argentina. Es representar su propia historia: la de una chica que empezó acompañando a su hermana y terminó, sin saberlo, construyendo su propio camino hasta el mundo.

Entre vallas y sueños

Por Franco Lewkowicz y Manuel Carmona

El cielo de Lomas de Zamora duda antes de amanecer. Una bruma ligera atraviesa los árboles y deja un aroma húmedo, casi dulce. Sobre el tartán, las vallas se alinean como centinelas callados. Helen Bernard Stilling estira los gemelos, acomoda el buzo sobre los hombros, respira profundo y fija la mirada en la pista. Ese suelo funciona como confesionario.

Desde 2017 pisa esa pista. “Acá crecí”, cuenta mientras pasa su manga por la frente, tras una serie de pasadas bajo un sol que resquebraja la tierra. Sus palabras combinan gratitud y determinación.

Marina, su entrenadora, sonríe discretamente. “Su carrera tiene sello propio”, explica. “No existe violencia, solo precisión y conciencia. Analiza mientras corre. Esa percepción no se enseña; se siente”. Mientras que Florencia Acosta, su otra personal training, asiente. “Lo más valioso consiste en verla disfrutar. Muchos creen que los deportistas viven de victorias, pero se nutren de cada entrenamiento. Helen comprendió eso pronto. Su fuerza nace de la constancia”.

Helen no siempre imaginó que las vallas definirían su destino. Cuenta, mientras mira al cielo, recordando que empezó en salto en largo, como casi todos los niños. Pero Mary y Flor, como les dice ella, le hicieron probar vallas y descubrieron potencial.

En esos momentos de calma, recuerda las primeras veces que alguien le habló de disciplina, de la importancia del compromiso en un deporte que no siempre brinda reconocimientos inmediatos. “La constancia es aburrida, pero es la única forma”, le repite Marina. Helen repite la frase como un mantra, consciente de que detrás de cada logro hay un proceso invisible para muchos.

Antes de largar, pasa una mano por la frente, cierra los ojos y exhala. En ese instante borra todo ruido exterior. Lo que sigue parece música: pasos cortos, impulso, vuelo.

De niña alternó hockey, gimnasia y baile. Necesita movimiento para comprenderse. En un momento combinó gimnasia y atletismo. “No coinciden”, comenta con sonrisa, “uno exige elongación, el otro potencia. Debo elegir. El atletismo me fascina más”.

Esa decisión constituye su primera victoria: no el podio, sino la permanencia en un camino incierto. Ser atleta amateur en Argentina exige fe. No existen cheques ni flashes; sólo becas escasas y calendarios que dependen de un esfuerzo constante.

Bernard terminó el colegio en 2023 y el año siguiente comenzó a estudiar Marketing en la Universidad de Palermo. Disfruta apuntes ordenados, carpetas limpias y mates durante clases. Distribuye tiempo entre entrenamientos, masajes y viajes a competencias. Se encargó de buscar algo que conecte con el deporte. Con esa ilusión de un deportista que recién empieza, aclara mientras sueña: “Me encantaría vivir del atletismo, pero acá resulta muy complejo”.

La carga física y mental a veces la abruma. Ha sentido noches en las que la presión se convierte en un nudo en la garganta, en un silencio incómodo que no sabe cómo manejar. Pero la respuesta siempre está en volver a la pista, en sentir cómo el viento le golpea la cara y el cuerpo responde. Esa sensación la reconcilia con ella misma y la llena de energía para continuar.

Sus jornadas equilibran exigencia física y rutina académica. Abandona la pista con músculos agotados y se sienta frente a la computadora para repasar teoría. El escritorio mezcla apuntes, cronómetros, cintas kinesiológicas y medallas del Sudamericano.

Sus padres están asombrados. “Nunca la persuadimos”, afirma Gabriela, la madre. “Helen mantiene decisión. Cuando algo la atrae, no existe freno”. Martín, el padre, agregó entre risas:

“No somos una familia que entendía de atletismo”. Una vez que su hija estaba entregada a este deporte, se involucraron. Hoy ellos son los que gritan desde la tribuna.” Los padres cuentan con una sonrisa de oreja a oreja que su hija los trata como sus managers.

