jueves, noviembre 21, 2024

Un deporte de tradición social e inclusivo

Por Luis Climenti y Santino Sucar

La pelota paleta nació en Argentina a principios del siglo XX como una adaptación local del juego de paleta vasca. En 1922, los inmigrantes españoles comenzaron a practicar el deporte en el país y establecieron las bases para su desarrollo.

Cuenta la historia, que uno de los hombres fundamentales de este deporte fue el vasco Gabriel Martirén, inventor de la paleta de madera en Burzaco, zona sur de la provincia de Buenos Aires. La pelota vasca se juega con la mano, pero “Sardina” Martirén introdujo un cambio rotundo en el juego: golpear la pelotita con una paleta. Primero lo hizo con el propio hueso de la vaca y, más tarde, adaptó su formato a la actual paleta de madera que conocemos y que imita la forma ósea del animal.

Las reglas son simples. Se trata de dos equipos, con dos jugadores cada uno, que compiten golpeando una pelota con una paleta contra una pared frontal. Cuando el equipo oponente no puede devolverla de manera válida, se suman puntos para el contrario. Los tantos pueden variar según la modalidad de juego.

La cancha consta de una pared frontal y laterales. La altura de la pared y el tamaño puede variar, pero las dimensiones estándar se mantienen en muchos casos. La paleta tiene diversas modalidades, como trinquete, frontón, paleta goma y frontenis, cada una con reglas específicas y adaptaciones en la forma de jugar. A los practicantes se les llama “pelotaris”.

Franco Góngora es profesor de esta disciplina en River. Cuenta que la pelotita es de caucho, con gas en su interior y viaja muy rápido. En cuanto a la preparación, asegura que se entrena 2 a 3 veces por semana y se juega el fin de semana. En la mayoría de los entrenamientos hay partidos. “Lo mejor es hacerlo en distintas canchas, ya que cada una suele está bueno poder adaptarse a cada escenario. No es una actividad cara y hay muchas escuelas gratuitas”, asegura Gongora.

Argentina es un país en donde la pasión corre por las venas de su pueblo y la pelota paleta es parte de la herencia deportiva. Más allá de ser simplemente un juego, despliega su magia en las canchas argentinas, tejiendo vínculos sociales y preservando una tradición que pasa de generación en generación. 

José Baía, profesor del club Social y Deportivo Esteban Echeverria de Monte Grande, cuenta que a lo largo y ancho de todo el país hay Escuelas Deportivas Argentinas (EDA) que trabajan en la formación de chicos y garantizan el futuro del deporte. También desde la Confederación Argentina de Pelota se desarrollan los torneos federales que permiten la competencia y la captación de talentos que nutren a la selección argentina.

“Soy de Paraná Entre Ríos y me vine a Buenos Aires para competir representando a Ferro, Club Católico de Lomas, el club en el que doy clases inicialmente lo representaba. Hoy acompaño a los chicos que surgen del club para que ellos hagan sus herramientas”, afirma Baía mientras nos muestra con una pincelada la pertenencia que que genera la paleta.

No es solo un deporte; es un lazo cultural que ha resistido el paso del tiempo. Las canchas, impregnadas de historias de competiciones épicas y amistades forjadas a través de la competencia. 

Quienes viajan a otras provincias siempre llevan su paleta como parte del equipaje. Es bastante común que se junten en destino con otros aficionados y jueguen un partido o se generen nuevos vínculos. Las canchas se erigen como espacios casi sagrados, donde convergen la camaradería y la sociabilidad.

Javier Toss, profesor y jugador, contó que un día uno de sus alumnos, que trabajaba en una constructora, fue a Entre Ríos por una obra y necesitaba alquilar cinco volquetes, pero no podía conseguirlos. Fue a un local y el constructor le comentó al dueño que terminar rápido la tarea porque un partido de paleta programado lo esperaba. Fue cuando la magia comenzó a suceder: 

-¿Jugás a la paleta? 

-Si 

-Olvidate. Para mañana tenes los 5 volquetes. No somos tantos los que jugamos pero a donde vas te encontrás con alguien que jugó. 

Quienes practican este deporte aprenden a confiar en sus compañeros, no sólo desarrollan habilidades físicas, sino también sociales. En un mundo que a menudo se centra en la individualidad, es una oportunidad única para fortalecer los lazos comunitarios y construir relaciones que trascienden las canchas.

“Otra perla es que dentro de la cancha desaparece cualquier diferencia que puede haber afuera. Acá prima el juego. No hay diferencias sociales. Hay mucho respeto en donde nos cuidamos entre nosotros. Se juega de una manera muy limpia aunque nos matemos contra el frontón, queremos mucho al otro y respetamos su integridad”, agrega Toss. 

Martín Curioni práctica en el club Círculo General Urquiza en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y también asegura que la paleta suma y une a diferentes estratos sociales: “se une sin distinción al hijo del verdulero, al abogado, al médico, al pibe de sistemas. Es excelente. Cualquiera que vive en el barrio, gente que está en las buenas o en las malas la ves en la cancha de pelota paleta. Acá hay una previa y un post. Tiene una mirada diferente y muy particular, no la vi en otro lado. La gente se junta antes en el buffet a charlar un rato”. 

Curioni agregó que, al ingresar a este mundo, es como viajar al pasado: “Vos ves la cancha de GEBA. Están los sillones de madera que se usaban para ver el partido a principios de 1900. Es un viaje temporal”. 

El recinto se transforma en una caja de resonancia cuando los jugadores le pegan a la bola. Los pelotaris coinciden en que el sonido que se produce es particular, placentero y adictivo.

La pelota paleta es un motor social. La diversidad de jugadores es realmente notable. Va desde jóvenes entusiastas hasta veteranos apasionados. Refleja la universalidad y su capacidad para trascender barreras generacionales. clases sociales, profesiones ni religión. Los incluye a todos.No hace mucho tiempo, también incluyó a las mujeres y saldó una deuda pendiente.

En un número de la revista El Gráfico de 1940 había una tapa de fútbol y otra de pelota paleta. Si bien el deporte hoy perdió masividad por el crecimiento del fútbol y del básquet, hace poco se empezó a televisar y parece revivir.

Federico Pérez Ernst, un pelotari de 18 años que practica el deporte en Monte Grande, cuenta: “Yo no elegí la paleta, un primo me dijo vení a probar esto que esta bueno. Lo que más me gustó es que no depende de la fuerza sino de la pegada y de los efectos que se le puede dar para hacer el tanto. Yo juego en el club Social y Deportivo Esteban Echeverría y compito en la confederación metropolitana de paleta en la quinta división”.

La pelota paleta en Argentina no es simplemente un deporte; es un tejido que une a la sociedad argentina lejos de las luces de los grandes medios de comunicación, conecta a las personas a través de una competencia amistosa, la colaboración y la celebración de la identidad cultural. Representa el espíritu de tribu ancestral de las personas que disponen del juego como herramienta social. En sus canchas, se perpetúa una tradición que va más allá de la destreza física, dando forma a un legado social que continúa enriqueciendo la vida de aquellos que se entregan a este juego apasionante.

Hay quienes dicen que una vez que la paleta inocula su veneno, el hechizo ya estará hecho: el pelotari quedará encantado para siempre.

 

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