jueves, noviembre 21, 2024

En el nombre de Ali

Por Thomas Somoza

Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas.

Rodolfo Walsh

—Siempre le preguntaba a mi madre: “¿Por qué todo es blanco? ¿Por qué Jesús es blanco y de ojos azules? ¿Por qué en La última cena son todos blancos? Los ángeles son blancos, María y sus ángeles también”. Pregunté: “Mamá, ¿cuando muramos vamos a ir al cielo?” Ella dijo: “Claro que iremos al cielo”. Y respondí: “Entonces, ¿qué pasa con todos los ángeles negros?”

Quien cuenta que de niño le preguntaba todo el tiempo a su madre es Muhammad Ali, boxeador estadounidense descendiente de africanos que eligió llamarse así porque el anterior, Cassius Clay, era apellido de esclavo. Está en un estudio de televisión con el entrevistador a su lado y los espectadores detrás de cámaras que explotan en carcajadas por los “chistes” que Ali cuenta. Pero no es tonto. Él quiere que entren en júbilo porque, en la parte final, los dejará mudos y pensantes por el resto de sus vidas.

—Ya lo dijo Elijah Muhammad (líder de la Nación del Islam desde 1934 hasta su muerte en 1975) sobre cómo adoctrinan a los negros. Cómo enseñan a respetar al blanco y a odiar al negro. Robaron nuestros nombres, fuimos esclavizados, robaron nuestra cultura, robaron nuestra historia. Nos hicieron como muertos vivientes así. Ya que somos negros en un país blanco, no sabemos nada de nosotros mismos, no hablamos nuestro idioma, estamos mentalmente muertos.

Ali nació el 17 de enero de 1942 en Louisville, la ciudad más grande del estado norteamericano de Kentucky. Murió a los 74 años el 3 de junio de 2016 —se cumplen cuatro años— después de haber pasado por la enfermedad de Parkinson. Es considerado uno de los mejores boxeadores de la historia con 61 combates —56 victorias (37 por nocaut) y cinco derrotas—. Pero, quizá más importante, defendió las luchas humanitarias de los afroestadounidenses y del islamismo.

A los 18 años obtuvo la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960 al vencer al polaco Zbiegniew Pietrzykowski en la categoría de semipesados (entre 75 y 81 kilogramos para amateurs). Ya en esa pelea, Clay —que todavía era Clay— bailaba sobre la lona del ring. Al volver a sus tierras con esa victoria, creyó que lo reconocerían por defender a su país. Pero se encontró con la monstruosa realidad: la gente de piel oscura no podía entrar en bares, locales de ropa, cines, colegios o almacenes. O sea, a ningún servicio de acceso público. Hasta él mismo, que presentaba la medalla como una especie de autorización, era echado de esos sitios. La segregación racial imperaba en Norteamérica.

Abraham Lincoln fue el decimosexto presidente de los Estados Unidos desde 1861 hasta su asesinato en 1865. Promulgó la Proclamación de Emancipación en 1863, que era una orden ejecutiva —un decreto— que ordenaba la libertad de los esclavos africanos. Pero no fue una ley aprobada por el Congreso, por eso apoyó, casi tres meses antes de morir, la Decimotercera Enmienda a la Constitución en enero de 1865 —se adoptó en diciembre de ese año— para garantizar la abolición permanente de la esclavitud.

Sin embargo, apenas otorgada la “libertad” a los afroestadounidenses, tomaron relevancia las leyes de Jim Crow, que eran estatutos y órdenes que distintos estados poseían para legalizar la segregación racial. Quienes eran esclavos (se le sumaron también grupos étnicos no blancos), ahora, bajo el falso lema “separados pero iguales”, no podían utilizar lugares y transporte públicos, baños, restaurantes y escuelas. Hasta se les negó el voto, trabajo y se les controlaba dónde vivían y cómo viajaban.

En ese contexto, Clay mejoraba como púgil y comenzaba la transición del boxeo amateur al profesional. Su entrenador Angelo Dundee fue el encargado de elevar su nivel. Los periodistas de la época creían que era torpe por sus movimientos. Le criticaban que se inclinaba hacia atrás para esquivar golpes, por lo que corría el riesgo de caerse si perdía el equilibrio.

