jueves, noviembre 21, 2024

Fara Williams, una futbolista callejera

Iván Lorenz @Ivanlorenz_

Vaya uno a saber qué pasa por la cabeza de un futbolista a la hora de patear un penal. La pena máxima la llaman. Esa pena tiene una víctima y un ejecutor. No hay roles fijos. A veces le toca al pateador ser el verdugo o al revés, y el arquero automáticamente supera ambos términos para convertirse en salvador, héroe. Es un duelo mental. Externo, si se piensa en las tribunas, el rival, el equipo, el torneo, el campo, el desarrollo del juego. Interno, lo que nadie sabe.

Vaya uno a saber qué pasaba por la cabeza de Fara Williams cuando la árbitro Carol-Anne Chenard vio la mano en el área de la colombiana Carolina Arias y pitó penal para las Leonas inglesas. Queen Fara -así la llamaban en Everton- tenía que patear desde los 12 pasos aquel 17 de Junio de 2015 en Canadá, donde se enfrentaron Colombia e Inglaterra en el Mundial Femenino.

Vaya uno a saber qué pasaba por la cabeza de la número 4 inglesa. Imposible. No existe leer los pensamientos del ser humano. Pero lo que sí existe -y de esto no se salva nadie- es el archivo. Arma letal del periodista. Permite conocer a una persona, hurgar en busca de historias para contar. Es imposible saber qué pasaba por la cabeza de Fara, pero el archivo permite suponer aquello que podría haber pensado en ese momento la londinense de ojos oscuros, opacos.

Los primeros pasos hacia la pelota quizás le recuerdan a sus primeros pasos nocturnos en las calles de Peckham, zona sur de Londres. Algo aterrada a sus 17 años. Una joven que acababa de abandonar su casa por una discusión con su tía, que la había invitado a irse. Una joven que no sabía que pasaría los siguientes seis años sin hogar, yendo de hostel a hostel, vagando por las calles londinenses. Una joven que no sabía que aquella discusión en su casa en Battersea, la alejaría de su madre por nueve años, en gran parte porque ambas son algo tercas.

Podría estar pensando en sus gambetas de aquel entonces que, muy lejos de quebrar cinturas con una redonda, consistían en caminar 100 metros y girar para volver a caminarlos, para que su entorno piense que estaba algo loca. Podría también pensar que los gritos de esos días, que no ordenaban y alentaban a sus compañeras, eran exclamaciones con el fin de intimidar para que las personas se alejen.

El grito de los fanáticos ingleses, expectantes de sus siguientes movimientos, los que confían al ver el número 4 en su espalda, la podría llevar a pensar lo mucho que ocultó su condición de chica callejera. Su doble vida: la de la muchacha que dejaría todo por representar a su país y la de la niña indigente, aquella que no lo contaba por miedo a ser juzgada.

Quizás, se acuerda de que el fútbol la ayudó a sobrellevar esos seis años de deambular. De que fue el deporte, el que la motivó a no volver a la casa y luchar por ser una de las jugadoras más importantes de la historia inglesa. A pensar que en algún momento, luego de debutar con la mayor en noviembre de 2001, tendría casi 30 partidos más con la camiseta inglesa que el mismísimo Peter Shilton, aquel que sufriría la Mano de Dios dos años después del nacimiento de Fara.

O si no, el recuerdo de las niñas y niños indigentes que ella entrena para que tengan un lugar en donde reposar y disfrutar y que, por algunos momentos, se les olvide que viven en la calle. Que se olviden de comprar drogas y solo quieran recuperar la pelota y jugar. Porque ella sabe que un pequeño en situación de calle no tiene nada. Ella, sin embargo, tenía el fútbol, que la hacía pensar que todo iba a estar bien. Entiende la soledad que pueden sentir, que ella suplió hablando con algunos amigos de confianza, pero siempre manteniendo una barrera alta hacia su persona. Era difícil de amagar la mediocampista.