La familia se transforma en equipo: él administra marcas, ella organiza viajes y la hermana registra videos de cada competencia. No existen lujos, pero sí acompañamiento, combustible invisible que sostiene el esfuerzo.

Helen entrena en doble turno varias jornadas semanales. Su cuerpo registra marcas del sacrificio: moretones, vendajes, músculos tensos. Sin embargo, la calma surge tras cada serie, cuando se sienta sobre el piso y observa el cielo buscando respuestas. “Siento presión”, confiesa. “Pero hacia mí. No por otros. Es presión positiva. Impulsa y refuerza la confianza”.

Esa presión desaparece en charlas con entrenadoras. Marina aborda ritmo y paciencia. Florencia recuerda que los grandes atletas se forjan en silencio, no en medallas. “A Helen hay que contenerla más que empujarla. Desea hacerlo todo de inmediato. Aprende rápido y conserva lo comprendido”.

En la disciplina, Helen también se ha convertido en referente para las chicas más jóvenes. Sabe que su camino puede inspirar a otras, que su historia puede ayudar a que ninguna abandone por falta de apoyo o por miedo al sacrificio. Por eso, cuando tiene un rato, se acerca a las nuevas promesas, las escucha y las aconseja. No se considera una experta, pero entiende la importancia de compartir experiencia y compañía en un deporte que a veces se siente solitario.

Cada mañana se repite la escena: mientras el sol asciende y el barrio despierta, Helen corre y las entrenadoras observan. Una radio que suena, un perro cruza la calle, un colectivo levanta polvo. Nadie advierte que, a pocos metros, una joven de diecinueve años salta sobre sí misma.

En 2021, con quince años, participó de su primer torneo internacional, Sudamericano Sub 18 en Encarnación. Regresa con dos finales y una certeza: desea continuar, competir, representar al país, probar límites. Cada torneo se convierte en aprendizaje: viento adverso, calor en Bucaramanga, frío de Cochabamba, ansiedad previa a cada largada.

Este año, la atleta se hizo conocer ante el continente. La joven participó en los juegos panamericanos juveniles de Asunción. Terminó a un puesto del podio en las finales de los 100 metros con vallas. ¿Su tiempo? 13.72 a tan sólo 12 milésimas de la tan esperada medalla de bronce. Si igualaba el tiempo en semifinal, se habría colgado la medalla.

Sus logros aumentan, ella mantiene entrenamientos en la misma pista, entre conos y conversaciones con profes. A veces se sienta sobre el cordón y observa. Los auriculares descansan sobre sus hombros, mirada fija. Piensa en Europa, torneos grandes y pistas azules que visualiza por internet. “Para mi camada, es necesario experiencia internacional”, afirma. La experiencia forma al atleta. El nivel externo supera al local”.

Permanecer en Argentina implica ingenio. Deportistas financian viajes con rifas o sponsors caseros. Helen continúa corriendo. Recibe becas de la Secretaría de Deportes y del municipio de Lomas; el resto lo obtiene sola. “Deseo un sponsor privado —comenta—. Manejo redes, creo contenido y aumento seguidores. Hoy eso también forma parte de la carrera”. Son posibilidades que tiene un atleta de estos tiempos, antes no había redes ni teléfonos para conseguir tan fácil a las marcas.

Esta combinación de profesionalismo y precariedad define el deporte amateur argentino. No existe red de contención, pero sí comunidad: compañeros comparten agua, entrenadores prestan zapatillas, clubes abren puertas sin mirar el reloj. “Es difícil -admite Marina-, pero el sacrificio permite valorar cada mejora. Helen comprende y no se queja. Eso la distingue”.

Los entrenamientos concluyen caminando descalza sobre el concreto, cabello húmedo, zapatillas colgando del bolso. Los chicos que inician saludan. Sonríe. “No sé si soy ejemplo, pero si sirve a alguien ver que se puede, ya cumple función”.

Cada zancada en la pista es un acto de afirmación, un grito silencioso que desafía la precariedad y la indiferencia. Helen corre por la gratitud hacia quienes la sostienen entrenadoras, familia, compañeros, pero también corre por miles de jóvenes que sueñan con algo más allá de las limitaciones visibles. Ella se ha convertido en un símbolo sin quererlo, una luz que ilumina caminos que parecen oscuros, un ejemplo de que el talento y la voluntad pueden, juntos, transformar realidades.