El periodista y escritor David Remnick explica en el documental Becoming Muhammad Ali el estilo que poseía: “Combinaba su velocidad con la pegada de un peso pesado y creó una nueva forma de boxear”. Dundee entendió esto antes que nadie, depositó toda su confianza en el joven y pidió que le tengan paciencia.

Cuando comenzó a ganar peleas, Clay entendió que podía tener presencia en los medios de comunicación. Y fue así como, luego de haber conocido en Las Vegas a Gorgeous George —un boxeador que cuidaba la estética de su cabello rubio y rizado que, a través de su actuación fuera del ring, llenaba los recintos cuando peleaba—, creó su personaje al que incluso le agregó un lema: Cassius Clay, The Greatest (el Más Grande).

El fotógrafo Flip Schulke afirmó: “Era un genio para todo lo relacionado con las relaciones públicas”. Y contó que un día se encontró con él en una piscina: estaba boxeando sumergido en el agua.

—¿Por qué hacés eso? —, preguntó Schulke.

—Un viejo boxeador me dijo que si golpeás debajo del agua hacés mucho ejercicio—, contestó Clay guiñando un ojo.

Lo había inventado. Luego, Schulke tomó unas fotos que favorecieron y acrecentaron la publicidad del púgil.

Campeón mundial

Sonny Liston fue un boxeador norteamericano peso pesado (la máxima categoría, que comienza desde 91 kilogramos y no tiene límite) y campeón mundial cuando venció a su compatriota Comiskey Park en 1962 —fue tapa de El Gráfico por esa obtención—. Era un exdelincuente y estuvo en la cárcel, donde aprendió a pelear. Clay iba a enfrentarlo el 25 de febrero de 1964. El periodismo no podía creer que un “niño” de 22 años fuese a enfrentar a El Gran Oso. Creyeron que no tenía ninguna chance. De hecho, pronosticaban que iba a ser demolido.

Pero Clay comprendió que debía ganar la batalla antes, fuera del ring y psicológicamente. Por eso comenzó a provocar a Liston cuando este se preparaba para la pelea: acudió al campo de entrenamiento y, con un altavoz, le gritaba oso horrible, aseguraba que lo iba a vencer en el octavo round y lo insultaba en entrevistas:

—Vi a Sonny Liston hace unos días—, le contó un periodista.

—A que es feo—, contestó Clay. —Es muy feo para ser campeón del mundo. El campeón del mundo debería ser guapo como yo.

En una ceremonia, gritaba:

—¡Esta será la mayor derrota del siglo! ¡Y si querés perder dinero, sé un idiota y apostá a favor de Sonny!

Pero, antes de la pelea, las manifestaciones para acabar con las leyes de Jim Crow se hicieron cada vez más numerosas. Activistas como Malcom X —nacido como Malcom Little— defendían los derechos de los afroamericanos. También predicaba la religión asociada a la Nación del Islam, fundada en 1930 en los Estados Unidos. Clay lo conoció y se interesó por lo que promulgaba. Así se encontró con Elijah Muhammad, el líder de la organización islamista en ese entonces. Pero, de esta manera, corría el riesgo de que el combate contra Liston fuera suspendido porque estaba mal vista esta relación.

 

Uno de los activistas —también pastor— más trascendentes en la historia de Norteamérica fue Martin Luther King Jr. Se le entregó el Premio Nobel de la Paz por sus manifestaciones para acabar con la marginación de los afroestadounidenses, que ocurrió finalmente con la Ley de Derechos Civiles de 1964. Así, se prohibió la discriminación y segregación racial en los Estados Unidos después de casi 100 años de las leyes de Jim Crow. King realizó su discurso más emblemático —I have a dream (Yo tengo un sueño)— el 28 de agosto de 1963 en el Monumento Lincoln durante la Marcha en Washington por el trabajo y la libertad. Frente a más de 300 mil personas, recitó:

—Tengo un sueño: que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel, sino por su personalidad.