Cuando se acerca aún más al balón y ya debe pensar dónde colocarlo, podría acordarse de la libertad y la independencia que sintió al abandonar su casa y la sensación de estar volando en ese preciso instante. Las ganas de volver que su tozudez borraba de su cabeza y convertía en ganas de vestir la camiseta nacional, con la que, sin saberlo, se convertiría en la inglesa más ganadora.

Tiene que pensar también, se supone, en cómo sus botines Nike, amarillo flúor, pipa violeta, impactarán el objeto redondo. Entonces quizás hace un repaso de su trayectoria para aplicar todos sus conocimientos y lograr que la pelota conecte con la red. Entonces recordaría sus comienzo en Chelsea, su paso por Charlton AthleticEverton o su presente en Liverpool y, por qué no, ya se imagina su futuro en Arsenal. Con los clubes recuerda las dos FA Cup de mujeres que ganó o la Premier League o sus premios a la Jugadora Internacional del Año.Tiene que convertir.

Hope -divertido que su nombre signifique esperanza- Powell podría invadir sus pensamientos. La entrenadora que tuvo en la Sub-19 de Inglaterra y que le recomendó ir a uno de los centros de ayuda para indigentes, cerca de la estación de tren King´s Cross, donde J. K. Rowling elegiría mandar al protagonista de sus libros, Harry Potter, a tomar el tren para ir a Hogwarts y el mundo de la magia. No tan parecido a un mundo mágico pero acogió a Fara, que capaz también pensaba que luego de convertir ese penal, estaría aún más cerca de convertirse en la inglesa más goleadora de los mundiales. Se acuerda, posiblemente, de la bolsa de dormir que le regaló Powell, una de las primeras que dió cuenta de la condición que Williams ocultaba con esmero.

Otra profe podría aparecer cuando Fara ya se prepara para arquear la pierna y chutar. Mo Marley, quien la dirigió en Everton y le consiguió un trabajo como entrenadora, cosa que cambiaría su vida, comenzaría a cambiar su condición de callejera. La misma mujer que se encargó de pagarle los viajes ida y vuelta de Londres a Liverpool para que vaya a las prácticas. La ciudad de Liverpool y Everton, lo cual la podrían llevar a pensar en Amy Kane, su compañera de equipo que, junto a su familia, la acogieron por un tiempo. Incluso podría pensar que, algunos meses después tras patear el penal, se estaría casando con Amy, sin saber que eso provocaría la separación.

Ya cuando su pierna comienza a descender, podría pensar en cómo festejará el tanto. La podría invadir entonces, un recuerdo que le podría hacer brotar lágrimas. Pero empezaría, seguramente, con una pregunta: ¿Por qué borró el mensaje de texto de su madre, que había seguido su carrera para no perderle el rastro? Quizás no estaba con la cabeza para eso, porque fue en 2009 y justo había clasificado a la final del Campeonato de Europa. Porque el corazón que armó para el festejo de uno de los tantos ese día, quizás no estaba dirigido a su madre Tanya.

Recordaría quizás, que su madre volvió a insistir en 2010, cuando hizo un gol al minuto 50 ante Suiza para clasificar al Mundial 2011 en Alemania. Volvió a festejar formando un corazón, al igual que Di María en 2014 ante el mismo rival. Su madre decidió escribirle nuevamente, agradeciéndole por el festejo, ya que ella estaba cercana a cumplir los 50 años. Se acordaría entonces que, tras leer sola en una habitación el mensaje rompió en llanto y comenzó a recomponer la relación con su madre, la mujer que años antes se había cruzado en el funeral de su abuelo, sin intercambiar una palabra.

Pero son todas suposiciones. Tampoco sabía que luego saldrían terceras, a pesar de que posiblemente pensaba en dar la vuelta con Inglaterra. Pero los pensamientos desaparecen en el momento justo en el cual impacta el balón. Ya nada importa, solo resta ver quien será el verdugo esta vez. Sin sacarle el ojo de encima, siguió el trayecto de la pelota y oyó el silencio en su cabeza. Ese silencio que, una vez que el bombazo cruzado superase a la arquera colombiana Sandra Sepúlveda, se convertiría en festejo y grito de gol.

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