Cuando cae la noche, regresa. Saca apuntes y repasa materias de marketing deportivo. Los ruidos de la calle le recuerdan los pasos que marca cada mañana: constantes, medidos, hipnóticos. Existe algo poético en esa rutina, en la obstinación de avanzar aunque el camino no sea recto.

Sus padres esperan con la cena lista. Ella relata entrenamiento, récord nacional y marca mínima para torneo internacional. Ellos escuchan con emoción. “A veces parece adulta y olvidamos que sigue siendo niña”, dice Gabriela. “Pero al ponerse los clavos y prepararse para correr, nos conmueve igual que el primer día”. Helen sonríe. No lo dice, pero comprende que corre también por ellos, por abrazos en la pista y aplausos improvisados.

Sobre el escritorio, una foto la muestra con la bandera argentina y el sol detrás. La observa antes de dormir. No contempla un logro, recuerda promesa. “Tener un objetivo y cumplirlo motiva —suele afirmar—. Impulsa a continuar entrenando y perfeccionando habilidades”.

La ciudad duerme. Mañana llega otra jornada, otra serie, otra carrera contra sí misma. Hoy sueña con pista azul, estadio lleno y viento a favor. En ese sueño no existen premios ni becas ni publicidad: solo ella, su sombra y la línea blanca que se aleja.

Helen Bernard representa hoy no solo a una atleta que lucha por su lugar, sino a toda una generación que busca transformar sueños en realidades con esfuerzo y esperanza.

El futuro para Helen es una promesa abierta, un horizonte al cual no teme mirar para adelante. Sueña con pistas más grandes, competir internacionalmente, con ser parte de un deporte que en el país va creciendo poco a poco y busca hacerse valer. Aunque sabe que la verdadera carrera es interna, que la meta más importante es mantener viva la pasión, la disciplina y el amor por lo que hace. Y así, bajo el cielo de Lomas, con el viento que juega entre las vallas y la bruma que se disipa, Helen corre. Corre por ella, por su barrio y por todos aquellos que saben que la verdadera carrera es la que corre desde su corazón, sin pausa, con fe y con la mirada siempre en alto y bien puesta en el próximo paso. Porque el atletismo no consiste en perseguir un reloj. Consiste en aprender a no detenerse.

Karina Di Felice: una de las campeonas olvidadas del Apertura 92

Por Valentina Gómez Focht

Diciembre de 1992, La Boca. Dos colores: azul y oro. En el estadio se escuchan gritos y cánticos de aquellos hinchas que visten esos tintes con orgullo. Presumen a ese equipo que se desvive por la redonda. Las revistas y diarios cubren sus tapas con imágenes de ese plantel que vuelve a alzar una copa luego de once años de frustraciones. 

Pero detrás de toda esta emoción que hay en el ambiente por ellos, están aquellas mujeres que nadie ve. Ellas visten la camiseta con los mismos colores, pero ninguno recuerda, fotografía o habla con orgullo. Es más, las juzgan, le cuestionan su sexualidad y las valoran por su belleza. Sin embargo, siguen poniéndose los botines y salen a la canchita a hacer lo que más aman: jugar al fútbol. 

Karina Di Felice es una de estas campeonas olvidadas, una mujer que soñaba con practicar el deporte que ama, pero que se encontró siendo invitada a La Bombonera por ser Miss Boca Juniors. Nadie la reconocía como la goleadora del campeonato 91, ni como aquella mujer que convirtió cuatro goles en el primer partido que disputó con aquel plantel femenino, sino que la recuerdan por su belleza exuberante y su gran carisma.

Ella creció con una pelota en los pies. Desde chica se tuvo que enfrentar a la idea de que era masculina y homosexual por tener habilidad para el fútbol. Más tarde, en un día que parecía normal, mientras tomaba mate con su hermana en Parque Chacabuco, su suerte cambió. Caty Saldico, la presidenta de fútbol femenino de Boca Juniors,  quien se convertiría en su heroína, le hizo  una invitación:

-¿Qué te dijo?