La pelea tuvo varios condimentos. Clay, con su velocidad, destrozó a Liston al punto de provocarle un corte en el pómulo izquierdo. Cuando intentaron curárselo, le colocaron una sustancia que estaba prohibida y le indicaron que intentara apoyárselo en la cara a The Greatest para que lo cegara temporalmente. Tuvo efecto, pero temporalmente.

Antes de comenzar el séptimo round, Liston, agotado en su esquina, no se paró para continuar con el asalto. El niño era campeón del mundo. Obtuvo los títulos de peso pesado de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB, WBA en inglés) y del Consejo Mundial de Boxeo (CMB, WBC en inglés). Fue a los sectores del periodismo y, a ellos, pero también a la afición, les gritó que les había cerrado la boca.

—Debo ser el más grande. Ya se lo dije al mundo. Hablo con Dios a diario. Si Dios está conmigo, nadie puede estar contra mí. ¡He conmocionado al mundo! Yo conozco a Dios, al verdadero Dios—, declaraba eufórico Clay luego de la pelea.

¿A qué se refería con que conocía al “verdadero Dios”? Pues, unos días luego del combate, anunció que su nombre pasaría a Cassius X. Fue de transición hasta el que Elijah Muhammad le confirió: Muhammad Ali. El verdadero nombre de su Dios era Alá.

Periodistas, público y hasta contrincantes se negaban a llamarlo por su nuevo nombre. Ali se enfurecía y hasta exigía que lo dejaran de nombrar como Cassius Clay en las peleas, como contra Ernie Terrel en 1967, al que le gritaba luego de golpearlo: “¿Cuál es mi nombre?”.

Humanismo

Vietnam estaba separada en dos estados soberanos —Norte, comunista, y Sur, capitalista— desde 1954 y al año siguiente se iba a celebrar un referéndum para decidir su unificación o separación definitiva. Pero los gobernantes del Sur eligieron realizar un golpe de estado en 1955 y estalló la guerra. Estados Unidos apoyó (Dwight Eisenhower era el presidente en ese entonces) a la parcialidad capitalista —basándose en “teorías” que estaban basadas en impedir la expansión del comunismo— en primera medida con recursos y, a partir de 1964 (con John Kennedy al mando), con tropas.

En 1966, una resolución de las fuerzas armadas calificó a Ali como apto para ir a la guerra de Vietnam. Pero, en el centro de reclutamiento de Houston, Texas, se negó a combatir por motivos religiosos y humanitarios.

—Mi conciencia no me deja ir a dispararle a unas pobres personas en el barro por el muy poderoso Estados Unidos. ¿Y dispararles para qué? Nunca me llamaron “negro”, nunca me lincharon ni me cazaron con perros. No me robaron mi nacionalidad. ¿Por qué dispararles?—, se preguntaba.

Las comisiones de boxeo lo sancionaron y le prohibieron pelear en abril de 1967. Hasta lo despojaron de sus títulos. La guerra en Vietnam continuó hasta 1975, cuando Estados Unidos —con Richard Nixon como presidente— fue derrotado.

Ali volvió a pelear tres años y medio más tarde luego de dar charlas en universidades para ganarse la vida. Recuperó los títulos mundiales cuando venció por nocaut en el octavo round a George Foreman el 30 de octubre de 1974 en Kinsasa, capital de Zaire —a partir de 1997 República Democrática del Congo—, y ante sesenta mil espectadores, que lo apoyaban gritando: ¡Ali, bubmaye! (¡Ali, mátalo!).

No puedo respirar

Ali se retiró el 12 de diciembre de 1981. Ya comenzaba a perder los reflejos y la fluidez al hablar. La enfermedad de Parkinson le fue diagnosticada en septiembre de 1984 y murió en junio de 2016. Uno de los mejores boxeadores de la historia se involucró en causas religiosas y defendió los derechos de los afroestadounidenses. Sin embargo, por más que la segregación haya dejado de ser legal, la desigualdad basada en la discriminación impera en los Estados Unidos, donde la marginación está presente de una forma camuflada. Incluso se le suma la brutalidad policial, que ha causado miles de muertes —según el Mapeo de la Violencia Policial, en 2019 la policía mató a 1099 personas y las negras fueron el 24% de las asesinadas siendo solo el 13% de la población—, como la de Eric Garner, que fue estrangulado el 17 de julio de 2014 mientras gritaba que no podía respirar.

