lunes, noviembre 25, 2024

Polvorita

Por Joaquín Méndez

 -Mirá papá, te tengo que contar una cosa.

-Entre hombres estamos, hablá sin miedo.

-No te puedo decir cuanto me gusta estar con vos, pero el jardín zoológico, me aburre.

Andresito mira a su padre con timidez, las pupilas de sus ojos decaen. Pelo corto, con flequillo al costado. Lleva puesto pantalón corto, pequeño detalle que explica el rol social que ocupa. Todavía no tiene edad suficiente para vestirlos. Aquella construcción, definía a todo o a la nada misma. Usarlos, atribuía nuevas legitimidades y obligaciones. Obligaciones que cumple el hombre alto y de bigotes, que tiene a su lado en el banco. No esperaba, lo que este pequeño, estaba a punto de revelar.

-A mi lo que me gusta es el fóbal. ¡Todo lo que no sea fóbal, no me parece ningún divertimento!

-A mi también me gusta el fóbal. He jugado mucho de muchacho.

La mirada del joven se descontrola, se inclina hacia el padre con vehemencia.

-¿De qué jugabas papá?

-De wing izquierdo y era bastante discreto.

-¡Yo soy arquero!

-Ajá. Siempre he admirado a los arqueros, hay que tener un corazón a toda prueba.

-Me gusta que lo digas, papá. Hay alguna gentuza que se cree que cualquier croto puede ser arquero.

-La gente que no sabe. El arquero debe unir a su coraje heroico, una serenidad superior a la de cualquier otro hombre, una vista privilegiada y una serie de virtudes, en fín, que me maravilla ver reunidas en una persona.

-¡Gracias, papá!

Polvorita, como le dicen a Andrés, siente un alivio impresionante. Una brisa de paz recorre sus vasos sanguíneos hasta llegar al corazón. Esa aprobación de su padre, lo es todo, es el fóbal. Si el jugador argentino conocido como wing, caracterizado por su velocidad y gambeta, construyó su identidad en los inicios del fóbal, todos los arqueros elaboraron la propia a partir de este muchacho con sueños de atrapar la pelota de trapo. Dicha escena, proviene del cine argentino. La película se llamaba el Hijo de la Calle, dirigida por Leopoldo Torres Ríos en 1949 y cuenta la historia de Andresito, un niño que se educa en la calle vendiendo diarios para ayudar a su mamá, cuya pasión es atajar en el potrero, mejor dicho, en la vida.

Andrés tiene ascendencia italiana y posee un carácter particular, tiende a enojarse rápidamente. Un poco por su débil tolerancia y otro poco más, por sus vivencias en la gran ciudad -que se combina con la ausencia de su padre durante gran parte de su niñez- el mundo urbano le adjudicó experiencias tempranas para su edad.  Nadie pasará por encima de él, no importa si es alguien mayor, en edad o en físico. Los problemas los resuelve a su manera, siempre. Siempre es algo cotidiano, de todos los días, ante un chiste o una pregunta chismosa, Polvorita explota. Le hace honor a su apodo.

Pero, ¿qué diferencia hay entre Polvorita y algunos niños, adolescentes de la actualidad? Aquellos, que juegan en las inferiores de un club para poder algún día ayudar a su familia económicamente como lo hacía él. Vender en un transporte público, hacer algunas changas y si hay partidos por plata en un potrero, mejor. ¿Qué genera más adrenalina que jugar al fóbal en el barrio? Encima, si colaboran con los suyos con unos mangos, ¿sabés qué?

La ausencia de los padres es determinante en la vida de estos niños. Suelen desarrollar un sistema defensivo en su interior, que responde  con violencia a cualquier situación a la que no están acostumbrados. Esa contención, que no tienen, les crea supuestos sobre lo que no conocen. Eso sí, si les hablas de fóbal, sus caras cambian radicalmente. ¿Y si atajan? Pfff, no te das una idea, porque no sólo que atajan una barbaridad, juegan bien con la redonda bajo la suela.

Soberbios con el balón, no se les mueve un pelo por gambetear a centímetros de su arco a un rival. Belleza absoluta. La pelota pasa por detrás de su pie izquierdo y el nueve queda pintado junto a la red, abrazados como si fueran uno.

-¡Liiiindaaaa, nene!

Los que observan el partido emiten un murmullo.

-Este sí que juega, sabe de esto- comenta un hombre alto, mientras peina sus canas.

El arquero le entrega la pelota al tres, que está ahí porque es muy aguerrido. Tan aguerrido es que, ni bien la recibió, metió un pelotazo que salió de la cancha. Gran equivocación del defensor. Flor de puteada se llevó del portero.

-Acá se juega al fútbol, papá. No la tires más.

No parece tener 13 años el Mati. Así lo llaman los parientes, que lo reclutan cada vez que hay un partido con dinero de por medio.

En la película, Andresito fue partícipe de una situación similar. Insultó a uno de los suyos, porque tiró la pelota a las vías, por no jugarla al pie. En fín, por no jugar al fóbal. ¿Qué es jugar al fóbal? No lo sabemos estrictamente, ya que es el nombre del deporte. O quizás, el argentino tiene su propia manera de expresarlo, digo expresar y lo argumento, porque nadie me puede decir que Diego Maradona, ese chico de potrero, no es arte y el arte, como todo lo que es lindo, cuenta y expresa.

¿Qué importante contar no? Le pregunto a usted. Sí. ¿Qué lindo cuando tenemos algo para compartir con alguien no? Yo no sé, si era mejor el Mati o Polvorita. Eso no interesa. Ni siquiera comparar esa época, con la nuestra. Quién jugaba mejor no es lo relevante, no desapareció ese jugador argentino, que enloquece las tribunas. De hecho, mientras existan películas como El Hijo de la Calle, o haya historias como las de Polvorita o partidos en los que ataje el Mati, que nos dejen algo y que nos cuestionen aunque sea un poco la existencia, todo tendrá un poco más de sentido. Y si no encontramos ese valor, ahí estarán ellos, atajando los penales que la vida nos cobra a veces, por más injustos que sean. Eso sí, El Mati y Polvorita, siempre estarán allí, en el barrio, en el potrero, donde el fóbal lo es todo. Y si hay fóbal, habrá arqueros como Polvorita y El Mati, para rato.

 

 

 

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