-Me dijo: “Te vengo a invitar a que vengas al Club Boca Juniors a participar del concurso de belleza del club”.

-Y ¿aceptaste?

-Le dije que no, que yo quería jugar al fútbol, pero le dio su número a mi hermana y le dijo que me convenza. 

Por situaciones de la vida, e insistencia de su familia, Karina finalmente se presenta al concurso, donde compitió con el número 7 y salió ganadora. Saldico, orgullosa de haberla encontrado le contó a los medios que no solo le gustó por su belleza, sino que también porque jugaba muy bien al fútbol. 

Plantel femenino de Boca Juniors de 1992 dando la vuelta olímpica en La Bombonera en el entretiempo de un partido masculino.

Tras ese comentario, la prensa, deseosa de verla jugar, le comenzó a insistir para que lo hiciera. Di Felice, decidida a lograrlo les dijo que lo haría cuando comience el campeonato oficial, y así fue…

-Llego a la cancha y la técnica, Mary (Lesich), me preguntó de qué jugaba. Le dije que de lo que quiera y me puso de 7. 

En ese partido, donde se enfrentó contra Sacachispas, Karina convirtió 4 goles, uno en offside, y el equipo terminó ganando 11-0… 

-Luego de eso pedí el cambio porque la camisa que estaba usando le pertenecía a una chica. 

Demostró talento y bondad, porque ella es fiel creyente de que en la cancha uno demuestra su personalidad y valores. Esto fue esencial en un grupo y en un deporte que se encuentra bajo la sombra de un género. 

-¿Cómo se llevaba el grupo con el plantel masculino?

-Con el plantel masculino, yo especialmente, me llevaba super bien. Los conocía a todos los de esa época, ellos nos conocían a nosotras también, era lindo. 

-¿No había recelo porqué a ellos le reconocen sus logros y a ustedes no? ¿O era algo que esperaban?

-Nosotras sabíamos donde estábamos paradas. 

-¿No les molestaba que ustedes tenían que trabajar, estudiar y entrenar mientras que los hombres no?

-Nosotras hacíamos el doble de trabajo, no era un reconocimiento profesional pago, pero la satisfacción de jugar y tener la posibilidad de hacerlo era bárbaro. 

Al final del día vivían en una injusticia y se conformaban. No era justo la forma en la que ellas debían demostrar el doble, como evidenciaban que sabían y podían jugar al fútbol y sin embargo, a Karina, la invitaban a La Bombonera como reina de Boca. Sin embargo aquel plantel prefería no ser el centro de atención: 

-¿A tus compañeras no les molestaba que vayas a los programas, o preferían que sea así?

-Ellas no querían salir en los programas, ellas querían tener un perfil bajo, querían jugar al fútbol de verdad. 

¿Por qué esto era así? La respuesta es sencilla, la sociedad las obligaba a tener que esconderse de quienes realmente eran…

-Era una época bastante triste de tener que cumplir con mandatos y esconder lo que uno era realmente. 

Incluso invisibilizando sus logros y engañándolas frente a la cámara. 

-Fuiste al programa “A la cama con Moria”, que era icónico en esa época ¿Cómo te sentiste?

-Venia bien hasta que Dante Zavatarelli pregunta con respecto a la sexualidad de las chicas y me sentí incomoda porque en ese momento la homosexualidad estaba muy mal vista. 

-Te sentiste atacada cuando incluso la idea era visibilizar el torneo, ya que para eso estaban allí.

-No me dijeron esa pregunta, no me advirtieron de eso. 

Los medios, lejos de convertirse en una herramienta para potenciar su historia y marcar la diferencia, terminaron siendo un peso que las hundía aún más. En lugar de usar su poder para informar, visibilizar y mejorar las cosas, muchos optaron por convertirlas en entretenimiento: un espacio para la burla, el juicio fácil y el sensacionalismo. Así, cuando podían contribuir al avance, eligieron reforzar estereotipos y desacreditar, en vez de valorar su esfuerzo y acompañar el cambio.

-¿No creían que esa visibilidad en la televisión les iba a dar un reconocimiento económico?

