Por Juan Segundo Giles
Hoy, con 30 años, una esposa y tres hijos, 62 medallas en Campeonatos Nacionales, y a horas de disputar los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, Joaquín Emanuel Arbe parece estar muy lejos de ser el niño que vivía entre las chacras y los campos de la localidad chubutense de Trevelin, a 25 kilómetros de Esquel; o aquel adolescente de 16 años que tuvo que empezar a trabajar como albañil con su abuelo y dejar el colegio cuando se enteró que iba a ser padre. Sin embargo, sigue siendo la misma persona.
Criado por sus abuelos maternos, ya que su mamá trabajaba todo el día y a su papá recién lo conoció a los 6 años, Arbe no se imaginaba ni en sus mejores sueños poder llegar adonde llegó. “Cuando era chico se me complicaba tener una pelota de fútbol o zapatillas para entrenar e ir a la escuela, y me resultaba casi imposible gozar de una bicicleta propia”, rememora.
No obstante, no se queja porque dice que su infancia fue bastante buena y que, si bien sus abuelos lo criaron con lo justo, nunca se hizo drama y disfrutaba pasar todo el día con el hermano menor de su mamá: “Con él crecimos juntos, nos enfermamos juntos, nos curamos juntos, y hasta el día de hoy seguimos de la misma manera”.
Ya cuando tenía 6 años, sus padres se juntaron nuevamente y se mudó a Esquel, lo que le permitió hacerse amigo de sus nuevos vecinos, jugar a las bolitas o al fútbol con ellos, y empezar atletismo de una manera casual a los 12: “Jugábamos siempre hasta las seis de la tarde, debido a que ellos se iban a entrenar, pero un día los acompañé, me gustó, y empecé. Sin embargo, no competí hasta luego de un año porque, como jugaba todos los sábados y domingos al fútbol en el club de mi barrio, se me complicaba”. A los 14, ya era campeón argentino, y, un año más tarde, obtuvo un impensado segundo lugar en los sudamericanos de su categoría.
Pese a ello, el nacimiento de su primer hijo hizo que las tardes con sus amigos quedaran en el olvido: “Fue algo raro y difícil que me llevó a dejar el estudio y ponerme a trabajar con mi abuelo a temprana edad, ya que mi único sustento era una beca de 500 pesos de Chubut Deportes”.
Pero por esas cosas del destino, o precisamente por esas ganas de torcer su destino, Joaquín Arbe nunca se dio por vencido. Pese a que trabajaba ocho horas por día de lunes a sábado, no solo seguía entrenando un turno diariamente, sino que también le pedía algunos días a su abuelo cuando viajaba a las carreras porque siempre se iba en micro: salía un miércoles a la noche desde Esquel, llegaba el jueves al mediodía a Trelew, y ese mismo día a la tarde se subía a otro micro rumbo a Buenos Aires, para alojarse en lo de un amigo el viernes y competir el sábado o el domingo. “Eran días en los que descansaba mal y comía mal”, describe.
Eso mismo lo llevó a ver al atletismo como su segundo trabajo y el medio por el que le podía dar de comer a sus hijos; por lo que, cuando viajaba, trataba de que sea lo más rentable posible, es decir, pelear el podio para ganar algo de dinero y no ir si estaba mal físicamente, o si los entrenamientos no habían salido bien, ya que prefería quedarse trabajando en Esquel porque era plata segura. “Yo creo que, al ser padre joven, he tenido muchas responsabilidades desde temprano. Trataba de siempre estar con algún trabajo o changa porque quería que a mis nenes nunca les faltara nada”, menciona.
En 2020, el destino le puso otro obstáculo en su vida: la postergación de los Juegos Olímpicos de Tokio para 2021. Sin embargo, fiel a su estilo y acostumbrado a construir su vida desde los cimientos, prefiere ver el vaso medio lleno: “Las suspensiones de todas las competiciones del último año y medio me sirvieron para poder avanzar con la construcción de mi propia casa, en la que sigo trabajando y tratando de adelantar lo mayor posible. Además, pude pasar más tiempo con mi familia y disfrutar del crecimiento de mi tercer hijo”.
El niño de las chacras y los campos sigue siendo el mismo, construye su camino deportivo paso a paso, y su casa ladrillo a ladrillo con la ayuda de sus amigos y de aquel tío con el que se crió y creció. Nunca se quejó de su pasado, sino que lo usó como la viga que lo mantuvo en pie para alcanzar sus objetivos. Nunca se dejó llevar por el resplandor de la llama Olímpica o el de sus 62 medallas porque sabe que, más allá de una victoria o de una derrota, “mi familia y amigos siempre estarán para comer un asado y tomar cerveza”.
La Maratón de Buenos Aires 2019, algo más que una simple carrera
El 22 de septiembre de 2019 a las 9.11, Joaquín Emanuel Arbe completaba los 42,195 kilómetros de la Maratón de Buenos Aires con un tiempo de 2h11m02s, 28 segundos por debajo de la marca que le exigía la World Athletics para clasificarse a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
Sin embargo, su carrera no había empezado esa mañana, ya que el esquelense había hecho el sacrificio de viajar a Cachi, Salta, tres semanas antes y dejar a sus dos hijos y a su esposa, quien estaba embarazada, a más de 2400 kilómetros de distancia, con el objetivo de “estar todo el día pendiente de la carrera”.
A casi dos años de la gesta, Arbe confiesa que se le pasaron muchas cosas por la cabeza y que empezó a llorar cuando cruzó la meta y vio el reloj porque tenía miedo de haber dejado a su señora en el último mes de embarazo para preparar la competencia y que le vaya mal; pero no solo logró la clasificación a los Juegos Olímpicos, ya que, un día después, nació Erick Mateo Arbe, su tercer hijo. “Fueron días de mucha alegría, me llamaban de todos lados para felicitarme. No me lo voy a olvidar nunca”, recuerda emocionado.