Por Catalina García
Noche estrellada, no existía el silencio. Una banda sonora que acompañaba el comienzo de un partido que terminaría en una tragedia.
Independiente por un lado, sacando a relucir las cualidades que tan ocultas llevaba. Permitió entrever destellos de lo que alguna vez fue durante el torneo pasado y le brindó esperanza a una hinchada más que dispuesta a darlo todo por el equipo.
Por otro lado, la U. de Chile atraviesa un terreno desconocido, con mayor público en su contra, pero con una pequeña facción que dejaba el aliento en cada canción.
Ambos bandos conversaban a través de letras compuestas por fanáticos del fútbol en los años donde los partidos de este calibre eran un festejo, un tipo de celebración.
Sin embargo, en el enfriamiento del entretiempo el ambiente se acaloró. Palabras efusivas salían de las bocas de ambas rivalidades para abrirle paso a la acción física.
Hinchas de la U. de Chile arrojan una bomba de estruendo hacia la parcialidad local
Botellas, vasos, butacas, azulejos volaban por los aires sin ningún tipo de dirección. Aunque uno creería que las autoridades intervendrían en situaciones en la que la gente se ve expuesta a un tipo de violencia grave, la policía brillaba por su ausencia. Los gritos y llamados de atención no fueron suficientes para que se hagan cargo de lo que estaba ocurriendo. Como meras máquinas obedeciendo órdenes, los guardias permanecieron quietos durante el desarrollo de los eventos y ni siquiera se inmutaron. Cuando por fin aparecieron ya era demasiado tarde.
Zona liberada: la barra de Independiente ingresa a la tribuna visitante.
El exterior de la cancha se convirtió en un campo de batalla. Soldados heridos regresaban a las tribunas que alguna vez fueron refugio, un refugio que quedó destruido por los disturbios provocados por los hinchas del conjunto chileno. La verdadera Caldera del Diablo, que comenzó a acumular almas que no merecieron ser despojadas de sus cuerpos.
Lo que ocurrió en la noche del 20 de agosto en el estadio Libertadores de América – Ricardo Enrique Bochini nunca será olvidado. Ni por los que tuvieron la desgracia de presenciarlo en las tribunas, ni por aquellos que lo vieron en los medios. Fue un suceso que marcará la historia del fútbol argentino de por vida como una mancha que no se puede quitar.