-No, no. 

-¿Las hundía más de lo que las ayudaba?

-Exacto. 

Esta era, y sigue siendo, la realidad del fútbol, pero se puede cambiar. ¿Cómo se preguntaran? Recordándoles por lo que fueron, campeonas y pioneras del fútbol. Hoy Las Gladiadoras cuentan con 28 títulos a nivel nacional, pero ese  equipo conformado por: Norma Altamirano, Ana María Arguello, Marcela Da Cunha, Karina Di Felice, Laura Godoy, Carla Gómez, Patricia Luna, Graciela Meza, Roxana Morrone, Ana María Muñoz, Fabiana Ochotorena, Graciela Pérez, Carina Richezza, Sandra Rosales, Marcela Russo, Marta Suárez, Susana Vela, y María Elizabeth Villanueva, fueron quienes escribieron la primera página de una historia que aún requiere reconocimiento.

La pregunta es ¿por qué decidieron someterse a esto? ¿qué las movía a jugar un deporte que las esquematizaba?

-¿Por qué elegiste jugar al fútbol en una época así?

-Mira, para mi todos los deportes son lindos. En la cancha uno muestra lo que es. Si vos sos una persona egoísta lo vas a demostrar en la cancha, si sos avasallante, también. La personalidad se ve en la cancha. Y el fútbol, para mi, es uno de los más completos. 

Porque así es el deporte, allí se demuestra quién es quién, y ellas lo hicieron. Demostraron valentía, resiliencia y la convicción de que, sin importar las dificultades, iban a estar ahí. Y estuvieron. Fueron las que marcaron el inicio de un camino que todavía hoy se sigue construyendo. Para Karina Di Felice, es solo cuestión de tiempo: 

-¿Crees que hubo una evolución en el reconocimiento?

-Le falta un poquito, pero yo creo que dentro de cuatro o cinco años el fútbol femenino va a ser uno de los deportes más visibles. 

Ellas no pierden la fe en que el fútbol femenino sea reconocido como merece. Siguen esperando que se note lo evidente: que están ahí. Que se entregan al deporte con la misma intensidad que los hombres. Porque así lo hacen, día a día.

Y en ese camino, también es importante reconocer a las pioneras. Aquellas que comenzaron todo cuando casi nadie miraba, las que abrieron la puerta y sostuvieron la disciplina incluso sin apoyo. Gracias a ellas, el presente existe y el futuro sigue creciendo.

-Si te dijeran para hacer una estatua o placa: ¿Qué diría y dónde la pondrías?

-La pondría en la Candela, y homenajearía a Caty Saldico. 

A Karina Di Felice, y a su equipo, no se las recuerda únicamente como mujeres bellas, sino como aquellas valientes que, en un contexto difícil, decidieron hacer lo que aman y hacer la diferencia. Un reconocimiento para las campeonas olvidadas del Apertura 92´.  

 

Juan “Iñaki” Antonio, de promesa de River a tener su banda de rock

Por Guadalupe Martín

Actualmente es el cantante de la banda de rock nacional argentina “Francia 98”, pero a sus 17 años fue promesa de River donde compartió equipo con Marcelo Gallardo y el “burrito” Ariel Ortega, formó parte del seleccionado argentino Sub-17 y jugó en seis equipos de Italia.

Iñaki decidió dejar el fútbol a sus 27 años por motivos personales y apostó por la música, otra de sus pasiones. Fue en 2017 cuando decide dar el primer paso junto a su hermano Danilo Antonio y comenzar a formar la banda Francia 98. 

-¿Qué recuerdo tenés de tu etapa en River?

-Era muy chico, no tomaba dimensión de donde estaba y lo que significaba el lugar. Mi llegada a River fue muy natural, yo lo tomaba como un juego. Llegué, estuve en la pensión un tiempo y en la cancha somos todos iguales, no había clases sociales ni maneras de pensar, eso tiene de lindo la cancha. Hay un lenguaje que automáticamente  podes interpretar fácilmente, a través de un juego.

-¿Deseaste ser futbolista?

