Por Renzo Terzián
En el corazón de Palermo, entre calles con gente y el bullicio constante de los autos, un portón azul desgastado te separa del ruido y te da la bienvenida al espíritu de comunidad. Pero para hablar de los comienzos de un simple club de barrio, hay que remontarse a la compleja historia de un país que sufrió un genocidio.
En 1915, el Imperio Otomano asesinó a más de un millón y medio de personas pertenecientes al pueblo armenio, mientras que otros lograron escapar, formando la Unión General Armenia de Beneficencia (UGAB).
Cuando una cultura parecía desvanecerse y dejar de existir, comenzó a tomar importancia por ser un método de apoyo hacia la comunidad armenia para organizarse y mantener vivas sus raíces, pero ahora, funciona también como un club de barrio, donde muchos comparten momentos a través de un abanico de deportes, como el futsal, básquet, vóley y natación.
La entrada del club, simple, pero con carácter, porque en el ingreso, Julio, el que suele estar cuidando quien entra y sale, te da la bienvenida, mientras que los niños, con el pelo todavía mojado después de la clase de natación, corren de un lado para otro como si nunca se agotaran, sabiendo que tarde o temprano, las madres les iban a llamar la atención para que tengan cuidado y no se lastimen.
Si el ascensor no funciona, cosa que suele pasar, las escaleras se convierten en el camino habitual para moverse. En el segundo piso está la cancha, que siempre es testigo de la vitalidad del club, ya sea por las fotos de los logros conseguidos a lo largo de los años que decoran el ambiente o porque hay algún deporte en curso.
“La idea es seguir creciendo. En cantidad de personas, en calidad de trabajo y de grupo”, decía Agustín Zacarian, DT de los chicos que juegan al futsal, mientras avisaba que era la última jugada porque debían liberar la cancha. “El compañerismo es parte fundamental de este juego y de la vida también. Es una condición obligatoria para formar un grupo, además de un equipo, y para que las cosas se hagan con armonía y se disfruten”, terminaba de contar Zacarian, mientras que el eco de los golpes a las pelotas que iban y volvían por los de vóley mixto que ya estaban preparándose para entrar, entre risas y entusiasmo, tomando protagonismo
El gimnasio, en el tercer piso, poblado por los de básquet siendo supervisados por su preparador físico, que los incentiva y corrige algunos errores en las técnicas con los ejercicios de las pesas que suben y bajan al ritmo de la respiración de los jugadores. “Cuidado con la espalda, no te adelantes al movimiento”, se escuchaba entre las series, mezclado con sonidos metálicos de las mancuernas contra el piso.
A medida que el sol se oculta, algunos finalizan sus actividades, mientras que otros recién arrancan a ocupar espacios, porque en el club el deporte no tiene un horario fijo. El salón de actos, en otra parte del edificio, alberga actividades culturales y encuentros. La mayor parte del tiempo se escucha a los que practican danzas tradicionales armenias, fortificando la idea de que es un lugar que logró ser un refugio de identidad, donde las historias personales se entrelazan con la historia colectiva, donde las generaciones jóvenes encuentran en cada esquina la huella y las raíces de quienes lo fundaron, que actúa como una llama que no se apaga, dando lugar a la convivencia de todas las culturas y edades, compartiendo algo tan cotidiano como el deporte.