jueves, noviembre 21, 2024

Celeste Chucky Alaniz, la reina sin corona en un deporte machista

Por María Eugenia Oliva

“Cuando cae el telón, una vez depositados los votos en las urnas, la realidad impone la ley del más fuerte, que es la ley del dinero. Así lo quiere el orden natural de las cosas”. El fallo de la pelea en el AT&T Center, en Texas entre la argentina Celeste Chucky Alaniz y la norteamericana Marlen Esparza por la unificación de tres títulos de la categoría mosca, se pareció mucho a ese fragmento de Eduardo Galeano. Dejó esa sensación de injusticia en el cuerpo y en los ojos vidriosos de impotencia de Alaniz.

Sus 153 centímetros nunca fueron impedimento para enfrentar a quien sea por las calles de Barrio Rivadavia. Su infancia transcurrió en el lejano oeste del conurbano bonaerense en el partido de Merlo, lugar en el que vive actualmente. Rodeada del amor de su familia, Celeste Chucky Alaniz, apodo que le puso su mamá desde bebé -no precisamente por ser una niña dócil-, llegó al boxeo a los 15 años por el consejo de su papá Leonardo Alaniz, quien vio en ese deporte la posibilidad de alejar a su hija de los conflictos que generaba una personalidad fuerte y desafiante y evitar así más de un dolor de cabeza. 

Un Ford Ka amarillo año 2000, con la imagen del muñeco Chucky en su parte trasera, estacionado en la puerta del gimnasio JCL daba la pauta de que era el lugar indicado. Desde afuera se escuchaba el ruido de guantes golpeando los sacos de box, colgados como medias reses en un frigorífico. Desde el día que pisó ese lugar, allá por el 2011, la enamoró a primera vista. Celeste Alaniz no volvió a pelearse en la calle o en la escuela: “Cuando me puse los guantes dije: esto es lo mío”, expresó con la seguridad de haber encontrado su lugar en el mundo. Y no estaba equivocada. 

El 29 de febrero de 2020, a los 23 años, se consagró campeona argentina del peso mosca ante Anyelén Espinosa por nocaut técnico en el cuarto round, 20 días antes de que el Covid 19 frenara todo tipo de actividad. En cambio, para La Chucky fue el comienzo de su escalada profesional. En ese mismo año cuando todo era incertidumbre, llegó su primer sponsor: La Herradura, símbolo de la suerte y de las buenas tapas para empanadas. La posibilidad de mantener a su hija Jazmín y de vivir del boxeo empezaba a materializarse para la pugilista.

14 años tenía Celeste Alaniz cuando se enteró que iba a ser mamá. A tan corta edad dos responsabilidades tan adultas, como la de criar un hijo y proyectar una carrera, se le hacían presentes. Lejos de tirar la toalla, algo que no se permite nunca, como cuando peleó solo con su mano izquierda por tener la otra lesionada en un combate amateur, creció y aprendió al mismo tiempo. También se dejó ayudar. La presencia de su familia y el papá de la nena fueron imprescindibles para que Alaniz forjara su futuro deportivo y pudiera terminar el secundario.

85 peleas como amateur fueron la base de la que hasta ayer fue campeona mundial mosca por la Organización Mundial de Boxeo (OMB), y que hoy tiene un registro de 14 peleas, 14 triunfos (6 KO) y 1 derrota como profesional. Chucky consiguió el título del mundo el 18 de junio de 2022, 10 días después festejaría su cumpleaños número 26. Su ciudad natal fue testigo de la victoria por nocaut técnico en el séptimo asalto ante Tamara Demarco. Primer sueño cumplido.

Ese cinturón tenía un doble mérito. Era campeona dentro de un deporte machista y patriarcal: “En el boxeo femenino hay muchas campeonas del mundo y no les dan el mismo valor que cuando sale un hombre campeón del mundo”, destacó. Y en cuanto a la bolsa que reciben las mujeres, sentenció: “Eso es algo que se sigue todavía peleando desde el lado de la mujer. La mujer no va a cobrar nunca lo mismo que cobra un hombre en una pelea”. 

Septiembre de 2022 llegó con la primera defensa del título mundial para La Chucky. El Club Atlético Ferrocarril Midland fue el marco elegido para que el 25 de ese mes la ciudad de Libertad se encandilara con el buen boxeo y con el brillo del cinturón en lo alto de su hija pródiga. Celeste Alaniz derrotó a la venezolana Débora Rengifo por nocaut técnico en el noveno round y retuvo su título mundial del peso mosca.

A 10 meses de su última pelea, Alaníz volvió a subirse a un cuadrilátero en busca de la gloria que no pudo ser. Esta vez de visitante. El objetivo era unificar los títulos mundiales de la OMB, la AMB y el CMB. Era hacer historia. Historia de la mano enguantada de una mujer. Su boxeo agresivo desde el comienzo de la pelea y su capacidad física -mucho mayor a la de su rival-, no alcanzaron para deslumbrar a los jueces de la noche.  Luego del décimo y último round las tarjetas revelaron la injusticia.

La lectura del fallo tuvo la reacción del público presente que abucheó el indigno resultado. Números como puñales en el enrojecido cuerpo de Alaniz. Mucho más dolorosos que los golpes de Esparza, que no fueron tantos. Pero como decía Galeano: “Así lo quiere el orden natural de las cosas”

Al gimnasio se acercan cada vez más nenas a practicar este deporte. Muchas lo hacen por ella. Celeste Alaniz no sólo es boxeadora.  Es mujer y campeona mundial. Madre, inspiración y la referente indicada para derribar los mitos de un deporte que siempre miró de reojo a la mujer fuerte y con guantes. 

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