-Si, tengo el recuerdo de cuando tenía 12 o 13 años, que a la noche tenía ese momento conmigo mismo y yo iba a un colegio medio religioso, tenía el hábito de hablarle a alguien y creo que me hablaba a mi o a dios, no sé a quién y cerraba los ojos y decía: “por favor quiero estar jugando al fútbol y conocer el mundo”.

-Pasaste de jugar en tu país a jugar en Italia ¿Cómo fue ese momento para vos?

– Ahí ya era un poco más grande y tenía un poco más de razón para ciertas cosas. Era un desafío distinto para mi desde lo profesional sobre todo. Cuando llegué hubo un momento de quiebre para mí porque era un país nuevo, que tiene muchas similitudes con Argentina, por el habla y por el ser de la gente. Igualmente no te regalan nada. Nos miran raro, nos miran como sudamericanos. Justo en Italia jugó Maradona que le fué muy bien, dejó un legado y gracias a él existe también cierto respeto, pero tuve compañeros de otros países que no recibían un buen trato. Son varias en contra, porque se extraña, son muchas cosas y si encima te tratan mal, nunca te terminas de adaptar.

-Cuando entras al sub-17 ¿con que te encontras?

-Me encuentro con chicos mucho más armados que yo físicamente, venían de mucha competencia, tenían mucho vestuario y hasta hablaban de manera distinta. Yo era muy de pueblo y no entendía todos esos códigos y esas maneras. Fué un choque pero con el tiempo me adapté y pegué mucha onda. El momento más lindo que recuerdo fué cuando jugamos el sudamericano por primera vez. Yo siempre me había puesto camisetas de entrenamiento con la selección y ese día llegamos al vestuario y vi mi camiseta con mi apellido y ahí caí.

-¿Ahí empezaste a tener un vínculo con la música?

-No, el vínculo con la música estuvo siempre, era una especie de amor no reconocido. Como jugaba bien al fútbol todos me reconocían como futbolista porque yo me reconocía así. Sabía que me gustaba la música y que podía hacer una canción,  me gustaba tocar la guitarra, la armónica, la batería y cantaba en los actos del colegio. Pero me decidí por el fútbol y con el tiempo se ve que la semilla que había plantado de chico resurgió y arranqué con la música. 

-¿En qué momento decidiste retirarte del fútbol y apostar por la música?

-Estaba teniendo muchos quilombos y sentía que estaba truncada mi vida. Así y todo, en un lindo lugar (Italia), jugando a la pelota, que era un sueño para mi, no me estaba sintiendo bien. Siempre fuí muy lanzado, entonces me animé a meterme en otro mundo. Yo ya me había sacado el gustito así que pensé que era el momento justo para arrancar con la música. 

-¿Cómo nace Francia 98?

-Nace luego de una sumatoria de errores y fracasos musicales. Yo llevo con esto hace 10 años y tuve varias bandas. Primero estuve en un opera rock que salimos a tocar por todos los bares y “teatritos” de Buenos Aires, grabamos un discazo pero nunca pudimos llevar la música más allá de lo que fué y tocó un techo. Después de eso armamos otro proyecto que salimos a distintos bares y luego de tanto pegarle al arco y tirarla afuera, con mi hermano decidimos armar algo argentino, que nos representa totalmente. Creamos una banda de rock nacional porque sentimos que es algo que últimamente no abunda demasiado. 

-¿Cómo eligieron ponerle a la banda “Francia 98”?

– Sonaba bien, eso fue lo primero. Estábamos buscando un nombre medio futbolero porque somos los dos recontra futboleros y nos acordamos de ese mundial. 

-¿Existe cierto vínculo entre la banda y el fútbol?

-Si, con el tiempo si. Cuando dejé el fútbol estaba medio enemistado con el pasado. Luego logré integrarlo de manera natural y cuando empezamos a tocar la guitarra es inevitable que en las letras que armamos, o en los videos, que no aparezca una pelota. Tiene que ver con volverse a amigar con uno mismo.

 -¿Sentís algo parecido subiendo al escenario como cuando entrabas a la cancha?

-Si, hay mucho de eso. Cambia el contexto, a veces la cantidad de gente pero la emoción es la misma. Es una especie de adrenalina que queres que pase y que se disfruta pero que hay una ansiedad por sobrellevar.