Otro hecho de discriminación fue el que ocurrió cuando la policía de Nueva York acusó a cuatro afroamericanos —Antron McCray, Kevin Richardson, Yusuf Salaam y Korey Wise— y un hispano —Raymond Santana— del barrio Harlem y menores de 16 años de violar y matar el 19 de abril de 1989 a Trisha Meili, una joven blanca que corría por Central Park. Fueron condenados a la cárcel y en 2002 Matías Reyes, un violador y asesino en serie, confesó haber sido el autor del crimen. La miniserie Así nos ven dirigida por Ava DuVernay retrata el caso.

George Floyd, un ciudadano afroestadounidense de 46 años que vivía en Saint Louis Park, fue asesinado el lunes 25 de mayo por Derek Chauvin, un oficial de 44 años de la policía de Minneapolis, Minnesota, que lo arrestó por haber querido pagar en un supermercado con un billete falso de veinte dólares. Con Floyd tirado en el suelo boca abajo, gritando, como Garner, que no podía respirar y totalmente indefenso, Chauvin hundió su rodilla izquierda en el cuello del detenido, lo dejó inconsciente y más tarde murió en el Hennepin Coutry Medical Center.

El asesinato fue grabado por Darnella Frazier, una adolescente de 17 años, difundido masivamente en las redes sociales y derivó en protestas y manifestaciones —en medio de la pandemia por coronavirus— de la gente en las calles de Minneapolis —incendiaron la comisaría de la localidad—, Nueva York, Denver, Colorado, Ohio, Columbus, Los Ángeles y Memphis. El presidente Donald Trump envió a 500 soldados de la Guardia Nacional de Minnesota a Minneapolis, que reprimieron con gases lacrimógenos y balas de goma, como lo hace la policía en todo lugar del país donde haya reclamos por la muerte de Floyd.

Chauvin fue despedido, arrestado y acusado por asesinato en tercer grado y homicidio involuntario. Cargos que conllevan una pena máxima de 35 años. La familia de Floyd, representada por el abogado de derechos civiles Ben Crump, emitió un comunicado en el que exige un cargo de asesinato en primer grado.

Quizá Ali se hubiese pronunciado, como lo hizo Colin Kaepernick, jugador afroamericano de fútbol norteamericano que se desempeñó en San Francisco 49ers y que se arrodilló durante el himno estadounidense antes de un partido en protesta de los crímenes de la policía racista y provocó la furia de Trump, que se encargó de que no volviese a jugar.

Quizá Ali se hubiese pronunciado como lo está haciendo el mundo del deporte por el asesinato de Floyd, acompañando las protestas de la gente, que sale a la calle no por un único hecho, sino que también es una forma de explotar y expresarse por las desigualdades económicas, laborales y hasta humanitarias que sufren los oprimidos y las oprimidas. En los papeles podrán no aparecer estas desventajas, pero los miserables siempre se encargarán de que existan. Por eso el pueblo se manifiesta: para que se esfumen de una vez por todas las lógicas represoras que los dueños del mundo replican desde el comienzo de los tiempos.

Argentina siempre estuvo cerca

A veces se observa lo que ocurre a lo lejos y hay historias, hechos o asesinatos mucho más cerca de lo que se cree. Entonces hay que preguntarse qué cuentan los que cuentan y qué otras situaciones no cuentan. O cuánto es el poder que tienen los medios de comunicación y en qué medida modelan intereses. Porque, sí, en los Estados Unidos la brutalidad policial es totalmente atroz y discriminatoria. Pero, ¿en Argentina? O acaso se omitirá que Luis Espinoza, un trabajador rural de 34 años de la ciudad de Simoca en Tucumán, fue asesinado el 15 de mayo por el oficial José Morales en un operativo que pretendía dispersar una carrera de caballos en el campo.

Identidad Marrón, el colectivo de personas marrones descendientes de indígenas y campesinos de América, se pregunta: “¿Cuándo nos vamos a hacer cargo del racismo que carga Argentina como país que niega nuestra historia, se calla ante nuestros asesinatos y vive en constante discriminación hacia nuestras existencias?”.

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