Por Thomas Somoza
Así como nuestras mentes flotan por ficticios mundos, vuelan por aires infinitos y se maquinan de tanto encierro físico en tiempos de cuarentena obligada por el coronavirus, la de Justin Fashanu, exjugador inglés que pasó por Norwich City y Nottingham Forest, entre otros, flotó, voló y, sobre todo, se maquinó a sí misma hasta que un día tomó la decisión de dejar el mundo que habitamos. Y solo por el simple hecho de ser homosexual. Como si la identidad y la esencia de un humano o una humana se definieran por su aparato reproductor.
Nació en Hackney, Londres, en 1961. Su padre, Patrick, era un abogado nigeriano y Pearl, su madre, una empleada doméstica. En total eran cuatro hermanos, pero Pearl abandonó en un orfanato a Justin y a su hermano menor John debido a sus limitados recursos para mantenerlos. En ese tiempo, los hermanos Fashanu fueron muy unidos. John cuenta que tuvo problemas con el lenguaje que duraron tres o cuatro años, pero lo irónico era que Justin entendía exactamente todo lo que quería decir.
Fueron adoptados por Betty Jackson, una ama de casa radicada en Shropham. Les costó mucho su infancia. Y era entendible. “¿Cómo explicarles a los niños de la escuela que mi mamá me dejó en manos ajenas y que (Betty) tiene la misma edad que mi abuela y que es blanca?”, se preguntaba John.
Si bien eran niños simpáticos, sufrieron con el racismo que imperaba en el Reino Unido (y que todavía impera en el mundo entero). Era tan violenta la discriminación que hasta estaba presente en discursos de Margaret Thatcher, primera ministra entre 1979 y 1990, como el que enunció en 1978: “A la gente le aterra que este país esté inundado de otras culturas. Si no queremos que se vuelva extremista, nosotros mismos debemos discutir este problema y mostrar disposición para lidiar con él”.
En los estadios, los hinchas le tiraban cáscaras de banana a los jugadores (algo que no dista de la actualidad), los insultaban y atacaban cuando bajaban de los micros solo por su tez oscura. Sin embargo, en ese ámbito Justin logró destacarse como futbolista en el condado inglés de Norfolk. Hasta sorprendió a John Bond, entrenador del Norwich City, quien definió sus características: “Es rápido, fuerte, valiente. Es bueno para anotar goles y cabecear. No sé qué más necesita un buen delantero”.
Firmó contrato con los canarios e hizo su debut profesional en primera división a los 17 años ante el West Bromwich Albion. Se asentó y su carrera comenzó a ascender. Iba a programas de televisión, radio y eventos. Se vestía con tapados de piel, sombreros y elegantes sacos. Jugó en la Selección juvenil de Inglaterra y afirmaba: “Lo que me motiva es el hecho de que estoy jugando para la gente negra que quizá no ha tenido una vida tan buena como la mía, han estado viviendo en guetos y que todo este tiempo han sido víctimas de perjuicios raciales”.
El 9 de febrero de 1980 creó su obra maestra y fue vista por millones de personas. Norwich recibió a Liverpool —posteriormente campeón— por la fecha 27 del campeonato. Justin se ubicó por el sector derecho de la cancha, fuera del área y de espaldas al arco rival. Un compañero le pasó la pelota en dirección a su pierna inhábil, la izquierda, y su recepción fue con la parte externa del botín diestro, un movimiento atípico pero elegante al mismo tiempo, porque un jugador de los reds lo atosigaba. El control orientado fue largo, en dirección a la zona interna del campo y elevado a la altura de su cabeza. Sin dejarla caer, giró sacándose la marca de encima con una simpleza envidiable y la impactó de lleno con su zurda para meterla en la red muy lejos del arquero Ray Clemence, que voló en vano, pero tuvo el consuelo de ver en primera fila el que luego sería premiado por la BBC como gol de la temporada.
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Brian Clough fue el técnico de Nottingham Forest entre 1975 y 1993. Con ese equipo obtuvo el campeonato de la Primera División inglesa —hoy Premier League— en la temporada 1977-1978 y la Copa de Campeones de Europa —hoy Champions League— dos veces y de manera consecutiva en 1979 y 1980. Buscaba refuerzos y se fijó en Justin. No solo lo anotó, sino que la compra se concretó en agosto de 1981 y fue tapa de diario: “Fashanu: primer jugador negro de un millón de libras”.
Mientras jugaba para el Nottingham, admitió que sentía presión por lo que se había pagado por él y por eso bajó el rendimiento. A eso se le sumó que corrían rumores de que frecuentaba discotecas gays. Como la ciudad era pequeña, Clough se enteró y se preguntaba: “¿El maldito de Fashanu es maricón?”. Como consecuencia —¿tendrían que haberlas?—, lo suspendió y, cuando Justin quiso ingresar a un entrenamiento, dos policías lo echaron de la cancha.
Si bien Clough consiguió títulos en el club y es considerado uno de los mejores entrenadores de la historia inglesa, era un preparador de ideas antiguas y conservadoras, puesto que hasta en los entrenamientos gritaba: “¡Merecés que te metan un maldito tiro por fallar desde ahí!”. Técnico y jugador cultivaron una mala relación hasta que todo acabó. Ambrose Mendy, un asesor deportivo británico, sentenció: “La carrera de Fashanu en Nottingham se terminó porque era gay”.
