domingo, noviembre 24, 2024

Mazzoncini, ese hombre que pedalea en el desierto

Por Nayla Suco

El deseo insondable de conocer las Pirámides de Egipto surgió a sus cinco años de edad. Fue esa postal, compartida en su casa de Olivos la que despertó en Esteban Mazzoncini el anhelo de construir un futuro donde los viajes iban a ser protagonistas.

Tan indómito fue el anhelo, que a sus 20 años cargó en su hombro una mochila y una cámara fotográfica para protagonizar su propia aventura, y aterrizó, como era previsible, en las afueras de El Cairo, Egipto. Desde ese entonces, narrar y fotografiar sus sueños de viajero curioso se volvieron su prioridad.

Los años siguientes trabajó en Buenos Aires como profesor de tenis y dando clases de educación física. Más allá de eso, resolvió estudiar fotografía en la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA), ya que esta herramienta, junto a la escritura, le permitiría solventar sus viajes y así poder dedicarse pura y exclusivamente a recorrer el mundo.

Ochenta y siete países había recorrido antes de iniciar esta última travesía, la primera en bicicleta. El argentino partió en junio de 2019. Estaba en sus planes recorrer 20.000 kilómetros desde Talim, la capital de Estonia, hasta Ciudad del Cabo, Sudáfrica. A los 14.000 se le desmoronó el sueño cuando el cierre de fronteras, debido al coronavirus, le impidió seguir.

Hospedado en la casa de un amigo en España, Esteban relata en esta entrevista con El Equipo la experiencia de pedalear por el desierto del Sahara y de descubrir la virtud de la hospitalidad en diversos recovecos del mundo, principalmente, en aquellos a los que nadie se atreve a ir.

– ¿Cuáles fueron los motivos determinantes que te llevaron a proyectar y emprender este viaje?
-En 2018 estaba viajando en moto por Argentina y conocí a Federico, un chico de Córdoba que venía recorriendo el país en bicicleta. Nos pusimos a conversar de cómo era viajar sobre dos ruedas y me di cuenta de que era lo que yo necesitaba, viajar lento por países nuevos. El objetivo de este viaje era al menos recorrer 100 países.

–  ¿Qué países, pueblos, conociste esta vez? 

-Conocí Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Eslovenia; y Francia, España, Italia, Croacia, Serbia, Bosnia, Marruecos, que ya los conocía. De África recorrí el Sahara occidental, Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea Bisáu, Guinea Conakri, Sierra Leona, Liberia y Costa de Marfil, donde hice el stop.

– ¿Cuáles fueron las metas que te propusiste alcanzar durante la aventura? ¿Las cumpliste?

-Además de alcanzar los 100 países, precisamente quería confirmar la hospitalidad universal, a nivel mundial, y creo que superó ampliamente mis expectativas. Me animo a decir que los lugares que menos tienen, donde más pobreza hay, humildes y sencillos, son los que más hospitalidad te dan. En África, por ejemplo, sucede algo maravilloso: los africanos no te ofrecen lo que les sobra, sino que te comparten todo lo que tienen. Si del plato de arroz iban a comer tres personas y llegás vos, ahora comen cuatro. Nunca te van a negar una porción de comida o un lugar para dormir.

– ¿Tuviste alguna dificultad durante el camino? 

-A nivel salud sí, tuve malaria cerebral severa el último día en África, antes de volver a España. Estuve internado un día con suero en Abiyán, la capital de Costa de Marfil. La verdad que fue duro, porque necesitaba reposo absoluto las primeras horas, sin embargo, y a pesar de los dolores extenuantes de cabeza y las náuseas, me subí a un avión con escala a Portugal, y claramente no fue lo más indicado.

En el desierto de Sahara llegando a la frontera con Mauritania me rompí el ligamento del pie derecho, lo que me obligó a permanecer diez días en absoluto reposo, y también se rompió el descarrilador trasero de la bicicleta, que es donde van los cambios. En Marruecos, en el desierto,  se me acercó un chico drogado que tenía un cuchillo en la mano, y si bien era de día en la ruta, me sentí incomodado.

-¿Cómo y dónde te enteraste de la pandemia del coronavirus?  ¿Qué sentiste?

-Cuando iba pedaleando por Sierra Leona, costa éste de África, me mandaban noticias mis amigos y mi familia, pero la verdad es que en África ni se escuchaba, era totalmente lejana y ajena la pandemia, por lo que en un principio pensé que no afectaría el viaje.

– ¿Cómo financiaste el viaje?

-Primero, trabajé un poco en Buenos Aires, ahorré dinero, y después, mientras fui viajando, vendí los libros que publiqué, charlas, talleres, cursos de fotografía online y de escritura también. Con respecto al hospedaje, lo que hice fue ofrecerle a los campings, hostels u hoteles fotografiar sus instalaciones y difundirlas en mis redes sociales a cambio de un día o dos de albergue. Esta vez el viaje en bicicleta era relativamente económico, porque tenía el transporte, y en un 90 por ciento el lugar donde dormir, y para lo único que necesitaba la plata era para comer.

– ¿Cómo fue la experiencia de pedalear por el Sahara?

-Aventurarme en soledad, desafiar mis miedos y dudas en el Sahara, fue lo mejor del viaje. Tomé el tren de hierro, que es el más largo del mundo. Partió desde Nuadibú, y unos 700 metros más adelante se metió al desierto hacia las minas de hierro. No hubo otra experiencia que iguale el viaje en los containers cargados de minerales, contemplando el desierto una noche de luna llena.

– ¿Está en tus planes retomar el viaje?

-Continuar por África en este momento, no. En primer lugar porque la pandemia no lo permite, al menos por un tiempo, y en caso de que el coronavirus se acabara, en el lugar donde yo abandoné el viaje seguro será época de lluvia, y no es conveniente aventurarse con el clima así. Dentro de un tiempo, supongamos un año, me gustaría viajar por Islandia o si no por Georgia o Armenia.

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