Por Santiago Carrodeguas
Aquellos cinco magos brasileños habían roto el cerrojo italiano, aparentemente impenetrable, con la elegancia de un ladrón de guante blanco. Si aceptaron jugar a plena luz del día fue para que otros equipos pudieran observar adecuadamente su fútbol, supremo e imposible de replicar. El líder de los ilusionistas, Pelé, fue coronado esa tarde en el estadio Azteca como el rey del fútbol. Sin embargo, el veterano de Três Corações no tenía fuerzas para seguir y en julio de 1971, un año después de haber ganado su tercer Mundial, dimitió. El trono al que aspiraba todo futbolista, pensaban todos, permanecería vacío hasta la siguiente Copa del Mundo.
Nadie contaba con la astucia de la marca de bebidas alcohólicas Martini Rossi, quien organizó el segundo campeonato Mundial femenino no oficial, ya que la FIFA no lo reconoció, en tierras mexicanas un mes después del retiro de O’ Rei. Argentina, un país sin tradición de fútbol femenino, llegó con la misma incertidumbre que los otros cinco equipos: no sabían a qué se enfrentarían. Ni siquiera eran un seleccionado, sino un grupo de jugadoras que recorrían su país haciendo exhibiciones. En una de ellas, contra México en la cancha de Nueva Chicago en 1970, la victoria les otorgó una invitación para asistir a la cita mundialista.
El primer partido (1-3 ante las anfitrionas) fue una bofetada de realidad para afrontar los siguientes encuentros, aunque la arquera Marta Soler afirmó muchos años después, en Página 12, que habían perdido por los fallos localistas. Más allá de la polémica, el seleccionado argentino debió pasar la página. Roberto Rozas, un ex futbolista argentino que había pasado la mayor parte de su carrera en México (En ese entonces tenía el récord de más partidos consecutivos anotando (5) en el Necaxa) se ofreció a entrenarlas.
Inglaterra, su siguiente rival, había sido formado por Harry Batt, secretario del club de mujeres de Chiltern Vallley, con adolescentes del club. Tampoco representaban a su federación, quien había dicho que el fútbol era inapropiado para mujeres y les había prohibido usar las canchas profesionales desde 1921.
Betty García, una de las delanteras argentinas, recordó también en Página 12 que le había impresionado la altura y el físico de las inglesas. Sin registro fílmico, sus palabras parecen irrebatibles. Sin embargo, hay que remarcar que Leah Caleb, quien era la figura de las Three Lionesses , tenía solo 13 años. Elba Selva, en cambio, ya contaba con 26. El partido, marcado o no por la diferencia de edad, fue un recital de la Albiceleste. Selva marcó los cuatro goles del triunfo por 4 a 1, aunque suele recordar mucho el tercer gol: “Yo recibo la pelota, gambeteo a dos y se la doy a Gloria “Betty” García, corro hasta cerca del arco, Betty me la devuelve, gambeteo a Harris, la arquera inglesa, y meto un cañonazo”.
El relato del gol también es impreciso ya que el tercero fue de penal, no de jugada. No obstante, es innegable la importancia de esa victoria que, oficial o no, aún permanece solitaria como la única del seleccionado femenino en un Mundial. Aunque la FIFA siga sin reconocer este torneo como oficial, Selva seguirá recordando el día en que, a 15 años de que Diego Maradona hiciera historia en México 1986 y en el mismo estadio Azteca con los dos goles a Inglaterra, apodados como la Mano de Dios y el gol del siglo, ocupó durante un tiempo el trono de la mejor futbolista del mundo.