Mientras tanto, Thatcher continuaba con su prosa racista y ahora homofóbica en undiscurso para el partido conservador en 1987: “A los niños que necesitan aprender y respetar los valores morales y tradicionales se les está enseñando que tienen derecho inalienable a ser gays. A todos esos niños se les está negando la base para un buen porvenir”. Valores tradicionales. Normalidad. Normas. ¿Puestas por quién o quiénes? Quizá sea que el orden establecido dice quién se debe ser y qué cosas deben gustar. ¿Será eso tener derechos?
En 1990, luego de pasar por los Estados Unidos a tratarse por una operación en la rodilla que casi lo deja afuera del fútbol, Justin firmó con el Leyton Orient de la tercera división inglesa. Allí comenzó el calvario. El diario The Sun público en su tapa: “Estrella del fútbol de un millón de libras: SOY GAY”.
Nick Baker, autor del libro biográfico “El delantero prohibido”, sostiene que Justin fue extorsionado. “Sabemos que eres gay. O lo cuentas y te pagamos por ello o igualmente lo sacamos y no recibirás nada de dinero”, presionaron los periodistas. Por la entrevista recibió 20.000 libras y no solo contó su orientación sexual, sino que también denunció al parlamentario británico David Atkinson, casado y con dos hijos, con quien se conoció en un pub gay y terminaron “en la cama de su piso en Londres”. Atkinson admitió todo.
Cuando le preguntaron por qué lo había revelado, Justin afirmó: “No es para tanto, ya que los equipos me contratarán por lo que sé hacer en el campo”. Eso pasaría en una situación que no esté cargada de discriminación. Pero no es así. Y, en línea con lo que opinó sobre la homosexualidad en el fútbol Daniel Osvaldo, jugador de Banfield, en enero de este año, la gente no tiene por qué saber lo que una persona hace en su habitación.
Luego de la declaración, el vínculo con su hermano se pulverizó, pero porque así lo quiso John, quien le había ofrecido dinero para que no confesara su orientación sexual porque pensaba que el mundo creería que los dos eran gays. “Eso fracturó. La relación se había terminado”, sentenció John. Por su parte, Justin manifestó: “Su reacción me ha defraudado porque lo creí mejor persona”.
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En 1993 arribó al Hearts de la primera división escocesa. El 7 de febrero de 1994, Stephen Milligan, parlamentario británico del partido conservador, apareció muerto en su domicilio, y Fashanu fue relacionado con el hecho. Dos detectives de la Policía Metropolitana lo interrogaron en su casa de Edimburgo. Él mismo ofreció ir a las casas de políticos, reconocer objetos e identificar marcas en sus cuerpos. Había rumores de que con esta dramática situación ganaría alrededor de 300 mil libras. Luego admitió que todo lo que contó sobre sus relaciones con parlamentarios fue inventado en conjunto con el diario The Sun: “Quizá debí haber negado todo antes, pero en mi situación creí que esto sería dinero fácil porque convencí al público de que estaba involucrado”.
Que haya sido abandonado en su infancia, el racismo, la discriminación, los insultos por su homosexualidad, las mentiras que dijo en relación al caso Milligan y la ruptura del vínculo con su hermano se fueron sumando hasta destrozar a Justin, que se sentía desolado y abatido. En 1997 volvió a tierra estadounidense al aterrizar en Baltimore para entrenar en Maryland Mania. Le encantaba enseñar a los más jóvenes, pero cuando la gente involucrada al club se enteró de que era gay, pasó a ser cuestionado. “No puede ser parte de esta comunidad ni estar con niños en los campos”, esgrimían.
En marzo de 1998 fue acusado por agredir sexualmente a un chico de 17 años. Lo interrogó la policía y se estableció una orden de arresto. Se escapó hacia Inglaterra luego de hablar por teléfono con un amigo y confesarle que no era culpable y que no soportaría estar en una cárcel. Meses después, Scotland Yard, la policía de Londres, demostró que no existía orden de detención y que el caso fue abandonado por falta de pruebas. Pero era tarde. El 2 de mayo de 1998 encontraron a Justin estrangulado en un garaje abandonado de Shoreditch, al oeste de Londres. Se suicidó.
En una carta escribió: “Me he dado cuenta de que ya he sido condenado como culpable. No quiero ser más una vergüenza para mis amigos y familia. Espero que el Jesús que amo me dé la bienvenida y finalmente encuentre la paz”. Antes de que eso sucediera, le habían preguntado en un programa de televisión por su vínculo con John y él contestó: “Nos reuniremos y cuando eso pase espero que me rodee con sus brazos, me bese con fuerza y me diga: ‘Oye, te amo y te he extrañado’”. Su mente se había maquinado. Demasiado. El sufrimiento que soportó fue tan grande que terminó en tragedia. Padeció muchas circunstancias, pero las agresiones por ser gay fueron el punto culmine. La homofobia lo mató.